Llevo quince días en
Portugal y cada día que pasa tengo algún motivo más para amar a este bendito
país. No quiero ni pensar que en unos días volveré a España. Hoy, de
retorno a Oporto, me he dado una vuelta por la orilla norte del Duero hasta
Matoshino. De repente me he dado cuenta
de que ¡no hay manteros! ¿Que por qué lo he advertido? Porque he visto a dos
ciudadanos de origen africano, discretamente y, sin duda con permiso de la
municipalidad, vendiendo artesanía africana. Esto me ha llevado a recordar
que hará unos 25 años en Portugal, algunos iluminados convocaron un referéndum
para que el país adoptara una estructura autonómica. El proyecto fue rechazado:
ganó el NO casi sin campaña y para ello bastó simplemente con dar a España como
ejemplo. No me digáis que no es de 10. Hoy mismo, por la mañana me encontraba
en Braga pasean por un paseo de una belleza sinigual, al fondo la montaña, todo
el paseo estaba tapizado de flores amarillas. Nada que ver con las ciudades
catalanas afeadas por miles de colgajos de un amarillo apagado que remite más a
la ictericia y en absoluto a la belleza. Sin olvidar que en todas las ciudades
portuguesas existen edificios art deco (lo lamento, pero soy un enamorado de
este estilo arquitectónico y allí donde voy colecciono fotos de construcciones
con esas características) que se mantienen incólumes, incluso en sus más
mínimos detalles. ¿Entienden el título
de mi queja? Podría enunciarlo así: que quejo de que España cada vez se parezca
más a un zoológico cuando podría parecerse perfectamente a Portugal. A fin
de cuenta compartimos la misma península.
El otro día me decía un joven portugués que allí se estaba
encareciendo la vida alarmantemente. No lo dudo. Pero el caso es que me estaba
zampando una francesinha (un plato típico de esta zona con carne de ternera, de
cerdo, queso, bacon y huevo frito, entre capas de pan) que costaba 5,50 euros
en el restaurante de su padre. Hoy he desayunado en una “pastelaria”: dos
cortados y dos pastas excelentes, nos han costado 3,15 euros. Ir en tren de
Braga a Oporto vale justo la mitad que ir en un cercanías nauseabundo de
Barcelona a Calella, a pesar de que el trayecto es el mismo. Si bien, la vida en Oporto es algo más
cara, en Braga comer y vestir cuesta exactamente la mitad que España. Y lo
mismo puede decirse de la vivienda. Si en las inmediaciones de Barcelona
puedes comprar un piso de 50-60 metros cuadrados por 225-250.000 euros, en
Braga, el doble de superficie cuesta un poco menos.
Me ha hecho gracia porque hoy, comiendo en un restaurante a orillas de la desembocadura del Duero, veo
por las noticias que Pérez-Reverte anda por Lisboa. Dice que Lisboa es la
ciudad por la que perdería el sentido y que, aún más que la Lisboa de hoy,
le gustaba la Lisboa de hace un par de décadas. Anteayer, viendo también la
tele, un piloto de aviación deportiva
español que estaba compitiendo en Portugal decía que se estaba pensando irse a
vivir a este país por la simpatía y educación de sus gentes (de la que doy
fe). Ambos me da la impresión de que no son “anti-españoles” de profesión. Como
el que suscribe estas líneas que, a
pesar de los pesares sabe que sus raíces son españolas y que España es su
Patria. Pero sería absurdo que los patriotas españoles no se avergonzaran de lo
que se ha convertido hoy su país. Nunca he llevado una camiseta de
“Orgulloso de ser español”. Muy frecuentemente, me he avergonzado de serlo. Como
estando en Malta y hablando con un lugareño en italiano, se sorprendió cuando
le dijimos que éramos españoles: para él “lo español” era sinónimo de
gamberrismo (y luego o entendí porque los “Erasmus” españoles que van a parar a
la isla para “aprender inglés” tienen una acrisolada fama de gamberros y
guarrindongos). O cuando estaba en Budapest el 1 de octubre del año pasado y
todos los medios de comunicación colocaron en primera página el seudoreferendum
separata intentando explicar cómo se había llegado a esta situación. O cuando
estuve en Belgrado pidiendo perdón por lo que un “español”, secretario general
de la OTAN, Javier Solana, había hecho a su país, poniéndolo bajos las bombas
de manera injustificada e injustificable. No han sido ocasiones en la que me
haya sentido orgulloso de ser español, desde luego.
Y ahora vuelvo a Portugal. La verdad es que me gustaría
establecerme aquí. Portugal no ha caído
en muchos errores en los que ha caído España. Por cierto ¿he dicho que llevo
aquí quince días y que en ese tiempo todavía no he visto un velo islámico?
Voy a la Estación de Sao Bento y veo los mosaicos con la historia de Portugal. Portugal esta orgulloso de su historia. No
ha pedido perdón a nadie por llevar la civilización a otras latitudes. Entre
todos uno de los mosaicos me ha impresionado: la conquista de Ceuta por el
Príncipe Enrique el Navegante. Si Ceuta siguiera bajo soberanía portuguesa
¿creen ustedes que los africanos ejercitarían el deporte del salto de valla con
la misma impunidad? Me temo que no. Pues eso. Que me quejo de que España no
sea como Portugal. Conste que todos los países tienen claroscuros, pero es que
para un español, el Portugal de hoy, en comparación con España, tiene más
claros que oscuros.