miércoles, 17 de julio de 2024

VOX HA ALCANZADO LA MADUREZ POLÍTICA CON SU RUPTURA CON EL PP

No se puede pactar con el diablo. Ante el “diablo”, ceder un poco es capitular mucho. Es algo que Feijóo en su intento de ser un “político creíble” nunca ha entendido. Y Feijóo ha trasteado ya demasiadas veces con “diablo” como para que no esté bajo sospecha de contaminación. El “diablo”, naturalmente es el pedrosanchismo. La tibieza con la que Feijóo hace “oposición” y las esperanzas que se forja en que la “moderación” le llevará a La Moncloa, figuran entre lo patético y lo ingenuo del capitoste pepero. De momento, esta actitud ha llevado a la ruptura de los pactos autonómicos con Vox. Vamos a analizar lo que supone esta ruptura para ambos partidos, para España y para el futuro.

¿FEIJÓO SERÁ PRESIDENTE DEL GOBIERNO ESPAÑOL ALGUNA VEZ?

Quien esto escribe, celebró la sustitución de un “progresista” como Casado al frente del PP (véase el artículo: CASADO, LA OTRA PATA DE LA AGENDA 2030, escrito en febrero de 2022). Cualquier cosa que viniera después contribuiría a dar un mayor perfil político a la derecha. Y llegó Feijóo. No era, desde luego, la mejor opción. Pero tampoco había muchas. Feijóo era el presidente gallego aquel que, durante el covid había amenazado con la vacunación obligatoria y con multar a quien no se vacunada. No eran las mejores credenciales. Además, el tipo tenía menos vivacidad que Rajoy, desprovisto de la flema de éste, además era carente por completo de sentido del humor y de la retranca que siempre adornó a Rajoy; venía con aspecto avinagrado, en absoluto carismático y sus primeras declaraciones afirmando que el PSOE era la opción número uno para pactar, no dejaban augurar nada bueno.

Desde aquel momento, dijimos que Feijóo no se había enterado de que no estábamos en aquellos tiempos ya pasados en los que el dominio del “centro político” garantizaba la mayoría absoluta. Feijóo, ni en aquel momento ni ahora, se ha enterado de que hemos entrado en una fase de polarización y de política de “bloques”: derecha contra izquierda. Bloque conservador contra bloque progresista. O se entiende y se acepta (y, en ese caso, se reconoce el verdadero rostro de la política mundial en 2024) o se rechaza y se refugia uno en concepto obsoletos y periclitados (el “centrismo es moderación”, “el dominio del centro da el poder político en España”, “hay que huir de la crispación” y así sucesivamente). Y si no que se lo pregunten a Ciudadanos cuyos restos todavía andan por ahí predicando “centrismo”, como si estuviéramos en un clima mediterráneo, estable y benévolo, cuando, en realidad, padecemos una temperatura política crispada, con inviernos glaciares y veranos abrasadores. La izquierda progresista con su pie clavado en el acelerador hacia la Agenda 2030 y sus derivados, lo que ha precipitado la “política de bloques”, generando una reacción en contra de 180º.

En los meses siguientes, Feijóo dio una de cal y otra de arena. A veces cumplía su papel opositor, para luego, poco después, reafirmar que su primera opción de pacto y negociación era con el PSOE. A veces añadía “con un PSOE liberado de Pedro Sánchez”… El “centrismo” siempre seguía siendo su desiderátum con pinceladas progres a lo casado y manteniendo a algunos “casadistas” locales en sus feudos. Cualquier pacto con el “diablo” suponía arriesgarse a no ser entendido por la mayoría de los propios. Feijóo cree que esta posición pactista es “prudente”, “madura” y “política”. No, en realidad, es suicida, ingenuo-felizota y tiende a eternizar al pedrosanchismo en el poder. No solamente no ha entendido la polarización que se está operando en la política de todos los países occidentales, sino que, además, tampoco ha entendido el carácter psico-patológico que adorna al pedrosanchismo. (ver artículo:  EL PP CON EL FORO ECONÓMICO MUNDIAL, FRENTE A VOX)

Pactar la elección de miembros del CGPJ, apoyar en el parlamento la regularización de 500.000 inmigrantes ilegales, votar en contra de la moción de censura presentada por Vox (ver artículo: LA MOCIÓN DE CENSURA DE VOX, escrito en octubre de 2020 y DEJAD QUE EL NINOT ARDA SOLO de marzo de 2023), trabajar con el PSOE en el parlamento europeo y, finalmente, aceptar la distribución de MENAS por todo el territorio nacional, no son solo errores políticos de Feijóo, la renuncia a su papel opositor, sino también traicionar a su electorado -que espera una política decidida y el entierro definitivo del pedrosanchismo- y, lo que es aún peor, traición a la sociedad española y a su futuro ignorando la gravedad de la situación que estamos atravesando y sus repercusiones en un próximo futuro.

La envergadura de estos errores y las reiteradas afirmaciones de que el PSOE sigue siendo la principal opción Feijóo en materia de coaliciones, dan que pensar sobre si el dirigente del PP se sentará alguna vez en La Moncloa: porque está claro que el pedrosanchismo siempre preferirá crecer gracias al basurero de extrema-izquierda, obtener nuevo electorado cultivando subsidios a los “nuevos españoles” y lo que le falte lo obtendrá de pactos con ex etarras e independentistas. Hoy, con Feijóo, la “derecha pepera” está demostrando ser más “maricomplejines” que nunca: en el peor momento para serlo. Y, lo peor es que, entre un Feijóo voluble que no ha entendido todavía los cauces por los que circula la política española en 2024 y un psicopatón sin escrúpulos, siempre vencerá este último.

UN ITINERARIO PERSONAL DE CAMBIANDO DE ACTITUD

Hará diez años, el que suscribe era de los que se consideraba, a la manera joseantoniana, “ni de derechas, ni de izquierdas”, que no era nada más que la adaptación carpetovetónica de la consigna enarbolada por Arnaud Dandieu y Roberto Aron en su libro La revolution nécessaire: “No somos ni de derechas, ni de izquierdas, pero si es necesario definirnos en términos parlamentarios, estamos a medio camino entre la derecha y la izquierda, por detrás del presidente y dando la espalda a la asamblea”. Bonito ¿verdad?, incluso lógico en los años 30. Tras desvincularme de grupúsculos políticos, me limité a definirme como “apolítico”, no en el sentido de desinterés de la política, sino por distanciamiento. En 2021 publiqué en este mismo blog: ESTOS SON MIS PRINCIPIOS, NO TENGO OTROS… que, básicamente, coincide con lo propuesto por Vox en los últimos años.

Con todo, hasta 2023 tenía claro que para derrotar a la izquierda y a la vista de los resultados electorales de aquel año en los que el PP no obtuvo los escaños suficientes para poder formar gobierno con Vox a causa de las particularidades de la Ley d’Hondt y de los “restos” que se perdieron en casi una decena de provincias, era necesario un PROGRAMA COMÚN DE LA DERECHA (véase el artículo escrito en enero de 2024: LAS CULPAS DE LA DERECHA) y, frente a una izquierda que, cada día que pasa se parece más a una olla de grillos y en el que la fragmentación llega hasta lo indecible, en especial a la izquierda del PSOE, formar un “frente unido conservador” capaz, ante todo, de desalojar al pedrosanchismo del poder. Llegué a recomendar en este mismo blog votar al PP en las elecciones generales y a Vox en las europeas, (ver artículo ¿VOTAR?, ¿A QUIÉN VOTAR?, escrito en abril de 2024) considerando que todavía no había llegado “la hora de Vox” y que esta llegaría solamente cuando Feijóo alcanzara el poder… y empezara a decepcionar a todos sus electores, practicando una política -en lo esencial- “continuista” en relación al pedrosanchismo: afirmación de los principios de la Agenda 2030, sin cambios esenciales en la postura ante la inmigración, ante la delincuencia o ante el independentismo, sin cambios ni en educación, ni en sanidad… Sería ese el momento en el que Vox aparecería como la ÚNICA alternativa para la derecha conservadora.

Pero los últimos meses me han convencido de que la deriva emprendida por Feijóo y la orientación de su partido son un peligro, en primer lugar, para ellos mismos: cada día que pasa están consiguiendo decepcionar más y más a su electorado, antes incluso de llevar las riendas del poder. Para colmo, los restos del “progresismo casadista”, con María Guardiola, la presidenta extremeña que, no pierde ocasión en parecer más próxima al PSOE que a su propio partido y que, desde el principio, se sentía incómoda con el apoyo de Vox, lejos de ser purgados del aparato pepero, han ido atribuyendo el estancamiento de su partido a… los pactos con Vox que serían los que lo recluirían, presuntamente, en la “fachosfera”.

Hoy, estoy convencido de que el PP es una nave a la deriva, mal dirigida, provista de un programa y de unas intenciones más propias del “progresismo” que de la derecha conservadora y que, irremisiblemente, mientras esté dirigido por Feijóo, seguirá considerando al PSOE como la “otra columna” del régimen y hará todo lo posible para garantizar una alternancia de gobierno con él, sin cambios esenciales en las políticas del Estado.

Hoy, en una situación completamente nueva, sostengo que el voto a Vox es una obligación para todos aquellos que -no perteneciendo a Vox- valoramos la situación de nuestro país como extremadamente grave y que es preciso dar un “volantazo” y no una tímida ralentización de la marcha hacia el abismo que es, a fin de cuentas, lo que propone Feijóo y que no serviría nada más que para prolongar la agonía de España, de su sociedad y de su sistema político unos cuantos años.

VOX HA ALCANZADO MAYORÍA DE EDAD

Vox pareció, inicialmente, un partido católico antiabortista, situado a la derecha del PP, que ponía especial énfasis en la lucha antiterrorista y en la “unión de España”. Bien, pero insuficiente. Sus primeros resultados electorales confirmaron tales limitaciones. Fue solamente cuando incorporaron el elemento anti-inmigracionista a su programa cuando iniciaron su crecimiento. Si el partido precisaba un “tema-estrella”, ya lo tenía. Es normal: buena parte de la población europea está cada vez más preocupada por la islamización de Europa Occidental, por la permisividad ante la delincuencia, por la constatación de que innegablemente la inmigración masiva genera distorsiones y problemas crecientes y constituye una losa y una verdadera aspiradora de recursos sociales y por el fracaso de TODOS los programas de integración en TODOS los países europeos. Vox merece ser apoyado mientras este elemento esté presente en su programa. Cualquier otro tema puede coadyuvar a la elaboración de un programa de actuación, pero la política anti-islámica y anti-inmigración masiva debe ser la punta de lanza (como, de hecho, ha ocurrido en toda Europa).

Ahora bien, la experiencia europea indica que esta temática conduce a la incorporación de clases trabajadoras y medias al electorado de Vox… por lo tanto, esa composición debe también reflejarse en los liderazgos locales y regionales y en la propia cúpula del partido que debe adaptarse a las características de este electorado: LO SEMEJANTE VOTA A LO SEMEJANTE, LO SEMEJANTE SE RECONOCE EN LO SEMEJANTE.

Y así llegamos al desencuentro entre el PP y Vox. El PP contemporiza con el pedrosanchismo en la cuestión de los MENAs. El problema de fondo no es repartir los MENAs que lleguen a Canarias en las distintas comunidades autónomas: el problema -y solamente he oído a Vox decirlo alto y claro- es devolver esos MENAs  a sus países de origen para que los gobiernos de esos países soberanos los devuelvan a sus familias que es, a fin de cuentas, con quienes deben estar los menores.

Esta idea solamente una “solución radical” en la medida en que apunta a la raíz de los problemas. Una solución que, por supuesto, Feijóo no quiere aceptar porque, en el fondo, desea mantener para el futuro la puerta abierta a una “gran coalición” con el PSOE. No advierte que el “PSOE” es un cadáver en putrefacción desde el post-felipismo y que, en su actual fase de descomposición, se ha transformado en “pedrosanchismo”, un “ente” cuyo único objetivo es mantener en el poder el más tiempo posible a los de “la familia” (en el sentido mafioso del concepto) en el poder, taponando electoral, judicial y mediáticamente, con todo tipo de ardides, a la oposición. El pedrosanchismo nunca ha practicado el fair play, ni lo va a hacer. Y mucho menos en materia de inmigración: no quiere que se toque su nuevo nicho electoral y está dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de que ganarse ese nicho de los “nuevos españoles”

Vox lo ha entendido correctamente: no puede aceptar el reparto de 200 MENAs por comunidad autónoma. Efectivamente, hoy son 200, mañana 400 y pasado 2.000. No se puede traicionar un programa a cambio de unos cuantos sueldos autonómicos. O se cree que la inmigración masiva y descontrolada es un riesgo y se coloca una línea roja al eventual “aliado”, o bien se acepta el “aquí vale todo” y se traiciona al electorado que ha depositado su confianza en la sigla Vox. Y la dirección de Vox ha obra de manera correcta, tanto política como moralmente, en su ruptura de los pactos autonómicos con el PP. Con la ruptura de estos pactos, Vox ha demostrado ser un partido cuya clase política cree en lo que propone. Podríamos decir que Voz “se ha puesto el pantalón largo”, o, dicho de otra manera, que ha alcanzado la mayoría de edad política.

LAS CONSECUENCIAS DE UNA RUPTURA

Los “tertulianos de sobre”, al servicio del pedrosanchismo o del PP, han presentado esta ruptura como el “fin de Vox”. Incluso consideran que, con esta fractura, el PP sale de la “fachosfera” y los ataques del pedrosanchismo contra esa sigla han perdido su sentido. Otros consideran que Vox ha actuado de manera infantil y que ha sido la “habilidad de Feijóo” la que ha impuesto la ruptura (como si Feijóo fuera un “cerebro estratégico” maquiavélico). En realidad, esta ruptura -a la larga- solamente beneficiaría al PP, si el problema que denuncia Vox desapareciera de Europa Occidental y, claro está, de España. Pero, allende fronteras, la situación de Francia, de Bélgica, incluso de Suecia o de Alemania del Oeste, u Holanda -por no hablar de Inglaterra- en materia de inmigración es catastrófica y estamos ante un problema que no dejará de agravarse. El problema de la inmigración masiva y de la islamización de Europa Occidental no se resolverá regularizando cada año a 500.000 ilegales y convirtiendo las escuelas españolas en centros de residencia para MENAs. Feijóo se ha equivocado. Vox, además de haber mantenido su posición, ha demostrado una coherencia que será recompensada por el electorado en el futuro.

Pero, aquí y ahora, lo innegable es que algunos cargos públicos de Vox se han negado a dimitir. Normal: el partido precisaba pasar a su clase dirigente por un filtro, el de la HONESTIDAD. Honestos son los que han dimitido, sus principios antes que su sueldo. No es habitual en España. De hecho, es casi inaudito. Y les honra. Lo deshonesto es prometer una cosa al electorado para luego apalancarse en el carguito y aceptar la traición a lo prometido. El efecto secundario y no previsto por la ruptura PP-Vox es que este último partido se ha deshecho de quienes -siguiendo el canon de la clase política española- sitúan el sueldo antes que los principios. El partido queda limpio de oportunistas sin escrúpulos, trepas, peperos emboscados, tibios, timoratos y demás basura presente en todos los partidos y de los que Vox, hasta ahora, no era una excepción.

El electorado no olvidará esta ruptura. El PP tampoco. Parece difícil que el pedrosanchismo pueda mantenerse en el poder hasta finales de 2024. Habrá nuevas elecciones y el PP, con sus apoyos a Von der Leyen en Europa, su permanente mano tendida al pedrosanchismo, difícilmente obtendrá la mayoría absoluta. Si alguien cree que el pedrosanchismo será desalojado del poder por el simple hecho de que todas sus medidas, sin excepción, pueden ser consideradas como pasos adelante en la desintegración del Estado, la negación de España y el cuestionamiento de los derechos de los españoles autóctonos… se equivoca. Cada día que pasa, el número de “inmigrantes naturalizados” aumenta, con lo que, por mal que lo haga el pedrosanchismo, con tal de que garantice impunidad para okupas, subsidios y subvenciones para ilegales, reagrupaciones familiares inmediatas, sanidad universal, disminuya la presión contra el narcotráfico procedente de Marruecos, etc, tiene ganados cientos de miles de votos. A lo que se unirán medidas propiamente dictatoriales y bananeras para el control de los medios de comunicación, control creciente sobre los mecanismos judiciales que garantiza impunidad para los propios y presiones -judiciales y fiscales- para los adversarios, establecimiento de “verdades oficiales”, utilización de los medios de comunicación públicos para su difusión, prácticas propias del “ministerio de la verdad” orwelliano…

No se pacta con el “diablo”, o si preferimos la misma frase desdramatizando lo “diabólico”, podemos decir que no se pacta con la traición, no se pacta con el amiguismo, el nepotismo y la corrupción, no se pacta con quienes se han aliado sistemáticamente con la no-España, no se pacta con los aspirantes a pequeños dictadores bananeros que generan repulsión incluso de jugadores de fútbol, habitualmente ajenos a la política (tal como hemos visto reciente y significativamente, constituyendo un hecho insólito en la política mundial).

Para ganar unas elecciones hace falta algo más que no está al alcance de Feijóo y que el electorado pepero necesita como agua de mayo: claridad de objetivos, voluntad de defender un programa de regeneración nacional y decisión de llevarlo a la práctica, el programa por encima del sueldo, los principios, en una palabra. Y esta crisis ha demostrado que, al menos, Vox sabe lo que quiere. Y no está dispuesto a renunciar a ello. Los tibios y los oportunistas han saltado del tren en marcha. Ni siquiera Feijóo les recompensará en el futuro: proceden de la “fachosfera”, así que ahí termina su carrera política. Incluso, es muy posible que ahí concluya también la carrera de Feijóo…