sábado, 31 de julio de 2021

SIMBOLISMO TRADICIONAL: LAS ARMAS DEL GRIAL

Me encuentro perdido en una carpeta de archivos a clasificar, este artículo que debí escribir cuando me encontraba todavía en clandestinidad, pero ya en España, esto es, hacia finales de 1983. Tiempos, lo que se dice, duros. Empecé a escribir un texto para presentar a un concurso de una editorial que publicaba libros sobre tradicionalismo esotérico (junto a otros de extrema-izquierda). El libro se titulaba, "Introducción a la tradición guerrera". Éste era uno de los capítulos. Entre la convocatoria del concurso y la designación del ganador, la editorial quebró y se disolvió. El editor pasó por mi casa y me devolvió el texto original: "De haberse fallado el concurso, hubieras ganado...". No sé si lo decía sinceramente o era lo que le decía a todos los que habíamos participado. Realmente, cuando revisé el escrito, vi que no era nada del otro mundo. Sin embargo, es un trabajo por el que albergo simpatías, más que nada por las circunstancias en las que fue escrito. Aquí va uno de los capítulos.

LAS ARMAS DEL GRIAL

El tema de las armas va indisolublemente unido a la casta guerrera y a sus modalidades de ascesis hasta el punto de que puede afirmarse que, real o simbólicamente, no puede acometerse una empresa de realización espiritual, al menos en lo que se refiere a la ascesis guerrera, sin estar provisto de las “armas” adecuadas para la misma. En las leyendas mitológicas la figura del héroe sería casi inconcebible sin el arma que lo caracteriza; imaginemos por un momento a Thor sin su martillo, Sigfrido sin Notung o Balmunga, al Cid sin su larga Tizona o a Arturo sin Excalibur. En ocasiones incluso, el arma hace girar en torno suyo a toda la narración legendaria como ocurre en buena parte del mito del Grial y de las leyendas vehiculizadas en torno suyo.

ESENCIA DE LA ASCESIS GUERRERA

Pero de entrar en el estudio directo de las armas que recorren las páginas más gloriosos de la Tradición Occidental y de penetrar en su simbolismo será útil recordar siquiera mínimamente el tipo de ascesis correspondiente a la casta guerrera y que, en parte ya se haexaminado en otros artículos de este dossier.

El arma va ligada, inicial y preferentemente, al hecho del combate: un arma se utiliza para pelear y el primer combate que deberá afrontar el héroe o futuro héroe será el de la conquista de su arma (o su recomposición, pues se encuentra rota). El hecho mismo de que unos guerreros puedan conquistar un arma y otros fracasen, significa ya un primer elemento de jerarquía: unos son dignos de empuñar un arma y otros no, y esa dignidad es, o bien adquirida por la superación de unas pruebas, o bien por una "dignidad natural innata".

En el segundo caso, Arturo, por ejemplo, logra extraer "Excalibur" de la piedra cuadrangular sin invocar por ello otra dignidad más que la de su nacimiento (hijo del rey Uther Pendragon), y en el otro caso, Sigfrido, educado puro y sin haber aprendido lo que era el miedo consigue forjar la espada invencible. Tanto en uno como en otro caso, antes que ellos, otros caballeros habían intentado la empresa, fracasando. No puede hacerse exclusión del carácter sagrado que tiene la espada en todas sus manifestaciones, pues como elemento creado por un Dios o un rey, participa de la divinidad y no puede ser tocada ni manejada por quien no posea en sí mismo la esencia de lo divino.

La conquista del arma es pues ya un primer paso de realización heroica y nos pone en la pista del significado de este concepto: si unos consiguen el arma y otros no, y si previo a esta obtención no ha mediado ninguna acción exterior "heroica", ningún combate, ni simbólico, ni real, implicará que ha sido un proceso interior en el héroe o guerrero lo que le ha encarrilado por la senda de la dignidad regia que le permitirá poseer la espada.

Más aun, significa que el proceso interior es más importante que la acción exterior, lo cual concuerda con la distinción coránica entre "pequeña" y "gran" guerra santa". La Gran Guerra Santa es la lucha del hombre consigo mismo, contra todo lo que lo ata a la materialidad y lo domina, contra sus instintos y pasiones inferiores. Mientras que la Pequeña Guerra Santa es la guerra en el sentido contingente del término, es decir, el combate de un hombre contra otros hombres. Instintos como el miedo, el ansia, el orgullo o el deseo pueden comprometer el desarrollo de la pequeña guerra santa, de ahí la importancia que se concede a la fase interior y anterior de desarrollo en la que estos impulsos y pasiones deben quedar dominados, "calcinados". Pero esa "Gran Guerra", como hemos visto, es la del hombre consigo mismo. Un occidental ido al Japón para aprender Zen a través del tiro con arco nos explica:

"Esta es la consecuencia del tiro con arco: un enfrentamiento del arquero consigo mismo que penetra hasta en las profundidades"

Y en el mismo libro unas páginas más adelante prosigue:

        "El último secreto del arte de la espada consiste también en estar liberado de la idea de la muerte".

Cita que viajando por el tiempo puede muy bien trasladarnos a la filacteria situada en el frontispicio de la ciudad griega de Esparta en la que podía leerse:

        "Solo el desprecio a la muerte da la libertad".

La conclusión a extraer de todo esto es importante y se refiere a la unidad objetiva e intrínseca de todas las tradiciones guerreras, más allá de los períodos históricos, como ya hemos visto y su referencia a la misma tradición en la que lo importante es el reencuentro del hombre consigo mismo, la liberación de la personalidad de todo lo que la condiciona y la obtención de una libertad absoluta.

PAX Y VIRILIDAD OLIMPICA

El fin de la lucha es la "pax triunphalis", la que Evola asimila al "estado olímpico", es decir, un estado de paz y quietud interior en el cual "el corazón ya no es afectado por ningún pensamiento sobre yo y tú" o por emplear palabras de Wolfram "[los guerreros] a fuerza de combatir han conquistado la paz del alma". Esto sobre el terreno interior, pero en el campo de la Pequeña Guerra Santa también la "pax triunphalis" representa la victoria del orden sobre el caos, de la misma forma que en el interior del hombre el caos viene asimilado a las pulsiones inferiores e instintos y el orden a su separación. Tal es el símbolo de la "pax romana" impuesta por Augusto.

Este simbolismo lo encontramos también en el ciclo del Grial cuando Arturo arranca la espada de la piedra. Como símbolo del orden, la espada se identifica, en ocasiones, con la "columna vertebral" del mundo, el "axis mundi", es el orden por excelencia, un principio de espiritualidad pura, que hincado en la piedra cúbica representa la ocultación o subordinación de lo espiritual a lo material, no en vano el cubo, con sus superficies cuadrangulares es la figura más estática de la geometría de los volúmenes y representará la materialización absoluta. Separar la espada de la piedra sugerirá liberarla de la materialidad, esto es, separar el caos del cosmos, del orden.

En el mismo ciclo se repite otro simbolismo análogo. La espada que surge vertical de entre las aguas, empuñada unas veces por la misteriosa "Dama del Lago" y otras, simplemente por un brazo desconocido y que será recogida por Uther o bien por alguno de los caballeros del Grial o, en otras narraciones por Arturo, representa la separación del elemento ordenador del universo, la espada, del seno del elemento informe y caótico que son las aguas.

Y también encontramos un simbolismo análogo en las artes herméticas cuando la espada se convierte en el emblema general de la virilidad representada esquemáticamente por el trazo vertical que simbólicamente sugiere el control sobre el estado de vigilia, control necesario en la primera fase de la obra alquímica. A esta sucede, como se ha dicho, la pasividad pura, el trazo horizontal y luego, en una tercera fase de la obra, obra al rojo, la virilidad resurge y se recupera nuevamente el estado de verticalidad. Ambos trazos se representan en la cruz, pero también y quizás de forma mucho más completa en la flor de loto o en la llave de la vida (el "ankh" egipcio): una raíz inserta en la tierra desprende un tallo que atraviesa las aguas, el cual, finaliza en una flor situada ya sobre el elemento caótico, o agua orientada hacia el sol, elemento viril, al igual que la espada "Excalibur" emergía de entre el caos de las aguas.

El carácter heroico de la obra hermética aparece también relacionado con el simbolismo de los colores y de la virilidad. El color del planeta Marte es el rojo, pero Marte es también el dios de la guerra y así mismo su símbolo es, no solo el mismo del metal que le es correspondiente, el hierro, sino también el emblema general de la virilidad: una cruz superpuesta a un círculo : la cruz alquímica de los cuatro elementos ordenadores, superpuesta al Todo representado por el círculo, un Orden, antepuesto a un Caos.

LOS APAREJOS DEL CABALLERO

Dicho esto, conviene regresar al tema de la guerra que emprende el héroe. Para ello precisará no solo sus armas sino una serie de elementos imprescindibles para acometer la aventura: revestirá su corazón o armadura que le otorgará una protección real en la "pequeña" guerra, pero también la "defensa espiritual" de la que habló San Pablo. La coraza lo aisla del mundo, lo hace indiferente a él. En el ciclo del Grial el brillo de las armaduras representará el período de esplendor de la Corte de Camelot pero cuando el Grial se pierda y el rey herido agonice las armaduras habrán perdido su brillo. Previamente a la aparición del héroe providencial, Arturo, en la corte de Pendragon, cuando éste no ha obtenido aun la espada, las armaduras de sus caballeros tendrán un aspecto tosco y sombrío, bárbaro, una ausencia de brillo que indica un discurrir entre el caos y la ausencia de espiritualidad. Ahora bien, la coraza está realizada en acero, el metal que se forja golpe a golpe, que significa dureza trascendente y que sobre el plano real es la resistencia personificada.

Luego el caballero se ceñirá el casco o la cimera y el cinto. Por su posición, casco y cimera, simbolizarán los pensamientos que emanan del cerebro y también el dominio de los pensamientos y de los instintos que tienen su origen espiritual surgidos como emanación biopsíquica del organismo cerebral. El cinturón, por su parte, es un medio de protección del cuerpo y, no lo olvidemos, uno de los atributos de Hermes, robado a Venus Afrodita, lo que hace también del cinturón un elemento relacionado con la sexualidad contenida.

Ataviado así el caballero sube a su montura.

CABALLO Y JINETE

El carácter mismo del caballo define su papel simbólico y práctico. Se trata de un vehículo y más en concreto de un vehículo que simboliza lo material en la medida en que el caballo realmente es el exponente de unos deseos exaltados y furiosos, irreprimibles y salvajes. Quien haya visto un caballo excitado y haya tratado de separarlo de su yegua en celo, comprenderá lo que decimos. La misma doma del caballo es un arte que, simbólicamente, no está al alcance de todos. Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, solo puede ser domado por él, y solo por él será montado. La furia del caballo es la furia de la materialidad y del instinto ciego; sobre él, es decir, en una relación jerárquica, el caballero, expresa el polo espiritual. Si el caballero sufre un accidente, pierde el control de la montura que se desboca y cae, significará una inmersión en la materialidad, una pérdida del vehículo de realización espiritual.

Alquímicamente esto puede tener correspondencia en el sentido de que en la primera fase de la obra alquímica se aconseja "mantener cerrado el recipiente con objeto de que el espíritu no vuele". Y más adelante, en la segunda fase, a su término, se insiste en que el producto de la calcinación", las "cenizas", no se pierdan. El cuerpo material en alquimia es el elemento que realiza en sí mismo y en su interior, la transmutación y por tanto debe ser conservado. La pérdida del caballo podría entonces asimilarse a la incapacidad por mantener en "un mismo recipiente" el espíritu y el cuerpo. Pero mientras que el caballero, sobre su montura indica la materialidad domada y dirigida, puesta a su servicio, el centauro, que podría asimilarse a esta imagen, es su inversión: lo espiritual dominado por lo material, lo instintivo, y sin posibilidad de separase de él.

La relación "jinete caballo", es decir, la posición ocupada con respecto a la altura supone una proximidad del caballero al cielo, una separación, consecuentemente, de la materialidad. Algunos capiteles góticos recogen este simbolismo mostrando a caballeros que cabalgan extrañamente sobre cabras: es decir, sobre el animal que trepa más alto, el que, en consecuencia, acercará más al caballero al cielo, a la proximidad con lo absoluto.

Por último, una vez en la montura, el caballero recibe su escudo que es algo más que una defensa y aparte de cumplir una función complementara a la armadura, siendo la parte más visible del caballero será en ella en donde coloque su blasón y leyenda.

Tras recibir sus armas, partirá.

LAS ARMAS DEL CABALLERO

En las armas hay un doble poder contenido: de ahí que muchas ostenten dos filos (hacha, espada, maza) que habrá que entender como una referencia a esta duplicidad: con ellas se rompe y se mata, pero también se gobierna. Arturo hace probar a sus enemigos el filo de su espada y luego gobierna "por el poder de la espada", una vez impuesta la "pax triunphalis", y es en su nombre en quien realiza sus actos de poder. Creación y destrucción, tales son los atributos de las armas, que se corresponde, en cierta forma, con los atributos del Grial. Una tradición cuenta que el Grial es la piedra preciosa colocada en la frente del diablo que cayó a la tierra cuando la rebelión de los "ángeles malvados". Otra tradición india nos habla del poder destructor del "tercer ojo" de Shiva, que evidentemente es análogo a la piedra graal de la frente del diablo. Con ella se alcanza la felicidad, pero también se sufren peligros y riesgos, otro tanto ocurre con las armas. El bastón es el símbolo de apoyo, pero también de castigo, el martillo del herrero es también un arma de guerra y simboliza el poder creador de la forja y también el aplastamiento del adversario y así sucesivamente.

La espada; centrémonos en este arma es más larga cuanto mayor es la dignidad de quien la empuña. Solamente en la tradición espartana las cosas eran algo diferentes: se consideraba un honor combatir con una espada contra más corta mejor, porque era así como podía estar más cerca del corazón del adversario y la tradición guerrera de aquella noble ciudad libre quería que la distancia ideal para el combate fuera aquella en la cual resultaba posible ver la abeja de tamaño natural que los espartanos pintaban en sus escudos.

Sin embargo, esto no es más que una excepción justificada por una forma particular de tradición viril y guerrera por regla general al acortarse la espada se transforma en un arma distinta, cualitativamente diferente también, la daga, el machete, llegando incluso a ser una inversión del significado de la espada. Su corto filo sugiere una espiritualidad no desarrollada y también se une a la traición, al asesinato la venganza y a la ausencia de cualidades viriles. Solo cuando el puñal es consagrado y ostenta signos de haberlo sigo (runas, inscripciones y leyendas, símbolos) se convierte en la daga de los caballeros, un arma auxiliar, surgida en tiempos relativamente recientes.

La forma de la espada varía según las latitudes y el sentido de las tradiciones imperantes: en el Occidente heroico y viril, donde la impronta "solar" es fácilmente observable no solo en el ciclo del Graal, sino también en la literatura de la Grecia clásica, la espada toma la forma de la virilidad fálica, por el contrario, en Oriente, islámico y semita, toma la forma del alfanje, estará en correspondencia con el carácter lunar de la espiritualidad de estos pueblos.

Otras tradiciones relacionan la espada con el Verbo. El mismo San Juan presenta la visión de un anciano de cuya boca sale una espada de dos filos, es el poder del Verbo, e incluso en el Apocalipsis, al añadir que "su aspecto (el de la espada) era como el sol cuando resplandece con toda su fuerza" liga la imagen del Verbo a la del principio Solar.

Paracelso grabó en su espada  que como médico tenía derecho a utilizar algo que suponía una reminiscencia remota de los poderes de la realeza, uno de los cuales, la teúrgia ayudaba a la curación de las enfermedades  la palabra "AZOTH" compuesta por las primeras y últimas letras de los alfabetos griego, latino y hebreo, intentando dar a la espada un símbolo de totalidad, integralidad y divinidad.

También en la Biblia, será ya tras haberse producido la "caída" cuando una espada llameante separe a Adán y Eva del Paraíso, ligando esta arma también al elemento solar, al fuego. Otras armas se harán corresponder así mismo con otros elementos: el tridente, patrimonio de Neptuno, claramente con el elemento acuático, la lanza con el elemento tierra en la medida en que es apenas una vara de madera de origen vegetal que antes había hundido sus raíces en la madre tierra; la honda estará ligada al elemento aire y otro tanto ocurrirá con la saeta. Así se podrán deducir consecuencias de las descripciones de ciertos combates: un héroe armado con una honda que luche contra un lancero, simbolizará la oposición del aire contra la tierra, si es una lanza contra una espada, de la tierra contra el fuego.

La tradición islámica refuerza la tesis de una relación entre la palabra y la espada. Cuando los imanes que impartes las enseñanzas coránicas suben a los minaretes la tradición quiere que porten una espada de madera y otro tanto ocurre en los relatos de las "Mil y una noches" en donde el simbolismo de la espada aparece obsesivamente; Simbad, por ejemplo, en cierta ocasión debe afrontar a un cíclope similar a Polifemo, improvisa una espada calentando al rojo un gran clavo que introduce en el único ojo del monstruo.

En el Japón tradicional el Emperador no precisaba de ninguna ceremonia para ser consagrado, le bastaba con asumir la Triple Joya: el espejo, la espada y la perla. Mediante el espejo se le instaba a que recordara sus orígenes solares, mirándose en él, la perla simbolizaba la "piedra celeste" adoptando un significado análogo al del Graal occidental , por último, la espada simbolizaba los dos poderes, el temporal y el espiritual, y con ella debía "decapitar" al dragón de ocho cabezas.

Junto a la espada, la daga y la lanza son las armas del caballero. Ya hemos hecho alusión a la primera; en cuanto a la lanza cabría decir que su simbolismo de rectitud, es manifiesto, en efecto, se trata casi de un vector. Pero en ocasiones, va ligado a la sexualidad. Anfortas, por ejemplo, que ha elegido como divisa de combate un lema de amor, se ve dominado por éste impulso y resulta herido por una lanza en las partes genitales: su virilidad envenenada ha sido castigada por el poder de la lanza. Se podría inducir que este símbolo implica también penetración, profundidad y confirmar así su temática sexual. Pero no debemos centrar todo su simbolismo en este área, en el mismo ciclo del Grial a que hemos hecho alusión, la lanza adopta un nuevo significado cuando el caballero que la extrae del cuerpo de otro guerrero muerto debe, por este hecho vengarlo, es decir, recuperar la dignidad perdida por el muerto, o mejor aún, convertirse en restaurador. El lancero termina así siendo, simbólicamente, un restaurador.

La lanza alquímicamente, está ligada al simbolismo hermético de la apertura del costado. En efecto, según la tradición cristiana, el centurión Longinos clavó la lanza en el costado de Cristo crucificado. La cruz puede simbolizar aquí los cuatro elementos de la naturaleza  fuego, tierra, aire y agua  ordenados en torno a un centro, elementos sobre los que descansa el cuerpo de Cristo muerto que solo resucitará tres días después, una vez separado del madero. En el costado, las distintas tradiciones aseguran que se aloja el "spiritus mundi" que en el momento del lanzazo se libera desparramando agua blanca y sangre roja. La lanza pues señalaría una fase de ruptura y muerte, previa al renacimiento en un nuevo estado del Ser.

En otras ocasiones, la lanza, gratuitamente, en lugar de terminar en una aguja, se trifurca; estamos entonces ante una variación del mito: el tridente. Patrimonio y atributo del dios de las profundidades, Neptuno, rey del subconsciente. Otros ligan el tridente a la figura del "Padre" simbólico que contiene a las Tres Personas del Nuevo Testamento. En la India aria el tridente quedará ligado al tercer ojo destructor de Shiva y en el ciclo del Grial aparecerá una lanza "grande con tres corrientes que sangran" remedo indudable del tridente clásico. El simbolismo, como se vé, es ambiguo pero universal.

LOS ATRIBUTOS DE LA REALEZA

Al igual que el caballero, la realeza tiene otros atributos que le son, así mismo propios y la cualifican: el cetro, la maza y el bastón. El cetro de Zeus, tras ser robado por Hermes, pasa a ser símbolo de una de sus triples dignidades. Será en torno a este centro que se enroscarán las dos serpientes formando el símbolo del caduceo y representa al "axis mundi".

La maza, por el contrario, es un símbolo de aplastamiento. Es un atributo de Hércules, símbolo, a su vez, de la realización personal, a través de un complicado suceder de pruebas y "trabajos" que rememoran tanto los signos zodiacales como las fases alquímicas. En cuanto al bastón como ya se ha dicho, es a la vez, un elemento de castigo y de apoyo. En su papel de objeto de castigo será utilizado por Edipo para matar a su padre y como apoyo será considerado por los egipcios como un símbolo solar ya que, en el equinoccio de otoño, cuando los días se acortan, el sol, envejecido, precisaba de un bastón para apoyarse; en esa fecha los egipcios celebran la fiesta del "bastón solar".

Los dioses también disponen de armas, las más frecuentemente mencionadas son la flecha y la red. En ocasiones no se tratará de flechas, sino de un remedo, de rayos, por ejemplo, flechas son los atributos de Apolo, rayo será por el contrario, el de Júpiter Zeus, mientras que Thor ostentará un martillo como compañero del trueno; Thor, "el dios tonante", el dios del trueno, precedido siempre por el relámpago. En cuanto a la red, es el arma de Varuna, aparece también en la saga de los nibelungos, confiriendo la invisibilidad y fué así mismo un arma utilizada por los gladiadores reciarios que rememoraban en la arena del circo los combates  de los dioses.

El oponente del reciario, el mirmidón, armado con espada y coraza simbolizaba el signo de Cáncer; el reciario (tridente y red) pueden ser asimilados al signo de Piscis ("tirad las redes", dijo Jesucristo inaugurando la Era de Piscis y también "yo os haré pescadores de hombres") ambos signos se encuentran en trígono con Escorpio, regido a su vez por Marte. No podía ser de otra manera: el combate siendo una dramatización de las luchas divinas debía estar bajo la advocación de un aspecto zodiacal favorable (el trígono en el cual los signos están separados 120º) con un signo y con un planeta guerrero: Escorpio y Marte.

LA DECADENCIA DE LA TRADICION HEROICA

Queda solo por dilucidar alguna utilización de las armas que aparentemente parecen no tener relaciones con la actividad guerrera. Ya hemos dicho antes lo que suponía "caerse de la cabalgadura", podría ahora hablarse del accidente, ligado, en ocasiones a la pérdida del control de la montura, que supone la rotura de la espuela.

En la Edad Media las espuelas se utilizaban tanto para azuzar a la cabalgadura como de arma defensiva capaz de herir en el rostro al infante. Simbólicamente representaban las alas de Mercurio/Hermes y protegían el punto más débil de Aquiles, de tal forma que su pérdida o rotura suponía una fuerza activada, pero no superada.

Idéntico simbolismo tenía la rotura de la espada. Un caballero incapaz de dominar su furia, es decir, cuando ha caído en una virilidad salvaje y primitiva, ya no es capaz de regir su acción. En ese momento, cuando no es digno de empuñar la espada, ésta se hace trizas entre sus manos.

En otras ocasiones serán las propias fuerzas del subconsciente las que harán sufrir un accidente al caballero, el cual, creyendo poder luchar contra otro adversario, se herirá a sí mismo. Todo ha sido, en definitiva, un sueño, en el curso del cual el caballero ha luchado contra su proyección demoníaca, contra los fantasmas latentes en su cerebro y son esas potencias infra humanas, no sublimadas, las que han salido a relucir, hiriéndolo.

*     *     * 

Pues bien, todos estos símbolos no se redujeron solo a literatura o erudición, fueron la encarnación de valores asumidos por la caballería medieval y por su cúspide, el templarismo. Esta, supo sintetizar durante dos centurias los valores más altos de la espiritualidad guerrera y plasmarlos en lo contingente apoyado en un sistema simbólico integral que abarcaba todas las actividades que el templarismo inspiró: el arte gótico, la ciencia hermética, la literatura heroica (ciclos arturiano y graélico) y el arte de la guerra.

La disolución de la orden templaria primero y el acoso al gibelinismo más tarde, hizo que la Tradición se volviera subterránea. La literatura caballeresca se volvió tópica y perdió su sustancia, el arte gótico se volvió "flamígero", es decir, puro alarde estético y el arte de la guerra fue dejando paso a las máquinas de matar que hacían innecesario el encuentro hombre contra hombre propio de la caballería.

Ya nunca más renacería una caballería de monjes guerreros. Lo más parecido en han sido en estos setecientos años han sido los llamados "cuerpos de élite". Hoy cuando se asiste a una denigración de las fuerzas armadas y cuando una ola de pacifismo recorre las conciencias, hace falta poner los puntos sobre las íes: lo criticable del "servicio militar" es su democratización, su extensión a todos los "hijos de la patria", cuando, hasta la revolución francesa solamente los miembros de la nobleza tenían, no el deber de usar las armas, sino el derecho a portarlas.

Hoy en día se hace incomprensible para los reclutas un hecho tan simple como la "novatada", los insultos del sargento mayor a los reclutas, la gratuidad de algunas bofetadas, etc.; en efecto, nadie les ha explicado que el secreto del arte de la guerra es la despersonalización, la superación del principio de individuación, y esto se consigue degradando cuerpo y personalidad, es decir, los portadores de los valores individuales, porque solamente dejando a las puertas del cuartel tales valores se consigue forjar un "espíritu de cuerpo", una nueva conciencia colectiva capaz de hacer reaccionar a los sujetos que la componen como un solo hombre.

Todas las técnicas tradicionales tienden a lo mismo: la superación del principio de individuación. Y todas los hacen por diferentes caminos, los que corresponden a cada una de las castas tradicionales: un monje o un burgués difícilmente aceptarán el sistema de accesis que corresponde a la casta guerra, con su disciplina, con su violencia, con su tosquedad. Y otro tanto ocurre a la inversa.

 

 

viernes, 30 de julio de 2021

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: EL "TRAPERO" MORAD, GLORIA DE HOSPITALET, DETENIDO...

De "Morad", no se conocen nombres ni apellidos. Se sabe solamente que es "trapero" (no trapero en el sentido habitual de la palabra, sino "cantante de rap"). De él, Wikipedia dice que es "nacido en Hospitalet de Llobregat, de ascendencia marroquí" y coloca una foto que lo confirma. Añade también que sus padres son de Larache y Nador y que él se siente más ligado a Nadar, ciudad de la madre, acaso porque el padre les abandonó. Y rapea desde los 14 años. Sus canciones están en youtube, así que allí remitimos para una valoración de su "obra musical". Nos cuenta lo difícil que fue su vida de niño. Pero no es por el rap, ni por ser "trapero", por lo que hablamos de él, sino porque ha sido detenido al saltarse el toque de queda. Vaya por delante, que creo que el toque de queda no sirve absolutamente para nada y que los viruses salen de paseo tanto a las 23:59 como a las 01:00. Pero, el caso es que es la ley y hay que apechugar. Realmente, no es por "saltarse el toque de queda" por lo que lo han detenido, sino por la denuncia de los vecinos que se quejaban del ruido. La zona es "muy hostil" a la policía (lo cuenta hoy El Confidencial) y cuando llegaron los Mossos d'Esquadra les recibieron de manera hostil hasta el punto de que los mozos debieron realizar disparos al aire. Morad fue detenido, pero que nadie se alarme, ya está en libertad. Al día siguiente, cuando la guardia urbana pasó por la zona de la detención, les llovieron huevos (¿acaso de los lotes de alimentos que distribuye Caritas?). A todo esto, la ex esposa de Morad está buscada por haber apuñalado a la actual novia del "trapero": "tentativa de homicidio, dado que había cuchilladas profundas cerca de zonas vitales", dice el informe. Hasta aquí la noticia

Reflexión: el barrio de La Florida en Hospitalet, da la sensación de que es lo que en Francia llaman zonas de "non droit" en donde el derecho y el Estado han desaparecido y el barrio está en manos de bandas étnicas. En Francia, el rap se ha convertido en un vehículo de odio y racismo antieuropeo. Ha habido raperos franceses que llamaban a asesinar a niños blancos recién nacidos (y han sido condenados judicialmente por ello). En España, como aprendemos solamente de la mala gestión de los vecinos, no extraemos consecuencias: el rap en los suburbios, cantado por "traperos" de origen norteamericano, se ha convertido en verdaderas llamadas al odio y al racismo. El problema, por tanto, no es solamente que el islamismo radical se filtre en los barrios con mayoría étnica de origen africano, el problema, además, es que las nuevas generaciones que permanecen de espaldas al rigorismo, e incluso al ascetismo de ese islam radical, asumen comportamientos igualmente agresivos y difunden su odio a través de ese ritmo (nos negamos a hablar de "música" cuando hablamos de rap y de dar el calificativo de "artistas" a los "traperos").

Pero, aquí no pasa nada. El ayuntamiento pensando en carriles bici, festa major, detener la "violencia machista" y repartirse comisiones... pero de los problemas reales de lo que queda de población de origen español en el barrio de La Florida, nada de nada.

Pregunta final: ¿cuántas zonas de "non droit" empiezan a existir en España. Cuando se confirmen los incidentes constantes, la imposibilidad de que la policía acceda a esos barrios, y la existencia de un poder paralelo de las "bandas étnicas", será demasiado tarde. Los responsables municipales y el ministerio del interior, hablarán de inyectar más fondos para la "normalización", pero ya será imposible. Mirad a Francia, mirad a Alemania, mirad a Bélgica. Una vez más "Demain l'Espagne..." (título de un famoso libro escrito por Santiago Carrillo, líder del PCE en el que entrevistaba a Regis Debray y a Max Gallo)

En el video: Morad con su público al que tanto debe y al que tanto ama…



Julius Evola: Textos sobre el estilo de la Tradición (4) - DOCTRINA ARIA DE LUCHA Y VICTORIA - Julius Evola

Presentamos a continuación el texto de la conferencia impartida por Julius Evola en el INSTITUTO KAISER WILHEMM de Roma, el 7 de Diciembre de 1940. En conferencia se resume lo esencial de las tradiciones guerreras; hay, sin embargo, que insertar algunas alusiones dentro del contexto y la situación de la época (inicios de la Segunda Guerra Mundial). A parte de esas pinceladas, el texto constituye un resumen de las vías de la acción que conocieron las civilizaciones tradicionales de la humanidad indo-aria. El texto fue editado por primera vez en castellano en el Segundo Dossier Orden del Temple, publicado por Ediciones Alternativa en 1985.

DOCTRINA ARIA DE LUCHA Y VICTORIA

JULIUS EVOLA

La "Decadencia de Occidente", según la concepción de una crítica reputada de la civilización de occidente, es claramente reconocible en dos características principales: en primer lugar, el desarrollo patológico de todo aquello que es Activismo; en segundo lugar, el desprecio hacia los valores del Conocimiento interior y de la Contemplación.

Esta crítica, no entiende por Conocimiento, racionalismo, intelectualismo u otros vacíos juegos de palabras; no entiende por Contemplación un alejamiento del mundo, una renuncia o un alejamiento monacal mal comprendido. Al contrario, Conocimiento interior y Contemplación representan las formas de participación normales y más apropiadas del hombre a la Realidad sobrenatural, supra-humana y supra-racional. A pesar de esta aclaración, en la base de la concepción indicada existe una premisa inaceptable para nosotros. Ya que, tácitamente y de hecho, es admitido que toda acción en el dominio material es limitativa y que el más alto dominio espiritual sólo es accesible por otras vías que no sean las de la acción.

En esta idea se reconoce claramente la influencia de una concepción de la vida básicamente extranjera al espíritu de la raza aria; pero que, sin embargo, está tan profundamente unida ya al pensamiento del Occidente cristiano, que se la encuentra igualmente en la concepción imperial dantesca. La oposición entre Acción y Contemplación era, por el contrario, desconocida por los antiguos arios. Acción y Contemplación no estaban enfrentados como los dos términos de una oposición. Designaban únicamente sólo palabras distintas para la misma realización espiritual. Dicho de otro modo, se estimaba entre los antiguos arios que el hombre podía sobrepasar el condicionamiento individual no solamente por la Contemplación sino también por la Acción.

Si nos alejamos de esta idea primera, entonces el carácter de decadencia progresiva de la civilización occidental debe ser interpretado de diferente forma. La tradición de la acción es típica de las razas ario-occidentales. Pero esta tradición se desvía progresivamente. Así es en el Occidente actual, donde se ha llegado a conocer y honrar solamente una acción secularizada y materializada, privada de toda forma de contacto trascendente, una acción profanada que, fatalmente, debía degenerar en fiebreo en manía resolviéndose en el obrar por el obrar: o bien en un hacer que está ligado solamente a efectos condicionados por el tiempo. A una acción así degenerada no responden, en el mundo moderno, valores ascéticos y auténticamente contemplativos sino únicamente una cultura brumosa y una fe pálida y convencional. Tal es nuestro punto de vista sobre la situación.

Si la "vuelta a los orígenes" es el concepto base de todo movimiento actual de renovación, entonces debe valer como tarea indispensable, de vuelta consciente, el comprender la concepción aria primordial de la Acción. Esta concepción aria debe tener un efecto transformador y evocar en el Hombre Nuevo, de Buena Raza, unas fuerzas vitales dormidas.

Hoy y aquí, queremos atrevernos a hacer un breve "excursus" precisamente justo en el universo del pensamiento del mundo ario primordial, con el objetivo de sacar, de nuevo, a la luz algunos elementos fundamentales de nuestra tradición común, poniendo una atención especial en los significados arios de guerra, de lucha, y de la victoria.

Naturalmente, para el antiguo guerrero ario la guerra, como tal, respondía a una lucha eterna entre fuerzas metafísicas. De un lado está el principio olímpico de la luz, la realidad solar y uraniana; de otro, la violencia brutal del elemento "titánico- telúrico", bárbaro en el sentido clásico, "femenino-demoníaco". Este tema de aquella lucha metafísica aparecería de mil formas, en todas las tradiciones de origen ario. Así, toda lucha a nivel material era tomada con una consciencia más o menos grande, como un episodio de esta antítesis. Ya que la arianidad se consideraba como milicia del principio olímpico, es necesario hoy, por tanto, devolver esta vía de los antiguos arios; e, igualmente, conceder la legitimidad o la consagración suprema del derecho al poder y de la concepción imperial misma, ahí donde, en el fondo, parece bien evidente su carácter anti-secular.

En la imaginación de este mundo tradicional toda realidad se transformaba en símbolo... Esto también vale para la guerra desde el punto de vista subjetivo e interior. Así, podrían ser fundidas en una sola entidad: guerra y camino hacia lo divino.

Los significativos testimonios que nos ofrecen las varias tradiciones nórdico-germánicas son, para todos, bien conocidos. De todos modos, debemos decir que estas tradiciones y tal como nos han llegado, se ven fragmentadas y mezcladas; muy a menudo ya representan la materialización de las mas altas tradiciones arias primordiales, caídas a nivel de supersticiones populares. Esto no nos impide fijar algunos puntos.

Ante todo, como todos sabemos, el «Walhalla» es la capital de la inmortalidad celeste, y principalmente reservado a héroes caídos en el campo de batalla. El señor de estos lugares, Odín- Wotan, es representado en la saga «Ynglinga» como aquel que por su sacrificio simbólico al árbol cósmico «Ygdrasil» ha indicado el camino a los guerreros, camino que conduce a una residencia divina, donde siempre florece la vida inmortal. Conforme a esta tradición, de hecho ningún sacrificio o culto es más agradable al dios supremo, ningún otro esfuerzo obtiene más ricos frutos supra-terrestres, que aquel que han ofrecido los que han muerto combatiendo en el campo de batalla. Pero hay mucho más; tras la oscura representación del «Wildes Herr»(1) se esconde también, el siguiente fundamental significado: a través de los guerreros que, cayendo, ofrecen un sacrificio a Odín, se forman aquellas tropas que el dios necesitará para la última definitiva batalla del «Ragna-rökk»; es decir, contra ese fatal "oscurecimiento de lo divino" que ya desde los tiempos antiguos planea, amenazante sobre el mundo.

Hasta aquí, por consiguiente, el genuino motivo ario de la fuerte lucha metafísica es claramente expuesto a la luz. En los «Edda» quedaría igualmente dicho: "Por muy grande que pueda ser el numero de los héroes reunidos en el «Walhalla» nunca será lo suficientemente grande, cuando el lobo irrumpa (2)". El lobo es aquí, la imagen de esas fuerzas oscuras y salvajes que el mundo de los «Ases» ha logrado someter. La concepción ario-iraniana de Mithra, "el guerrero sin sueño" es de hecho análoga. El que a la cabeza de los «Fravashi» y de sus fieles, libra batalla contra los enemigos del dios ario de la luz. Hablaremos, inmediatamente después, de los «Fravashi» y examinaremos su estrecha correlación con las «Walkyrias» de la tradición nórdica. Por otra parte intentaremos clasificar también el significado de la "Guerra Santa" a través de otros testimonios concordantes. No hay que sorprenderse si hacemos, en este contexto, ante todo, referencia a la tradición islámica. La tradición islámica tiene aquí el lugar de la tradición ario-iraniana. La idea de la "guerra santa" -y al menos, en lo que concierne a los elementos aquí examinados- llegará a las tribus árabes por el universo del pensamiento iranio: tiene por tanto, al mismo tiempo, el sentido de un tardío renacimiento de una herencia aria primordial y desde este punto de vista puede ser utilizada sin ninguna duda.

Está admitido que se distingue en esa tradición en cuestión, dos "guerras santas"; es decir la "grande" y la "pequeña" Guerra Santa". Esta distinción se funda en unas palabras del Profeta que afirma a la vuelta de una incursión guerrera "Hemos vuelto de la pequeña guerra a la gran guerra santa". En este contexto, la gran guerra santa pertenece a niveles espirituales. La pequeña guerra santa es por el contrario la lucha psíquica, material, la guerra conducida en el mundo exterior. La gran guerra santa es la lucha del hombre con sus propios enemigos, los que lleva en si mismo. Más exactamente, es la lucha del elemento sobrenatural del propio hombre contra todo lo que resulta instintivo, ligado a la pasión, caótico, sujeto a las fuerzas de la naturaleza.

Tal es la idea, también, que aparece recogida en el «Bhagavad-Gitâ», ese antiguo gran tratado de la sabiduría guerrera aria: "Conociendo aquello que está sobre el pensamiento, afírmate en tu fuerza interior y golpea, guerrero de los largos brazos, a ese temible enemigo que es el deseo" (3). Una condición dispensable para la obra interior de liberación es que este enemigo debe quedar aniquilado de forma deliberada. En el cuadro de la tradición heroica, aquella pequeña guerra santa -es decir, una guerra como lucha exterior-, sirve solamente de medio por el cual se realiza justamente esa gran guerra santa.

Y por esta razón, en los textos, "guerra santa" y "camino de vía a Dios" son a menudo sinónimos. Así leemos en el Corán: "Combaten en el Camino de Dios" -es decir, en la Guerra Santa- aquellos que sacrifican esta vida terrestre a la vida futura; pues a aquel que combate y muere, sobre el camino de la Vía de Dios; o a aquel que consigue la victoria, le daremos una gran recompensa" (4). Y, más adelante: "A aquellos que caen sobre el camino de la Vía de Dios, El nunca dejará que se pierdan sus obras; les guiará y dará mucha paz a sus corazones; y les hará entrar en el Paraíso, que El les revelará" . Se hace alusión aquí a la muerte física en guerra, a la «mors triunphalis» (muerte victoriosa); y que, se encuentra en correspondencia perfecta para todas las tradiciones clásicas. La misma doctrina puede de todas formas ser también interpretada en un sentido simbólico... Aquel que en la "pequeña guerra" vive una "gran guerra santa" crea en si una fuerza que le prepara para superar la crisis de la muerte. Pero, igualmente sin haber muerto físicamente, puede, mediante la ascesis de la Acción y la Lucha, experimentar la muerte; puede haber vencido interiormente y haber logrado un "más que vida". Entendiendo esotéricamente, "Paraíso", "Reino de los cielos" y expresiones análogas no son nada más que unos símbolos y unas figuraciones forjadas por el pueblo, de unos transcendentes estados de iluminación, ya en un plano más elevado que la vida o la muerte. Estas consideraciones deben valer también, como premisa para reencontrar los mismos significados bajo el aspecto externo del Cristianismo; que la tradición heroica nórdico-occidental se vio apremiada a adoptar durante las Cruzadas, para poder manifestarse al exterior. Mucho más de lo que, hoy y en general, la gente está inclinada a creer, en las cruzadas medievales para la "liberación del Templo" y realizar la "conquista de la Tierra Santa", existen evidentes puntos de contacto con la tradición nórdico-aria, donde se hace referencia a la mítica «Asgard», la lejana tierra de los Ases y de los Héroes, donde la muerte no tiene prisa y donde los habitantes gozan de una vida inmortal y una paz sobrenatural. La guerra santa aparece como una guerra totalmente espiritual hasta el punto de poder llegar a ser comparada, por los predicadores, literalmente, a una "purificación, como el fuego del purgatorio antes de la muerte". "Que mayor gloria que no salir del combate, sino cubierto de laureles. Que gloria mayor que ganar, sobre el campo de batalla, una corona inmortal". afirma a los Templarios un Bernardo de Clairvaux (6). La "Gloria Absoluta", aquella que atribuyen los teólogos a Dios, en lo más alto del cielo (con su «in Excelsis Deo»), es también encargada como propia al cruzado. Sobre este telón de fondo se situaba la «Jerusalén Santa», bajo ese doble aspecto: como ciudad terrestre y como ciudad celeste, y la Cruzada como una gran elevación que conduce realmente a la inmortalidad. Los actos de los militares de las cruzadas, altos y bajos, produjeron inicialmente sorpresas, confusión, y hasta crisis de fe, pero tuvieron después como único efecto purificar la idea de la «Guerra Santa» de todo residuo de materialismo. Sin dudarlo, el fin desafortunado de una Cruzada es comparado a la Virtud que es perseguida por el Infortunio; y en el cual el valor puede ser juzgado y recompensado solamente en relación a una vía, en forma no terrestre. Así se concentraría -mucho más allá de la victoria o de la derrota-, el juicio de valor sobre el aspecto espiritual y genuino de la Acción. Así la «Guerra Santa» vale por si misma, independientemente de su resultado material visible, como medio para alcanzar por el sacrificio activo del elemento humano, una realización supra-humana.

Y justo, esa misma enseñanza, elevada al nivel de expresión metafísica, reaparecerá en un texto indo-ario citado y conocido, el «Bhagavad-Gitâ». La compasión y los sentimientos humanitarios que impiden al guerrero ARJUNA batirse en liza contra el enemigo, son juzgados por dios "turbios, indignos de un «ârya» (...), que no conducen ni al cielo ni al honor" . El mandato le dice así "Si muerto, tu irás al cielo; si vencedor, gobernarás la tierra. Alzate, hijo de Kuntî, dispuesto a combatir" (8). La disposición interior que puede transmutar a de la forma siguiente: "...Trayéndome toda acción, el espíritu plegado sobre si mismo, es libre de esperanza y de visiones interesadas, combate sin escrúpulos" (9). En expresiones tan claras se afirma la pureza de la acción: debe ser deseada, por si misma, más allá de toda pasión y de todo impulso humano: "Considera que están en juego el sufrimiento, la riqueza o la miseria, la victoria o la derrota. Prepárate, por tanto, para el combate; y de esta forma evitarás el pecado" (10).

Como fundamento metafísico suplementario, el dios aclara la diferencia entre aquello que es espiritualidad absoluta -y, como tal, será indestructible- y lo que solamente tiene como elemento lo corporal y humano, en una existencia ilusoria. De un lado, el carácter de irrealidad metafísica de aquello que se puede perder como cuerpo y vida mortales que pasan, o bien es revelada en los que la pérdida puede ser un condicionante. De otro, Arjûna queda conducido, en aquella experiencia de una fuerza de manifestación de lo divino, a una potencia de irresistible transcendencia. Así frente a la grandeza de esta fuerza, toda forma condicionada de existencia aparecía como una negación. Allí donde está negación es activamente negada, es decir, allí donde, en el asalto, toda forma condicionada de existencia es invertida o destruida, esta fuerza llega a tener una manifestación terrorífica. Sólo sobre esta base, exactamente, se puede captar energía adecuada para producir la transformación heroica del individuo. En la medida en que el guerrero obra en la pureza y el carácter de lo absoluto, aquí indicados, rompe las cadenas de lo humano, evoca lo divino como una fuerza metafísica, atrae sobre sí esta fuerza activa y encuentra en ella su ilusión y su liberación. La palabra crucial corresponde a otro texto -perteneciente también a la misma tradición- dice: "La vida es como un arco; el alma es como una flecha; el espíritu absoluto como la diana a traspasar. Uníos a este gran espíritu, como la flecha lanzada se fija en la diana" (11). Si sabemos ver aquí la más alta forma de realización espiritual por la lucha y el heroísmo, es entonces verdaderamente significativo que esta enseñanza sea presentada, en el «Bhagavad-Gitâ» como continuación de una herencia primordial ario-solar. De hecho, le fue dada por el "Sol" al primer legislador de los arios, Manú; y fue guardada seguidamente, por una gran dinastía de reyes consagrados. En el curso de los siglos, esta enseñanza se perdió y, sin embargo fue de nuevo revelada por la divinidad, no a un devoto sacerdote, sino a un representante de la nobleza guerrera: Arjûna. Lo que hemos tratado hasta aquí permite también comprender los significados más interiores que se encuentran en la base de un conjunto de tradiciones clásicas y nórdicas. Así, como punto de referencia, habrá que reseñar aquí que, en estas tradiciones antiguas algunas imágenes simbólicas precisas aparecían con una frecuencia singular: estas son, primero la imagen del alma como demonio, doble y genio; y enseguida la imagen de las presencias dionisiacas y de la diosa de la muerte y la imagen de una diosa de la victoria; que aparecía a menudo bajo la forma de diosa de la batalla. Para la exacta comprensión de todas estas relaciones será muy oportuno clasificar la significación que tiene el alma; que, es aquí entendida como demonio, genio o doble. El hombre antiguo simboliza en el demonio o propio doble una fuerza yacente en las profundidades, que es, por decirlo así, "la vida de la vida", en la medida en que ella dirige en general todos los sucesos, tanto corporales como espirituales, a los que la consciencia normal no tiene acceso; pero que condicionan, sin embargo e indudablemente la existencia contingente y el destino del individuo. Entre esas entidades y las fuerzas místicas de la Raza y de la Sangre existe una bien estrecha ligadura. Así por ejemplo, el Demonio aparece y bajo numerosos aspectos, parecido a los Dioses Lares, las entidades místicas de un linaje, o una generación; de los cuales Macrobio, por ejemplo, nos afirma: "Son dioses que nos mantienen vivos. Ellos alimentan nuestro cuerpo y guían nuestra alma". Así, se puede decir que entre el demonio y la consciencia normal existe una relación del mismo tipo que entre el principio individuante y el principio individuado. El primero, es según las enseñanzas de los antiguos como una fuerza supra-individual y por tanto superior al nacimiento y a la muerte. La segunda, es decir, el principio individuado, consciencia condicionada por el cuerpo y el mundo exterior, destinada normalmente a la disolución o esta supervivencia muy efímera propia del mundo de las sombras. En la tradición nórdica, la imagen de las «Walkyrias» tiene más o menos el mismo significado que el demonio. La imagen de una «Walkyria» se confunde, en muchos textos, con aquella de una «Fylgja» (12); es decir, con una entidad espiritual activa en el hombre y a cuya fuerza su destino está sometido. Como «Kynfylgja», una «walkyria» es -de igual forma que lo son los dioses lares romanos- la fuerza mística de la sangre. Y lo mismo ocurre con las «Fravashi» de la tradición ario-iraniana. La «Fravashi» -explica un bien conocido orientalista- "es la fuerza íntima de cada ser humano, es la que le sostiene desde el momento que nace y subsiste". Al mismo modo que los dioses lares romanos, las «Fravashi», están en contacto, simultaneamente, con las fuerzas primordiales de una raza y son -como las «Walkyrias»-, diosas preponderantes de la guerra, que dan la fortuna y la victoria. Tal es la primera relación que debemos desvelar y descubrir ¿Qué es lo que esta fuerza tan misteriosa, que representa el alma profunda de la raza y lo trascendental en el interior del hombre, puede tener en común con las diosas de la guerra? Para comprender bien este punto habrá que recordar que los antiguos indo-germanos tenían una concepción de la propia inmortalidad, por así decirlo, aristocrática, diferenciada. No todos escaparían a la disolución, a esta supervivencia lemúrica de la que «Hades» y «Niflheim» eran antiguas imágenes simbólicas... La inmortalidad fue un privilegio de bien pocos; y, según la concepción aria, un privilegio heroico principalmente. El hecho de sobrevivir -no como sombra, sino como semidios-, está reservado solamente a aquellos a los que acciones espirituales han elevado de una a otra naturaleza. Aquí, no puedo por desgracia, suministrar las pruebas para justificar lo que doy como afirmación: técnicamente, estas acciones espirituales logran transformar el yo individual, el de la consciencia humana normal, en una fuerza profunda, supra-individual, la fuerza individuante, que está más allá del nacimiento y de la muerte y a la cual, como se dijo, corresponde el concepto de "demonio". Pero, sin embargo, el demonio está mucho más allá de todas las formas finitas en que se manifiesta, y esto no solamente ya porque representa la fuerza primordial de toda una raza, sino que también bajo el aspecto de la intensidad. El paso brusco de la consciencia ordinaria a esta fuerza, simbolizada por el demonio, suscitaba, por consiguiente, una crisis destructiva; parecida a un relámpago como fruto de una tensión de potencial demasiado alta en y para el circuito humano. Suponemos por ello, que en condiciones excepcionales, el demonio puede igualmente aparecer en el individuo y hacerle experimentar el tipo de una transcendencia destructiva; y así. en este caso, se produciría una especie de experiencia activa de la muerte, y la segunda relación aparecía por tanto muy claramente, es decir, porque la imagen de doble o demonio en los mitos de la antigüedad ha podido confundirse con la divinidad de la muerte. En la vieja tradición nórdica, el guerrero ve su propia walkyria en el mismo instante de la muerte o del peligro mortal.

Vayamos más lejos. En la Ascesis religiosa, mortificación, renuncia al Yo, tensión en el desamparo de Dios, son los medios preferidos; a través de los que se busca, precisamente, provocar la crisis mencionada y superarla positivamente. Expresiones como "muerte mística" o bien "noche oscura del alma", etc., etc., que indican esta condición, son de todos conocidas. De forma opuesta, en el cuadro de una tradición heroica, el camino hacia el mismo fin está representado por la tensión activa, por la liberación dionisiaca del elemento Acción. Observamos por ejemplo, al nivel más bajo de la fenomenología correspondiente,la danza empleada como técnica sacra para evocar y suscitar a través del éxtasis del alma, fuerzas subyacentes en las profundidades. En la vida del individuo liberado por el ritmo dionisiaco se inserta otra vida casi como el florecimiento de su raíz basal. Las Erinias, Furias, "Horda salvaje", y otras varias entidades espirituales análogas representan esta fuerza en términos simbólicos. Todas corresponden por consiguiente a una manifestación del demonio en su transcendencia aterradora y activa. A un nivel más elevado se sitúan ya los sacros juegos guerreros y deportivos y aún todavía más alto se encuentra la misma guerra. Así retornamos de nuevo a la concepción aria primordial y la ascesis guerrera. En la cumbre del peligro del combate heroico, se reconoce la posibilidad de esta experiencia supra-normal. Así la expresión latina "ludere", jugar o desempeñar un papel, combatir-, parece contener la idea de resolución (13). Esa es una de las numerosas alusiones a la propiedad comprendida en el combate, de desatarse de las limitaciones individuales; de hacer emerger fuerzas libres escondidas en la profundidad. De aquí deriva el fundamento de la tercera asimilación: los Demonios, los Dioses Lares, como el Yo individuante, son idénticas no solamente a las Furias, Erinias y a las otras naturalezas dionisiacas desencadenadas, que, por su parte, tienen muchas características comunes con el deseo de muerte; tienen también igual significación, por su relación con las vírgenes que conducen héroes al asalto en la batalla, a las «Walkyrias» y las «Fravashi». Así, las «Fravashi» son descritas en los textos sagrados, por ejemplo, como "las aterradoras, las todopoderosas", "aquellas que escuchan y dan la victoria al que las invoca"; o, para decirlo ya más claramente, a aquel que las invoca en el interior de sí mismo.De ahí a la última con la normal consciencia ordinaria. Así es como ellas, Furias y Erinias, nosreflejan una manifestación especial de desencadenamiento y de irrupción demoníaca -y las Diosas de la Muerte, «Walkyrias», «Fravashi», etc..., se relacionan con las mismas situaciones; en la medida en que son posibles a través de un combate heroico- de igual forma la Diosa de la Victoria es la expresión del triunfo del yo sobre este poder. Indica la tensión victoriosa respecto de una condición situada más allá del peligro, inserto en el éxtasis y en las formas de destrucción sub-personales, un peligro siempre emboscado detrás del momento frenético de la gran acción dionisiaca, y también, de la acción heroica. El impulso hacia un estado espiritual realmente supra-personal, que nos hace libres, inmortales, interiormente indestructibles, lo ilustra la frase "Convertir dos en uno" (los dos elementos de la esencia humana) que se sintetiza pues en esta representación de la consciencia mítica. Pasemos ahora al significado dominante de estas tradiciones heroicas primordiales, es decir, a esta concepción mística de la victoria. Aquí la premisa fundamental es que una correspondencia eficaz entre física y metafísica, entre visible e invisible fue conocida allí donde los actos del espíritu en la victoria efectiva. Entonces todos los aspectos materiales de la victoria militar se convierten en expresión de una acción espiritual que ha suscitado la victoria, en el punto en que exterior e interior se tocan. La victoria aparecería como signo tangible para una consagración a un renacimiento místico acometido en el mismo dominio. Las Furias y la Muerte, que el guerrero había afrontado materialmente en el campo de batalla, se le oponen también, interiormente, más en el plano espiritual, bajo la forma de una irrupción amenazante de las fuerzas primordiales de su ser. En la medida en que triunfe sobre ellas, la victoria es suya. En este contexto se explica también la razón por la que cada victoria toma especial significado sacro en el mundo ligado a la tradición. Y de esta forma el jefe del ejército, aclamado en los campos de batalla, ofrecía la experiencia y la presencia de esta fuerza mística que le transformaba a él. El sentido profundo del carácter supra-terrestre emergente de la gloria y de la heroica divinidad" del vencedor se hace así más comprensible; y de ahí, el hecho de que la antigua tradición romana del triunfo tuviese rasgos más sacros que militares. El simbolismo recurrente en las tradiciones arias primordiales de Victorias, «Walkyrias» y otras entidades análogas que guían al "cielo" el alma del guerrero...;así como el mito del héroe victorioso como el Hércules dorio que obtiene de Niké "la Diosa de la Victoria", la corona que le hace partícipe de la inmortalidad olímpica. Este símbolo se manifiesta ahora bajo una luz muy diferente y en adelante resulta claro que es totalmente falso y superficial este modo ignorante de ver, que no querría distinguir en todo esto nada más que simples "poesía", retórica y fábula. La teología mística actual enseña que en la Gloria se cumple la transfiguración espiritual santificante, y toda la iconografía cristiana rodea la cabeza de los santos y mártires de la aureola de la gloria. Todo nos indica que se trata de una herencia aunque muy debilitada de nuestras tradiciones heroicas más elevadas. La tradición ario-iraniana, ya conocía, de hecho, el fuego celeste entendido como gloria -«Hvareno»-, que desciende sobre los reyes y verdaderos jefes, los hace inmortales y les permite llevar así el testimonio de la victoria... La antigua corona real de rayos simbolizaba, exactamente, la gloria como fuego solar y celeste. Luz, esplendor solar, gloria, victoria, realeza divina, son esas imágenes que se encontraban en el seno del mundo ario, en la más estrecha relación; no como abstracciones o invenciones del hombre sino con el claro significado de fuerzas y dominios absolutamente reales. Y en este contexto, la Doctrina Mística de la Lucha y de Victoria representa para nosotros un vértice luminoso de nuestra común concepción de la acción en el sentido tradicional.

Esta concepción tradicional nos habla hoy; de forma todavía comprensible para nosotros -a condición naturalmente, de que nos desviemos de sus manifestaciones exteriores y condicionadas por el tiempo-. Entonces, al igual que en el presente, se quiere así superar esta espiritualidad cansina, anémica o basada en simples especulaciones abstractas o en mortecinos sentimientos piadosos, y a la vez que se sobrepasa también la degeneración materialista de la acción. ¿Se puede encontrar para esta tarea mejores puntos de referencia que los ideales mencionados del ario primordial?. Pero hay mucho más. Las tensiones materiales y espirituales son comprimidas hasta tal punto en el Occidente de estos últimos años que no pueden ser ya resueltos más que a través del combate. Con la guerra actual, una época va dominadas y transformadas en la dinámica de una nueva civilización tan sólo por unas ideas abstractas, unas premisas universalistas o por medio de mitos ya conocidos irracionalmente. Ahora, una acción mucho más profunda y esencial se impone, para que mucho más allá de las ruinas de un mundo subvertido y condenado, una nueva época comience para Europa. Sin embargo, en esta perspectiva mucho dependerá de como el individuo pueda dar forma a la experiencia del combate; es decir, si estará a la altura de asumir heroísmo y sacrificio como propia catarsis, como un medio de liberación del despertar interior. No solamente para la salida definitiva, y victoriosa de los sucesos de este período tempestuoso, sino aun también para dar una forma y un sentido al orden que surgirá de la victoria. Esta tarea de nuestros combatientes -interior, invisible apartada de gestos y grandes palabras-, tendrá un carácter decisivo. Es en la batalla misma donde es necesario despertar y templar esta fuerza que, más allá de la tormenta de la sangre y de las privaciones favorecerá, con un nuevo esplendor y una paz todopoderosa, la nueva creación. Por esto, se debería aprender hoy sobre el campo de batalla, la acción pura, una acción no solamente en el sentido de ascesis viril sino también de gran purificación y de camino hacia formas superiores de vida, válidas en si mismas y por ellas mismas; éso que no obstante, tiene en cierta forma, el sentido de una vuelta a la tradición primordial del ario-occidental. Desde los tiempos antiguos resuenan todavía hasta nosotros las palabras: "la vida, como un arco;el alma, como una flecha; y el espíritu absoluto, como una diana a traspasar". Ya que aquel que, todavía hoy, vive la batalla en el sentido de esta identificación, este persistirá en pie allí donde los otros caerán; tendrá una fuerza invencible. Este hombre nuevo vencerá en sí, todo el drama y toda oscuridad, todo el caos y representará la llegada de los nuevos tiempos, el comienzo de un nuevo desarrollo... Este heroísmo de los mejores, según la tradición aria primordial, puede realmente, asumir una función evocadora; es decir, la función de restablecer de nuevo el contacto, adormecido desde hace muchos siglos, entre mundo y supra-mundo. Entonces el combate no se convertirá en una horrible gran carnicería, no tendrá el sentido de un destino desesperado, condicionado únicamente por el único deseo de ganar poder, sino que será la prueba del derecho y de la misión de un gran pueblo. Entonces la paz no significará un ahogo en la oscuridad burguesa cotidiana, ni el alejamiento de la tensión espiritual de la lucha en batalla, sino que tendrá, todo lo contrario, el sentido de un cumplimiento de ella. Es también, y justo es por ella, que queremos hacer nuestra, de nuevo, la profesión de fe de los antiguos; tal como se expresa y muy bien, en las siguientes palabras: "La sangre de los héroes es más sagrada que la tinta de los sabios y las plegarias de los devotos". Que éso se encuentra justamente en la base profunda de la concepción tradicional, y según la cual, en la "guerra santa" operan mucho más fuertes que los individuos las místicas fuerzas primordiales de la raza. Estas fuerzas de los orígenes crean los imperios .

NOTAS

(1) «Wildes Herr»: Grupo salvaje, horda tempestuosa.

(2) Gylfaginning.

(3) Bhagavad-Gitâ III,43 (Trad. de Emile Senart, París 1967).

(4) Corán VI, 76.

(5) Corán XLVII.

(6) «De laude novae militiae»

(7) Bhagavad-Gitâ II, 2

(8) II, 37

(9) III, 30

(10) II, 38

(11) Mârkandeya-purâna, XLII, 7, 8

(12) "Acompañante", literariamente

(13) Bruckmann; Indogerm. Forschungen. XVIII, 433 Q.C.K

 


miércoles, 28 de julio de 2021

Julius Evola: Textos sobre el estilo de la Tradición (3) FIDELIDAD A LA PROPIA NATURALEZA

Este artículo me llamó la atención al traducirlo por su primer párrafo que, a pesar de estar escrito en 1943, parece retratar nuestro tiempo: “Hoy más que nunca sería preciso comprender, que incluso los problemas sociales, en su esencia, siempre remiten a problemas problemas éticos y de visión general de la vida. Quien aspira a solucionar los problemas sociales sobre de un plano puramente técnico, sería como si un médico únicamente se dedicara a combatir los síntomas epidérmicos de un mal, en lugar de indagar y llegar hasta la raíz profunda del problema. La mayor parte de las crisis, de los desórdenes, de los desequilibrios que caracterizan a la sociedad occidental moderna si bien, en parte, dependen de factores materiales, al menos en la misma medida también dependen de la silenciosa sustitución de una visión general de la vida a otra, de una nueva aptitud con respecto a sí mismos y a la propia suerte, celebrada como una conquista, cuando en realidad supone una desviación y una degeneración”. El resto del artículo ofrece una interesante reflexión sobre lo que es la “propia naturaleza” y como la modernidad deforma y adultera incluso la percepción que tenemos de nosotros mismos.

 

III

FIDELIDAD A LA PROPIA NATURALEZA

 

Hoy más que nunca sería preciso comprender, que incluso los problemas sociales, en su esencia, siempre remiten a problemas problemas éticos y de visión general de la vida. Quien aspira a solucionar los problemas sociales sobre de un plano puramente técnico, sería como si un médico únicamente se dedicara a combatir los síntomas epidérmicos de un mal, en lugar de indagar y llegar hasta la raíz profunda del problema. La mayor parte de las crisis, de los desórdenes, de los desequilibrios que caracterizan a la sociedad occidental moderna si bien, en parte, dependen de factores materiales, al menos en la misma medida también dependen de la silenciosa sustitución de una visión general de la vida a otra, de una nueva aptitud con respecto a sí mismos y a la propia suerte, celebrada como una conquista, cuando en realidad supone una desviación y una degeneración. 

En el orden de cosas que aquí queremos tratar, tiene un relieve particular la oposición existente entre la ética “activista” e individualista moderna y la doctrina tradicional y su espacio dedicado a la “propia naturaleza".  

En todas las civilizaciones tradicionales -aquéllas que la vacua presunción "historicista" considera "superadas" y que la ideología masónica juzga "obscurantista"- el principio de la igualdad de la naturaleza humana siempre fue ignorado y considerada como una visible aberración. Cada ser tiene, con el nacimiento, una "naturaleza propia", lo que equivale a decir un rostro, una cualidad, una personalidad, siempre, más o menos, diferenciada. Según las más antiguas enseñanzas arias y también clásicas, esto no fue “casual”, sino que se consideba como efecto de una especie de elección o determinación anterior al mismo estado humano de existencia. La constatación de la "propia naturaleza" no fue nunca el producto de la suerte o del azar. Se nace incontestablemente con ciertas tendencias, con ciertas vocaciones e inclinaciones, en ocasiones sin que sean patentes ni precisas, pero que afloran y salen a la superficie en determinadas circunstancias o pruebas. Frente a este elemento innato y distinto en cada uno de nosotros, ligado al nacimiento, si no incluso -como sugieren las enseñanzas ya señaladas- a algo que viene de más lejos, e incluso que precede el mismo nacimiento, cada uno tiene un margen de libertad. 

Y está aquí que se presenta la oposición entre las “vías” y las “éticas”: las primeras son tradicionales, las segundas son "moderna". El punto esencial de la ética tradicional es “ser uno mismo y permanecer fiel a uno mismo”. Es preciso reconocer y querer lo qu se es, en vez de intentar realizarse de manera diferente a lo que se es. Eso no significa para nada pasividad y quietismo. Ser uno mismo siempre es, en cierta medida, una tarea, una forma de "mantenerse firme". Implica una fuerza, una determinación, un desarrollo. Pero esta fuerza, esta determinación, este desarrollo, tiene una base, amplía las predisposiciones innatas, se relaciona con un tipo de carácter, se manifiesta con rasgos de armonía, de coherencia consigo mismo. de organicidad, en definitiva. El hombre se va construyendo, es decir, va pasando a ser “de una pieza”. Sus energías son dirigidas a potenciar y refinar su naturaleza y su carácter, a defenderlo contra cada tendencia extraña, contra cada influencia que pretenda alterarlo. 

Así la antigua sabiduría formuló principios como éste: "Si los hombres hacen una norma de acción no conforme a su naturaleza, no deberá ser considerada como norma de acción". Y tambiéna: "Mejor cumplir el propio deber aunque de forma imperfecta, que el deber de otro bien ejecutado. La muerte en cumplir del propio deber es preferible; el deber de otro tiene grandes peligros". Esta fidelidad al propio modo de ser ascendió hasta alcanzar un valor religioso: "El hombre alcanza la perfección –se dice en un antiguo texto ario- adorando a aquel del cual proceden todo los vivientes y que penetra todo el universo, a través del cumplimiento del propio modo de ser". Y, finalmente: “Siempre haz lo que tenga que ser hecho, de conformidad con tu propia naturaleza, sin experimentar apego, porque el hombre que actúa con desinterés activo alcanza al Supremo". 

Todo esto se ha convertido en horrible e insoportable para la civilización moderna, especialmente cuando se hace alusión al régimen de castas. Pero se elude completamente hablar de castas y casi no se habla siquiera de "clases" y apenas se realizan alusión a "categorías sociales". Hoy se hacen saltar los "compartimentos estancos" y se "va hacia el pueblo"... Tales prejuicios son el fruto de la ignorancia y a lo sumo se explican por el hecho que, en lugar de considerar los principios de un sistema, se pasa a formas extraviadas, vacías o degeneradas del mismo. Hay que recordar que la "casta", en sentido tradicional, no tiene absolutamente nada a ver con las "clases"; la clase es una distribución completamente artificiales realizada sobre una base esencialmente materialista y economicista, mientras que las castas se relacionan con la teoría de la “propia naturaleza” y la ética de la fidelidad a la naturaleza propia.  

Por esta razón -en segúndo lugar- frecuentemente aparece un régimen de castas de hecho, sin fundamentación doctrinal y, por lo tanto, sin tampoco que fuera usada la palabra "casta" o una palabra parecida: como en cierta medida ocurrió durante la Edad Media. 

Reconociendo la misma naturaleza, el hombre tradicional también reconoció su "lugar", su función y las justas relaciones de superioridad e inferioridad. Las castas o los equivalente de las castas, antes de definir grupos sociales, definieron funciones, modos típicos de ser y de actuar. El hecho de que la casta  correspondiera a las tendencias innatas y aceptadas y a la naturaleza propia de los individuos a estas funciones, determinó su pertenencia a la casta correspondiente, de modo que, en los deberes propios a su casta, cada uno pudo reconocer el cumplimiento normal de su propia naturaleza. Por eso, en el mundo tradicional, el régimen de las castas tuvo una calma y una serenidad institucional, evidente a los ojos de todo, y no se asentó sobre ningún exclusivismo, sobre abusos de aujtoridad o sobre la voluntad de unos pocos. En el fondo, el principio romano bien conocido “suum cuique tribuere” remite exactamente a la misma idea: a cada uno el suyo. En tanto que los seres eran considerados fundamentalmente desiguales, resulta absurdo que todo fuera accesible a todos y a cada uno; se consideraba que cada casta tenía sus elementos y leyes adecuadas a su función específica. No tenerlas implicaba una desnaturalización y una deformación. 

Las dificultades que surgen en quienes viven en las condiciones actuales -muy diferentes del sistema que estamos describien- se relaciones con individuos que manifiestan vocaciones y dotes diferentes a las del grupo en el que se encuentran por nacimiento y tradición. En un mundo “normal”, esto es, tradicional, tales casos son una excepción y ello por una razón precisa: porque en aquellos tiempos los valores de sangre, de raza y de familia fueron reconocidos de forma natural y por ello se realizaba, en gran medida, una continuidad biológico hereditaria, vocacional, de cualificaciones y de tradiciones. Precisamente, ésta es la contrapartida de la ética del ser uno mismo: reducir a lo mínimo la posibilidad de que el nacimiento sea verdaderamente una casualidad y que el individuo se encuentre desarraigado, en disonancia con su entorno, con su familia, e incluso consigo mismo, con el propio cuerpo y la propia raza. Además, hay que señalar que el factor materialísta y utilitario en estas civilizaciones y sociedades estuvo notablemente reducido y estaba subordinado a valores más altos, íntimamente experimentados. Nada parecía como más digno que seguir a la propia actividad natural, la vocación que realmente estuviera conforme al propio modo de ser, por humilde o modesta que fuera: hasta tal punto, que pudo concebirse, que quien se mantenía en conforme a su propia función y seguía la ley de la casta, cumplien con impersonalidad y pureza los deberes a ella inherentes, tenía la misma dignidad que el miembro de cualquier casta "superior": un artesano, igual a un miembro de la aristocracia guerrera o un príncipe.  

De aquí también procede aquel sentido de dignidad, de calidad y de diligencia que se ha descubierto en todas las organizaciones y profesiones tradicionales; de aquí, aquel estilo, que hacía de un herrero, un carpintero o un zapatero no se presentaron como hombres embrutecidos por su condición sino casi como de los "Señores", personas que libremente tuvieran elección y ejercieron su actividad, con amor y entegra, siempre dándolea una huella personal y cualitativa, manteniéndose desapegados de la pura preocupación por las ganancias y los beneficios.                   

El mundo "moderno", sin embargo, ha optado por seguir el principio opuesto, la vía un olvido sistemático de la naturaleza propia, la vía del individualismo, del "activismo" y del arribismo. El ideal ya no es más ser aquello que se realmente se es, sino "construirse", aplicarse a cada actividad, al azar, o bien por consideraciones completamente utilitarias. No es actuar con fidelidad y pureza, el propio ser, sino usar todas las energías para ser lo que no se es. El individualismo, está en la base de tales puntos de vista, es decir el hombre atomizado, sin nombre, sin raza y, sin tradición, ha pregonado, lógicamente, la pretensión de la igualdad, ha reivindicado el derecho a poder ser todo lo que cualquier otro también puede ser, y no ha querido reconocer diferencia más verdadera y justa que la construida por sí mismo, artificialmente, en el seno de una una civilización materialízada y secularizada. Como sabemos, esta desviación ha llegado al límite en los Países anglosajones y puritanos. Haciendo frente común la Ilustración masónica, la democracia y el liberalismo, se ha alcanzado un punto que para muchos, cada diferencia innata y natural aparece como un feo elemento "naturalista", cada vista tradicional es juzgada oscurantista y anacrónica y no se oye más que la absurda idea de que todo esté abierto a todos, que se tengan iguales derechos e iguales deberes, que valga una única moral, común para todos que debería incluso imponerse, permaneciendocon llena indiferentes sino hostiles por las naturales individuales y las diferentes dignidades. De aquí, también, procede todo antirracismo, la denegación de los valores de la sangre o de la familia concebida tradicionalmente. En rigor podríamos hablar, sin eufemismos, de una real "civilización" compuestas por "excluidos de las casta", de parias felices de su condición. 

Precisamente en el marco de tal seudocivilización surgen las clases, grupos sociales que no tienen nada a que ver con las castas, carentes de base orgánica y verdadero sentido tradicional. Las clases son agrupaciones sociales artificiales, determinadas por factores extrínsecos y casi siempre materialistas. La clase, casi siempre, tiene una base individualista; es el "lugar" que recoge a todos los que han alcanzado una misma posición social, con independencia de aquello que por naturaleza realmente son. Estas agrupaciones artificiales tienden luego a cristalizar, engendrando tensiones interclasistas. En la disgregación propia a este tipo de "civilización", también produce la degradación de las "artes" que se convierten en simple "trabajo", el antiguo artífice o artesano se convierte en el "obrero" proletarizado, cuya tarea únicamente sirve como medio para obtener un jornal, que sabe sólo pensar en términos de "sueldos" y "horas de trabajo" y, poco a poco, va a despertar en su interior necesidades artificiales, ambiciones y resentimientos, puesto que las "clases superiores", finalmente, no muestran ningún rasgo que justifique su superioridad, sino, tan solo, una mayor posesión de bienes materiales. Por tanto, la lucha de clase es una de las consecuencias extremas de una sociedad que se ha desnaturalizado y ha considerado el tal proceso, el desconocimiento de la propia naturaleza y la pérdida de la tradición, como una conquista y como un progreso. 

También aquí se puede considerar una perspectiva racial. La ética individualista corresponde indudablemente a un estado de mezcla de los linajes, en la misma medida en que la ética del ser uno mismo corresponde, en cambio, a un estado de pureza racial predominante. Allí dónde las sangres se cruzan, las vocaciones se confunden y cada vez resulta más difícil ver claramente la propia naturaleza, crece cada vez más la volubilidad interior, señal inequívoca de la falta de verdaderas raíces. Las mezclas étnicas propician el surgir y el potenciarse como conciencia del hombre como individuo, también favorecen todo lo que es actividad "libre", "creativa", en sentido anárquico, "habilidad" irónica, "inteligencia" en sentido racionalista o estérilmente crítico: todo eso, a expensas de las calidades de carácter, de una debilitación del sentimiento de la dignidad, del honor, de la verdad, de la rectitud, de la lealtad. Se determina así también, a nivel espiritual una situación oblicua y caótica, que para muchos de nuestros contemporáneos resulta normal; por ello, los casos de individuos llenos de contradicciones, que ignoran lo que significa vivir, que no saben lo que quieren, más allá de los bienes materiales, en contraste con la tradición, el nacimiento y su destino natural, ya no aparecen como anomalías, sino como si se tratara del orden natural de las cosas, que refutaría y demostraría lo artificial, absurdo y opresivo de la tradición, la raza y el nacimiento. 

Los que aluden habitualmente a problemas sociales y predican “justicia social”, deberían preocuparse más intensamente de los problemas éticos y de la visión general de la vida, si desean tener éxito en la lucha contra los males que, de buena fe, combaten.

El punto de partida de un proceso de rectificación no puede partir de la absurda idea clasista, sino de su superación a través de una vuelta a la ética de la fidelidad a la naturaleza propia y por lo tanto a un sistema social bien distinto y articulado. A menudo hemos dicho que el marxismo no ha surgido porque existiera una real indigencia proletaria, sino al revés: es el marxismo quien ha creado una clase social, la clase obrera proletarizada por desnaturalización, llena de resentimiento y de ambiciones contra natura. Las formas más externas del mal de combatirse pueden curarse con la "justicia social", en el sentido de una distribución de los bienes materiales más equitativa que la actual; pero estas medidas nunca alcanzarán a la raíz interior, si no se actúa enérgicamente afirmando una visión general de la vida; si no se despierta el amor por la calidad, la personalidad y la naturaleza propia; si no se devuelve su prestigio al principio, desconocido solamente en los tiempos "modernos", de una justa diferencia conforme a la realidad y si de tal principio no se extraen, en todos los terrenos, las justas consecuencias, respecto al tipo de civilización que prevalece en el mundo moderno. 

Publicado en “La Vita Italia” marzo de 1943.

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