Treinta
años de inmigración masiva en España y medio siglo de fenómeno análogo en
Europa Occidental han demostrado varias cosas y muy especialmente:
– que las políticas de asimilación e integración resultan siempre un fracaso y no han prosperado ni alcanzado su objetivo en un solo país europeo, ni siquiera en los de sólidas tradiciones humanistas y democráticas.
– que las inversiones realizadas para integrar la inmigración ha sido dinero público tirado a la basura; los hábitos europeos no han sido asumidos por la inmigración en ninguno de los países provistos de sistemas liberal democráticos antiguos.
– que existe hoy paz étnica y social en Europa gracias a un sistema de subsidios y subvenciones que genera un triple fenómeno: desincentiva los esfuerzos que deberían orientarse hacia el trabajo, constituye en sí mismo lo esencial del “efecto llamada” para nuevas riadas migratorias y, finalmente, genera resquemores entre la población europea: por una parte, agravios comparativos y por otra la sensación de que se está subsidiando a unos grupos étnicos que generan más problemas que resuelven situaciones. La contrapartida inevitable es el aumento del racismo y de la xenofobia entre la población europea y la sensación de que está aumentando la presión fiscal, especialmente sobre las clases medias, para pagar lo que en Francia ha sido definido como “una aspiradora de recursos públicos”.
– que el crecimiento demográfico en todos los países de Europa Occidental se debe a estos contingentes de inmigrantes llegados en el último medio siglo y que tienen unas tasas de natalidad que oscilan entre dos, tres e incluso cuatro veces la de las mujeres en edad fértil en Europa.
Todo esto
genera unas proyecciones de futuro extremadamente preocupantes. En primer lugar
porque a la velocidad con la que crecen los grupos étnicos procedentes de
África (tanto por la natalidad de los ya instalados, como por las llegadas
continuas de nuevos elementos), en 2050 se habrá llegado, no solamente a una
“Europa multicultural”, sino a una Europa Occidental en la que los grupos
étnicos norteafricanos casi serán mayoría (en algunas zonas como Inglaterra,
serán indiscutiblemente mayoritarios) y la religión islámica será la de mayor
seguimiento con todo lo que ello implica (empezando por la exigencia de una
“doble legislación” que plantean unánimemente los grupos musulmanes: una para
no islamistas y la otra para islamistas, el establecimiento de la sharia
en algunas zonas y terminando por la yihad, el “sexto pilar del islam”[1]. El islam
no tiene predicadores y difusores misionales: se expande mediante la “guerra
santa”. Es cierto que no hay que confundir “guerra santa” con “terrorismo”…
pero prácticamente todos los terroristas que han actuado en Occidente en los
últimos diez años, han considerado sus acciones como parte de la “guerra
santa”. El hecho de que la “guerra santa” esté contemplada en el Corán
de manera muy específica (y no como una “guerra interior”[2] –algo que
solamente será considerada por teólogos musulmanes en países árabes bajo
dominación colonial en el siglo XIX– sino como guerra abierta con choques,
enfrentamientos y muertes); el hecho de que abunden las referencias escritas
en el Corán y en los hadits[3] es
extremadamente preocupante porque nada garantiza que los imanes de las
mezquitas, cambien bruscamente de opinión y, en lugar de insistir en los cinco
primeros “pilares del Islam” (el testimonio de fe, la oración, el ayuno, la
limosna y la peregrinación a la Meca), pasen a resaltar el último: la yihad.
Y nadie puede decirles, ni siquiera desde posiciones islámicas que Mahoma dijo
algo diferente[4].
Porque,
contra la opinión de los demógrafos[5] que hasta
principios del milenio afirmaban que el establecimiento del islam en Europa
haría que mejoraran las condiciones de vida de las poblaciones musulmanas y que
esto generaría un fenómeno parecido al que se había producido entre los grupos
étnicos europeos (menos hijos, menos matrimonios y menor religiosidad), lo que
se ha demostrado es justamente lo contrario: la demografía musulmana apenas
baja, la subsahariana, incluso, aumenta, los procesos de integración se dan a
nivel individual, pero colectivamente, los grupos musulmanes, lejos de
asimilarse, o bien se enrocan en su cultura originaria o bien atraviesan un
proceso de aculturización con la contrapartida de brutalización, delincuencia y
marginalidad.
Esto
implica que, el resultado final de la marejada migratoria que estamos
registrando terminará con una “sustitución de población” que será irreversible
a partir del 2050 y que hará que, en pocos años, mientras persista el actual
sistema electoral, la población de origen musulmana empezará a ser mayoritaria
y, por tanto, a exigir que las legislaciones naciones y la legislación europea
incluyan los principios de la ley coránica. Será la fase de “equilibrio
de fuerzas” en el que los musulmanes se sentirán numéricamente lo
suficientemente fuertes como para negociar sus condiciones. Esta segunda fase
seguirá a la actual (la fase de “defensiva estratégica”, con
incipientes comunidades islámica que todavía dependen de subsidios públicos, y
de las líneas políticas de otros partidos) y precederá a la tercera fase (la de
“ofensiva estratégica”) en la que no es descartable, desde
progresos electorales basados en la fuerza del número con un proceso progresivo
y gradual de islamización de la sociedad, de las costumbres y de la
legislación, hasta insurrecciones que culminen en la proclamación de la yihad
en Europa y la aceleración brusca del proceso de islamización.
La teoría del
“Gran Reemplazo” presenta un obscuro porvenir: la sociedad y la cultura
francesa y europea, en breve, en apenas 20 años, será sustituida íntegramente
por la cultura musulmana (pues, no en vano, los grupos
étnicos que profesan el islam son los que llegan a Francia y se reproducen más
masivamente). Esto terminará generando un “genocidio cultural” con
posibilidades de convertirse en un genocidio en sentido estricto de la palabra,
habida cuenta de la intolerancia del islam con otras confesiones religiosas y
sus concepciones de “guerra santa”, con las recompensas, groseramente
sensualistas, en el más allá anunciadas por Mahoma.
La teoría
del “gran reemplazo” tiene dos vertientes: una étnica (sustitución de un grupo
étnico autóctono, por otro halógeno) y otra religiosa (sustitución del
catolicismo por el islam). Dado que, en la actualidad,
ínfimas minorías autóctonas se convierten al islam, hay que considerar ambas
vertientes como dos caras de un mismo fenómeno: la “islamización de Europa”
(aslamah). Con ello se entiende un proceso de “adaptación” (voluntario o
por la fuerza) de una sociedad no islámica a la religión recién llegada.
El problema
que plantea el islam en Europa es sencillo: no es una religión en el sentido
que ha sido el catolicismo tal como ha llegado hasta nosotros –una fe que se
profesa de manera individual y, en tanto que habitual en la historia de Europa,
ha influido en la redacción y en la concepción de leyes y en las formas de
gobierno–, sino que se trata de un “paquete” en el que va unida la fe religiosa
y la forma político. La primera se proyecta
directamente sobre la segunda y le da un “rostro” particular. Esto plantea el
problema de que, cuando una sociedad ha sido “suficientemente islamizada”,
deberá cambiar sus concepciones legales hasta en sus más mínimos detalles:
comida halal, concepción del matrimonio y de la familia, días de culto,
y días festivos, papel de la mujer, tradiciones, templos, moral pública,
incluso vestuario (especialmente femenino). En otras palabras: cuando una
sociedad está, hasta cierto punto, en fase de islamización, no puede dejar de
producirse un cambio en sus conceptos y en su forma de organización, en sus
valores, en su misma estructura y en su día a día. Se dice que una sociedad “se
ha islamizado” cuando ha adoptado mayoritariamente la religión, las prácticas,
los usos y las costumbres propias del islam. Esto implica el abandono de los
“valores occidentales”.
¿Es
razonable pensar en una Europa del futuro gobernaba por la sharia?
Indudablemente, mientras la inmigración masiva procedente de países musulmanes
siga con el volumen de los últimos treinta años, a Europa no le quedarán más de
15 a 25, como cultura autóctona. ¿Motivo? La diferencial demográfica (entre
tres y cuatro nacimientos, dependiendo de los países de las mujeres halógenas,
por entre 0’50 y 0’75 hijos como promedio para mujeres autóctonas) a lo que hay
que sumar las continuas llegadas de más población inmigrante. Así pues,
la teoría del “gran reemplazo”, hasta aquí parece cierta y razonable. Incluso,
a medida que pasa el tiempo, los efectos de la inmigración masiva en Europa
Occidental van siendo cada vez más evidentes y desmienten por completo las
opiniones que demógrafos y sociólogos defendían hace un cuarto de siglo.
El “creced
y multiplicaros” sigue siendo válido para los “pueblos del Libro” (de la Biblia:
judaísmo, cristianismo e islam), pero solo uno, el islam, además de creer en
él, lo sigue aplicando. Y no solo por motivos
religiosos. Lo cierto es que, en la actualidad, las tasas de reproducción de
la población musulmana siguen prácticamente como hace un cuarto de siglo,
mientras que las autóctonas no dejan de descender. Por tanto, no constituye
ninguna locura conspiranoica pensar que, en pocas décadas (dos como máximo en
Europa Occidental), la mayoría de la población será de convicciones islámicas
y, por su simple peso numérico impondrá una normativa legal inspirada en la
sharia. En el Reino Unido este proceso ya ha comenzado en algunas ciudades en
las que las candidaturas musulmanas se han hecho, por primera vez, con
alcaldías de grandes ciudades y se ha confirmado con los incidentes que se
produjeron en el mes de agosto de 2024 tras el asesinato de tres menores. Si
tenemos en cuenta que, en Londres, la población autóctona de origen
británico es de apenas un 32%, se entiende perfectamente que este proceso sea
inevitable, primero en ciudades, luego en regiones, finalmente, en naciones
enteras.
La teoría
del “gran reemplazo” se completa con una conclusión que podría titularse “el
gran miedo”. La población autóctona, a partir de cierto momento, al ser ya minoritaria,
será tratada como “dhimmi”. Este concepto y el de “dhimmitud” es
fundamental en esta teoría. El “dhimmi” es la “protección” ejercita por
el Estado Islámico sobre las personas de otras religiones monoteístas. El jefe
del Estado Islámico les inhibe del servicio militar (el derecho a portar armas
queda reservado a los musulmanes, pues, no en vano, como vimos, la yihad
es el “sexto pilar del islam”) y de pagar el impuesto religioso (zakat)
al tener una fe diferente, pero, en su lugar, deberán pagar un impuesto
especial (yizia) y un impuesto sobre la tierra (jarach), deberán
acatar la autoridad del sultán y, a cambio, tendrán derecho a practicar su
religión –eso sí, con restricciones que la harán casi clandestina– y a disponer
de jueces propios de su misma fe en cuestiones civiles.
La dhimmitud
deriva de la visión del mundo musulmana que divide el globo en dos partes: el al–harb
(territorio en guerra en el que todavía no se ha impuesto el islam) y el dar
al–islam (o territorio del islam). Europa es hoy, al–harb… esto es,
“territorio en guerra”. Los habitantes de estos territorios –nosotros, europeos
autóctonos– somos “harbis”. La correlación de fuerzas entre harbis
y musulmanes pueden dar lugar a tres circunstancias: cuando los no–creyentes o harbis
están en situación de mayoría numérica y de fuerza, las autoridades político–religiosas
islámicas pueden negociar con ellos “treguas” que no serán permanentes sino
solo durante el tiempo en el que los musulmanes sean minoritarios. En el
momento en el que se llegue a un equilibrio de fuerzas o a una situación en la
que el islam sea hegemónico, las tornas cambiarán y lo que hasta entonces ha
sido “negociación”, se convertirá en “imposición”. A partir de ese
momento, el “dhimmi” se convierte en un ciudadano de segunda clase,
tolerado, pero… a cambio deberá asumir la casi totalidad de la carga fiscal del
Estado islámico. Por supuesto, no podrá ocupar altos cargos en el Estado
Islámico. Se le tolerará, pero recordándole continuamente su situación de
inferioridad. El dhimmi está discriminado incuestionablemente por la
ley, por la moral y por las costumbres del Estado islámico. Ni siquiera su
testimonio es aceptado en un juicio por delitos menores. La situación
del dhimmi en una sociedad islamizada ni siquiera es estable: en
cualquier momento puede cambiar… a peor. Se le pueden imponer nuevos
impuestos según las necesidades del Estado. Sus jefes políticos o religiosos,
como ocurrió históricamente en los Balcanes, pueden ser secuestrados o
encarcelados y pedir rescate por ellos. Si, el futuro de la población europea
autóctona, a la vuelta de unas décadas, es la dhimmitud, se entiende que
esta perspectiva no sea ni agradable, ni siquiera razonable.
[1] A este respecto, cf. El lenguaje político del Islam, Bernard Lewis,
Taurus Humanidades, Madrid, 1990. Especialmente el capítulo titulado, “Guerra y
paz”, págs. 123–153
[2] El término “guerra santa” no aparece en el Corán, que habla únicamente de
“guerra” y, por las referencias que siguen, hay que interpretar necesariamente
como “guerra de conquista” contra “infieles”. Bernard Lewis escribe: “En particular, la
colocación del adjetivo “santo” junto al sustantivo “guerra” no aparece en los
textos islámicos clásicos. Su uso en el árabe moderno es reciente y de origen
foráneo” (op.cit., pág. 125). Y más adelante: “Todas las grandes
colecciones de hadits contienen una sección dedicada a la yihad, en la que
predomina el sentido militar (…) Lo mismo vale para los manuales clásicos sobre
la ley de la Sharia. Hubo quien afirmó que la yihad se debía entender en un
sentido moral y espiritual más que militar. Estos argumentos fueron defendidos
por los teólogos chiitas y, con mayor frecuencia, por los modernistas y
reformistas del siglo XIX y XX. Sin embargo, la inmensa mayoría de los
teólogos, juristas y tradicionalistas clásicos, entendieron la obligación de la
yihad en un sentido militar y así lo han expuesto” (op. cit., pág.
126–127). Finalmente: “De acuerdo con las enseñanzas musulmanas, la yihad es
uno de los mandamientos básicos de la fe, una obligación que Dios ha impuesto,
a través de la revelación a todos los musulmanes” (pág. 128).
[3] Cf. La yihad en Europa, diagnosticarla, prevenirla y contenerla,
artículo de Ernesto Milá en Info–krisis. Se citan todos los textos coránicos en
los que se realizan llamamientos y descripciones sobre la yihad https://info–krisis.blogspot.com/2015/02/importante–documento–sobre–el–yihadismo.html
[4] Esto
explica los rápidos “deslizamientos” que se registran con frecuencia entre
protagonistas de la yihad en Europa que poco antes eran pacíficos,
tranquilos y relajados en materia de práctica religiosa o, incluso, pequeños
delincuentes sin que les interesara la religión.
[5] Tal era la opinión de Emmanuel Todd expuesta en
varias obras, concretamente en Le destin des immigrés, Seuil, París,
1982 o en Allah n’y est pour rien!, Le Publieur, París 2011.
El “Gran Reemplazo”, la realidad convertida en teoría conspirativa (1 de 4)