La psicología de la militancia joven del MSI
Si tal era el
análisis que este sector del MSI realizaba del “movimiento del 77” y los
instrumentos que estaban a su disposición (una constelación de nuevas
publicaciones y un interés, aparentemente inédito hasta ese momento, por las
problemáticas que en ese momento ocupaban el centro del debate social) falta
ahora conocer el estado de ánimo de aquel grupo juvenil.
En una República
fundada sobre el anti-fascismo, la existencia de un partido como el MSI no
podía ser sino marginal, un punto y aparte en la política italiana, con
imposibilidad de insertarse completamente en el marco constitucional y
destinado a ocupar el papel del “malo de la película” que une al resto de
actores protagonistas en su contra. A diferencia del Partido Comunista Italiano
que era, a fin de cuentas, uno de los puntales de un régimen nacido y
legitimado en buena medida en la Resistencia, de la que fue sin duda componente
principal, el MSI había nacido desde fuera de la República (de la mano de los
supervivientes del Partido Fascista Republicano) y contra la República (desde las
bombas de los grupos neofascistas del os primeros tiempos hasta la solución
golpista inconfesada pero real de principios de los 70, la tendencia a destruir
la institución era mayoritaria entre la militancia del MSI). Si el MSI
consiguió hacerse con un lugar dentro de la política italiana fue por su
anticomunismo, necesario contrapeso al papel del PCI en la política italiana.
Pero a partir de la
eclosión de la nueva izquierda y del movimiento estudiantil de los 60, el
antifascismo se fue haciendo cada vez más y más agresivo. Finalmente, en
algunas zonas de Italia ampliamente dominadas por la izquierda, se hizo
peligroso incluso ser un simple afiliado de base del MSI o de su organización.
El rosario de asesinatos, atentados y agresiones que sufrieron, los militantes
del área neo-fascista en aquella época, solamente se explica por la tendencia
general de la sociedad italiana a considerar que “el fascista es siempre
culpable”. El clima creado por las “masacres” a las que la opinión pública,
condicionada por los medios de comunicación y estos por los centros de poder
que emitían informaciones canalizadas a través suyo, atribuyeron a los grupos
neo-fascistas la responsabilidad en estos hechos y redundaron en una imagen
absolutamente negativa de todo ese sector político que, para colmo, también
tenía culpas propias. En la espiral de agresiones y episodios violentos que se
iniciaron en Italia a mediados de los años 60, pronto fue imposible establecer
quién era inocente y quien era culpable. Sin olvidar la existencia de unos
servicios de inteligencia y de seguridad que frecuentemente realizaban tareas
de pura provocación para favorecer nuevos equilibrios políticos o restablecer
situaciones que habían llegado a ser insostenibles.
La militancia
neofascista italiana en los años 70 se dividió en segmentos horizontales y
verticales: primero por regiones, en el Sur el neofascismo podía actuar con
relativa tranquilidad siendo observado por las instituciones que no dudaban en
aplicar la normativa antifascista, pero sin sufrir una excesiva presión por
parte de la izquierda; en el norte de Italia, sin embargo, la extrema-izquierda
activista era ampliamente mayoritaria y había generado un clima de terror que
obligaba a los neofascistas a actuar prácticamente en clandestinidad con imposibilidad
de realizar tareas habituales de agitación y propaganda. Un simple reparto de
panfletos se convertía en esas zonas en una movilización “militar”. En Roma
existía un equilibrio de fuerzas con oscilaciones según los barrios.
A esto había que
añadir los segmentos verticales: en efecto, además el MSI existían grupos
extraparlamentarios que nunca dejaron de existir. A finales de los años 60 y
principios de los 70, estos grupos se contaban a docenas: Avanguardia
Nazionale, sin duda, era el más importante y orgánicamente el más fuerte,
seguido por el Movimento Politico Ordine Nuovo y luego por la Organizazione
Lotta di Popolo, pero luego existía una miríada de grupos locales, círculos
culturales, librerías, incluso grupos con presencia en determinadas facultades
y, por supuesto, las estructuras del MSI que distaban mucho de ser unitarias.
Giorgio Almirante se vio, por ejemplo, obligado a fusionar a principios de
1971, Giovane Italia y e Reaggruppamento Giovanile de Studenti e Lavoratori, a
los que se sumaron al año siguiente los jóvenes procedentes del Partito
Democrático Italiano d’Unione Monarchica y el Comitato Tricolore.
Pero esto no era
todo, incluso dentro de todo este laberinto de siglas existían divisiones
transversales generalmente causadas por distintas apreciaciones estratégicas.
El sector mayoritario y oficialista se limitaba a seguir las instrucciones
emanadas de la Secretaría General del MSI, amparadas en las resoluciones
adoptadas en sus congresos. Pero estos distaban mucho de ser “democráticos”:
abundaban los “delegados de pleno derecho” que no eran elegidos por las bases;
la burocracia del partido había desarrollado con el paso de los años (y como
ocurría y ocurre en cualquier partido de tipo democrático) una increíble
habilidad para movilizar votos en períodos congresuales y falsear desde su
posición las correlaciones reales de fuerzas que se daban en la base del
partido. Esta práctica había generado hartazgo en las bases juveniles del MSI
que cada vez toleraban peor una política casi exclusivamente anticomunista,
persistente en un momento de cambios acelerados en la sociedad italiana y mucho
más cuando sectores juveniles –como los “indios metropolitanos”- empezaban a
realizar un anticomunismo mucho más atractivo y agresivo (véase la ya mencionada
expulsión de Luciano Lama de la Universidad de Roma). Era evidente para estos
sectores que incluso en el terreno anticomunista había que innovar el discurso.
Luego estaban los
sectores activistas divididos inicialmente en dos grandes sectores: los
extraparlamentarios y los situados dentro de la disciplina del MSI. Los
primeros, reducidos a unos pocos miles en todo el territorio nacional diferían
de los otros en la dureza de su anticomunismo. Tenían la costumbre de devolver
golpe por golpe y después de la destrucción de la “vía golpista” carecían de
proyecto político y su estrategia era, cada vez más, la de mera supervivencia.
Pero en el interior del grupo juvenil misino existían distintas afinidades:
desde siempre había existido una tendencia “culturalista” que cristalizó en la
formación de círculos de estudios locales y provinciales y que aspiraban a
recuperar las esencias culturales de los fascismos europeos. Cuando desde
Francia llegaron las primeras publicaciones de la Nouvelle Droite (hacia 1970)
creció el interés por la “lucha cultural” que algunos utilizaron como excusa
para “desengancharse” progresivamente de la “lucha política”. El terreno
cultural permitía un campo de actividad más “tranquilo” que el activismo
callejero. Pero ni siquiera en este terreno había unidad, sino que más bien, a
lo largo de los 70 se produjo una decantación entre los seguidores de la
“tradición evoliana” (mayoritaria entre la dirección de los grupos
extraparlamentarios y en un sector juvenil del MSI) y la “tradición gentiliana”
(racionalista, propia del fascismo mussoliniano y que sintonizaba perfectamente
con los análisis de la Nouvelle Droite).
Tras el fallecimiento de Julius Evola en 1973, fue frecuente ver como
muchos seguidores de sus orientaciones (que habían constituido el basamento
esencial del pensamiento de la derecha neo-fascista italiana hasta finales de
los años 60) se retiraban de la lucha política, formaban círculos esotéricos
(el grupo de los Dióscuros, por ejemplo) y se desinteresaban por completo por
la lucha política amparándose en las tesis expuestas por su maestro en Cabalgar el Tigre, su última obra
doctrinal.
Hacia 1975, la
penetración de la Nouvelle Droite francesa entre los medios neofascistas ya era
suficiente como para que pudieran presentar batalla a los “evolianos”:
empezaron a aludir a los “mitos incapacitantes” (la doctrina de las “cuatro
eras” según la cual nos encontraríamos ahora en la “edad oscura” en la que
solamente quedaba esperar la fatal disolución del ciclo y nada podía hacerse para
remontar la pendiente de la decadencia), manifestaron su desconfianza por la
vertiente esotérica y, como alternativa, proponían un conocimiento de las
filosofías y conocimientos (el nominalismo, la genética, la biología,
determinadas corrientes sociológicas, la ecología naciente) con las que
juzgaban que se podía dar una respuesta científica al marxismo. A eso le
llamaron “retorno a la realidad”. En este sector, el aspecto “romántico” y
“tradicional” inherente a la obra de Evola, era sustituido por la “fantasía
heroica” mucho menos comprometedora: las obras de Tolkien por un lado, el ciclo
de la Guerra de las Galaxias (que
recibió comentarios calurosos en las columnas de Linea, la revista de Rauti) e incluso las novelas y poemas escritos
veinte años antes por los exponentes de la beat-generation norteamericana:
Kerouac, Ginsberg, Ferlingueti, Miller, etc… que por los demás, interesaban
también a los “indios metropolitanos”.
Explicar cómo se
formó esta corriente es difícil en la medida en la que tiene mucho de personal.
Vamos a intentar reconstruirla. A principios de los años 70, el responsable de
Giovane Italia de Florencia, Marco Tarchi, publicaba un pequeño boletín
ciclostilado modestamente y titulado La
Terra dei Avi (La tierra de los abuelos) que fue el modelo para otros
muchos boletines similares realizados con periodicidad irregular por los
círculos neofascistas próximos al MSI. Se trataba de una publicación ortodoxa
en el sentido de que se atenía a los valores y a la línea del partido, pero
manifestando un interés creciente por la vertiente cultural. No tenía
inconveniente en distribuir el Orientamenti
di Evola (opúsculo publicado en los años 50 y que era asumido como paradigma
doctrinal neofascista tanto dentro del MSI como fuera y en publicar artículos
sobre Drieu La Rochelle o Robert Brasillach. Interesado por la vida de los
movimientos neofascistas fuera de Italia, Tarchi contactó con círculos muy
diferentes de toda Europa, especialmente parisinos. Fue así como estableció
contactos con el sector de Ordre Nouveau (paralelo al MSI) y concretamente con
Jack Marchal, situado en el sector de prensa y propaganda del partido y que
publicaba lo que constituyó sin duda l primer fanzine neo-fascista: Alternative, vinculado a los jóvenes de
Ordre Nouvau y del Grup d’Union et Défense, de carácter estudiantil. Marchal
participó en Italia en el congreso de Montesilvano que dio origen al Fronte
della Giuventù en 1972, junto a una delegación de Ordre Nouveau.
Pero, Tarchi
también conectó con Alain de Benoist y con su círculo (que tenían poco que ver en lo doctrinal con Marchal ni con Ordre
Nouveau, a pesar de que fuera éste quien los conectara). Fue así como, utilizando
los mismos grafismos que Alternative,
algunos de los cómics publicados por esta revista y el icono de la publicación
francesa (la rata negra), Marco Tarchi transformó La Terra dei Avi en La voce
della fogna (la voz de las alcantarillas) cuyo primer número apareció en diciembre
de 1974. El título era una respuesta a una consigna habitual en la
extrema-izquierda de la época, Fascisti
carogne tórnate nelle fogne, al igual que el icono de la rata negra: se
trataba de transformar el veneno en remedio, transformar lo que inicialmente
era un insulto en un signo de identidad y en un desafío.
Se trataba de una
revista muy sumaria, estilo fanzine, esto es, revista juvenil, que se
autotitulada “giornale diferente” y
afirmaba nacer como revista desacralizadora y sarcástica, reinvidicando
“nuestro derecho al undergound”. Los
artículos, breves y esquemáticos, estaban escritos en un todo deliberadamente
burlón, a menudo grosero e irrespetuoso y frecuentemente irónicos hacia los
medios evolianos (que respondieron agrediendo físicamente a Tarchi).
Particularmente interesante era la rúbrica de cultura titulada “Cuando oigo
hablar de Kultur…”, parafraseando la frase tantas veces atribuida a Göring y en
realidad extraída de una obra de teatro, “Cuando oigo hablar de cultura, hecho
mano a mi revólver”) en la que aparecieron artículos sobre la fantasía heroica
y se mencionó por primera vez en un medio neo-fascista italiano a la obra de J.
R. R. Tolkien. Se aludía también a los viajes bajo el rótulo On de road (en el camino), titulo de una
novela de Jac Kerouac. La revista nunca tuvo más de 16 páginas impresas a
offset, en cada una de las cuales era evidente el carácter iconoclasta de sus
impulsores. En total se publicaron treinta y un números. La redacción estaba
formada por Marco Tarchi, Susana Tre Re, Alfio Krancic, Fabrizio Zani, Jack
Marchal, Enrico Tomaselli,
La revista se
publicó hasta 1983 con una tirada inicial de 2.000 ejemplares que llegó hasta
los 4.500 en los momentos más álgidos. A medida que sus redactores fueron
dejando atrás la etapa juvenil se hizo evidente la necesidad de disponer de un
órgano más “serio”, especialmente cuando la experiencia de los Campos Hobbit
había quedado ya atrás y el propio Tarchi fue expulsado del MSI en 1981. Así
nació Diorama Letterario, presentado
inicialmente como una revista mensual de información bibliográfica, suplemento
de La Voce della Fogna, de menor
formato y cuyo logotipo era una caricatura de Nietzsche. Diorama Letterario sobrevivió a la revista matriz y en el momento
de escribir estas líneas va ha publicado el número 316.
Vale la pena
recalcar la presencia y la importancia de Jack Marchal en todo este proyecto:
antiguo militante del Movimiento Occidente, del GUD y de Ordre Nouveau, Marchal
alternaba su tarea de diseñador gráfico a la de músico rock; personaje
exuberante mas interesado por las manifestaciones culturales de vanguardia que
por la política de las organizaciones a las que perteneció (en 1984 ingresó en
el Front National, cuando sus afinidades personales seguían orientándose hacia
el rock identitario), interesado también por la literatura y el cine, las
largas jornadas que pasó junto a Tarchi y a Susana Tre Re en París consiguieron
estimular en estos el interés por las actividades alternativas y por la
fantasía heroica. Es curioso constatar como la “influencia francesa” penetró en
los medios juveniles del MSI a través de la Nouvelle Droite, pero también y
sobre todo a través de Jack Marchal.
La facilidad con la
que se produjo esta penetración se debía a la predisposición mental de los
jóvenes neo-fascistas italianos. La hegemonía cultural de la izquierda le había
demostrado que solamente armados con el pensamiento evoliano no estaban en
condiciones de afrontar a un enemigo que se especializaba en multitud de
frentes. Las páginas que Evola dedicaba a cada una de las ramas del saber y de
las sociedad en Cabalgar el tigre no
les parecieron suficientes como para contrapesar a todo el arsenal cultural de
la izquierda. Y esto les generó un complejo de inferioridad que estuvo presente
también en otras formas de neo-fascismo en distinta naciones europeas. Entonces
iniciaron un proceso de “imitación” o de seguidismo hacia la izquierda,
intentando dar respuestas propias en aquellos terrenos en los que tenían algo
que decir de la misma forma que hacía la izquierda. La aparición del
“movimiento del 77” aceleró todavía más este proceso.
Pero, al igual que
el “movimiento del 77”, este nuevo neo-fascismo juvenil, tenía distintos
sectores: si bien es cierto que una parte importante estaba orientada hacia las
vertientes culturales y artísticas siendo el equivalente a los “indios
metropolitanos”, otra, en cambio, lo estaba hacia el activismo y la lucha
armada, como los sectores de la “autonomía obrera” y sus grupos armados
(Primalinea, Brigate Rose, etc). Las equivalencias son sorprendentes hasta dar
la impresión de que todo lo que aparece en el neo-fascismo es un reflejo
especular de lo que ya había aparecido en la extrema-izquierda: los Nuclei
d’Azione Rivoluzionaria (NAR) serán el reflejo de las organizaciones
terroristas marxistas, La Voce della
Fogne querrá ser el referente neo-fascista de Re Nudo, Terza Posizione (nacido al margen del Fronte della Giuventù
con antiguos miembros de esta organización, del FUAN universitario, y de grupos
extraparlamentarios) tratará de ser lo más parecido a la Autonomia Obrera y, finalmente los Campos Hobbit intentarán
serlo de los Festivali Giovanili Proletari de Parco Lambro. Fotocopias
reducidas, pero fotocopias al fin y al cabo.
La intención era
insertarse en el debate social, tomar partido por los problemas nuevos de la
época, participar en la corriente general cultural que se estaba difundiendo
entre la juventud y, en cierta medida, seguir la fórmula “cabalgar el tigre”,
es decir, montarse en el lomo de los movimientos más característicos de la
época, “el tigre”, para evitar ser devorados por él. En 1975-77, los jóvenes
neo-fascistas creían que tenían mucho que decir sobre feminismo, ecología,
música, literatura, alternativas, vida comunitaria, etc, y estaban convencidos
de que eran las estructuras extremadamente burocratizadas y conservadoras del
MSI, por un lado, y los “mitos incapacitantes” por otro, lo que les impedía
insertarse en el debate social. Aspiraban a dejar de ser marginados políticos y
a homologarse con el resto de tendencias juveniles. Se negaban a ser los
eternos parias de la política italiana, señalados con el dedo como delfines de
los antiguos combatientes de la República Social, envejecidos y convertidos en
eternos golpistas y anticomunistas viscerales. Querían ir mucho más allá de
todo esto.
En 1977, en medio
de todo este cúmulo de circunstancias que se daban en la sociedad italiana, en
el interior del sector juvenil “rautiano” del MSI y respondiendo a las
necesidades psicológicas de sus integrantes, todo esto cristalizó en los Campos
Hobbit.
Aquellos que habían
sido definidos por Marco Tarchi como “exiliados en su propia patria”, querían
insertarse en el marco que consideraban propio de la juventud de su tiempo.
Había muchas ilusiones y esperanzas en el proyecto y una cierta ignorancia del
volumen, nivel y alcance de sus propias posibilidades.
Campos Hobbit, intento de definición
A casi cuarenta
años de distancia de la celebración del primer Campo Hobbit resulta difícil
explicar cuáles fueron las dimensiones reales de la iniciativa, qué
comprendieron, cuál fue su repercusión y cómo influyeron en la evolución del
neo-fascismo italiano. Incluso resulta difícil establecer cuántos de estos
eventos se realizaron. Por nuestra parte, vamos a aceptar que los Campos Hobbit
supusieron una etapa provisional de tránsito de jóvenes del sector “rautiano” del
MSI, militantes del partido, a lo que se llamó la Nuova Destra. Orgánicamente
es fácil demostrar este proceso. Desde este punto de vista los Campos Hobbit
fueron tres:
- 1977 en
Montesarchio (Benevento)
- 1978 en Fonte
Romana (L’Aquila) y
- 1980 en
Castelcamponeschi (L’Aquila)
Hubo otros, e
incluso, periódicamente, como veremos, es frecuente ver cómo se convocan nuevos
eventos que intentan establecer una continuidad con la iniciativa. Más adelante
aludiremos a estas iniciativas. Pero si aceptamos solamente estos tres Campos
Hobbit como “los auténticos” es por las aportaciones que se realizaron en cada
uno de ellos. De hecho, los tres fueron muy diferentes entre sí.
Ocupémonos, en
primer lugar, por el nombre de la convocatoria. Pasaremos luego a los
impulsores del proyecto. Finalmente, veremos lo que se pretendía con las
convocatorias.
1. ¿Por qué el nombre de Hobbit?
La elección del
personaje tolkieniano del Hobbit como icono del “alternativismo” neofascista
puede suscitar cierta perplejidad. Los rasgos de la raza de los hobbits, tal
como los describe su creador, no son precisamente los que corresponden ni a la
estética, ni a la concepción de la vida, que habitualmente se forjaba el
neo-fascismo. Bajos, con pies grandes y peludos, amantes del hogar, de fumar en
pipa delante del fuego y de contar historias amables rodeados de sus familiares
y amigos, la imagen parece sintonizar más con el honesto burgués medio que con
jóvenes airados que habían bebido a partes iguales de Nietzsche, del credo
resistencialista de la República Social y de las concepciones guerreras
transmitidas por Julius Evola. Acaso, lo que atrajo la atención de los
neo-fascistas rautianos hacia la figura de los hobbits sea ese fatalismo que
les obliga a actuar forzados por el destino, renunciar a su vida cómoda para
asumir una misión (la destrucción del anillo del poder) y persistir en ella
hasta su cumplimiento.
Por lo demás, en la
saga de El Señor de los Anillos
existen otras “razas” y otros personajes que, en buena lógica, deberían ser
mucho más atractivos para los jóvenes neofascistas que los extraños, pacíficos
y hogareños hobbits: la raza de los elfos, la misma raza de los hombres y
Aragorn el rey legítimo, la figura de Gandalf, los caballeros de Rohan, y,
desde luego, para las militantes femeninas Arwen y Eowyn, la princesa guerrera
(con cuyo nombre estos medios titularon una revista realizada exclusivamente
por afiliadas al Fronte della Giuventù).
El conocimiento de
la obra de Tolkien llegó al grupo redactor de La Voce della Fogna por diversos caminos. Elémire Zola fue uno de
ellos. Zola, escritor, filósofo, medievalista, intelectual tradicionalista en
una línea próxima a Evola, era conocido en los ambientes juveniles del MSI. En
1970 escribió una introducción a la primera edición italiana de El Señor de los Anillos que fue muy
controvertida por su visible intento de “recuperar” la temática de la novela e
incorporarlo a un discurso contra la modernidad. Negaba que fuera solo mero
divertimento y la comparaba con las mejores epopeyas clásicas. Decía: “Las
fábulas, nos enseña Tolkien, tienen tres rostros, el místico que se refiere a lo
sobrenatural, el mágico dirigido a la naturaleza y, finalmente el espejo de
vergüenza y piedad que ofrecen al hombre”. La introducción generó una agria
polémica en una sociedad como la italiana bajo la hegemonía cultural de la
izquierda que no pasó desapercibida para
unos pocos militantes neo-fascistas.
Aquella edición,
publicada por Rusconi en 1970 generó un par de artículos laudatorios de dos
intelectuales vinculados a la derecha tradicionalista evoliana, Gianfranco de
Turris en la revista L’Italiano, en
la órbita del MSI y otro escrito por el medievalista Franco Cardini, procedente
del mismo sector en uno de los primeros números de la revista Intervento, publicada por Ciarrapico
Editor, especializada en libros sobre la historia del fascismo, muchos de ellos
escritos originariamente en francés. Ambos artículos suponen una “presentación”
de Tolkien en el ambiente juvenil neo-fascista y, al mismo tiempo, un consejo
para su lectura.
No fueron muchos
–Umberto Croppi, uno de los impulsores de los Campos Hobbit alude apenas a
“unos cientos”- pero les renovó su arsenal de lectura: Tolkien tenía la ventaja
de ser un autor desconocido en Italia, no podía ser criticado por su pasado, ni
por su vinculación a movimientos históricos proscritos por la intelectualidad progresista;
así mismo, las ideas que acompañaban sus floridas narraciones se referían a un
mundo y a unos valores “tradicionales” muy parecidos a los que exponía Evola en
sus obras, pero sin su densidad, ni seriedad, sino revestido por unos episodios
novelados que facilitaban su lectura y comprensión.
Esos cientos de
jóvenes abominaban de su presente y de la realidad italiana de la época y se
refugiaron en el mundo de la fantasía y la imaginación. Pero los artículos de
Cardini y de Turris no llegaron hasta la militancia de base y apenas fueron
comentados por unos pocos militantes que consideraron la lectura de Tolkien
como una “experiencia individual” carente por completo de un significado
político o metapolítico. Fue solamente cuando Marco Tarchi publicó una
recensión de la trilogía del Anillo en La
Voce della Fogna cuando la obra de Tolkien llegó a la militancia juvenil y
se produjo un interés masivo por la temática.
Tal como Umberto
Croppi recuerda: “Por primera vez se descubría y “adoptaba” un autor que no
tenía nada que ver con los textos sagrados del fascismo, que no escribía
ensayos políticos, que no proponía revisiones historiográficas, sino que era un
narrador puro. Aquel descubrimiento nos permitió por primera vez sentirnos a
todos los efectos como parte de la contemporaneidad, salir de la diversidad en la que habíamos sido relegados
por nuestra pertenencia política. Ya no nos sentíamos diferentes. Cuando
Tolkien escribía “Las raíces profundas no se hielan”, para nosotros el sentido
de la frase era evidente: redescubríamos la posibilidad de pensar en un
universo existencial alternativo fuera de las mitologías del pasado habituales
en nuestra área política. Esta toma de conciencia colectiva empezó a producir
efectos de manera espontánea cuando cada uno de nosotros empezó a aproximarse a
los escenarios tolkienianos: nacieron grupos musicales –como La Compagnia dell’Abello en Padua-
asociaciones, círculos culturales –como nuestra Taverna di Brea en Palestrina.
En los locales juveniles empezaron a circular posters de Hildebrandt en los que
se veía a Gandalf en lugar de los carteles sobre las revueltas anticomunistas.
Y de aquí derivó el inicio de la aventura de los Campos Hobbit”.
Dado que comenzar
la lectura de Tolkien por la voluminosa trilogía del Anillo era algo excesivo, aquellas individualidades juveniles del
Fronte della Giuventù comenzaron con el más discreto Bilbo, el Hobbit y de aquí deriva su interés por esa raza de la
Tierra Media.
Campos
Hobbit 1977-1981 - Signo de los tiempos ¿Renovación o estación término? (1 de
4)
Campos
Hobbit 1977-1981 - Signo de los tiempos ¿Renovación o estación término? (2 de
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Campos
Hobbit 1977-1981 - Signo de los tiempos ¿Renovación o estación término? (3 de
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