Clicar la foto para acceder.

Todo esto nos lleva a la
cuestión de si la “revolución conservadora” actual y su unión con los magnates
de las nuevas tecnologías, que ha cobrado una relevancia extraordinaria en la
segunda toma de posesión de Donald Trump como presidente de los EEUU, puede ser
considerada como el primer rayo de sol del futuro, o más bien como la
última convulsión del ayer. Hemos tratado de responder con la última parte
de este escrito y ahora podemos decir que hemos llegado a tres conclusiones
definitivas:
1) Se ha producido el descalabro de una forma perturbada y enloquecida de concebir la política y la sociedad. El ultraprogresismo quedará, como máximo, reducido al “islote woke europeo” (mientras no cambie en la UE la correlación actual de fuerzas políticas y se prolonguen los “cordones sanitarios” y las ofensivas autoritarias contra las disidencias populistas y euroescépticas), pero ha perdido la partida. Sus sostenes, la Agenda 2030, los organismos internacionales, el “dinero viejo”, están entrando -entre resistencias e intentos desesperados- en el vertedero más maloliente de la historia.
2) Pero, con la alianza entre el “dinero nuevo” y el viejo conservadurismo, las contradicciones se van deslizando de la alternativa “ultraprogresismo – conservadurismo”, a la futura nueva contradicción “Transhumanismo – Arqueofuturismo”. De estos términos, el primero nacerá del fortalecimiento de las empresas tecnológicas y de los fondos de “capital-riesgo” y se apoyará en las posibilidades de mejora y progreso de las condiciones materiales de vida. El segundo, surgirá de la insatisfacción creciente del ser humano ante la perspectiva de una existencia y una vida subordinada a la técnica que conduce inevitablemente a la progresiva “deshumanización de la humanidad”, en los debates sobre bioética, en los errores cometidos por el “optimismo tecnológico” y en sus dificultades para estabilizarse.
3) El conservadurismo norteamericano y su alianza con los magnates de las nuevas tecnologías es puntual y circunstancial. Como siempre, cántaro de barro y cántaro de hierro no pueden viajar juntos: antes o después uno de ellos se rompe. Y el que tiene más posibilidades de quebrar por el duro viaje que le aguarda, es el conservadurismo. La alianza entre ambos es puntual y circunstancial, destinado a abatir la ideología woke y el ultraprogresismo que ambos consideran como su enemigo. Pero, desde el momento en el que Donald Trump jure su cargo, pueden comenzar las fricciones entre ambas tendencias.
4) Todo esto se producirá dentro de una perspectiva neo-liberal en la cual los grandes conglomerados tecnológicos establecerán sus leyes, por encima de los Estados y estos quedarán reducidos a una mínima expresión cuya finalidad sea trasladar a la sociedad los intereses y las metas definidas por los “propietarios de las nuevas tecnologías”. La narcosis social generada durante la Tercera Revolución Industrial, mediante las técnicas propias de la cultura de masas, será sustituida por la “fascinación tecnológica” capaz de encadenar voluntades y tiempos, de los que solamente serán conscientes y sabrán establecer límites y barreras los llamados a ser la élite del futuro, provistos de concepciones Arqueofuturistas.
Esta interpretación del futuro prescinde de cuadros apocalípticos. Es, más bien, la lucha entre las dos únicas concepciones actualmente posibles: o seguir la senda tecnológica sin más, o seguir esa senda, pero con la perspectiva de una élite capaz, no solo de generar técnica, sino sobre todo de dominarse a sí misma y dominar un ciclo futuro de civilización: la élite del futuro situada como nueva guía de la humanidad capaz de mostrar a la humanidad, como decía Nietzsche, que “no hay hermosas superficies sin terrible profundidades”, pero también -añadimos- cumbres que tocan los cielos.
También pudiera ocurrir que, sin ayuda de nadie, por una sucesión de catástrofes naturales, de cambios en las condiciones de vida, de agotamiento de los recursos naturales (no hay, ni puede haber “desarrollo sostenible” ad infinitum en un planeta de recursos limitados), a causa de epidemias o pandemias muy reales y letales, se produjera una crisis apocalíptica que obligue a partir de cero. En esa hipótesis, un “tecnólogo” sin posibilidades de aplicar tecnologías sofisticadas, sería tan inútil como un surfista en Suiza… Esa hipótesis implicaría situaríamos en el punto 0 de un nuevo ciclo histórico, tal como Robinson Crusoe se instaló en su isla perdida.
Se suele olvidar el famoso principio de Murphy, “si algo puede salir mal, saldrá mal”, y especialmente uno de sus corolarios: “cuanto más complicado es un mecanismo, más tiende a estropearse”. Una sociedad tecnológica avanzada es una sociedad particularmente compleja y, por tanto, más sensible, delicada y propensa a “fallos catastróficos” que cualquier otra que haya aparecido en la historia. Depende de la producción de “energía” y de que todos sus componentes funcionen correctamente como un mecanismo de precisión.
En esas condiciones, una pequeña causa, puede producir un gran efecto. Es el “efecto mariposa” que describe como una pequeña variación en las condiciones iniciales de un sistema -como el generado por el aleteo de una mariposa en un lugar perdido del planeta- puede generar condiciones caóticas en el conjunto. No hay que excluir tal posibilidad, sino tenerla presente para prever otra de las posibilidades del futuro. No hay defensa tecnológica posible ante esta eventualidad: supondría el reseteo de todo y un partir prácticamente de cero.
Tanto si se parte de un combate entre dos concepciones del mundo, Transhumanismo y Arqueofuturismo, desarrollada en un contexto tecnológico avanzado, como si se trata de una catástrofe natural o derivada de otras causas, lo único que garantizaría la continuidad de lo humano y la posibilidad de un nuevo despertar serán las “élites holísticas”, aquellas que tienen la capacidad, la visión y las condiciones propias de un “guía”: prever el futuro, afrontar las nuevas condiciones, disponer de un poder superior a la fuerza bruta, conocimientos en materia de medicina, ciencia, comprensión del cosmos, energía interior y carisma. A ellos pertenecerá el futuro, porque ellos se forjaron en los momentos difíciles y sobrevivieron.
Esa “élite holística” es la que hay que empezar a promover ahora, cuando se inicia una etapa decisiva, puesto que sólo previendo los distintos desarrollos que pudieran darse en el futuro, fieles de nuevo a la sabiduría del visionario de Sils Marie, podemos decir con él que “el futuro influye en el presente tanto como el pasado”.
No habrá una “quinta revolución industrial”, la única “élite” que puede surgir de ésta a largo plazo es la Inteligencia Artificial convertida en spiritus mundi. Será en este ciclo en donde se resuelva la gran contradicción que veremos en el futuro, protagonizada por el Transhumanismo y el Arqueofuturismo.
Y, por tanto, esto responde a la pregunta de si vivimos una nueva edad de oro o bien un período de conflictos: vivimos un tiempo de transición y el drama de esta época es que no podemos afirmar cuando concluirá.
4. LA DIALECTICA DEL FUTURO:
ARQUEOFUTURISMO O TRANSHUMANISMO
Con el “ultraprogresismo” en derrota, los actores en juego se están desplazando significativamente. A partir de ahora, el “ultraprogresismo” va a darse cuenta por qué le era necesario disponer de una doctrina sólida y firme, en lugar de tópicos convertidos en dogmas por el peso de las redes sociales, pero que no resisten una mínima discusión y solo satisfacen a minorías; al no disponer de ella, está abocado a desaparecer. Lo que le espera es un declive progresivo hasta su desaparición total cuando quede convertido en símbolo de la estupidez y el esnobismo, o bien en una presencia residual e irrelevante, compartida solo por minorías. A partir de los puntos de los que ha partido, ni siquiera es posible que evolucione hacia posiciones más razonables, ni mejor argumentadas. La insistencia en la “igualdad universal” -cuando en el Universo, lo que rige es, precisamente, el principio de la desigualdad y de la jerarquía- y su contradicción entre la búsqueda de la igualdad y la defensa de todo lo que es desigual por minúsculo que sea, lo ha condenado a una esterilidad completa.
El hecho capital de nuestra
época, el tiempo de la Cuarta Revolución Industrial, es la aparición de un
nuevo modelo de técnica que no tiene absolutamente nada que ver con la que
hemos visto en revoluciones anteriores y que, por supuesto, va a cambiar la faz
de la Tierra y la organización de las sociedades. El “ultraprogresismo”, al
haber nacido al margen de este fenómeno, se limitó a aportar explicaciones y
reivindicaciones que satisficieran solamente a minorías que él mismo alimentaba
en su deseo de generar una narcosis social que mantuviera la hegemonía de los
grandes consorcios y de las dinastías financieras y, evitase en lo posible, la
aparición de movimientos de oposición.
Pero una sociedad así
concebida solamente podía mantenerse con la aquiescencia de todas las partes.
El choque entre el “dinero nuevo” (surgido en torno a los grandes consorcios
tecnológicos) y el “dinero viejo” (producto de las acumulaciones de capital,
los consorcios industriales convencionales y el préstamo con interés) han
desembocado en una primera batalla en la que el “ultraprogresismo” ha sido derrotado
y, a partir de ahora, le espera una creciente marginación.
Se puede prever, por tanto,
que el protagonismo se desplazará hacia dos opciones que, en esta nueva fase
histórica, protagonizarán la contradicción esencial y que, hasta ahora, habían
sido marginales o incipientes: Transhumanismo y Arqueofuturismo.
1) El Transhumanismo puede ser definido como un “optimismo tecnológico” o también como un “progresismo tecnológico” que atribuye sólo a las nuevas tecnologías la posibilidad de llevar al ser humano a la felicidad y a la realización de utopías que antes solamente eran concebibles a través de la religión.
No es, sin embargo, la continuación evolucionada del “ultraprogresismo, en la medida en que ignora y desprecia toda la temática wokista, la corrección política, la multiculturalidad y los “estudios de género” y aspira a la meritocracia. Ahora bien: es una forma de “progresismo” y de “evolucionismo” desde el momento en el que considera una historia lineal de la Humanidad desde un pasado bárbaro (a causa de la ausencia de tecnologías eficientes) a un futuro feliz (generado por el desarrollo de tecnologías eficientes).
Para el Transhumanismo, los avances y las conquistas que cuentan, son simplemente las aportadas por la tecnología, siendo la ética y la moral, derivados de ella y a la que se deben adaptar. Más que una “ciencia sin conciencia”, se trata de una “ciencia que define una forma concreta de conciencia” o, si se prefiere, una conciencia subordinada a la ciencia: lo que la ciencia puede realizar, para el Transhumanismo, es lo que marca el eje de la ética y de la moral y no al revés.
De la misma forma que en la Primera Revolución Industrial se vivía todavía los restos de las concepciones renacentistas, durante la Segunda apareció la moral burguesa, en la Tercera fueron las masas las que dictaron su ley moral, en la Cuarta, el Transhumanismo propone que sea la tecnología quien genere un nuevo orden ético y moral.
De ahí que sostengamos que el Transhumanismo, que cabalga con los sectores más cuestionables y problemáticos de la Cuarta Revolución Industrial, trata de generar una “revolución antropológica” a diferencia de las anteriores que sólo precipitaron cambios en las costumbres. En efecto, el Transhumanismo pretende de redefinir y alterar la naturaleza y el sentido de lo humano.
Nos dice que las nanotecnologías, la robótica, la criogenia y la ingeniería genética, al converger, nos transformarán profundamente no sólo en nuestro comportamiento sino en nuestra misma constitución. El ser humano ya no será lo que ha sido hasta ahora, ni prolongará su vida lo que le haya permitido su herencia genética o el fatum, sino que todo esto será manipulable y manejable, hasta el punto de que pasará a ser un “cyborg” (un “organismo cibernético”), compuesto por “piezas originarias” (esto es, biológicas, susceptibles por tanto a manipulación genética) que, a medida que dejan de funcionar o sufren enfermedades (“averías”), son sustituidas por prótesis mecánicas fabricadas artificialmente que realizarán la misma función, hasta el punto de poder prolongar indefinidamente su duración.
Esto debería permitir extender a voluntad la vida humana. E, incluso, cuando, por cansancio o por necesidad, el sujeto elija “morir”, todo su bagaje intelectual y su personalidad que anidan en su cerebro se podrá “descargar” en “la nube” en forma de impulsos electromagnéticos 0 y 1. Incluso el milagro de la ubicuidad y la bilocación podrán realizarse en vida, conectando cerebro y ordenador. El sujeto podrá crear un clon de sí mismo mediante ingeniería genética que esté presente en otro lugar del planeta mientras él lo hace en las antípodas, o bien conectar su cerebro a un robot. Lo que hasta ahora ha sido ciencia ficción, a partir de ahora, a veinte años vista, se convierte en posibilidad.
Eso supone, en cierto sentido, la realización del viejo sueño de los alquimistas: la vida eterna. Y, por increíbl que parezca, las grandes fortunas de Silicon Valley están dedicando una parte sustancial de sus ingresos, a invertir en este prometedor terreno. Elon Musk, precisamente, es uno de los magnates que más apuestan por la conexión cerebro-ordenador y su empresa Neurolink está dedicada a la investigación en este terreno.
En un último -y problemático- estadio, la humanidad entera, habrá dejado de ser una entidad biológica, para pasar a ser un Todo informático integrado en “la nube” que será una especie, no de Inteligencia Artificial, sino de “inteligencia cósmica”, identificada con “lo Absoluto” (el “Cristo Cósmico” que definió el teólogo jesuita Teilhard de Chardin en el primer tercio del siglo XX).
¿Se entiende ahora porqué decíamos que la Cuarta Revolución Industrial generará sobre todo un cambio antropológico sin precedentes? ¿Cuándo el “ser humano” seguirá siendo considerado “humano”? ¿Sólo cuándo se le haya implantado una lente intraocular? ¿Con cuántas prótesis mecánicas empezará a ser considerado “cyborg”? ¿Cuándo tenga miembros mecánicos? ¿Cuándo su sangre no sea bombeada por un corazón sino por un motor artificial? ¿Cuándo no sea su cerebro el que piense, sino que la conexión cerebro-ordenador lo haga por él? ¿Y los robots provistos de inteligencia artificial? ¿Serán los nuevos esclavos? Y si lo son, ¿cuánto tardarán en aparecer movimientos reivindicativos que velen por sus derechos y propongan su liberación? ¿Cuándo se producirá la “singularidad” y la IA “pensará” por sí misma, pasando de ser “generativa” a “imperativa”? Y, si la IA es eficiente, ¿por qué no dejarle a ella -como se está haciendo ya en los procesos de producción y en la logística de las grandes empresas tecnológicas- que sea la que tome las decisiones y adopte las políticas a implementar? Y en el futuro, ¿por qué no dejar que asuma las grandes -y las pequeñas- decisiones ejecutivas, administre la justicia y establezca la legislación?
2) El viejo conservadurismo está desarmado ante todos estos problemas que genera la Cuarta Revolución Industrial y que el Transhumanismo percibe como el irrenunciable futuro al que estamos, felizmente abocados. El viejo conservadurismo ya no está en condiciones de competir y frenar al Transhumanismo, ni siquiera de oponerse a la actual revolución tecnológica.
Y esto por cuatro razones:
a) Las “ciencias de vanguardia” marcan, en la actualidad, las principales líneas de investigación en universidades y en organismos estatales o corporativos. Su avance es irreversible y generará especialmente problemas de bioética que le enfrentarán a los propietarios de las nuevas tecnologías. A pesar de que estos problemas empezaron a suscitarse a finales de 1999 con la clonación de la “Oveja Dolly”, el conservadurismo ha permanecido ajeno a la polémica o a interpuesto débiles argumentos inasumibles para buena parte de la sociedad.
b) Nunca nadie ha estado dispuesto a renunciar a los avances logrados con las nuevas tecnologías: si hoy nadie está dispuesto a renunciar al uso de un Smartphone o al GPS, podemos pensar cuál será la reacción de las masas cuando se le pida renunciar a procedimientos para prolongar la vida, ante la introducción de nanomáquinas en el flujo sanguíneo para resolver problemas de salud o cuando la robótica se haya convertido en un artículo de consumo. El viejo conservadurismo no ha meditado sobre el futuro que están construyendo las nuevas tecnologías y sobre sus repercusiones sobre la psicología individual y de masas o sobre la mutación brusca de las costumbres que ya se está empezando a producir.
c) El conservador no se ha dado cuenta de que, a medida que se avanza en el siglo XXI, se va extinguiendo su propia “base social”. Hasta el principio de la Tercera Revolución Industrial, el conservadurismo se apoyaba en los restos de las aristocracias, en la Iglesia y en la Nación. En la Cuarta Revolución Industrial, el liderazgo de la primera ha desaparecido, el Concilio Vaticano II supuso una aceleración en la pérdida de vigor de la Iglesia; y, a partir de 1945, los “superpotencias” hicieron imposible la supervivencia de naciones soberanas. Era preciso “alinearse” y/o formar bloques continentales; la “dimensión nacional” había cambiado y ya no era viable como lo había sido hasta el final del primer tercio del Siglo XX. El sustrato “conservador” solamente podía ser una especie de etérea nostalgia del pasado, pero sin grupos organizados que constituyeran su base social natural. Ahora, en apenas veinte años habrán desaparecido los restos de generaciones que han conocido un mundo sin tecnologías digitales, que no se habrán educado en ideas de orden, autoridad o jerarquía. Dentro de poco, en una palabra, los conservadores se habrán quedado sin base social.
d) El conservadurismo clásico no se ha dado cuenta de la potencia y de la irreversibilidad de la revolución tecnológica actual, ni del carácter antropológico de la misma. El conservador está dirigiendo su mensaje a un tipo humano en vías de extinción. En nuestros días, puede dar la sensación de que ese viejo conservadurismo sigue vivo y activo: pero la derrota del “ultraprogresismo” ha sido demasiado fácil, acumulaba fracasos, se trataba de una “ideología débil”, era evidente que llevaba a estadios cada vez más caóticos a la sociedad y que se sustentaba en tópicos para uso y disfrute de minorías que no eran nada y lo exigían todo. Pero el Transhumanismo y la Revolución Tecnológica se basan en logros muy reales, en avances concretos que pronto han alcanzado un amplio consenso social (incluso entre los conservadores que los utilizan ampliamente).
Por todo ello y, a pesar de la victoria de Donald Trump, podemos afirmar que el conservadurismo clásico está a punto de desaparecer y seguirá al “ultraprogresismo” en su declive.
3) ¿Dónde está, pues, la alternativa?
A partir del Siglo XVII, la filosofía occidental entró en la vía que ha conducido a los actuales desarrollos. La mecánica newtoniana, las ideas de Amos Comenius en educación (sostenidas hoy entusiásticamente por la UNESCO y que, en realidad, constituyen su “doctrina oficial” sobre pedagogía), el racionalismo cartesiano, el “método experimental inductivo” de Bacon, supusieron una ruptura con el humanismo renacentista y el inicio de una nueva era a la que seguió, no por casualidad, la Primera Revolución Industrial.
En realidad, el punto de partida de toda esta avalancha de nuevas ideas es que “todo lo real es racional y todo lo racional es real”, por tanto, solamente existe lo tangible, susceptible de ser visto por los sentidos y mesurado por patrones predefinidos. Hegel enuncia este principio en 1817, en medio de la Primera Revolución Industrial, sintetizando la herencia del XVII y generando un pensamiento que, como él mismo dijo en los Principios de la Filosofía del Derecho, es un producto de su tiempo (“la filosofía es su tiempo aprehendido en pensamientos”).
El resultado de todos estos puntos de vista, fue la separación cada vez más evidente entre “realidad” y “espiritualidad”, que precipitó una materialización creciente de las sociedades. Se llegó a estos después de varias fases previas: en un principio, se había divorciado el “espíritu” del gobierno de las cosas (“dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”), más luego se generaron luchas entre partidarios del poder civil sometido al religioso (güelfismo) y partidarios de reconstruir la síntesis entre ambos poderes (gibelinismo), para desembocar durante el Renacimiento en corrientes neoplatónicas por un lado y humanistas por otro o en la síntesis de ambas.
Sin duda no es por casualidad que todos los doctrinarios del “nuevo espíritu científico” (Newton, Comenius, Bacon, Descartes, etc.) hubieran pertenecido a ramas desviadas de la Rosa+Cruz, secta elitista más o menos secreta provista de concepciones que se habían ido alejando del neoplatonismo originario, olvidando su deseo de transformar a la persona y anhelando transformar a la sociedad. Lo mismo ocurrió con la masonería que, inicialmente aspirada a alcanzar la “perfección del ser humano” y a partir del XIX empezó a hablar del “perfeccionamiento de la humanidad”...
Cuando la realidad se reduce a lo que se puede observar con los sentidos y se niega cualquier otra forma de realidad, se está cayendo en la misma actitud que negar la existencia de moléculas antes de que se descubriera el microscopio. Si la realidad es lo que se observa con los órganos sensoriales, habrá que convenir que la no utilización, el olvido o la atrofia de otros sentidos puede darnos una visión incompleta de la realidad. A pesar de que un sordo no pueda percibir los sonidos, no puede negar su existencia. Esos sentidos, no utilizados o atrofiados (“La llave que abre nuestra naturaleza interior, está oxidada desde el Diluvio” decía Gustav Meyrink en El rostro verde) era lo que imprimía carácter antaño al fenómeno religioso, entendiendo por “religión”, precisamente, aquello que aspiraba a “religare” (volver a unir) la realidad física con un mundo que está “más allá de lo físico” (lo “metafísico”).
Esto es lo que, en la estela de Julius Evola y de René Guénon, puede definirse como la “vía de la Tradición”: lo que ha acompañado al ser humano desde el principio de los tiempos, desde el momento indefinido en el que dejó de ser un animal guiado solo por necesidades e instintos, a pasar a convertirse en un ser que advertía la presencia de un universo holístico, compuesto por lo visible y lo trascendente, así debería de seguir siendo, si de lo que se trata es de no caer en una especie de retorno a etapas prehumanas y animalescas en las que el individuo vuelva a estar guiado sólo por instintos y necesidades.
¿En qué se basaba la concepción tradicional del ser humano? Respuesta: en una concepción antropológica sobre los tres elementos presentes en lo humano, el cuerpo físico, el espíritu y el alma; entendiendo el cuerpo físico como el soporte material de la existencia, el espíritu como su bagaje mental e intelectual, y el alma, aquello que nos une con la trascendencia y que se manifiesta en los “estados oceánicos” de los que hablara Arthur Koestler en El Cero y el infinito, o bien en los éxtasis místicos, o en las iniciaciones mistéricas del mundo clásico: todos ellos nos hablan de una visión global y directa de la realidad que definen como una comprensión brusca e integral del Cosmos, de la Vida y de la naturaleza profunda del ser humanos. Todos ellos tienden a adjetivarla como “el despertar”, dando por sentado que la visión habitual que han tenido hasta ese momento, era una especie de “sueño”.
El elemento central de esta “vía de la tradición” es la “depuración del espíritu”, una propuesta que está presente en las propuestas de todos los sistemas religiosos que, finalmente, aspiran al “perfeccionamiento del ser humano” durante la vida. Para eso es preciso “depurar” el espíritu de todas aquellas tendencias y hábitos que lo ligan al mundo de lo material. Es la obligación de seguir “los diez mandamientos”, el “noble óctuple sendero del buda”, o los “pilares del islam”, lo que el mundo clásico y las iniciaciones mistéricas llamaban “los misterios menores”.
El hecho de que el cristianismo no reconociera estos “misterios”, no quiere decir que, en la práctica no llegara objetivamente a una práctica similar proponiendo una moral y un concepto de vida que conducía a la perfección. Era la “vía ascética” o “depurativa” que proponía el catolicismo español del Siglo de Oro y que no les bastó a algunos de nuestros místicos que quisieron ir más allá siguiendo su “vía mística”. Y esta vía, significativamente, conducía a la “theosis”, la “unión con Dios”, tal como contemplaban los “misterios mayores” del mundo clásico y las prácticas de meditación de las concepciones orientales.
La Tradición Hermética derivada del neoplatonismo, sugería que, desde el momento en el que el espíritu consumaba la “vía depurativa”, éste dejaba de ser atraído “hacia lo bajo”, por la vida material y por las necesidades materiales e instintivas del cuerpo físico, para ser atraída “hacia lo alto”, por el alma, esa chispa de trascendencia presente en el ser humano, que solamente se percibe cuando el ascesis nos recuerda que existe y que puede ser activada a través de la “vía de la Tradición”.
Las experiencias de personajes tan distintos y alejados en el tiempo como Koestler, los practicantes hinduistas del yoga (“yug”, su raíz, por cierto quiere decir “unión” en sánscrito), de la meditación Zen, o del sufismo, del hesicasmo (la práctica ascética de los monjes de las iglesias orientales) o de la mística renana y de su continuación en la mística española del Siglo de Oro, nos hablan de una sola y misma realidad trascendente, visible, activa y que conduce a la “metanoia” (cambio radical de conciencia) y a la comprensión de que esa parte trascendente del ser humano, en cuando se consigue activar, nos lleva a un concepción integradora del Cosmos, no científica, pero sí directa e iluminadora.
5) Arqueofuturismo significa, pues, aceptar los logros de las nuevas tecnologías, sin olvidar que, para lograr el perfeccionamiento holístico del ser humano es preciso disponer de un método que garantice una vida plena que puede realizarse mediante la “vía depurativa” (prescindir de todas las tendencias, sensaciones, pensamientos y acciones que aumentan nuestro ego y lo desvían del “camino de perfección”) más allá de la cual, la “vía mística” supone intentar vivir la trascendencia durante nuestro tiempo de vida biológica. Expresado de otra forma: compaginar los adelantos tecnológicos con el seguimiento de una vía espiritual y con unos valores derivados de ella.
En conclusión: podemos prever a falta de otras vías alternativas, que las dos concepciones que entrarán en conflicto en esta Cuarta Revolución Industrial serán, de un lado el Transhumanismo y de otro el Arqueofuturismo.
Ambos están en contradicción flagrante:
1) El Transhumanismo considera a la técnica como una herramienta que posibilita acelerar la evolución darwinista. El Arqueofuturismo considera la técnica como una conquista humana más; la acepta, la incorpora y la promueve, pero sin mitificarla, ni exaltarla, considerándola como un logro -uno más- del espíritu humano, percibe la técnica como un instrumento para la mejora de las condiciones de vida humana, no para la “evolución” de lo humano.
2) El Transhumanismo considera que la etapa final de la evolución lineal ascendente de la humanidad es su integración en un “espíritu absoluto electrónico” logrado mediante la transferencia a “la nube” de todos los pensamientos, emociones, hechos y conocimientos de todos los seres humanos, transformados en impulsos electromagnéticos. El Arqueofuturismo ve la historia de la humanidad como un conjunto de ciclos de ascensos y descensos en los cuales existe la posibilidad de carecer o de disfrutar de avances tecnológicos, pero manteniendo inmóvil el “centro” de la rueda: una concepción tradicional del ser humano y de sus vías de ascenso a la trascendencia.
3) El “paraíso” concebido por el Transhumanismo es de naturaleza tecnológica al que se llegará mediante avances científicos que bastarán para dar a la humanidad sensación de plenitud y realización. El Arqueofuturismo considera a la técnica irrenunciable, pero accesoria, acompañante fiel y subordinada a una visión del mundo que ha sido propia del género humano desde los albores de la humanidad.
4) Para el Transhumanismo el ser humano es cuerpo y espíritu que se bastan para generar técnica y progreso, terminan retroalimentando el cuerpo y prolongando al máximo su existencia terrestre. Para el Arqueofuturismo, el ser humano es cuerpo, espíritu y alma y la técnica un mero coadyuvante del conjunto, en absoluto un fin en sí mismo, y su fin no puede ser diferente a la búsqueda de su perfeccionamiento, ni de su mejora durante su vida biológica.
5) El Transhumanismo considera solamente una visión parcial y limitada de la naturaleza humana derivada del racionalismo, mientras que el Arqueofuturismo parte de una visión holística del ser humano y percibe otra realidad más allá de la descrita y mesurada por las percepciones sensoriales.
6) El Transhumanismo aspira a construir un mundo nuevo surgido de la Cuarta Revolución Industrial, dirigida por los tecnólogos y abierta a que, en un futuro, termine gobernando una Inteligencia Artificial generativa, capaz de resolver los problemas más complejos de la tarea de mando y aportar soluciones eficientes. El Arqueofuturismo, por el contrario, percibe la técnica como un elemento susceptible de colaborar, simplificar y aligerar la tarea de gobierno, pero considera que el “poder” debe estar en manos de una élite que se destaque de la masa y que haya conseguido alcanzar el límite del “perfeccionamiento humano” o bien esté en contacto con la trascendencia y haya operado la “theosis”.
Se entiende, pues, que ambas son nociones contradictorias y que entrarán en conflicto. Cuando en nuestros escritos sobre el Transhumanismo -véase en el recuadro de “búsquedas” de Info|Krisis- decíamos que no hay elaboración filosófica posible después de su formulación y que con él había muerto la posibilidad de elaborar una nueva escuela filosófica, en realidad, estábamos diciendo que para que la humanidad pueda disponer de una concepción del mundo y de una interpretación de la existencia válida, hay que retrotraerse al pensamiento anterior al racionalismo cartesiano y, a partir de ahí, ir retrocediendo en las distintas concepciones que le habían precedido, hasta remontarse a las concepciones originarias (las concepciones presentes, especialmente, en las filosofías clásicas y en las concepciones indoarias), cuando la humanidad no había iniciado todavía la materialización creciente y progresiva de su existencia, instalada con las sucesivas Revoluciones Industriales.
Si hoy sabemos que la técnica es irrenunciable, también debemos admitir que, sin esas concepciones originarias, la vida humana deja de ser tal y se convierte en la simple existencia de un objeto material más o menos sofisticado al que se puede colocar tal o cual complemento, como a un vehículo fabricado en serie, o llevar al mecánico para la reparación de no importa qué parte de su estructura y cuyo final, no es otro que el reciclado al término de su vida.
¿Cómo hay que valorar el
cambio de actitud de Silicon Valley y la llegada de Donald Trump a la
presidencia de los EEUU? ¿Qué va a cambiar y qué puede ocurrir de ahora en
adelante? Utilizando el símil de la escalera que nos llevaría desde el piso
interior (la anarquía más absoluta y una perspectiva similar a la descrita en
las películas del ciclo Mad Max) al piso más elevado (una sociedad en la
que estuvieran restaurados los valores tradicionales y pudiera afirmarse una
nueva Edad de Oro), podemos decir que la victoria de Trump, la derrota
evidente del ultraprogresismo y de su galaxia cultural y la decidida actitud de
Silicon Valley, suponen la subida de un peldaño, de la misma forma que la
victoria de Kamala Harris y del ultraprogresismo, hubiera supuesto el descenso
de varios peldaños, acercándonos, metafóricamente, a los “fuegos del infierno”.
Pero si bien, esta segunda posibilidad nos hubiera zambullido en una realidad
caótica insuperable y acelerado la crisis generalizada, lo que ha ocurrido
en realidad, es un “más” en relación a la situación que se ha dado entre 2020 y
2024, un pequeño paso adelante que mejora -pero no resuelve- la situación y los
problemas precedentes.
El ultraprogresismo,
heredero de la Revolución Francesa y forma extrema de sus “inmortales
principios”, ha sufrido una derrota, pero no está completamente vencido.
Tratará de resistir y esto generará nuevas tensiones. Así pues, vamos a
tratar de enunciar los riesgos que se abren a partir de ahora.
* * *
El mejor enemigo, como
siempre, es el “enemigo muerto”. El “ultraprogresismo” todavía no está muerto,
de la misma forma que los consorcios económicos y sus peones políticos que
surgieron de la Segunda y Tercera Revolución Industrial, todavía siguen
existiendo y disponen de capacidad de reacción. Hay que reconocer que los
golpes que están sufriendo desde el verano de 2024 son muy duros, así que es
preciso reconsiderar de nuevo las fuerzas que entran en juego, sus
interrelaciones y las repercusiones en el entorno geoeconómico al que pertenecemos.
Encontramos seis “puntos
sensibles” que vale la pena examinar
1. LA UE, “ISLA WOKE”, FUERA DE LA CARRERA TECNOLÓGICA Y MEDIDAS
HISTÉRICAS PARA FRENAR EL “POPULISMO”
El auge de la
“extrema-derecha” un poco por todas partes, ha obligado -especialmente en la
UE- a las fuerzas surgidas en 1945 a utilizar la coerción para detener su
avance: anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía (que habían dado
la victoria en la primera vuelta a Călin Georgescu, candidato euroescéptico y
pro-ruso, y el segundo lugar a la candidata “populista” de la Alianza para la
Unión de los Rumanos, AUR, desplazando a los socialistas a la tercera
posición). El 12 de febrero, una manifestación de 20.000 personas convocadas
por la AUR protestaron por la anulación de las elecciones, poco después de que
el excomisario europeo Thierry Breton, un globalista de centro-derecha,
amenazara con hacer otro tanto si AfD ganaba las elecciones de febrero en
Alemania. Y ahí también pueden incluirse más medidas que está intentando adoptar
el gobierno de Pedro Sánchez (que quiere liderar el “anti-trumpismo” europeo)
para limitar la libertad de expresión (¿alguien apuesta algo a que Sánchez o la
UE tratarán de prohibir Twitter-X o Meta en los próximos meses?), condicionar
la judiratura, ir conquistando los centros de poder económico y desintegrando
poco a poco el Estado Español, sin que la UE le multe (como ha sancionado a
Hungría).
El hecho de que el
presidente austríaco haya llamado al FPÖ a formar gobierno, después de
intentarlo con el centro-derecha y con el centro-izquierda, o los casos de
Italia, Hungría, Holanda, que la extrema derecha forma parte de gobiernos
de coalición en Finlandia, Chequia y Croacia y se sitúe en el resto de Europa
entre la segunda y la tercera fuerza política, altera por completo los planes
del progresismo, tras los reiterados fracasos de Macron en Francia y Scholz en
Alemania.
La dinámica de este
crecimiento, es casi siempre la misma: el “voto de protesta” se está
concentrando, especialmente, en las elecciones europeas para luego repercutir
en las generales de cada país. Esto tenderá a generar una situación de
parálisis de la UE: un expediente político no puede aprobarse
cuando cuatro Estados miembros, que representan el 35% de la población de
la UE, se abstienen o votan en contra. Además de la migración y el
Pacto Verde, algunas de las áreas que podrían verse más afectadas son la
gestión de la guerra en Ucrania y el apoyo a los países candidatos a unirse a
la UE.
De ocurrir esto -y estamos
muy cerca de esta situación- la estrategia diseñada por la UE desde Maastricht,
saltaría por los aires y sería necesario reformular la UE desde otras bases.
Se entiende que el “ultraprogresismo” (formado por los partidos de
centro-izquierda y de izquierda, pero también por los de centro y
dentro-derecha progresista, por convicción o al dejarse arrastrar) de la UE haya
entrado en situación de pánico y reaccionado con medidas antidemocráticas,
autoritarias o propiamente dictatoriales (“si las elecciones las gana
alguien que no sea de mi agrado, las anulo”…). El pesado e inextricable
funcionamiento de la UE facilita las dinámicas de inercia, por lo que Europa
corre el riesgo de convertirse en la “isla ultraprogresista y woke mundial”,
la única “pata” que sigue creyendo en un “nuevo orden global” (que ya no
existe) y en una Agenda 2030 (cada vez más cuestionada e ignorada). Se entiende
esta situación: la UE ha quedado al margen casi por completo de las nuevas
tecnologías y de investigaciones en relación a ellas, que ya no se dan en su
territorio.
Es significativo que Amazon,
X, Meta sean empresas norteamericanas, Ali-Baba y Temu, Xiaomi, Tik-tok,
empresas chinas, pero no exista ninguna empresa importante de e-commerce,
ni de telefonía, ni de comunicación por redes sociales, que sea europea.
Tampoco en el terreno de los videojuegos (industria hoy más importante que la
del cine) existe ninguna empresa europea entre las seis más importantes (Activision
Blizzard, Apple, Disney, Electronic Arts, Nintendo y Take-Two
Interactive). En el momento actual, Europa ha quedado fuera de los
puestos de cabeza de la Cuarta Revolución Industrial, y la paquidérmica UE, tal
como está concebida en la actualidad, no logrará recuperar el tiempo perdido,
sino todo lo contrario. En este contexto de desesperación y sensación de
que el proyecto está fracasando estrepitosamente y cada vez encontrando mayores
resistencias, pueden entenderse las reacciones histéricas de personajillos como
Thierry Breton que procede del mundo de las finanzas clásicas: esto es, un
representante del “viejo orden”.
La clase política del “viejo orden europeo” representado por la UE, al negarse a reconocer la realidad caótica en la que ha sumido al continente (especialmente por sus políticas económicas, su sumisión a la Agenda 2030, a despecho de sus resultados infames, especialmente en inmigración y su hiperburocratización), cree que su alianza con los centros de poder globalizador (especialmente con George Soros y con el Foro de Davos) va a bastarle para superar su crisis presente en un momento en el que, cada vez somos más los que pensamos que es necesario resetear la UE para impedir, no solo que Europa se convierta en el islote woke mundial, sino que se produzca un estallido social en forma de guerra civil que, como definió, hace más de treinta años Guillaume Faye, será a la vez “racial y social” (lo que implica también, religiosa a la vista de la realidad poblacional del continente).
2) LA ÚLTIMA DERROTA “ULTRAPROGRESISTA” EN LOS EE.UU.
Hasta no hace muchos días
era posible creer que el Partido Demócrata norteamericano, la industria
petrolera, la alta finanza y el complejo militar-industrial, estarían en
condiciones de reconstruir una “nueva alianza” en torno al único personaje lo
suficientemente conocido como para presentarse como el “mesías” para las
elecciones de 2028: el candidato que podría vencer al heredero de Donald Trump.
Ese hombre era hasta ayer, Gavin Newsom, gobernador de California.
El personaje es una
verdadera fotocopia de Justin Trudeau, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez,
modelados por el mismo troquel. Las batallas de Newsom estos últimos años se
han concentrado en políticas de subvencionar a los toxicómanos la compra de
fentanilo, en subsidios a los sintecho, en difundir políticas woke, en un
exquisito cuidado en aceptar los “estudios de género” y, finalmente, en
permitir que nadie fuera encarcela por robar menos de 900 dólares en los
comercios. No puede extrañar, por tanto, que California sea, en estos
momentos, el Estado con más presión fiscal y más gasto público de la Unión, en
donde se consume más marihuana legalizada por Newsom y más fentanilo
subvencionado por el gobernador. San Francisco, antaño Meca del mundo gay, ha
sido literalmente arrasada por la combinación entre la epidemia de fentanilo y
los cierres de los comercios, incluso del centro, a los que ya no les resulta
económicamente viable dejarse robar, sin ejercer violencia a los ladrones, ni
recurrir a la policía o a la justicia. San Francisco compite hoy con
Detroit en el dudoso honor de ser la ciudad más destrozada de los EEUU.
Gavin Newsom, único
responsable de esta crisis sin precedentes justificaba sus medidas
“ultraprogresistas” alegando que eran “en defensa de los más necesitados”,
“para evitar males mayores” y para “evitar criminalizar a las minorías”.
Newsom ha encontrado una ayuda inestimable en la alcaldesa de los Ángeles,
Karen Bass, que ha demostrado ser la mayor difusora mundial del wokismo y un
apoyo determinante para la Iglesia de la Cientología.
Todo iba a pedir de boca, e
incluso Newsom se perfilaba como el “hombre fuerte” del Partido Demócrata,
capaz de obtener el consenso de los “liberales blancos”, la “gran industria” y
las “minorías étnicas y sexuales”, hasta que los recientes incendios en
California han afectado, desde viviendas de lujo propiedad de actores,
productores y directores, hasta las mucho más modestas en las que viven los que
trabajan para ellos o se dedican al sector servicios. El fuego no ha
distinguido clases sociales como han comprobado los propietarios de las lujosísimas
viviendas en primera línea de playa en Malibú.
Justo en ese momento se ha
evidenciado que las políticas de Newson y de la alcaldesa de Los Ángeles eran
suicidas: se
había reducido el presupuesto de bomberos, se había dejado de limpiar los
bosques y las colinas próximas a la ciudad, se había dejado sin agua los
depósitos destinados a las bocas de riego y se había renunciado a desviar para
estos depósitos las aguas fluviales ¡para evitar “destruir el ecosistema” de
un pececillo irrelevante del que nadie ha visto un ejemplar en siete años! Y
esto, a pesar de que se trata de una zona de frecuentes incendios desde que se
fundó la ciudad. Tanto el gobernador como la alcaldesa de Los Angeles han
atribuido el fuego “al cambio climático”… y el alcalde, siguiendo el
mismo patrón calcado de Pedro Sánchez tras la DANA de Valencia, ha justificado
la inacción del Estado de California -bajo su mando- diciendo que resolver el
problema era “cuestión de los municipios”.
California, hoy, es el
resultado de las políticas ultraprogresistas. La buena noticia es que toda la
nación ha responsabilizado al gobernador Newson y a la alcaldesa woke de la
catástrofe: ambos están, políticamente, muertos y enterrados y el Partido
Demócrata avergonzado por haberlos promocionado.
La ira popular en el
momento de escribir estas líneas es tan intensa que no puede descartarse el
hecho de que alguien siga el ejemplo de Luigi Mangione, quien, harto de los
abusos de las aseguradoras médicas (otro ejemplo de negocios del “viejo
orden”), optó por asesinar a Brian Thompson, CEO de United Healthcare, la mayor
empresa del sector, pasando a convertirse en un “héroes popular”.
Este episodio que indica el
nivel de hartazgo de la población norteamericana ante los abusos y métodos de
las empresas propias del “viejo orden”. Tras estos episodios, los EEUU que
hereda Trump para su segunda presidencia, no volverán a ser los mismos. Los
incendios de California, la negligencia y el cinismo de las autoridades, sus
veleidades, sus mentiras, sus filias y sus fobias, han liquidado a los dos
futuros candidatos demócratas con más posibilidades de sustituir a Kamala
Harris. No hay, por el momento, liderazgo en el ultraprogresismo
norteamericano.
3) ¿CÓMO ENCAJAR A CHINA EN
ESTE CONTEXTO HISTÓRICO?
Hasta ahora solamente hemos
analizado las implicaciones de las nuevas tecnologías en los cambios políticos
que están teniendo lugar estos meses en los Estados Unidos y en Europa. Pero,
de la misma forma que a lo largo de las Revoluciones Industriales, la hegemonía
mundial ha ido pasando de un país a otro, la pregunta que surge ahora es si
el unilateralismo norteamericano no será sustituido a lo largo de la Cuarta
Revolución Industrial por la República Popular China.
Todo induce a pensar que
así será en el peor de los casos; y en el mejor, se marchará hacia un mundo
multipolar sostenido en una serie de actores regionales influyentes: EEUU,
Rusia, China, India, Irán o Brasil. A la primera opción se llegará por una
escalada que llevaría desde un inicial rearme arancelario que susceptible de
desatar una guerra, inicialmente económica, que luego podrían transformarse en
un conflicto armado (como ocurrió con las dos guerras mundiales). A la segunda
opción solamente puede llegarse mediante negociaciones para alcanzar una
especie de “reparto del mundo” en zonas de influencia y una concepción
“neo-autárquica” (que cada bloque produzca lo necesario para su propia
supervivencia y desarrollo e intercambie excedentes de su propia producción,
por materias y manufacturas que no puede producir o de las que no dispone).
Ambas soluciones generan una cantidad no desdeñable de problemas: la ventaja de
la segunda es que resulta menos traumática que una guerra abierta entre bloques
de influencia, pero, incluso durante la negociación de la otra opción podrán
llegarse a momentos de máxima tensión.
En nuestra opinión, China
aspira a ser una potencia comercial sin ambiciones expansionistas; Rusia, por
su parte, sigue preocupada en su reconstrucción interior y no constituye ninguna
amenaza, salvo que se la intente doblegar e imponer condiciones. Y, en lo que
se refiere a EEUU, la administración Trump sigue con su “First America” y, en la práctica,
renunciará a los planes de recuperar el título de “única potencia mundial” (por mucho que en el
discurso de toma de posesión abundaran las soflamas nacionalistas y patrióticas
de cara a la galería. En realidad, donde si pondrá el énfasis la
administrción Trump es en reavivar la “conquista del espacio”, privatizando la
carrera, reconstruir infraestructuras, comprar minas de minerales estratégicos
-las “tierras raras” tan habituales en las nuevas tecnologías- allí donde estén
y reindustrializar el país -a costa de la liquidación final de la
globalización).
Ninguno de los actores
secundarios (Irán, Brasil, Argentina. India) han concebido planes de expansión
imperial. En cuando a la UE, cualquier posibilidad de jugar un papel en el
futuro, por mínimo que sea, depende del reseteado de la UE y de un
establecimiento de nuevas reglas del juego.
En China pueden ocurrir seis posibilidades:
1) Por una parte, su capacidad de producción y exportación hace de ella el mayor interesado en reconstruir una economía mundial libre de aranceles. China ha sido la principal beneficiaria de la globalización; la irresponsabilidad de quienes elogiaron ese sistema, se ha traducido en la transformación de China en la gran “factoría mundial”. Y el gobierno chino quiere que esto siga así durante mucho tiempo, un modelo que cuestiona Donald Trump. Puede preverse, por tanto, una alianza de la “nueva China” con el “viejo orden” y el “dinero viejo” occidental.
2) El modelo de “un país – dos sistemas” es viable, pero solamente a condición de que la población no pierda sus rasgos antropológicos y, en especial, su tendencia a seguir aceptando el mandarinato, esto es, la subordinación de lo individual a lo colectivo, ordenada por un poder central omnívoro. Mientras esto ocurra, el sistema chino seguirá funcionando como lo ha hecho desde que inició su prodigiosa expansión.
3) Este “modelo chino”, en la práctica, se basa en una “santa alianza” entre los empresarios de las empresas tecnológicas y el Partido Comunista. Mientras los primeros acepten seguir siendo miembros del PCCh y atenerse a sus orientaciones, no habrá problemas y ninguna parte cuestionará a la otra. Pero, no debe olvidarse que, desde el inicio de la historia, China ha llevado una evolución radicalmente diferente al resto de la humanidad. Todo induce a pensar que China se situará en el centro de la Cuarta Revolución Industrial (siempre y cuando su “santa alianza” se mantenga) antes que cualquier otro país y si se cumple la ley que ya hemos enunciado, deberían ser los propietarios de las empresas tecnológicas las que dictaran las nuevas reglas del juego político, algo a lo que, desde luego, el PCCh no está dispuesto a que ocurra. La otra posibilidad es un modelo nuevo que mantenga in aeternum el actual idilio entre las tecnológicas y el poder político, aceptando aquel ponerse a las órdenes de éste y el gobierno olvidando lo esencial de los ideales enunciados por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. En este caso, en China se produciría la estabilización de un modelo previsto por Julius Evola en 1934, cuando apareció su obra capital Revuelta contra el mundo moderno: la síntesis entre el modelo capitalista y el modelo comunista, en un tipo nuevo de sociedad y de Estado.
4) Pero también puede ocurrir que las tensiones entre el poder tecnológico y el poder político vaya en aumento y, antes o después, estallen las contradicciones entre las necesidades del modelo tecno-económico y las restricciones puestas por el PCCh. Antes del prodigioso desarrollo de China, esta era la hipótesis más viable: en China no se había producido una revolución liberal-democrática y el poder seguía en manos de los funcionarios del partido, cuando ya se había formado una burguesía lo suficientemente pujante como para exigir -como ocurrió en Occidente- el poder, no solo económico, sino también político. A finales del siglo XX, nosotros mismo decíamos: “China tiene por delante una guerra civil entre la “nueva clase” surgida del choque, entonces inevitable, entre el PCCh y la “nueva clase” derivada del crecimiento económico y del mundo empresarial”. Pero la globalización vino en apoyo del statu quo chino. El gobierno, fiel a los principios culturales del Oriente profundo, optó por la “justa vía media” (si una cuerda se tensa mucho, se rompe; si no se tensa, no suena): mantener un poder político férreo con la aquiescencia y el silencio de la población basado en un crecimiento económico continuo (aunque no sostenible en el tiempo), dejando autonomía a las empresas punteras para el desarrollo de su actividad pidiendo a cambio su “fidelidad“ (demostrada por la filiación al PCCh de los principales magnates) y garantizando sus buenos negocios, especialmente en el extranjero. Así desaparecieron las tensiones interiores. La duda es si esta situación se prolongará para siempre o será solo temporal y circunstancial.
6) ¿Puede existir la hipótesis de que la “guerra comercial” derive en un conflicto armado con EEUU? China no es hoy una potencia militarmente agresiva y todavía rige para todos los actores internacionales la idea de que la acumulación de armamento, especialmente nuclear, no es para utilizarlo, sino como medio de “disuasión”. La hipótesis, por tanto, puede excluirse, al menos a corto y medio plazo. Por lo demás, la doctrina imperante en el Pentágono surgida del dogmatismo geopolítico, hace de Rusia el enemigo obsesivo y de China solamente un competidor comercial. Hará falta saber si bajo el mandato de Trump se archiva definitivamente esta concepción arcaica y fruto de la Guerra Fría. En lo que se refiere a China, desde los años 80, una vez superada la polémica fronteriza con la URSS, el Estado Mayor Chino solamente considera la hipótesis de una guerra con EEUU (Taiwán caerá antes o después como fruta madura y no hay ningún otro país interesado en entrar en disputas con la República Popular China).
Todas estas interpretaciones no deben hacernos olvidar que, en el momento actual, el gobierno chino es, objetivamente, aliado del “dinero viejo” occidental en la medida en que éste se ha mostrado como el gran propulsor de la globalización, el modelo económico que facilita mejor la colonización china de los mercados mundiales. Sin olvidar que existe una competencia entre las empresas chinas de la Cuarta Revolución Industrial y las occidentales.
El ultraprogresismo no es más que un programa de ingeniería social generado por el gran capital financiero internacional y el tejido de multinacionales nacidas en la pasada Revolución Industrial, para ofrecer una distracción a la población mientras prosigue su acumulación de capital. No es un fenómeno que haya nacido espontáneamente en el cerebro de doctrinarios de cualidades intelectuales excepcionales: de hecho, es una seudo-ideología burda y grosera, sin pies ni cabeza, generada por individuos en gran medida trastornados y a los que el progresismo convencional del siglo XX no supo contestar, ni parar los pies y que, finalmente, lo ha desbordado.
Por su parte, el conservadurismo apenas se ha preocupado excesivamente por el ultraprogresismo, ni le ha formulado una crítica profunda, a la vista de lo tosco de sus postulados. En realidad, el ultraprogresismo de nuestros días, no es una “superación” derivada de la Escuela de Frankfurt, ni de la “nueva izquierda”: es, simplemente, una locura desbocada en la que cualquier trastornado puede incluir “su problema” y hacerse oír. El signo + que acompaña a la sigla LGTBIQ+ es indicativo de que cualquier variable sexual que pueda surgir en el futuro, por pequeña y desviada que sea, tiene un lugar en su panoplia de reivindicaciones. El wokismo garantiza la presencia de minorías, incluso en lugares en donde nunca han existido y exige, en nombre la multiculturalidad, no solamente respeto, sino compensación y “discriminación positiva” por supuestas ofensas en el pasado. El multiculturalismo pone al mismo nivel a Mozart y el tam-tam.
De no ser por las fundaciones creadas por el capital financiero, la banca y la gran industria, jamás podrían haber llegado a las masas las propuestas LGTBIQ+. Y sin la contribución de la Agenda 2030 promovida por la casta funcionarial de las Naciones Unidas y de la UNESCO, ni los “estudios de género”, ni el “feminismo de la cuarta ola”, ni el “wokismo”, ni la “corrección política”, ni la multiculturalidad, etc, se hubieran convertido en centros de interés para nadie intelectualmente maduro.
Sobre estos “promotores” del ultraprogresismo cabe añadir algo.
La casta funcionarial de la ONU y de la UNESCO, cree que la “nueva era” debe surgir de una ruptura total con todo lo anterior, para alumbrar la “era de la luz” y para ello es necesario adoptar medidas drásticas para lograr una “unificación mundial”, “un gobierno mundial”, “una cultura mundial”, “una única raza mundial”, “una religión mundial” y una sexología ambigua en la que la masculinidad esté disminuida o “feminizada”, la feminidad convertida en feminismo “de la cuarta ola” (esto es, una feminidad “masculinizada” y agresiva) y desaparezca la polaridad masculino-femenino en beneficio de una diversificación de “formas de vivir la sexualidad”; en definitiva, se ha llegado a concebir que la “igualdad”, paradójicamente, derivaría de la aceptación de la “diversidad” en todos los terrenos. Tal es la “ideología mundialista”. En definitiva, esta casta funcionarial tiene como objetivo alcanzar una “era de la igualdad universal”, de la abolición de los conflictos y las contradicciones en todos los ámbitos, que generarán una época de armonía y bienestar, especie de “Edad de Oro Mundial”. Sobre este objetivo final se ha construido la estrategia conocida como “Agenda 2030”, conjunto de objetivos concretos y de tácticas para alcanzar este fin.
Obviamente, a pesar de financiar todo el entramado de proyectos y ONGs que tienden a este fin (la ONU y la UNESCO, no solo reciben aportaciones de los Estados, sino también de los consorcios privados, como el resto de agencias especializadas dependientes de la ONU, sino que también distribuyen subvenciones a ONGs), los magnates de las finanzas y de los grandes consorcios de la “vieja economía” y del “dinero viejo” (los distinguimos de los consorcios vinculados a las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial que invierten, especialmente, en sus propios proyectos de investigación), no se toman en serio estos proyectos. Para ellos, se trata solamente de ideas destinadas a las masas (a las que desprecian), pero con las que no educarían jamás a sus hijos; son “progresistas” en el sentido clásico del término, están influidos por la ideología fabiana que aprendieron en sus años de formación en la universidad fabiana (la London Economic School) que enseñaba la necesidad de aplicar un “gradualismo” progresivo y reposado para ir transformando a la sociedad y así evitar convulsiones revolucionarias.
Esta doctrina, en función de la cual, se constituyeron las opciones de centro sobre las que se construyó el sistema surgido tras 1945, tuvo su origen, a principios del siglo XX, en los sectores más moderados del laborismo británico y anglosajón a los dos lados del océano y, a partir del congreso de Bad Godesberg del SPD alemán en 1959 y luego de la Internacional Socialista, se extendió a todo el mundo, siendo la doctrina oficiosa de los “liberales norteamericanos” (en el lenguaje político USA, equivalente a los socialdemócratas y socialistas europeos), bendecida por la saga de los Rockefeller y por su creación, la Comisión Trilateral.
La transformación gradual de la sociedad, desde el capitalismo multinacional hasta el “socialismo en libertad” (a diferencia del “socialismo totalitario” soviético), fue el objetivo de la izquierda hasta que se llegó a la crisis de 2007-2011, cuando los partidos socialdemócratas, entre salvar a las instituciones capitalistas en crisis, especialmente a la banca, y salvar a la población de las consecuencias de la crisis, optaron por salvar a los primeros, esto es, al “dinero viejo”.
Por entonces ya se habían producido algunas mutaciones en el “progresismo”. Los “mundialistas”, que habían aceptado el “gradualismo” fabiano, empezaron a pensar que la caída del Muro de Berlín y la mundialización de la economía abría nuevas perspectivas para dar un paso adelante en su proyecto. Se establecieron los “Objetivos de Desarrollo del Milenio”, fijados en 2000 y que deberían culminar en 2015.
Poco se logró en ese ciclo, pero aparecieron algunos de los temas que, desde entonces, se convertirían en obsesivos para el “progresismo”: “sostenibilidad del medio ambiente, “combatir las pandemias”, “promover la igualdad de géneros”, “cambio climático”, “derechos de las minorías”, “fomentar un esfuerzo mundial por la paz y el desarrollo”, etc. La izquierda se sumó entusiásticamente a este proyecto (que en España, Zapatero desarrolló, creando su quimérica “Alianza de Civilizaciones” para promover el último punto), pero la crisis de 2007-2011 demostró el verdadero rostro de la socialdemocracia, mientras que el centro-derecha nunca ha tenido excesivo interés por estos proyectos internacionales, pero se ha dejado arrastrar por el supuesto “prestigio” y la sensación de “superioridad moral” de la ONU.
El fracaso de los “Objetivos del Milenio”, llevó al enunciado de la “Agenda 2030” que tenía la virtud de cubrir el hueco que había dejado el hundimiento del marxismo en la izquierda y ser un proyecto que generaba los suficientes mitos como para poder atraer la atención de la población y desviarlo de una realidad poco atractiva. Con la “Agenda 2030” en la mano podía justificarse cualquier cosa y explicarse cualquier fenómeno: desde el wokismo a los incendios de California o la DANA de Valencia (“evidentes efectos del cambio climático”…), desde el aborto libre a la eutanasia, desde la inmigración masiva a la captación de clientelas electorales mediante subsidios, desde el cambio de sexo a la lucha contra la violencia doméstica, y así sucesivamente...
Como decíamos, si para la ONU el programa es válido y su clase funcionarial cree profundamente en sus mitos, a los magnates de la Segunda y Tercera Revolución Industrial (el “dinero viejo”), el proyecto es tan bueno como cualquier otro que permita mantener a las masas entretenidas en polemizar sobre objetivos tan grotescos e irrelevantes como los propuestos por los “estudios de género”. Además, la Agenda 2030 puede ser considerada también un “plan de negocios”: negocios medioambientales, negocios vinculados a la “transición energética”, negocios vinculados a las energías renovables, y así sucesivamente. Cualquier cosa antes que la población haga caso a los agoreros que explican que desde los años 70, la capacidad adquisitiva del ciudadano va bajando constantemente, la inflación siempre es superior a las alzas salariales, los Estados están cada vez más endeudados y los servicios públicos van bajando en prestaciones y calidad, etc. De todo este magma nació el “ultraprogresismo” que siguió siendo financiado por el “dinero viejo” y por los organismos internacionales.
A partir del período posterior a la gran crisis económica y, sobre todo, tras la pandemia y el inicio del conflicto ucraniano, se produjeron distintos fenómenos que indujeron a pensar que los mitos “ultraprogresistas” y la propia “Agenda 2030” empezaban a ser cuestionados por sectores más amplios de la población. Se intentó domesticar a las “redes sociales”. Hoy sabemos que, durante la pandemia, Meta se vio obligada a censurar noticias que indicaban lo falaz de los protocolos médicos, lo inservible de las mascarillas, o las vacunas generadas aprisa y corriendo y sin garantías de no generar efectos secundarios. Y todo funcionó, más o menos bien, hasta que Twitter cambió de manos.
Por otro lado, el fracaso estrepitoso de todas las políticas inspiradas en la “Agenda 2030” y los movimientos derivados de ella, suscitaron una reacción conservadora: de una política gradualista prudente, propuesta por la ideología fabiana -el “progresismo”-, se pasó a una enloquecida carrera de reivindicaciones y “gestión progresista” (en inmigración, en seguridad, en ingeniería social, en sexualidad, en educación, etc.), una tarea de “ingeniería social” que generó núcleos de descontento cada vez mayores y que ha contribuido a una reacción conservadora: los llamados “partidos populistas”. En lugar de rectificar los objetivos a la vista del rechazo popular, la izquierda ha tachado a estos movimientos de “fascistas”, “extrema-derecha”, “totalitarios”, “amenaza contra las libertades”, etc., tratando de apoyarse en viejos sindicatos ya completamente desprestigiados y vacíos de filiación, en grupos de inmigrantes naturalizados, en ONGs subsidiadas, en minorías sexuales y, sobre todo en organizaciones internacionales (ONU, UNESCO, OMS, especialmente). El resultado está siendo un mayor aislamiento y mutación en lo que queda de izquierda. Y solo ahora, aparecen algunas muestras de pequeñas marchas atrás por parte de los antiguos partidos socialdemócratas (el reconocimiento por parte de Starmer de que la inmigración no se integra en los estándares británicos, la “Q” que se cayó en el Congreso del PSOE de la sigla LGTBIQ+ y poco más).
Pero el gran error por parte del “dinero viejo”, ha sido seguir subvencionando todos estos movimientos a pesar del creciente rechazo social que generan, sin darse cuenta de que el problema más acuciante para ellos, era la aparición de nuevas y diferentes acumulaciones de capital generadas por actividades vinculadas a las nuevas tecnologías, que crecían a mayor velocidad: el “dinero nuevo”. Obsesionados por sus modelos de negocio, por los beneficios del préstamo con interés, por la inercia de sus negocios especulativos, el “dinero viejo” ha perdido el ritmo de la calle y no ha advertido que los movimientos político-sociales que estaba promoviendo, iban perdiendo apoyo e, incluso, se estaban convirtiendo en verdaderas irrisiones.
La llegada de Trump al poder, los cambios de orientación de emporios wokistas como Disney, la ruptura de las redes sociales con las empresas de censores (los “verificadores” pagadas por Soros), obligan al “dinero viejo” a una rectificación, o bien a dar por perdida la partida a falta de orientaciones más atractivas que el “ultraprogresismo”:
- intentarán una reformulación de esta idea, limándola de sus aspectos más cuestionables y refugiándose en el “cambio climático”, en las “energías renovables” o en la “defensa del medio ambiente”,
- intentarán repetir la “Operación COVID” (generando miedo inmovilizador ante los efectos definidos como “mortales” de alguna nueva enfermedad),
- difundirán noticias que conmuevan y victimicen a la inmigración: inmigrantes ahogados en el Mediterráneo o muertos en el desierto de Texas,
- volverán a recurrir a imágenes sobre la pobreza en África y países del Medio Oriente para obligar a mirar hacia allí y exigir “solidaridad humana”,
- centuplicarán datos sobre el pasado colonial de Europa y la deuda contraída con los países africanos y con las etnias que fueron colonizadas,
- reivindicarán el papel de la ONU y de sus agencias: recordarán los momentos en los que la ONU ha contribuido a resolver crisis internacionales, afirmarán que los logros de la Agenda 2030 se están logrando, pero que hace falta prolongar más el proyecto,
- tratarán de generar la sensación de que la situación internacional está empeorando y que existe el peligro de una guerra con Rusia que puede estallar en cualquier momento,
- cortejarán a China,
- allí en donde gobiernen tratarán de modificar leyes para restringir la libre circulación de determinadas informaciones y procurarán generar normas que dificulten la tarea de la oposición y de la denuncia y tratarán de influir en la “derecha progresista” para mantener el “cordón sanitario” hacia los partidos que encabecen la protesta popular o constituyan una alternativa al sistema construido tras 1945…
No pueden recurrir a muchas más iniciativas. Cuando de una Revolución Industrial se pasa a la siguiente, los grupos y las ideas que eran hegemónicas hasta ese momento, van desapareciendo.
El “ultraprogresismo”, producto ideológico terminal de la última fase de la Tercera Revolución Industrial tenderá a convertirse en un residuo del pasado, como la masonería fue a partir de 1945, un residuo de la Segunda Revolución Industrial o la teoría de la relatividad superó a la mecánica newtoniana.
Es inevitable y lógico: los que se creían “los primeros del mañana”, son en realidad, “los últimos del ayer”.
Pero no hay que caer en el error optimista y pensar que la derrota del “ultraprogresismo” y el declive del “dinero viejo” resuelven todos los problemas. En realidad, la era que empieza abre problemas nuevos que debemos tener presente.