lunes, 29 de noviembre de 2021

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: ¡VALE YA CON LAS ONDAS DE TERROR!

¿Qué son las “ondas de terror”? Son la repetición de noticias terroríficas que alternan intensidad con noticias tranquilizadoras. Cualquier experto en “operaciones psicológicas” sabe que esta práctica resulta mucho más efectiva, a la hora de crear traumatismos mentales y condicionar psicológicamente a la población que las noticias dramáticas repetidas constantemente. Su esquema es éste: “crisis – relajación tranquilizadora – nueva crisis – relación – más crisis – y así sucesivamente”. No hace falta demostrarlo: asistimos diariamente a la presentación de noticias envueltas con este formato. El resultado es inseguridad y terror instalado en amplios sectores de la población, alimentado por la santa alianza entre farmacéuticas, gobiernos y medios.

El volcán de Palma como paradigma real

Recordar el volcán de la Palma: ¿no habéis notado que las noticias sobre su “gravedad” y la intensidad de los temblores y el aumento de las emanaciones de gases, van seguidas, al día siguiente de noticias tranquilizadoras (la emisión de gases disminuye, los temblores son de menor intensidad, se ha abierto el aeropuerto de la isla…). Llevamos dos meses con esta alternancia de ciclos. Es un “baile” de información que desorienta a la opinión pública española y genera una sensación de inquietud insuperable en la isla.

Así puede entenderse que el puerto de Palma registre un número desmesurado de palmeros que huyen. Los medios, cada día, nos obsequian con declaraciones de vulcanólogos que comentan las noticias: unos días tranquilizan y al día siguiente, presentan la situación como extremadamente grave (y es posible que cada día encuentren motivos para afirmar una cosa u otra: pero también deberían decir que el análisis de un proceso natural no puede medirse por lo que ocurra de hoy a mañana, sino en períodos mucho más dilatados).

El efecto sobre la opinión pública variaría, si, desde el principio, se hubiera dicho que se iba a producir esta alternancia y se midieran los efectos del volcán con patrones exclusivamente científicos, en lugar de apelar al “pathos” (la emotividad y los sentimientos) tratando de generar en la opinión pública -especialmente en la isleña- una sensación de horror e incertidumbre sobre lo que puede ocurrir.

Pero, a fin de cuentas, el volcán de Palma es un fenómeno natural. Si los medios están tratando así la noticia es porque sus “rutinas” de información, desde los años 30, les llevan automáticamente por ese camino.

Un chicle que se ha estirado demasiado. Omicron.

En toda esta temática del virus, el procedimiento de las “ondas de terror” es mucho más visible (y grave) que en el caso del volcán de Palma. No, no somos “negacionistas”. No negamos la existencia del virus. Lo que sí negamos es: su gravedad extrema, la coherencia de las medidas aprobadas por los gobiernos, el rigor de las informaciones presentadas desde el primer momento a la opinión pública y la efectividad de las vacunas.

Vamos por la “sexta ola”. La variante del virus a la que hay que estar atento estos días, ha sido bautizada como “omicrón”. Omicron es una letra griega, que, literalmente, quiere decir “o pequeña”. Desde hace tres días, no se habla en los medios más que de esta “variante” del virus.

Se la ha definido como “virus africano”. Ha sido descubierto por una doctora afrikáner, desde Pretoria. ¿Sus síntomas? Antológicos: la doctora Angelique Coetzee los describe como un “dolor de cabeza, no acompañado por dolor de garganta, sino por una picazón a la altura de las amígdalas, sin tos, ni pérdida de gusto u olfato”. También aparecen síntomas de cansancio. La doctora vio que estos síntomas -que ella misma padeció- no correspondían con la variante Delta del virus: el test correspondiente le indicó que, tanto ella como su familia, dieron positivos. Pero sus síntomas eran “muy, muy leves”. La propia doctora en sus declaraciones a los medios, en un alarde de honestidad, no trató de exagerar la noticia. Indicó que “a pesar de encontrarse en el epicentro de la variante, la carga viral es extremadamente leve”. Añadió que nadie en Sudáfrica había sido hospitalizado y el panorama sanitario no había cambiado en el país. Esto es todo. Este es el foco originario de la noticia sobre la variante Omicron del Covid-19.

Cuando la noticia llega a los medios de comunicación, la variante Omicron se transforma en un riesgo terrorífico para la salud. Los gobiernos empiezan a prohibir los vuelos procedentes de Sudáfrica y los que han llegado -con pasajeros, efectivamente, portadores del virus- son aislados en hoteles. Aparecen “portavoces” de asociaciones con nombres altisonantes (Asociación Española de Vacunología, Asociación Española de Medicina Preventiva, y un largo etc) que nadie sabe ni lo que son, ni quienes están detrás, ni a quién representan, ni siquiera si existen, ni, por supuesto, su solvencia científica, pero cuyos “portavoces” adoptan aires didácticos y profesorales de suficiencia e imparten lecciones magistrales cuyo contenido es el mismo que el vertido de manera mucho más pedestre por la ministra de sanidad: “vacunar, vacunar y vacunar”.

La panacea universal hace un año, que no lo es tanto

Está bien eso de vacunarse. Pero, claro, mucho mejor es hacerlo cuando se conoce la efectividad de las vacunas. Ahora se nos dice que sus efectos no se prolongan más allá de cuatro o seis meses. Así pues, cuando hace exactamente un año, el gobierno fiaba el restablecimiento de la normalidad y la recuperación económica a la vacunación, debemos suponer que ignoraba que los límites de la efectividad. Y, consiguientemente, también la opinión pública los ignoraba: por tanto, acudimos a los centros de vacunación convencidos -eso era lo que se nos había dicho- que todo se resolvería cuando alcanzáramos la “inmunidad de rebaño” (pronto se cambió el término “rebaño” por el de “grupo”: la panacea era, pues, la “inmunidad de grupo”). Se nos dijo que con un 70% de la población vacunada, habríamos vencido al virus. ¿Y hoy? ¿qué nos van a contar los portavoces gubernamentales?

Lo cierto es que la opinión pública tiene la memoria corta. Reconozco que me vacuné de la primera dosis convencido de que la opinión de los “expertos” debía ser la correcta. Luego, tardé seis meses en vacunarme de la segunda dosis y solamente lo hice ante la posibilidad de trasladarme al extranjero y precisar el certificado de vacunación. Ya, por entonces, las estadísticas indicaban algo sorprendente: las “olas” del virus cada vez se expandían a mayor velocidad, pero la intensidad de las mismas y su mortandad era cada vez menor. La epidemia de gripe de 2018, con 15.000 muertos en tres meses había sido mucho más grave que la “segunda ola” del virus.

Con la variante Omicron se confirma esta tendencia. Y si esto es así -y el sentido común, indica que así es- la noticia sobre la variante sudafricana, ni siquiera debería de inquietarnos, ni habría motivos para que la noticia apareciera en los informativos, fuera de la República Sudafricana…

El cartel de las farmacéuticos mira a África (ta' to' pagao)

Pero, sin embargo, el tratamiento que dan los informativos a la noticia podría ser calificado como “pre-apocalíptico”. ¿Por qué? Hay dos motivos: uno de orden internacional y otro en clave nacional.

África tiene 1.216 millones de habitantes. Es el continente con menor tasa de vacunación. Y esto tiene su explicación: no es que allí no existan medios económicos para garantizar la vacunación de la población, sino que el virus allí ha tenido una incidencia bajísima. Lo que no ha sido obstáculo como para piadosísimas ONGs aprovecharan para distribuir publicidad mostrando a niños africanos demacrados que claman al cielo y piden ayuda.

¿Qué son 1.216 millones de africanos para un laboratorio farmacéutico? Respuesta: un mercado virgen para 1.216 millones de vacunas, multiplicadas por ¿tres, cuatro, cinco, seis? dosis, ¿una cada cuatro meses? ¿cada seis?… Cuando un “cartel” (en este caso el de las industrias farmacéuticas) tiene un mercado, este no se abandona ni siquiera cuando está saturado. Y, por cierto, lo importante para un producto-estrella, la vacuna anti-covid, es ir abriendo mercados. No hay problema, porque está todo pagado: que nadie lo dude, la vacunación de los 1.216 millones de africanos correrá a nuestra cuenta…

Tiene gracia que hoy mismo, nos hayamos despertado con otra noticia sobre el virus. El 5 de noviembre pasado, la revista Nature en su suplemento dedicado a la salud oral, destacaba las “conexiones entre la salud bucodental y la gravedad del Covid-19”. Hoy, la noticia ha quedado confirmada y TVE nos la ha servido en el desayuno. Al parecer las multinacionales de productor para la higiene dental, también quieren aprovechar el “tirón” del Covid para aumentar beneficios.

Son los efectos de la dictadura del clan de las corporaciones farmacéuticas. Tienen el poder del dinero y, por lo tanto, compran a buen precio la carne de políticos ignorantes que no tienen ni la más remota idea de sanidad y a los que no preocupa nada más que el estado de su cuenta corriente en algún paraíso fiscal, a directores de informativos y a profesionales sin muchas ganas de tocar pacientes y ejercer su profesión, pero si de pontificar en medios.

Podemos pensar lo que ocurrirá cuando el cartel de las empresas jugueteras quiera dar el pelotazo final para la promoción de sus productos. Imaginemos los titulares: “La ausencia de peluches aumenta las posibilidades de sufrir alzheimer”, o este otro: “los trastornos mentales aumentan en personas que no utilizan juguetes infantiles”, seguido del más tranquilizador: “Un peluche aumenta las posibilidades de socializarse, incluso de ligar a cualquier edad”. ¿Cuánto tardarían gobiernos y medios, convenientemente “engrasados”, en participar en una campaña así? La ministra de igualdad recomendaría un peluche asexuado en cada casa. La de salud, “peluches, puleches y peluches”. El de consumo: “peluches en cada casa y un peluche para cada miembro de un hogar”. Y el de economía: “mejor dos, tres, incluso cuatro peluches en cada casa”. Y el inefable presidente del gobierno mostraría su mejor talante solidario animando a comprar peluches para que en el último rincón de África no haya un anciano sin uno… Todo sea, por su “salud mental”.

El Covid en clave nacional

Hablando del gobierno: alega que, gracias a la vacunación, España está “mejor posicionada” que otros países europeos ante la sexta ola. Incluso que eso se debe a la alta tasa de vacunación en España… que, por cierto, es muy similar a la de los países europeos que en estos momentos están teniendo los casos más altos de covid y han aumentado restricciones.

Hoy, empezamos a intuir que las cifras que nos presentan son extrapolaciones de casos registrados en los hospitales y de test PCR aleatorios realizados. Cuantos más test se realizan, más casos se encuentran… Obvio, especialmente en invierno, porque el PCR no distingue entre “infecciones” provocadas por el Covid o por un simple resfriado…

Hoy, gracias al Covid se puede explicar todo en España: ¿Qué la economía va mal? No es por culpa de la estructura económica de España basada en turismo y construcción o por la falta de previsión y/o planificación, o por el desmadre de las taifas autonómicas: es por el virus. ¿Qué hay manifestaciones y descontento en la calle? Es por la persistencia del virus. ¿Qué aumentan los casos de Covid? Es por culpa de los “negacionistas” no vacunados. ¿Qué perdemos competitividad? Eso se resuelve con la “inmunidad de grupo” que se alcanza, justo cuando todos, sin excluir ni uno, estemos vacunados…

Al gobierno español -el que registra peores cifras económicas en toda la UE y que muestra un mayor nivel de endeudamiento, con una inflación desbocada y un gobierno que incapaz de construir unos presupuestos realistas- le interesa encontrar una explicación fácil que sea aceptada por los últimos españoles que ven TVE y los canales generalistas. El Covid es la coartada para cubrir la incompetencia del pedrosanchismo.

¿Certificado digital? Contra el certificado digital

Queda hablar del “certificado digital Covid”. De la misma forma que no existe un certificado digital para los vacunados de paperas, no hay ninguna razón para que se exija en gimnasios, transportes, restaurantes y demás, la certificación de estar vacunado y, mucho menos, cuando hay ya se sabe que estarlo y no estarlo, no varían excesivamente la situación a la vista de que los efectos de la vacuna van “disminuyendo” desde el momento en el que se administra y no se puede afirmar exactamente el momento en el que el portador del virus se convierte de nuevo en una bomba-covid ambulante…

Puedo obtener el “certificado” en cualquier momento, porque recibí las dos dosis (dosis que tengo la convicción de que no sirven para mucho más de lo que puede servir una aspirina, un paracetamol o un coñac con huevo, incluso un café con anís Machaquito). Pero no estoy dispuesto a que amigos y familiares que han decidido, consciente y racionalmente, no vacunarse, sean discriminados cuando salimos de bares, de copas o de fiesta.

Hoy sabemos que eso de la “inmunidad de rebaño” era un mito. Hoy sabemos que lo que nos vendieron hace un año como “panacea universal” ante el virus, no es tal. Hoy sabemos, incluso, que la nueva variante Omicron no pasa de ser una gripe estacional, muy leve. Y hoy, ya no hay duda de que el cartel de las farmacéuticas, aprovechando la ignorancia y la ambición de la clase política, lleva dos años generando “ondas de terror” (ahora va bien, ahora va mal, ahora vuelve a ir bien, ahora se tuerce…).

Hay que apearse y decir: hasta aquí hemos llegado. Aquí nos paramos: “se ha acabado”.

Nunca volver allí donde han discriminado a algún amigo o familiar por no estar vacunado.

Nunca más votar por opciones políticas que no han alzado su voz para exigir que acabe esta innoble mascarada de las “olas de terror”.

Nunca más suscribirme, leer, ni comprar, ni siquiera escuchar, medios que persistan en difundir los absurdos que se están repitiendo desde hace dos años y que siguen circulando una y otra vez como “verdades reveladas” e indiscutibles.

¡Basta ya con las “olas de terror”! ¡Basta ya de explotar sistemáticamente el binomio credulidad-miedo!