sábado, 18 de enero de 2025

"TRANSHUMANISMO" O "ARQUEOFUTURISMO" (III de V) EL VIEJO ORDEN TRATARÁ DE RESISTIR


3. EL VIEJO ORDEN TRATARÁ DE RESISTIR

¿Cómo hay que valorar el cambio de actitud de Sillicon Valley y la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EEUU? ¿Qué va a cambiar y qué puede ocurrir de ahora en adelante? Utilizando el símil de la escalera que nos llevaría desde el piso interior (la anarquía más absoluta y una perspectiva similar a la descrita en las películas del ciclo Mad Max) al piso más elevado (una sociedad en la que estuvieran restaurados los valores tradicionales y pudiera afirmarse una nueva Edad de Oro), podemos decir que la victoria de Trump, la derrota evidente del ultraprogresismo y de su galaxia cultural y la decidida actitud de Silicon Valley, suponen la subida de un peldaño, de la misma forma que la victoria de Kamala Harris y del ultraprogresismo, hubiera supuesto el descenso de varios peldaños, acercándonos, metafóricamente, a los fuegos del infierno. Pero si bien, esta segunda posibilidad nos hubiera zambullido en una realidad caótica insuperable y acelerado la crisis generalizada, lo que ha ocurrido en realidad, es un “más” en relación a la situación que se ha dado entre 2020 y 2024, un pequeño paso adelante que mejora -pero no resuelve- la situación y los problemas precedentes. El ultraprogresismo, heredero de la Revolución Francesa y forma extrema de sus “inmortales principios”, ha sufrido una derrota, pero no está completamente vencido. Tratará de resistir y esto generará nuevas tensiones. Así pues, vamos a tratar de enunciar los riesgos que se abren a partir de ahora.

*     *     *

El mejor enemigo, como siempre, es el “enemigo muerto”. El “ultraprogresismo” todavía no está muerto, de la misma forma que los consorcios económicos y sus peones políticos que surgieron de la Segunda y Tercera Revolución Industrial, todavía siguen existiendo y disponen de capacidad de reacción. Hay que reconocer que los golpes que están sufriendo desde el verano de 2024 son muy duros, así que es preciso reconsiderar de nuevo las fuerzas que entran en juego, sus interrelaciones y las repercusiones en el entorno geoeconómico al que pertenecemos. Encontramos seis “puntos sensibles” que vale la pena examinar


1. LA UE, “ISLA WOKE”, FUERA DE LA CARRERA TECNOLÓGICA Y MEDIDAS HISTÉRICAS PARA FRENAR EL “POPULISMO”

El auge de la “extrema-derecha” un poco por todas partes, ha obligado -especialmente en la UE- a las fuerzas surgidas en 1945 a utilizar la coerción para detener su avance: anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía (que habían dado la victoria en la primera vuelta a Călin Georgescu, candidato euroescéptico y pro-ruso, y el segundo lugar a la candidata “populista” de la Alianza para la Unión de los Rumanos, AUR, desplazando a los socialistas a la tercera posición). El 12 de febrero, una manifestación de 20.000 personas convocadas por la AUR protestaron por la anulación de las elecciones, poco después de que el excomisario europeo Thierry Breton, un globalista de centro-derecha, amenazara con hacer otro tanto si AfD ganaba las elecciones de febrero en Alemania.

El hecho de que el presidente austríaco haya llamado al FPÖ a formar gobiernos, después de intentarlo con el centro-derecha y con el centro-izquierda, o los casos de Italia, Hungría, Holanda, que la extrema derecha forma parte de gobiernos de coalición en Finlandia, Chequia y Croacia y se sitúe en el resto de Europa entre la segunda y la tercera fuerza política, altera por completo los planes del progresismo, tras los reiterados fracasos de Macron en Francia y Scholz en Alemania. La dinámica de este crecimiento, es casi siempre la misma: el “voto de protesta” se está concentrando, especialmente, en las elecciones europeas para luego repercutir en las generales de cada país. Esto tenderá a generar una situación de parálisis de la UE: un expediente político no puede aprobarse cuando cuatro Estados miembros, que representan el 35% de la población de la UE, se abstienen o votan en contra. Además de la migración y el Pacto Verde, algunas de las áreas que podrían verse más afectadas son la gestión de la guerra en Ucrania y el apoyo a los países candidatos a unirse a la UE.

De ocurrir esto -y estamos muy cerca de esta situación- la estrategia diseñada por la UE desde Maastrich, saltaría por los aires y sería necesario reformular la UE desde otras bases. Se entiende que el “ultraprogresismo” (formado por los partidos de centro-izquierda y de izquierda, pero también por los de centro y dentro-derecha progresista, por convicción o al dejarse arrastrar) de la UE haya entrado en situación de pánico y reaccionado con medidas antidemocráticas, autoritarias o propiamente dictatoriales (“si las elecciones las gana alguien que no sea de mi agrado, las anulo”…). El pesado e inextricable funcionamiento de la UE facilita las dinámicas de inercia, por lo que Europa corre el riesgo de convertirse en la “isla ultraprogresista y woke mundial”, la única “pata” que sigue creyendo en un “nuevo orden global” (que ya no existe) y en una Agenda 2030 (cada vez más cuestionada e ignorada). Se entiende esta situación: la UE ha quedado al margen casi por completo de las nuevas tecnologías y de investigaciones en relación a ellas, que ya no se dan en su territorio.

Es significativo que Amazon, X, Meta sean empresas norteamericanas, Ali-Baba y Temu, Xiaomi, Tik-tok, empresas chinas, pero no exista ninguna empresa importante de e-commerce, ni de telefonía, ni de comunicación por redes sociales, que sea europea. Tampoco en el terreno de los videojuegos (industria hoy más importante que la del cine) existe ninguna empresa europea entre las seis más importantes (Activision Blizzard, Apple, Disney, Electronic Arts, Nintendo y Take-Two Interactive). En el momento actual, Europa ha quedado fuera de los puestos de cabeza de la Cuarta Revolución Industrial, y la paquidérmica UE, tal como está concebida en la actualidad, no logrará recuperar el tiempo perdido, sino todo lo contrario. En este contexto de desesperación y sensación de que el proyecto está fracasando estrepitosamente y cada vez encontrando mayores resistencias, pueden entenderse las reacciones histéricas de personajillos como Thierry Breton que procede del mundo de las finanzas clásicas: esto es, un representante del “viejo orden”.

La clase política del “viejo orden europeo” representado por la UE, al negarse a reconocer la realidad caótica en la que ha sumido al continente (especialmente por sus políticas económicas, su sumisión a la Agenda 2030, a despecho de sus resultados infames, especialmente en inmigración y su hiperburocratización), cree que su alianza con los centros de poder globalizador (especialmente con George Soros) va a bastarle para superar su crisis presente en un momento en el que, cada vez somos más los que pensamos que es necesario resetear la UE para impedir, no solo que Europa se convierta en el islote woke mundial, sino que se produzca un estallido social en forma de guerra civil que, como definió, hace más de treinta años Guillaume Faye, será a la vez “racial y social” (lo que implica también, a la vista de la realidad poblacional del continente, religiosa).


2) LA ÚLTIMA DERROTA “ULTRAPROGRESISTA” EN LOS EE.UU.

Hasta no hace muchos días era posible creer que el Partido Demócrata norteamericano, la industria petrolera, la alta finanza y el complejo militar-industrial, estarían en condiciones de reconstruir una “nueva alianza” en torno al único personaje lo suficientemente conocido como para presentarse como el “mesías” para las elecciones de 2028: el candidato que podría vencer al heredero de Donald Trump. Ese hombre era hasta ayer, Gavin Newsom, gobernador de California

Para hacernos una idea del personaje: una verdadera fotocopia de Justin Trudeau, Emmanual Macron y Pedro Sánchez, modelados por el mismo troquel. Las batallas de Newsom estos últimos años se han concentrado en políticas de subvencionar a los toxicómanos la compra de fentanilo, en subsidios a los sintecho, en difundir políticas woke, en un exquisito cuidado en aceptar los “estudios de género” y, finalmente, en permitir que nadie fuera encarcela por robar menos de 900 dólares en los comercios. No puede extrañar, por tanto, que California sea, en estos momentos, el Estado con más presión fiscal y más gasto público de la Unión, en donde se consume más marihuana legalizada por Newsom y más fentanilo subvencionado por el gobernador. 

San Francisco, antaño Meca del mundo gay, ha sido literalmente arrasada por la combinación entre la epidemia de fentanilo y los cierres de los comercios, incluso del centro, a los que ya no les resulta económicamente viable dejarse robar, sin ejercer violencia a los ladrones, ni recurrir a la policía o a la justicia. San Francisco compite hoy con Detroit en el dudoso honor de ser la ciudad más destrozada de los EEUU. Gavin Newsom, único responsable de esta crisis sin precedentes justificaba sus medidas “ultraprogresistas” alegando que eran “en defensa de los más necesitados”, “para evitar males mayores” y para “evitar criminalizar a las minorías”. 

Newsom ha encontrado una ayuda inestimable en la alcaldesa de los Ángeles, Karen Bass, que ha demostrado ser la mayor difusora mundial del wokismo y un apoyo determinante para la Iglesia de la Cientología

Todo iba a pedir de boca, e incluso Newsom se perfilaba como el “hombre fuerte” del Partido Demócrata, capaz de obtener el consenso de los “liberales blancos”, la “gran industria” y las “minorías étnicas y sexuales”, hasta que los recientes incendios en California han afectado, desde viviendas de lujo propiedad de actores, productores y directores, hasta las mucho más modestas en las que viven los que trabajan para ellos o se dedican al sector servicios

El fuego no ha distinguido clases sociales como han comprobado los propietarios de las lujosísimas viviendas en primera línea de playa en Malibú. En ese momento se ha evidenciado que las políticas de Newson y de la alcaldesa de Los Ángeles eran suicidas: se había reducido el presupuesto de bomberos, se había dejado de limpiar los bosques y las colinas próximas a la ciudad, se había dejado sin agua los depósitos destinados a las bocas de riego y se había renunciado a desviar para estos depósitos las aguas fluviales ¡para evitar “destruir el ecosistema” de un pececillo irrelevante del que nadie ha visto un ejemplar en siete años! Y esto, a pesar de que se trata de una zona de frecuentes incendios desde que se fundó la ciudad

Tanto el gobernador como la alcaldesa de Los Angeles han atribuido el fuego “al cambio climático”… y el alcalde, siguiendo el mismo patrón calcado de Pedro Sánchez tras la DANA de Valencia, ha justificado la inacción del Estado de California -bajo su mando- diciendo que resolver el problema era “cuestión de los municipios”. California, hoy, es el resultado de las políticas ultraprogresistas. 

La buena noticia es que toda la nación ha responsabilizado al gobernador Newson y a la alcaldesa woke de la catástrofe: ambos están, políticamente, muertos y enterrados y el Partido Demócrata avergonzado por haberlos promocionado

La ira popular en el momento de escribir estas líneas es tan intensa que no puede descartarse el hecho de que alguien siga el ejemplo de Luigi Mangione, quien, harto de los abusos de las aseguradoras médicas (otro ejemplo de negocios del “viejo orden”), optó por asesinar a Brian Thompson, CEO de United Healthcare, la mayor empresa del sector, episodio que indica el nivel de hartazgo de la población norteamericana ante los abusos y métodos de las empresas propias del “viejo orden”

Tras estos episodios, los EEUU que hereda Trump para su segunda presidencia, no volverán a ser los mismos. Los incendios de California, la negligencia y el cinismo de las autoridades, sus veleidades, sus mentiras, sus filias y sus fobias, han liquidado a los dos futuros candidatos demócratas con más posibilidades de sustituir a Kamala Harris. No hay, por el momento, liderazgo en el ultraprogresismo norteamericano.

3) ¿CÓMO ENCAJAR A CHINA EN ESTE CONTEXTO HISTÓRICO?

Hasta ahora solamente hemos analizado las implicaciones de las nuevas tecnologías en los cambios políticos que están teniendo lugar estos meses en los Estados Unidos y en Europa. Pero, de la misma forma que a lo largo de las Revoluciones Industriales, la hegemonía mundial ha ido pasando de un país a otro, la pregunta que surge ahora es si el unilateralismo norteamericano no será sustituido a lo largo de la Cuarta Revolución Industrial por la República Popular China. Todo induce a pensar que así será en el peor de los casos; y en el mejor, se marchará hacia un mundo multipolar sostenido en una serie de actores influyentes: EEUU, Rusia, China, India, Irán, Brasil o Argentina

A la primera opción se llegará por una escalada que llevaría desde un inicial rearme arancelario que desataría una guerra, inicialmente económica, que luego podrían transformarse en un conflicto armado (como ocurrió con las dos guerras mundiales). 

A la segunda opción solamente puede llegarse mediante negociaciones para alcanzar una especie de “reparto del mundo” en zonas de influencia y una concepción “neo-autárquica” (que cada bloque produzca lo necesario para su propia supervivencia y desarrollo e intercambie excedentes de su propia producción, por materias y manufacturas que no puede producir o de las que no dispone). 

Ambas soluciones generan una cantidad no desdeñable de problemas: la ventaja de la segunda es que resulta menos traumática que una guerra abierta entre bloques de influencia, pero, incluso durante la negociación de la otra opción podrán llegarse a momentos de máxima tensión.

En nuestra opinión, China aspira a ser una potencia comercial sin ambiciones expansionistas; Rusia, por su parte, sigue preocupada en su reconstrucción interior y no constituye ninguna amenaza, salvo que se la intente doblegar e imponer condiciones. Y, en lo que se refiere a EEUU, la administración Trump sigue con su “First America” y, en la práctica, renunciará a los planes de recuperar el título de “única potencia mundial”. Ninguno de los actores secundarios (Irán, Brasil, Argentina. India) han concebido planes de expansión imperial

En cuando a la UE, cualquier posibilidad de jugar un papel en el futuro, por mínimo que sea, depende del reseteado de la UE y de un establecimiento de nuevas reglas del juego.

En China pueden ocurrir seis posibilidades:

1) Por una parte, su capacidad de producción y exportación hace de ella el mayor interesado en reconstruir una economía mundial globalizada y libre de aranceles. China ha sido la principal beneficiaria de la globalización; la irresponsabilidad de quienes elogiaron ese sistema, se ha traducido en la transformación de China en la gran “factoría mundial”. Y el gobierno chino quiere que esto siga así durante mucho tiempo, un modelo que cuestiona Donald Trump. Puede preverse, por tanto, una alianza de la “nueva China” con el “viejo orden” occidental.

2) El modelo de “un país – dos sistemas” es viable, pero solamente a condición de que la población no pierda sus rasgos antropológicos y, en especial, su tendencia a seguir aceptando el mandarinato, esto es, la subordinación de lo individual a lo colectivo, ordenada por un poder central omnívoro. Mientras esto ocurra, el sistema chino seguirá funcionando como lo ha hecho desde que inició su prodigiosa expansión.

3) Este “modelo chino”, en la práctica, se basa en una “santa alianza” entre los empresarios de las empresas tecnológicas y el Partido Comunista. Mientras los primeros acepten seguir siendo miembros del PCCh y atenerse a sus orientaciones, no habrá problemas y ninguna parte cuestionará a la otra. Pero, no debe olvidarse que, desde el inicio de la historia, China ha llevado una evolución radicalmente diferente al resto de la humanidad. Todo induce a pensar que China se situará en el centro de la Cuarta Revolución Industrial antes que cualquier otro país y si se cumple la ley que ya hemos enunciado, deberían ser los propietarios de las empresas tecnológicas las que dictaran las nuevas reglas del juego político, algo a lo que, desde luego, el PCCh no está dispuesto a que ocurra. La otra posibilidad es un modelo nuevo que mantenga in aeternum el actual idilio entre las tecnológicas y el poder político, aceptando aquel ponerse a las órdenes de éste y el gobierno olvidando lo esencial de los ideales enunciados por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. En este caso, en China se produciría la estabilización de un modelo previsto por Julius Evola en 1934, cuando apareció su obra capital Revuelta contra el mundo moderno: la síntesis entre el modelo capitalista y el modelo comunista, en un tipo nuevo de sociedad y de Estado.

4) Pero también puede ocurrir que las tensiones entre el poder tecnológico y el poder político vaya en aumento y, antes o después, estallen las contradicciones entre las necesidades del modelo tecno-económico y las restricciones puestas por el PCCh. Antes del prodigioso desarrollo de China, esta era la hipótesis más viable: en China no se había producido una revolución liberal-democrática y el poder seguía en manos de los funcionarios del partido, cuando ya se había formado una burguesía lo suficientemente pujante como para exigir -como ocurrió en Occidente- el poder, no solo económico, sino también político. A finales del siglo XX, nosotros mismo decíamos: “China tiene por delante una guerra civil entre la “nueva clase” surgida del choque, entonces inevitable, entre el PCCh y la “nueva clase” derivada del crecimiento económico y del mundo empresarial”. Pero la globalización vino en apoyo del statu quo chino. El gobierno, fiel a los principios culturales del Oriente profundo, optó por la “justa vía media” (si una cuerda se tensa mucho, se rompe; si no se tensa, no suena): mantener un poder político férreo con la aquiescencia y el silencio de la población basado en un crecimiento económico continuo (aunque no sostenible en el tiempo), dejando autonomía a las empresas punteras para el desarrollo de su actividad pidiendo a cambio su “fidelidad“ (demostrada por la filiación al PCCh de los principales magnates) y garantizando sus buenos negocios, especialmente en el extranjero. Así desaparecieron las tensiones interiores. La duda es si esta situación se prolongará para siempre o será solo temporal y circunstancial.

5) Pero el fin de la globalización y la llegada de Trump al poder, empañan la situación de China, resucitando viejos fantasmas. En una primera fase, la “guerra arancelaria” limitará algunas exportaciones a EEUU. China buscará otros mercados para compensar las pérdidas: África, a pesar de todos sus problemas y carencias, esta casi inexplotada, el mundo árabe ofrece buenas perspectivas (siempre y cuando no se reavive la amenaza de los uigures chinos, la etnia musulmana del Este del país, hasta ahora duramente reprimida para evitar estallidos yihadistas), en cuanto a Iberoamérica, es otro mercado emergente -acaso el más importante para China- en el que sus productos pueden competir. En cuanto a Europa, China es consciente de la debilidad de los gobiernos y de las sociedades europeas y de la posibilidad de un reseteo de la UE, de guerras étnico-sociales o bien del ascenso de partidos populistas partidarios del desarrollo de las industrias nacionales. El punto de inflexión se producirá cuando China deje de crecer a la velocidad con que lo ha hecho en las tres últimas décadas. En China, cualquier fenómeno social, por pequeño que sea, es un fenómeno de masas, y aunque la economía china no tiene problemas de deuda pública, un parón en su desarrollo puede generar decenas de millones de parados, situaciones de descontento y movimientos populares reivindicativos. Para mantener el orden interior y la prosperidad, deberán subirse los salarios y las coberturas sociales y esto tenderá a disminuir la “competitividad” china e incluso a desplazar industrias deslocalizadas desde Europa y EEUU a otros países en los que la producción resulta más barata: especialmente a Vietnam e, incluso, a África. Esta posibilidad llevaría a reavivar el riesgo de conflicto civil interior.

6) ¿Puede existir la hipótesis de que la “guerra comercial” derive en un conflicto armado con EEUU? China no es hoy una potencia militarmente agresiva y todavía rige para todos los actores internacionales la idea de que la acumulación de armamento, especialmente nuclear, no es para utilizarlo, sino como medio de “disuasión”. La hipótesis, por tanto, puede excluirse, al menos a corto y medio plazo. Por lo demás, la doctrina imperante en el Pentágono surgida del dogmatismo geopolítico, hace de Rusia el enemigo obsesivo y de China solamente un competidor comercial. Hará falta saber si bajo el mandato de Trump se archiva definitivamente esta concepción arcaica y fruto de la Guerra Fría. En lo que se refiere a China, desde los años 80, una vez superada la polémica fronteriza con la URSS, el Estado Mayor Chino solamente considera la hipótesis de una guerra con EEUU (Taiwan caerá antes o después como fruta madura y no hay ningún otro país interesado en entrar en disputas con la República Popular China).

Todas estas interpretaciones no deben hacernos olvidar que, en el momento actual, el gobierno chino es, objetivamente, aliado del “dinero viejo” occidental en la medida en que éste se ha mostrado como el gran propulsor de la globalización, el modelo económico que facilita mejor la colonización china de los mercados mundiales. Sin olvidar que existe una competencia entre las empresas chinas de la Cuarta Revolución Industrial y las occidentales.

5. CAMBIOS DE POSTULADOS DEL ULTRAPROGRESISMO PARA TRATAR DE SOBREVIVIR

El ultraprogresismo no es más que un programa de ingeniería social generado por el gran capital financiero internacional y el tejido de multinacionales surgidas en la pasada Revolución Industrial, para ofrecer una distracción a la población mientras prosigue su acumulación de capital

No es un fenómeno que haya nacido espontáneamente en el cerebro de doctrinarios de cualidades intelectuales excepcionales: de hecho, es una seudo-ideología burda y grosera, sin pies ni cabeza, generada por individuos en gran medida trastornados y a los que el progresismo convencional del siglo XX no supo contestar, ni parar los pies y que, finalmente, lo ha desbordado. Por su parte, el conservadurismo apenas se ha preocupado excesivamente por el ultraprogresismo, ni le ha formulado una crítica profunda, a la vista de lo tosco de sus postulados. En realidad, el ultraprogresismo de nuestros días, no es una “superación” derivada de la Escuela de Frankfurt, ni de la “nueva izquierda”: es, simplemente, una locura desbocada en la que cualquier trastornado puede incluir “su problema” y hacerse oír. El signo + que acompaña a la sigla LGTBIQ+ es indicativo de que cualquier variable sexual que pueda surgir en el futuro, por pequeña y desviada que sea, tiene un lugar en su panoplia de reivindicaciones.

De no ser por las fundaciones creadas por el capital financiero, la banca y la gran industria, jamás podrían haber llegado a las masas las propuestas LGTBIQ+. Y sin la contribución de la Agenda 2030 promovida por la casta funcionarial de las Naciones Unidas y de la UNESCO, ni los “estudios de género”, ni el “feminismo de la cuarta ola”, ni el “wokismo”, ni la “corrección política”, ni la multiculturalidad, etc, se hubieran convertido en centros de interés para nadie intelectualmente maduro. Sobre estos “promotores” del ultraprogresismo cabe añadir algo.

La casta funcionarial de la ONU y de la UNESCO, cree que la “nueva era” debe surgir de una ruptura total con todo lo anterior, para alumbrar la “era de la luz” y para ello es necesario adoptar medidas drásticas para lograr una “unificación mundial”, “un gobierno mundial”, “una cultura mundial”, una “única raza mundial”, una “religión mundial” y una sexología ambigua en la que la masculinidad esté disminuida o “feminizada”, la feminidad convertida en feminismo “de la cuarta ola” (esto es, una feminidad “masculinizada” y agresiva) y desaparezca la polaridad masculino-femenino en beneficio de una diversificación de “formas de vivir la sexualidad”; en definitiva, se ha llegado a concebir que la “igualdad”, paradójicamente, derivaría de la aceptación de la “diversidad” en todos los terrenos. Tal es la “ideología mundialista”. En definitiva, esta casta funcionarial tiene como objetivo alcanzar una “era de la igualdad universal”, de la abolición de los conflictos y las contradicciones en todos los ámbitos, que generarán una época de armonía y bienestar, especie de “Edad de Oro”. Sobre este objetivo final se ha construido la estrategia conocida como “Agenda 2030”, conjunto de objetivos concretos y de tácticas para alcanzar este fin.

Obviamente, a pesar de financiar todo el entramado de proyectos y ONGs que tienden a este fin (la ONU y la UNESCO, no solo reciben aportaciones de los Estados, sino también de los consorcios privados, como el resto de agencias especializadas dependientes de la ONU, sino que también distribuyen subvenciones a ONGs), los magnates de las finanzas y de los grandes consorcios de la “vieja economía” (lo que llamamos "dinero viejo" y distinguimos de los consorcios vinculados a las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial que invierten, especialmente, en sus propios proyectos de investigación), no se toman en serio estos proyectos. Para ellos, se trata solamente de ideas destinadas a las masas (a las que desprecian), pero con las que no educarían jamás a sus hijos; son “progresistas” en el sentido clásico del término, están influidos por la ideología fabiana que aprendieron en sus años de formación en la universidad fabiana (la London Economic School) que enseñaba la necesidad de aplicar un “gradualismo” progresivo y reposado para ir transformando a la sociedad y así evitar convulsiones revolucionarias. 

Esta doctrina, en función de la cual, se constituyeron las opciones de centro sobre las que se construyó el sistema surgido tras 1945, tuvo su origen, a principios del siglo XX, en los sectores más moderados del laborismo británico y anglosajón a los dos lados del océano y, a partir del congreso de Bad Godesberg del SPD alemán en 1959 y luego de la Internacional Socialista, se extendió a todo el mundo, siendo la doctrina oficiosa de los “liberales norteamericanos” (en el lenguaje político USA, equivalente a los socialdemócratas y socialistas europeos), bendecida por la saga de los Rockefeller y por su creación, la Comisión Trilateral. 

La transformación gradual de la sociedad, desde el capitalismo multinacional hasta el “socialismo en libertad” (a diferencia del “socialismo totalitario” soviético), fue el objetivo de la izquierda hasta que se llegó a la crisis de 2007-2011, cuando los partidos socialdemócratas, entre salvar a las instituciones capitalistas en crisis, especialmente a la banca, y salvar a la población de las consecuencias de la crisis, optaron por salvar a los primeros, esto es, al “dinero viejo”.

Por entonces ya se habían producido algunas mutaciones en el “progresismo”. Los “mundialistas”, que habían aceptado el “gradualismo” fabiano, empezaron a pensar que la caída del Muro de Berlín y la mundialización de la economía abría nuevas perspectivas para dar un paso adelante en su proyecto. Se establecieron los “Objetivos de Desarrollo del Milenio”, fijados en 2000 y que deberían culminar en 2015. Poco se logró en ese ciclo, pero aparecieron algunos de los temas que, desde entonces, se convertirían en obsesivos para el “progresismo”: “sostenibilidad del medio ambiente, “combatir las pandemias”, “promover la igualdad de géneros”, “cambio climático”, “derechos de las minorías”, “fomentar un esfuerzo mundial por la paz y el desarrollo”, etc. La izquierda se sumó entusiásticamente a este proyecto (que en España, Zapatero desarrolló, creando su quimérica “Alianza de Civilizaciones” para promover el último punto), pero la crisis de 2007-2011 demostró el verdadero rostro de la socialdemocracia, mientras que el centro-derecha nunca ha tenido excesivo interés por estos proyectos internacionales, pero se ha dejado arrastrar por el ”prestigio” de la ONU.

Tras el fracaso de los “Objetivos del Milenio”, llegó al enunciado de la “Agenda 2030” que tenía la virtud de cubrir el hueco que había dejado el hundimiento del marxismo en la izquierda y ser un proyecto que generaba los suficientes mitos como para poder atraer la atención de la población y desviarlo de una realidad poco atractiva. Con la “Agenda 2030” en la mano podía justificarse cualquier cosa y explicarse cualquier fenómeno: desde el wokismo a los incendios de California o la DANA de Valencia (presentados como “efectos del cambio climático”…), desde el aborto libre a la eutanasia, desde la inmigración masiva a la captación de clientelas electorales mediante subsidios, desde el cambio de sexo a la lucha contra la violencia doméstica, y así sucesivamente.

Como decíamos, si para la ONU el programa es válido y su clase funcionarial cree profundamente en sus mitos, a los magnates de la Segunda y Tercera Revolución Industrial (el “dinero viejo”), el proyecto es tan bueno como cualquier otro que permita mantener a las masas entretenidas en polemizar sobre objetivos tan grotescos e irrelevantes como los propuestos por los “estudios de género”. Además, la Agenda 2030 puede ser considerada también un “plan de negocios”: negocios medioambientales, negocios vinculados a la “transición energética”, negocios vinculados a las energías renovables, etc. Cualquier cosa antes que la población haga caso a los agoreros que explican que desde los años 70, la capacidad adquisitiva del ciudadano va bajando constantemente, la inflación siempre es superior a las alzas salariales, los Estados están cada vez más endeudados y los servicios públicos van bajando en prestaciones y calidad, etc. De todo este magma nació el “ultraprogresismo” que siguió siendo financiado por el “dinero viejo” y por los organismos internacionales.

A partir del período posterior a la gran crisis económica y, sobre todo, tras la pandemia y el inicio del conflicto ucraniano, se produjeron distintos fenómenos que indujeron a pensar que los mitos “ultraprogresistas” y la propia “Agenda 2030” empezaban a ser cuestionados por sectores más amplios de la población. Se intentó domesticar a las “redes sociales”. Hoy sabemos que, durante la pandemia, Meta se vio obligada a censurar noticias que indicaban lo falaz de los protocolos médicos, lo inservible de las mascarillas, o las vacunas generadas aprisa y corriendo y sin garantías de no generar efectos secundarios. Y todo funcionó, más o menos bien, hasta que Twitter cambió de manos.

Por otro lado, el fracaso estrepitoso de todas las políticas inspiradas en la “Agenda 2030” y los movimientos derivados de ella, suscitaron una reacción conservadora: de una política gradualista prudente, propuesta por la ideología fabiana -el “progresismo”-, se pasó a una enloquecida carrera de reivindicaciones y “gestión progresista” (en inmigración, en seguridad, en ingeniería social, en sexualidad, en educación, etc.), una tarea de “ingeniería social” que generó núcleos de descontento cada vez mayores y que ha contribuido a una reacción conservadora: los llamados “partidos populistas”

En lugar de rectificar los objetivos a la vista del rechazo popular, la izquierda ha tachado a estos movimientos de “fascistas”, “extrema-derecha”, “totalitarios”, “amenaza contra las libertades”, etc., tratando de apoyarse en viejos sindicatos ya completamente desprestigiados y vacíos de filiación, en grupos de inmigrantes naturalizados, en ONGs subsidiadas, en minorías sexuales y, sobre todo en organizaciones internacionales (ONU, UNESCO, OMS, especialmente). El resultado está siendo un mayor aislamiento y mutación en lo que queda de izquierda. Y solo ahora, aparecen algunas muestras de pequeñas marchas atrás por parte de los antiguos partidos socialdemócratas (el reconocimiento por parte de Starmer de que la inmigración no se integra en los estándares británicos, la “Q” que se cayó en el Congreso del PSOE de la sigla LGTBIQ+ y poco más).

Pero el gran error por parte del “dinero viejo”, ha sido seguir subvencionando todos estos movimientos a pesar del creciente rechazo social que generan, sin darse cuenta de que el problema más acuciante para ellos, era la aparición de nuevas y diferentes acumulaciones de capital generadas por actividades vinculadas a las nuevas tecnologías, que crecían a mayor velocidad: el “dinero nuevo”. Obsesionados por sus modelos de negocio, por los beneficios del préstamo con interés, por la inercia de sus negocios especulativos, el “dinero viejo” ha perdido el ritmo de la calle y no ha advertido que los movimientos político-sociales que estaba promoviendo, iban perdiendo apoyo e, incluso, se estaban convirtiendo en verdaderas irrisiones.

La llegada de Trump al poder, los cambios de orientación de emporios wokistas como Disney, la ruptura de las redes sociales con las empresas de censores (los “verificadores” pagadas por Soros), obligan al “dinero viejo” a una rectificación, o bien a dar por perdida la partida a falta de orientaciones más atractivas que el “ultraprogresismo”.

 Y no se ve cuáles podrían ser:

- intentarán una reformulación de esta idea, limándola de sus aspectos más cuestionables y refugiándose en el “cambio climático”, en las “energías renovables” o en la “defensa del medio ambiente”,

- intentarán repetir la “Operación COVID” (generando miedo inmovilizador ante los efectos definidos como “mortales” de alguna nueva enfermedad),

- difundirán noticias que conmuevan sobre inmigrantes ahogados en el Mediterráneo o muertos en el desierto de Texas,

- volverán a recurrir a imágenes sobre la pobreza en África y países del Medio Oriente para obligar a mirar hacia allí y exigir “solidaridad humana”,

- centuplicarán datos sobre el pasado colonial de Europa y la deuda moral contraída con los países africanos y con las etnias que fueron colonizadas,

- recordarán los momentos en los que la ONU ha contribuido a resolver crisis internacionales, afirmarán que los logros de la Agenda 2030 se están logrando, pero que hace falta prolongar más el proyecto,

- tratarán de generar la sensación de que la situación internacional está empeorando y que existe el peligro de una guerra con Rusia que puede estallar en cualquier momento,

- cortejarán a China,

- allí en donde gobiernen tratarán de modificar leyes para restringir la libre circulación de determinadas informaciones y procurarán generar normas que dificulten la tarea de la oposición y de la denuncia 

- y tratarán de influir en la “derecha progresista” para mantener el “cordón sanitario” hacia los partidos que encabecen la protesta popular o constituyan una alternativa al sistema construido tras 1945…

No pueden recurrir a muchas más iniciativas. Cuando de una Revolución Industrial se pasa a la siguiente, los grupos y las ideas que eran hegemónicas en la anterior, van desapareciendo poco a poco. El “ultraprogresismo”, producto ideológico terminal de la última fase de la Tercera Revolución Industrial tenderá a convertirse en un residuo del pasado, como la masonería fue a partir de 1945, un residuo de la Segunda Revolución Industrial o la teoría de la relatividad superó a la mecánica newtoniana. Es inevitable y lógico: los que se creían “los primeros del mañana”, son en realidad, “los últimos del ayer”.

Pero no hay que caer en el error optimista y pensar que la derrota del “ultraprogresismo” y el declive del “dinero viejo” resuelven todos los problemas. En realidad, la era que empieza abre problemas nuevos que debemos tener presente.








martes, 14 de enero de 2025

"TRANSHUMANISMO" O "ARQUEOFUTURISMO" (II de V) A LA ESPERA DE UNA REVOLUCIÓN POLÍTICA QUE SIGA A LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA


2. UNA FUTURA REVOLUCIÓN POLÍTICA PARA UNA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA YA INICIADA

En las semanas previas al nombramiento de Donald Trump como presidente de los EEUU han sido significativas las visitas y declaraciones que ha recibido por parte de los magnates del hub tecnológico de Silicon Valley. Allí están las sedes de Netflix, Apple, Google, Facebook y los grandes fondos de inversión de capital-riesgo. Tradicionalmente, había sido un feudo del Partido Demócrata. Pero esto ha cambiado radicalmente. Vale la pena detenernos para tratar de explicar estos cambios de orientación que se están comentando como bruscos y producto de reacciones personales, cuando en realidad vienen de lejos, son profundos y consecuencia lógica de la transición de la Tercera a la Cuarta Revolución industrial.

*     *     *

Algunos de los directores generales de las grandes empresas de informática ya se habían puesto del lado del conservadurismo desde 2019, algunos desde antes. Pero lo ocurrido en los últimos meses tiene importancia histórica. Además de Elon Musk, el segundo empresario vinculado a las nuevas tecnologías que ha mostrado un apoyo decidido a la candidatura de Trump ha sido Jeff Bezos, fundador de Amazon (de la que hoy posee el 7% de acciones). Bezos es propietario del Washington Post (cuyas posturas políticas, prácticamente desde su fundación, habían sido de centro-izquierda). Durante la reciente campaña electoral, Bezos se negó a que el diario, como era tradicional, tomara partido por uno de los candidatos en liza (habitualmente, por el más progresista). Bezos declaró que, la información y sus medios debían ser “neutrales” y evitar tomar partido… de hecho, lo estaba tomando y, de manera clamorosa, negando implícitamente el apoyo a Kamala Harris. Hay que recordar que Bezos, con Musk, desde 2015 figuran en la cabeza de los “hombres más ricos del mundo”, oscilando siempre entre los cinco primeros puestos. Sus fortunas están directamente vinculada a de las nuevas tecnologías y al e-commerce.

A partir de 2022, el alineamiento de Silicon Valley con el conservadurismo de Trump era inequívoco. Pero había precedentes. Larry Ellison, propietario de Oracle, ya había participado con Sean Hannity (influyente comunicador conservador) y Lindsey Graham (miembro del ala más conservadora del Partido Republicano), en una plataforma para discutir las posibilidades de anulación de las elecciones de 2020. Esta semilla fructificó y los desastres del “ultraprogresismo” generado en los cuatro años de Biden, precipitaron un vuelco en la situación. En junio de 2024, una veintena de magnates de Silicon Valley se reunieron para tomar postura: 18 de ellos decidieron apoyar a Trump y, en conjunto, se le entregaron 9 millones de dólares para su campaña. Una cantidad pequeña si se la compara con los 46 millones al mes cedidos por Musk. Por su parte, Peter Thiel, alemán, fundador con Musk de Pay Pal y con acciones de Facebook, dio a la campaña de Trump 15 millones de dólares.

El recién llegado a estas posiciones es Mark Zuckerberg dando carpetazo a la censura políticamente correcta en sus redes sociales (Facebook, Instagram, WhatsApp y Theads). Su nueva toma de posición ha sido la declaración más espectacular del sector; una más, en realidad. Zuckerberg pagará las ceremonias de inauguración del mandato de Trump. Esta ruptura de Meta con las compañías "verificadoras" de noticias (financiadas por George Soros y por la UE) arrinconan a estas empresas y, en la práctica las expulsan de las "redes sociales", dejándoles como único campo de "verificación" la prensa convencional.. Y como muestra “geopolítica” de este cambio de posición, está trasladando la sede de Meta de California (Estado con fama de “liberal” y “progresista”) a Texas (conservadora). En Texas, también es donde Musk ha trasladado la fabricación de satélites Starlite, uno de sus negocios más lucrativos.

Por su parte, el actual CEO de Apple, Tim Cooke ha donado en los últimos años 200 millones de dólares para el conservadurismo norteamericano

De las grandes “redes sociales”, solamente Linkedin, quizás la más débil y especializada, dirigida por Reid Hoffman, tomó partido contra Trump, pero las grandes empresas de Inteligencias Artificial, como Open AI, por boca de su propietario Sam Altman, se muestran a favor de Trump y otro tanto David Marcus, antiguo presidente de PayPal, o David Saks, gerente de una de las mayores empresas de capital-riesgo.

Ciertamente, el apoyo de Zuckemberg parece forzado por la victoria de Trump en las elecciones, pero no así los de Musk y Bezos y el de la mayor parte de magnates de Silicon Valley que han apoyado a Trump en sus años de opositor perseguido judicialmente. 

Tras esta constatación que no deja lugar a dudas, cabe preguntarse, ¿a qué se debe este apoyo de los propietarios de las nuevas tecnologías a Donald Trump? Hay varias respuestas:

1) Un retorno a la realidad: las reflexiones de los personajes más influyentes de Silicon Valley, les han llevado a un conclusión: el “ultraprogresismo” está resultando catastrófico para las sociedades occidentales. Fruto de delirios de visionarios, algunos de ellos pertenecientes a sociedades secretas seudomísticas, y de “ideólogos” de comportamientos personales erráticos y anormales, resulta muy fácil percibir que, sus orientaciones presentadas como quintaesencia de la “corrección política”, han llevado a las sociedades occidentales a una situación de parálisis y caos social creciente, en el que lo accesorio y personal pasaban a primer plano. El fracaso de la ingeniería social es constatable para todos aquellos que tienen ojos y ven, cerebro y piensan, quien precisa argumentaciones es que todavía no ha percibido la realidad tal cual es: es, literalmente un “alienado” (tanto en el sentido dado por la RAE a esta palabra –loco, demente, perturbado, ido, desequilibrado, enajenado, alucinado, demenciado, insano, chiflado, majareta”–, como en el sentido marxista –alguien que ha dejado de percibir la realidad tal cual y ha perdido la percepción de sí mismo–). De ir la sociedad por ese camino unos años más y pronto entraría en colapso. Así pues, se trata de revertir ese fenómeno

2) A los multimillonarios del sector de las nuevas tecnologías les preocupa la tendencia del ultraprogresismo de subsidiar cada vez más actividades, lo que implica una necesaria subida de impuestos. A las clases medias ya no se les puede exprimir más: así que ahora tocaba el turno a las grandes fortunas: a ellos en concreto. Éstas, por lo demás, ya se han visto afectadas por las bajadas de la bolsa en EEUU durante la “era Biden” que han recortado su patrimonio. Por otra parte, las políticas “liberales” y “ultraprogresistas” están favoreciendo un aumento desmesurado de la deuda de los Estados, de la que solamente se benefician los inversores en productos financieros convencionales, pero no los especializados en capital-riesgo, vinculados frecuentemente a las nuevas tecnologías y a su desarrollo.

Estas son, al menos, las dos razones que se han argumentado para explicar el cambio de actitud de Silicon Valley. Y son ciertas, pero hay una razón más profunda, invisible si no se tienen en cuenta las tendencias de las anteriores revoluciones industriales. 

Para entender lo que está ocurriendo es preciso fijar la idea de que nos encontramos inmersos en los primeros pasos de la Cuarta Revolución Industrial. Esta revolución está protagonizada por una serie de “tecnologías convergentes” (esto es, que, interactuarán, apoyándose unas sobre otras): ingeniería genética, robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, criogenia, informática cuántica, energía de fusión…). Al hablar de revoluciones industriales, es muy difícil establecer una fecha concreta, pero, de lo que no cabe la menor duda es de que el desarrollo de las ciencias de vanguardia en el primer cuarto del siglo XXI ha ido avanzando a velocidad cada vez más vertiginosa y está cambiando nuestras vidas.

Una “revolución industrial” es tal cuando cambia radicalmente la forma de energía utilizada por las sociedades y cambian las tecnologías de la comunicación. Podemos decir que en esta época se está entrando en una Cuarta Revolución Industrial que comienza con la generalización de las "energías alternativa y alcanzará su plenitud con la energía de fusión nuclear, por un lado y, por otro, hemos entrado en la era de la comunicación digital que empieza con la implantación del 5G y terminará con la conexión cerebro-ordenador. Una revolución industrial debe registrar una innovación tecnológica radical (o varias), implementar los procesos de automatización y alterar la manera de comunicarnos. Es frecuente que varíen también los países hegemónicos y la concepción misma del poder en cada una de las revoluciones industriales (en la actualidad estamos pasando del período de unipolaridad norteamericana al de multipolaridad y, como veremos, de la "partidocracia" a experimentar la necesidad y de la búsqueda de nuevas formas de participación política acordes con el desarrollo de las nuevas tecnologías).

Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX, se produce la primera revolución industrial. La nueva tecnología es el vapor que facilita la actividad de los mineros en el Reino Unido (el bombeo de agua se realiza mediante máquinas de vapor cada vez más eficientes) y las hilaturas. Todo esto genera, por una parte, tránsitos del campo a la ciudad (que precisa mano de obra para las nuevas industrias), mejora en las condiciones de vida, paso de la producción artesanal a la industrial, en los campos se mejoran las técnicas de cultivo necesarias para alimentar a más población, se crea un sistema financiero para implementar las nuevas industrias, los ferrocarriles se van implantando (las 80 horas que se tardaba en ir en carromato de Manchester a Londres, se convierte en 8 gracias al vapor), los astilleros botan barcos de hasta 200 metros y las navegaciones entre ambas orillas del Atlántico se reducen de un mes a diez días, esto permite extender los imperios coloniales. El vapor, pues, mejora las comunicaciones y la interrelación entre personas. Son los años en los que aparece un nuevo poder. Por una parte, Inglaterra es la nación que detenta en esos momentos la hegemonía mundial. Son los años de la independencia americana y de la revolución francesa. Para Inglaterra es un período de estabilidad y expansión colonial que emplea a la Compañía de Indias Orientales como punta de lanza del imperialismo y al ejército británico como fuerza auxiliar para garantizar los buenos negocios. Es un tiempo de desigualdades crecientes y de condiciones de vida infames para los trabajadores. El poder político está detentado, o bien, directamente por los propietarios de las grandes acumulaciones de capital que se van formando, en bolsa y en los negocios del transporte y el comercio. Los antiguos lores que quieren no perder su posición económica, se convierten en empresarios vinculados a la bolsa, al comercio, al textil, a la minería… La “nueva burguesía” -propietaria de las patentes de las tecnologías del vapor, o bien sus explotadores- es la clase hegemónica que impone sus puntos de vista, la forma de organización política que le es más cómoda y el modelo social.

Pero en el último tercio del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial, se produce otro cambio tecnológico: irrumpe la electricidad, el motor de combustión interna que se aplicará en distintos campos, incluida la aviación, la automoción y la guerra. Aparecerá, así mismo, la “telegrafía sin hilos” y la radio. Será a partir de 1900 cuando estos avances empiecen a manifestarse en toda su plenitud y será durante la Primera Guerra Mundial cuando lleguen a su desarrollo definitivo y en la Segunda a su clímax. Henry Ford será el primero en aplicar la producción en cadena y la estandarización en sus fábricas; será el primero que se dé cuenta de la necesidad de abaratar el precio de los productos y aumentar salarios para convertir a los trabajadores en consumidores. Esa idea es fundamental: aparece la figura del “consumidor”, aparece una clase media importante y extendida. Es una revolución tecnológica unida a la explotación de nuevas fuentes de energía: es la era de los hidrocarburos, de la energía hidráulica.  A principios de siglo EEUU ya ha sustituido a Europa como hegemónica, pero el desarrollo de la industria siderúrgica y de la investigación química, ha convertido a la Alemania unificada por Bismarck en la gran potencia europea. A ello ha contribuido la anexión de Alsacia y Lorena después de la guerra franco-prusiana, lo que permite a Alemania disponer de carbón y hierro que, junto a nuevas tecnologías para tratar el acero convierte otorgan potencia a este país. El Reino Unido no está dispuesto a permitirlo. Solamente el poder económico mundial sigue residiendo en la Bolsa de Londres. En EEUU, primera potencia mundial a principios de siglo, el poder está en manos de los “barones ladrones”, los magnates del ferrocarril, las comunicaciones, las financias y el petróleo. Ellos son, en ese momento, los propietarios de las nuevas tecnologías. Las telecomunicaciones experimentan el primer desarrollo: el telégrafo se ha generalizado a mediados del siglo XIX, luego aparece el teléfono (1876), luego el telégrafo inalámbrico (1897), la radio (1901)… El acero y las nuevas tecnologías entrarán en liza en la guerra de 1914-1918 demostrando su eficiencia: el carro de combate, la ametralladora, el avión, los camiones. El poder político se ve condicionado y, en la práctica, dirigido por las grandes corporaciones que imponen sus políticas a despecho de que puedan ser excusa para desatar guerras. Las desigualdades derivadas de la primera revolución industrial terminan generando una rección de la que la Revolución Rusa y la aparición de los fascismos, serán los arquetipos. La guerra de 1914-18 ha obligado a los científicos a avanzar y forjar nuevos proyectos que se traducirán en los veinte años siguientes en avances técnicos civiles (aviación comercial, inicios de la televisión, generalización de la radio) y militares (inicio de la era espacial, desarrollo de la logística, investigación nuclear, primeros pasos en la conquista del espacio exterior y bomba atómica) que se unirán a los que se han producido entre finales del XIX y principios del XX: la implantación de la electricidad, primero a las calles y luego a los hogares, y de su producción. La generación de la radio y de la telegrafía sin hilos o del teléfono. Cuando termina la Segunda Guerra Mundial es evidente que se ha entrado en una nueva era. 

En 1945 con las bombas de Hiroshima y Nagasaki puede decirse que entramos en la Tercera Revolución Industrial que se prolongará hasta finales del siglo XX. Está orientada en varias áreas: energía nuclear y aplicaciones pacíficas, telecomunicaciones y tecnologías de la comunicación, automatización de los procesos de producción, conquista del espacio y microinformática mediante satélites o a través de fibra óptica, desembocando en las autopistas de la información tras la generalización de Internet.  Veinte años después de la derrota de las potencias del eje, la nueva revolución científica y tecnológica tiene tres vértices: EEUU, Europa y Japón. Quienes imponen las reglas del juego son un nuevo modelo de empresas que operan en todo el mundo: las multinacionales. Serán ellas las más interesadas en ampliar su radio de acción y, tras la caída del Muro de Berlín, establecer el proceso globalizador. 

El tránsito de la tercera a la cuarta revolución industrial tiene lugar en un momento indefinido ya en el siglo XXI. Las nuevas tecnologías son, en gran medida, desarrollo de las antiguas, pero en la cuarta revolución industrial aparecen nuevas áreas de investigación que actúan en sinergia con otras. Las hemos enunciado antes: son las “tecnologías convergentes”.

Los métodos de organización política no han cambiado apenas desde la primera revolución industrial: la democracia, degenerada en parlamentarismo y éste degradado en partidocracia, reviste, en esencia, características muy similares a la Inglaterra de la segunda mitad del XVIII y en EEUU, el sistema electoral es el mismo que en el momento de la independencia, sin apenas modificaciones. Pero esto genera una disfunción: la desvinculación creciente entre el progreso científico y la forma de organización política de las sociedades. En la tercera revolución industrial, la partidocracia se ha convertido en una plaga en todos los países. Y especialmente genera problemas porque las élites económicas surgidas de la segunda y tercera revolución industrial quieren seguir siendo hegemónicas y dictando sus reglas del juego, transmitidas por la London Economic School, la escuela del socialismo fabiano por excelencia, transmisora de los dogmas “progresistas” a las élites económicas (de la que George Soros, es un ejemplo, o la propia familia Rockefeller) e impuestas por la estructura burocrática de las Naciones Unidas a través de la Agenda 2030 y de los proyectos que la han precedido… a pesar del progresivo proceso de decadencia y brutalización que se está generando

Es probable que el cambio radical de posturas políticas de Elon Musk se deba a su drama personal. Una cosa es criticar las locuras de los “estudios de género” y otra muy diferente, experimentarlas en el propio núcleo familiar. Uno de los hijos de Musk, Xavier Alexander Musk, a los 16 años, inició su “proceso de transición” al sexo femenino en 2019, convirtiéndose en “Vivian Jenna Wilson”. Su padre vio en directo las consecuencias de los “estudios de género” y, sin duda, esto le previno contra este tipo de productos del “ultraprogresismo”.

Pero lo realmente significativo a nivel económico es que las ratios de capitalización de las grandes empresas tecnológicas generan muchos más beneficios que las empresas industriales clásicas o que la propia especulación financiera o la actividad bancaría. Lo que hace que este tipo de empresas, con menos personal (pero más especializado) obtenga más beneficios en menos tiempo y sin recurrir a financiar sus actividades a través de la banca clásica. En otras palabras: a medida que las “nuevas tecnologías” generan mayores acumulaciones de capital en menos tiempo, las viejas “dinastías económicas” surgidas de la Segunda y Tercera Revolución Industrial van perdiendo posiciones en relación a las primeras y centran lo esencial de sus beneficios en su colaboración cada vez más estrecha con los Estados. Sin entender este elemento, es imposible entender lo que esta ocurriendo en nuestro tiempo y qué genera los conflictos presentes y futuros.

A lo largo del gobierno de Obama y del gobierno Biden, se puso de manifiesto que las “viejas élites” están dispuestas a poner todo tipo de palos en las ruedas a las empresas tecnológicas, y, paralelamente, siguen apoyando el sistema mundial surgido de 1945 y a sus dos columnas políticas (un centro-izquierda y un centro-derecha que se van alternando en el ejercicio del poder, siempre dentro con orientaciones muy parecidas, fuera de las cuales, las nuevas opciones son demolidas en poco tiempo o bien integradas y si logran hacerse con un amplio espacio político, son contenidas por el famoso -y cada vez más débil- “cinturón sanitario”). 

Todo esto sería aceptable, solamente si el “sistema” funcionase: pero no funciona. La gran crisis de 2007-2011 fue un toque de atención. Y lo que ha seguido desde entonces no se ha traducido en una rectificación de los aspectos más indeseables de la economía y de la política mundial, sino un “dejar hacer”, enfatizando solamente aspectos muy irrelevantes que solamente interesan a minorías (wokismo, LGBTIQ+, corrección política, multiculturalidad, discriminación positiva, etc.) que han aumentado el caos social y han hecho imposible que los Estados se sustenten sobre verdaderos valores y principios. El rápido deslizamiento hacia situaciones caóticas que padece hoy la sociedad es demasiado visible como para que pueda negare. 

El problema es que las élites económicas surgidas de la Segunda y Tercera Revolución Industrial permanecen absolutamente desinteresadas por el proceso de barbarización de las sociedades. No les preocupa, por ejemplo, que los avances tecnológicos de la revolución científica que está teniendo lugar ante nosotros, no pueda llegar nunca en el futuro a las masas: les basta con saber, en su infinito egoísmo y en su absoluto endiosamiento elitista, que ellos sí disfrutarán de ellas… y que el resto de la población siga en el limbo o se nutra con clips de Tik-tok, con el “salario social” y con la comida basura. 

Pero, desde el punto de vista de los propietarios de las nuevas patentes tecnológicas, de los inversores de capital-riesgo, de los propietarios de las compañías tecnológicas, las cosas se ven desde otro punto de vista mucho más actual y realista: una sociedad barbarizada, una sociedad en la que solamente una pequeña cúpula tenga acceso a las nuevas “tecnologías convergentes”, pueda disfrutar de la robótica, recurrir a la ingeniería genética o a la nanotecnología, a medicamente de diseño personalizado, a una medicina preventiva, y a todos los nuevos productos que nos están ofreciendo, no es económicamente viable y, lo que es peor, puede generar respuestas inesperadas por parte de las masas capaces de desembocar en procesos insurreccionales que hagan saltar en pedazos los Estados… y, por tanto, destruir las perspectivas que en el futuro abrirán (están abriendo) las nuevas tecnologías.

Hay que recordar que cuando empezó la sustitución de los disketes por CDs, las unidades de grabación -hacia mediados de los años 90- costaban en torno a los 3.000 euros actuales (en España, 500.000 pesetas, cuando el salario medio se situaba en 150.000). Solamente la difusión masiva hizo que el nuevo producto estuviera al alcance de todos (hoy, esas unidades se venden a 10-15 euros, casi a título de reliquias). En la actualidad estamos atravesando el mismo recorrido para los equipos de realidad virtual que empezaron vendiéndose en torno a los 6.000 euros y en la actualidad pueden encontrarse por 400… Con otras tecnologías no será diferente: la rentabilidad se obtiene por la masificación en las ventas y esto solamente puede alcanzarse abaratando el producto y haciéndolo accesible a las masas. El fordismo ya había llegado a esa certidumbre hace 115 años. Las nuevas tecnologías del presente, como las del ayer, solo son económicamente viables y rentables, si se convierten en productos de consumo para las masas.

A diferencia de las élites económicas de la segunda y tercera revolución industrial que, en buena medida, vivían de la inversión en armamento y, consiguientemente, de la generación artificial de conflictos (el último, el conflicto ucraniano, precisamente) para estimular el gasto y la reposición de lo consumido y/o destruido, los promotores de la Cuarta Revolución Industrial no necesitan guerras para implementar sus productos, sino todo lo contrario: precisan, eso sí, una situación de estabilidad para poderlos producir en masa y hacerlos accesibles a todos. Y es evidente que la política del “salario social” y los subsidios para mantener narcotizados a grupos sociales, junto con las subidas impositivas para poder pagar la deuda acumulada durante las últimas décadas, en última instancia nos pondrán cerca de estallidos sociales después de impedir el acceso de las nuevas tecnologías a las masas.

De esto podemos deducir tres axiomas: 

1) los intereses, los principios y las tendencias de los consorcios tecnológicos no son los mismos que los de las viejas corporaciones multinacionales, o las del viejo capitalismo financiero. El capital-riesgo apuesta por los desarrollos de tecnologías futuras; el capital financiero, por su parte, lo hace por la industria y las empresas convencionales del pasado.  Las viejas élites piensan solamente en el aquí y el ahora o, en que poder aplicar en exclusiva las nuevas tecnologías, por caras que sean. Las nuevas élites tecnológicas saben que solamente la democratización de estas tecnologías abaratará costes y eliminará riesgos de problemas sociales: porque, no se olvide, que estas tecnologías a la vuelta de pocos años, estarán en condiciones de alargar la esperanza de vida. Pensar en una sociedad en la que un sector de la población tenga una esperanza de vida de 80 años y una pequeña élite económica la pueda prolongar hasta los 130, es simplemente imposible. Esto solamente podría suceder si la élite financiera tuviera el control de los nuevos medios de comunicación: pero los está perdiendo. Lo demuestra Twitter-X, Meta y sus “redes sociales” o los digitales de información, ante los que los medios convencionales están cada vez más debilitados y subsidiados. La información en la Cuarta Revolución Industrial circula de manera muy diferente a las tres anteriores.

2) Una sociedad tecnológica precisa de una cultura propia que, por una parte, garantice la estabilidad y, por otra, asegure su futuro formando nuevas élites tecnológicas. Se suele criticar a los gigantes tecnológicos por vivir de espaldas a la cultura. Eso supone olvidar que Amazon (una de las cuatro mayores empresas junto a Apple, NVidia, Google, Meta y Microsof) inicialmente nació como librería en línea en 1995 y que al término del primer año, ya era la mayor librería del mundo. Resulta inevitable unir “libros” (convencionales o electrónicos) al desarrollo de la cultura y a la forma en que se distribuye esa cultura. 

3) Con la Primera Revolución Industrial se inicia el “capitalismo” en el Reino Unido. En cada una de sus siguientes etapas ha tenido distintas formas cada una de las cuales ha modelado las sociedades surgidas de las siguientes revoluciones industriales. Siempre, los propietarios de las nuevas tecnologías y de las patentes, son los que han dictado las reglas del juego de carácter político: capitalismo incipiente, capitalismo industrial, capitalismo multinacional, capitalismo globalizador, correspondiendo la hegemonía respectivamente a los Estados Nacionales, a los  bloques geopolíticos y a asociaciones internacionales burocratizadas. En los primeros pasos de la siguiente revolución industrial está empezando a ocurrir el mismo proceso, solo que, en esta ocasión se está reformulando espontáneamente la misma lógica: y la toma de posesión de Sillicon Valley a favor de Donald Trump es tan significativa, como el hecho de que Elon Musk entre en su administración y se configure como futuro candidato presidencial republicano.

Ahora bien, esto presenta muchas dudas y solamente una certidumbre:

1) El viejo ultraprogresismo, ahora, empieza a verse rebasado por resultados electorales adversos en todo el mundo y una resistencia cada vez mayor de las fuerzas conservadores y de sus nuevos aliados, las grandes empresas tecnológicas. Es el auge de los populismos.

2) Nadie puede afirmar si esta alianza será permanente o circunstancial (solamente para derrotar al ultraprogresismo y lograr una base social que las tecnológicas todavía no poseen).

3) El “viejo orden” (los Soros, los Schwab, las “dinastías económicas”, el capital financiero, las asociaciones del “poder mundial” [Trilateral, Beldelberg, Foro de Davos, etc.] como antes la masonería presente, sobre todo en las dos primeras Revoluciones Industriales) reordenarán sus fuerzas y tratarán de resistir mientras las circunstancias se lo permitan, si bien todo juega en su contra.

4) La revolución tecnológica es -como ya hemos dicho en otros artículos sobre el transhumanismo- una revolución antropológica que puede decantarse hacia dos vertientes opuestas e incompatibles: el transhumanismo o bien el Arqueofuturismo (idea sobre la que insistiremos más adelante).

*     *     *

Quedaría por explicar el papel de Bill Gates en todo este proceso. Gates, cuya empresa Microsoft, es el puente entre la Tercera Revolución Industrial y la Cuarta, se vio beneficiado por ser la primera gran acumulación de capital procedente de un consorcio tecnológico. Apple tardó bastante más en afirmarse y no mediante el ejercicio del monopolio de los sistemas operativos, sino por las cualidades de diseño e innovación. Gates, se comportó como los viejos magnates del “dinero viejo”: inversión en bolsa (Warren Buffet le enseñó las leyes de la economía financiera convencional) y tratar de “hacerse simpático” mediante una fundación que ejerciese actividades filantrópicas. Pero, contrariamente a la imagen que han querido proyectar sus asesores en la materia, lejos de ser un “profeta del futuro” (a los Steve Jobs o a lo Elon Musk) o un genio clarividente, sus iniciativas (sanitarios portátiles para África y vacunación para todos) han hecho de él algo completamente aparte en relación a los demás magnates de Silicon Valley, tratándose de proyectos filantrópicos propios del “viejo orden” que oscilan entre la chusca ignorancia (inodoros para África), el fanatismo ignorante (las vacunas) al servicio de la industria farmacéutica, siendo un personaje que se ha mostrado -incluso desde el origen de Microsoft- muy limitado y desprestigiado hoy en la meca tecnológica de Silicon Valley (véase: El descenso a los infiernos de Bill Gates). Entre “vender agua azucarada o construir un mundo nuevo” como planteó Jobs a John Sculley -antiguo gerente de Coca-Cola- Gates hubiera elegido la primera opción… por no hablar, claro está, de sus relaciones con Jeffrey Epstein que le costaron el divorcio.

 

 









lunes, 13 de enero de 2025

"TRANSHUMANISMO" O "ARQUEOFUTURISMO" (I de V) EL MILENIO ESTÁ A PUNTO DE COMENZAR

1. LA CONSTATACION DE UN FRACASO

Durante los últimos cuatro años, el mundo ha constatado un fracaso tanto en el orden internacional, como en el económico, como en el social. Es el fracaso del “ultraprogresismo”, paralelo a la “globalización”: el deseo de ampliar las medidas de “ingeniería social”, contra viento y marea, de forma dogmática y sin reconocer que estaban resultando un fracaso absoluto y los hechos han demostrado la imposibilidad de existencia de un mercado único mundial. De locuras como estas había surgido el programa de la Agenda 2030. Eran los restos del “viejo orden”, lo que quedaba del viejo “progresismo” del siglo XX. Hoy estamos asistiendo a su agonía. Y luchará hasta el final para resistir a su entierro definitivo. Pero si el “ultraprogresismo” empieza a ser cosa del pasado, para las próximas décadas el frente de batalla que se diseña será entre “transhumanismo” y “Arqueofuturismo”. En esta serie de artículos pretendemos explicar lo que implica este fracaso y cómo insertar lo que está naciendo, dentro de una “interpretación tradicional”, y los problemas del “tiempo nuevo”

*     *     *

Se había olvidado que todo poder solamente puede asentarse sobre elementos “objetivos” y que demuestre unos niveles mínimos de eficiencia en la gestión. Un “poder” no puede cimentarse solo en metas irrealizables, sino absurdas (Agenda 2030), en ideales utópicos finalistas (paz mundial, armonía universal, igualdad absoluta), en miserias ideológicas dictadas por anormales (“wokismo”, “estudios de género”, “corrección política”, “ningún ser humano es ilegal”), que, una vez aplicados, generan más problemas que soluciones. En realidad, si nos atenemos a los resultados de todas esas políticas aplicadas en los últimos cuatro años y que llevan más de una década agitadas por el ultraprogresismo, vemos que, hoy el mundo y sus sociedades están mucho peor que cuando se implementaron y ese empeoramiento es causa directa de su aplicación. Ha sido frecuente que, en ese tiempo, el “poder político” alegara que todo iba bien, que caminábamos hacia los objetivos de la Agenda 2030 “con seguridad y progresos continuos", que se "avanzaba" y se "progresaba". Y el ciudadano, lo que veía era justo lo contrario: más presión fiscal, una sociedad cada vez más caótica, culturalmente empobrecida, con las disfunciones generadas por la inmigración masiva y los transvases de población de sur a norte, menos capacidad adquisitiva, mayores niveles de corrupción, caída en picado de la natalidad, todo ello en una sociedad que ha renunciado a los “valores” y que, por tanto, es inviable.

Poco importaba que, quien quisiera ver la realidad de manera objetiva, quedase impresionado por la constatación de que todo estaba yendo de forma muy visible a peor y que el resultado era la formación de sociedades cada vez más débiles en todos los terrenos: en el de la política, en el de los planes de estudios, en el de la moral pública, en la calidad de la clase política, en el orden social cada vez más turbulento y brutalizado. Y lo que peor: los estudios de prospectiva más objetivos indicaban que todo iría empeorando en los próximos años. 

Lo cierto es que ya hoy nadie puede negar que cada vez más personas precisan asistencia psicológica (en España, en 2050, el 50% de la población precisará asistencia psicológica y ya hoy, el 35% de la población de entre 15 y 35 años, la precisa), cada vez hay menos nacimientos y aparecen más “manías sociales”, cada vez asistimos a una brutalización creciente de nuestras sociedades, el trabajo no permite vivir una existencia digna y plena a la mayor parte de las poblaciones, el multiculturalismo obligado y el mestizaje culturas han terminado siendo el talón de Aquiles de las sociedades occidentales: los recién llegados no se adaptan y crean muchos problemas, ocultados pero irresolubles de orden público, de convivencia, de identidad, las bolsas de personas que viven del Estado y reciben subsidios no contributivos aumenta de forma desmesurada y, paralelamente, la muerte de las ideologías, ha generado una nueva generación de políticos preocupados solamente por sus propios intereses de casta, la cleptocracia ha sustituido a la democracia, como ésta había sido sustituida por la partidocracia en la anterior fase de degeneración. La deuda de los Estados resulta impagable y tiende a aumentar cada día. Las rentas no procedentes del trabajo, la especulación, los grandes negocios realizados a la sombra del Estado y de sus atajos y las incontables corruptelas, gravan la economía de las naciones. Negar todo esto, es negar lo que cada vez es más visible para un número creciente de electores. 

“Hacer política” se ha convertido en sinónimo de amiguismo, corruptelas, nepotismo y latrocinios, decididamente una de las tareas más innobles a las que puede aspirar el ser humano, tan indigna como la “trata de blancas” o el tráfico de drogas. El desprestigio de las clases políticas ha hecho que se produjera una selección a la inversa: los gestores mejor preparados, los individuos con moral y conciencia han huido del escenario político, mientras que los más incapaces, los ambiciosos sin creatividad ni límites a sus ambiciones, incluso, como en el caso español o el canadiense, verdaderos psicópatas integrados, han ocupado su lugar. Y es que el psicópata integrado es el político que puede descollar mejor en tal situación: no tiene miedo a mentir, no duda en crear “ministerios de la verdad”, en retorcer las leyes, en engañar a las masas, todo ello para seguir indemne en el poder y poder expoliar mejor a la ciudadanía. Para el político al uso solamente existe en “aquí y el ahora”, hecho -como decía Víctor de Aldama, junto con Sánchez, uno de los arquetipos del momento presente- de “casinos, putas y drogas”. El mañana ni les importa, ni es algo que les quite el sueño

Luego está la figura del “intermediario”, del especulador, del negociante especializado en comprar barato y vender caro, en amasar fortunas como contratista del Estado, que aspira, no a gobernar, sino a que otros gobiernen para él y para él. Durante la administración Biden, hemos visto como un anciano decrépito y con lagunas en el cerebro, accedía a la campaña electoral de los EEUU en 2019 (se suele olvidar que ya en esa época, eran frecuentes los lapsus en los que el candidato mostraba un comportamiento errático que dejaba intuir, muy a las claras, su enfermedad), se convirtió luego en presidente (en unas elecciones en las que no faltaron graves denuncias de fraude y que gran parte de la opinión pública no aceptó, evidenciando su protesta en el asalto espontáneo al Capitolio de los EEUU), un presidente que vino flanqueado por Kamala Harris, sin apenas historia política, ni relevancia, pero que estaba destinada a sustituir al presidente en cuanto este diera muestras de incapacidad manifiesta e indudable ante toda la nación. Pero Kamala Harris es, mujer y mestiza, las dos exigencias que imponía el eje wokismo-corrección política-LGTBIQ+, pronto se convirtió en la persona peor valorada de la administración Biden y solamente después de que éste mostrara su incapacidad en un patético debate con Trump ante las cámaras de TV que fueron incapaces ocultar el desbaratamiento mental del presidente, fue nombrada -a falta de cualquier otro candidato- para enfrentarse a Trump. Lo más sorprendente de este episodio es que, desde junio de 2024, Biden siguió siendo presidente de los EEUU a pesar de que todos pudieron ver que no estaba en condiciones de ser candidato y ni siquiera se le abrió un empeachment para sustituirlo en los siete meses que le quedaban como presidente del país más poderoso del mundo, con el peligro que conlleva el dejar en el cargo a un incapacitado mental. Kamala Harris fue derrotada clamorosamente por un candidato que había aprendido las marrullerías del Partido Demócrata, los ejes básicos del fraude electoral, evidenciados en 2020 y ésta vez no estaba dispuesto a dejarse derrotar. La amplitud de la victoria de Trump dio la razón a los que pensamos que en 2020 sí podía haberse dado un alto grado de fraude electoral, lo que explicó la ira de sus partidarios. 

Desde la derrota de Trump en 2020, la administración demócrata no ha hecho otra cosa que tratar de inhabilitarlo para que pudiera presentarse de nuevo como candidato: primero acusándole de haber organizado la toma del Capitolio, luego la acusación varió, siendo acusado de haberse llevado papeles confidenciales de la Casa Blanca y, finalmente, del pago de un chantaje a una prostituta. Dado que todas estas iniciativas judiciales fracasaron, el “stablishment” recurrió a su segunda arma “infalible”: el atentado realizado por el habitual “lobo solitario”, tan habitual en la historia de los EEUU. En tres ocasiones, durante la campaña electoral se produjeron intentos de atentado, para llegarse, finalmente a las elecciones que dieron un total de 226 votos electoral para Kamala Harris y 312 para Donald Trump. 

Vale la pena preguntarse qué había ocurrido en los cuatro años de gobierno de Biden:

1) Biden había demostrado ser un presidente débil y enfermo, sin restos de la energía, la fuerza y la personalidad que tuvo en su madurez, un títere de los centros de poder que le llevaron a la Casa Blanca y a los que dejó hacer: especialmente el complejo militar-industrial y del poder financiero. 

2) Este complejo militar-industrial necesitaba una guerra y llevó a Ucrania al matadero creando una situación en la que Vladimir Putin reaccionó tal como previeron y tal como la lógica política exigía: a la provocadora propuesta de que Ucrania entrase en la OTAN y colocara misiles a 20 minutos de Moscú, la respuesta fue destruir al régimen ucraniano, lo suficientemente ignorante e ingenuo como para pensar que la OTAN le “protegería”. 

3) La consecuencia de este conflicto fue la alineación de los Estados en dos bloques: o a favor de Ucrania y, por tanto, del complejo-militar-industrial promotor del conflicto, con la UE (la más expuesta a una reacción rusa desmesurada) a remolque, o bien a favor de Rusia y, por tanto, de un orden mundial multipolar, con los países BRICS como apoyo. Las sanciones impuestas por la UE a Rusia, tuvieron como efecto secundario, marcar el principio del fin de la globalización. El mundo, desde entonces e irremisiblemente, dejó de ser un mercado global.

4) Los años de Biden fueron “los años del wokismo” y de la exaltación LGBTIQ+ como única teoría admisible para interpretar la sexualidad. La cultura de la cancelación, del “todo vale y todo merece el mismo respeto”, la “cultura de las 37 formas de identidad sexual” y del camino abierto hacia la pederastia que en Hollywood ya se había convertido en una norma casi de obligado cumplimiento. 

5) En política exterior, la UE se había convertido en el único aliado importante de Biden, además de Israel. El resto del mundo ha mirado con desconfianza creciente a la administración Biden. A la OTAN no le ha ido mucho mejor: la ampliación a países antes neutralistas o con poco valor militar y estratégico, lejos de fortalecer a la Alianza, ha ampliado el nivel de discusión interior y la disparidad de puntos de vista, ralentizar la toma de decisiones y, en definitiva, operar el efecto contrario al que se pretendía, sin olvidar la defección, en la práctica, de Turquía, hoy completamente desinteresada de la OTAN al no poder entrar en la UE.

Desde el comienzo algunos sectores “influyentes” percibieron que este panorama era el precedente de una catástrofe. Sociedades, en las que la educación ha quebrado o se ha hecho imposible (bien por los trasvases masivos de población, bien por las teorías educativas “progresistas”, bien por los condicionantes del wokismo y los “estudios de género”, o por una sinergia de todo esos factores), el tema del “cambio climático generado por el hombre”, el dogma de la “huella de carbono”, el fanatismo y la falta de previsión y realismo en la implantación de las “energías limpias”, la aplicación de la Agenda 2030, etc., dieron la sensación - todos los que quisieran verlo por sí mismos y no se fiasen de los medios de comunicación oficialistas, al servicio de los gobiernos, o bien de las grandes concentraciones de capital especulativo- de que la Humanidad -y, especialmente Occidente- se estaba precipitando por un precipicio. El mundo de 2024, no solamente no era “mejor” que el de 2020, sino que, a medida que se iban imponiendo los tópicos pro-inmigracionistas, pro-woke, pro-estudios de género, pro-corrección política, todo se iba haciendo cada vez más oscuro, más caótico y sobre todo más irracional y crecientemente brutalizado. 

Era hora de dar un enérgico frenazo, desandar lo andado y partir para el futuro desde bases más sólidas. Solamente un psicópata, interesado en obtener algún beneficio o un perfecto imbécil podía negar esta descripción de la realidad. El hecho de que sectores cada vez más amplios de la sociedad mostraran su rechazo, votando a opciones “rupturistas” con este pasado (eso que algunos llaman “populismos”, otros como el psicópata ignorante de la Moncloa “retorno del fascismo” y otros “extrema-derecha”) es significativo de un estado de ánimo: contra el “viejo orden” que nos ha llevado por ese camino y que, visto su fracaso, se niega a rectificar, incluso ante problemas que podrían resolverse fácilmente. Poco a poco, en Iberoamérica y en Europa han ido avanzando estas opciones que están gestionando el poder en cada vez más Estados, sin que se hayan registrado “regresiones en las libertades”, “reformas antidemocráticas” o, simplemente, “recorte de libertades”: están presentes en Europa Central, en Italia, en Holanda, como segundos partidos -por el momento- en Francia y Alemania, creciendo en el Reino Unido, y, desde hace cinco años en El Salvador y desde hace uno en Argentina e irradian a todo el subcontinente. Pero todo esto parece poco en comparación con el retorno de Donald Trump al poder en EEUU. No vamos, ni a mitificar la figura de Trump -un conservador típicamente norteamericano surgido del mundo de los negocios-, ni a elogiar su figura: vamos, eso sí, a interpretar sus posiciones y a explicar lo que implica su llegada al gobierno por segunda vez y como ha logrado el apoyo de Sillicon Valley.

Y esto nos sitúa en el aquí y el ahora. En el auténtico “año cero” de la modernidad. Porque ahora es cuando empieza, de verdad, el Tercer Milenio. Decir que el primer cuarto de siglo ha sido solamente un rescoldo del “viejo orden” puede parecer excesivo. Pero es así. Estos veinticinco años, han sido los últimos en los que la Tercera Revolución Industrial era hegemónica, el tiempo de los Warren Buffet y de los Bill Gates, de los Larry Fink (Black Rock) y de los Klaus Schwab (Foro de Davos), de los George Soros (Quantum Fund y Open Society) y de los demás profesionales de la especulación. Ahora estamos entrando en el “tiempo nuevo”: el que corresponde a la Cuarta Revolución Industrial, ahora lo suficientemente fuerte como imponer otros modelos políticos, de vida y de organización. Podemos prever que la dialéctica de las contradicciones se desplazará en las próximas décadas desde el "progresismo - conservadurismo" al "transhumanismo - arqueofuturismo". 

Y vamos a tratar de demostrarlo.