7. La “guerra de los magos”. El satanismo en
París en la Belle Époque.
El enfrentamiento entre la Rosa+Cruz y el
“Carmelo Elíaco” de Boullan es uno de los episodios más excéntricos de la Belle
Époque. Hoy, el mundillo ocultista es completamente marginal. Tras un breve
revival en los años 70 y 80, en los 90 el fenómeno podía darse por prácticamente
extinguido. Era el precio que había que pagar por la materialización creciente
de las sociedades. No solamente disminuyó la influencia de las religiones
tradicionales, sino que el numero (y la calidad) de los ocultistas cayó a
mínimos. A finales de los años 80, quedaba muy poco de la Sociedad Teosófica,
los grupos neo–rosacrucianos registraban una análoga pérdida de efectivos y las
escisiones que había sufrido el teosofismo no iban mucho mejor. Por eso, a
comienzos del nuevo milenio nos es muy difícil hacernos una idea del peso que
tuvieron en la Francia de la belle époque (entre 1781, fin de la Guerra
Franco–Prusiana y 1914, inicio de la Primer Guerra Mundial). No solamente se
trataba de medios vinculados a la aristocracia (el marqués Stanislas de Guaïta,
la Duquesa de Pomar y muchos más) y al mundo de las artes (Josephin Peladan,
Huysmans, el simbolista belga Maurice Maeterlinck entre los más conocidos, por
no hablar de los literatos ingleses llamados por el ocultismo, Bram Stoker
(autor de Drácula), Arthur Machen, Algernon Blackwood, Bulwer-Lytton y,
especialmente, el poeta y dramaturgo William Butler Yeats), incluso a la
ciencia (Camille Flammarion, Charles Richet, Joseph Grasset), también al mundo
de la música (Érik Satié, Claude Debussy, la cantante de ópera Emma Calvé), e
incluso en siniestros cabarets ocultistas (de los que tenemos noticias, como
mínimo, de tres: todos ellos ubicados en el barrio parisino de Clichy). A París
fueron a parar también destacados ocultistas extranjeros. La Sociedad
Teosófica, llegada de los EEUU, contaba con una importante logia en París
fundada en 1899. Unos años antes, Samuel Liddell MacGregor Mathers, uno de los
fundadores de la Golden Dawn, se instaló en la capital francesa, inaugurando el
Templo de Ahator nº 7, que se convertirá en uno de los centros del grupo y el
escenario de la guerra civil interna que terminó con la expulsión de Alasteir
Crowley.
El ocultismo, como vemos, estuvo muy bien
instalado en el París de finales del XIX y de principios del XX. Y fue en este
contexto, en absoluto marginal, en el que debemos incluir la famosa “guerra de
los magos” que enfrentó a los neo–rosacrucianos con los seguidores del abate
Boullan. Conocemos ya a algunos protagonistas del episodio, pero no a todos.
Uno de los más destacados fue el escritor Joris–Karl
Huysmans. Se cree que, en torno a 1890, este escritor, a través de Berthe de
Courrière, se puso en contacto con el abate Boullan para informarse sobre magia
negra y satanismo. En aquel momento, Huysmans estaba reuniendo materiales para
su novela Lá-bas (Allá abajo), centrada sobre la figura medieval de
Gilles de Rais y sobre los conventículos satánicos de París. La relación entre
Huysmans y Boullan se hizo muy estrecha, hasta el punto de que, a su muerte,
Boullan legó a Huysmans sus documentos personales, que le fueron entregados por
Julie Thibault. Entre los documentos se encontraba su Confesión,
redactada en la cárcel. Así mismo, un año antes de la muerte de Boullan, cuando
éste fue condenado por ejercicio ilegal de la medicina, Huysmans pagó la multa.
Al parecer, Huysmans quedó impresionado después
del primer encuentro. Se vieron con frecuencia y, al año siguiente, en 1891, el
escritor publicó su novela Lá–bas (Allá abajo) que nos muestra al
protagonista, “Durtal”, harto de la decadencia moderna (otro tema de moda en el
París de aquella época, propio de un hombre afectado por el taedium vitae),
busca refugio en el Medievo y explora la figura del mariscal satanista Gilles
de Rais. A lo largo de esta investigación se involucra en prácticas ocultas y
misas negras. Boullan aparece en la novela con los rasgos de “Johannès”.
Huysmans, responderá, por boca de otro personaje, sobre quién era “Johannès”: “Es
un sacerdote muy inteligente y erudito. Fue superior de comunidad y dirigió, en
París, la única revista no mística. También fue un teólogo consultado, un
maestro reconocido de la jurisprudencia divina; luego mantuvo desgarradores
debates con la Curia papal en Roma y con el cardenal arzobispo de París. Sus
exorcismos, sus luchas contra los íncubos que combatía en los conventos
femeninos, fueron su perdición”.
El protagonista, Durtal, asiste a un ritual
satánico y la descripción que hace Huysmans sirvió de modelo para todas las
misas negras posteriores: “Apareció el altar, un altar normal y corriente, con
un tabernáculo encima sobre el que se erguía un Cristo ridículo e infame. Le
habían levantado la cabeza y alargado el cuello, y las arrugas dibujadas sobre
las mejillas transformaban el rostro dolorido en una cara deformada por una
sonrisa innoble. Estaba desnudo, y en lugar del paño que le cubría los
costados, una excitada vergüenza viril emergía de una mata de pelo. (...)
Precedido por dos monaguillos, y cubierto con un gorro escarlata del que
sobresalían dos cuernos de bisonte de tela roja, entró el canónigo... (...) Se
inclinó solemnemente ante el altar y subió los peldaños para dar comienzo a su
misa. Todas las mujeres se dejaron envolver por aquellos sahumerios; algunas
inclinaron la cabeza sobre el brasero y aspiraron con fuerza aquel aroma;
luego, medio desvanecidas, se abrieron los vestidos emitiendo roncos suspiros.
Entonces el sacrificio se interrumpió. El sacerdote bajó los peldaños de
espaldas y gritó con voz emocionada y aguda: ¡Oh maestro del pandemónium,
dispensador de los beneficios del delito, gran intendente del pecado más
suntuoso y del vicio más desmesurado, Satanás, es a ti a quien adoramos, oh
Dios lógico y justo! (...) Tú incitas a la madre a vender a su hija, tú asistes
los amores estériles y prohibidos, ¡oh protector de las neurosis más agudas,
torre de plomo de la histeria, vaso sanguíneo de las desfloraciones! (...) Es a
ti a quien como sacerdote obligo, quieras o no, a descender a esta hostia y a
encarnarte en ese pan. ¡Jesús, artista de la superchería, ladrón de homenajes,
predador de afectos, escucha! Desde el día en que saliste de las entrañas de
una virgen has faltado a tus compromisos y a tus promesas; siglos enteros han
estado esperándote, ¡Dios desertor y mudo! Tenías que aparecer en tu gloria y
dormías (...) ¡Nosotros queremos reclamar tus clavos, apretar tus espinas y
hacer derramar tu sangre dolorida sobre tus llagas resecas! (...) ¡Amén!
Gritaron las voces cristalinas de los monaguillos. Algunas mujeres cayeron
rodando sobre la alfombra. Una se arrojó al suelo agitando las piernas, como
movida por un resorte; otra, afectada repentinamente de un terrible estrabismo,
gorjeaba, y luego enmudeció y se quedó con la boca abierta y la lengua
enrollada hacia atrás hasta tocar el paladar; otra, hinchada y lívida, con las
pupilas dilatadas, inclinaba y levantaba bruscamente la cabeza y se arañaba la
garganta con las uñas; finalmente otra, que estaba tendida en el suelo, se
quitaba la falda y enseñaba un vientre desnudo, hinchado, enorme, luego se
retorcía con terribles muecas y mostraba una lengua blancuzca con los bordes
mordisqueados, que no podía apartar de una hilera de dientes rojos. Entonces,
mientras los monaguillos se juntaban con los hombres y el ama de casa subía
hacia el altar, empuñando con una mano la asta del Cristo y sujetando con la
otra un cáliz entre las piernas desnudas, en el fondo de la capilla una niña
que no se había movido hasta aquel momento, se inclinó de repente hacia delante
y ladró a la muerte, ¡como una perra!”. Des
Hermies, amigo de Durtal, le confiesa: “El ritual de aquellas ceremonias era
bastante atroz; generalmente se había raptado a un niño, al cual quemaban en un
horno. Luego se mezclaba esta ceniza humana con la sangre de otro niño al que
degollaban, formando una pasta parecida a la de los maniqueos, de la que ya te
he hablado. El abate Guibourg decía la misa, consagraba la hostia, la cortaba
en pequeños pedazos y la mezclaba con aquella sangre oscurecida por la ceniza;
esto era la materia del sacramento.”
Cuando Huysmans conoció a Boullan no parece que
fuera consciente de sus ritos satánicos y sexuales. Boullan le expuso los datos
sobre el satanismo como si fuera ajeno a él. Pero, para los rosacruces, que
habían penetrado en el círculo interior de la secta, no había duda, él,
Boullan, era el satanista. En la polémica entre los neo–rosacrucianos y el
Carmelo Elíaco, Huysmans se puso públicamente de parte de estos, lo que hizo
que también se creyera víctima de “ataques fluídicos” lanzados por Guaïta y
durmiera con una pasta protectora que situaba debajo de la almohada. Tras la
muerte de Boullan, proclamó, además, que había sido asesinado por
“procedimientos mágicos”.
La influencia de Boullan en Là–Bas parece
bastante clara. El resultado de la obra es una imagen de Satanás favorecida y
elevada a héroe de los afligidos e ídolo de los oprimidos. Véase este
fragmento, acaso uno de los más estremecedores de la novela: “Y tú, a quien, en
mi calidad de sacerdote, obligo, quieras o no, a descender a esta hostia, a
encarnarte en este pan, Jesús, Artesano de Engaños, Bandido de Homenajes,
Ladrón de Afectos, ¡escúchame! Desde el día en que saliste de las entrañas
complacientes de una Virgen, has faltado a todos tus compromisos, has
desmentido todas tus promesas. Los siglos han llorado, esperándote, ¡Dios
fugitivo, Dios mudo! Debías redimir al hombre y no lo has hecho; debías
aparecer en tu gloria, y duermes. Ve, miente, di al miserable que te suplica:
«Espera, ten paciencia, sufre; el hospital de almas te recibirá; los ángeles te
asistirán; el Cielo se abre para ti». ¡Impostor! Sabes bien que los ángeles,
disgustados por tu inercia, te abandonan. Tú debías ser el intérprete de nuestras
quejas, el chambelán de nuestras lágrimas; debías transmitirlas al Padre y no
lo has hecho, porque esta intercesión perturbaría tu sueño eterno de feliz
saciedad. ¡Has olvidado la pobreza que predicabas, vasallo enamorado de los
bancos! Has visto a los débiles aplastados bajo la presión del lucro; has oído
el estertor agonizante de los tímidos, paralizados por el hambre, de las
mujeres destripadas por un trozo de pan, y has hecho que la Cancillería de tus
simoniacos, tus representantes comerciales, tus Papas, responda con excusas
dilatorias y promesas evasivas, ¡sacristía, charlatán, Dios charlatán! Maestro,
cuya inconcebible ferocidad engendra la vida y la inflige al inocente a quien
te atreves a condenar —¿en nombre de qué pecado original?—, a quien te atreves
a castigar —¿en virtud de qué pactos?—, ¡queremos que confieses tus descaradas
trampas, tus crímenes inexpiables! Te clavaremos los clavos más profundamente
en las manos, presionaremos la corona de espinas sobre tu frente, sacaremos
sangre y agua de las heridas secas de tu costado. Y eso lo podemos y lo haremos
violando la quietud de tu cuerpo. Profanador de amplios vicios, soberbio de
estúpidas purezas, Nazareno maldito, Rey holgazán, Dios cobarde”. ¡Amén!,
trinaban las voces de soprano de los niños del coro”.
¿Qué le había pasado a Huysmans? Se había sentido
ganado por Boullan, al menos, temporalmente. No supo entender que, si Boullan
era capaz de informarle con tanta precisión sobre los ritos satánicos, las
misas negras y las oraciones luciferinas ¡era porque él mismo las practicaba!
Y Huysmans no era un iletrado, ni mucho menos un
paleto crédulo. Está considerado como uno de los mejores escritores de su
generación. Amigo de Zola, en 1884, su novela À rebours, constituyó un
gran éxito e inició el “decadentismo”. Durante su vinculación al simbolismo,
empezó a interesarse por lo sobrenatural, el mundo onírico y el satanismo. Tras
la publicación esta novela, el escritor católico Barbey d'Aurevilly sentenció premonitoriamente
que el destino de Huysmans era elegir entre “la boca de una pistola o los pies
de la cruz”. En 1894, dos años después de la muerte de Boullan y tres años
después de la publicación Là-bas, se convirtió al catolicismo. Sus
últimas novelas En route (1895, donde describe las etapas de su propia
converisión), La Cathédrale (1898, un estudio sobre el simbolismo
cristiano de la catedral de Chartres) o L'Oblat (1903, en la que narra
sus experiencias con los monjes benedictinos de la abadía de Saint–Martin cerca
de Poitiers), están impresas con ese sesgo místico. Su conversión anuncia el
gran movimiento de “conversiones literarias” que llevará a la fe a los grandes
autores franceses de principios del siglo XX, Charles Péguy, Paul Claudel, Léon
Bloy, François Mauriac y otros muchos. Su estilo ha sido definido como “naturalismo
espiritualista”. A parte de sus éxitos literarios, su vida es la propia de un
“buscador” que frecuentemente se equivoca, ya sea por credulidad o por
ingenuidad.
Este crecimiento desmesurado de las
supersticiones y la credulidad generalizada en la segunda mitad del siglo XIX –época
fértil en médiums, “sonámbulos”, profetas alucinados, personalidades mediocres
en contacto con “mahatmas”, estafadores de la credulidad popular, y demás
fauna, se explica como un “escape de la razón” y se justifica como rechazo a
los efectos generalizados de los cambios en el modo de vida, el progreso
científico que entonces despegaba con fuerza, la materialización y
secularización, especialmente presente en Europa y en EEUU y la abolición de
principios y normas que hasta ese momento habían sido inamovibles y respetadas
por todos, habitualmente inducidas por el cristianismo. Este enfoque
materialista generó dos fenómenos, aparentemente opuestos, pero hasta cierto
punto complementarios: por un lado, el positivismo y por otro la aparición de abundantes
sectas exóticas en el supermercado seudo–espiritual. Incluso el positivismo,
llevado al extremo por algunos de sus representantes –el mismo Comte, terminó
presentando su sistema bajo la forma de una religión, con sus festividades, sus
santos, sus prácticas rituales y sus dogmas. A pesar de que, inicialmente, para
Comte el pensamiento científico, realizado mediante la observación y el
análisis, era lo único que podía resolver los enigmas del universo, lo cierto
es que, a medida que fue avanzando, se vio afectado por el clima de su época e
imprimió un enfoque seudo–religioso a sus trabajos (del que su principal
difusor, Émile Littré, se distanció). Los elementos rechazados por Littré
tenían que ver con la “religión positivista” o “religión de la humanidad”. Parecía existir una
contradicción entre el método científico y la creación de una nueva religión,
sin embargo, Comte lo resolvía diciendo que la base de este culto era “la
humanidad” y que el núcleo central de su ética era la utilidad social y el
“amor a la humanidad”.
Apenas 30 años después de formular esta curiosa
“religión positivista”, Oswald Spengler determinó, con razón, que el hundimiento
de la religiosidad tradicional, no operaría la creación de una nueva época de
objetivismo y racionalidad, sino, más bien, contribuiría a excitar las
supersticiones. Cuando se cerraba la puerta a la religión tradicional, las
supercherías más absurdas entrarían por la ventana. A ello contribuía la
sensación de inseguridad, ansiedad e incertidumbre de la sociedad en el último
tercio del siglo XIX. El tránsito de la Primera a la Segunda Revolución
Industrial (con la generalización de la electricidad, el urbanismo, el motor de
combustión interna, las comunicaciones, la telegrafía sin hilos y luego la
radio, las teorías evolucionistas, etc.) destruyó la estabilidad de creencias
que habían constituido “refugios” para el ser humano occidental. En este
ambiente, el ocultismo y las creencias exóticas constituirían una válvula de
escape y tenderían a reemplazar a las religiones tradicionales, especialmente
porque mostraban un aspecto “experimental”: el espiritismo facilitaba la
comunicación con los espíritus, la magia ceremonial, de la que los Guaïta, los
Peladan, los Wirth, y, antes que ellos, Eliphas Levi o Papus, la Blavatsky y su
círculo, los miembros de la Golden Dawn, alardeaban, les permitía disponer de
“armas fluídicas” con las que atacar a sus enemigos. En el otro lado, el siglo
XIX, especialmente su segunda mitad, fue un período en el que proliferaron las
apariciones marianas y, a partir de ellas, una renovación espiritual que tuvo
como eje el nuevo culto al Corazón de Jesús. Bruscamente, entre unos y otros,
lo sobrenatural volvió a instalarse en la sociedad como presencia real y
efectiva. Y es en este contexto en el que hay que situar el episodio conocido
como “la guerra de los magos” que causó un impacto en la opinión pública
francesa similar al que hoy pueden tener los programas “del corazón” o el
“periodismo rosa”…
Los ocultistas franceses de la segunda mitad del
XIX, orbitaban en torno a Eliphas Levi y a Gérard Anaclet Vincent Encausse,
conocido como “Papus”. A partir de este último y de su Grupo Independiente de
Estudios Esotéricos se formaron dos “sociedades iniciáticas”, la Orden
Martinista, dirigida por Papus y la Orden Cabalística de Rosa–Cruz, con Guaïta,
Peladan, Wirth como personalidades más conocidas. Esta Orden era de carácter
elitista, mientras que el grupo de Papus, daba prioridad a la cantidad por
encima de la calidad a modo del teosofismo, en el que, por cierto, tampoco
faltaban miembros de la nobleza y notables. En estos ambientes, cualquier
episodio se interpretaba en clave ocultista. Huysmans, por ejemplo, opinaba que
la derrota de Francia en Sedan en 1870 se debía a la “superioridad ocultista de
Alemania”. El abate Boullan, en realidad, murió del miedo que le generaba el
sospechar que estaba siendo víctima de un conjuro de los ocultistas, y él
mismo, respondía lanzando maldiciones contra Guaïta, Peladan y Wirth que estos
tomaban como “ataques de súcubos”. La pomada que colocaba Huysmans bajo la
almohada le protegía de los “ataques fluídicos” de extrema violencia lanzados
contra él. Y no parece que nadie simulara: todos eran perfectamente sinceros en
cómo percibían las amenazas les llegaban del mundo oculto. Creían
verdaderamente en la realidad objetiva de todo esto.
Esta sinceridad en las creencias era lo que
aportaba veracidad y seguridad, tanto para los partidarios de unos o de otros.
Luego estaba, naturalmente, los aspectos “humanos, demasiado humanos” que
reforzaban estas convicciones; los que estaban en posesión de “secretos”, o de
“verdades reveladas” o dominaban a los elementos mediante la “magia ceremonial”,
se sentían miembros de una “élite de iniciados”. Sus convicciones los
diferenciaban de una masa gris y mediocre, algo que estaba presente tanto entre
los ocultistas como en los partidarios del abate Boullan. Ellos –no la masa–
estaban en posesión de los arcanos del cosmos, dominaban el mundo de los
espíritus, eran herederos de tradiciones milenarias que se remontaban al
antiguo Egipto o bien depositarios del “verdadero cristianismo”, quienes
interpretaban los textos bíblicos mejor que cualquier teólogo. El resto de la
sociedad, aceptaba los valores cristianos de la época con el añadido de las
fantásticas apariciones marianas que dieron alas de los nuevos dogmas (la
Inmaculada Concepción y la infalibilidad del Papa) y el nuevo culto al Sagrado
Corazón y que hay que inscribir como innovaciones que la Iglesia introdujo para
evitar ser superada en el mundo de lo trascendente, por vintrasianos y
ocultistas. Luego, quedaban los “socialistas” de las diferentes ramas. En lo
que se refiere a los “socialistas utópicos” (que aun existían), la componente
ocultista ha sido estudiada por Saranne Alexandrian en su libro consagrado a
este movimiento del que el positivismo era la ultima ratio. Y, en lo que
se refiere a los marxistas, también empezaban a dar muestras de ser la nueva
religión escatológica y milenarista para uso y disfrute del proletariado.
Habían tenido a su anunciador, Marx, y les faltaba solamente, su organizador,
papel que años después asumiría Lenin. Ritos, fechas señaladas, cánticos,
dogmas, predicadores y libros sagrados estaban presentes en el marxismo, tanto
como en cualquier otra tendencia que hemos mencionado.
Fue así como Jules Bois terminó enfrentándose en
duelo con el Marqués Stanislas de Guaïta y con el mismísimo Gérard Anaclet
Vincent Encausse, “Papus”. ¿Quién era Jules Bois? En 1895 alcanzó fama
literaria al escribir un bestseller de la época, Satanismo y magia.
Creía firmemente en el ocultismo y en lo paranormal. Pero, sobre todo, buscaba
éxitos literarios. Y eso, ayer y ahora, solamente se logra “haciendo ruido”.
Hay gente atraída por cualquier cosa que sea “paranormal” y Bois era uno de
ellos. Los libros que hemos leído de él, dedicados a la magia, el ocultismo y
las “pequeñas religiones”, son bastante discretos: literatura rápida y de
consumo instalada en la Belle Époque. En todo este episodio, le interesaba,
sobre todo, excitar los ánimos, llamar la atención, polarizar las posiciones,
lograr, en definitiva, que se hablase de él o de los temas sobre los que estaba
escribiendo. En el libro sobre Las pequeñas religiones de París, toma
como ciertas las afirmaciones que estaba realizando en aquellos mismos años Leo
Taxil, sobre el culto satánico dentro de la masonería y la existencia de una
“alta masonería luciferina” a la que éste llamaba “paladismo”. A pesar de que
nadie razonable podía creer lo escrito por Taxil y por su socio el “doctor
Bataille”, Jules Bois, si reprodujo sus afirmaciones sobre el satanismo, sin
comentarios críticos. Distaba mucho de ser lo que hoy se llama un “periodista
de investigación”; tenía, sin embargo, un buen olfato para la venta y promoción
de sus obras.
Fue un hombre precoz. A los 18 años, ya mantenía
correspondencia con Charles Maurras. Le llevó a Maurras su monarquismo, si bien
Bois, se consideraba naundorfista, algo que Maurras deploraba. Luego, él mismo,
dio marcha atrás y reconoció que Naundorff no era Luis XVII: “Hace unos años,
en Isis moderne, intenté presentar al pseudo-impostor Naundorff como
fundador del espiritismo moderno. Mucho antes que Allan Kardec, formuló el
evangelio de la fe espiritista. Pero al igual que Swedenborg, Naundorff creía
que se comunicaba menos con los muertos que con los ángeles y con el propio
Jesucristo, a quien creía ver en París, en su miserable habitación, cuando
todos lo habían abandonado”.
Picoteaba en todos los medios ocultistas
parisinos y cuando se estableció en París, McGregor Mathers, fundador de la
Orden Hermética de la Aurora Dorada, se convirtió en su amigo inseparable. Ese
afán por relacionarse con ocultistas notorios fue lo que le llevó a tener una
“relación tumultuosa” con la cantante Emma Calvé, una “routier” de los grupos
ocultistas y de las corrientes neo–espiritualistas de la belle époque;
el mismo Papus la había convertido en uno de los “Maestros Desconocidos de su
Orden Martinista, junto a Camille Flammarion, dos notables de la ciencia y de
las artes, para embellecer el legado cabalístico de Martínez de Pasqually y de
Louis-Claude de Saint-Martin. En los años siguientes, la Calvé conocerá a Jules
Bois y en 1900 se sabe que viajaron ambos, acompañando a Swami Vivekananda, en
un crucero por el Mediterráneo. Su nombre aparece fugazmente en el “affaire de
Rénnes–le–Château” y, también, esta vez, junto a Jules Bois, en la creación de
AMORC, la secta norteamericana que vende cursos “rosacrucianos” por
correspondencia… La relación entre ambos se prolongará hasta 1903.
Lanzó varias revistas ocultistas, la más
importante de la cuales sería Le Coeur, mensual ilustrado, financiada
por Antoine de La Rochefoucauld, uno de los más asiduos cliente al famoso
cabaret parisino del Chat Noir, frecuentado por Papus y parte de los
miembros del entorno rosacruz de Guaïta y Peladan. La Rochefoucauld llegará al
grado de “arconte” de la Orden Rosa–Croix Catholique de Peladan, en el seno de
la cual conocerá a Érik Satié que le dedicará una composición musical. Bois
contará en Le Coeur con el teósofo Edouard Schuré como colaborador.
En la última década del XIX, Bois se da cuenta de
que el feminismo tiene un gran futuro. Es lo que ha concluido de sus encuentros
con ocultistas y miembros de sectas de todo tipo. La “nueva era”, será el
tiempo en que el “eterno femenino” retornará y dominará. El hecho de que Helena
Petrovna Blavatsky y Annie Besant, las dos primeras presidentas de la Sociedad
Teosófica sean mujeres la confirma en la misma idea. El mismo Boullan
contribuye a aumentarle esa sensación con su insistencia en la Inmaculada Concepción
y el Vaticano, al convertirlo en dogma, se lo confirma Dedicará cuatro obras al
“tema femenino” entre 1894 y 1912. Es significativo que la primera obra místico–feminista
aparezca el año después de concluir “la guerra de los magos”… como si, dándose
cuenta de que ya no podía explotar más un tema, pasara a otros que parecía igualmente
polémico.
Todo esto, contribuye a elaborar un perfil de
Bois como escritor poco escrupuloso, ocultista con un bajo nivel de formación y
sin pertenecer a ninguna escuela particular, habituado a utilizar su “olfato
periodístico” para detectar temas que podían ser explotados comercialmente y
ser él mismo, promotor de sus obras, mediante episodios como “la guerra de los
magos”. Al colaborar con varias publicaciones importantes, era natural que
cualquier líder de una secta, le abriera sus puertas. Fue así como conoció a Boullan.
A partir de 1915 y hasta su muerte en 1943 en los
Estados Unidos, trabajará en el cuerpo diplomático. Su primer destino en esta
tarea fue, precisamente, España. Desde esa época no volvió a escribir ni sobre
ocultismo, ni sobre otros temas. Había encontrado otro medio de vida. En 1929
fue nombrado Oficial de la Legión de Honor por los servicios prestados a
Francia.
La “guerra de los magos”, en realidad, se
prolongó desde la condena de Boullan hasta la publicación del artículo de Jules
Bois. Era demasiado tiempo. Lo que había sido, inicialmente, una serie de agresiones
“fluídicas”, reales o supuestos, pasó luego a ser una lucha de ataques y
contraataques de unos contra otros, en medios de prensa, para transformarse
finalmente en un combate material expresado a través de dos duelos.
En las semanas anteriores a estos duelos, en los
corrillos parisinos interesados por lo paranormal se comentaban las “novedades”
del ambiente ocultista y neo-espiritualista. Se decía que los ocultistas de
“Papus” y los neo–rosacruces de Wirth, Peladan y De Guaïta habían asesinado
“mágicamente” a Boullan. Era un rumor que, soto voce, cada vez corría
más rápido y, finalmente, terminó por superar los altos muros de los
interesados en el ocultismo. Jules Bois acusó públicamente, a través del
popular semanario Gil Blas, a Guaïta y a Peladan de haber “asesinado por
procedimientos mágicos” a Boullan.
Los rosacruces se defendieron afirmando que su
“condena a muerte iniciática”, implicaba solo al alma de Boullan, no a su
cuerpo y que no habían lanzado conjuro alguno para asesinarlo en su forma
física, sino solamente para condenar su alma en el post–morten y convertirla en
apestada y leprosa. Recordaban que los documentos en poder de Wirth demostraban
fehacientemente las relaciones de Boullan con el satanismo. Bois, nuevamente a
través del Gil Blas, respondió acusándolos a ellos de satanistas (en
realidad, era cierto que practicaban un “ocultismo de la mano izquierda” que
los teólogos católicos consideraban “satánico”), mientras describía a Boullan,
como un pobre sacerdote excomulgado, que no era nada más que un sincero
buscador de la verdad.
Pero cuando el jefe del conventículo neo–rosacruciano
ya no pudo más fue cuando Jules Bois le acusó de amagar el golpe al publicar
que la condena a Boullan era solamente a su alma. Bois escribió: “Pero cuando
llega el momento de defenderse de esta sospecha de satanismo, el señor de
Guaïta da marcha atrás e intenta una maniobra de distracción. Cambia de
terreno, abandona la discusión, deja la pluma y toma la espada, que cree más
segura”... En realidad, tras el primer artículo de Bois, Guaïta renunció a
extender la polémica y quiso cortarla con la vía directa, enviando sus padrinos
a Bois. Pero fue, en ese momento, cuando Bois le acusó implícitamente de dar
marcha atrás, Guaïta ya no pudo más y envío sus padrinos al periodista. Estos,
como quería el ritual de la época, le preguntaron si retiraba sus palabras: “Pues
bien, puedo responderle en voz alta que, sostengo que persiguió con odio
implacable a ese viejo que ya no existe [Boullan], y yo estaré delante de
Stanislas de Guaïta, en el prado, con la misma audacia”. Huysmans que, entonces
estaba ya de vuelta a la senda cristiana, se vio también afectado por la
polémica. Guaïta le envió sus padrinos que, en este caso, obtuvieron disculpas
afirmando «que nunca había pensado en discutir el carácter de perfecto caballero
del señor de Guaïta »
De los dos duelos aceptados el primero tuvo lugar
con Guaïta. Habían elegido la pistola en un lugar apartado, en el Tour de
Villebon. Bois llegó tarde. Uno de sus padrinos, el también periodista Paul
Foucher, sobrino de Víctor Hugo, se sorprendió cuando aquel le dijo: “Verás
como ocurre algo muy singular. En ambos bandos nuestros partidarios están
orando por nosotros y practicando conjuros”. No era para menos. En las
inmediaciones de Versalles uno de los caballos en el que viajaba Bois, se
detuvo temblando. No hubo forma de hacerlo tirar el landó. Veinte minutos
después, reemplazándolo pudieron seguir el largo recorrido. Cuando tiene lugar
el duelo, la bala de la pistola de Guaita queda encasquillada, a pesar de
haberse visto y oído la detonación. La bala de Bois, por su parte, se pierde en
la lejanía, a pesar de ser un tirador experimentado. No ha habido derramamiento
de sangre y todos pueden darse por satisfechos. Pero los rumores sobre el duelo
se extienden: ¿habían tenido éxito los conjuros y llamamientos a una
intervención sobrenatural que detuvo la bala y paralizó el caballo de Bois? ¿se
había alterado la trayectoria de la bala disparada por Bois contra Guaïta por
procedimientos mágicos?
Tres días después, estos rumores se
centuplicaron. Entonces debía tener lugar el duelo entre Bois y Papus. Esta vez
el duelo es a espada. La peripecia de Bois no es menor que en el anterior
duelo: uno de los caballos de su transporte cae muerto. Lo sustituyen y, por
segunda vez, otro caballo, cae también muerto y arrastra al landó que vuelca.
Bois llega al campo del honor, visiblemente magullado. Papus es un consumado
espadachín que, en pocos minutos, infringe una herida leve en el brazo a Bois.
El duelo se interrumpe cuando su sangre toca el suelo. “El diablo –dijo el
padrino de Bois, Foucher– realmente parece estar involucrado”.
[1] Curiosamente,
algunas de sus tesis fueron recuperadas pocos años después de su muerte por el
teólogo jesuita Teilhard du Chardin.
