martes, 31 de mayo de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: LO MÁS PERVERSO DE LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (3) - EL PODER GLOBALIZADO A TRAVÉS DE LAS NACIONES UNIDAD Y DE LA AGENDA 2030

Hoy, para poder aplicar unas “medidas globales” como las propuestas por Klaus Shwab, hace falta realizarlo a través de “instituciones globales”. Y es aquí en donde aparecen las Naciones Unidas y la UNESCO: solamente a través suyo es posible proyectar “medidas globales” sobre cada nación y que éstas tengan el rango de recomendaciones casi obligatorias emanadas de un organismo internacional: tal es el significado de la Agenda 2030 que, fuera de su demagogia “humanitarista”, no es más que la traslación de los objetivos finales del Foro Económico Mundial a todos los Estados miembros de estas entidades internacionales.

Las Naciones Unidas es el instrumento para imponer a todos los Estados en los que no gobierna un “joven líder global” formado por el FEM, las medidas que garanticen paz social a través de medidas de “ingeniería social” recogidas en la Agenda 2030. Porque de eso, y no de otra cosa, se trata.

A mediados de noviembre de 2015, mientras el terrorismo islamista se abatía sobre París, los “líderes” del G20, que reúne a las economías más poderosas del mundo, firmaron en Turquía la agenda titulada “Transformando nuestro mundo: Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”. Hoy vivimos la resaca de ese acuerdo. La “hoja de ruta”, avalada por la ONU, consta de 17 objetivos “para el desarrollo sostenible”, 169 metas, así como una enumeración de medios para implementarlos.

PALABRAS FETICHE

Desde aquel momento, un nuevo léxico irrumpió en nuestras vidas, utilizando una serie de “palabras fetiche”, inseparables de la Agenda 2030. Sus partidarios se definen por usar y abusar de estos palabros de significados ambiguos:

- los “objetivos globales” de los que parte la ONU para redactar su Agenda 2030 y cuya lectura, en sí mismos, demuestran que, para bien o para mal, la “humanidad” es muy diferente y resulta imposible aplicar “objetivos globales” a un mundo tan absolutamente diversificado. Lo peor de esta concepción es que ninguno de estos “objetivos globales” está relacionado con la situación que vive, aquí y ahora, el continente europeo. Más aún: en grandísima medida, estos “objetivos globales” apuntan contra la supervivencia y la integridad de Europa.

- el “desarrollo sostenible” siguió en el candelero (el término apareció en la Declaración de Río de 1992, organizada por la ONU, sobre el Medio Ambiente y el desarrollo). La crítica ya la hemos formulado: no hay “desarrollo sostenible” (esto es, permanente), en un planeta de posibilidades limitadas. O es “desarrollo”, o es “sostenible”, unir ambos conceptos sería como hablar de un cuadrado redondo, un oximorón

- el “cambio climático” que sustituyó a la idea de “calentamiento global” (cada vez más cuestionada). Un cambio climático, por supuesto, “antropogénico”, responsabilidad especialmente del “hombre blanco”, jugando con el equívoco (el clima siempre cambia) y ocultando que en otras épocas ha existido una temperatura más alta en el planeta.

- la “perspectiva de género”, que debe estar presente en todos los campos, respetándose escrupulosamente “cuotas” reservadas a cada género, y a los que se van sumando, dado que el primer dogma de esta escuela es que “no se nace con un género concreto, sino que es la sociedad la que determina el género”, gilipollez que solamente puede ser admitida de espaldas al ADN y a miles de año de historia de la humanidad.

- la “diversidad”, que nos muestra que “lo diferente” forma parte del “patrimonio de la humanidad”, y por tanto, tiene derecho a mantener su integridad. Por algún motivo, la idea de “diversidad” solamente está presente en el discurso de gobiernos occidentales, nunca aparece, ni se difunde, ni tiene espacio, ni capacidad de convicción o de interesar a nadie, en otras latitudes.

- la “inclusión”, según el cual, cualquier minoría de cualquier tipo es una forma de “diversidad” y, por tanto, debe estar apoyada fehacientemente para poder “integrarse”. El concepto es diferente de “integración”: inclusión implica “fusión” y que el todo lo considera absolutamente normal. Sustituyó al término, que cada vez criticaba más la sociedad de “discriminación positiva”, aunque, mediante la imposición de los “subsidios” y de las cuotas, era lo mismo.

- el “empoderamiento”, es el acceso al control de los recursos materiales que permiten alcanzar los objetivos de un grupo concreto. Según sus promotores, “reduce la vulnerabilidad” de colectivos minoritarios y teóricamente desfavorecidos. En la práctica consiste en acceder a todos los caprichos de las minorías, subvencionarlos y situarlos por delante de los intereses generales.

- la “resiliencia”, un concepto que, hasta no hace mucho, tenía solo que ver con la ingeniería. La “resiliencia” de un material era la energía que podía soportar antes de deformarse, más allá de su límite de elasticidad. En psicología, el concepto equivalente debería ser “tenacidad”, sin embargo, en 1999 se popularizó en este ámbito indicando la cualidad de las personas que se adaptan a situaciones adversas y logran salir adelante. Inicialmente, la “resiliencia” era un proceso personal -se tenía o no se tenía-, sin embargo, la evolución del concepto hace que hoy tienda a ser considerado como un “proceso social y comunitario”: tal comunidad es más “resiliente” que otra, tal cultura muestra una mayor “resiliencia”. Es uno de los términos que aparecen más frecuentemente en la Agenda 2030 de la ONU.

- la “gobernanza”, concepto que irrumpió en los 90 y se popularizó en el milenio, entrando a formar parte de la jerga progresista. A fuerza de oírla, hemos terminado pensando que “gobernanza” es sinónimo de “gobernabilidad”. Y no es así: el “gobierno” (y su atributo, la “gobernabilidad” es la prerrogativa de los gestores de un Estado, elegidos por la población. “Gobernanza”, por su parte, se define como una “forma de gobierno basada en la interrelación del Estado, la sociedad civil y el mercado para lograr un desarrollo económico, social e institucional estable”. No puede extrañar que sea uno de los conceptos más queridos por Klaus Schwab. En realidad, es un mito: cuando se habla de “gobernanza” hay que entender la fusión entre los intereses de las corporaciones con la acción de gobierno; en otras  palabras: el sometimiento de la política a la economía, de los mecanismos constitucionales y legislativos, a los intereses de los “señores del dinero” (“viejo” o “nuevo”).

Estos palabros habitualmente utilizados por la clase política, nuevos, resuenan constantemente en nuestros oídos, acompañando a una serie de obsesiones que, de tantas veces como son repetidas por los medios de comunicación, terminan anidados en nuestros cerebros, por mucho que la razón, la lógica y el sentido común, los rechacen, o, simplemente, suenen huecos. No en vano la palabra “obsesión” procede del término latino “obsessio” que significa “asedio”.

LOS OBJETIVOS DE LA AGENDA 2030, UNO A UNO

Las obsesiones que transmite la Agenda 2030 son:

- obsesión por la “agenda global”, que, a partir de ahora, sustituye a las “agendas nacionales” que no pueden ser sino derivados de la primera y subordinadas a ella, sin tener en cuenta las diferencias de renta, de origen cultural, de desarrollo económico, ni los factores antropológicos y étnicos. De hecho, la Agenda 2030 no ha sido aprobada por los ciudadanos de ningún país, pero si se aplica especialmente en los países occidentales.

- obsesión por la “educación de calidad”, que “permita la movilidad socieconómica ascendente” a 1600 millones de niños y jóvenes que carecían de educación durante la pandemia… sin considerar la diferencia entre las necesidades y las realidades de la educación en África o en Finlandia, o incluso en España, en donde cada reforma educativa ha hundido un poco más a la formación y ha ido aumentando el número de ni-nis (ahora mismo superior al millón, pero que, probablemente tenga una cifra real dos veces superior, a la vista de que el paro juvenil alcanza al 30’7%)

- obsesión por el “hambre cero”, tras lo que se oculta un cambio radical en la alimentación. Bruscamente, apareció el “veganismo” (no ya el vegetarianismo de siempre: los veganos no consumen ningún tipo de producto de origen animal -ni carne, ni pescado, ni aves, ni huevos, ni lácteos, ni miel, ni gelatina: se alimenta de granos, frutos secos, verduras, semillas, legumbres…). No se tiene en cuenta que las calorías que precisa cada actividad, simplemente se subraya que la alimentación “carnívora”, degrada el medio ambiente y acelera el cambio climático (algo que un ministro poco inteligente como Garzón, traduce en metidas de pata continuas). De hecho, de lo que se trata, es de que al hombre -especialmente occidental- le falten calorías y, por tanto, energía suficiente para protagonizar protestas activas. En otras palabras, de lo que se trata es de “amansar” al ciudadano.

- obsesión por el “reciclado”, planteado como “consumo responsable” (olvidando que la publicidad, motor del consumo, conduce a un consumo compulsivo). El “consumo no responsable” tiene “efectos nocivos” sobre el planeta… pero, nos redimimos gracias al reciclado. Los plásticos utilizan el círculo flechado para indicar que se trata de un plástico “reciclable” ¡pero solamente el 2% del plástico colocado en los contenedores para ese fin, termina reciclándose verdaderamente! La insistencia en el “Objetivo 12” dedicado a este tema en el cambio de bombillas es ilustrativo: nos explican que solamente con este gesto se “ahorrarían 120.000 millones de dólares cada año… Así pues, hay que pasarse a los leds. Bien: pero no se dice que los leds, al igual que las bombillas convencionales están sometidas a procesos de obsolescencia programada, que acortan deliberadamente sus vidas. El punto, “ingenuamente”, sugiere que el Covid “ofrece la oportunidad de elaborar planes de recuperación que reviertan las tendencias actuales y nuestros patrones de consumo y producción hacia un futuro más sostenible”. Es la misma idea que difundió Schwab sobre el “gran reset”, colocado como norma en los “Objetivos de Desarrollo Sostenible” de la ONU.

- obsesión por vacunarse de cualquier cosa… inscrito en el “Objetivo 3” de la Agenda 2030. Obsérvese el enunciado: “Garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades es esencial para el desarrollo sostenible”, después de la cual vienen tres párrafos dedicados al Covid. Olvidando el gran fracaso de la filial de la ONU, en materia sanitaria, la OMS, como si no hubiera pasado nada. La vacunación es la solución de esta enfermedad y de cualquier otra para la que exista una vacuna. La Agenda habla de horizontes sanitarios muy distintos: no, desde luego, del que se vive en Europa. Sino que la furia vacunadora se orienta hacia países africanos en donde existen epidemias endémicas. No hay ni una sola palabra sobre “reducir cánceres”, sobre trastornos psicológicos, sobre problemas cardiovasculares generados por ritmos de vida y hábitos insanos, se habla solamente de enfermedades que se resuelvan con vacunas… Ni una sola palabra sobre aditivos, pesticidas, uso y abuso de fertilizantes químicos, vermicidas, fungicidas, que comemos con los alimentos “más sanos” y que reducen la fertilidad masculina, generando tumores y problemas hormonales.

- obsesión por las siglas LGTBIQ+. El “Objetivo 5” es “Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas”. Por algún motivo -los dogmas no precisan explicación- se considera que “este es uno de los fundamentos esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible”… También aquí, la Agenda nos habla de una situación que no tiene nada que ver con nuestro ámbito geográfico. Todas las observaciones sobre la “inferioridad de la mujer”, hace décadas, sino siglos, que no se dan en Europa (dioses y diosas del Olimpo y del Walhalla figuraban en igualdad de condiciones testificando cuál era el concepto europeo sobre la sexualidad), sino que son propias de otros horizontes culturales y antropológicos que, por supuesto, no se citan. ¿Por qué hay que insistir más ahora? La respuesta de la Agenda 2030 es conmovedora en su estulticia: “porque la pandemia Covid podría revertir los escasos logros”. Las medidas para alcanzar este objetivo son exactamente las que ha implementado el gobierno Sánchez en nuestro país. Todo, recomiendan, debe examinarse “desde una perspectiva de género”. En la página explicativa del “objetivo global”, tiene la virtud de ser más concreto: cita los países en los que la mujer tiene algún tipo de problema y discriminación. Se citan desde Marruecos a Tonga, desde Sudáfrica posterior al Apartheid hasta las islas Fiji, desde Bolivia hasta Vanuatu, Estados Árabes y el Caribe, Myanmar y Nepaz, Timor-Leste y Paraguay… pero ninguna referencia a países europeos (salvo Bosnia-Herzegovina, país musulmán). En este punto de apoyan los delirios de las distintas especializaciones sexuales que poco a poco van saliendo (y las que irán saliendo, representadas por el signo “+”… sin embargo, la “H” de heterosexual no parece salvaguardada, protegida, ni siquiera aceptable, sino un sinónimo de “machismo”, “homofobia” y “heteropatriarcado”

- obsesión por el “agua sostenible”. Aparece en el “Punto 6”. El leit-motiv vuelve a ser el covid: “el agua salva vidas”, nos dice: “lavarse las manos es una de las acciones más efectivas contra el covid…”. Da incluso una cifra escatológica: 673 millones de personas defecan al aire libre. Precisamente, uno de los logros de la fundación de Bill y Melinda Gates consiste en un WC que puede ser instalado en cualquier remoto lugar, autónomo y que recicla excrementos. No se alude a las grandes empresas que aspiran a comercializar agua en los países occidentales. Todo el ”Punto 6” tiene que ver solamente con la situación en las zonas más deprimidas del “tercer mundo”. Pero también es cierto que pone el dedo en la llaga ante la contaminación de los ríos -los nuestros también-, a pesar de que se cuida muy mucho de no reconocer la procedencia de esta contaminación: vertidos tóxicos realizados por empresas, habitualmente multinacionales vinculadas al “dinero viejo”. Todo el punto viene acompañado de una advertencia apocalíptica: “el cambio climático podría aumentar la escasez de agua”

- obsesión por la “energía no contaminante”. Recomienda la sustitución de cualquier forma de energía por “energías renovables”, “limpias”, “no contaminantes”. En este punto aparecen todos los dogmas puestos en circulación en los últimos años. Pero la realidad energética de la que nos está hablando tampoco es la de nuestro marco geográfico, sino la que se puede percibir en zonas atrasadas del tercer mundo. Nos dice, por ejemplo, que 3.000 millones de personas “depende de la madera, el carbón o los desechos animales para cocinar y calentar la comida”… pero no se dice que está es, hoy, la principal fuente de deforestación que se da en zonas muy alejadas de Europa. Tampoco se dice que las necesidades energéticas son muy diferentes de un país a otro, pero se insiste en que “la energía es el factor que contribuye principalmente al cambio climático”. Pero, si se trata de eso, habría que reconocer que las centrales nucleares (que solamente emiten vapor de agua) son las “menos contaminantes” y las únicas que están en condiciones de proporcionar los volúmenes de energía necesarios para la supervivencia del comercio y del ritmo de vida de la población de todo el planeta. Pensar que una “molineta” o una placa solar, “salvarán al planeta” y estarán en condiciones de facilitar, incluso en días sin viento y nublados, energía suficiente para mantener a nuestras sociedades, es una quimera estúpida.

- obsesión por el “trabajo decente”. El “trabajo decente” y el “crecimiento económico” aparecen como temas del “Punto 8” que se enuncia así: “Un crecimiento económico inclusivo y sostenido puede impulsar el progreso, crear empleos decentes para todos y mejorar los estándares de vida”. Nos cuenta que, “con el Covid”, “la mitad de todos los trabajadores a nivel mundial se encuentra en riesgo de perder sus medios de subsistencia”. En realidad, esto último es cierto ¡pero no por culpa del covid! ¡sino a causa de la robotización! Las cifras que da la propia ONU en esta materia están en contradicción con lo que han expresado solo unas líneas antes: “El 2017, la tasa mundial de desempleo se situaba en el 5,6%, frente al 6,4% del año 2000”. Así pues, uno de los “Objetivos del Milenio” que era precisamente “más trabajo”, supuso un auténtico fracaso, antes de que apareciera en el horizonte el covid. Sorprende que no se aporte absolutamente ni una sola medida que crear “trabajo decente”. Y, no solo eso, sino que el gran problema sea el que “los hombres ganan 12,5% más que las mujeres”, o el dato gratuito y no explicado de que “se necesitarán 68 años para lograr la “igualdad salarial”. El punto genera muchas más dudas y, sobre todo, perplejidad. El lector se lleva la impresión de que “no hay trabajo decente por culpa del machismo”, o, lo que es lo mismo, ante la imposibilidad de crear “trabajo decente”, la culpa no es de la ONU, sino del “hombre blanco explotador único de recursos naturales y discriminador impenitente de género”.

- obsesión por las “ciudades sostenibles”. Es el “Objetivo 11”: “Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”. Es un punto antológico: la sostenibilidad de las ciudades vendrá generada por el uso de medios de transporte no contaminante (bicicletas, patinetes eléctricos, coches eléctricos). No hay otras medidas. Esto se une a las visiones apocalípticas habituales de la Agenda 2030: “El impacto de la covid será más devastador en las zonas urbanas pobres y densamente pobladas” (lo cual no ha quedado confirmado ni remotamente por los datos). Se insiste en que las ciudades figuran entre los responsables del cambio climático y generan enfermedades respiratorias (sin olvidar que la tasa de esas mismas enfermedades por campesinos que respiran los vermicidas, fungidas, plaguicidas y abonos químicos, que vierten sobre los cultivos, no es menor). Y, lo más sorprendente son las medidas que recomienda: “participar en la gobernanza de tu ciudad”, “tomar nota de lo que funciona y de lo que no”, “abogar por el tipo de ciudad que, a tu juicio, necesitas”… eso es todo: aceptando que las grandes conurbaciones generan problemas de todo tipo, no son los mismos los generador por Barcelona que los que pueden darse en Lagos, capital de Nigeria, o en Wuhan, donde apareció el Covid. Ni son las mismas, ni su crecimiento ha sido el mismo, ni siquiera, su población tiene los mismos rasgos antropológicos y culturales. Por tanto, resulta imposible dar soluciones, más allá de recomendar el patinete eléctrico y la bicicleta (lo que, dados los niveles de contaminación, resulta todavía más peligroso para quienes optar por estas alternativas de transporte).

- obsesión por el “calentamiento global”. Es el tema estrella que irrumpe en el “Punto 13”: “acción por el clima”. Empiezan propagando una mentira: “El 2019 fue el segundo año más caluroso de todos los tiempos”. La segunda mentira, es considerar que el “cambio climático” se inicia con la era industrial y es, por tanto, exclusivamente antropogénico. Ni se inicia entonces, ni el ser humano es el único responsable y, en cualquier caso, su responsabilidad es imposible de determinar. Los datos que se ofrece son contradictorios y ni siquiera son unánimemente aceptados por la comunidad científica: no tienen en cuenta, por ejemplo, que la evaporación de los océanos es una de las causas de la liberación de los mayores porcentajes de CO2. Lo que pide la agenda, finalmente, es “grandes cambios institucionales y tecnológicos”, precisamente lo mismo que propone Schwab en su libro sobre La Cuarta Revolución Industrial.

- obsesión por la “protección del medio ambiente”. El “Objetivo 15” es una reiteración de ideas que se vienen propagando desde los años 80, solo que con una novedad: el Covid, nos dice, es una muestra de que “todas las enfermedades infecciosas nuevas en humanos (…) están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas”. Así pues, se liga “medio ambiente” a “covid”, retroalimentando el miedo a ambos térmicos. Cuando se lee el punto se percibe inmediatamente una contradicción: se alude a que los bosques es el hábitat de los “indígenas” (que se evalúan en 1.600 millones), cuando, en realidad, estos indígenas los que utilizan leña como “combustible” contribuyendo, tanto a lanzar residuos a la atmósfera, como a deforestar. El origen histórico de las migraciones es, precisamente, éste: comunidades que agotan los recursos en una zona y se trasladas a la contigua. La ONU ofrece además cifras fantasiosas sobre abandono de tierras cultivables (olvidando que la eficacia de las técnicas de cultivo es cada vez mayor y, por tanto, hace falta menos superficie para generar más alimento), da cifras escalofriantes de “deforestación” (sin indicar las cifras de “reforestación” y el hecho de que en el “primer mundo”, hoy existe más superficie forestal que hace 100 años; une estas cifras a la “desertificación” (que se produce por mecanismos que no tienen nada que ver con la actividad humana) y, finalmente, genera pánico e indignación entre los “conservacionistas”, añadiendo que el 22% de las “razas animales conocidas” están en “peligro de extinción” (eludiendo decir que se trata, en gran medida, de invertebrados y ocultando que cada año se descubren especies nuevas, o que, la historia del globo es una historia continua de sustitución de unas especies por otras desde que apareció la primera ameba).

- obsesión por “las instituciones sólidas”. El “Objetivo 16” propone “promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas”… Detrás de esta palabrería se encuentran algunos datos mucho más realistas: se habla de “corrupción policial y judicial”, en absoluto de corrupción política. Se alude a “presos detenidos sin sentencia”, pero en absoluto del “aumento de la criminalidad”. Y, lo más sorprendente, que se evidencia el interés de la ONU en que toda la población mundial esté fichada e identificada: se da como cifra censurable el hecho de que el 46% de los niños nacidos en África “no se ha registrado su nacimiento”. Se manejan cifras de ACNUR sobre número de refugiados (70 millones en 2018, “la más alta registrada por ACNUR en 70 años”) y sobre la “desaparición o asesinato de defensores de los derechos humanos” (357 en 2018). No se dice nada de “refugiados” que no lo son, sino que huyen de países en donde no reciben ayudas sociales y llegan a occidente atraídos por subsidios, subvenciones y demás ventajas. No se dice ni una sola palabra sobre lo que se entiende por “instituciones sólidas”, pero puede deducirse que son aquellas que “fichan” a todos los ciudadanos. Y, finalmente, como no podía ser de otra forma, se une la “justicia y la paz”, al “desarrollo sostenible”, sin argumentación que lo avale.

- obsesión por la “ayuda al desarrollo”. El último objetivo es, en realidad, un resumen y un paradigma de todo lo anterior. Es el “Objetivo 17”: “Revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible” al que solamente puede llegarse, nos dicen, “con instituciones sólidas y cooperación”. Y para ello, son necesarias “asociaciones inclusivas a nivel mundial”. Lo que nos están proponiendo es: 1) considerar el “desarrollo” sólo a nivel mundial, 2) lo que implica que los “países ricos”, deben ayudar a los “países pobres” (olvidando a los “pobres” de los “países ricos”… y el hecho de que los primeros son Estados independientes, con soberanía y gobiernos propios que, de ninguna manera la Agenda 2030 censura por sus actuaciones, su falta de representatividad o su rapacidad), 3) si esta ayuda desciende, no habrá “desarrollo sostenible” (olvidando que las cantidades giradas por Europa al Tercer Mundo, han grandísima medida, han sido dinero tirado al basurero, encubrimiento de corrupción política y desvío de fondos). Dan una cifra apabullante: “El número de usuarios de Internet en África se duplicó en los últimos cuatro años”, para añadir, a continuación, otro que sugiere que debemos ayudar más: “cuatro mil millones de personas no usan Internet, y el 90% de ellos son del mundo en desarrollo”. Luego hay que seguir enviando fondos a África para que hasta el último aborigen esté entretenido con Internet. ¡Como si Internet fuera el remedio universal a todas las carencias del mundo! Es significativo que se hable de Internet y no de alimentos. Lo más ofensivo de este discurso es considerar a los habitantes del Tercer mundo como minusválidos incapaces de valerse por sí mismos y que precisan para mejorar su situación ayudas procedentes de Europa.

ALGUNAS CONCLUSIONES PROVISIONALES

La lectura de todos estos “Objetivos de desarrollo sostenible” genera una indecible perplejidad. Si este es el nivel intelectual y de planificación de los “organismos internacionales”, ONU, UNESCO, OMS, UNICEF, etc., podemos entender porque estos mismos organismos han fracasado recientemente en la lucha contra el Covid. Lo más interesante son las “palabras fetiche” que se repiten constantemente y que ya hemos enumerado. Son las mismas que utiliza Klaus Schwab en su Cuarta Revolución Industrial.

Los objetivos declarados de la Agenda 2030 y del Foro Económico Mundial son idénticos: la única diferencia es que la ONU los enuncia de tal manera que, por una parte, seduzcan a los pocos periodistas e informadores que los lean, obliguen moralmente a los gobiernos de todo el mundo a ponerlos en práctica, mientras que Schwab y el Foro Económico Mundial son mucho más claros y directos en sus planteamientos (que van dirigidos, no a informadores, sino a élites económicas): es preciso que las grandes empresas multipliquen sus dividendos en la nueva situación económica que se avecina y, para ello, hay que adoptar eslóganes “verdes”, aludir a la “sostenibilidad” y a la “inclusión”, y, sobre todo referirse a la “gobernanza”, teniendo en cuenta que el objetivo final es que la economía dirija a la política, esto es, que las élites económicas y tecnológicas establezcan las políticas de los Estados, porque, mientras estas políticas no están “globalizadas” y dependen de constituciones y legislaciones nacionales, la economía si que está “globalizada”.

Si nos fijamos bien, todos los objetivos de la Agenda 2030, tienen una traducción económica velada. Al final de lo que se está hablando es de generar nuevos negocios en el ámbito de la ecología, las energías renovables, el consumo responsable, la enseñanza, el reciclado, las ciudades sostenibles, etc. Porque, a fin de cuentas, lo que importa desde el principio de la Agenda 2030 es el mito del “desarrollo sostenible”.

La Agenda 2030 elude por completo los cambios tecnológicos que se aproximan y que, en definitiva, serán los que harán que el mundo adquiera un rostro completamente diferente al actual. En realidad, fuera de la jerga utilizada, la Agenda 2030, nos habla de temáticas demasiado viejas que remiten a la dinámica de la ONU desde los años 50: el hambre en el mundo, las vacunas, la ayuda al desarrollo… Pero el mundo está cambiando en otra dirección.

El mensaje de la Agenda 2030 no dice nada sobre cómo será la sociedad futura. En realidad, lo que está realizando es lanzar objetivos “buenistas” para entretener moralmente al mundo occidental y lograr su aquiescencia en la “nivelación mundial”: la ONU no alude en su Agenda 2030, ni a diferencias culturales, psicológicas o antropológicas. Quiere, simplemente, obligar a todos los gobiernos a colaborar en esa Agenda 2030 que “nivelará”, “igualará”, “homogeneizará” a razas, culturales, religiones, gobiernos y continentes.

Evita por todos los medios hablar de las “élites sociales y económicas” (así el poder real queda salvaguardado de cualquier crítica) y cubre esta carencia mediante una cortina de humo constituida por 17 encomiables objetivos, aplicables, sobre todo en el Tercer Mundo que es, justamente, en donde menos publicidad, difusión e impacto tiene esta “Agenda”.

Existe una “división de funciones” entre todos estos organismos, corrientes e instituciones:     

- El Foro Económico Mundial y las élites globalizadoras aspiran a tomar las riendas, por encima de los Estados en el curso de la Cuarta Revolución Industrial. Su interés es, especialmente, económico.

- La ONU y la UNESCO, tienen, en cambio, intereses mundialistas, quieren homogeneizar el planeta, crear un gobierno mundial, una cultura mundial nacida de la fusión, una nueva religión mundial, una nueva raza mundial surgida del mestizaje, y, claro está, una nueva economía mundial que delegan en manos de las élites corporativas y de las dinastías económicas.

- Al transhumanismo le cabe anunciar un futuro tecnológico que tiene más que ver con la ciencia ficción que con la ciencia real. Es el sector que se siente más cautivado por las nuevas tecnologías y por alcanzar cuanto antes el fin de la evolución humana, despegándose de la biología y sumiéndose en la tecnología. Una fantasía demasiado extrema como para que el realismo de las élites económicas pudiera admitirlo y para que esa organización avejentada, ineficiente y difusora desde su fundación de las peores fantasías, como la ONU y sus filiales, pudieran entender e integrar.

Sin embargo, estas tres instituciones están unidas en sus destinos: 

- Los transhumanistas crean las fantasías,

- La élite económica poda estas fantasías de sus aspectos más extremos y ve en lo que queda palancas para aumentar la rentabilidad de sus negocios, incorporando las nuevas tecnologías y aspirando a restar todo poder político a los Estados.

- Las NNUU creen que su fantasía casi decimonónica de un mundo más justo, más fraterno, igualado, vendrá gracias al apoyo de las élites económicas y de los gobiernos. Y es consciente de que estos últimos utilizarán su palabrería y sus “palabras fetiche” para lograr su sueño mundialista que, a fin de cuentas, no es más que la fantasía transhumanista desprovista de su componente tecnológica.

Las tres son formas de progresismo, tres grados, tres niveles diferentes. Lo dijimos al principio: es siempre la misma píldora progresista, con distintos grados de dilución

Pero todo esto tiene un problema: ¿qué opinan los propietarios de las nuevas empresas tecnológicas? Un tema que analizaremos en los próximos días.








lunes, 30 de mayo de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: LO MÁS PERVERSO DE LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (2)

Ya lo dijimos en una entrega anterior: esta “revolución industrial”, la cuarta, no es como las de antes. Por mucho que nos Klaus Schwab, el anciano que dirige el Foro Económico Mundial, por mucho que nos digan los transhumanistas más extremos como Ray Kurtzweil, por mucho que la ONU proclame los valores tan loables como quiméricos de la Agenda 2030, lo cierto es que, a día de hoy, podemos intuir que la irrupción acelerada de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, va a generar traumatismos difícilmente superables. En efecto, con las tres revoluciones industriales anteriores, la humanidad iba a tener tiempo suficiente para adaptarse al cambio. Con la cuarta, no solamente va a ser imposible (ver la crónica anterior), sino que, además, se trata de una revolución que apunta contra la línea de flotación de la especie humana. Y no es una “conspiración”: es lo que sus promotores reconocen y buscan.

¿Qué tienen que ver la cuarta revolución industrial anunciada por Klaus Schwab, entusiásticamente jaleado por su Foro Económico Mundial, con las alucinaciones trans-humanistas y con la Agenda 2030 promovida en las esferas de las Naciones Unidas y de la UNSCO? Respuesta: mucho. De hecho, se trata de la misma píldora (inevitable aquí acordarnos de la saga Matrix, cuando al protagonista se le pone ante la tesitura de tomar la “píldora roja” o la “píldora azul”, la de la “verdad inquietante” o la de la “ignorancia satisfecha”), solo que con distintos grados de concentración.

HAY DEMASIADO MÉTODO EN LAS LOCURAS TRANSHUMANISTAS DE RAYMOND KURZWEIL

Si establecemos una gradación entre “locura” y “realismo”, situaremos en la cúspide a Raymond Kurzweil, sin duda, el promotor más radical del transhumanismo. No es solamente un judío de Queens, sino el jefe de ingeniería de Google. Lector empedernido de ciencia ficción y apasionado de los ordenadores, suele hacer “predicciones” científicas (de las que algunas, incluso, se cumplen) y ha escrito diversas obras (la más provocadora de todas La era de las máquinas espirituales (1999) en la que sostiene que las decisiones de las máquinas en materia de inversiones serán más seguras que las decisiones humanas. Amplió en 2005 esta tesis, en su libro The Singularity Is Near: la singularidad es ese momento en el que la máquina supera a lo humano y toma decisiones.

Kurzweil y los “transhumanistas radicales” ven la “evolución” darwiniana en una perspectiva mucho más amplia: del universo inanimado se llegó a la vida no consciente, de ésta a la humanidad (que era materia consciente de sí misma y de su propia existencia). Darwin llegó hasta aquí, pero Kurzweil, recuperando los textos de Huxley, Teilhard du Chardin (véase los artículos organigrama de las ideologías de la modernidad, publicados en info-krisis) y otros, “estiró” la interpretación darwiniana y estableció que la humanidad sigue evolucionando y que nos dirigimos a una “transhumanidad” caracterizada por la “fusión entre hombre y máquina”, que será solamente un estadio previo para alcanzar el punto final de la evolución, la “posthumanidad”, en la que habremos abandonado la biología y seremos una sola máquina inteligente, situada en “la nube”, una especie de “inteligencia universal”, eterna e intangible

Desde diciembre de 2012, Google lo contrató como director de ingeniería, así mismo ha creado varias empresas que han desarrollado sistemas OCR de reconocimiento de caracteres, de reconocimiento de voz, y empresas de venta de productos médicos, complementos vitamínicos, medicinas-milagro (Kurzweil se jacta de alimentarse al día con 250 pastillas diferentes). Es hoy, el gran gurú del transhumanismo y solamente quedaría preguntarse si los “dueños” de las nuevas tecnologías más conocidos (los Gates, los Musk, los Bezos, etc.) comparten sus puntos de vista y hasta qué punto. Kurzweil es, en cualquier caso, un ingeniero con tendencia a la profecía científica que, hasta ahora, no siempre se ha cumplido.

El motor de la evolución, en la actualidad, son, para él, las “nuevas tecnologías” que generarán, por sí mismas, el próximo estadio de la evolución, caracterizado por “superlongevidad”, “superinteligencia” y “superbienestar”. Todo esto será el resultado de la ingeniería genética, de la inteligencia artificial, de la robótica y de la nanotecnología, que confluirían y nos acercarían a la “singularidad”. Mientras ésta no llegara lograríamos ampliar la esperanza de vida, conectar el cerebro al ordenador, y mejorar mediante prótesis e implantes nuestras capacidades humanas. A partir de la llegada de la “singularidad”, lo humano menguaría y lo tecnológico crecería.

El planteamiento, ni siquiera es compartido por la totalidad de tendencias transhumanistas, pero sí es la que cuenta con más interés por parte del público. Ello se debe a lo provocador de sus planteamientos y, cómo no, a la ayuda que supone para el director de ingeniería de Google, al algoritmo que siempre lo sitúa lo suyo en los primeros puestos ante cualquier consulta sobre transhumanismo.

Ahora bien, el planteamiento de Kurzweil es una síntesis entre ciencia ficción y conocimiento directo del sector tecnológico: “si la ciencia ficción lo ha previsto es que la tecnología puede realizarlo”. Hay aquí un optimismo científico desmesurado, pero también una confusión entre lo que es “ciencia” (aquello que “puede hacerse”) y “ciencia ficción” (aquello que “puede imaginarse”). Sin embargo, sus trabajos han sido muy leídos y, desde luego, son interesantes para comprobar, día a día, los progresos de la técnica (su web personal, Kurweil – Seguimiento de la aceleración de la inteligencia, a pesar de ser de pura promoción personal, da cuenta de todos estos avances tecnológicos).

Sus teorías extremas no tienen gran importancia para el futuro inmediato. Es discutible que la “singularidad” se produzca algún día. Y resulta altamente improbable el que la “humanidad” termine siendo sustituida en un día lejano por una “posthumanidad”. Ahora bien, si se “podan” las tesis de Kurzweil de su búsqueda de “sensaciones fuertes”, del marketing para la venta de sus libros, incluso de su confusión entre “ciencia” y “ciencia ficción”, nos queda un poso de realidad objetiva que indica los avances de las nuevas tecnologías y cómo pueden influir en la modernidad.

LA OBSESIÓN DE KLAUS SCHWAB: QUE NO SE DESESTABILICE LA GLOBALIZACIÓN (NI SUS NEGOCIOS)

Pasemos al segundo estadio: El Foro Económico Mundial y su presidente Klaus Schwab. Schwab, empresario alemán participa habitualmente en las reuniones del Club Bildelberg, del que es miembro de su “consejo de administración” y en 1971 fundo el “Foro de Davos” (hoy conocido como Foro Económico Mundial) con la idea declarada de ser “una organización sin fines de lucro, dedicada a mejorar la situación del mundo”. En realidad, es un “foro” en el que se reúnen anualmente empresarios políticos, intelectuales y comunicadores. En 2004, la misma institución creó el Foro de Jóvenes Líderes Globales, para menores de 30 años que se convertirán en los “futuros líderes de la humanidad”… En 2014 publicó un artículo en Foreing Policy sobre “La cuarta revolución industrial” en la que aludía a los próximos cambios que se realizarían a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías. Al año siguiente, publicó el libro La Cuarta Revolución Industrial, que, a diferencia del artículo, si tuvo (y sigue teniendo) un gran impacto.

Ya hemos aludido a las tesis de Schwab en anteriores artículos (Véase: Lo que va de las tres revoluciones industriales a la cuarta y Las fatalidades del pensamiento liberal-conservador). Schwab es empresario, ingeniero de formación (titulado en 1965) y luego doctor en economía. Al leer La Cuarta Revolución Industrial, se percibe claramente que está hablando de la misma temática que Kurzweil, es posible incluso que conociera su obra y extrajera de ella algunas “profecías”. Mientras Kurzweil da conferencias a estudiantes de informática y nuevas tecnologías, de cerebro calenturiento, Schwab se dirige a foros “cultivados”: empresarios que viven cada día la realidad de sus negocios, él mismo lo es, que quieren conocer los adelantos técnicos que podrán incorporar para la mejor gestión de sus empresas, etc. Por tanto, Schwab ha modificado el discurso de Kurzweil, lo ha amputado de sus divagaciones solo para amantes freakys de la ciencia ficción, ha eliminado casi todas las trazas de “optimismo científico” y ha adopta una postura de aparente objetividad ante los problemas que puede desencadenar la aplicación de las nuevas tecnologías. Todo esto ha contribuido a convertir su planteamiento en mucho más digerible que el de Kurzwewil.

Pero donde ambos pensamientos convergen, es cuando Schwab alude a las “tecnologías convergentes” (ingeniería genética, inteligencia artificial y nanotecnología), nacidas, en principio por separado y sobre bases muy distintas, pero que, por su propia dinámica tienden a converger. Kurzweil, aquí, habría dicho, “convergen para acelerar la evolución de la humanidad”, pero Schwab se limita a señalar que el ser humano estará cada vez más ligado a la tecnología y que se producirá una “integración” que contribuirá a desdibujar la barrera nítida que existe hoy entre lo que es “biológico” y lo que es “tecnológico” que, a fin de cuentas, es el mismo planteamiento que el de los transhumanistas.

Shwab se limita a decir que hace falta tener “líderes globales preparados para afrontar esta nueva situación”. Y para eso está el Foro de Jóvenes Lideres y los cursos de adoctrinamiento que imparte. Luego, los recursos económicos, los empresarios de los grandes consorcios de la información, hacen el resto: aúpan a estos “jóvenes líderes” a puestos de máxima responsabilidad, desde los que tratan de “rectificar” el rumbo de sus países, de acuerdo con las orientaciones aprobadas en cada reunión del Foro Económico Mundial. Justin Trudeau es el arquetipo de estos “jóvenes líderes globales”

Dato importante: Schwab y el Foro Económico Mundial se sienten y se definen como “globalistas”. Y esto, a pesar de la inestabilidad de la economía mundial globalizada, ya demostrada en la crisis de 2007-2011. Conviene a sus inversiones y a sus intereses, por tanto, les resulta imposible aceptar una marcha atrás, por mucho que los beneficiarios de la globalización son pocos y los damnificados, muchos. Es más, la tendencia actual es a anular las discusiones sobre economía, priorizando las discusiones sobre nuevas tecnologías y su impacto social. A pesar de que este tema sea importante, en la práctica lo que está sirviendo es para relegar el debate económico sobre la globalización a segundo plano, a causa del mal estado de la economía mundial globalizada y a los problemas insolubles que tiene por delante (inflación y deuda) y que pueden estallar desde el momento en el que se haga visible la destrucción masiva de puestos de trabajo que operará la Cuarta Revolución Industrial en apenas 2-5 años.

En el mundo de Schwab, las máquinas y la Inteligencia Artificial tomarán el control de las empresas, adoptarán decisiones a la vista de los análisis estadísticos y de las demandas de los clientes, optimizarán la producción sin necesidad de mano de obra, una producción que será distribuido mediante una logística compuesta por drones y vehículos autónomos. Los beneficios quedarán maximizados, los riesgos de problemas laborales excluidos, los beneficiarios de la globalización optimizarán los rendimientos del capital invertido y el poder estará en manos de sus “jóvenes líderes globales”.

Ante este planteamiento ¿qué puede importar que se desdibuje la divisoria entre lo humano y lo tecnológico? ¿qué puede importar que las democracias sean solamente un simulacro de democracias y en las elecciones se elija a uno o a otro de los “jóvenes líderes globales”? De hecho, quien gobernará, en el mundo de Schwab seguirán siendo los dueños del capital que, para hacer viable el mundo de la Cuarta Revolución Industrial deberán realizar programas comunes con los gobiernos nacionales en los que la privatización de todas las actividades ofrecerá posibilidades de nuevos y más campos en los que obtener beneficios. Ya no se trata del “menos Estado y más Mercado”, propio de los liberales de todos los tiempos, sino de que definitivamente y para siempre, la política esté subordinada a la economía y los “señores del dinero” sean, sin posibilidades de enmienda, “señores de la política”, a través de los “jóvenes líderes globales”. Solo así, podrá establecerse una vía segura hacia la Cuarta Revolución Industrial.

Pero el planteamiento de Schwab tiene un problema: en la actualidad existen 193 Estados soberanos en todo el mundo. Cada uno de ellos tiene sus propias leyes, sus mecanismos representativos, sus procedimientos de toma de decisión, sus equilibrios (o desequilibrios) políticos internos y sus rasgos antropológicos y culturales, su pasado, su tradición y su historia. Este es el mundo que odia Schwab (y que Kurzweil desconsidera). Resulta imposible que un foro oligárquico en el que se reúnen “señores del dinero”, políticos seleccionados y el mecanismo de transmisión de orientaciones de unos a otros, los magnates de la comunicación, esté en condiciones de dictar órdenes y directivas a cada uno de estos 193 Estados. Actuar sobre cada uno de ellos, en las condiciones actuales y dada la “volatilidad” del electorado, no garantiza que la aceptación sobre las tesis de la Cuarta Revolución Industrial y de la globalización, sea permanente. Puede producirse en cualquier momento, un giro en algún Estado del que derive un “efecto dominó” que suponga un retroceso. Y mucho más en este momento en el que la inflación parece venir acompañada de “estanflación” (estancamiento en el crecimiento) y cuando las protestas sociales ante los desajustes generados por las vanguardias de la Cuarta Revolución Industrial, no se harán esperar.








jueves, 26 de mayo de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: LO QUE VA DE LAS TRES REVOLUCIONES INDUSTRIALES ACTUALES A LA CUARTA (1)

Cualquier reflexión que se haga sobre la modernidad es hoy una reflexión sobre la tecnología. Más aún, no sobre la “técnica” grosso modo, sino sobre las “nuevas tecnologías”. Me hace gracia, cuando algunos amigos ensalzan y creen en la validez de análisis geopolíticos, mientras que otros rescatan antiguos textos escritos hace diez años por algunos de los “gurús” habituales en nuestro ambiente o bien leen y releen complejas teorías de escritores nacidos hace 130 años, destinados a describir el impacto de la tecnología en el ser humano. Todo esto, hoy, carece de sentido. Ha quedado, irremediablemente, atrás.

Jünger, sin ir más lejos, realizó un análisis de la técnica desde el punto de vista del combatiente de las trincheras que se enfrentaba a las fuerzas de destrucción desencadenadas por las tecnologías bélicas. Jünger llegó a escribir: “La técnica es la verdadera metafísica del siglo XX”. Hoy, incluso nosotros, los más persistentes admiradores de su obra, debemos reconocer que, simplemente, se equivocó. Otro tanto podría decirse de Julius Evola que vio en la “máquina” el organismo más perfecto en donde no existía nada superfluo, todo tenía una función y cualquier engranaje servía para una función que se realizaba sin intervención de nada ajeno a ella. Jünger volvió a tocar esta temática en El Libro del Reloj de Arena (Tusquets Editores, Barcelona, 1998).

Jünger daba el salto de la “técnica” al “trabajador”. Para Jünger, el “trabajador” moviliza las fuerzas puestas en marcha por la técnica. Toda técnica implica un “estilo” que es lo que debe ser el sello de una comunidad y expresión de su Ser y sentir. Es, decía Jünger, una forma de superar el individualismo y de trascender las relaciones económicas. Había que leer -y entender- el complicado entramado teórico de El Trabajador (Ediciones Tusquets, Barcelona, 1990) para realizar una lectura correcta de la concepción que su autor se realizaba de la “técnica” y de su encarnación. Tiempo perdido. La técnica a la que se refería Jünger era la derivada de la Segunda Revolución Industrial, la de la electricidad, el motor de explosión, los combustibles fósiles, la producción en serie, el taylorismo y poco más. El libro fue escrito en 1932. Ni siquiera -que recuerde- hay alusiones a la energía atómica, a los primeros modelos de computación o a la ingeniería aeroespacial que entonces se preocupaba de la cohetería…

Otros autores trataron el tema de la técnica. No, no me he preocupado de lo que dijeron al respecto, ni Heidegger, ni Ortega, ni Spengler, ni Gehlen, ni McLuhan, ni Ellul, ni siquiera Carl Schmitt que en 1962 llegó a escribir: “Aquél que consiga captar la técnica desencadenada e insertarla en un orden concreto, está más cerca de una contestación a la llamada actual que otro que busque aterrizar en la luna o en Marte con los medios de una técnica desencadenada. La doma de la técnica desencadenada: he aquí la hazaña de un nuevo Hércules”. Y no me he preocupado por la sencilla razón de que todo lo que no se haya escrito en los últimos cinco o siete años sobre la “técnica”, resulta ya hoy, a mayo de 2022, obsoleto y periclitado.

Este largo preámbulo, nos introduce en la temática de la técnica, no la de la segunda revolución industrial, la que vivieron Jünger y todos los filósofos que hemos mencionado, ni siquiera la de la tercera revolución industrial (la de la computación, el microchip y las redes informáticas integradas), sino la de la revolución que está teniendo lugar aquí y ahora, ante nuestros ojos.

Hay tres rasgos que llaman la atención en esta revolución:

- que discurre a mucha más velocidad que las anteriores.

- que se trata de una revolución global que afecta a todos los ámbitos de la vida humana.

- que tiende a lograr un verdadero “fin de la historia”…

LA VELOCIDAD DE LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Julius Evola había escrito en uno de los ensayos que conforman su último libro El Arco y la Clava (Edizione Mediterranee, Roma, 2000):

“La oposición entre las civilizaciones modernas y las civilizaciones tradicionales puede expresarse del siguiente modo: las civilizaciones modernas son devoradoras del espacio, mientras que las civilizaciones tradicionales fueron devoradoras del tiempo”.

Evola resaltaba que las civilizaciones modernas dan se caracterizan por su “fiebre de movimiento y de conquista del espacio”, generan un inagotable arsenal de medios mecánicos capaces de “reducir todas las distancias, acortar todo intervalo, contener en una sensación de ubicuidad todo lo que está esparcido en multitud de lugares”. Otras características propias de estas civilizaciones serían “orgasmo del deseo de posesión, angustia oscura por todo lo que está alejado, aislado, lejano, profundo; impulso a la expansión, a la circulación, a la asociación, deseo de encontrarse en todas partes, aunque jamás en uno mismo”. Y en alusión a la técnica:

“[esta] refuerza y alimenta este impulso existencial irracional, a la vez que lo refuerza, lo alimenta, lo exaspera” (…) “El espacio terrestre ya no ofrece prácticamente ningún misterio” (…) La mirada humana ha sondeado los cielos más alejados, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Ya no se habla de otras tierras, sino de otros planetas. Una simple orden y se produce la acción, fulminante, allí donde deseamos. Tumulto confuso de mil voces que, poco a poco, se funden en un ritmo lento, atonal, impersonal”.

Se diría que estas líneas han sido escritas anteayer: se aplican, en efecto, al estadio actual de la técnica: inmediatez, titanismo, globalidad… en una palabra; la velocidad ha comprimido el espacio y hoy ya no se mide en tiempo convencional humano, sino en microsegundos, nanosegundos, en el curso de los cuales, una simple “orden” y se producen millones de reacciones en las redes informáticas.

El espacio se ha comprimido hasta el punto de que el house-working nos obliga a trabajar en casa, no precisamos ni siquiera salir. Google Earth nos permite viajar moviendo solamente el mouse de nuestro ordenador. Los pisos en los que vivimos se reducen al mínimo de metros cuadrados. Incluso, las gafas de realidad virtual nos permiten prescindir completamente del espacio real. Es una línea de tendencia: a medida que la era de la técnica progresa e imprime al proceso una mayor velocidad, nuestro “espacio” se va comprimiendo. La última etapa lógica de este proceso es prescindir del espacio real y sumergirnos en mundos virtuales. A eso tienden alguno gurús de las nuevas tecnologías, con Mark Zuckerberg a la cabeza: el Metaverso, tal como lo concibe, no debe ser un medio de intercomunicación entre personas, sino convertirse en la realidad artificial a la que van a parar todos los despechados, decepcionados, disconformes o, simplemente, hartos de su triste cotidianeidad real. A los 13 años, cuando Zuckerberg celebró su Bar Mitzvah en la comunidad judía de Midtown Manhattan, ya albergaba este sueño loco.

Y a él nos estamos dirigiendo a marchas forzadas, sin apenas darnos cuenta. Porque la revolución industrial en curso, la cuarta, avanza a una velocidad inédita. Hasta ahora, las revoluciones industriales no mostraban tal aceleración entre su comienzo y las consecuencias de todo tipo -políticas, sociales, laborales, económicas- que implicaba su desarrollo. Sin embargo, en esta revolución industrial, la implicación en inmediata, las nuevas tecnologías se aplican a nivel universal inmediatamente salen del laboratorio: la aplicación del 5G revoluciona las comunicaciones en todo el mundo desde el mismo momento en que se implementa, la Inteligencia Artificial escapa de las manos de sus propios programadores desde el mismo momento en que se le lanza en red y empieza a automejorar utilizando los big-data. Incluso podemos preguntarnos como los grandes “dueños del dinero” (los Buffet, los Soros, los Schwab, los Rothschild, los Jay Rockefeller IV, etc.), tienen en torno a 90 años, o los han superado, y si no han adquirido esa longevidad gracias a los nuevos avances en técnicas de prolongación de la vida humana (desde el “estiramiento” de telómeros, hasta la técnica Crispr). Porque, y esto es lo importante, el espacio y la vida se comprimen para la masa… no para la élite. Todo se comprime para la vida de la masa, pero, paradójicamente, esta compresión está en razón inversa a la expansión que experimenta la vida de la “élite económica”. A medida que aumente la velocidad de la revolución industrial, esto se verá con mucha más claridad.

UNA REVOLUCIÓN QUE AFECTA A TODOS LOS ÁMBITOS DE LA VIDA HUMANA

A esta inmediatez de la cuarta revolución industrial se une otro problema: es una revolución total, afecta a todos los campos de la actividad humana. No hay ninguno que pueda zafarse de él, ni siquiera aquellos campos en los que la naturaleza humana ponía una creatividad que nunca se hubiera pensado que podría ser sustituida por la máquina. Hoy, por ejemplo, se crea música -incluso orquestal- electrónicamente, un libro o un guion pueden ser escritos sin necesidad de que intervenga nada más que el algoritmo creado al efecto. Incluso con fotos, documentos sonoros, vídeos y notas escritas, puede “revivirse” electrónicamente a una persona muerta hace tiempo. Ya ni siquiera hace falta recurrir a la superstición, ni a las videntes y espiritistas, para “comunicarse” con los muertos.

Las fábricas serán “inteligentes” -lo están siendo-, fabricarán “bajo demanda”, y lo harán más eficientemente y con mayores controles de calidad que si lo hiciera un operario de carne y hueso. Podrán adaptarse en tiempo real y sin interrupciones a las exigencias de tal o cual cliente. No será necesario que exista un staff de mando en las fábricas, el algoritmo que las dirige, él mismo, toma las decisiones en tiempo real, a partir de todos los datos en su poder. Hoy, las compras y las ventas de los grandes consorcios de inversión ya no son realizadas por brokers, sino por algoritmos que se adaptan a cada inversor: inversores conservadores, inversores de alto riesgo, inversores diversificados, etc.

En el futuro veremos a jueces virtuales dictando sentencias y a abogados robots defendiendo a clientes con un dominio absoluto e inmediato tanto de la legislación vigente como de la jurisprudencia. No guiaremos nuestro vehículo; éste nos llevará a donde le pidamos con solo dictar la dirección al GPS; y, ni siquiera, porque éste estará conectado a nuestra agenda electrónica y allí habrá constancia de donde debemos ir.

¿Y el poder? Esta discusión es fundamental porque en todas las revoluciones industriales, los “dueños” la técnica han sido quienes han dictado la forma de organización del poder.

Aquí reside la gran contradicción, pero también la gran farsa de nuestra época: hoy existen dos poderes dentro de la misma revolución industrial: el procedente del “dinero viejo” (el obtenido en anteriores revoluciones industriales) y el “dinero nuevo” (el generado directamente por las nuevas tecnologías y las “empresas disruptivas”). Los primeros tienen experiencia, los segundos ambiciones: no quieren solo dirigir desde la sombra y por medio de políticos comprado al peso y troquelados bajo demanda, quieren ser ellos los que dicten las normas, dado que siempre, los Estados tendrán algún recurso legal para limitar sus ambiciones, moderar su rapacidad o enmendar sus ansias de dictadura tecnológica.

No está claro, como se resolverá esta contradicción. De momento, existe una entente, pero lo cierto es que el poder de los propietarios de las nuevas tecnologías y de las empresas disruptivas, al ser actividad de mucho más valor añadido que las actividades industriales clásicas, comerciales o especulativas, crece a mucha más velocidad que las acumulaciones de capital de las “dinastías económicas” convencionales. No está claro, pues, quien “inspirará” el futuro político, aunque en el Foro Económico Mundial existe un acuerdo provisional en que el “sector público” y el “sector tecnológico” tenderán a converger y a crear un “espacio gris” de cooperación, lo que implica, tal como proponen que el “poder tecnológico” gobernará sobre el “poder político” y que las decisiones, exigencias y necesidades del primero, se impondrán, por mucho que se sigan escenificando los rituales electorales cada cuatro años. Lo que no está tan clara es si la coexistencia pacífica entre el “dinero nuevo” y el “dinero viejo” se prolongará durante mucho tiempo y, cómo reaccionará este último ante su pérdida progresiva de terreno.

En el fondo, la cuestión del impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad resulta inquietante: porque, lo que está en juego no es la organización de la sociedad, sino la propia concepción del ser humano. Esta es la demarcación entre las dos posiciones únicamente sostenibles hoy:

- O bien se acepta que las nuevas tecnologías varíen el concepto que tenemos de “lo humano” y su misma naturaleza,

- O bien se exige a las nuevas tecnologías que respeten el concepto de “ser humano”.

Porque, en el fondo, todas las nuevas tecnologías, casi sin excepción, en sus consecuencias extremas, tienden a desvalorizar, rectificar o anular lo humano: la Inteligencia Artificial hace innecesaria la presencia de humanos en las palancas de decisión; determinados aspectos de las técnicas de ingeniería genética abolen las barreras entre lo humano y lo animal, insertando genes animales en cadenas de ADN humanas; más y más prótesis sustituirán a organismo del cuerpo humano que se vayan deteriorando, y, en el extremo, ya no estará claro si el resultado final seguirá siendo humano, o más bien un cyborg estilo Robocop. Por lo demás, la vida humana se podrá prolongar hasta los 320 años, quizás más, “rejuveneciendo” los telómeros celulares, pero no está claro cómo reaccionará el cerebro ante esta dilatación del ciclo vital. Los más alucinados, entre los transhumanistas (Elon Musk entre ellos con el programa Neurolink) buscan conectar el cerebro con el ordenador y realizar volcados en la nube de todo lo que llevamos en nuestro cerebro. “Nosotros” seguiremos existiendo en esa “partición de la nube” en donde está nuestro bagaje mental, el cual se podrá recargar en un robot absolutamente mecánico. Así lograremos el “don de la ubicuidad” (esta físicamente en un lugar, mientras una réplica robótica de nosotros mismos, recargada con nuestros datos, actúa en otro) o viajar a destinos lejanos en el espacio exterior. ¿Qué queda, pues, de lo humano? ¿Dónde empieza y donde termina lo humano a partir de ahora?

Las anteriores revoluciones industriales generaban diferencias de clase, diferencias económicas, diferencias entre actividades de distinto valor añadido. Ahora, las diferencias que se generarán serán entre “humanos” y “humanos modificados”, entre “humanos naturales” y “cyborgs”.

LA TÉCNICA COMO FIN DE LA HISTORIA

Cuando en 1989, cayó el Muro de Berlín, Francis Fukuyama enunció su teoría sobre el “fin de la historia” que fue incorporada al arsenal del pensamiento imperialista americano. La doctrina justificaba, por sí misma, el papel de los EEUU como única potencia mundial y, por tanto, guardián de la democracia urbi et orbe. No habría conflictos, luego no habría “historia”, y el futuro sería el propio de un “mundo feliz”. Doce años después, los extraños ataques del 11-S y las expediciones coloniales a Afganistán e Iraq, hicieron que la doctrina del “fin de la historia” fuera sustituida por la del “conflicto de civilizaciones”, enunciada por Samuel Huntington. La historia no había terminado. Seis años mas tarde, con el inicio de la crisis de las suprimes y desencadenamiento de la gran crisis económica mundial, lo que estuvo a punto de desaparecer fue el capitalismo. De todas formas, algo estaba cambiando.

La historia termina, o bien por una paz universal y el establecimiento de un “mundo feliz” con un gendarme dispuesto a reprimir a cualquier alborotador, o bien cuando las voces discordantes son desconectadas y se vive un simulacro de “paz universal” (descrito por Orwell en su novela 1984, como look más que como realidad). En la época en la que Fukuyama enunció su teoría, solamente era posible la primera opción. Pero el rodillo de las nuevas tecnologías ha creado un mundo nuevo: hoy, sí es posible generar la “ilusión” de un mundo sin historia, sin disidencias y sin crispaciones. Entendemos el término “ilusión” en su acepción próxima a espejismo y como cualidad propia del “iluso”.

Hasta ahora, los debates que se daban en la sociedad estaban marcados, por la contraposición de la idea de “progreso” frente a tradición en la primera revolución industrial; mientras que en la segunda revolución industrial el signo de los tiempos fueron las ideologías políticas contrapuestas; por su parte, en la tercera, la preeminencia de la discusión se centraba sobre la economía y, más explícitamente entre liberalismo y neo-liberalismo (habiéndose certificado y constatado la “muerte de las ideologías”). Pero, en la cuarta revolución industrial, todo esto ha quedado atrás, la única discusión que vale la pena abordar gira en torno a las nuevas tecnologías y a su impacto entre la sociedad. Para el “dinero viejo”, esto es, para las grandes dinastías económicas, las que generaron el impulso hacia una economía mundial globalizada, simplemente, porque la discusión tecnológica cubre y oculta la inviabilidad de un sistema mundial globalizado (inviabilidad que ya puso de relieve la gran crisis económica 2007-2011) que beneficia solamente a las élites económicas, pero no al conjunto de la población. De ahí que, en este terreno, también, los intereses del “dinero viejo” coincidan con los del “dinero nuevo” (esto es, con los dueños de las nuevas tecnologías y de las “empresas disruptivas”). Para el “dinero nuevo”, plantear la discusión en términos tecnológicos es jugar en el terreno propio, promoviendo y presentando los grandes logros que tenemos ante la vista y que ya están casi al alcance de la mano o implantados en este momento, eludiendo la discusión sobre los perjuicios que tales tecnologías pueden generar.

Por unos o por otros, sea como fuere, lo cierto es que hoy la única discusión posible, no es ni política, ni económica, es, por encima de todo y, sobre todo, una reflexión sobre la técnica y sobre el mundo generado por las nuevas tecnologías. La técnica, nos dicen los propietarios de estas tecnologías, generarán un “mundo feliz”, incluso si la realidad contingente no nos gusta, siempre tendremos una “realidad artificial” en la que sumergirnos. No habrá guerras porque nadie estará dispuesto ni a morir ni a matar fuera de los mundos virtuales. No habrá conflictos porque todos tendremos resueltos nuestros miedos, podremos culminar nuestras fantasías más íntimas, viviremos en un estado de felicidad y bienestar permanente generado por la técnica en la que no tendremos de qué preocuparnos. Habremos llegado, por tanto, a una era de paz que, gracias a la técnica, supondrá -ahora sí- el fin de la historia.

Se equivocarán, por supuesto, porque este planteamiento no tiene en cuenta ni los efectos negativos que puede generar la técnica (y que, de hecho, sin duda, generará en tanto que “ciencia sin conciencia”), ni permite que las voces disidentes tengan audiencia: el algoritmo construido e implementado en todas las redes sociales y en el motor de búsqueda más utilizado, Google, hace que la disidencia no tenga la posibilidad de expresarse en igualdad de oportunidades con el “pensamiento oficial”. Una vez más, llegamos a la situación descrita por Alexandr Solzhenitsyn, en su análisis del mundo soviético: “La diferencia entre el mundo socialista y el democrático, es que en el primero no puede decirse nada y en el segundo, puede decirse todo, pero no sirve para nada”. Las nuevas tecnologías han demostrado mucha más eficacia en relegar a un lugar secundario a la disidencia, que la GPU, la KGB y cualquier otra medida represiva practicada por el estalinismo. 

No hace falta prohibir a la disidencia expresarse, basta con que sus opiniones nunca ocupen los primeros puestos en los buscadores.








 

miércoles, 25 de mayo de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: NATALIDAD Y CAMBIO CLIMATICO (2)

Varias preguntas en cadena:

¿Cambia el clima? Sí, el que el clima está cambiando; es algo innegable.

¿Cambia por culpa de la industria y de la acción humana? Respuesta: no está demostrado.

¿Cuál es, pues, la razón del cambio climático? Respuesta: hay varias hipótesis, pero la más aceptable es que el clima ha cambiado siempre en períodos de tiempo anteriores variables.

¿Y eso cómo puede demostrarse? Por el examen de las capas de hielo que demuestran que, como mínimo, en períodos históricos, ha habido tres épocas con mayor temperatura global que en nuestros días… y cuando no existía industria, esto es, intervención humana.

¿Y por qué ese interés en demostrar que existe un cambio climático generado por el ser humano? Respuesta: para justificar la necesidad de un descenso de la población.

¿Y por qué ese interés en el descenso de la población? Respuesta: porque las nuevas tecnologías van a eliminar millones y millones de puestos de trabajo y no habrá puestos de trabajo alternativos, lo que situará a la humanidad ante una situación explosiva.

¿Es el descenso de población la única justificación para que la ONU y la UNESCO hayan lanzado la mística del “cambio climático”? No, esta idea se desarrolla en paralelo con otras que tienden a constituir medidas “estupefacientes” para mantener neutralizada y calma a la población ante el “shock” tecnológico que tenemos encima.

¿Cuáles son esos “estupefacientes”? Aparición de temáticas irrelevantes (ideologías de género), permisividad ante las drogas (banalización del porro), ampliación de las posibilidades “entertainment” de bajo coste (streaming que, además, sirven como canales de adoctrinamiento, porno gratuito en Internet), difusión de valores finalistas (paz, amor, fraternidad universal, tolerancia), digitalización todas de las relaciones sociales (a través de las redes sociales y de las plataformas de comunicación), inmersión en mundos virtuales (metaverso y sus competidores futuros), educación pública de baja calidad, ofertas de consumo para jóvenes poco exigentes, propagación de falsos problemas presentados como “vitales”, etc.

Todo esto ¿para qué? Respuesta final: para que, además de reducirse la población, además de convertirse la sociedad en un mosaico de “grupos” diferenciados sin ninguna posibilidad de unir sus intereses (papel de la inmigración masiva en Occidente), el individuo permanezca replegado en sí mismo, e imposibilitado de realizar cualquier protesta social que impida que el camino a la Cuarta Revolución Industrial descarrile.

Entender y asimilar este planteamiento es fundamental. Esto nos llevará a dos cuestiones esenciales:

1) Negar la responsabilidad del ser humano en el “cambio climático”, para restar valor a las medidas tendentes, en teoría, a paliarlo, medidas que, en la práctica, son de “control social”.

2) Estudiar el impacto y la viabilidad de las nuevas tecnologías y conocer el “discurso” (lo que otros llamarán “el relato”) globalizados y mundialista, para entender la batería de medidas promovidas por la ONU-UNESCO (la Agenda 2030), los planteamientos del Foro Económico Mundial y la ideología matriz, el transhumanismo.

Vayamos a lo primero.

A pesar de los avances de la astrofísica, lo cierto es que, algunos parecen pensar que la Tierra es el centro del Cosmos y que todo lo que ocurre fuera del planeta azul carece de importancia y no tiene repercusión. Y no es así. Hoy, por ejemplo, se intuye que las manchas solares influyen en la climatología del planeta. Estas manchas apenas afectan al nivel de energía que produce el sol, pero controlan los rayos cósmicos que llegan a la tierra y hoy se tiene la presunción de que afectan al magnetismo terrestre y esto influye en que se forman nubes con mayor o menor abundancia. Las manchas solares parecen seguir ciertos ciclos y este sería uno de los elementos que influirían en la climatología.

Un segundo elemento sería que el eje de la tierra no es vertical, sino que está inclinado 23º27’ grados y no gira solamente sobre sí mismo, sino que su movimiento es similar al de una peonza, tardando en completar un ciclo de precesión 25.767 años (el fenómeno se llama “precesión de los equinoccios” y ya fue observado en el mundo antiguo). Esa inclinación hace que los rayos del sol no lleguen siempre con el mismo ángulo al planeta, lo que genera un cambio climático, lento, pero constante. Este fenómeno es lo que hace que la prolongación del eje terrestre no siempre “apunte” hacia la misma estrella, unas veces hacia Vega (a la mitad del ciclo) y otras hacia Thuban (al final del mismo). Pero, además, el eje terrestre sufre otro movimiento de “bamboleo”, llamado “nutación” que se prolonga en períodos cortos de 18,6 años. A esto se suma, los movimientos de rotación y traslación.

Todos estos “movimientos” están aceptados y demostrados desde hace mucho y resulta imposible pensar que, en el curso de todos ellos, la climatología se mantiene estable. Además de esto, los niveles de CO2, nunca han sido constantes en el planeta. Siempre han variado y esto se sabe gracias a que hoy es posible reconstruir la historia climática del planeta en los últimos 150.000 años. Se saben, por ejemplo, que los niveles de CO2 están vinculados a la temperatura del planeta; pero lo sorprendente es que el cambio de temperatura y los picos de temperatura se alcanzan antes de que se produzcan los picos de CO2. En otras palabras: primero aumenta la temperatura y luego aumenta el CO2. No al revés. Este fenómeno se explica porque al aumentar la temperatura se produce mayor evaporación en los océanos, en donde la concentración de CO2 es 500 veces superior a la que existe en la atmósfera. Al calentarse los océanos se libera CO2.

¿Dónde empieza y termina la responsabilidad humana? El climatólogo argentino González Corripio demostró que la temperatura global es hoy de 32º, pero hace 100 años era de 30º. Así pues, existe un aumento de temperatura… Sí, pero el problema es que no está claro si ese aumento se debe a la actividad industrial. Hace milenios, la temperatura llegó a 50º. Sin olvidar las “grandes eras glaciares” (la última de las cuales en el cuaternario, la última se prolongó hasta el 8.000 a.JC) y las “pequeñas eras glaciares” (la última de las cuales abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX, que, a su vez, había puesto fin a una “era calurosa” que se había prolongado desde el siglo X hasta el XIV. Y ni siquiera se trató de un período homogéneo: la NASA distinguió tres períodos en esta “pequeña edad del hielo”, mucho más fríos: uno, iniciado en 1650, otro en 1770 y el último entre 1850, entre los que aparecieron períodos con ligeros calentamientos… Las causas identificadas han sido la disminución de la actividad solar y el aumento de la actividad volcánica. Claro está que, ante las pruebas innegables, los defensores del cambio climático actual, sostiene que aquel “enfriamiento” planetario se debió ¡a los efectos de las epidemias y a la disminución de los cultivos…! Algo completamente insostenible, si tenemos en cuenta que la población global en 1750 no pasaba de 800.000.000 en todo el globo y no existía actividad industrial.

Hoy se sabe que la temperatura media del planeta ha aumentado desde 1898 1/6 de grado (con un error de +/- el 2/3%). Pero el aumento se ha concentrado especialmente entre 1900 y 1940, cuando el parque de vehículos era todavía pequeño en relación al actual. Hace cincuenta años, se creía que nos encaminábamos a una “nueva era glacial”. Parecía que el planeta se enfriase (véase el libro de Leveret G. Richards, Hacia una nueva era glacial, Buenos Aires, 1964). Pero, luego, en 1977 se volvió a producir un aumento de temperatura de entre 2 a 3/10 de grado. Esto duró hasta el año 2000. Y, a partir de entonces, no se ha producido un aumento apreciable. Los datos fueron ofrecidos por el padre jesuita, Manuel García Carreira, fallecido en 2020 (y cuyo historial profesional se resume en este artículo).

Y, sobre todo, lo que hay que negar categóricamente, es que los últimos años “hayan sido los más calientes del planeta”. Como ya hemos apuntado, desde el 800 hasta el 1300 la temperatura en Europa y en EEUU era entre 3 y 5º superior a la actual. En Europa Central existía un clima similar al que actualmente se da en la zona Mediterránea.

Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, la “revolución verde” ha aumentado la fertilidad y producción de las cosechas y ha disminuido la superficie de terreno cultivable. Desde 1920, ha ido aumentando en EEUU la superficie de bosques. La función clorofílica hace que los bosques de los Apalaches, consuman más CO2 que todo lo que producen los EEUU. Está claro, por lo demás, que determinados resultados negativos de la mala gestión ecológica en determinadas zonas del planeta, generen catástrofes localizadas… pero éstas no afectan a la totalidad del globo. Los destrozos ecológicos del Mar de Aral o del Caspio, no han afectado en nada al clima global, incluso la explosión volcánica del Krakatoa en 1883, afectó a Europa durante algunos años, pera luego desaparecer sus efectos por completo en apenas unos meses.

Ni siquiera está claro que el aumento de CO2 en la atmósfera sea perjudicial. Por razones que no se conocen exactamente, entre 1858 y 2000, la presencia de CO2 en la atmósfera ha aumentado unas 50 partes por millón. ¿Es negativo este dato? No está claro: es muy posible que la mayor parte del excedente de CO2 sea generado por causas naturales (erupciones volcánicas, evaporación de los océanos), pero hay que tener presente que cuanto mayor es el CO2, más crecen los vegetales.

Por lo demás, lo que no es admisible es extrapolar el dato cierto sobre el aumento de la temperatura del planeta en una fracción de grado entre 1850 y 2000, para concluir que ¡aumentará dos grados en 2050…! No hay datos científicos que avalen esta hipótesis y que se basan en modelos que no disponen de una base de datos suficientemente amplia como para ser fiable.

Un último comentario. La temática del “cambio climático” fue lanzada en 2014 por la ONU y su filial la UNESCO. Antes, el “tema estrella” era el “calentamiento global”. Sin embargo, a partir de ese momento, un mecanismo extraño empezó a ponerse en marcha para convencernos de la existencia del “cambio climático antropogénico” y se estableció un nuevo dogma: “el 97% de los científicos de todo el mundo aceptan la realidad del cambio climático”. Lo que sería como decir, “el 97% de los científicos aceptan la ley de la gravitación universal”, o “el 97% de los científicos aceptan las leyes de la termodinámica”Una ley científica, para ser considerada como tal debe ser tan evidente y demostrable como para el 100% de la comunidad científica la acepte.

De hecho, la famosa cifra del 97% de aceptación que fue repetida por Obama y el premier británico David Cameron, triunfalmente, procedía del trabajo de John Cook, investigador del Centro de Investigación de la Comunicación sobre el Cambio Climático de la Universidad Monash de Australia. El grupo de Cook examinó 11.944 resúmenes de artículos sobre el clima publicados en la literatura científica revisada por pares entre 1991 y 2011. Menos del 1% de los artículos de investigación que revisaron rechazaban la idea de la influencia humana en nuestro clima. Y mientras el 66,4% de los resúmenes no expresaba ninguna posición sobre el factor antropogénico, solamente el 32,6% lo respaldaba. El análisis posterior de esta última cifra reveló un consenso del 97,1% sobre el cambio climático provocado por el hombre. Otros científicos, sin embargo, criticaron los resultados porque el consenso del 97,1% se obtuvo con ¡menos de un tercio de todos los trabajos revisados! Un estudio más reciente realizado por un grupo de autores internacionales confirmó que más del 90% de los científicos del clima comparten el consenso de que el cambio climático es de origen humano. Así pues, ya no son el 97, sino el 90, y lo que es todavía peor para la tesis del cambio climático: los consensos científicos no se alcanzan por votación, ni por mayorías, sino por evidencias demostrables y abrumadoras. Por cierto, algunos de los científicos que, inicialmente, firmaron la declaración sobre el cambio climático, luego declararon haberse sentido “presionados”.

En 2021, una red mundial de más de 500 científicos y profesionales experimentados en el clima, emitieron una carta certificada al Secretario General de las Naciones Unidas sobre la «crisis» climática, cuya principal conclusión, en respuesta al alarmismo del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) es, que no hay una “crisis climática”: “La pequeña edad de hielo terminó tan recientemente como 1850. Por lo tanto, no es de extrañar que ahora estemos experimentando un período de calentamiento. Solo muy pocos artículos llegan a hasta decir que el calentamiento reciente es principalmente antropogénico”. Y más adelante: “El calentamiento es mucho más lento de lo previsto. El mundo se ha calentado a menos de la mitad de la velocidad prevista originalmente, y a menos de la mitad de la tasa esperada sobre la base del forzamiento antropogénico neto y desequilibrio radiativo. Todo esto nos dice que estamos lejos de comprender el cambio climático” (…) “La política climática se basa en modelos inadecuados Los modelos climáticos tienen muchas deficiencias y no son ni remotamente plausibles como herramientas de política. Además, lo más probable es que exageren el efecto del invernadero. gases como el CO2. Además, ignoran el hecho de que enriqueciendo la atmósfera con CO2 es beneficioso”. Como puede verse, estamos muy, muy lejos de que exista unanimidad científica sobre la responsabilidad antropogénica del cambio climático. Pero las necesidades de la Agenda 2030, y de la élite, exigen “consenso” en la materia…

La medida de la situación la ofrece Google: colocando en la caja de búsqueda “científicos presionados para aceptar el cambio climático”, lo que se encuentra es justamente lo contrario: “científicos que apoyan la doctrina del cambio climático”…