2. UNA FUTURA REVOLUCIÓN POLÍTICA PARA UNA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA YA INICIADA
En las semanas previas al nombramiento de Donald Trump como presidente de los EEUU han sido significativas las visitas y declaraciones que ha recibido por parte de los magnates del hub tecnológico de Silicon Valley. Allí están las sedes de Netflix, Apple, Google, Facebook y los grandes fondos de inversión de capital-riesgo. Tradicionalmente, había sido un feudo del Partido Demócrata. Pero esto ha cambiado radicalmente. Vale la pena detenernos para tratar de explicar estos cambios de orientación que se están comentando como bruscos y producto de reacciones personales, cuando en realidad vienen de lejos, son profundos y consecuencia lógica de la transición de la Tercera a la Cuarta Revolución industrial.
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Algunos de los directores generales de las grandes empresas de informática ya se habían puesto del lado del conservadurismo desde 2019, algunos desde antes. Pero lo ocurrido en los últimos meses tiene importancia histórica. Además de Elon Musk, el segundo empresario vinculado a las nuevas tecnologías que ha mostrado un apoyo decidido a la candidatura de Trump ha sido Jeff Bezos, fundador de Amazon (de la que hoy posee el 7% de acciones). Bezos es propietario del Washington Post (cuyas posturas políticas, prácticamente desde su fundación, habían sido de centro-izquierda). Durante la reciente campaña electoral, Bezos se negó a que el diario, como era tradicional, tomara partido por uno de los candidatos en liza (habitualmente, por el más progresista). Bezos declaró que, la información y sus medios debían ser “neutrales” y evitar tomar partido… de hecho, lo estaba tomando y, de manera clamorosa, negando implícitamente el apoyo a Kamala Harris. Hay que recordar que Bezos, con Musk, desde 2015 figuran en la cabeza de los “hombres más ricos del mundo”, oscilando siempre entre los cinco primeros puestos. Sus fortunas están directamente vinculada a de las nuevas tecnologías y al e-commerce.
A partir de 2022, el alineamiento de Silicon Valley con el conservadurismo de Trump era inequívoco. Pero había precedentes. Larry Ellison, propietario de Oracle, ya había participado con Sean Hannity (influyente comunicador conservador) y Lindsey Graham (miembro del ala más conservadora del Partido Republicano), en una plataforma para discutir las posibilidades de anulación de las elecciones de 2020. Esta semilla fructificó y los desastres del “ultraprogresismo” generado en los cuatro años de Biden, precipitaron un vuelco en la situación. En junio de 2024, una veintena de magnates de Silicon Valley se reunieron para tomar postura: 18 de ellos decidieron apoyar a Trump y, en conjunto, se le entregaron 9 millones de dólares para su campaña. Una cantidad pequeña si se la compara con los 46 millones al mes cedidos por Musk. Por su parte, Peter Thiel, alemán, fundador con Musk de Pay Pal y con acciones de Facebook, dio a la campaña de Trump 15 millones de dólares.
El recién llegado a estas posiciones es Mark Zuckerberg dando carpetazo a la censura políticamente correcta en sus redes sociales (Facebook, Instagram, WhatsApp y Theads). Su nueva toma de posición ha sido la declaración más espectacular del sector; una más, en realidad. Zuckerberg pagará las ceremonias de inauguración del mandato de Trump. Esta ruptura de Meta con las compañías "verificadoras" de noticias (financiadas por George Soros y por la UE) arrinconan a estas empresas y, en la práctica las expulsan de las "redes sociales", dejándoles como único campo de "verificación" la prensa convencional.. Y como muestra “geopolítica” de este cambio de posición, está trasladando la sede de Meta de California (Estado con fama de “liberal” y “progresista”) a Texas (conservadora). En Texas, también es donde Musk ha trasladado la fabricación de satélites Starlite, uno de sus negocios más lucrativos.
Por su parte, el actual CEO de Apple, Tim Cooke ha donado en los últimos años 200 millones de dólares para el conservadurismo norteamericano.
De las grandes “redes sociales”, solamente Linkedin, quizás la más débil y especializada, dirigida por Reid Hoffman, tomó partido contra Trump, pero las grandes empresas de Inteligencias Artificial, como Open AI, por boca de su propietario Sam Altman, se muestran a favor de Trump y otro tanto David Marcus, antiguo presidente de PayPal, o David Saks, gerente de una de las mayores empresas de capital-riesgo.
Ciertamente, el apoyo de Zuckemberg parece forzado por la victoria de Trump en las elecciones, pero no así los de Musk y Bezos y el de la mayor parte de magnates de Silicon Valley que han apoyado a Trump en sus años de opositor perseguido judicialmente.
Tras esta constatación que no deja lugar a dudas, cabe preguntarse, ¿a qué se debe este apoyo de los propietarios de las nuevas tecnologías a Donald Trump? Hay varias respuestas:
1) Un retorno a la realidad: las reflexiones de los personajes más influyentes de Silicon Valley, les han llevado a un conclusión: el “ultraprogresismo” está resultando catastrófico para las sociedades occidentales. Fruto de delirios de visionarios, algunos de ellos pertenecientes a sociedades secretas seudomísticas, y de “ideólogos” de comportamientos personales erráticos y anormales, resulta muy fácil percibir que, sus orientaciones presentadas como quintaesencia de la “corrección política”, han llevado a las sociedades occidentales a una situación de parálisis y caos social creciente, en el que lo accesorio y personal pasaban a primer plano. El fracaso de la ingeniería social es constatable para todos aquellos que tienen ojos y ven, cerebro y piensan, quien precisa argumentaciones es que todavía no ha percibido la realidad tal cual es: es, literalmente un “alienado” (tanto en el sentido dado por la RAE a esta palabra –loco, demente, perturbado, ido, desequilibrado, enajenado, alucinado, demenciado, insano, chiflado, majareta”–, como en el sentido marxista –alguien que ha dejado de percibir la realidad tal cual y ha perdido la percepción de sí mismo–). De ir la sociedad por ese camino unos años más y pronto entraría en colapso. Así pues, se trata de revertir ese fenómeno.
2) A los multimillonarios del sector de las nuevas tecnologías les preocupa la tendencia del ultraprogresismo de subsidiar cada vez más actividades, lo que implica una necesaria subida de impuestos. A las clases medias ya no se les puede exprimir más: así que ahora tocaba el turno a las grandes fortunas: a ellos en concreto. Éstas, por lo demás, ya se han visto afectadas por las bajadas de la bolsa en EEUU durante la “era Biden” que han recortado su patrimonio. Por otra parte, las políticas “liberales” y “ultraprogresistas” están favoreciendo un aumento desmesurado de la deuda de los Estados, de la que solamente se benefician los inversores en productos financieros convencionales, pero no los especializados en capital-riesgo, vinculados frecuentemente a las nuevas tecnologías y a su desarrollo.
Estas son, al menos, las dos razones que se han argumentado para explicar el cambio de actitud de Silicon Valley. Y son ciertas, pero hay una razón más profunda, invisible si no se tienen en cuenta las tendencias de las anteriores revoluciones industriales.
Para entender lo que está ocurriendo es preciso fijar la idea de que nos encontramos inmersos en los primeros pasos de la Cuarta Revolución Industrial. Esta revolución está protagonizada por una serie de “tecnologías convergentes” (esto es, que, interactuarán, apoyándose unas sobre otras): ingeniería genética, robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, criogenia, informática cuántica, energía de fusión…). Al hablar de revoluciones industriales, es muy difícil establecer una fecha concreta, pero, de lo que no cabe la menor duda es de que el desarrollo de las ciencias de vanguardia en el primer cuarto del siglo XXI ha ido avanzando a velocidad cada vez más vertiginosa y está cambiando nuestras vidas.
Una “revolución industrial” es tal cuando cambia radicalmente la forma de energía utilizada por las sociedades y cambian las tecnologías de la comunicación. Podemos decir que en esta época se está entrando en una Cuarta Revolución Industrial que comienza con la generalización de las "energías alternativa y alcanzará su plenitud con la energía de fusión nuclear, por un lado y, por otro, hemos entrado en la era de la comunicación digital que empieza con la implantación del 5G y terminará con la conexión cerebro-ordenador. Una revolución industrial debe registrar una innovación tecnológica radical (o varias), implementar los procesos de automatización y alterar la manera de comunicarnos. Es frecuente que varíen también los países hegemónicos y la concepción misma del poder en cada una de las revoluciones industriales (en la actualidad estamos pasando del período de unipolaridad norteamericana al de multipolaridad y, como veremos, de la "partidocracia" a experimentar la necesidad y de la búsqueda de nuevas formas de participación política acordes con el desarrollo de las nuevas tecnologías).
Desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX, se produce la primera revolución industrial. La nueva tecnología es el vapor que facilita la actividad de los mineros en el Reino Unido (el bombeo de agua se realiza mediante máquinas de vapor cada vez más eficientes) y las hilaturas. Todo esto genera, por una parte, tránsitos del campo a la ciudad (que precisa mano de obra para las nuevas industrias), mejora en las condiciones de vida, paso de la producción artesanal a la industrial, en los campos se mejoran las técnicas de cultivo necesarias para alimentar a más población, se crea un sistema financiero para implementar las nuevas industrias, los ferrocarriles se van implantando (las 80 horas que se tardaba en ir en carromato de Manchester a Londres, se convierte en 8 gracias al vapor), los astilleros botan barcos de hasta 200 metros y las navegaciones entre ambas orillas del Atlántico se reducen de un mes a diez días, esto permite extender los imperios coloniales. El vapor, pues, mejora las comunicaciones y la interrelación entre personas. Son los años en los que aparece un nuevo poder. Por una parte, Inglaterra es la nación que detenta en esos momentos la hegemonía mundial. Son los años de la independencia americana y de la revolución francesa. Para Inglaterra es un período de estabilidad y expansión colonial que emplea a la Compañía de Indias Orientales como punta de lanza del imperialismo y al ejército británico como fuerza auxiliar para garantizar los buenos negocios. Es un tiempo de desigualdades crecientes y de condiciones de vida infames para los trabajadores. El poder político está detentado, o bien, directamente por los propietarios de las grandes acumulaciones de capital que se van formando, en bolsa y en los negocios del transporte y el comercio. Los antiguos lores que quieren no perder su posición económica, se convierten en empresarios vinculados a la bolsa, al comercio, al textil, a la minería… La “nueva burguesía” -propietaria de las patentes de las tecnologías del vapor, o bien sus explotadores- es la clase hegemónica que impone sus puntos de vista, la forma de organización política que le es más cómoda y el modelo social.
Pero en el último tercio del siglo XIX hasta el final de la Primera Guerra Mundial, se produce otro cambio tecnológico: irrumpe la electricidad, el motor de combustión interna que se aplicará en distintos campos, incluida la aviación, la automoción y la guerra. Aparecerá, así mismo, la “telegrafía sin hilos” y la radio. Será a partir de 1900 cuando estos avances empiecen a manifestarse en toda su plenitud y será durante la Primera Guerra Mundial cuando lleguen a su desarrollo definitivo y en la Segunda a su clímax. Henry Ford será el primero en aplicar la producción en cadena y la estandarización en sus fábricas; será el primero que se dé cuenta de la necesidad de abaratar el precio de los productos y aumentar salarios para convertir a los trabajadores en consumidores. Esa idea es fundamental: aparece la figura del “consumidor”, aparece una clase media importante y extendida. Es una revolución tecnológica unida a la explotación de nuevas fuentes de energía: es la era de los hidrocarburos, de la energía hidráulica. A principios de siglo EEUU ya ha sustituido a Europa como hegemónica, pero el desarrollo de la industria siderúrgica y de la investigación química, ha convertido a la Alemania unificada por Bismarck en la gran potencia europea. A ello ha contribuido la anexión de Alsacia y Lorena después de la guerra franco-prusiana, lo que permite a Alemania disponer de carbón y hierro que, junto a nuevas tecnologías para tratar el acero convierte otorgan potencia a este país. El Reino Unido no está dispuesto a permitirlo. Solamente el poder económico mundial sigue residiendo en la Bolsa de Londres. En EEUU, primera potencia mundial a principios de siglo, el poder está en manos de los “barones ladrones”, los magnates del ferrocarril, las comunicaciones, las financias y el petróleo. Ellos son, en ese momento, los propietarios de las nuevas tecnologías. Las telecomunicaciones experimentan el primer desarrollo: el telégrafo se ha generalizado a mediados del siglo XIX, luego aparece el teléfono (1876), luego el telégrafo inalámbrico (1897), la radio (1901)… El acero y las nuevas tecnologías entrarán en liza en la guerra de 1914-1918 demostrando su eficiencia: el carro de combate, la ametralladora, el avión, los camiones. El poder político se ve condicionado y, en la práctica, dirigido por las grandes corporaciones que imponen sus políticas a despecho de que puedan ser excusa para desatar guerras. Las desigualdades derivadas de la primera revolución industrial terminan generando una rección de la que la Revolución Rusa y la aparición de los fascismos, serán los arquetipos. La guerra de 1914-18 ha obligado a los científicos a avanzar y forjar nuevos proyectos que se traducirán en los veinte años siguientes en avances técnicos civiles (aviación comercial, inicios de la televisión, generalización de la radio) y militares (inicio de la era espacial, desarrollo de la logística, investigación nuclear, primeros pasos en la conquista del espacio exterior y bomba atómica) que se unirán a los que se han producido entre finales del XIX y principios del XX: la implantación de la electricidad, primero a las calles y luego a los hogares, y de su producción. La generación de la radio y de la telegrafía sin hilos o del teléfono. Cuando termina la Segunda Guerra Mundial es evidente que se ha entrado en una nueva era.
En 1945 con las bombas de Hiroshima y Nagasaki puede decirse que entramos en la Tercera Revolución Industrial que se prolongará hasta finales del siglo XX. Está orientada en varias áreas: energía nuclear y aplicaciones pacíficas, telecomunicaciones y tecnologías de la comunicación, automatización de los procesos de producción, conquista del espacio y microinformática mediante satélites o a través de fibra óptica, desembocando en las autopistas de la información tras la generalización de Internet. Veinte años después de la derrota de las potencias del eje, la nueva revolución científica y tecnológica tiene tres vértices: EEUU, Europa y Japón. Quienes imponen las reglas del juego son un nuevo modelo de empresas que operan en todo el mundo: las multinacionales. Serán ellas las más interesadas en ampliar su radio de acción y, tras la caída del Muro de Berlín, establecer el proceso globalizador.
El tránsito de la tercera a la cuarta revolución industrial tiene lugar en un momento indefinido ya en el siglo XXI. Las nuevas tecnologías son, en gran medida, desarrollo de las antiguas, pero en la cuarta revolución industrial aparecen nuevas áreas de investigación que actúan en sinergia con otras. Las hemos enunciado antes: son las “tecnologías convergentes”.
Los métodos de organización política no han cambiado apenas desde la primera revolución industrial: la democracia, degenerada en parlamentarismo y éste degradado en partidocracia, reviste, en esencia, características muy similares a la Inglaterra de la segunda mitad del XVIII y en EEUU, el sistema electoral es el mismo que en el momento de la independencia, sin apenas modificaciones. Pero esto genera una disfunción: la desvinculación creciente entre el progreso científico y la forma de organización política de las sociedades. En la tercera revolución industrial, la partidocracia se ha convertido en una plaga en todos los países. Y especialmente genera problemas porque las élites económicas surgidas de la segunda y tercera revolución industrial quieren seguir siendo hegemónicas y dictando sus reglas del juego, transmitidas por la London Economic School, la escuela del socialismo fabiano por excelencia, transmisora de los dogmas “progresistas” a las élites económicas (de la que George Soros, es un ejemplo, o la propia familia Rockefeller) e impuestas por la estructura burocrática de las Naciones Unidas a través de la Agenda 2030 y de los proyectos que la han precedido… a pesar del progresivo proceso de decadencia y brutalización que se está generando.
Es probable que el cambio radical de posturas políticas de Elon Musk se deba a su drama personal. Una cosa es criticar las locuras de los “estudios de género” y otra muy diferente, experimentarlas en el propio núcleo familiar. Uno de los hijos de Musk, Xavier Alexander Musk, a los 16 años, inició su “proceso de transición” al sexo femenino en 2019, convirtiéndose en “Vivian Jenna Wilson”. Su padre vio en directo las consecuencias de los “estudios de género” y, sin duda, esto le previno contra este tipo de productos del “ultraprogresismo”.
Pero lo realmente significativo a nivel económico es que las ratios de capitalización de las grandes empresas tecnológicas generan muchos más beneficios que las empresas industriales clásicas o que la propia especulación financiera o la actividad bancaría. Lo que hace que este tipo de empresas, con menos personal (pero más especializado) obtenga más beneficios en menos tiempo y sin recurrir a financiar sus actividades a través de la banca clásica. En otras palabras: a medida que las “nuevas tecnologías” generan mayores acumulaciones de capital en menos tiempo, las viejas “dinastías económicas” surgidas de la Segunda y Tercera Revolución Industrial van perdiendo posiciones en relación a las primeras y centran lo esencial de sus beneficios en su colaboración cada vez más estrecha con los Estados. Sin entender este elemento, es imposible entender lo que esta ocurriendo en nuestro tiempo y qué genera los conflictos presentes y futuros.
A lo largo del gobierno de Obama y del gobierno Biden, se puso de manifiesto que las “viejas élites” están dispuestas a poner todo tipo de palos en las ruedas a las empresas tecnológicas, y, paralelamente, siguen apoyando el sistema mundial surgido de 1945 y a sus dos columnas políticas (un centro-izquierda y un centro-derecha que se van alternando en el ejercicio del poder, siempre dentro con orientaciones muy parecidas, fuera de las cuales, las nuevas opciones son demolidas en poco tiempo o bien integradas y si logran hacerse con un amplio espacio político, son contenidas por el famoso -y cada vez más débil- “cinturón sanitario”).
Todo esto sería aceptable, solamente si el “sistema” funcionase: pero no funciona. La gran crisis de 2007-2011 fue un toque de atención. Y lo que ha seguido desde entonces no se ha traducido en una rectificación de los aspectos más indeseables de la economía y de la política mundial, sino un “dejar hacer”, enfatizando solamente aspectos muy irrelevantes que solamente interesan a minorías (wokismo, LGBTIQ+, corrección política, multiculturalidad, discriminación positiva, etc.) que han aumentado el caos social y han hecho imposible que los Estados se sustenten sobre verdaderos valores y principios. El rápido deslizamiento hacia situaciones caóticas que padece hoy la sociedad es demasiado visible como para que pueda negare.
El problema es que las élites económicas surgidas de la Segunda y Tercera Revolución Industrial permanecen absolutamente desinteresadas por el proceso de barbarización de las sociedades. No les preocupa, por ejemplo, que los avances tecnológicos de la revolución científica que está teniendo lugar ante nosotros, no pueda llegar nunca en el futuro a las masas: les basta con saber, en su infinito egoísmo y en su absoluto endiosamiento elitista, que ellos sí disfrutarán de ellas… y que el resto de la población siga en el limbo o se nutra con clips de Tik-tok, con el “salario social” y con la comida basura.
Pero, desde el punto de vista de los propietarios de las nuevas patentes tecnológicas, de los inversores de capital-riesgo, de los propietarios de las compañías tecnológicas, las cosas se ven desde otro punto de vista mucho más actual y realista: una sociedad barbarizada, una sociedad en la que solamente una pequeña cúpula tenga acceso a las nuevas “tecnologías convergentes”, pueda disfrutar de la robótica, recurrir a la ingeniería genética o a la nanotecnología, a medicamente de diseño personalizado, a una medicina preventiva, y a todos los nuevos productos que nos están ofreciendo, no es económicamente viable y, lo que es peor, puede generar respuestas inesperadas por parte de las masas capaces de desembocar en procesos insurreccionales que hagan saltar en pedazos los Estados… y, por tanto, destruir las perspectivas que en el futuro abrirán (están abriendo) las nuevas tecnologías.
Hay que recordar que cuando empezó la sustitución de los disketes por CDs, las unidades de grabación -hacia mediados de los años 90- costaban en torno a los 3.000 euros actuales (en España, 500.000 pesetas, cuando el salario medio se situaba en 150.000). Solamente la difusión masiva hizo que el nuevo producto estuviera al alcance de todos (hoy, esas unidades se venden a 10-15 euros, casi a título de reliquias). En la actualidad estamos atravesando el mismo recorrido para los equipos de realidad virtual que empezaron vendiéndose en torno a los 6.000 euros y en la actualidad pueden encontrarse por 400… Con otras tecnologías no será diferente: la rentabilidad se obtiene por la masificación en las ventas y esto solamente puede alcanzarse abaratando el producto y haciéndolo accesible a las masas. El fordismo ya había llegado a esa certidumbre hace 115 años. Las nuevas tecnologías del presente, como las del ayer, solo son económicamente viables y rentables, si se convierten en productos de consumo para las masas.
A diferencia de las élites económicas de la segunda y tercera revolución industrial que, en buena medida, vivían de la inversión en armamento y, consiguientemente, de la generación artificial de conflictos (el último, el conflicto ucraniano, precisamente) para estimular el gasto y la reposición de lo consumido y/o destruido, los promotores de la Cuarta Revolución Industrial no necesitan guerras para implementar sus productos, sino todo lo contrario: precisan, eso sí, una situación de estabilidad para poderlos producir en masa y hacerlos accesibles a todos. Y es evidente que la política del “salario social” y los subsidios para mantener narcotizados a grupos sociales, junto con las subidas impositivas para poder pagar la deuda acumulada durante las últimas décadas, en última instancia nos pondrán cerca de estallidos sociales después de impedir el acceso de las nuevas tecnologías a las masas.
De esto podemos deducir tres axiomas:
1) los intereses, los principios y las tendencias de los consorcios tecnológicos no son los mismos que los de las viejas corporaciones multinacionales, o las del viejo capitalismo financiero. El capital-riesgo apuesta por los desarrollos de tecnologías futuras; el capital financiero, por su parte, lo hace por la industria y las empresas convencionales del pasado. Las viejas élites piensan solamente en el aquí y el ahora o, en que poder aplicar en exclusiva las nuevas tecnologías, por caras que sean. Las nuevas élites tecnológicas saben que solamente la democratización de estas tecnologías abaratará costes y eliminará riesgos de problemas sociales: porque, no se olvide, que estas tecnologías a la vuelta de pocos años, estarán en condiciones de alargar la esperanza de vida. Pensar en una sociedad en la que un sector de la población tenga una esperanza de vida de 80 años y una pequeña élite económica la pueda prolongar hasta los 130, es simplemente imposible. Esto solamente podría suceder si la élite financiera tuviera el control de los nuevos medios de comunicación: pero los está perdiendo. Lo demuestra Twitter-X, Meta y sus “redes sociales” o los digitales de información, ante los que los medios convencionales están cada vez más debilitados y subsidiados. La información en la Cuarta Revolución Industrial circula de manera muy diferente a las tres anteriores.
2) Una sociedad tecnológica precisa de una cultura propia que, por una parte, garantice la estabilidad y, por otra, asegure su futuro formando nuevas élites tecnológicas. Se suele criticar a los gigantes tecnológicos por vivir de espaldas a la cultura. Eso supone olvidar que Amazon (una de las cuatro mayores empresas junto a Apple, NVidia, Google, Meta y Microsof) inicialmente nació como librería en línea en 1995 y que al término del primer año, ya era la mayor librería del mundo. Resulta inevitable unir “libros” (convencionales o electrónicos) al desarrollo de la cultura y a la forma en que se distribuye esa cultura.
3) Con la Primera Revolución Industrial se inicia el “capitalismo” en el Reino Unido. En cada una de sus siguientes etapas ha tenido distintas formas cada una de las cuales ha modelado las sociedades surgidas de las siguientes revoluciones industriales. Siempre, los propietarios de las nuevas tecnologías y de las patentes, son los que han dictado las reglas del juego de carácter político: capitalismo incipiente, capitalismo industrial, capitalismo multinacional, capitalismo globalizador, correspondiendo la hegemonía respectivamente a los Estados Nacionales, a los bloques geopolíticos y a asociaciones internacionales burocratizadas. En los primeros pasos de la siguiente revolución industrial está empezando a ocurrir el mismo proceso, solo que, en esta ocasión se está reformulando espontáneamente la misma lógica: y la toma de posesión de Sillicon Valley a favor de Donald Trump es tan significativa, como el hecho de que Elon Musk entre en su administración y se configure como futuro candidato presidencial republicano.
Ahora bien, esto presenta muchas dudas y solamente una certidumbre:
1) El viejo ultraprogresismo, ahora, empieza a verse rebasado por resultados electorales adversos en todo el mundo y una resistencia cada vez mayor de las fuerzas conservadores y de sus nuevos aliados, las grandes empresas tecnológicas. Es el auge de los populismos.
2) Nadie puede afirmar si esta alianza será permanente o circunstancial (solamente para derrotar al ultraprogresismo y lograr una base social que las tecnológicas todavía no poseen).
3) El “viejo orden” (los Soros, los Schwab, las “dinastías económicas”, el capital financiero, las asociaciones del “poder mundial” [Trilateral, Beldelberg, Foro de Davos, etc.] como antes la masonería presente, sobre todo en las dos primeras Revoluciones Industriales) reordenarán sus fuerzas y tratarán de resistir mientras las circunstancias se lo permitan, si bien todo juega en su contra.
4) La revolución tecnológica es -como ya hemos dicho en otros artículos sobre el transhumanismo- una revolución antropológica que puede decantarse hacia dos vertientes opuestas e incompatibles: el transhumanismo o bien el Arqueofuturismo (idea sobre la que insistiremos más adelante).
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Quedaría por explicar el papel de Bill Gates en todo este proceso. Gates, cuya empresa Microsoft, es el puente entre la Tercera Revolución Industrial y la Cuarta, se vio beneficiado por ser la primera gran acumulación de capital procedente de un consorcio tecnológico. Apple tardó bastante más en afirmarse y no mediante el ejercicio del monopolio de los sistemas operativos, sino por las cualidades de diseño e innovación. Gates, se comportó como los viejos magnates del “dinero viejo”: inversión en bolsa (Warren Buffet le enseñó las leyes de la economía financiera convencional) y tratar de “hacerse simpático” mediante una fundación que ejerciese actividades filantrópicas. Pero, contrariamente a la imagen que han querido proyectar sus asesores en la materia, lejos de ser un “profeta del futuro” (a los Steve Jobs o a lo Elon Musk) o un genio clarividente, sus iniciativas (sanitarios portátiles para África y vacunación para todos) han hecho de él algo completamente aparte en relación a los demás magnates de Silicon Valley, tratándose de proyectos filantrópicos propios del “viejo orden” que oscilan entre la chusca ignorancia (inodoros para África), el fanatismo ignorante (las vacunas) al servicio de la industria farmacéutica, siendo un personaje que se ha mostrado -incluso desde el origen de Microsoft- muy limitado y desprestigiado hoy en la meca tecnológica de Silicon Valley (véase: El descenso a los infiernos de Bill Gates). Entre “vender agua azucarada o construir un mundo nuevo” como planteó Jobs a John Sculley -antiguo gerente de Coca-Cola- Gates hubiera elegido la primera opción… por no hablar, claro está, de sus relaciones con Jeffrey Epstein que le costaron el divorcio.