jueves, 19 de septiembre de 2024

El “Gran Reemplazo”, la realidad convertida en teoría conspirativa (4 de 4)

Ahora bien, ¿podemos afirmar que la teoría del “gran reemplazo” es correcta? ¿Cuál es su punto débil? Es aquí en donde reside la auténtica polémica: no en el hecho incontrovertible de que Europa se ha convertido en un caos multicultural al que las proyecciones demográficas ofrecen un futuro “africanizado” e “islamizado”, sobre el que podrá discutirse la velocidad mayor o menor del proceso, pero no sobre el hecho en sí de que el resultado de las políticas migratorias de los últimos 30–50 años va a generar, está generando, un vuelco étnico, religioso y cultural en Europa Occidental.

El hecho de que se mencione a George Soros en el centro de la “conspiración” y como su factótum no es asumible. Es cierto que Soros juega a favor de mantener y aumentar los flujos masivos, es cierto que tiene peso económico y que, por tanto, tiene influencia política y mediática. Pero Soros no es hijo de una dinastía económica (a diferencia de los Rothschild, los Rockefeller o los Vanderbilt). Su padre era un discreto abogado y su madre tenía un pequeño comercio de ropa. No estamos hablando, por tanto, de generaciones y generaciones de tiburones de las finanzas, sino de un “self made man”. En la lista de “hombres más ricos del mundo” no aparece entre los 10 primeros (la mayoría de los cuales proceden del sector de nuevas tecnologías). No hay, por tanto, que mitificar a George Soros y a su papel en la escena mundial. Es cierto que su papel ha sido influyente en la pequeña República de Georgia y en el desarrollo de los conflictos balcánicos en los años 80 y 90. También es cierto que sus “fundaciones” han recibido entre 30 y 35.000 millones de dólares para sus tareas “humanitarias” y que buena parte de este dinero se ha invertido en la integración del pueblo gitano en Europa, en soporte a ONGs de carácter pro–inmigracionista. Pero el fenómeno de la inmigración masiva es mucha mayor que la figura de George Soros.

Por otra parte, Soros es un “negociante”, el típico especulador financiero. ¿Qué beneficios podría extraer George Soros de impulsar un “gran reemplazo”? Los hechos demuestran que cuanta más inmigración llega a Europa Occidental, los estados afectados se debilitan más y más, crecen los problemas, aumenta la inestabilidad, disminuye la seguridad y, en general, se crea el marco más inadecuado para los negocios. ¿Qué inversor podría estar interesado en alcanzar una situación en la que Europa Occidental fuera perdiendo más y valor económico? Por otra parte, a pesar de que se han ofrecido a los inmigrantes en todos los países de Europa Occidental, medidas de discriminación positiva, que les favorecían en el acceso a estudios superiores, lo cierto es que los resultados han sido muy discretos. La educación ofrecida a jóvenes y adolescentes procedentes del mundo islámico y del África subsahariana no se ha traducido en una elevación del nivel de vida de sus comunidades que siguen autoguetizadas, sin mostrar interés por la integración, ni mucho menos por la asimilación. A esto se une el hecho de que la inseguridad y la inestabilidad creciente de muchos países, especialmente España, induce a “jóvenes suficientemente preparados”, recién licenciados de carreras universitarias, a desplazarse a otros países en busca de mejores ofertas económicas, más estabilidad socio–política y menores cargas fiscales. Así pues, es cierto que se están produciendo cambios de migraciones: se van jóvenes autóctonos preparados, pero llegan jóvenes sin interés por esa misma preparación y atraído por el “efecto llamada” de los subsidios desde el minuto uno de su desembarco de la patera y, en el peor de los casos, por la permisividad de las autoridades ante la delincuencia organizada. En este terreno el panorama es muy desolador y nadie medianamente inteligente y con una mínima capacidad crítica puede llamarse a engaño: estamos asistiendo a un empobrecimiento cultural, económico y social en Europa Occidental (y en la Europa Nórdica) del que todas las partes implicadas –incluidas las finanzas– terminarán lamentando (un régimen de subsidios es viable solamente mientras existe un volumen de población a la que Hacienda puede “muñir” literalmente. Pero esto también tiene un límite, más allá del cual, resulta inviable. Interrumpir bruscamente el flujo de subsidios a la inmigración supondría un estallido étnico y social inmediato.

En todo esto hay una confusión. Si el futuro de Europa Occidental se tambalea a causa de la llegada masiva de inmigrantes y del vuelco demográfico que esto supone, habría que valorar ¿a quién beneficia el hundimiento de Europa Occidental? Rusia es consciente de la debilidad de Europa y de que las propias políticas de los últimos gobiernos de la UE conducen directamente a una inestabilidad creciente de los distintos países que la componen. Por lo demás, no ha existido ninguna prueba de responsabilidad rusa en las riadas de inmigración. Washington y el Pentágono tampoco son sospechosos de animar tales oleadas migratorias: todo lo contrario, en un momento en el que, a través de Donald Trump resucita la idea del “decoupling” (desvinculación de los EEUU de la defensa de Europa), la instigación norteamericana es todavía más increíble. ¿Marruecos? Efectivamente está interesada en deshacerse del lastre que supone su crecimiento demográfico y aliviar la presión que generan los desplazamientos de miles de a subsaharianos a Europa a través de su territorio. No hay que olvidar tampoco, que Marruecos lleva a cabo una guerra de “baja cota” contra España y reivindica parte de nuestro territorio nacional (Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes y Canarias) para realizar un proyecto geopolítico del Gran Marruecos. Además, este país juega sus cartas como históricamente ha hecho: chantajeando constantemente a la UE y a España u obteniendo jugosos beneficios por ello[1]. Pero Marruecos no es la única plataforma utilizada para llegar a Europa: Argelia, Libia, Turquía, son “corredores” habituales de la inmigración en dirección a Europa y, por tanto, el papel de Rabat es menor al que se suele creer en España.

 No hay que olvidar, además, que hay oleadas masivas de inmigración ilegal a Europa porque la propia UE lo tolera. No hay problema más fácil de resolver que el de la inmigración: basta desincentivarla mediante repatriaciones masivas o bien, situando a la Armada de los países mediterráneos (especialmente de España, Francia, Italia, Malta, Chipre y Grecia) interceptando pateras y remitiéndolas al puerto más próximo según la ley del mar (esto es, al puerto del que han salido). En apenas un mes de esta práctica, el flujo se cortaría en saco. La no admisión de “refugiados” sin documentación y las repatriaciones de ilegales que han llegado, harían el resto.

Y esta es la cuestión: no hay que buscar intervenciones externas, ni siquiera conspiraciones para establecer porqué se produce un flujo masivo de inmigración con el riesgo de generar un “gran reemplazo”. Porque si la conclusión del “gran reemplazo” es inapelable, lo que no lo es tanto es la explicación. Hay inmigración, porque los gobiernos europeos de centro–izquierda y de izquierdas, fundamentalmente, lo han permitido por unos motivos y gobiernos de centro–derecha por otros, relativamente diferentes. No hay que buscar “fuera” la causa del problema, sino “dentro”. Sobre todo, teniendo en cuenta que la UE ha estado gobernada por coaliciones de centro y centro–izquierda. Este es el principal elemento a tener en cuenta.

Nadie ha obligado a los gobiernos de la UE a suscribir la Agenda 2030 (como hizo Rajoy en 2015, sin haber leído bien sus cláusulas y lo que implicaban, entre otras medidas, aceptación de los flujos migratorios que quisieran asentarse en España). Nadie obligó a José Luis Rodríguez Zapatero a suscribir en 2008 el Pacto Europeo sobre Migración y Asilo, otro de los documentos en los que se asientan las oleadas migratorias. Nadie obligó a Pedro Sánchez firmar el Pacto de Marrakech en 2018 que impone a los Estados de la UE “cuotas de inmigrantes”.

En España podemos establecer que el inicio de la inmigración masiva se produjo a partir de 1996 cuando José María Aznar (centro–derecha) estableció su modelo económico basado en salarios bajos, acceso fácil al crédito, la construcción como motor económico e inmigración para abaratar la mano de obra. Durante su gobierno entraron en España 3.000.000 de inmigrantes, que luego, durante el zapaterismo se duplicaron. Pero, hay que recordar que los motivos por los que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero realizó una “regularización masiva” fueron simplemente engañosos: se dijo que era para regularizar a 400.000 en situación de ilegalidad, pero, en realidad, se aprobaron 600.000 regularización (buena parte de las cuales avaladas por documentación más que dudosa), generándose un efecto llamada inmediato de entre 500.000 y 600.000 inmigrantes más desde que se anunció la regularización hasta que concluyó. Se prometieron medidas para impedir que se repitieran acumulaciones de ilegales de este tipo y sanciones para las empresas que los contratasen. En realidad, no se hizo nada más que abrir las puertas de par en par. Cuando se cumplían diez años desde el inicio de la inmigración masiva (de 1996 a 2006) ya se habían instalado en España en torno a 6.000.000 de inmigrantes. A partir de aquí, empezaron las “naturalizaciones” y, aunque hoy el número de inmigrantes residentes en España, se estima entre 7.500.000 y 8.000.000 la cifra es engañosa, porque hay que sumar los “naturalizados” y los hijos de todos estos contingentes, nacidos en España y, por tanto, considerados legalmente como españoles[2]. El resultado final es que, hoy, entre en 22 y el 25% de la población residente en España, o bien es inmigrante, legal o ilegal, hijo de inmigrantes o bien antiguos inmigrantes “naturalizados”.

En el momento de escribir estas líneas, PP y PSOE han aprobado en el parlamento la vía abierta para regularizar a otros 500.000 irregulares… Pero los motivos, también ahora, son distintos. Para el PP es una cuestión “de humanidad” y “de economía”. La derecha liberal española considera que mantener la llegada de inmigración es “bueno para la economía”: y, en efecto, tiende a subir el PIB nacional (cuanta más población, más movimiento económico…), pero con la contrapartida de que esta cifra “macroeconómica” es engañosa.  Inmigrantes que llegan sin capacitación profesional, ni especialidades, solamente pueden colocarse en los niveles salariales más bajos o entre los grupos subsidiados: tal como explicó el profesor Jesús Fernández–Villaverde, catedrático en Economía de la Universidad de Pennsylvania, en su estudio La riqueza de las naciones trabajadoras:

“Vivimos en un estado del bienestar. Los estados del bienestar se basan en que el 10% de la población de más renta transfiere renta al 60% de menor (los que están entre el 61% y el 90% se quedan más o menos igual), bien directamente con transferencias o indirectamente con servicios públicos. Cada inmigrante que llega a una economía avanzada y se coloca en el 60% de menor renta (es decir, casi todos excepto los de muy alto nivel de capital humano) tiene un valor añadido negativo para el estado del bienestar. Sí, los inmigrantes te generan flujo de caja positivo hoy para la seguridad social (pagan cotizaciones), pero en el futuro hay que pagarles una pensión y una sanidad pública. En Dinamarca lo han contabilizado con detalle y, efectivamente, traer inmigrantes les sale a perder (…) La inmigración no parece ser la solución de casi nada; países como Canadá o España, que han traído muchos inmigrantes desde 1990, han crecido menos que Japón en términos de PIB por adulto en edad de trabajar. Simplemente, hay más trabajadores en Canadá y España, con lo cual el PIB total crece más, pero el PIB por adulto en edad de trabajar no crece más (…) Los japoneses, a pesar de los millones de artículos en la prensa occidental criticándoles por no permitir inmigrantes, lo han entendido mucho mejor que nosotros”[3].

España y Canadá, han alardeado de aumentos en el PIB, gracias a haber admitido millones de inmigrantes, sin embargo, no se ha traducido en generación de riqueza, ni en mejora del estado del bienestar. ¿Cómo podría ser de otra forma si de los 8.000.000 de inmigrantes que viven en España, solamente trabajan y cotizan a la seguridad social, casi siempre por las franjas salariales más bajas, apenas una 2.500.000? Lo peor –y lo que demuestra que, en España, el gobierno todavía actúa con frivolidad en materia de inmigración masiva– es que la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, fue la que ofreció estas cifras, reconociendo luego que ¡ignora a qué se dedican los 5.500.000 que están en España pero que no trabajan…! Así se entiende perfectamente porque el resto, o bien está obligado a vivir de subvenciones y subsidios, o bien se vincula a medios de vida ilegales, o bien además de subsidios genera trabajo negro y así se explica problemas tan diversos como la subida del precio de los alquileres en el mejor de los casos y la oleada de “okupaciones”, sin precedentes en la historia mundial o la oleada de violencia contra la mujer. Como para que luego el ex ministro José Luis Escrivá, hoy director del Banco de España afirme con una seriedad pasmosa que todavía España “necesita entre ocho y nueve millones de inmigrantes hasta el 2050” (¡!)[4].

Así pues, la pregunta sigue en pie: ¿por qué inmigración? La respuesta es mucho más sencilla de lo que imaginaba Camus y los teóricos del Gran Reemplazo. Si nos fijamos en el caso español (que no reproduce sino tardíamente lo que otros países de Europa Occidental ya había realizado con treinta años de anticipación), lo habitual es que la izquierda admita inmigración, cuanta más mejor, y que la derecha, por lo general, tienda a controlarla algo más. Esto da la respuesta al enigma: desde los años 80, la clase obrera europea –que aportaba el grueso del voto de izquierdas– o bien ha ido desapareciendo barrida por la globalización y las deslocalizaciones, o bien ha ido adoptando valores propios de la derecha, no solo porque su proceso de aburguesamiento y mejora en sus condiciones de vida era evidente, sino también porque, poco a poco, las propuestas de la izquierda en materia de “ingeniería social”, especialmente a partir del inicio del milenio, han ido chirriando cada vez más en sus oídos. Esto ha generado un retroceso electoral de las izquierdas y un cambio en su electorado: hoy, la clase obrera apenas vota a opciones de izquierdas; los huecos que ha dejado se han visto sustituidos por funcionarios de ONGs subsidiadas, por profesionales de orientación “progresista” y, especialmente, por “nuevos europeos”, esto es por inmigrantes naturalizados. En otras palabras: cuantos más inmigrantes lleguen a Europa, más posibilidades tiene la izquierda de sobrevivir a corto y medio plazo.

Por eso las izquierdas, mirando a su propio futuro electoral, han intentado encontrar un “nicho de sustitución” y lo han encontrado en las masas procedentes de África y del mundo islámico. Así pues, podemos hablar con más propiedad de un “gran reemplazo de electorado” que de un “gran reemplazo de población”: si este último es la consecuencia, la búsqueda de un electorado de sustitución ha sido el elemento justificativo y el desencadenante real. Algo fácil de demostrar sin recurrir a teorías conspirativas.

Hemos dicho que la izquierda ha encontrado una solución para sus carencias electorales a corto y medio plazo. A largo plazo, cuando, a partir del 2050, los grupos halógenos sean mayoría en muchos países, el problema habrá variado radicalmente: los “nuevos españoles” habrán organizado partidos propios, dispondrán de un programa propio y ya estarán en condiciones de obtener la mayoría e introducir reformas constitucionales (en el mejor de los casos) o imponerse mediante la yihad. A los dirigentes de la izquierda europea les quedará el dudoso orgullo de haberles abierto ese camino.



[1] Cf. León Klein (seudónimo de Ernesto Milá), Marruecos, el enemigo del Sur (Editorial PYRE, Barcelona, 2003) y León Klein, Marruecos, la amenaza (Editorial PYRE, Barcelona, 2004), en donde puede encontrarse suficiente información sobre la “guerra de baja cota” contra España.

[2] Datos extraídos de diversas fuentes, entre ellas: León Klein, El libro negro de la inmigración en España, PYRE, Barcelona, 2003, diversos artículos publicados en el blog info–krisis (http://info–krisis. Blogspot.com) y https://gaceta.es/espana/regularizacion–de–inmigrantes–una–vieja–costumbre–del–psoe–y–del–pp–que–hoy–es–patrocinada–por–la–agenda–2030–20240415–0600/

[3] Idem.









martes, 17 de septiembre de 2024

El “Gran Reemplazo”, la realidad convertida en teoría conspirativa (3 de 4)


Este problema resulta particularmente desagradable para los miembros del stablishment político. Los argumentos en contra se acumulan, mientras que, a medida que pasa el tiempo, la oposición crece. Estamos lejos ya de los tiempos en los que solamente Oriana Fallaci, entre la intelectualidad progresista, dio el grito de alarma, y la época descrita en 1973 por Jean Raspail en su novela Le Camp des Saints, de una Europa colapsado por la llegada masiva de inmigración tercermundista. De hecho, en la actualidad, solamente los intelectuales que tienen algún compromiso e intereses con los partidos hasta ahora mayoritarios, miembros de la Iglesia Católica, pero, sobre todo políticos de izquierdas, siguen defendiendo la idea de una Europa “tierra de acogida y refugio de menesterosos” a la que cualquier llegado de no importa dónde tiene la posibilidad de asentarse. Los efectos negativos de la inmigración masiva, sobre los índices de pobreza, los grupos subsidiados, la delincuencia, las prisiones, el orden público, es tal, que la mayoría de notables prefieren callar antes que manifestar una opinión en contra.

En cuanto a la “integración” es cosa del ayer: hace medio siglo, se pensaba que los inmigrantes que llegarían a Europa, volverían a sus países de origen al cabo de unos años o bien se “asimilarían” a los nacionales, con alguna especificidad propia, pero sin diferencias abismales con las costumbres de cada país. Luego, a la vista de que esto no se dio en la realidad, se creó la teoría de la “integración”: el inmigrante, conserva sus peculiaridades propias, su lengua, su religión, su forma de vestir, sus costumbres, pero acepta convivir en paz con el país de acogida. Esta teoría tampoco dio buenos resultados: a medida que los gobiernos occidentales inyectaban más y más fondos para la “integración”, apenas se producían avances reales. Fue entonces, cuando se pasó a la tercera posibilidad: el “multiculturalismo”. Se daba por sentado que los Estados receptores de inmigración que, hasta ese momento, eran “uniculturales”, debían aceptar en plano de igualdad cualquier otra aportación cultural que trajeran los inmigrantes. Desde este punto de vista, Beethoven era tan digno de atención como el tam–tam o los bongos. Y, por supuesto, en el plano religioso, si se trataba de musulmanes tenían todo el derecho a edificar sus lugares de cultos y a practicar en ellos su religión… lo que suponía una ignorancia completa de lo que es el islam. Los independentistas catalanes, por ejemplo, desde principios del milenio, hablaban con una seriedad pasmosa del ”islam catalán” y, para ellos, el que un musulmán aprendiera catalán era un victoria indescriptible de la que había que regocijarse… salvo por el hecho de que, el musulmán seguía considerando el árabe como la lengua sagrada en la que Mahoma recibió el Corán del mismísimo Alá y la única noción de “nacionalidad” que contempla el islam es la “umma”, la comunidad mundial de todos los “creyentes en el islam”. En otros casos, muy notables, agnósticos y ateos recibían con los brazos abiertos a los islamistas recién llegados, mientras manifestaban una hostilidad manifiesta hacia el catolicismo que, a fin de cuentas, había sido la fe de sus padres y abuelos. El resultado de la multiculturalidad no ha sido mejor que el de las dos opciones anteriores. Dos vasijas, un cántaro de barro y un cántaro de hierro nunca pueden viajar juntas: el roce hará que, antes o después, una de las dos se rompa, tal será, sin duda, el destino de la más frágil. Y, en este momento, la más frágil es el cristianismo y, por extensión, los restos de la cultura clásica greco–latina y de la cristiandad.

Todos estos argumentos culturales, demográficos y las conclusiones desalentadoras que hemos apuntado, fueron enunciados por Renaud Camus en un libro titulado precisamente Le Grand Reemplacement publicado en 2011. Camus ha tenido desde 1968 un largo recorrido político que le ha llevado desde ser un animador de la causa homosexual en la década de los 70 (lo que le valió ser desheredado por sus padres), hasta el Partido Socialista en la década de los 80 y fundar el Partido de la In–nocencia, aproximarse luego al Front National y más tarde al periodista Eric Zemmour y coquetear con los grupos identitarios. Se la ha acusado de todo lo acusable: desde antisemitismo y racismo hasta exaltar la pedofilia en su juventud. Camus, en Le Gran Reemplacement (uno de los 140 libros que ha escrito) y luego en Le changement du peuple (2013), presenta con abundancia de datos, una tesis tan simple que se puede reducir en menos de una línea: “el Gran Reemplazo consiste en que te acuestas en un país y te despiertas en otro"[1].

Camus, a pesar de su historial y de sus condenas, es un individuo dialogante, bien relacionado con el mundo cultural francés, ingenioso y que, en principio, no parece tener el historial de un “supremacista blanco”. No se resigna a los cambios que están ocurriendo en Francia. En el fondo, su revuelta es una revuelta cultural. Su “iluminación” llegó el día en que vio a un grupo de mujeres musulmanas con sus velos y sus carritos con recién nacidos, delante de las viejas piedras de una Iglesia. Para que este “gran reemplazo” haya sido posible, se ha debido producir una fase previa de lo que él mismo llamó “la gran aculturización”, esto es, la anulación progresiva de la historia, de la cultura y de la identidad francesa para evitar generar resentimientos y rechazo en las minorías (cada vez menos minoritarias) que vienen de otros horizontes étnicos, religiosos y políticos. Camus sostiene que sin ese trabajo previo de aculturización hubiera sido imposible practicar el “gran reemplazo”.

Su trayectoria política en los últimos años ha sido algo sinuosa. En 2017 creó el Consejo Nacional de la Resistencia Europea (CNRE) con el objetivo de reunir a “todos los que se oponen a la islamización y a la conquista africana”. Los fundadores, Renaud Camus y Karim Ouchikh (un antiguo miembro del Partido Socialista que abandono en 2005, para simpatizar con el Front National del que fue “asesor cultural del presidente”, apoyando la candidatura de Marine Le Pen para las presidenciales de 2017. De origen musulmán. Convertido al catolicismo fundó en 2016 la asociación SOS Iglesias de Francia[2]. La organización aspira a “reunir a personalidades cualificadas francesas y europeas que aspiran a trabajar por la defensa de la civilización europea, oponiéndose al Gran Reemplazo”[3]. A la asociación pertenecen notables de la política europea, en activo o jubilados: el ex presidente de la República Checa Václav Klaus, varios miembros del parlamento europeo de diversos países, el historiador africanista Bernard Lugan. En las elecciones presidenciales de 2022, apoyaron la candidatura de Eric Zemmour y luego, en la segunda vuelta, la de Marine Le Pen. En su llamamiento inicial Renaud Camus se expresó así: Todas las naciones europeas están invitadas a liderar a nuestro lado la lucha por la salvación de nuestra civilización común, celta, eslava, grecolatina, judeocristiana y librepensadora”.

En los primeros años de circulación de este libro, apenas fue leído por grupos anti–inmigracionistas e identitarios, pero en 2015, la “crisis de los refugiados” (más de un millón de no–europeos lograron entrar ilegalmente en el territorio de la UE solicitando “asilo político”[4] en apenas unas semanas) revitalizó la difusión de esta obra y, lo más importante, le dio credibilidad, introduciéndose un nuevo elemento: la figura del financiero George Soros como el auténtico promotor del “gran reemplazo”. De origen judío–húngaro, Soros es particularmente odiado en su tierra natal. El propio gobierno de Viktor Orban, antes de iniciarse la campaña electoral de 2018, colocó grandes paneles con la imagen de Soros sobre la frase: “Soros quiere que millones de inmigrantes vivan en Hungría”. Posteriormente, tras la pandemia, Elon Musk se sumó a la denuncia contra Soros por su defensa de la inmigración masiva[5] y por su voluntad de “querer destruir la civilización occidental”. Lo cierto es que Soros, a través de sus fundaciones, ha realizado innumerables esfuerzos para facilitar los tránsitos de población a Europa y, en sus actividades filantrópicas siempre ha tenido la obsesión de convertir Europa en un territorio multicultural. Se ignora el motivo real, a pesar de que pueden realizarse especulaciones de todo tipo (el más razonable de los cuales sostiene que Soros apoya las causas “progresistas” y “de izquierdas” en Europa y en EEUU simplemente porque se identifica con esta opción entre cuyos dogmas figura prestar ayuda humanitaria a todo el mundo y acoger a cualquiera que afirme ser “refugiado político”[6]). El perfil político de Soros no es muy diferente al de otros “notables liberales americanos”: multimillonario, formado en la Escuela de Economía de Londres[7] (de obediencia fabiana, esto es, socialista gradualista), liberal en sus concepciones económicas y miembro de la élite económica mundial. Los fundadores de la Comisión Trilateral y de otras organizaciones mundialistas pertenecieron a los mismos círculos y recibieron la misma formación en la misma escuela “fabiana”[8].

La teoría del Gran Reemplazo se preocupa por explicar cómo se ha podido llegar hasta ahí. Camus explica que este tránsito se ha realizado gracias a tres fenómenos que la han precedido: el proceso de industrialización, lo que llama “la desespiritualización” y la aculturización. En realidad, los tres elementos son hijos de un mismo padre: el materialismo de las sociedades occidentales. En la óptica de Camus, estos tres elementos han contribuido a que el ciudadano europeo medio asistiera impasible y aceptara el globalismo y la mundialización y sus corolarios:

1) Todo ser humano es reemplazable por otro de su misma especie,

2) No existen identidades nacionales perennes, sino que pueden variar en la misma comunidad en el curso del tiempo, y

3) La cultura como “progreso” estaría hoy vinculada a hacer posible la globalización y el mundialismo: esto es, la consideración de que todos somos hijos de un mismo planeta y que, por tanto, nuestro destino es unirnos en un solo gobierno mundial, una sola cultura mundial, una sola religión mundial, una sola raza mundial y una sola economía mundial, regido, por supuesto, por organizaciones internacionales hoy representadas por la ONU y por sus agencias especializadas.

Los adversarios de la teoría del Gran Reemplazo han afilado todas sus armas, incluidas informaciones fake que minusvaloran el número de islamistas en países occidentales. Los argumentos son básicamente dos: en primer lugar, cifras de asistentes a las mezquitas muy inferiores a las que dan los defensores de la teoría del Gran Reemplazo (en algunos casos, las falsificaciones son groseras y se juega con el equívoco: la religión es uno de los muchos aspectos socio–culturales del “gran reemplazo”, en absoluto el único. Y, por lo demás, incluso en las cifras de los detractores de esta teoría, se percibe cierto alarmismo: en 2001 bastante más del 1% de la población francesa era musulmana y acudía a la mezquita. Pero, entonces, se sostenía que se trataba solamente de una cantidad minúscula (a pesar de que, en aquel momento, existían más de 2.000.000 de argelinos residentes en Francia, 1.000.000 de marroquíes y casi 500.000 tunecinos[9], sobre una población total de 61 millones de habitantes, lo que supondría un 5% del total. Ahora bien, estas cifras no contabilizan como “magrebíes” a los que han obtenido la nacionalidad francesa desde los años 60, ni siquiera los que vivieron en Francia desde principios del siglo XX. Cuando se tienen en cuenta estas cifras, el número de islamistas franceses ronda el 20%, lo que parece muy inferior al 52% de franceses que se declaran católicos… ¡pero solamente un 1% del total de la población acude regularmente a los oficios católicos![10]. Esto demuestra que el problema no es solo de religión: es, sobre todo, social y de integración. Los jóvenes de origen magrebí (incluso hijos de inmigrantes de tercera y cuarta generación) en grandísima medida, ni se consideran franceses, ni han asumido los valores republicanos, ni los valores europeos. Son “huérfanos” de cultura y de religión: muchos de ellos tampoco creen en el Islam. Su única doctrina es la de la destrucción, la supervivencia mediante actividades ilícitas en guetos (“zonas de non droit” o “zonas particularmente sensibles”, en donde el Estado y todas sus instituciones han desaparecido o no pueden actuar y que en Francia se elevaba a 2.000 barrios) y, de tanto en tanto, estallidos de cólera y violencia sin nexo alguno con mezquitas: por puro salvajismo.

El segundo argumento contra la teoría del Gran Reemplazo fue enunciado por el geógrafo Landis MacKellar. Para él, es obvio que los inmigrantes de tercera y cuarta generación “son franceses”, sino, ¿qué otra cosa pueden ser?  Muchos de ellos ni siquiera han viajado nunca al Magreb, lo ignoran todo de su país de origen y ni la cultura islámica, ni mucho menos la religión con su rigorismo, su formalismo, sus prescripciones diarias, sus prohibiciones, es algo que seduce mucho menos que el mundo de la delincuencia, el trapicheo, el cobro del subsidio y el vivir en un espacio propio –el gueto– sin restricciones, prohibiciones, ni autoridad de ningún tipo, ni siquiera religiosa. A esto se une el que en el África negra el modelo tradicional de organización no es la familia, sino la tribu. Al abandonar su espacio originario, el subsahariano ha abandonado la tribu y, por tanto, carece del apoyo institucional que esta le deparaba asumiendo tareas básicas como la educación. La teoría de los demógrafos y antropólogos progresistas consistía en afirmar que el paso del tiempo cambiaría estos comportamientos y que, finalmente, los subsaharianos terminarían por adoptar los mismos patrones de comportamiento y organización que los europeos. Pero olvidaban un dato importante: la familia está en crisis en Europa, por tanto, no hay modelo de referencia, ni mucho menos de sustitución. Esto genera que la mayoría de adolescentes subsaharianos que, suelen ir retrasados en los estudios al no lograr interesarse por ellos, ni ver en la formación un método para salir de la pobreza (recibir subsidios, genera cierta tranquilidad por el día a día, pero inhibe a muchos de luchar por la autonomía y por la autosuperación), terminen por habituarse a una vida sin objetivos en el interior del gueto y por eternizar su situación de subsidiados perpetuos y analfabetos estructurales.

Todo esto ha sido lo que ha permitido poner a Marine Le Pen y a su Rassemblement National a las puertas del Elíseo y ser, en estos momentos, el partido más votado las elecciones legislativas francesas (más de 11.000.000 de votos, con más de 3.000.000 de votos sobre el segundo partido), aunque no en número de diputados. Las encuestas han demostrado que la “teoría del Gran Reemplazo” no era compartida solamente por reducidos conventículos conspiranoicos, sino que ha sido asumida por amplias masas populares: en 2018 el 25% de los franceses reconocían que el país estaba siendo colonizado por africanos y musulmanes; apenas tres años después, otra encuesta de Harris Interactive confirmaba que la mayoría de población autóctona “creía que el Gran Reemplazo ocurrirá en Francia” y se seriamente preocupados[11]. En otros países existe un corrimiento de la opinión pública hacia estas posiciones que ya cuentan en algunos países con gobiernos inspirados en ellas e incluso están presentes en el parlamento europeo en varios grupos parlamentarios opuestos a la inmigración masiva.

Los adversarios de esta teoría, habitualmente pro–inmigracionistas, la han tachado de “nueva forma del supremacismo blanco” y, frecuentemente, la han unido a acciones violentas protagonizadas por “supremacistas blancos” en EEUU. No es, desde luego, la mejor forma de combatir una teoría: ni la falsificación de estadísticas, ni las vinculaciones de una teoría con acciones extremistas, sirven para desmentirla. Como máximo pueden obstaculizar su crecimiento, pero antes o después, resulta imposible enmascarar la realidad. Lo cierto es que, la opinión ampliamente mayoritaria en las encuestas es que las inmigración ilegal y masiva en dirección a Europa Occidental ha superado con mucho las líneas rojas. Visiblemente esta temática se ha convertido en un factor de polarización política que, poco a poco, va desgastando a la derecha, al centro–derecha e, incluso, al centro–izquierda, afirmándose a medida que los problemas augurados por los defensores del “gran reemplazo” se van convirtiendo en cada vez más visibles. Los adversarios de esta teoría lo tienen muy difícil para demostrar que el paisaje de los barrios de Europa Occidental no ha cambiado en los últimos 30 años. De hecho, es imposible.



[1] Citado en “The French Origins of 'You Will Not Replace Us'”. The New Yorker. 4 de diciembre de 2017.

[2] Cf. diario Present, 4 de noviembre de 2016.

[3] Nota en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Karim_Ouchikh

[4] BBC News https://www.bbc.com/news/world–europe–34131911

[5] Cf. https://www.youtube.com/watch?v=TWerXd8t4z4

[6] Otros han alegado que los “sufrimientos” de Soros, judío húngaro, durante la Segunda Guerra Mundial bastan para entender por qué se sitúa siempre en posiciones antifascistas y antirracistas. Pero lo cierto es que Soros no sufrió durante la guerra mucho más que cualquier ciudadano de Budapest, especialmente cuando la ciudad fue sitiada por el ejército soviético y varias unidades de las SS mantuvieron durante varios meses la defensa de la ciudad.

[7] Soros se graduó en filosofía en 1951 en la London Economic School, tres años después realizó el master en la misma especialidad y posteriormente alcanzó el doctorado en la Universidad de Londres (Glen Arnold, The Great Investors: Lessons on Investing from Master Traders, Pearson, United Kingdom, 2012, pág. 416.).

[8] Cf. “Introducción” de E. Milá a La conspiración franca (EMInves, Amazon, 20018), de H.G. Wells, para conocer el papel y las orientaciones de la Sociedad Fabiana.

[9] https://datosmacro.expansion.com/demografia/migracion/inmigracion/francia

[10] https://www.infocatolica.com/blog/coradcor.php/1001131216–apenas–un–uno–por–ciento–de–l









domingo, 15 de septiembre de 2024

El “Gran Reemplazo”, la realidad convertida en teoría conspirativa (2 de 4)

Treinta años de inmigración masiva en España y medio siglo de fenómeno análogo en Europa Occidental han demostrado varias cosas y muy especialmente:

– que las políticas de asimilación e integración resultan siempre un fracaso y no han prosperado ni alcanzado su objetivo en un solo país europeo, ni siquiera en los de sólidas tradiciones humanistas y democráticas.

– que las inversiones realizadas para integrar la inmigración ha sido dinero público tirado a la basura; los hábitos europeos no han sido asumidos por la inmigración en ninguno de los países provistos de sistemas liberal democráticos antiguos.

– que existe hoy paz étnica y social en Europa gracias a un sistema de subsidios y subvenciones que genera un triple fenómeno: desincentiva los esfuerzos que deberían orientarse hacia el trabajo, constituye en sí mismo lo esencial del “efecto llamada” para nuevas riadas migratorias y, finalmente, genera resquemores entre la población europea: por una parte, agravios comparativos y por otra la sensación de que se está subsidiando a unos grupos étnicos que generan más problemas que resuelven situaciones. La contrapartida inevitable es el aumento del racismo y de la xenofobia entre la población europea y la sensación de que está aumentando la presión fiscal, especialmente sobre las clases medias, para pagar lo que en Francia ha sido definido como “una aspiradora de recursos públicos”.

– que el crecimiento demográfico en todos los países de Europa Occidental se debe a estos contingentes de inmigrantes llegados en el último medio siglo y que tienen unas tasas de natalidad que oscilan entre dos, tres e incluso cuatro veces la de las mujeres en edad fértil en Europa.

Todo esto genera unas proyecciones de futuro extremadamente preocupantes. En primer lugar porque a la velocidad con la que crecen los grupos étnicos procedentes de África (tanto por la natalidad de los ya instalados, como por las llegadas continuas de nuevos elementos), en 2050 se habrá llegado, no solamente a una “Europa multicultural”, sino a una Europa Occidental en la que los grupos étnicos norteafricanos casi serán mayoría (en algunas zonas como Inglaterra, serán indiscutiblemente mayoritarios) y la religión islámica será la de mayor seguimiento con todo lo que ello implica (empezando por la exigencia de una “doble legislación” que plantean unánimemente los grupos musulmanes: una para no islamistas y la otra para islamistas, el establecimiento de la sharia en algunas zonas y terminando por la yihad, el “sexto pilar del islam”[1]. El islam no tiene predicadores y difusores misionales: se expande mediante la “guerra santa”. Es cierto que no hay que confundir “guerra santa” con “terrorismo”… pero prácticamente todos los terroristas que han actuado en Occidente en los últimos diez años, han considerado sus acciones como parte de la “guerra santa”. El hecho de que la “guerra santa” esté contemplada en el Corán de manera muy específica (y no como una “guerra interior”[2] –algo que solamente será considerada por teólogos musulmanes en países árabes bajo dominación colonial en el siglo XIX– sino como guerra abierta con choques, enfrentamientos y muertes); el hecho de que abunden las referencias escritas en el Corán y en los hadits[3] es extremadamente preocupante porque nada garantiza que los imanes de las mezquitas, cambien bruscamente de opinión y, en lugar de insistir en los cinco primeros “pilares del Islam” (el testimonio de fe, la oración, el ayuno, la limosna y la peregrinación a la Meca), pasen a resaltar el último: la yihad. Y nadie puede decirles, ni siquiera desde posiciones islámicas que Mahoma dijo algo diferente[4].

Porque, contra la opinión de los demógrafos[5] que hasta principios del milenio afirmaban que el establecimiento del islam en Europa haría que mejoraran las condiciones de vida de las poblaciones musulmanas y que esto generaría un fenómeno parecido al que se había producido entre los grupos étnicos europeos (menos hijos, menos matrimonios y menor religiosidad), lo que se ha demostrado es justamente lo contrario: la demografía musulmana apenas baja, la subsahariana, incluso, aumenta, los procesos de integración se dan a nivel individual, pero colectivamente, los grupos musulmanes, lejos de asimilarse, o bien se enrocan en su cultura originaria o bien atraviesan un proceso de aculturización con la contrapartida de brutalización, delincuencia y marginalidad.

Esto implica que, el resultado final de la marejada migratoria que estamos registrando terminará con una “sustitución de población” que será irreversible a partir del 2050 y que hará que, en pocos años, mientras persista el actual sistema electoral, la población de origen musulmana empezará a ser mayoritaria y, por tanto, a exigir que las legislaciones naciones y la legislación europea incluyan los principios de la ley coránica. Será la fase de “equilibrio de fuerzas” en el que los musulmanes se sentirán numéricamente lo suficientemente fuertes como para negociar sus condiciones. Esta segunda fase seguirá a la actual (la fase de “defensiva estratégica”, con incipientes comunidades islámica que todavía dependen de subsidios públicos, y de las líneas políticas de otros partidos) y precederá a la tercera fase (la de “ofensiva estratégica”) en la que no es descartable, desde progresos electorales basados en la fuerza del número con un proceso progresivo y gradual de islamización de la sociedad, de las costumbres y de la legislación, hasta insurrecciones que culminen en la proclamación de la yihad en Europa y la aceleración brusca del proceso de islamización.



La teoría del “Gran Reemplazo” presenta un obscuro porvenir: la sociedad y la cultura francesa y europea, en breve, en apenas 20 años, será sustituida íntegramente por la cultura musulmana (pues, no en vano, los grupos étnicos que profesan el islam son los que llegan a Francia y se reproducen más masivamente). Esto terminará generando un “genocidio cultural” con posibilidades de convertirse en un genocidio en sentido estricto de la palabra, habida cuenta de la intolerancia del islam con otras confesiones religiosas y sus concepciones de “guerra santa”, con las recompensas, groseramente sensualistas, en el más allá anunciadas por Mahoma.

La teoría del “gran reemplazo” tiene dos vertientes: una étnica (sustitución de un grupo étnico autóctono, por otro halógeno) y otra religiosa (sustitución del catolicismo por el islam). Dado que, en la actualidad, ínfimas minorías autóctonas se convierten al islam, hay que considerar ambas vertientes como dos caras de un mismo fenómeno: la “islamización de Europa” (aslamah). Con ello se entiende un proceso de “adaptación” (voluntario o por la fuerza) de una sociedad no islámica a la religión recién llegada.

El problema que plantea el islam en Europa es sencillo: no es una religión en el sentido que ha sido el catolicismo tal como ha llegado hasta nosotros –una fe que se profesa de manera individual y, en tanto que habitual en la historia de Europa, ha influido en la redacción y en la concepción de leyes y en las formas de gobierno–, sino que se trata de un “paquete” en el que va unida la fe religiosa y la forma político. La primera se proyecta directamente sobre la segunda y le da un “rostro” particular. Esto plantea el problema de que, cuando una sociedad ha sido “suficientemente islamizada”, deberá cambiar sus concepciones legales hasta en sus más mínimos detalles: comida halal, concepción del matrimonio y de la familia, días de culto, y días festivos, papel de la mujer, tradiciones, templos, moral pública, incluso vestuario (especialmente femenino). En otras palabras: cuando una sociedad está, hasta cierto punto, en fase de islamización, no puede dejar de producirse un cambio en sus conceptos y en su forma de organización, en sus valores, en su misma estructura y en su día a día. Se dice que una sociedad “se ha islamizado” cuando ha adoptado mayoritariamente la religión, las prácticas, los usos y las costumbres propias del islam. Esto implica el abandono de los “valores occidentales”.


¿Es razonable pensar en una Europa del futuro gobernaba por la sharia? Indudablemente, mientras la inmigración masiva procedente de países musulmanes siga con el volumen de los últimos treinta años, a Europa no le quedarán más de 15 a 25, como cultura autóctona. ¿Motivo? La diferencial demográfica (entre tres y cuatro nacimientos, dependiendo de los países de las mujeres halógenas, por entre 0’50 y 0’75 hijos como promedio para mujeres autóctonas) a lo que hay que sumar las continuas llegadas de más población inmigrante. Así pues, la teoría del “gran reemplazo”, hasta aquí parece cierta y razonable. Incluso, a medida que pasa el tiempo, los efectos de la inmigración masiva en Europa Occidental van siendo cada vez más evidentes y desmienten por completo las opiniones que demógrafos y sociólogos defendían hace un cuarto de siglo.

El “creced y multiplicaros” sigue siendo válido para los “pueblos del Libro” (de la Biblia: judaísmo, cristianismo e islam), pero solo uno, el islam, además de creer en él, lo sigue aplicando. Y no solo por motivos religiosos. Lo cierto es que, en la actualidad, las tasas de reproducción de la población musulmana siguen prácticamente como hace un cuarto de siglo, mientras que las autóctonas no dejan de descender. Por tanto, no constituye ninguna locura conspiranoica pensar que, en pocas décadas (dos como máximo en Europa Occidental), la mayoría de la población será de convicciones islámicas y, por su simple peso numérico impondrá una normativa legal inspirada en la sharia. En el Reino Unido este proceso ya ha comenzado en algunas ciudades en las que las candidaturas musulmanas se han hecho, por primera vez, con alcaldías de grandes ciudades y se ha confirmado con los incidentes que se produjeron en el mes de agosto de 2024 tras el asesinato de tres menores. Si tenemos en cuenta que, en Londres, la población autóctona de origen británico es de apenas un 32%, se entiende perfectamente que este proceso sea inevitable, primero en ciudades, luego en regiones, finalmente, en naciones enteras.

La teoría del “gran reemplazo” se completa con una conclusión que podría titularse “el gran miedo”. La población autóctona, a partir de cierto momento, al ser ya minoritaria, será tratada como “dhimmi”. Este concepto y el de “dhimmitud” es fundamental en esta teoría. El “dhimmi” es la “protección” ejercita por el Estado Islámico sobre las personas de otras religiones monoteístas. El jefe del Estado Islámico les inhibe del servicio militar (el derecho a portar armas queda reservado a los musulmanes, pues, no en vano, como vimos, la yihad es el “sexto pilar del islam”) y de pagar el impuesto religioso (zakat) al tener una fe diferente, pero, en su lugar, deberán pagar un impuesto especial (yizia) y un impuesto sobre la tierra (jarach), deberán acatar la autoridad del sultán y, a cambio, tendrán derecho a practicar su religión –eso sí, con restricciones que la harán casi clandestina– y a disponer de jueces propios de su misma fe en cuestiones civiles.

La dhimmitud deriva de la visión del mundo musulmana que divide el globo en dos partes: el al–harb (territorio en guerra en el que todavía no se ha impuesto el islam) y el dar al–islam (o territorio del islam). Europa es hoy, al–harb… esto es, “territorio en guerra”. Los habitantes de estos territorios –nosotros, europeos autóctonos– somos “harbis”. La correlación de fuerzas entre harbis y musulmanes pueden dar lugar a tres circunstancias: cuando los no–creyentes o harbis están en situación de mayoría numérica y de fuerza, las autoridades político–religiosas islámicas pueden negociar con ellos “treguas” que no serán permanentes sino solo durante el tiempo en el que los musulmanes sean minoritarios. En el momento en el que se llegue a un equilibrio de fuerzas o a una situación en la que el islam sea hegemónico, las tornas cambiarán y lo que hasta entonces ha sido “negociación”, se convertirá en “imposición”. A partir de ese momento, el “dhimmi” se convierte en un ciudadano de segunda clase, tolerado, pero… a cambio deberá asumir la casi totalidad de la carga fiscal del Estado islámico. Por supuesto, no podrá ocupar altos cargos en el Estado Islámico. Se le tolerará, pero recordándole continuamente su situación de inferioridad. El dhimmi está discriminado incuestionablemente por la ley, por la moral y por las costumbres del Estado islámico. Ni siquiera su testimonio es aceptado en un juicio por delitos menores. La situación del dhimmi en una sociedad islamizada ni siquiera es estable: en cualquier momento puede cambiar… a peor. Se le pueden imponer nuevos impuestos según las necesidades del Estado. Sus jefes políticos o religiosos, como ocurrió históricamente en los Balcanes, pueden ser secuestrados o encarcelados y pedir rescate por ellos. Si, el futuro de la población europea autóctona, a la vuelta de unas décadas, es la dhimmitud, se entiende que esta perspectiva no sea ni agradable, ni siquiera razonable.



[1] A este respecto, cf. El lenguaje político del Islam, Bernard Lewis, Taurus Humanidades, Madrid, 1990. Especialmente el capítulo titulado, “Guerra y paz”, págs. 123–153

[2] El término “guerra santa” no aparece en el Corán, que habla únicamente de “guerra” y, por las referencias que siguen, hay que interpretar necesariamente como “guerra de conquista” contra “infieles”. Bernard Lewis escribe: “En particular, la colocación del adjetivo “santo” junto al sustantivo “guerra” no aparece en los textos islámicos clásicos. Su uso en el árabe moderno es reciente y de origen foráneo” (op.cit., pág. 125). Y más adelante: “Todas las grandes colecciones de hadits contienen una sección dedicada a la yihad, en la que predomina el sentido militar (…) Lo mismo vale para los manuales clásicos sobre la ley de la Sharia. Hubo quien afirmó que la yihad se debía entender en un sentido moral y espiritual más que militar. Estos argumentos fueron defendidos por los teólogos chiitas y, con mayor frecuencia, por los modernistas y reformistas del siglo XIX y XX. Sin embargo, la inmensa mayoría de los teólogos, juristas y tradicionalistas clásicos, entendieron la obligación de la yihad en un sentido militar y así lo han expuesto” (op. cit., pág. 126–127). Finalmente: “De acuerdo con las enseñanzas musulmanas, la yihad es uno de los mandamientos básicos de la fe, una obligación que Dios ha impuesto, a través de la revelación a todos los musulmanes” (pág. 128).

[3] Cf. La yihad en Europa, diagnosticarla, prevenirla y contenerla, artículo de Ernesto Milá en Info–krisis. Se citan todos los textos coránicos en los que se realizan llamamientos y descripciones sobre la yihad https://info–krisis.blogspot.com/2015/02/importante–documento–sobre–el–yihadismo.html

[4] Esto explica los rápidos “deslizamientos” que se registran con frecuencia entre protagonistas de la yihad en Europa que poco antes eran pacíficos, tranquilos y relajados en materia de práctica religiosa o, incluso, pequeños delincuentes sin que les interesara la religión.