Hace unos años traduje este artículo que me llamó poderosamente la atención sobre una organización que nunca me había interesado particularmente: el Ku Kux Klan. He pensado muchas veces en este artículo y aprovecho la ocasión para formular la pregunta que me parece más interesante sobre una organización estereotipada: ¿Estarías dispuestos a cambiar tus puntos de vista sobre algo si te demostraran que son erróneos? Antes de contestar, mejor que leáis el artículo. Fue publicado por primera vez en el número 37 (verano de 1993) de Anarchy : A Journal of Desire Armed. El autor –un anarquista de primer plano en los EEUU– muestra que el Klan de los años 20 era una fuerza radical en la política americana y que no eludía aliarse con los socialistas, los sindicalistas, las feministas y los movimientos de extrema–izquierda. Una historia fascinante de un proto–tercerismo a la americana.
En este artículo se
presentan algunos aspectos sorprendentes del Ku Klux Klan de los años 20, el
único período en el que fue un movimiento de masas. De ninguna manera debe
considerarse este trabajo como una aprobación de algunos aspectos de la
ideología o de la acción del Klan en este período. Sin embargo, la naturaleza freak
del Klan contemporáneo no debe hacernos olvidar lo que ocurrió hace 70 años, a
menudo incluso contra la voluntad y la ideología del mismo Klan.
En los EEUU, el
racismo es ciertamente uno de los fenómenos más extendidos. El Ku Klux Klan de
los años 20 fue uno de los dos o tres movimientos sociales más importantes del
siglo XX y, seguramente, el más ignorado. Estos dos puntos son el indispensable
prefacio del trabajo que sigue.
A principios de 1924,
Stanley Frost describía el Klan en el apogeo de su potencia con estas palabras:
“El Ku Klux Klan se ha convertido en la estructura más importante, la más
vigorosa y la más activa de las existentes fuera del mundo de las empresas”
(1). Según las fuentes, los efectivos del KKK oscilaban entre dos y ocho
millones de afiliados (2).
Y, sin embargo, la naturaleza de este movimiento ha sido ampliamente inexplorado o incomprendido. En la literatura más bien escasa sobre el tema, el fenómeno KKK es habitualmnete descrito simplemente como una forma de “nativismo”. En el léxico de los historiadores ortodoxos, el término hace referencia a un racismo irracional y arcaico endémico entre las clases pobres y poco ilustradas que reaparecen periódicamente y con violencia. El libro de Emerson Loucks The Ku Klux Klan in Pennssylvania : A Study of Nativism, es un ejemplo típico de esta visión de las cosas. Su prefacio empieza así: “La renovación del KKK y su historia agitada no son más que capítulos del nativismo americano”, el primer capítulo lleva por título “Los inicios del nativismo” y en la conclusión de la obra nos enteramos de que “El nativismo ha desmostrado que era eterno” (3).
Kenneth Jackson, en
su libro The Ku Klux Klan in the City,
ha sido uno de los raros comentaristas que superan la tesis del nativismo y a
cuestionar los estereotipos habituales relativos al Klan. Afirma así que “El
Imperio Invisible de los años 20 no era mayoritariamente sudista, ni rural, ni
compuesto por supremacistas blancos, ni siquiera violento” (4). Carl Degler
corrobora el no–sudismo: “De manera significativa, la única ley de la que se
está seguro que fue votada bajo la presión del Klan es la ley escolar de
Oregón. El Estado más influenciado por el Klan era el de Indiana y el que
contaba con mayor número de miembros del KKK era el de Ohio. Por otra parte, en
algunos Estados del sur como Missisipi, Virginia o Carolina del Sur, el Klan
apenas estaba presente” (5). Las estadísticas de Jackson muestran
claramente que el Klan tuvo su base social en el norte de los EEUU y no en el
sur, ya que solamente un Estado del Sur, Texas, estaba presente entre los ocho
Estados que contaban con mayor número de afiliados (6). Igualmente, todo su
libro demuestra que el Klan es un fenómeno urbano y que las diez principales
zonas urbanas con mayor presencia del Klam es un fenómeno urbano y que las diez
principales zonas urbanas con mayor presencia klanista eran mayoritariamente
industriales y son todas, salvo una, en el norte. Se trata, en orden
decreciente de Chicago, Indianápolis, Filadelfia–Camden, Detroit, Denver,
Portland, Atlanta, Los Angeles–Long Beach, Youngstown–Warren y Pittsburgh–Carnegie
(7).
La idea del KKK como
una organización esencialmente racista es de la misma manera cuestionada por
Jakson, al igual que por Robert Moats Miller: “En numerosas zonas donde el
Klan era poderoso, la población negra era insignificante y es probable que
incluso si ningún negro hubiera vivido en los EEUU, una estructura como el
Klan, sin embargo, habría aparecido” (8). Y Robert Duffus, en el número de
junio de 1923 de World’s Week, concedía
que “Si la situación racial contribuye a un estado de espíritu favorable al
klanismo, curiosamente no es determinante en su desarrollo” (9). El Klan,
de hecho, intentaba organizar la “división de colores” en Indiana y en otros
Estados para sorpresa de la historiadora Kathleen Blee (10). Degler, que
considera erróneamente que el “vigilantismo” constituyó el corazón de la acción
del Klan admite que sus violencias –cuando tuvieron lugar– “eran más a
menudo dirigidos contra los protestantes blancos y los anglosajones que contra
los miembros de las minorías étnicas” (11).
Esto nos lleva al
cuarto y último punto de la tesis de Jackson, es decir que el Klan no era
fundamentalmente violento. De nuevo sus conclusiones parecen válidas a pesar de
las imágenes habituales de un Klan acepto del terror y los linchamientos. Los
disturbios raciales de 1919 en Saint Louis, Chicago y Washington tuvieron lugar
antes de que el Klan fuera implantado en estas ciudades (12) y en 1920, cuando el
Klan alcanzó el máximo de su poder, el número de linchamientos en los EEUU
había caído a la mitad de la media anual de la pre–guerra (13) y a una fracción
aún más débil de la media que tuvo lugar en la inmediata posguerra. Preston
Slosson pudo escribir: “Por una curiosa anomalía, mientras que el Ku Klux
Klan renacía, la vieja costumbre americana del linchamiento desaparecía casi
completamente” (14).
Una lectura de los
diarios conservadores Literary Digest y
del liberal The Nation en los años
1922–1923 permite revelar diversos procesos en los cuales el Klan fue acusado
de violencias que no había cometido y fue privado de sus derechos de manera
inconstitucional (15). Sus adversarios comprendían frecuentemente los establishments de los Condados o de los
Estados y están lejos de ser víctimas impotentes y mansas.
Si el Ku Klux Klan, entonces
no es ni sudista ni rural, ni racista, ni violento, ¿cuál es pues la verdadera
naturaleza de esta extraña fuerza que adquirió tan rápida y tan espontáneamente
tanto poder a principios de los años 20 y que declinó tan pronto a partir de
1925? La respuesta “nativista” ortodoxa avanza que se trata de un ejemplo de
los esfuerzos fútiles, sin continuación, periódicos, irreflexivos y
reaccionarios de las clases sociales inferiores para oponerse al progreso. Un
“neo–nativismo”, teniendo en cuenta los trabajos de Jackson admiten incluso que
el racismo y la violencia no son determinantes aun manteniendo el punto de
vista recurrente sobre la voluntad de restaurar una versión derechista del
pasado.
Pero un estudio serio
y en profundidad del Klan hace dudar de la veracidad de estas tesis pues el
militantismo y las actividades progresistas han precedido a menudo, coincidido
o seguido a las campañas importante del KKK y han incluido a los mismos
participantes. Oklahoma, por ejemplo, conoció durante diez años el ascenso con
fuerza y luego la decadencia de las secciones más importantes del Partido
Socialista y la creación de uno de los Klanes más poderosos (16). En el Condado
de Williamson, en Illinois, durante una huelga en una mina de carbón, una masa
de agitadores racialmente mezclados, mataron a veinte no huelguistas. Las
autoridades locales apoyaban a los mineros y rechazaron perseguir a ninguno de
los participantes en lo que se llamó la “Masacre de Herrin” que aterrorizó a
los EEUU. En los dos años que siguieron, Herrin y el resto del Condado de
Williamson se convirtieron en una plaza fuerte del Klan (17). En 1929, las
huelgas violentamente reprimidas de los obreros textiles de las estribaciones
sur de los Apalaches, una de las luchas obreras más duras del siglo XX,
tuvieron lugar en las ciudades donde el KKK tenía una fuerza extremadamente
importante (18). Los obreros de la empresa neumática de Akron que fueron los
primeros en utilizar de forma masiva, a principios de los años 30, la técnica
reivindicativa del sit–down eran en
su mayor parte miembros de la importante sección del Klan de esta ciudad (19),
o venían de los Apalabres donde el Klan era igualmente fuerte. En 1934, el
Southern Tenant Farmer Union, un sindicato multirracial y muy militante fue
constituido y sufrió la violencia de las milicias de los grandes propietarios y
la indiferencia de los obreros de las ciudades donde los más activos de sus
miembros eran antiguos “hombres del klan” (20). Igualmente, se ha observado que
los más militantes de los miembros de la United Auto Workers eran miembros del
KKK (21).
La clave de todos
estos ejemplos de una lealtad aparentemente disparatada es una. Como voy a
demostrar, no solamente algunos klansmen tenían ya ideas sociales
avanzadas cuando se unieron al “Imperio Invisible”, pero además utilizaron a
esta organización como un vehículo para los cambios sociales radicales.
El ascenso del Klan
se inicia con la importante depresión económica del otoño de 1920. En el sur,
granjeros desesperados organizados bajo la bandera del KKK intentaron hacer
subir el precio del algodón restringiendo los stocks puestos en venta. “Del
otoño de 1920 al invierno de 1922, bandas de encapuchados recorrieron los campos
exigiendo almacenes y sociedades del tratamiento del algodón que cerrasen los
precios al alza y prendieron fuego a las empresas que se negaron” (22). Estas
fueron las acciones que lanzaron al Klan al nivel nacional.
La dirección del KKK “desaprobó
y en apariencia desaprueba” (24) este activismo económico agresivo y es
interesante señalar que hubo tensiones y oposiciones entre los dirigentes y los
simples afiliados. En 1933, en una Casa de los Sindicatos en el Sur, Sherwood
Anderson cuestionó a un periodista local sobre la utilización del Klan en
luchas económicas: “Esta Casa de los Sindicatos era utilizada en ocasiones
por el Ku Klux Klan y yo pregunto al periodista: – ¿Cuántos trabajadores del
textil pertenecen al KKK?, – Un buen número, me respondió. Pensaba que el Klan
había sido un arma para los trabajadores cuando los EEUU eran tan prósperos”
(25). Los dirigentes del Klan no pusieron nunca el énfasis en la vertiente
socialmente contestataria, pero fue este el que atraía más a sus miembros,
incluso por encima del patriotismo, la religión o la fraternidad (26).
Esto no quiere decir
que no hubiera una multiplicidad de razones para el ascenso del Klan. Existía
en aquella época un sentimiento ampliamente extendido de que la “Gloriosa
Cruzada” de la Primera Guerra Mundial hacía sido una estafa. La monotonía y el aburrimiento que regulaban la vida
de los trabajadores también jugaron también su
papel. Y muchos miembros del Klan mostraron a menudo más interés en
combatir lo que consideraban como las causas de la inmoralidad que sus
manifestaciones mismas.
Hiram Evans, uno de
los dirigentes del Klan, admitió en 1923, en uno de las raras entrevistas
concedidas a la prensa explica que “hay un sentimiento ampliamente extendido
entre los miembros del Klan que consideran que las acciones del gobierno
federal de los últimos años han demostrado una debilidad que indica la
necesidad de una reforma fundamental” (34). En 1923, la carta de un lector
publicada par The New Republic precisaba
esta necesidad de cambios profundos. Escrita por un opositor al Klan llevaba
como título “¿Por qué el Klan?” e indicaba: “En primer lugar, en todas las
clases existe un escepticismo creciente respecto a la democracia, especialmente
en su versión americana. Numerosos americanos ya no creen en la justicia de los
tribunales, estiman que un pobre tiene pocas posibilidades frente a un rico,
que numerosos jueces compran su cargo o son desplazados por lobbies. La joven
generación sale de escuelas dispuesta a jugar su papel de ciudadano, pero con la
convicción de que no puede nada contra el sistema y que éste se encuentra
completamente corrupto. Otro tanto ocurre en las fábricas en donde los
trabajadores constatan como los mineros en Virginia Occidental, que el Estado
está siempre de parte de los patronos” (35).
En los libros
publicados sobre el Klan, prevalece en no tratar su base social o definirla
como pequeño–burguesa. Esto permitió a John Mecklin cuya obra Ku Klux Klan : A Study of the American Mind
(1924) está considerada como un clásico, escribir que “El klanismo de base
tiene más simpatías por el capital que por los trabajadores” (36). Haciendo
este análisis prosigue basando su estudio sobre los dirigentes y no sobre la
base militante. William Simmons, D.C. Stephenson e Hiram Evans que dirigieron el
KKK en los años veinte eran un pastor, un comerciante de carbón y un dentista,
pero los simples miembros de base distaban mucho de ser “pequeños burgueses”.
Kenneth Jakson admite
parcialmente el error definiendo al Klan como un “movimiento de los estratos
inferiores de la pequeña burguesía” (37) una afirmación vaga que corrige
rápidamente escribiendo: “El principal apoyo del Klan venía de los obreros
no sindicados de las grandes empresas y de las grandes fábricas” (38).
Para volver sobre el
tema de las aptitudes socio–políticas de los miembros del Klan, hay pruebas
evidentes confirman mi tesis de un estado de espíritu radical. En la primavera
de 1924, la revista The Outlook
organizó un sondeo sobre las preferencias políticas de sus lectores. 1.139 se declararon
a favor del KKK, entre estos 490 eran de origen republicano, 97 demócratas y
552 independientes. 243 de los sondeados que habían respondido a favor del Klan
eran mujeres y otros 700 habían indicado su profesión, 290 eran obreros
especializados y 115 aprendices, los otros eran empleados de ferrocarriles,
campesinos y comerciantes. Y estos sondeados tomaban ampliamente partido –en un
porcentaje que iba del 80 à 90 %– por medidas radicales como la nacionalización
de los transportes, las ayudas del Estado a los agricultores, un apoyo del
precio del trigo por el Estado, igualdad de derechos para las mujeres, el fin
del trabajo para los niños, una ley anti–linchamiento, la creación de una
oficina federal de ayuda a los parados, ayudas a la educación, nacionalización
de las minas, etc.
The Outlook,
evidentemente no quedó satisfecho con los resultados del sondeo y caracterizó a
los miembros del Klan como individuos “queriendo ir por delante, adeptos del
radicalismo y del progresismo”. El Klan declinó rápidamente en los años que
siguieron al sondeo y esto dio la razón al editor de The Outlook que precisaba
que este sondeo era el único relaizado que daba una idea de la opinión real de
los miembros del KKK (42).
Esto permite
comprender, por ejemplo, como fue posible para el Klan y el Partido Socialista
formar una alianza electoral en 1924 en Milwaukee para hacer elegir a John
Kleist, un socialista y un klansman en la Corte Suprema de Wisconsin (43).
Robert O. Nesbitt percibió, en el Wisconsin “una tendencia de los
socialistas de origen germánico, cuyos rezos se oponían al clero católico, a
unirse al Klan” (44). El populista Walter Pierce fue elegido gobernador de
Oregón en 1922, por agricultores protestatarios apoyados por el Klam y el
Partido Socialista. Los candidatos del Klan prometían reducir los impuestos a
la mitad, reducir el coste de las comunicaciones telefónicas y ayudar a los
agricultores en peligro (45). Un estudio reciente sobre el Klan de La Grange en
Orégon muestra que “jugó un papel importante en el apoyo a los huelguistas”
durante la huelga nacional del personal de ferrocarriles en 1922 (46).
De hecho, a pesar de
la idea que se tiene actualmente de un KKK contrario a los trabajadores, el
Klan era frecuentado por los militantes obreros. Un artículo de agosto de 1923
del World’s Work describió la importante simpatía de los trabajadores de Kansas
hacia el Klan durante la huelga nacional de ferroviarios en 1922: “Se
precipitan en gran número en las filas del Klan” (47).
Charles Alexander quien
escribió la reputada obra The Ku Klux Klan in the Southwest, aunque
suscribe la tesis del KKK como estructura anti–obrera confiesa su incapacidad
para aportar elementos a favor de esta y admite que no descubrió más que dos
casos de enfrentamiento entre el Klan y los sindicalistas (48). Escribiendo
sobre Oklahoma, Carter Blue Clark admite que las “violencias contra los Industrial
Workers of the World o los grupos de radicales urbanos o rurales eran raros”
(49) y si bien censa 68 incidentes violentos en los cuales el Klan toma parte,
solamente dos oponen al KKK con sindicalistas o progresistas.
El estudio de Goldberg
sobre el Klan en Colorado muestra que “a pesar de que en las huelgas de
minero de 1921, 1922 y 1927, el papel de los mineros de origen extranjero fue
importante, pero nunca el Klan invocó el peligro rojo”. Durante la huelga
dirigida por los Industrial Workers of the World en 1927, el Klan de Canon City
formó incluso una alianza con el IWW contra su enemigo común, la élite
dirigente (51).
Virgina Durr, que fue
uno de los dirigentes del Progressive Party d’Henry Wallace en 1948 se acordaban
del Klan de los años veinte en la región de Birmingham: “Los sindicatos
estaban hundidos… Así el Ku Klux Klan fue constituido entonces como una especie
de sindicato clandestino. Esto puede parecer imposible a los que no lo han
vivido y que prefieren decir ‘el Klan está contra los sindicatos’. Pues bien,
no, es falso, el Klan los sostenía” (52).
Gerald Dunne descubrió
que “el 90% de los sindicados de Birmingham eran además miembros del KKK”
(53) y que el Klan en aquel Estado atacaba violentamente a la Alabama Power
Company y a la influencia de los bancos, aun haciendo campaña por el control
por parte de los ciudadanos de los proyectos del Estado y para el seguro médico
gratuito (54).
En los años veinte,
la dirección de la United Mine Workers, corrupta e inerte, estaba
presidida por el autocrático John L. Lewis. Los miembros del Klan afiliados al
sindicato –posteriormente la doble militancia fue prohibida por el sindicato en
1921– formaron una coalición con elementos de izquierda en el congreso de 1924
a fin de luchar por la democracia en el sindicato: “Así los radicales, con
la ayuda de los miembros de la Orden de la capucha, intentaron expulsar a Lewis
del poder para nombrar responsables locales” (55). Aunque este intento
fracasó, “sus partidarios dirigidos por Alexander Howat y apoyados por los
miembros del Ku Klux Klan que ejercían un lobbying eficaz sobre la convención,
consiguieron llevar en un primer momento a votación sobre la cuestión de Lewis quedando
éste en minoría” (56). Aunque los dirigentes de los sindicatos hayan
prohibido la adhesión a este, numerosas fuentes muestran que numerosos
sindicados eran también miembros del Klan. McDonald y Lynch, por ejemplo, estiman
que en 1924, el 80% de los adheridos del Distrito 11 de la UNM (Indiana) eran
también miembros del KKK. Un estudio de los votos emitidos en el congreso de
1924 de la UNM va en el mismo sentido. Las zonas donde el KKK era poderoso como
Indiana, Illinois y Pensylvania fueron los que dieron más votos opuestos a Lewis
(58).
El relato oral de Aaron
Barkham, un minero de Virginia Occidental, es una ilustración perfecta del Klan
como vehículo de la guerra de clase y de la razón de su denuncia por los
dirigentes de la UNM. En razón de su importancia, merece ser citado entero:
“Hacia 1929, en el
condado de Logan, en Virginia Occidental, los rompehuelgas llegaron con armas
de fuego y atacaron las reuniones sindicales. La UNM se hundió rápidamente y se
disolvió. No volvió a existir más que en 1949. Algunos mineros se asociaron y
formaron un grupo local del Ku Klux Klan.
El Ku Klux Klan era
el verdadero dueño de la ciudad. Mantuvo su pleno poder hasta 1932. Mi padre
fue uno de los dirigentes hasta su muerte. La empresa fue obligada a llamar al
ejército para intentar, en vano, romper al KKK El sindicato y el KKK eran
entonces lo mismo.
El superintendente
de la mina tuvo la idea de endurecer la disciplina. Fue encerrado con otros
diez cuadros superiores en un vagón frigorífico. No los mataron, pero jamás
regresaron. En otra ocasión, los klanistas azotaron a un capataz y lo
expulsaron del Condado. Le dieron doce horas para abandonarlo con su familia.
La UMW tenía un
delegado sindical para la mina, era un jurista. Lo acusaron de traicionar los
intereses de los trabajadores y lo cubrieron de pelo y pluma.
El Ku Klux Klan estaba formado para defender a los que querían vivir decentemente, tanto negros como blancos. La mitad del personal de la mira era de raza negra. Los negros ejercían las mismas responsabilidades que los blancos y recibían la misma paga. El pastor de nuestra comunidad era también miembro del Klan. El Klan era la única protección de la que disponían los trabajadores” (59).
¿Por qué los raros estudios de los que se dispone sobre el Klan dan una visión tan diferente de éste? Principalmente porque se han negado a estudiar la base y considerarla como un fenómeno histórico. Naturalmente, no se puede escribir que el Klan de los años veinte estaba exento de intolerancia o de injusticia. Hay algo de realidad en la descripción del Klan como un momento del populismo agrio, de desilusiones fermentadas. Pero es también exacto que cuando numerosos individuos del Sur y del Norte se unieron al KKK, no lo hicieron por salvajismo racista.
El retorno a una relativa prosperidad y las disensiones internas entrañaron el
declive del KKK después de 1925. Donald Crownover en su estudio sobre el Klan en
el Condado de Lancaster en Pensylvania muestra los vanos esfuerzos realizados
para crear estructuras que se opusieran a la prevaricación reinante en la
dirección del Imperio Invisible y que entrañó su desaparición y su reducción a
una estructura política paródica y caricaturesca (60).
John Zerzan
Notas :
1 – Stanley Frost, The Challenge of the Klan (Nueva York, 1969), pág. 1.
2 – Entre cinco y seis millones es probablemente la estimación más acertada. Morrison y Commager hablan de seis millones en The Growth of the American Republic (New York, 1950), vol. II, pág. 556. Jonathan Daniels piensa que el Klan tuvo 100.000 adheridos en 1921 y 5.000.000 en 1924, en The Time Between the Wars (Garden City, New York, 1966), pág. 108.
3 – Emerson Loucks, The Ku Klux Klan in Pennsylvania : A Study of Nativism (New York, 1936), págs. vi, 1, 198.
4 – Kenneth Jackson, The Ku Klux Klan in the City, 1915–1930 (New York, 1967), pág. xi.
5 – Carl Degler, A Century of the Klans : A Review Article, Journal of Southern History (Noviembre 1965), págs. 442–443.
6 – Jackson,op. cit., pág. 237.
7 – Ibid., pág. 239.
8 – Robert Moats Miller, The Ku Klux Klan, en The Twenties : Change and Continuity, John Braeman, Robert H. Bremner et David brody, ed. (Columbus, 1968), pág. 218.
9 – Robert L. Duffus, How the Ku Klux Klan Sells Hate, World’s Week (June, 1923), pág. 179.
10 – Kathleen M. Blee, Women of the Klan (Berkeley, 1991), pág. 169.
11 – Degler, op.
cit., pág. 437.
12 – William Simmons,
dirigían el Klan en 1921, testimonia, sin ser desmentido, que los disturbios
raciales posteriores a la guerra en Washington, East St Louis y Chicago tuvieron
lugar antes que hubiera un solo miembros del Klan en estas ciudades. Véase Hearings
Before the Committee on Rules : House of Representatives, Sixty–Seventh
Congress (Washington, 1921), pág. 75.
13 – Daniel Snowman, USA
: the Twenties to Viet Nam (London, 1968), pág. 37.
14 – Preston W.
Slosson, The Great Crusade and After (New York, 1930), pág. 258.
15 – Ver Literary
Digest : Quaint Customs and Methods of the KKK (August 5, 1922); A
Defense of the Ku Klux Klan (January 20, 1923), especialmente las páginas
18–19; The Klan as the Victim of Mob Violence (September 8, 1923), pág.
12; The Nation : Even the Klan has Rights (December 13, 1922), pág. 654.
16 – Ver de Garin
Burbank, Agrarian Radicals and their Opágs.onents : Political Conflicts en
Southern Oklahoma, 1910–1924, en Journal of American History (Junio 1971).
17 – Ver Paul M.
Angle, Bloody Williamson (New York, 1952), especialmente las páginas 4, 21, 28–29,
137–138.
18 – Ver de Irving
Bernstein, The Lean Years : A History of the American Worker, 1920–1933
(Baltimore, 1966), págs. 1–43.
19 – Jackson, op.
cit., pág. 239. Akron llegaba en octava posición en las ciudades de los
EEUU por el número de adhesiones del KKK.
20 – Ver de Thomas R.
Brooks, Toil and Trouble (New York, 1971), pág. 368 y de Jerold S.
Auerbach, Labor and Liberty : The LaFolette Committee and the New Deal
(Indianapolis, 1966), pág. 38.
21 – Irving Howe y
B.J. Widick, The UAW and Walter Reuther (New York, 1949), pág. 9.
22 – John Higham,
Strangers in the Land (New York, 1968), págs. 289–290.
23 – Donald A.
Crownover, The Ku Klux Klan in Lancaster County, 1923–1924, Journal of
the Lancaster County Historical Society (1964, n° 2), pág. 64.
24 – Higham, op.
cit., pág. 290.
25 – Sherwood
Anderson, Puzzled America (New York, 1935), pág. 114.
26 – Neil Herring,
militante progresista de los años 20 en carta al autor, Marzo 25, 1975.
27 – Miller, op.
cit., pág. 224.
28 – Frost, op.
cit., pág. 270.
29 – Arthur M.
Schlesinger, Jr., The Politics of Upheaval (Boston, 1960), pág. 45.
30 – Stanley Frost, Night–Riding Reformers, The Outlook (November 14, 1923); Behind the White Hoods : the Regeneration of Oklahoma, The Outlook (November 21, 1923).
31 – Robert K. Goldberg,
Hooded Empire : The Ku Klux Klan in Colorado (Urbana, 1981), pág. 23.
32 – Margaret Sanger,
An Autobiography (New York, 1938), págs. 366–367.
33 – Frost, op.
cit., pág. 86.
34 – Idem.
35 – Marry H.
Herring, The Why of the Klan, The New Republic (February 23, 1923), pág.
289.
36 – John Moffat
Mecklin, The Ku Klux Klan : A Study of the American Mind (New York,
1924), pág. 98.
37 – Jackson, op.
cit., pág. 240.
38 – Ibid., pág. 241.
39 – Pink Ballots
for the Ku Klux Klan, The Outlook (Junio, 25, 1924), págs. 306–307.
40 – Ibid., pág. 306–307.
41 – Ibid., pág. 306.
42 – Ibid., pág. 308.
43 – Jackson, op.
cit., pág. 162.
44 – Robert O.
Nesbitt, Wisconsin : A History (Madison, 1973), pág. 467.
45 – Georges S.
Turnbull, An Oregon Crusader (Portland, 1955), pág. 150. Promises and
Lies, Capital Journal (Salem, 31 octubre, 1922).
46 – David H.
Horowitz, The Ku Klux Klan in La Grange, Oregon, en The Invisible
Empire in the West, ed. Shawn Lay (Urbana, 1992), pág. 195.
47 – Robert L.
Duffus, The Ku Klux Klan in the Middle West, World’s Work (August,
1923), pág. 365.
48 – Charles
Alexander, The Ku Klux Klan in the Southwest (Louisville, 1965), pág.
25.
49 – Carter Blue
Clark, A History of the Ku Klux Klan in Oklahoma. Ph.D. Dissertation
(University of Oklahoma, 1976), pág. 115.
50 – Ibid., pág. 147
51 – Goldberg, op.
cit., págs. 122, 146.
52 – Virginia Durr,
Entrevista con Susan Trasher y Jacques Hall, 13–15 mayo 1975, University of
North Carolina Oral History Project.
53 – Gerald T. Dunne,
Hogo Black and the Judicial Revolution (New York, 1977), pág. 114.
54 – Ibid., págs. 116, 118, 121.
55 – Cecil Carnes, John
L. Lewis (New York, 1936), pág. 116.
56 – Ibid., pág. 114.
57 – David J.
McDonald y Edward A. Lynch, Coal and Unionism (Silver Spring, Md, 1939),
pág. 161.
58 – United Mine
Workers of America, Proceedings of the Twenty–Ninth Consecutive and Sixth
Buennal Convention (Indianapolis, 1924), pág. 686.
59 – Studs Terkel, Hard
Times (New York, 1970), págs. 229–230.
60 – Crownover, op.
cit., págs. 69–70.