La política hermética de Dalí
Contrariamente a la opinión de algunos biógrafos,
Dalí si definió sus ideales políticos y no siempre por el camino de la
negación. Si bien en su pensamiento y en sus declaraciones políticas menudearon
las negaciones rotundas, también hubo afirmaciones soberanas. Y la primera de
ellas es ese alegato al que antes hemos aludido en defensa de la
"tradición": "No
creía -escribió Dalí- ni en la revolución
comunista, ni en la revolución nacional-socialista, ni en ninguna otra clase de
revolución. Creía, sólo en la suprema realidad de la Tradición". Tenía muy presente la frase de
Eugenio d'Ors: "Todo
lo que no es Tradición, es plagio".
Dalí reconoce ya en su primera juventud el valor de
la tradición en la pintura: sus maestros son los clásicos, su modelo a imitar,
la gran tradición pictórica renacentista. Este mismo concepto lo traspasa a la
política y consigue que, a pesar de todas sus aparentes excentricidades, exista
una lógica y una coherencia de hierro en las opiniones políticas de Salvador
Dalí.
La admiración de Dalí por la pintura clásica y
renacentista, por el Siglo de Oro español, hacía de él un hombre cuyas raíces
-o al menos una parte de ellas- estaban ancladas en otro tiempo. Era algo
parecido a la fiesta de los toros que, como Picasso, amaba tanto: algo que
estaba presente en el mundo moderno, pero que no "era" del mundo
moderno. Pues bien, son los valores anti-actuales del Dalí pintor los que
traspasa a la política. Dalí tenía tendencia a reducir la Historia a la
historia de la pintura.
Y había un punto en el que percibía una inflexión;
a pesar de ser un hombre que vivía en el mundo moderno, e incluso que había
participado de sus vanguardias artísticas más extremas, la totalidad de la
personalidad de Dalí era in illo
tempore, de un
Renacimiento que todavía no se ha despojado de los últimos ecos de la humanidad
medieval, los que constituyen la médula de la "gran política" para
Dalí en su época de madurez. Tales valores son abatidos por la Revolución
Francesa. Alzada sobre las cabezas guillotinadas de la aristocracia, la
revolución de 1789 afirmó la primacía del burgués y de los valores burgueses en
la sociedad occidental. Visto el poco aprecio que Dalí -por rechazo a la situación
familiar- tenía por los valores burgueses, no puede extrañar que la sola
mención a la Revolución Francesa le enfermara.
Estando en 1929 con el surrealista Robert Desnos en
un restaurante de la Avenue Montparnasse, éste le habló entusiásticamente de lo
que representó la Revolución Francesa para el espíritu occidental. Al día
siguiente, Dalí aquejado de unas fiebres extremas y en estado delirante, vio su
habitación invadida por insectos; al deshacerse de uno de ellos que creía ver
ascendiendo por su cuerpo, se extirpó un lunar y perdió abundante sangre. A
partir de ese momento observó que la mera alusión de alguien a la Revolución
Francesa le provocaba inmediatamente accesos de fiebre y fuertes dolores de
cabeza. En su período místico, Dalí vio en los sucesos de 1789 el origen de la
decadencia del arte moderno [5].
Dalí manifestó en todas las etapas de su vida un
desprecio absoluto hacia todos los regímenes demo-liberales. Consideraba que la
democracia era el caldo de cultivo de toda corrupción. A la pregunta del
ensayista Alain Bosquet sobre los acontecimientos de mayo del 1968 en París,
Dalí contesta: "El
régimen no me parece suficientemente podrido. Me atraen los regímenes corrompidos
al máximo, esos que ya están maduros para el restablecimiento de una monarquía
tradicional. ¡Todavía sería necesario que todo estuviera aquí más podrido, aun
más podrido!". "Contra peor, mejor", habían dicho
algunos revolucionarios antes que él; los místicos e iniciados de todos los
tiempos, por su parte, aseguraban que para que algo naciera lo anterior debía
de morir: Dalí, como veremos, tenía ideas políticas bastante claras, por
paradójicas que pudieran parecer.
Es innegable que hasta mediados de los años 30,
mantuvo una postura revolucionaria, como hemos visto, que le llevaba a dar
vivas a todo lo que se oponía a la revolución liberal y a los valores
burgueses, fuera fascismo o bolchevismo. Sabemos que llegó a estas posiciones
percibiendo en los símbolos de tales regímenes un elemento misterioso que
estaba del todo ausente en las repúblicas demo-liberales y que le seducía. Dalí
sufrió la influencia de personas concretas: Giorgio di Chirico, su amigo, su
precursor en cierta forma, creador de la "pintura metafísica" con su
hálito misterioso y onírico, fue, poco a poco, derivando del dadaísmo, al
surrealismo y de éste a una colaboración cada vez más estrecha con el fascismo.
Arno Breker, pasó a ser el escultor oficial del régimen hitleriano. Breker, era
una personalidad exuberante e igualmente "renacentista", fuera de lo
común, amigo a su vez del escritor Godfried Benn, traductor del esoterista
italiano barón Julius Evola al alemán y prologuista de su obra capital Revuelta
contra el mundo moderno. Este grupo alemán
rechazaba igualmente las categorías burguesas y en sus obras literarias o
escultóricas exaltaba los valores inherentes a un tipo humano que busca niveles
superiores de vida. Breker esculpió un busto de Dalí como antes había esculpido
la estela en honor de los soldados de la Wehrmatch muertos en Stalingrado. Dalí
lo tenía en alta estima.
La situación de estos intelectuales y artistas en
relación a los regímenes políticos de sus respectivos países fue similar a la
de Dalí respecto al franquismo: apoyo crítico y exterior, nunca compromiso
total con carnet del partido único en el bolsillo. Simplemente creyeron que los
fascismos estaban más próximos a sus categorías éticas y políticas que el
demo-liberalismo. Es indudable que las relaciones con estas personalidades
decantaron definitivamente las simpatías de Dalí hacia los regímenes
totalitarios.
Tras huir de la guerra civil española, Dalí pasa un
período en Villa Comboni, cerca de Analfi, propiedad del poeta Edward James. En
la vecina Roma, se siente emocionado con las ruinas del Capitolio y del Foro y
escucha casualmente un discurso de Mussolini. Ve en él dictador del fascismo
una reedición del líder, del hombre "grande" situado más allá del
bien y del mal, que actúa a despecho de la opinión de los "pequeños".
Por esas fechas, los surrealistas están alarmados, no tanto por el
exhibicionismo daliniano que no hace otra cosa que llevar a la práctica el
estilo de vida que ellos proclamaban en sus escritos, sino que perciben que "el nombre de
Hitler -siempre mostrado en términos correctos y acompañado de las más
entusiásticas observaciones- aparece con demasiada frecuencia y entusiasmo. Da
la impresión de que este aborrecido nombre no puede separarse de sus
labios". En esos momentos,
buena parte del surrealismo había terminado mirando hacia la izquierda y no era
raro que los surrealistas estuvieran en guardia: el régimen nazi había acuñado
una denominación para describir buena parte de sus producciones, "entartete kunst", arte degenerado…
Los nazis habían recuperado esta idea de Max Nordau
que, a principios de siglo definió el arte moderno como un "arte
débil", "psicológicamente enfermizo",
producto de una sociedad crepuscular y en ruinas. En 1937 el régimen nazi
organizó, en el Instituto Arqueológico de Berlín, una Exposición de Arte
Degenerado compuesta por 700 piezas producidas después de 1910 por artistas
alemanes de vanguardia. El grupo surrealista de Colonia, dirigido por Max
Ernst, que se había erigido como una de las vanguardias más agresivas y
"experimentales", protagonizó buena parte del evento. El diario
oficial del partido nazi mostró una foto de Hitler y Goering ante un cuadro de
Max Ernst; el pié de foto decía "Ofensa a la mujer
alemana"... Esta exposición supuso el punto álgido del enfrentamiento
entre las concepciones culturales nazis y las surrealistas.
Dalí se encontró aislado en su propio grupo y tuvo
en Louis Aragon a su principal detractor. Aragon, ante un exabrupto
imaginativo, de Dalí a propósito de un "objeto surrealista" -una
mecedora construida con vasos llenos de leche- se le encaró: "!Basta de
excentricidades! La leche será para los hijos de los huelguistas...". Hacía poco que Aragon había estrenado sus lealtades socialistas
en el Congreso de Escritores Revolucionarios de Jarkov, definido por Dalí como
areópago de la mediocridad. Llegaría a ser director de L’Humanité, el diario del PCF.
Acosado por la izquierda comunista, disputado por
los intelectuales y artistas del fascismo, el pintor, a pesar de su
apoliticismo, experimentaba una evolución en sus tendencias interiores. En esos
años descubrió, también en política, la "vía de la Tradición". A ello
le llevó un razonamiento que, fue sofisticando con el paso de los años, pero
que era simple en esencia y que puede resumirse en siete puntos:
1) la idea de que debe existir una entidad
suprema que ordene en las alturas, un "líder" que encauce y
encarrile;
2) mientras, en la base actúan necesariamente
múltiples tendencias contrapuestas cuyos conflictos no pueden nunca ir más allá
de los límites impuestos por la entidad
suprema;
3) sólo tras la caída del fascismo, Dalí sustituye
la figura del "líder" por el "monarca";
4) para dar un aspecto daliniano a esta opción
perfectamente coherente, Dalí concilia la idea de liderazgo único en la cúspide
con la de multiplicidad de contradicciones en la base, ideando el concepto de "monarquía
anárquica" [6];
5) los descubrimientos realizados a lo largo de los
años 60 en el dominio de la biología le enseñaron que los organismos naturales,
hasta en sus más mínimos detalles, no son amorfos y desestructurados, sino que
se encuentran jerarquizados y especializados. 6) la estructura
biológico-molecular de la que deriva el hombre en su unidad y en sus
potencialidades, es el ADN: por lo tanto, el principio monárquico y la
jerarquía que de él emana tiene una justificación biológica [7];
7) así pues, la forma de gobierno más conforme con la naturaleza humana será la "monarquía-anárquica"… Fin del razonamiento.
La tesis de Dalí, enunciada de forma jocosa -"en esta época de
miseria intelectual en que vivimos debo expresarme en términos caricaturescos
para que mis contemporáneos puedan intentar comprenderme", había dicho- si se quiere, paradójica
en ocasiones, pero sería, al fin y al cabo, es que debe existir unidad en la
cúpula, jerarquía en los escalones intermedios de la sociedad y diversidad
actuante en la base. La existencia de esa unidad -monarquía- y de esa jerarquía
garantiza que la multiplicidad de tendencias en la base -la
"anarquía" a la que alude- no rompa el conjunto en el desorden civil.
Dalí intenta conciliar una forma de "tradición" -la monarquía- con un
concepto de "revolución" -la anarquía-; su pensamiento político se
encaminó, ya desde su juventud, hacia esta síntesis.
Julius Evola, amigo de Tristan Tzara y de Gottfried
Benn, conocido de Giorgio de Chirico y de Arno Breker, con muy buenas
relaciones en el Tercer Reich (fue de los primeros en saludar a Mussolini en el
Cuartel General del Führer tras ser liberado del Gran Sasso por los
paracaidistas del coronel Otto Skorzeny), jamás se había afiliado al Partido
Fascista, pero de los años 50 a 70, sostuvo ideas que influyeron ampliamente en
una parte de la juventud neo-fascista del Movimiento Social Italiano y de los
grupos extraparlamentarios Avanguardia Nazionale y Ordine Nuovo; el barón
Evola, cuya obra es fundamentalmente de carácter tradicionalista, escribió a
principios de la década de los cincuenta un libro titulado Los hombres y las ruinas, que supuso un intento serio de elaborar una línea política que
corresponda a la tradición esotérica. Dalí conocía este texto, que le fue
remitido en italiano; existen suficientes alusiones, vínculos y amistades
comunes, afinidades, entre las declaraciones políticas de Dalí y los puntos de
vista de Evola, como para afirmar razonablemente que Dalí, sea directamente,
sea a través de terceros, conocía perfectamente la obra del esoterista
italiano; máxime cuando los temas tratados en sus libros estuvieron siempre en
el espíritu de Dalí: La
Tradición Hermética, Metafísica del Sexo, etc.
Dalí establece las motivaciones de lo que, parafraseando a Hitler, llama Mi lucha; algunas de las consignas que sitúa están calcadas literalmente de las teorías políticas de Julius Evola. Véase con detenimiento la relación de Dalí por que constituyen un verdadero manifiesto político:
Contra la simplicidad Por la complejidad
Contra la uniformidad Por la diversificación
Contra el igualitarismo Por la jerarquización
Contra lo colectivo Por lo individual
Contra la política Por la metafísica
Contra la naturaleza Por la estética
Contra el maquinismo Por el sueño
Contra la abstracción Por lo concreto
Contra la espinaca Por los caracoles
Contra el arte moderno africano Por el Renacimiento
Contra la Medicina Por la magia
Contra la revolución Por la tradición...
Hay en todo esto una dosis considerable de estilo
daliniano. Por ejemplo, cuando truena contra la espinaca lo está haciendo
contra lo informe y lo caótico (en otras ocasiones compara lo informe a la baba
de un perro), el caracol le evoca, por el contrario, la espiral generadora
perfectamente trazada; tales son las asociaciones sugeridas por su método
paranoico-crítico.
El sistema de "monarquía-anárquica",
propuesto por Dalí, es, fundamentalmente, aristocrático; la aristocracia, antes
que cualquier otra cosa, es un "estilo", sereno, estable, mesurado,
responsable, es el estilo que entrevé en los grandes cuadros del Renacimiento y
que quiere reproducir en sus mejores obras. Pero para llegar a él había que
destruir los fundamentos del mundo moderno y esto pasaba a través del apoyo a
las fracciones más extremas que lo combatían: así no es de extrañar que Dalí
apoyase a los contestatarios de las barricadas y difundiera entre los
estudiantes de la Sorbona un panfleto -Mi revolución cultural- que, en parte, podrían haber suscrito
los mismos grupos anarco-situacionistas detonadores de los sucesos. Tampoco es
extraño que Dalí glosara las virtudes de la revolución cultural maoísta, aun
afirmando que el marxismo estaba enterrado. Era una forma de implementar la
acción de los grupos más radicales con objeto de acelerar el proceso
destructivo que desbloquearía el ascenso de un orden nuevo. Tal es el sentido
de la "estrategia" política daliniana...
Estas posiciones no fueron entendidas por la izquierda progresista que lideró la vida cultural española durante la transición. Solo tres botones de muestra bastan para mostrar la superficialidad de aquellos que se llamaron "intelectuales". En 1979, la Asamblea Democrática de Artistas de Gerona condenó la obra de Dalí; ninguno de los integrantes de esta "asamblea" pasará a la historia de la pintura. Algunos desconocidos, seguramente vinculados a estos ambientes, apedrearon la casa de Port Lligat. Finalmente, en junio de 1979, el Ayuntamiento de Figueras cambió el nombre de la Plaza Gala-Dalí con los votos favorables del Partido Socialista, Esquerra Republicana de Catalunya, Convergencia i Unió y el Partido Comunista (PSUC). A todos ellos se les puede dedicar la frase extraída del Libro Rojo de Mao: "La rana de la charca jamás comprenderá la grandeza del océano"...
NOTAS
[1] Esta misma anécdota, la encontramos en la biografía de otro
personaje conocido de éste siglo, escolarizado en otra escuela laica a 2000 km
de distancia, en Como, Italia: Benito Mussolini.
[2] Eliade era tenido en alta estima por los esoteristas Julius Evola
y René Guénon con los que mantuvo correspondencia y cuyos trabajos utiliza para
sus compilaciones. Eliade pasó unos años en la India instruyéndose, teórica y
prácticamente, en los distintos yogas y se interesó vivamente por la alquimia
en varios ensayos. A Dalí le llamaron particularmente la atención tres de sus
trabajos: "Mefistófeles
y el Andrógino" (Ed. Guadarrama, Madrid 1974) y "Herreros y Alquimistas" (Alianza Editorial, Madrid 1973) y "Yoga: Inmortalidad y libertad" (Editorial La Pleyade, Buenos Aires 1972).
[3] Las relaciones entre Dalí y Picasso son importantes y tormentosas.
Al llegar Dalí a París, lo primero que hizo fue visitar a Picasso: "He
venido a verle a usted antes que el Louvre", le dijo; el malagueño le
contestó: "Ha hecho usted muy bien". Más adelante le presentaría a Gertrud Stein, relacionada con
todos los ambientes artísticos de París; la Stein contribuiría a introducir a
Dalí en estos medios. Picasso era, igualmente, amigo de Eluard y de Gala a
quien regaló algunas pinturas que hoy permanecen en el Teatro-Museo de Figueras.
El fotógrafo Brassaï vio en el pintor malagueño al primer mecenas y protector
de Dalí. Picasso le prestó dinero para su irrupción en EE.UU. y hasta el
estallido de la guerra civil hubo entre ambos artistas una buena y sincera
amistad. A partir de entonces todo cambió. Picasso optó por el Partido
Comunista. A partir de entonces todo fue desencuentro y oposición. En realidad
Picasso fue un punto de referencia para Dalí que se convirtió en el
anti-Picasso: "Estoy fusionando el surrealismo con la
mística. Dalí está por la fusión. Picasso por la confusión. Ambos somos genios
en un país de contrastes: sol y sombra". Los dos pintores nunca más
volvieron a verse a pesar de la mutua simpatía y admiración que se profesaban
en privado. Antonio D. Olano (que fue amigo de ambos), dice que se "enfurruñaron
como chiquillos" y todo induce a pensar que,
efectivamente, así fue. Cada verano Dalí escribía a Picasso solicitándole una
entrevista, pero la carta quedó siempre sin respuesta. Picasso reconoció a
Olano que le hizo mucha gracia la frase de “Picasso es comunista. Yo
tampoco" e, incluso le dijo: "Ese
muchacho es el último pintor renacentista que le queda al mundo". A la "Paloma
de la Paz" de Picasso, correspondió Dalí
con su "Cruz de la
Paz", y al "Guernica" de Picasso, Dalí respondió con su "Santiago el Grande". Las correspondencias y
antítesis entre ambos pintores llegan a tal punto que, incluso, sus compañeras
eran rusas...
[4] Todas estas relaciones han sido descubiertas por Silvia Nieto y
José Hermida en su libro
“Viajes esotéricos" (Temas de Hoy, Madrid 1994) y a
ellos corresponde la paternidad de estas afirmaciones.
[5] "Uno de los pintores modernos de importancia fue sin duda
alguna Henri Matisse, pero Matisse representa exactamente las últimas
consecuencias de la revolución francesa; es decir, el triunfo de la burguesía y
del espíritu burgués (...) Las consecuencias del arte moderno contemporáneo
radican en haber llegado al máximo de racionalización y al no va más allá del
escepticismo. Hoy en día, los jóvenes modernos no creen en nada. Es
perfectamente normal que, cuando no se cree en nada, se acabe pintando apenas
nada, que es, poco más o menos el caso de toda la pintura moderna" ("Diario de un Genio", anotación del 18 de diciembre de 1955).
[6] "La política no me interesa porque es algo que pasa
rápidamente, algo accidental. Pero tengo una pequeña teoría sobre la
monarquía... cada día me hago más monárquico",
había dicho y también: "Me había formado toda
una teoría que puede parecer absurda, según la cual yo creía que el régimen
maravilloso sería la Monarquía anárquica. O sea: arriba el máximo orden
absoluto que permitiese a los de abajo hacer lo que les diese la gana y
divertirse al máximo". Y Antonio D. Olano,
comentando análogos fragmentos escribe: "La monarquía no es
política, en absoluto. Es la única manera de gobierno que no tiene que ver con
la política". En otra ocasión profetizó que
las monarquías se reinstaurarían en Europa por este orden: primero España,
posteriormente, Rumanía y, finalmente, Rusia. Entonces muchos rieron la
excentricidad que, con el paso del tiempo, si bien es improbable, no es
absurda.
[7] "Desde el punto de vista científico, la monarquía es la
única forma de gobierno que corresponde a los más recientes descubrimientos de
la biología. La monarquía es genética. Viene de Dios. Lo único terrible es que
los actuales reyes no son monárquicos. Dicen que son liberales, hablan de
socialismo, etc. Y hace falta que sean absolutistas -terminaba ironizando-, pero convencer a un rey para que
se convierta en monárquico es una empresa complicada".