jueves, 23 de marzo de 2023

60 AÑOS DE "CABALGAR EL TIBRE". NOTAS SOBRE LA RUPTURA DEL SER HUMANO CON LA POLÍTICA

El título de este parágrafo podría resumirse así: el principal rasgo del “tiempo nuevo” es la pérdida para el ser humano de cualquier tipo de identidad que valga la pena asumir, o si se prefiere, la sustitución de identidades naturales por amalgamas artificiosas, homogeneizadas artificialmente, esto es, “inclusivas”. Del eslogan de 1789, “libertad, igualdad, fraternidad”, el que se impone en las primeras décadas del siglo XXI es el segundo: y no se trata, simplemente, de una igualdad que tenga relación con la idea de “equidad”, que, en cualquier caso, sería admisible, sino de una igualdad a ultranza, impuesta artificialmente, de la misma manera que una apisonadora iguala las piedras y las inmoviliza con alquitrán. El resultado es una calzada lisa, llana y utilizada por los grandes vehículos en sus desplazamientos, esto es, por las grandes corrientes de la época. Estás, vale la pena señalarlo, son las mismas, en Oriente y en Occidente, en el bloque asiático como en bloque occidental. Por distintos caminos, se ha llegado a la construcción de un mismo tipo humano, del que el ciudadano chino es la quintaesencia: ha asumido lo peor del individualismo liberal occidental y del gregarismo socialismo, “un país – dos sistemas”. La sombra de la hegemonía china se proyecta sobre un mundo que ya está previamente “igualado” y dispuesto a aceptar, como natural, su influencia.

El conflicto ucraniano ha contribuido a que hablar de “globalización” y “mundialismo” ya no tenga la extensión y la profundidad que tuvo solo un lustro antes. Las sanciones ordenadas por el pentágono e impuestas con fidelidad perruna por los gobiernos occidentales, ha acelerado la división del mundo en dos bloques antagónicos en las formas de gobierno (democracias en Occidente y autocracias en Eurasia), pero con la misma vocación de dominio sobre las conciencias.

Este dominio se ha realizado por fases espontáneas que tienen mucho que ver con el noble arte de la alquimia. El alquimista trabajaba sobre el “mercurio” (el espíritu), consciente de que era el elemento intermedio entre la “sal” (el cuerpo físico) y el “azufre” (el alma). Se trataba, inicialmente de separar las distintas partes del “mixto”; sobrevenía, entonces, la “obra al negro”. Una vez purificado el “mercurio”, mediante sucesivas “disoluciones”, se trataba, de que éste se uniera al “azufre”. Así, el “mercurio”, en lugar de quedar atraído por la “sal” (por el cuerpo físico, por la materia), quedaba en la órbita del “azufre” (el mundo superior). En la última fase de la obra, la “obra al rojo”, se trataba de reavivar la “sal” mediante la fuerza del “mercurio” renovado por el “azufre”. En otras palabras, se trataba de desplazar el eje de la vida, del mundo corporal, sensual y material, al mundo de las esencias puras, a los mundos superiores. Pues bien, el proceso que tiene lugar en el ser humano moderno es parecido sólo que en sentido inverso,:un proceso propio del “fin de ciclo”.

En efecto, en estos momentos, resulta muy difícil para un ser humano, concebir algo que no sea para él tangible desde el punto de vista material. Cuando se habla de la realidad de los mundos sutiles, lo más habitual es aludir al universo mental y a todo lo que está unido a él. Esto lleva, en el mejor de los casos, a la adopción de posturas moralistas. Incluso el cristianismo ha caído, más allá de su dogmática, en algo similar. El ser humano, poco a poco, ha terminado “desconectado” progresivamente de todo lo que está más allá de lo físico. Su mente solamente es capaz de comprender lo físico y no solamente no alberga interés por los mundos superiores, sino que ni siquiera contempla la posibilidad de que puedan existir. Una mente que piensa solamente en términos de materia, se siente, irremisiblemente, atraída por todo lo que es material y no concibe valores más allá de la materia. Aquello que su mente no consigue comprender, lo fía desarrollo de la ciencia, que, antes o después, terminará explicándolo. Porque la ciencia ha terminado siendo el gran fetiche del siglo XXI, algo que ya podía preverse desde el positivismo del XIX.

La vieja máxima délfica de “conócete a ti mismo”, acompañada de otra situada frente a este, “sé tú mismo”, es solamente entendida, en primer lugar, como una afirmación de las propias necesidades y de los rasgos de la “personalidad”, en absoluto de las potencialidades que se ocultan detrás de esa máscara y que afectan a los dominios metafísicos. Y, en cuanto al “sé tu mismo”, no es comprendido más que como exaltación de la propia individualidad. Parece como si algo invisible impidiera que el hombre del siglo XX pudiera ir más allá de estas concepciones simplistas. En este dominio se encuentra el origen de las enfermedades psicológicas, verdadera pandemia de la época: hoy, el 25% de los menores de 30 años en España precisan la ayuda de psicólogos y psiquiatras; mañana, en 2040, se calcula que un 40% de la población mundial sufrirá algún tipo de desequilibrio psíquico.

A esta fase de corte con el mundo del espíritu, sigue la etapa de “normalización” y “estandarización”. Para gobernar un país como España en el que, sobre 44 millones de habitantes, cada uno aspira a tener su propia individualidad y a competir solamente en el acceso a bienes materiales, es preciso cambiar los mecanismos de poder real. Foucault hablaba del “biopoder” ejercido por las monarquías absolutas y que se ha mantenido hasta no hace mucho: se trataba de dominar los cuerpos. El gobernante absoluto, el dictador estalinista, el espadón tiránico, incluso el dirigente democrático y liberal, mantenían su poder en tanto que demostraban tener “derecho de muerte y poder sobre la vida”. Hasta principios del siglo XX, en efecto, las ejecuciones eran públicas. Se trataba de una “justicia ejemplificadora”: quien no seguía la regla impuesta por la ley, podía pagarlo con su vida. Cada ejecución pública, y antes, los castigos corporales infringidos ante la población, el cepo, la picota, o la ejecución pública mediante una elaborada y cruel tortura a la que fue sometido el regicida frustrado Robert-François Damiens (que Foucault, narra detalladamente con particular e indisimulado deleite sádico) en 1757, o el tratamiento al que había sido sometido antes Ravaillac en 1610, trase atentar contra Enrique II, incluso, antes, el mismo castigo de la crucifixión anterior, tenían como objetivo -afirma Foucault, al que no hay, necesariamente, que creer- obtener el “dominio sobre los cuerpos”. Eso aseguraba a los jefes políticos, la sujeción y la sumisión de su pueblo; Foucault utiliza la palabra “disciplinar”. Para Foucault, todas las instituciones creadas por el Estado capitalista, desde los hospitales a los cuarteles, los tajos y las minas, solamente buscan ejercer el poder de “disciplinar” al individuo y convertirlo en mecanismos meramente productivos, sometidos, eficientes y, sobre todo, dóciles al poder. Se trata de practicar una “biopolítica” cuyo objetivo era el dominio sobre el cuerpo de los ciudadanos.

La tortura pública y ejecución de Ravaillac y de Damiens, fueron necesarias a causa de la escasez y de lo limitado de los medios de comunicación de masas en aquellos siglos. Pero, a medida, que estos empezaron a proliferar desde finales del siglo XIX, los métodos para “disciplinar” a los ciudadanos fueron cada vez más sutiles. El “lavado de cerebro”, las “operaciones psicológicas” y el control sobre la información y sus contenidos, se convirtieron pronto en auxiliares eficientes de la “biopolítica”. Al acabar el siglo XX y comenzar el nuevo milenio, la aparición de nuevas tecnologías hizo que todo esto variase sustancialmente. Por entonces estaba claro que ya no se trataba de “disciplinar” individuos, sino a pueblos enteros, incluso a toda la humanidad, pues no en vano eran las décadas en las que se creía que podía llegarse en breve a un mundo globalizado y triunfaban los conceptos mundialistas.

Las sociedades habían ido ganando en “libertades” y se había producido también una elevación del nivel de vida, un alejamiento de las enfermedades endémicas de otras épocas, una mejora en las comunicaciones, en la salud y en la educación, a lo que se unía la intensificación de las comunicaciones interpersonales a través de sistemas analógicos primero y digitales después. A medida que pasaban las décadas del siglo XX, iban desapareciendo barreras, prevenciones, dogmas, tabús sociales, el sujeto era cada vez más libre y, sin embargo, lo sorprendente era –como ha observado Byung-Chul Han– que, en lugar de “progresar” hacia una sociedad más sana, más natural, más auténtica, en tanto que más libre, este proceso ha hecho que se disparasen las enfermedades mentales, las depresiones, los trastornos bipolares, las dolencias psicosomáticas, las crisis de pánico, en los niños el TDH (Trastorno de Déficit de Atención), etc. Byung-Chul Han interpreta este fenómeno lanzando un concepto nuevo: el de “sociedad del rendimiento”.

El concepto reconoce que, en este nuevo modelo social, somos “libres”, pero, al mismo tiempo, somos competitivos o bien estamos obligados a utilizar esa libertad para sobrevivir en el día a día. El único indicativo de que nuestra vida “va bien” es el éxito económico. Es decir, cualquier actividad está vinculada a obtener algún tipo de “rendimiento” que nos permita algún tipo de beneficio. En otras palabras, somos libres de todo… salvo de realizar actividades libres independientes del rendimiento. Estamos obligados a ser eficientes porque nos hemos transformado en “empresarios de nosotros mismos”, debemos de demostrar que “nuestra empresa”, esto es, nuestra vida, es rentable. No se trata ya de la libertad de “poder hacer algo”, sino del “deber de hacerlo”, porque, de no hacerlo, nuestra rentabilidad disminuye y consiguientemente nuestra autoestima merma.

Los escaparates de consumo, para colmo, y el exhibicionismo en redes sociales, son los proyectores que deben necesariamente demostrar que nuestra vida es perfecta, que va bien, que somos felices. Estamos obligados a serlo, pero, lamentablemente, la felicidad es, como el agua entre las manos, algo que se escapa a quien la persigue obsesivamente: siempre resulta inevitable que se cuele algún elemento no previsto, alguna bajada en nuestro rendimiento, o que alguien nos aventaje y demuestra vivir “mejor” que nosotros. Queremos utilizar nuestra libertad para obtener “poder”. Pero, a poco que miramos a nuestro entorno comprobamos que nuestra libertad es una ilusión y que el poder obtenido no es tal, sino, en cualquier caso, menor que el de otros y, en cualquier momento, si nos descuidamos, podemos vernos arrojados a posiciones irrelevantes. Nuestro “rendimiento” será, entonces, bajo; nuestra autoestima aún más baja. Por tanto, cualquier actividad que hagamos deberá ir destinada a promocionar un “producto”: nosotros mismos. Solo así tendremos la convicción de haber rentabilizado nuestra vida.

Si nos dedicamos a actividades no productivas, si nos ausentamos de las redes sociales, si no demostramos, mediante signos externos, capacidad adquisitiva, evidenciar el mantenernos en vanguardia de la moda, podemos considerarnos frustrados. Llega un momento en el que perdemos la noción de nosotros mismos: ya no sabemos quiénes somos, la que somos, el lugar en el que nos encontramos, porque es posible que el “look” que proyectemos a otros, no sea el que corresponde a nuestro verdadero yo.

Además, el papel de las redes sociales ha resultado deletéreo: somos “libres”, pero estamos constantemente observados por otros, por miles de desconocidos. Tenemos la sensación de que hay que buscar sus “likes”, satisfacerlos, captar su interés y su atención. Si lo conseguimos, anhelaremos que esa tendencia aumente más y más. Y si, por el contrario, fracasamos, podemos sufrir un derrumbe emocional difícil de superar.

Esto hace que, paradójicamente, en momentos históricos en los que han desaparecido instituciones, costumbres, hábitos, leyes y estructuras tradicionales que limitaban -y encarrilaban- las libertades, cuando deberíamos de ser más libres que nunca antes, sea el momento en el que estamos más controlados, observados, tiranizados y sometidos al conjunto. Es el gran hallazgo del neoliberalismo: lo que Han llama “la psicopolítica”. El sistema ha desistido de controlar los cuerpos, no nos “disciplina” mediante el miedo al castigo, o mediante la difusión de reglas y patrones de comportamiento, le basta simplemente con controlar nuestra mente y los “policías” son los otros. Nosotros mismos, podemos actuar como “policías del pensamiento” de otros.

Además, este planteamiento tiene otra ventaja que señala Han: un poder es tanto más efectivo cuanto menos visible es su presencia. Hoy, el poder actúa con la fuerza de un imán: el metal no percibe nada material, tangible, exterior, pero siente una irresistible atracción hacia el imán que se sitúa por encima de su propia voluntad. Es el redescubrimiento casi satánico del viejo principio taoísta del “wei wu wei”, el “actuar sin actuar”. No actúa, porque otros son los que actúan por él; no ejerce presión directa sobre nosotros, porque para eso están los otros. No ejerce sobre nosotros ningún control violento, no busca disciplinarnos: podemos aceptar ir con la corriente o contra ella, pero sabemos lo que ocurre en cada caso.

No es que la “biopolítica” haya sido liquidada por la “psicopolítica”; más bien, lo que ocurre es que éste tiende a complementar a aquella, a mantener el “control de los cuerpos”, realizando presión sobre sus mentes.

Aquí es donde se percibe el callejón sin salida del concepto de “libertad” emanada por la Revolución de 1789 y teorizado por los iluministas; deliberadamente hemos utilizado la minúscula para aludir al concepto. El caso del ser humano moderno, muestra que, incluso ante la ausencia de leyes y cortapisas, ante la desaparición de prejuicios y limitaciones, incluso en condiciones económicas que favorezcan la autonomía y el cumplimiento de cualquier deseo de consumo, el individuo no será libre porque puede estar sometido -de hecho, lo está- al peor de los tiranos: su propia interioridad. Y, por eso mismo, el concepto tradicional de libertad, tiene que ver también con el de “pureza”. Algo “puro” es algo que no está contaminado por nada, que no está condicionado por nada, que es él mismo, que es independiente de todo y no está penetrado por nada. Así mismo, la Libertad -esta vez con mayúscula- es la capacidad que tiene el ser humano de controlarse a sí mismo, de dominar todo lo que puede constituir una “impureza”: liquidar cualquier elemento que lo haga dependiente del exterior de sí mismo, controlar sus instintos -no renunciar a ellos porque eso implicaría tanto como renunciar a la condición humana- pero si tener la capacidad y la disposición para controlarlos. Y así se llega al concepto metafísico de Libertad. Luego, claro está, habrá que aludir a las libertades sociales que no son más que la proyección a este nivel del principio superior; y aquí, en lo contingente, ya no podemos hablar de “una Libertad”, sino de “las libertades”.

En el siglo XXI se evitar sugerir la más mínima limitación a “las libertades”, por mucho que sea evidente que algunas son “positivas” (la libertad de expresión, la libertad de información) y otras son, simple e incuestionablemente “negativas” (la libertad para mentir, la libertad para masacrar al prójimo, la libertad para ocupar o sustraer propiedades ajenas, etc.). Cualquier orden social exige, si pretende ser estable, una limitación a las libertades negativas, una idea que parece asustar a las vanguardias progresistas. Éstas parten de la base de que cualquier infracción a una ley se realiza invocando el principio de la necesidad o bien por falta de formación. Lo segundo se resolvería mediante la “educación” y lo primero habilitando leyes que admitan que cualquier necesidad humana, por el mero hecho de existir, debe ser satisfecha, a pesar de que suponga vulnerar las leyes naturales (elegir, por ejemplo, sexo), o bien las leyes sociales (el fenómeno de la ocupación) o la simple lógica (el fenómeno de la inmigración masiva inasumible para Europa). Se trata de eliminar cualquier límite que impida hacer efectivas “las libertades”.

Era frecuente observar en los medios anarquistas del siglo XX, como aquellos que abogan por una existencia libre de trabas y de estructuras que limiten las libertades, siempre terminen siendo grupos sometidos a la “estricta observancia” de los principios y a la censura que la aparente o real vulneración de estos por parte del individuo, lo haga acreedor a las denuncias de la “policía del pensamiento”. Esta deformación del comportamiento anarquista, finalmente, se ha extendido a toda la sociedad. Nunca una sociedad ha estado tan sometida a una tiranía “soft” como la nuestra. Hasta el extremo de que, como en la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, reír se ha convertido en una herejía peligrosa: el que ríe, es que lo hace de algo o de alguien. La inclusión impide cualquier comentario que pudiera ser considerado como un menoscabo para no importa quién. El resultado ha sido la desaparición de programas de humor, el que un conocido cocinero televisivo se haya visto obligado a dejar de contar chistes entre receta y receta, o que el 2020 la serie Los Simpson amenazara con eliminar el personaje de “Apu” porque podía ser considerado como un estereotipo del emigrante; hoy, por ejemplo, por primera vez en setenta años, han desaparecido las sitcom, las divertidas “comedias de situación” de las parrillas televisivas; las que se siguen viendo son reposiciones antiguas. Hoy resultaría imposible filmar una sitcom con suficiente fuerza como para hacer reír. La presión de lo “políticamente correcto”, la vigilancia de la “policía del pensamiento”, el miedo a quedar fuera de la dirección de la corriente, hace imposible y sospechoso la sonrisa. Mientras no haya inclusión, mientras la igualdad no sea absoluta y universal, mientras no se resuelvan los grandes problemas del planeta enunciados por la Agenda 2030, reír puede ser un síntoma de frivolidad, de falta de conciencia social, de discriminación. Esto es “psicopolítica”. Este es el principal rasgo de nuestro tiempo.








miércoles, 22 de marzo de 2023

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: DEJAD QUE EL NINOT ARDA SOLO

Reconozco que no perdí ni un solo minuto en seguir la moción de censura presentada por Vox a través de Ramón Tamames. Mi simpatía por él y por la vida, pero se sabía como iba a terminar. El viejo profesor de economía no sería elegido presidente y Sánchez, después de explayarse en lo bien que lo va haciendo, daría la orden a sus diputados y a los de ese ente en putrefacción que es Podemos, para que apretaran el botón del NO. En cuanto a lo que podía decir Tamames, es, probablemente lo que diría cualquier persona con un mínimo de sensibilidad política, con ojos y visión, con entendimiento y sea capaz de entender la situación actual. Lo dicho: no valía la pena perder ni dos minutos en seguir el espectáculo. Opté por ver una película de género negro español que recomiendo a todos: Muerte al amanecer, de José María Forn, estrenada en 1959. Aquellos eran espectáculos y no los que nos regala el parlamento.

Vaya por delante que considero que Pedro Sánchez es, no solamente el peor presidente que hemos elegido los españoles, sino el personaje más desaprensivo que aparece diariamente en los medios de comunicación, incluso por delante de Jorge Javier Vázquez. Pero su ciclo termina irremisiblemente. Habrá nuevas elecciones y a la vuelta de año y pico, Sánchez será historia, se dedicará a disfrutar de los réditos obtenidos en esta etapa, aparecerán escándalos protagonizados por su entorno, y seguiremos discutiendo durante muchos si habrá conseguido superar a Zapatero en el ranking de personaje más nefasto en la política española.

La moción de censura de Vox me sugiere cuatro reflexiones.

1) No era ni siquiera necesario presentarla.

2) De presentarla, debería haber sido Abascal quien la defendiera.

3) Cuando un presidente se encuentra políticamente desahuciado hay que dejarlo caer, como fruta madura.

4) Pensar que algún problema puede resolverse en el parlamento, es pensar en un mundo sin gravedad.

1) MOCIÓN RAZONABLE PERO INÚTIL

¿Recuerdan el chiste aquel de “me gusta jugar y perder”, “¿y cuándo ganas?”, “debe ser la hostia”? Presentar una moción de censura cuando se sabe, de antemano, que la votación está perdida, es un brindis al sol. Vox lo sabía y decidió que lo mejor era presentar la moción para erosionar al presidente y promocionar la propia sigla. Y es que, en democracia, nada se hace sino es para erosionar el contrario y beneficiarse políticamente. El día a día político desde principios de año ha estado marcado, por este orden: 1) por la ley del “si solo es si”, 2) por la ley trans de la que se empiezan a conocer los efectos más caricaturescos, 3) por el escándalo “del Tito Bernie”. A lo que, en breve, se añadirán los efectos caóticos de la “ley de mascotas”, que promete ser de la misma catadura que las anteriores promovidas por Podemos.

Sin olvidar que la inflación “subyacente” que percibe el ciudadano de a pie en su cesta de la compra o a la hora de repostar, no es la que indican las cifras oficiales. Y lo dice alguien que cada año guarda los tickets de compra: de febrero de 2022 a febrero de 2023, el gasto en alimentación ha aumentado del orden de un 30%. Los alimentos se han encarecido. Los supers retornan al viejo sistema ya ensayado en la crisis 2007-2011 de reducir el peso de los productos, bajar la calidad y mantener el precio o subirlo imperceptiblemente. Es una mala señal. Y no hay forma de que el ciudadano piense, cada vez que entra en un super o en un badulaque, que las cosas van pero que muy mal.

Políticamente, no es bueno que nada distraiga al ciudadano del desbarajuste legislativo que se produce cada vez que el parlamento escupe una ley, ni que se olvide de la inflación, efecto directo de muchos factores encadenados, el primero de todos, es la ausencia de una política económica digna de tal nombre y de las consecuencias económicas de políticas internacionales erráticas o seguidistas con respecto a las consignas emanadas por el Pentágono. Y una moción de censura, distrae la atención de los ciudadanos: da al gobierno, la oportunidad de echar balones fuera, explicarse, justificarse, presentar su gestión como brillante.

2) ABASCAL DEBIÓ DEFENDER LA MOCIÓN

La aventura política de Tamames se encuentra en su estación término. Se inició en el Partido Comunista de España; se habló incluso de él como sustituyo del verdugo de Paracuellos, Carrillo. Pero lo vio claro: el comunismo terminó cuando los intelectuales empezaron a criticarlo. Optó por ponerse al margen. Y, con el paso de los años, el demócrata representante de la Junta Democrática, pasó al otro extremo del arco político. Sigue siendo un demócrata, incluso es posible que siga teniendo una sensibilidad social de izquierdas, pero está a la derecha de la derecha en sus críticas al pedrosanchismo. Como economista -y es bueno, desde luego, mucho mejor que Sánchez- sabe lo que hay y sabe que estamos al final del camino, donde ya solamente puede haber perspectivas sombrías, gobierne quien gobierne. Pero Abascal, es el futuro para Vox. Es su líder máximo, su gran timonel, su ayatola. Debería haber sido él quien presentara la moción, si es que ésta -naturalmente- hubiera resultados imprescindible (que no lo era).

¿Por qué no lo ha hecho? Quizás para sacar como ariete a un hombre procedente de izquierda que podría tener como efecto el convencer a antiguos electores de izquierdas que el futuro ya no está en esa banda del espectro. Quizás para evitar salir erosionado si las cosas se torcían durante la moción. Quizás por falta de seguridad ante un choque directa con Sánchez. Vaya usted a saber. Un error y un menoscabo a su liderazgo.

Voz debería contentarse con mantener una cuota de votos que le permita disponer de una cómoda situación parlamentaria en la próxima legislatura. Feijóo terminará requiriendo el “apoyo exterior” de Vox si quiere gobernar, salvo que, en su miopía, se sume al “cordón sanitario” frente a Vox que piden algunos “demócratas”. Pero, lo más probable, dadas las actuales encuestas de intención de voto, es que Feijóo necesite los votos de Vox. Los tendrá, claro, pero la cuestión es que, a diferencia de Rajoy que, a fin de cuentas era un tipo ingenioso, imaginativo, maniobrero y gallego, en el mejor sentido de la palabra, Feijóo, en sus declaraciones públicas, resulta soso, poco imaginativo, cambia de opinión como de traje: no olvidar que entró en el cargo proponiendo un acuerdo con el PSOE y excluyendo a Vox, para, pocas semanas después, seguir proponiendo ese acuerdo con el PSOE, pero liberado del “peso del pedrosanchismo”; sostener que su primera opción de pacto era el PSOE y, finalmente, tras los despechos, beligerancia y traiciones de Sánchez y el silencio de los barones socialistas, aceptar que gobernaría en minoría apoyado por los votos de Vox “sin comprometerse”. No olvidemos tampoco que Feijóo fue el genio que propuso, mientras era presidente de la comunidad autónoma gallega, la vacunación OBLIGATORIA. Ese es Feijóo.

Lo más probable es que llegue al poder y que decepcione. En primer lugar, a su propio partido. En segundo lugar, a la sociedad. Finalmente, obtenga solamente la aceptación de los centros de poder que gobiernan hoy en Occidente: las big-tech, las corporaciones, las empresas de inversiones y, por supuesto, al Pentágono. Pero, parece improbable que Feijóo sea capaz -incluso que tenga la intención- de resolver los disparates realizados en estos últimos años. No se ve tampoco cómo podría resolver la quiebra del sistema educativo, la caída de calidad de los servicios públicos, empezando por la sanidad, restablecer la racionalidad en el tema de la inmigración masiva, resolver los problemas de delincuencia y orden público, restablecer una política exterior en el Magreb, vencer la corrupción generalizada en todos los niveles de la administración e, incluso, en el deporte, disminuir la deuda, generar confianza en los inversores, etc, etc, etc. Feijóo es, sin duda, el primer presidente del gobierno español del que podrá esculpirse un epitafio antes de que jure el cargo: “Núñez Feijóo, llegó, decepcionó, rompió su propio partido”.

Porque esa es la ocasión que debe esperar Vox: no fiarse de mociones de censura, no fiarse en la posibilidad de crecer electoralmente poco a poco, sino aprovechar el momento en el que el PP entre en crisis interior -lo que inevitablemente ocurrirá entre seis meses y un año después de llegar al poder- y empiece a cundir el desánimo, especialmente entre los “peperos” que no figuran en las listas de ministros o entre los elegidos por Feijóo. Ayuso estará allí para encabezar una oposición interior. Vox debe de ser capaz y estar en condiciones de tender puentes a la derecha del PP. Debe procurar, más que ganar votos o afiliación, estimular la ruptura en el interior del PP y, a partir de ahí, “sumar”: si bien no es probable que Ayuso termine ingresando en Vox, si sería mucho más lógico asistir a la construcción de un nuevo partido o de un “frente de la derecha” que aislara a lo que quedase del PP después del paso de Feijóo por la presidencia del gobierno.

3) DEJAR CAER EL NINOT QUE LA FALLA YA ESTÁ PLANTADA

En 2003 vimos como los marines entraban alegremente en Bagdad y derribaban la estatua de Saddam Hussein. Fue una escenificación inútil: Saddam Hussein estaba políticamente muerto desde el momento en el que decidió aceptar euros a cambio de su petróleo. A pesar de que su estatua siguiera hoy enhiesta en la entrada de Bagdad, ya no habría rastro de él, ni de su régimen. Y esto me recuerda lo ocurrido con la moción de Tamames. ¿Para qué tratar de derribar la estatua de Pedro Sánchez si, él mismo, poco a poco, está entrando, con paso firme y decidido, en el basurero de la historia? Creo que con una cerrada oposición parlamentaria a los disparates legislativos de PSOE/UP, creo que, con estimular continuas movilizaciones en la calle, creo que, con campañas de concienciación, con la utilización de medios de comunicación, ganando a la sociedad civil, se podría garantizar “el día después”, cuando el pedrosanchismo sea historia.

Podemos intuir cuáles van a ser las medidas del PSOE para mantenerse precariamente en el poder en este próximo ciclo electoral que comienza en un par de meses: comprar el voto mediante más y más subsidios y subvenciones, crear nuevos votos favorables nacionalizando a inmigrantes, a nietos de republicanos, a sefarditas. Sin olvidar, por supuesto, las artimañas habituales: difusión de bulos, mentiras, difusión del miedo a la derechona, compra al peso de carne de tertulianos, fraude en los votos por correo, etc, etc. Y, aun así, seguiría dominando en la calle el mismo sentimiento que se escucha hoy en todos los rincones: “todo está más caro, cada vez hay más corrupción”.

Vox haría bien en multiplicar en estos momentos su actividad a nivel de calle: la moción de Tamames ha suscitado poco entusiasmo en la opinión pública, llega cuando la “política” ocupa un interés muy secundario entre los españoles, no pueden pensarse que, después de décadas de ineficiencia del parlamento, lo que allí se debata tenga algún impacto directo en la opinión pública. Vox tiene que formar cuadros, reconocer que no todo lo que tiene es aceptable, que han ido a parar allí muchos residuos y mediocridades de experiencias anteriores y que debe de forjar una línea política y, sobre todo, una estrategia y un modelo que proponer a los españoles. Sabemos que se opone al pedrosanchismo y eso está bien. Nos dicen que son “fachas”, “ultras”, “trogloditas”, “antifeministas”, “excluyentes” y demás adjetivos tan ligeramente utilizados por la progresía. De ser ciertos, son buenas bases de partida… Pero hace falta hablar un lenguaje y tocar unas temáticas capaces de interesar a la gente joven preocupada por su futuro. En los próximos 10 años, la sociedad va a cambiar como no lo ha hecho en el último siglo: sería bueno que Vox presentara una alternativa a la Agenda 2030, que hablara claro sobre los problemas que plantea este proyecto globalista y mundialista. Y, falta mucho por hacer en esa dirección. De hecho, apenas hay aporte alguno en la web de Vox sobre la materia.

4) LOS PROBLEMAS NUNCA SE RESUELVEN EN LOS PARLAMENTOS

Pero, además, Vox -y, de hecho, toda la derecha populista europea- deberían de pensar que la política y la solución de los problemas presentes y los que aparecerán en el futuro, ya no puede depender de parlamentos inoperantes, situados a espaldas de la sociedad. Si nos fijamos en que las instituciones más desprestigiadas en España son los partidos políticos y los sindicatos, seguidos por el parlamento, nos daremos cuenta del drama de este país: sus instancia representativas no son consideradas como tales por la mayoría de la población.

La ruptura entre la “España real” y la “España oficial”, nunca ha sido tan patente como ahora. Y esto solamente puede resolverse mediante una reforma constitucional en profundidad. Así pues, basta ya de repetir el mantra de “que se cumpla la constitución”… Mejor sería reconocer que la constitución nació en circunstancias muy complicadas, fue un acuerdo entre distintas clases políticas con un interés de homologación a los estándares europeos traídos en el furgón de los vencedores en 1945, y que ya desde la época de Felipe González eran perceptibles sus puntos débiles y sus carencias: en materia de vertebración del Estado, en materia de división de poderes, en materia de representación, sin olvidar que el “garantismo” de nuestro sistema judicial, avalado por la constitución, no está ahí para garantizar los derechos del “choro” o del “robagallinas”, sino de una clase política que, cada vez se muestra más desaprensiva, cleptomaníaca y depredadora.

No; hay que acabar con todo esto. Y el primer paso consiste en reconocer que nuestro sistema constitucional debe ser reformado. No se trata de cambiar de gobierno, no se trata de ganar unos pocos votos, no se trata de tratar de derribar la estatua vacía de Pedro Sánchez, ni siquiera de asegurarse una presencia en un futuro gobierno de Feijóo. Se trata de reformar todas las estructuras de este país, después de haber mostrado la capacidad suficiente para elaborar una alternativa y de tener el valor para aplicarla.

No voy a ser yo quien anime a votar a Vox en las próximas elecciones. Solamente diré que, después de haber votado a la derecha azulada pepera, después de haber transitado por el voto de la izquierda socialdemócrata, de la izquierda socialista-ecologista, de la izquierda “indignada” primero e “inclusiva” después, tras haber votado a cada una de las variedades taxonómicas de nacionalismo, independentismo y regionalismo… cuando ya se han visto desfilar a todas estas opciones, va siendo hora de que el elector sea consciente de que la única opción que no ha experimentado sea el voto a Vox, más que nada, para probar algo diferente. 

Por que Vox ¿es diferente? ¿o es más de lo mismo? Sinceramente, espero que lo primera sea lo cierto.








 

lunes, 13 de marzo de 2023

Los textos de Evola sobre Europa: PREFACIO. Así están las cosas, aquí y ahora...


Resumen del prefacio que abre el Cuaderno Evoliano nº V, dedicado a EUROPA UNA. Dicho cuaderno, publicado en 1979 por la Fundación Julius Evola, prorrogado por Gianfranco de Turris y, posteriormente, reeditado en 1996, precisaba de una "puesta al día". Sabemos que este cuaderno disipará algunos entusiasmos europeístas que, nosotros mismos, vivimos desde los años 60 hasta no hace mucho. Pero sabemos también que el realismo es la actitud más consecuente en nuestro días, algo que frecuentemente habíamos olvidado. Siempre, la mejor actitud es "la cabeza en el cielo y los pies en la tierra". La selección de textos que realizó la Fundación Julius Evola muestra la mejor y más coherente actitud ante el "problema europeo". Ni es tan fácil, ni es tan claro como hemos creíamos. Los hechos le han dado la razón. El Cuaderno estará a disposición del público a partir del 15 de marzo de 2023 en Amazon


EUROPA UNA

FORMA Y PRESUPUESTOS

Los textos de Julius Evola sobre Europa


PREFACIO

El deseo de muchos de nosotros era que Europa hubiera podido existir como unidad creativa y viva, autónoma e independiente, liberada del nuevo orden mundial y del poder de la plutocracia; pero Europa ha revalidado lo que ya intuíamos que era antes del inicio del conflicto ucraniano: un enano sumiso a las decisiones del Pentágono, una entidad completamente descoyuntada, demostrando que casi ochenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, territorio colonial de los EEUU.

En el período que medió entre la creación del euro y la crisis económica de 2007-2011, todavía podían albergarse esperanzas en que los dirigentes europeos tendrían la ambición de dar un paso al frente y constituirse como un polo autónomo en un mundo multipolar. Hoy, esto ya ha quedado muy atrás. Europa, todo el continente, sin excepciones, hoy, en 2023, no es más que la “línea del frente” del belicismo anglosajón que ve, obsesivamente, en Rusia, a su “enemigo principal”. A ello contribuye el dogmatismo geopolítico del Pentágono, reavivado a final del milenio por la obra de Zbigniew Brzezinsky, El Gran Tablero Mundial. Ya hemos realizado una crítica a la geopolítica[1] y no es el caso volverla a repetir aquí.

Esa obsesión y lo que conlleva -el enfrentamiento directo con Rusia, cada vez más “caliente” al organizar en el “área de influencia rusa” la “revolución naranja” de 2004-2005 y, posteriormente, el “Euromaidán” en 2013-2014- es lo que ha impulsado al Pentágono y al complejo militar-petrolero-industrial a generar las condiciones objetivas necesarias para el inicio del conflicto ucraniano, resultado directo del dogmatismo geopolítico inspirado en Brzezinsky. ¿Es esa la política internacional de EEUU? Solo una parte. Nos explicamos.

El error que suele cometerse al examinar las actitudes del gobierno de los EEUU en política exterior radica en considerar que el poder en aquel país es “uno”. Se tiene tendencia pensar que el poder en aquel país, o bien radica en el “despacho oval” de la Casa Blanca o bien en las oficinas de los plutócratas de Nueva York, los “diosecillos de las finanzas” que ponen y deponen presidentes a su antojo. De hecho, no es así: en EEUU, en este momento, existen distintos centros de poder y distintas políticas divergentes entre sí. Una de ellas es la que busca el enfrentamiento con Rusia, cuyo “inspirador intelectual” sigue siendo la obra del ya fallecido Brzezinsky: interesados por la exportación y fabricación de armamento y tecnología militar por una lado y petróleo y energía, por otro. Pero hay otros vectores, igualmente importantes. Tres, en realidad.

Por una parte, el bloque tecnológico, provisto de una ideología religiosa “transhumanista”, que precisa un mundo globalizado para extender sus redes a todo el planeta. Es el “dinero nuevo”, las mayores acumulaciones de capital realizadas a partir de empresas de alto valor añadido que precisan poca inversión en relación a los beneficios económicos obtenidos y mucho menos personal que las empresas convencionales, pero con unos niveles de cualificación técnica muy superiores. Son las “big-tech”, propietarias de las nuevas tecnologías y que, por eso mismo, creen que les corresponderá dictar las reglas del juego a las clases políticas dentro del marco de la Cuarta Revolución Industrial. Este sector, desde el inicio del conflicto ucraniano, ha visto, horrorizado, como se diluye el “mundo globalizado” y como emergen dos mundos diferentes y contrapuestos: el mundo tecnológico de Silicon Valley y el mundo tecnológico asiático. “Su” globalización ha perdido las posibilidades de operar sobre más del 50% de la población mundial. Esto, explica, por sí mismo, la “crisis de las big-tech” iniciada desde mediados de 2022 y que la reciente quiebra del Banco de Silicon Valley ha confirmado.

Por otra parte, existe el “bloque del comercio mundial y de la logística”, formado por grandes empresas que viven del import-export. Hasta ahora y desde principios de los años 90, cuando empezaron a percibirse los primeros efectos de la deslocalización, estas empresas que habían trasladado sus plantas de producción a Asia y al Sudeste Asiático, vinculadas a empresas de logística y a navieras, tenían su gran negocio en el comercio mundial y en el tránsito de mercancías. Básicamente, su negocio era producir en los lugares de más bajos costes laborales, distribuir mediante propias redes logísticas y vender en los países con más elevados niveles de consumo. Para ello necesitaban un mundo regido por los principios neo-liberales extendidos a todos rincones, lo más “desregulado” posible. A partir del año 2000 -cuando las estadísticas macroeconómicas constataron el irresistible ascenso de la República Popular China- estas empresas se obstinaron en mantener esa política. Sufrieron un primer impacto, cuando la llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca, intentó reactivar la “economía real” de los EEUU -esto es, la economía industrial- restableciendo aranceles para algunos productos procedentes del extranjero. Se trata de un sector que está viendo como la intensificación de las sanciones de los EEUU a Rusia, está acelerando que el eje de la economía mundial se vaya desplazando de Asia-Pacífico, a los tres países que encabezan a los “países BRICS” (Rusia, India y China, “países BIC”).

Y todavía queda un tercer sector, el financiero que, por una parte, ve en el conflicto ucraniano una posibilidad para obtener beneficios, tanto de la guerra como de la reconstrucción que seguirá (en el caso de que Zelensky logre sobrevivir al conflicto). Pero este sector tiene, así mismo, terror en que esta “guerra caliente” desemboque en una “guerra económica” de la que se perciben los primeros síntomas y que los EEUU no pueden ganar. En efecto, las compras masivas de oro que está realizando desde 2005 la República Popular China, han aumentado en estos últimos meses, percibiéndose en los mercados que también Rusia está empleando sus excedentes en adquirir toneladas de oro de todo el mundo. Hasta ahora, los economistas occidentales, despreciaban estos movimientos -absurdos para ellos, en la medida en la que, desde 1972, el presidente Nixon había eliminado el oro como respaldo del dólar a causa de los altos costes de la guerra del Vietnam y de la necesidad que implicaba imprimir más dólares por encima de las reservas de oro almacenadas en Fort Knox-, pero en los últimos meses se va aclarando la intención de esta iniciativa ruso-china. La crisis de las criptomonedas en 2022, ha demostrado a las claras que la idea de una moneda digital, aupada en la tecnología blockchain era excelente, pero que el mal uso especulativo, la había convertido en un pozo sin fondos y en un terreno apto solo para estafadores, aventureros económicos e inversores obsesionados con beneficios rápidos.

Además, desde hace décadas, no existía ninguna duda de que el dólar estaba sobreevaluado (entre un 40 y un 60%) en relación a su valor real y eso era lo que permitía a la economía norteamericana ser el país más endeudado del mundo. En efecto, en 2021, la deuda pública de los EEUU fue de 24.894.852 millones de euros, el 128,13% del PIB de aquel país. Si el dólar, en estas circunstancias, mantiene su fortaleza es por un doble motivo: de un lado por la presencia de bases americanas en medio mundo, que garantizar la “fidelidad” de los “Estados vasallos” (los “imperios” no tienen “aliados”, sólo “vasallos”): de otro, porque el dólar es la moneda de cambio mundial (todo aquel que, hasta ahora, ha intentado realizar intercambios comerciales utilizando otras monedas, ha terminado siendo considerado como “el enemigo” y puesto en el índice de los gobiernos a destruir: Saddam Hussein, Muhamar El Gadafi).

Pero, ahora el dólar se enfrenta a un enemigo mucha más difícil de abatir: la posibilidad de que los “países BIC”, generen una divisa propia que utilicen para sus intercambios comerciales y, al mismo tiempo, una criptomoneda avalada con las reservas de oro acumuladas durante dos décadas. Esto supondría, la quiebra del poder económico de los EEUU y la certificación del final de sus sueños de hegemonía mundial, situándole en plena quiebra económica ante la imposibilidad de afrontar el pago de su impagable deuda. Y esta es la perspectiva que aterra, especialmente, al sector financiero-especulativo que correría el riesgo de ver cómo se desmoronaban sus gigantescas acumulaciones de dólares y veían vedados sus accesos a la nueva criptomoneda generada por los “países BIC”.

El gran problema y la gran incertidumbre del año 2023, es cómo estos distintos centros de poder de los EEUU pueden responder ante una perspectiva de crisis y pérdida de la hegemonía mundial. Porque, tras la caída del Muro de Berlín y tras la Guerra de Kuwait, el presidente George Busch, proclamó que su país se había convertido en la “única potencia hegemónica”, custodio y garante del “nuevo orden mundial”. Más de 30 años después, los EEUU ven que aquel diseño se les ha terminado escapando de las manos: Rusia se ha reconstruido, China se ha convertido en la gran potencia económica mundial, estos dos países, junto a la India, se han alineado en un frente único (acelerado por el estallido del conflicto ucraniano)… El “nuevo orden mundial”, cuya sombra se percibe, ya no es el diseñado por el presidente Bush tras la “Operación Tormenta del Desierto”: y los EEUU quieren “ese orden” y no otro, especialmente el complejo militar-petrolero-industrial, las big-tech, las empresas globalizadas y deslocalizadas, y la telaraña financiero-especulativa. Cualquier otra situación mundial perjudicaría a sus intereses (en tanto que los limitaría a una parte del mundo, no ha a la totalidad del globo).

A partir de aquí, las posibilidades son solamente tres:

- los EEUU aceptarán un repliegue hacia el interior, al aislacionismo de otros tiempos, tratarán de reconstruir sus infraestructuras y su sistema industrial y aceptarán ser una “pata” en un mundo multipolar. Tal sería la “línea Trump”. Sin duda, la más razonable.

- los EEUU persistirán en sus intentos de mantener la hegemonía mundial tratando de erosionar a los otros competidores, desatando conflictos localizados que los vayan desgastando y debilitando, mientras la producción bélica y las inversiones en la reconstrucción de las zonas destruidas, reactivan la economía norteamericana. La posibilidad más peligrosa.

- los EEUU sufren un desplome interior a causa de sus conflictos de carácter social (entre ricos y pobres) y étnico (ninguno de los cuales ha perdido sus señas de identidad), conflictos entre Estados (Norte contra Sur, “cinturón de la Biblia” contra “cosmopolitismo neoyorkino-californiano”, diferencias de PIB entre las distintas zonas del país) o bien, conflictos entre distintos centros de poder económico (y, por tanto, entre distintos tratamientos de las políticas exteriores e interiores). Sin duda, la posibilidad más saludable.

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Tal es la situación en la primavera de 2023. ¿Qué tiene que ver todo esto con el tema de Europa, de la unidad europea y con Julius Evola? Mucho.

Evola escribió páginas inspiradas sobre estas temáticas que quedan recogidas en las páginas que siguen. Hace falta leerlas con detenimiento para advertir que, una vez más, no se equivocaba. Los textos reunidos en este cuaderno abarcan desde 1934, Nacionalismo y colectivismo (texto revisado por Evola en 1969) hasta Europa una: forma y presupuestos (escrito en 1953 y revisado en 1972). Se trata de textos fundamentales en la obra de Evola, no son, en absoluto, divagaciones sobre problemas del momento. Entre ambos, la Fondazione Julius Evola, situó en este cuaderno tres textos sobre la temática europea, escritos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial: El problema “europeo” en el Congreso “Volta” (1932), Elementos de la idea europea (1940) y Sobre los presupuestos espirituales y estructurales de la unidad europea (1951), finalizando con un Apéndice sobre El estado patológico de la Europa Contemporánea (1955).

Cabe decir que, conocíamos algunos de estos textos desde los años 70 y que utilizamos uno en concreto para construir nuestra aportación a la obra Thule, la cultura de la otra europea, en el capítulo dedicado a Jean Thiriart (que fue la excusa para que el fallecido Cuadrado Costa, nos respondiera sin entender el fondo de la cuestión). Nadie podía dudar que Evola era “europeísta” y que estaba por una unidad europea; pero nunca se forjó falsas esperanzas. Para que Europa pudiera ser “una”, faltaba la idea superior necesaria para su construcción: la idea Imperial y esta no podía ser, como aspiraba Thiriart, una “voluntad geopolítica de poder” avalada por un activismo europeísta frenético promovido por un “movimiento europeo integrado”. La tesis de Thiriart era una adaptación del castrismo “foquista” de los años 60: para que estalle un proceso revolucionario, según esta tesis, no es necesario que estén presentes “condiciones objetivas”, la propia existencia del “foco guerrillero” tiende a crear esas condiciones y a arrastrar a las masas con su entusiasmo, valor y ardor activista. La tesis supuso la destrucción de toda una generación de guerrilleros iberoamericanos, inmolados en aquella locura colectiva (que llegó también a la Europa de los años 70 y principios de los 80).

La crítica que hace Evola, tanto a Thiriart como a Ulick Varenge (Francis Parker Yockey) es ponderada, pero resulta demoledora. Es cierto que está mucho más próximo a Varenge que a Thiriart, pero utilizando las tesis de Varenge sobre Spengler, logra demostrar lo que, seguramente, ni el propio Evola, hubiera querido que fuera cierto: que vivimos un período de “Civilización”, no de “Cultura” y que una “idea Imperial” solamente aparece en períodos de “Cultura”. De ahí que la construcción europea que es posible en estos períodos solamente pueda corresponder a criterios económico-sociales, geopolíticos o a intereses nacionales, pero no a los que inspiran y crean verdaderos “Imperios”: valores y principios de orden superior encarnados en élites que marcan los destinos de los pueblos.

Por eso, la construcción de Europa, asumido por el “Tratado de Roma” que dará vida, posteriormente al Mercado Común Europeo, luego a la Comunidad Económica Europea y, finalmente, a la Unión Europea, no podrán alcanzar nunca una “Europa Unida” bajo el signo del Imperium. Fueron y serán construcciones humanas, temporales, sometidas a los vaivenes de la política y de la economía internacional, construidas en el aire y que ni siquiera serán apoyadas por las masas. Eso es, exactamente, lo que ha ocurrido con la UE. Hoy lo constatamos; Evola lo había previsto desde los años 50.

Gianfranco de Turris, publicó una introducción al texto que presentamos en este cuaderno: “Julius Evola – Europa Una: forma y presupuestos – Segunda Edición Ampliada – Cuadernos de Textos Evolianos nº 10”. La primera edición es de 1979, la segunda -sobre la que hemos realizado la presente traducción- data de 1996. Vale la pena añadir algo a esta presentación que termina cuando todavía se ignoraban los resultados del Tratado de Maastrich y la evolución futura de la Unión Europea y de sus posteriores ampliaciones.

Si hasta los años 80, la Comunidad Económica Europea era considerada por unos como “la Europa de los tecnócratas” y por otros menos piadosos como “la Europa de los tenderos”, a partir de Maastrich existió la posibilidad de que pasara, de ser un “espacio común” a una “federación nacional” estable. Pero Europa era muy diversa y los nacionalismos distaban mucho de haberse extinguido. No fue posible aprobar una “constitución europea” (aprobada acríticamente en países como España en donde el referéndum convocado no suscitó el más mínimo interés y resultó aprobada… por menos del 50% del censo electoral; y rechazada masivamente por Francia y Holanda) y, desde entonces, se ha cumplido lo que Evola preveía desde los años 50, cuando todavía no existía el Parlamento Europeo: que la futura institución se ha convertido en una especie de fotocopia ampliada de los errores y las conductas corruptas e incapaces de los parlamentos nacionales.

Hoy, la “Unión Europea”, ni es “unión”, ni es “europea”.

No es “unión” porque las tensiones entre los distintos países, las desconfianzas e, incluso las artimañas que algunos países utilizaron a la hora de negociar los “tratados de adhesión” (fue Margaret la Tatcher la que en sus memorias se sorprende de que el gobierno de Felipe González firmara el tratado de adhesión de España, que implicaba la liquidación de nuestra industria pesada, en lo que se convirtió en la lamentable “reconversión industrial”, y ni siquiera garantizara la expansión de nuestro espacio agrícola) y asegurar su hegemonía central sobre las “naciones periféricas”, generaron maniobras en sentido contrario (el intento de Aznar de constituir una “alianza de países intermedios” de la UE -España y Polonia-, frente al eje franco-alemán, especialmente en los momentos en los que el Pentágono estaba preparando la guerra de Irak), mientras que los nuevos socios llegaban con los bolsillos vacíos, atraídos por la posibilidad de que la UE financiara su reconstrucción tras el período socialista, hicieron de la “Unión” un conjunto heteróclito e inestable de intereses que, incluso, poco a poco, fue abandonando el atractivo que inicialmente tuvo: a fin de cuentas, la “Europa de los tecnócratas” garantizaba planificación, eficiencia y rigor… La “Europa de los pedigüeños” estimulaba solo la corrupción, el despilfarro y la irresponsabilidad de las clases políticas de los países periféricos e incluso del eje franco-alemán.

Cuando se inició el proceso de globalización, la Unión Europea aceptó ser una “pata” -la “pata europea” de un sistema económico mundial globalizado. Permitió que industrias y capitales marcharan de Europa para instalarse en las zonas asiáticas y operar en mejores condiciones de rentabilidad. Y, al mismo tiempo, se plegó a las imposiciones de los centros de “poder mundialista” (fundamentalmente la ONU y la UNESCO), aceptando a decenas de millones de inmigrantes que, tras ser presentados como “salvadores de Europa”, han terminado siendo un lastre económico y un elemento de atomización e inestabilidad social, que augura un futuro extraordinariamente complicado, especialmente en Europa Occidental. Por todo ello, la “Unión Europea”, tampoco es “europea”: es un espacio en el que la “ideología woke”, la inmigración masiva, la pérdida de identidad, especialmente en Europa Occidental, han alcanzado un ritmo vertiginoso, muy superior incluso a su foco originario, el mundo anglosajón.

Hay que sentir admiración ante algunas líneas de Evola que ya había previsto algo de todo esto. Incluso el Evola de los años 40 no se mostraba excesivamente optimista respecto al futuro, en el momento en el que las armas sonreían a las naciones del Eje. Veía las limitaciones del proyecto en el excesivo nacionalismo de los promotores. Porque, a fin de cuentas, el nacionalismo, ese producto del liberalismo económico, generado inicialmente por las burguesías industriales, ese “individualismo de las naciones”, era irreconciliable con la construcción de una Europa Imperial. Salvo que se asumiera las naciones de Imperium y de Autoritas en el sentido clásico, emanadas ambas de una concepción metafísica que no tenía nada que ver con el demos. Y ese era el problema: que en una época crepuscular de “civilización”, ni siquiera los regímenes fascistas hubieran podido prescindir de los elementos que los habían llevado al poder: nacionalismo, populismo, apoyo de las masas, en definitiva.

Evola veía ya en los años 30 que el “mito de Europa” solamente podía sostenerse recuperando la temática imperial en tres momentos de la historia del continente: el Imperio Romano, la Edad Media gibelina y la Santa Alianza de Metternich en el siglo XIX. Fuera de esas referencias, todo lo demás eran ilusiones, falsificaciones históricas construidas sobre el vacío o esperanzas en acciones voluntaristas sin bases sólidas.

La esperanza evoliana en aquella época radicaba en que el “Eje” terminara asumiendo la idea del Sacro Imperio Romano-Germánico tal como había sido concebido por los Hohenstaufen o bien llevar hasta el final la idea del Imperio Romano que, en el fondo, había sido recuperado por Mussolini. De ahí que Evola trabajara, tanto en Italia como en Alemania: en el entorno de Farinacci, de Giovanni Preziosi y de la Escuela de Mística Fascista, o en la revista La Difesa della Razza, y en los aledaños de la “revolución conservadora” alemana, el Herrenklub, la Europaïsche Revue del príncipe Karl Anton von Roham, una parte de cuyos miembros inspiraban la política exterior del Reich. Y, ni siquiera en esa época, Evola parecía ser excesivamente optimista sobre el futuro del proyecto europeo. El Congreso “Volta” del año 32 demostraría las limitaciones “europeístas” de todos los participantes, sus divergencias; y, aparte de que se sintiera más próximo a unos y más distante de otros, parece evidente que lo consideró una ocasión frustrada de dar un paso al frente al Nuevo Orden Europeo. Y el drama era que, sin esa nueva ordenación continental, Europa terminaría siendo anegada por el “Este” y por el “Oeste” (las dos pinzas de la tenaza que ya denunció en tres ocasiones en textos recogidos en el Cuaderno Evoliano nº 4). Así ocurrió, finalmente.

Después de la guerra, observó con interés las iniciativas neo-fascistas, pero sin excesiva fe en que pudieran desembocan en buenos resultados. Rebate ampliamente las tesis de Thiriart en Europa unidad: forma y presupuestos, especialmente en la revisión realizada en 1972 y, como ya hemos dicho, lleva hasta el final las tesis de Varenge-Yockey en Sobre los presupuestos espirituales y estructurales de la unidad europeo, desmontando el planteamiento spengleriano de este autor.

En el examen de los artículos publicados por Evola en distintos diarios durante la Guerra Fría su planteamiento sigue siendo el mismo. Acepta las tesis del Movimiento Social Italiano y explica que la única diferencia entre el dominio soviético y el norteamericano, radicaba en que el primero supondría la aniquilación completa de cualquier forma de disidencia interior, la desaparición física de sus defensores y la imposibilidad incluso de mantener residuos de resistencia, mientras que la dominación americana dejaba espacio para la libertad de expresión, aunque, en el fondo, aceptaba implícitamente la frase que pronunció Alexander Solzhenitsin a mediados de los años 70: “La única diferencia entre el Este y el Oeste, es que, en el Este no puede decirse nada y en el Oeste, puede decirse todo, aunque no sirva para nada”. Aquí vuelve a plantear la misma problemática en el apéndice, añadido en la segunda edición italiana del presente cuaderno: El estado patológico de la Europa contemporánea, escrito en 1955 y que toma una novela de Arthur Koestler y el libro de Viktor Kravchenko, Yo escogí la libertad, como excusas.

Para Evola, hacía falta ser anticomunista; por supuesto, pero no bastaba con un anticomunismo defensivo, ni bastaba apenas a la “defensa de Occidente”, había que ir más allá. Éste solo podía encontrarse en ideas absolutas, no en el relativismo democrático que solamente era -y sigue siendo- capaz de ofrecer a los pueblos europeos “distracciones”, coberturas al nihilismo; dice Evola: “las masas se distraen, y la farsa de la lucha anticomunista del gobierno constituye una de estas distracciones”. El “anticomunismo positivo”, necesariamente, es también un antiliberalismo “activo”.

Para el Evola de los años 50, otra cosa que no fuera ese “anticomunismo positivo” que solamente podía apoyarse en las ideas de Imperio y Autoridad, y, por tanto, ser también antiliberal, era una falsa solución. Resultaba imposible partir de una “Europa” tan diferente y distintas en todas sus partes, sin existir ni raza, ni religión, ni identidad común. Su alternativa -que él mismo, reconocía como “problemática”- implicaba partir de una “reconstrucción orgánica de Europa” a través de sus partes (los Estados-Nación) y de la construcción de élites en cada uno de tales partes, para que luego, las cúpulas pudieran forjar esa unidad que estaba por encima de las partes: no en vano, las aristocracias medievales tenían una conciencia supranacional de unidad (algo que José Antonio Primo de Rivera ya anotó en sus últimos escritos en prisión[2]).

Ya no se trata, de “crear una unidad europea”, sino de entrar en un nuevo ciclo de Cultura (la Kultur spengleriana), tarea que solamente podía ser asumida por élites, esto es por “nuevas aristocracias”. La concepción jacobina de Europa, enunciada por Jean Thiriart, podía entusiasmar momentáneamente a unos cientos de jóvenes en el continente decididos a quemar unos años de su juventud en la pira del activismo frenético, pero carecía de bases sólidas: era un simple proyecto voluntarista que ni siquiera tenía en cuenta las condiciones objetivas que vivía Europa en la segunda postguerra. La concepción de Varenge, mucho más coherente y anclada en ejemplos históricos, era igualmente inviable por lo que ya hemos dicho.

Quedaba, pues, esperar; hay problemas que no tienen solución Solo queda reconocerlos y asumir las consecuencias: quedaban las catacumbas, no para eternizarse en ellas, sino a la espera del surgimiento de nuevos liderazgos, la afirmación de personalidades dominadoras, y, claro está, para mantener la llama encendida de la Tradición (y de la “transmisión” a nuevas generaciones que la propia idea implica). Medio siglo después del fallecimiento de Julius Evola, estas ideas siguen igualmente en pie y siguen siendo las más coherentes. Hoy, incluso, mucho más que ayer. Por eso hemos decidido traducir, editar y prorrogar este cuaderno.

Ernesto Milá

Barcelona 12 de marzo de 2021


[1] El fascismo y la técnica, E. Milá, Eminves, Amazon, 2023.

[2] Cfr. Aristocracia y aristofobia, incluido en el volumen Papeles póstumos de José Antonio, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Plaza&Janés Editores, Barcelona, 1996, pág. 178-182.









sábado, 25 de febrero de 2023

ESCALADA BÉLICA EN EL “CONFLICTO UCRANIANO” Y EL PRECEDENTE HISTÓRICO

El conflicto ucraniano debe hacernos reflexionar. En EEUU existe una guerra civil en las alturas entre distintos grupos de poder. Si bien existió un acuerdo entre estos grupos para derribar a Donald Trump y colocar en su lugar a un anciano obtuso y con las facultades mentales disminuidas, a partir de ese momento, los intereses del complejo militar-petrolero-industrial, han tomado la iniciativa sobre los consorcios de inversión, la industria pesada, incluso sobre la todopoderosa industria químico-farmacéutica. La visión del grupo predominante en estos momentos es que solamente una guerra puede resolver la situación de la economía norteamericana y evitar que en apenas un lustro la República Popular China se coloque por delante.

Los EEUU, traían la lección bien aprendida, en tanto que anglosajones (porque en EEUU todavía es el grupo étnico anglosajón el que detenta el poder, mientras que la influencia del grupo étnico judío se encuentra, en la actualidad, muy distribuida en distintos sectores con intereses contrapuestos: los intereses de Hollywood no son los mismos que los de las big-tech, ni los de estos idénticos a los consorcios de capital-riesgo, en todos los cuales, existe un predominio de elementos de origen judío; pero ni siquiera en el interior de este grupo étnico existe identidad de intereses, ni de objetivos). Todo ello nos da un cuadro lo suficientemente poliédrico del poder en los EEUU. ¿Y los intereses del pueblo norteamericano? ¿y la tan cacareada “democracia americana”? Ninguno de estos grupos, desde luego, tiene el más mínimo interés por otra cosa que no sea por la defensa de los intereses de sus respectivos “carteles”. Solo existe una única certidumbre que constituye el cemento de todos estos grupos: que el destino de los EEUU está ligado al destino del dólar y que, cualquier amenaza contra el dólar debe ser conjurada lo antes posible, o de lo contrario, entrañará la ruina del “imperio”.


RECORDANDO LO QUE FUE EL IMPERIO BRITÁNICO

Solamente partiendo de estas bases puede entenderse la política norteamericana actual. Y solamente partiendo de los ejemplos históricos heredados de la raza anglosajona se entienden las prácticas actuales de la política exterior norteamericana y hacia dónde van orientadas.

Desde hace 300 años, ha existido una línea constante en la política exterior británica: evitar que pudiera formalizarse un eje París – Berlín – Moscú que impediría al mundo anglosajón poner los pies en la Europa continental. Porque los gobiernos ingleses nunca, absolutamente nunca, se han considerado ni “europeos” ni han querido “formar parte de Europa”. Esta política pudo tener su lógica cuando el Reino Unido era un “imperio”. Fue el primer “imperio comercial”. Nunca extendió sus líneas con intención civilizadora, sino que siempre lo hizo de manera depredadora. Para el Reino Unido -y tal era otra máxima de su política exterior- no existen “amigos o enemigos”, sino “intereses”.

La decadencia del imperio británico ya era palpable desde los años 30. Era la época de los nacionalismos y por todas partes aparecían movimientos de “liberación nacional” con intenciones centrífugas. Cuando Hitler llegó al poder en Alemania y estabilizó su gobierno, especialmente hacia la segunda mitad de los años 30, era frecuente que en los países árabes se gritara en las manifestaciones independentistas: “En el cielo Alá, en la tierra Hitler”. Incluso en la “joya de la corona” los movimientos independentistas estaban divididos entre los beligerantes pro-germanos y los pacifistas de Gandhi. Japón, por su parte, había lanzado también la consigna de “Asia para los asiáticos”. Aquello no podía durar mucho tiempo.

Pero nada de todo esto fue obstáculo para que los ingleses mantuvieran sus posiciones en política exterior: a pesar de los notorios esfuerzos de Hitler -que nunca valoró al Reino Unido como un adversario, sino que hasta 1939 lo consideró como un “posible aliado étnico”- por formar una alianza con este país, Downing Street, a pesar de dudas y vacilaciones, nunca varió su política exterior. Y es ahí en donde un día los historiadores reconocerán la responsabilidad británico en todo lo que ocurrió después (quien hace imposible la paz, quien hace todos los esfuerzos por desencadenar una guerra es responsable de todo lo que ocurre después, incluidas masacres, campos de concentración y bombardeos a ciudades).


LAS LECCIONES BRITÁNICAS SOBRE CÓMO SE PREPARA UNA GUERRA

¿Existían posibilidades de un “eje París – Berlín – Moscú” en 1939? La respuesta no puede ser más que afirmativa: con una Francia que estuvo en crisis desde finales de la década de los 20, con un imperio colonial todavía más deteriorado que el inglés, tenía frontera común con un Reich que se había convertido -tras la incorporación de los Sudetes, después de la remilitarización del Sarre, tras la incorporación de Austria, tras la descomposición de aquel país artificial que fue Checoslovaquia en dos partes que, inmediatamente, solicitaron la “protección” del Reich- en una gigantesca acumulación de poder industrial y de población (90 millones de habitantes). Sin olvidar que, tras los acuerdos económico-políticos con los países de la “Mitteleuropa”, las alianzas con Italia y con la España de Franco, la economía europea se estaba “germanizando”. El Reino Unido vio desde 1935-36 que el Reich se le estaba adelantando en todos los terrenos, incluido el militar, y que en apenas unos años, no haría falta que países como Francia siguieran manteniendo una “democracia”: en apenas un lustro la economía europea, incluida la francesa, giraría en torno a la alemana y, a partir de ahí, ya era preciso reconocer que Londres habría perdido definitivamente la carrera por la hegemonía en Europa.

Solamente una guerra que se librara en territorio europeo y destrozara a las partes, tal como había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, podía detener ese proceso de “germanización” de Europa. Faltaba el “casus belli”. La chispa que lo incendiara todo. Y ahí estaba el nacionalismo polaco. Polonia, creada con fracciones desgajadas del imperio ruso, del imperio austro-húngaro y del Reich guillermino, mantenía la ficción de convertirse en un “imperio”. Los medios de comunicación polacos, en los años 20 y 30, aludieron frecuentemente a esta temática que estaba en el alma del nacionalismo. Ese “imperio” debía llegar desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro, absorber lo que había quedado de Prusia Oriental bajo bandera alemana, parte de Ucrania -sí, de Ucrania-, ampliar su territorio en Silesia y con regiones de Rumania, hasta Moldavia… El problema era que Polonia había pasado el “siglo de los imperialismos”, dividida en “particiones” y, el nacionalismo polaco no quería advertir que, entre dos gigantes, el Reich y la URSS, la mejor opción era un discreto neutralismo.

Otro elemento entró en juego: los servicios de inteligencia británicos y franceses habían colaborado en primera línea en la constitución de un servicio de inteligencia polaco. Estos, incluso, lograron descifrar antes el código de la máquina “Enigma” que trasladaron a los ingleses, en un episodio suficientemente conocido y que demuestra la relación estrecha entre estos servicios. A partir de 1938, los servicios británicos fueron enviando informes adulterados al Estado Mayor polaco en los que aseguraban que el ejército alemán era todavía débil y que no resistiría una guerra prolongada. Dichos informes afirmaban que, el ejército alemán era un mito y que el polaco tenía una mejor capacidad bélica. Estos informes, convenientemente manipulados, llegaron a prensa polaca que, además de llamar a la “limpieza étnica” en los antiguos territorios prusianos en manos de Polonia gracias al Tratado de Versalles, aseguraban que, en quince días de conflicto, el ejército polaco llegaría ¡a Berlín! Durante 1939 las manifestaciones en las calles de las ciudades polacas en las que podía oírse como consigna “¡A Berlín!” fueron tan frecuentes como los actos de violencia contra las comunidades germanas que se encontraban en territorio polaco.

Cuando los ingleses advirtieron que alemanes y soviéticos estaban negociando un pacto -que, en realidad, no era más que una ampliación, extensión y concreción del Tratado de Rapallo- optaron, en primer lugar, por adelantarse (fracasaron en su intento de llegar a un acuerdo con Stalin) y, en segundo lugar, acentuar su apoyo al nacionalismo polaco. Para ello, garantizaron lo que sabían que era imposible: que defenderían la causa polaca. ¿Cuál era esa “causa”? La causa nacionalista, la que quería que Danzig, la antigua capital del Hamsa, la ciudad de los Caballeros Teutónicos, no solamente no se incorporara al Reich, sino que lo hiciera a Polonia y tener las manos libres para practicar la “limpieza étnica”. En una palabra: la locura nacionalista.

Lo que la historia no ha logrado borrar del todo es:

1) el recuerdo de que, hasta última hora, Alemania ofreció negociar a Polonia la “cuestión de Danzig”, ofreciendo generosas contrapartidas.

2) el recuerdo de que los “aliados occidentales” impulsaron a Polonia a la guerra, sabiendo que su defensa era imposible,

3) que el nacionalismo polaco, crecido y amamantado por el Reino Unido, hizo imposible la paz,

4) los asesinatos constantes de campesinos alemanes que ocurrieron a lo largo de 1939, exterminados por extremistas nacionalistas y miembros de las fuerzas armadas polacas, sin que el gobierno polaco moviera ni un solo dedo para impedirlo,

5) el deseo unánime del pueblo de Danzig de incorporarse al Reich.

Poco importa que la historia oficial, desconsidere hoy, en un franco desprecio hacia la verdad, estos cinco elementos. Están ahí, para quien quiera escarbar más allá de la historia escrita por los vencedores y que todavía sigue en vigor solamente porque uno de ellos, los EEUU, siguen existiendo.

Pero este caso, como el lector habrá advertido, tiene un asombroso paralelismo con la “crisis ucraniana”.

LO QUE VA DE POLONIA A UCRANIA Y DEL REINO UNIDO A LOS EEUU
LO QUE VA DE 1939 A 2023

El Imperio Británico es un recuerdo paradójico en la medida en que hoy, las islas británicas están “colonizadas” por ciudadanos procedentes de sus excolonias. Polonia, volvió a ser reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, y entonces se produjo una absoluta “limpieza étnica” hasta el punto de que Prusia Oriental desapareció por completo. Siguió, primero bajo la dominación soviética y luego, una vez en la OTAN, bajo la dominación americana. Alemania es un país “reunificado”, pero sigue estando “ocupado” (todavía alberga en su territorio 40 bases militares norteamericanas e instalaciones de distintos servicios del Pentágono). La URSS ya no existe, pero Rusia, tras el período de desintegración que siguió al período Gorvachov, ha logrado reconstruirse. El Reino Unido, tras permanecer durante unas décadas con un pie en la Unión Europea y otro pie en su papel de aliado preferencial de los EEUU, optó por el Brexit y por su “espléndido aislamiento”, cada vez mostrándose más como “colonia de los excolonizados”. Ya no es nada más que una isla a la que se les acumulan los problemas internos. El eje de la política anglosajona se ha desplazado a los EEUU. Europa ya no está en el centro del mundo. Ahora los conflictos tienen una dimensión global.

En cuanto a los EEUU, no han advertido que “su” orden mundial, el proclamado al terminar la Guerra de Kuwait que lo consagraba como “única potencia hegemónica global”, está en entredicho. Las cifras indican a las claras que China, le superará en todos los terrenos dentro de esta década. Y lo que es peor para los EEUU: China no está sola. Los “países BRICS”, a pesar de sus diferentes situaciones y ubicaciones, a pesar de los cambios en las políticas interiores de algunos de ellos, están ahí, especialmente el trío formado por China, Rusia e India. La revelación ocurrió en el año 2000, cuando las empresas norteamericanas tuvieron que recurrir a los informáticos de Bangalore (India) para resolver el “efecto 2000”, o cuando Vladimir Putin llegó al poder y atajó con mano de hierro -la única posible ante una crisis- la degradación política, social y económica de Rusia. O, especialmente, cuando los EEUU se dieron cuenta que 15 años de deslocalizaciones empresariales a China y de admisión de estudiantes chinos en las mejores universidades del mundo, habían tenido como resultado una formidable concentración de poder económica, de capital y de tecnología en aquel país.

Y es en esta situación en la que ha estallado el “conflicto ucraniano”. Porque, durante los años de la pandemia la situación económica mostró su verdadero rostro: la retracción del consumo forzado por los confinamientos, retrasó la irrupción de la inflación que ya se intuía en los meses anteriores. Disminuyó el comercio mundial. Se produjo la burbuja de las criptomonedas. Pero nada de todo ello detuvo el crecimiento de la República Popular China, ni el aumento de las exportaciones petroleras de Rusia. Lo más enigmático era que ambos países estaban realizando compras masivas de oro (China había empezado a hacerlo desde principios del milenio). Inicialmente, los EEUU ignoraban ese interés por un metal noble que ellos mismos habían apartado como aval de su moneda, a principios de los años 70, para afrontar los gastos generados por la guerra del Vietnam. En realidad, mientras el dólar siguiera siendo única moneda de cambio mundial, no había porqué preocuparse: su “aval” era esa aceptación y, por supuesto, los “marines” y el poder militar norteamericano presente en todo el mundo.

Cuando un país como el Irak de Saddam Hussein aceptó el euro como moneda para pagar su petróleo, selló su destino. Muhamar El Gadafi en Libia, estudiaba otro tanto, cuando le llegó su fin. Pero, Irak y Libia no eran nada en comparación con la gigantesca acumulación de poder, tecnología, industria, población y poder militar que hoy representan Rusia, China e India. Y ahora se sabe el porqué de las compras masivas de oro: se trata de avalar una nueva moneda de cambio mundial que rivalice con el dólar. Posiblemente se trate de una criptomoneda esponsorizada por estos Estados y, a su vez, avalada por toneladas de oro… Eso supondría el fin del dólar y, por tanto, el colapso de los EEUU (el país más endeudado del mundo).

Esto explica el porqué los EEUU necesita una guerra de desgaste que ponga en funcionamiento su economía a pleno rendimiento, no solo por los beneficios que aporta la industria bélica a las arcas del complejo militar-petrolero-industrial, sino también para generar una oleada de prosperidad en los EEUU que aleje el fantasma de revueltas sociales futuras. Toda guerra, a fin de cuentas, va seguida de la reconstrucción de las zonas destruidas, algo que solamente puede realizar el país que se ha visto libre de las destrucciones. La experiencia adquirida en la Segunda Guerra Mundial pesa mucho en los planes de los centros de poder de los EEUU.

Los EEUU están ocupando en este momento, el papel que ocupó el Reino Unido en los años 30, de la misma manera que el papel de Polonia en aquella época está siendo representado por Ucrania y por el nacionalismo ucraniano. Así mismo, los EEUU han heredado el que fuera eje básico de la política inglesa durante siglos, solo que ligeramente modificado: de lo que se trata es de impedir un eje Europa – Rusia – China. ¿La excusa? “La defensa de las libertades ucranianas”.

Sin embargo, la Ucrania de hoy es como la Polonia de ayer: un país cuyas fronteras fueron configuradas por el estalinismo y que encierra a grupos étnico-lingüísticos que ni se consideran ni quieren ser ucranianos: quieren seguir hablando la lengua que han hablado siempre, quieren seguir con sus costumbres, sus tradiciones y bajo la bandera que siempre han tenido: la rusa. Estas poblaciones ya se pronunciaron en 2014 cuando decidieron configurarse como Repúblicas independientes y pedir su ingreso en la Federación Rusa.

La respuesta ucraniana fue la misma que ejerció el nacionalismo polaco en 1938-39 contra las minorías alemanas presentes en su territorio: hostigamiento, incursiones terroristas, asesinatos sistemáticos, ataques a infraestructuras… Era obligación del Estado Ruso proteger a sus ciudadanos, a los que habían dicho alto y claro que querían seguir siendo rusos en el Donbast, como era obligación del Estado Alemán proteger a los ciudadanos alemanes que siempre habían sido alemanes residentes en territorios que el azar de Versalles declaró “polacos”.

El cálculo era simple: presionar a Rusia adelantando las líneas de la OTAN lo más próximo a los edificios del Kremlin (incumpliendo las promesas realizadas a Gorbachov). Cortar los suministros de petróleo y gas ruso a los países europeos, ofreciendo como alternativas los exportados por los EEUU, incluso dinamitar directamente los gaseoductos que podrían garantizar el suministro de gas ruso a Europa Occidental; y, finalmente, recordar a los “vasallos occidentales” sus obligaciones como “socios” de la OTAN: apoyar a quien ordene el Pentágono y comprometer a Europa en una guerra que solamente es querida -incluso en EEUU- por el complejo militar-petrolero-industrial.

El pobre payaso que gobierna en Kiev, presa de su deseo de supervivencia, entregado a las presiones de la oligarquía mafiosa judía que lo sentó en la presidencia del país, ha recibido la orden de “resistir hasta la victoria final”, a pesar de que, quienes se la han transmitido, como cualquier analista militar sabe, esta “victoria” es imposible. EEUU vuelve a intentar, como hizo el Reino Unido (y los propios EEUU) en la Segunda Guerra Mundial, que el conflicto se vaya ampliando. No lo dudemos: nos encontramos en estos momentos en una etapa de “preparación psicológica” para una ampliación del conflicto ucraniano.

Nuevamente, ha aparecido en escena el nacionalismo polaco y sus reivindicaciones sobre territorios ucranianos. Polonia se ha convertido en el aliado más seguro del complejo petrolero-militar-industrial norteamericano: la base avanzada de su ofensiva contra Rusia. Y Polonia forma parte de la OTAN y de la UE. Cualquier tipo de ataque del que pudiera ser objeto Polonia -real, fortuito o, simplemente, inventado (como ya recurrió Zelensky hace unos meses lanzando un misil sobre territorio polaco que causó la muerte de dos ancianos y atribuyéndolo a Rusia, algo que los propios polacos desmintieron)- implicaría medidas de fuerza de la OTAN.

En las actuales circunstancias, la Unión Europea convertida en escenario de corruptelas y de lobbys, políticamente impotente, con desenfoques económicos y ausencia de política exterior más allá de la dictada en Washington, es un enano menguante; la UE ha cumplido rigurosamente con las sanciones económicas ordenadas desde el Departamento de Estado norteamericano, realizándose un increíble hara-kiri. A partir de ahora cualquier degradación de la situación es posible. Y de nada va a valer gritar “Zelensky no vale una guerra” si los distintos países de Europa siguen teniendo gobiernos y partidos que comen de la mano de los EEUU y si no aparece una actitud de defensa de los intereses europeos frente a los del complejo petrolero-militar-industrial de los EEUU.

Por el momento, el primero objetivo de los EEUU se ha cumplido: la UE queda descartada y anulada de una posible asociación preferencial con su vecino euroasiático.

LA ÚNICA SOLUCIÓN PASA POR LA MESA DE NEGOCIACIONES, 
NO POR LA ESCALADA BÉLICA

Creemos que estos paralelismos son suficientes como para demostrar que los “imperios” en decadencia siempre tratan de superar sus crisis mediatizando a pequeños países, gobernados por élites chauvinistas enloquecidas, a las que les han prometido futuros radiantes y ofrecido garantías imposibles de cumplir.

Tanto en la Segunda Guerra Mundial, como en el conflicto ucraniano lo que está presente es el deseo de que la masa euroasiática viva situaciones de inestabilidad y conflicto, antes con el Reino Unido impidiendo el eje París – Berlín – Moscú y ahora, el complejo petrolero-militar-industrial norteamericano impidiendo el eje UE – Rusia – China.

La gran diferencia estriba en que los medios de destrucción masiva actuales son muy superiores a los que entraron en juego durante la Segunda Guerra Mundial. Está claro que lo que los EEUU buscan es un conflicto “por fases”, una escalada gradual hasta cierto límite, más allá del cual, se transformaría en un conflicto que arrasaría incluso a los EEUU. Para los EEUU, como ayer para el Reino Unido, el conflicto debe darse en Europa continental y tener su centro en la Europa continental.

Para ello cuentan con la fidelidad bovina de los gobiernos europeos y con unos medios de comunicación masas que buscan sobrevivir en la era de transformación digital y saben que solamente pueden hacerlo publicando las órdenes que el Pentágono traslada a los gobiernos nacionales en el marco de la OTAN. ¿Y el “pueblo europeo”? Mudo como nunca, cegado por las operaciones psicológicas emanadas desde Washington, ni siquiera guiado por tuertos, sino por élites políticas cegadas por la apariencia de poder y por sus rentas, incapaces de pensar en el futuro de sus países.

¿Queréis evitar la guerra? Bien, pues tendréis que hacer una “revolución”.

Deberéis desembarazaros de gobiernos incapaces y de sistemas políticos que han demostrado su incapacidad, llevándonos hasta donde nos encontramos hoy. Pensad en el ejemplo histórico. Pensad que la historia la escriben los vencedores y que las “opiniones de los pueblos” se fabrican en laboratorios de operaciones psicológicas. Y luego pensar en vuestra supervivencia y en el futuro de vuestros hijos o de los hijos que os gustaría tener y que el actual ordenamiento del sistema os impide tener. Y cuando votéis en Cádiz o en Narvik, en Helsinki o en Lisboa, ser claros: 

NI UN VOTO A QUIEN NO PROCLAME EN VOZ ALTA: 

¡NO A LA OTAN!
¡NO AL COMPLEJO MILITAR-PETROLERO-INDUSTRIAL!
¡NI UN CARTUCHO, NI UN KILO DE CHATARRA PARA ZELENSKY!
¡SOLO NEGOCIACIONES DE PAZ!
¡NUNCA MORIR POR KIEV NI POR EL PENTÁGONO!