jueves, 30 de junio de 2022

REVISTA DE HISTORIA DEL FASCISMO – Nº LXXVIII – LOS FASCISMOS SUIZOS

FASCISMOS SUIZOS: del “frontismo al neo-fascismo”

El fascismo suizo fue especial por varios motivos. En primer lugar, por la propia naturaleza de la Confederación Helvética en donde conviven distintas familias lingüísticas, cada una de las cuales demostró sus preferencias doctrinales en los años 20 y 30: hacia el nacionalismo maurrasiano, primero, para luego derivar hacia un “fascismo nacional suizo” (con Georges Oltramare y su Union Nationale) en los cantones francófonos; un nacionalismo que tenía al fascismo italiano como modelo, especialmente en el cantón Tesino y en parte de la zona francófona (la Federación Fascista Suiza del coronel Fonjallaz); y, finalmente, el fenómeno “frontista”, presente sobre todo en los cantones germánicos e inspirado en el modelo alemán.

Pero, además, el caso suizo es particularmente curioso por las buenas relaciones que mantuvo el gobierno de aquel país con Italia, Alemania y España, durante los años de la guerra mundial, contrariamente a cómo trató a las anteriores organizaciones mencionadas, que resultaron prohibidas en 1943 y sus líderes procesados y encarcelados.

Se daba, así mismo, la circunstancia de que el propio Mussolini en sus años de juventud había residido durante un tiempo en Suiza, sobreviviendo como trabajador y luego como agitados político. Conocía perfectamente la psicología suiza y los resortes de su mentalidad. Hitler también había viajado a Suiza en 1923, poco antes del golpe de Múnich. Esto, por lo que respecta al pre-fascismo. Tras 1945, Suiza fue el refugio de algunas iniciativas neo-fascistas centradas en la figura de Gastón Amaudruz y su organización, el Nuevo Orden Europeo.

Todos estos jalones son los que vamos a seguir en este dossier sobre los fascismos suizos, cuya conclusión  (que no hemos podido incorporar por falta de espacio) incluiremos en el próximo volumen.

 

Contenido

PRIMERA PARTE: Suiza y el fascismo. Pinceladas              

1. Mussolini en Suiza     
2. El irredentismo italiano en Suiza           
3. Las relaciones de Suiza con Italia fascista        
4. Suiza y el Tercer Reich               
5. Suiza y el franquismo durante la Segunda Guerra Mundial       

SEGUNDA PARTE: Los fascismos suizos  

El precedente maurrasiano: la hora del pre-fascismo
Iniciativas antibolcheviques       
El “frontismo”, rasgo específico del fascismo suizo         
El resto de grupos “frentistas”  
La irrupción de la Union Nationale         
Georges Oltramare, líder de la Union Nationale
Algunas precisiones sobre Union Nationale        
Arthur Fonjallaz, y su Federación Fascista           
FFS - Action Hélvétique
El desarrollo de la FFS   
La FFS-Action Hélvétique y otros movimientos “frentistas”         

TERCERA PARTE: La hora del neofascismo

La larga trayectoria del Nouvelle Ordre Européenne     
Otros intentos del neofascismo suizo    
La “Iniciativa Schwarzenbach”  

ANEXO

Manifiesto programático del Nationale Front (1936)      

 

Características:

Tamaño: 15x21 cm.
Páginas: 236
Impresa en papel blanco de 80 grms.
80 fotografías
Portada en cuatricomía plastificada con solapas
P.V.P. 20,00 € (+ gastos evío)
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Correspondencioa eminves@gmail.com

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Versión Amazon (impreso para fuera de España): 20,00 euros








martes, 28 de junio de 2022

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: CÓMO (Y POR QUÉ Y POR QUIÉN) LA IZQUIERDA PASÓ DE LA HOMOFOBIA AL ARCO IRIS…

Durante casi un siglo el sexo fue tabú para la izquierda marxista. Más que tabú, estuvo mal visto y peor vivido. Luego, cuando se produjo la revolución de octubre y aparecieron los partidos comunistas, el sexo se vivía como una “desviación pequeño-burguesa”. Marx no había dicho nada sobre sexualidad: la única “opresión” que conocía era la de la burguesía sobre el proletariado, por tanto, nadie tenía que emanciparse sexualmente de nada. En las pocas referencias que hay en la obra completa de Marx, a la mujer, se la equipara a los niños: sostiene que las mujeres deben ser consideradas como “seres débiles” de los que el capital abusará, pagándoles menos de lo que merecen y haciéndolas trabajar hasta el límite de sus fuerzas.

NI MARX NI EL MARXISMO ERAN “PROGRESISTAS” EN ASUNTOS DE GÉNERO

Algunos autores han sostenido que Marx era “un progresista en materia de igualdad de géneros”. Sin embargo, sus comportamientos en lo cotidiano, se corresponden perfectamente a lo que hoy sería llamado “machista”: Marx prefería tener hijos que hijas, menospreció los primeros pasos del movimiento de liberación femenina y a las mujeres en general. Llega a concebir a la mujer dentro del matrimonio con “una forma de la propiedad privada exclusiva”. A diferencia de Engels que sí era “sufraguista” y en varios escritos se manifestó a favor del voto femenino, Marx era completamente indiferente a esta temática.

Marx se posicionó contra el trabajo remunerado de la mujer. Sostiene que la mujer, por su mayor “docilidad”, hace que su presencia en las fábricas reduzca la capacidad de resistencia de la “fuerza de trabajo y favorece la disciplina industrial”. Y, libera al obrero varón de la responsabilidad de un comportamiento “machista” con su mujer -a la que considera como una “posesión del obrero”, sin hacer referencia alguna al “poder patriarcal”- culpabilizando al capital de todas las desgracias que suceden al obrero y a su familia.

En una palabra, ni la mujer, ni los hijos, le interesaron mucho en la medida en que escapaban a la simplicidad de su esquema burgués contra proletario, capital contra trabajo, desposeído contra poderoso.

OTROS EJEMPLOS DE “MORAL SEXUAL DE LA IZQUIERDA”

En el anarquismo las cosas eran parecidas. Las distintas sectas anarco-sindicalistas, por ejemplo, que llegaron con buena salud hasta la guerra civil española, eran, más bien, rigoristas en materia de sexualidad. “Amor libre”…, sí, pero, mucho mejor, “lucha por los derechos de los trabajadores”. En la CNT está cuestión se planteó continuamente hasta el 18 de julio de 1936. No fue por casualidad que Durruti poco antes de morir enviara a todas las mujeres que componían su columna, de retorno a Barcelona.

Todo lo que no tendía a mejorar la cultura y la situación social del proletariado era considerado como “peligroso” porque desviaba de la principal tarea: conseguir un cambio socio-económico. En cuanto a la homosexualidad y al travestismo eran combatidos, criticados y despreciados como “vicios burgueses”.

En la propaganda del Komintern y en la que se desarrolló en España durante la guerra civil por parte de la República, llama la atención cómo es tratada la homosexualidad: siempre se identifica con “el fascismo”. La imagen de Franco aparecía en la propaganda república con rasgos ambiguos, de militar afeminado, de la misma forma que en la propaganda de la izquierda alemana se presentara a los “junkers” y a los “militaristas”, como simples homosexuales: en tanto que “fascistas”, debían de ser receptáculo de todas las depravaciones. Eso mismo se insinuaba de Hitler y en España de José Antonio Primo de Rivera.


 


¿Habrá que fusilar a los caricaturistas de izquierdas que en los años 30 presentaron a Hitler, Franco y demás líderes fascistas como gays, travestidos o transex?

Máximo Gorki llegó a decir: “Exterminad a los homosexuales y habréis acabado con el fascismo”. Y es que para la propaganda de izquierdas antes de la Segunda Guerra Mundial, la homosexualidad era la raíz del fascismo. No hay duda, pues, sobre la opinión que tenía la izquierda del mundo gay: era, simplemente, el enemigo y esto por un amplio número de razones.

Arthur Koestler, en sus memorias, cuando todavía era militantes comunistas, sentía cierta repugnancia al practicar el sexo. Era como si traicionara la “sagrada causa del proletariado”. El partido y la causa, la revolución mundial, estaban por encima de todo. Era la doctrina oficial del Komintern y así se mantuvo. Cuando Wilhelm Reich empezó a interesarse por la “sexualidad proletaria”, sus camaradas del KPD lo miraron con cierta desconfianza y en 1932 dejaron de apoyar su “SEXPOL”, organización juvenil por un “política sexual”. Dos años después, reconocería que, en la URSS, el Partido Comunista había ahogado la “libertad sexual”, había penalizado y prohibido la homosexualidad. Fue expulsado de las filas del partido.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (1) LUKÁCS 

Sin embargo, en 1923 habían ocurrido tres fenómenos que pasaron desapercibidos para la mayor parte de la población.

Por una parte, Georg Lukács, comunista húngaro y partidario de Béla Kun, que había sido “comisario responsable de Instrucción Pública” en la efímera “República Soviética de Hungría”, publicaría Historia y conciencia de clase. Lukács había extraído algunas conclusiones del fracaso de la revolución en Hungría y en toda Europa entre 1919 y 1923. La obra fue condenada por el IV Congreso de la Internacional y obligó al autor a hacer la autocrítica. La obra, casi más hegeliana que marxista, trata de ser una justificación filosófica del bolchevismo. Propone un nuevo modelo organizativo para el partido al que considera como “forma histórica y como portador de la conciencia de clase”. No era, por tanto, necesario que el partido estuviera formado por proletarios, ni al servicio del proletariado. Es más, en otro tiempo, en otra época, en otro lugar, podía darse una revolución comunista, sin proletarios, incluso sin un partido leninista organizado. Fue expulsado del Partido Comunista Húngaro en 1928.

Lukács se había dado cuenta de que el proletariado, no solamente no era “revolucionario”, sino que, lo más probable, es que jamás lo fuera. Esto, a un intelectual no fanatizado por el marxismo, le hubiera dado argumentos más que suficientes para abandonar esta ideología, pero Lukács se considerará siempre un “revisionista” del marxismo, en absoluto un no-marxista, ni mucho menos, un antimarxista. Su razonamiento es simple: siendo el marxismo la único “doctrina científica”, cuando se produce un desfase entre la realidad y la interpretación ideológica, el problema no es de la ideología, sino de la realidad que ha adoptado una dirección errónea. El problema es que Lukács considera que Occidente vive desde hace dos mil años instalado en el error. Y ese error tiene un nombre: civilización cristiana y occidental.

Así pues, el gran adversario, para Lukács es el cristianismo y el orden de valores derivados de él. La ideología, por tanto, queda a salvo en su infalibilidad.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (2) - GRAMSCI

El mismo año 1923, Antonio Gramsci había desplazado a Amadeo Bordiga en la secretaría general del Partido Comunista Italiano. En las elecciones del 6 de abril de 1924, sería elegido diputado y desde su escaño asistiría a la muerte de Matteotti y, después, a la consolidación del régimen fascista. En los meses siguientes, y especialmente durante su estancia en cárcel a partir de 1927, reflexiona sobre algo que le preocupaba desde hacía tiempo: había algo en el esquema marxista que no terminaba de encajar con la realidad.

Desarrolló la idea de “hegemonía” y de “bloque hegemónico” que no era nada más que una ampliación del problema planteado por Marx sobre la “infraestructura” y la “superestructura”. Para Marx, la “infraestructura” era solamente el sistema económico. Esta “infraestructura” presionaba sobre la “superestructura” determinando leyes, costumbres y hábitos sociales, modelo político, aparato represivo, etc. Marx había recomendado que para cambiar la “superestructrura” era necesario actuar sobre la “infraestructura” porque todo en una sociedad capitalista estaba condicionado por la economía.

Pero, en el análisis de Marx, lo que entendía como “burguesía” (en realidad, era clase capitalista) se oponía directamente al “proletariado”. Cuando Marx formuló su tesis, el capitalismo se encontraba aun en una fase industrial poco avanzada. En las décadas siguientes aparecerían otros grupos sociales generados por la industrialización, la mejora en las condiciones económicas y que no era nada más que el producto de la nueva ordenación social: la clase media. Y la clase media empezó demostrando su poder, movilizándose y movilizando a buena parte de la población en lo que fueron los fascismos. No fue, por tanto, la “burguesía” la que generó los fascismos, sino una clase que Marx ni siquiera había tenido ocasión de conocer.

En prisión, Gramsci se replanteó un problema que Marx había dejado resuelto con excesiva facilidad. Si, a pesar de los sindicatos, resultaba muy difícil cambiar la “infraestructura” económica que era como penetrar en el reducto de la fortaleza del capital, ¿no podría alterarse la “superestructura” operando directamente sobre ella? Gramsci respondió afirmativamente y de ahí derivó su concepto de “hegemonía cultural” y de “bloque hegemónico”. Para Gramsci la “hegemonía cultural” era, en definitiva, lo que garantizaba el control del capital sobre la sociedad. Por ejemplo, cuando se produce la Primera Guerra Mundial, el capital (lo que llama “burguesía capitalista”) llama a la “defensa de la patria” constituyendo así un “bloque hegemónico” en el que están presentes distintos grupos sociales todos ellos subordinados al poder del capital y unidos por la idea de patriotismo. Pero si se lograba restar dirección intelectual y legitimidad moral al “bloque hegemónico” podría ocurrir que éste se desplazara hacia las “fuerzas populares del trabajo y de la cultura” y, por tanto, los equilibrios de fuerzas en la “superestructura” quedaran modificados.

Si a esta lucha por la “hegemonía cultural”, unimos el trabajo del Partido Comunista y de los sindicatos obreros, entonces y, solo entonces, se llegará al “momento revolucionario” en el que sea posible derribar el poder del capital.

UN PARENTESIS SOBRE EL “GRAMSCISMO DE DERECHAS”

Imposible no hacer un alto aquí y recordar la idea de Alain de Benoist sobre el “gramscismo de derechas”. Aparte del hecho de que Guillaume Faye, ya reconoció en su obra El Arqueofuturismo, que cuando la “nouvelle droite” debatía sobre esta temática, apenas conocían la obra de Gramsci, por nuestra parte añadiríamos que realizar una “lucha cultural” en la derecha y en los años 70, suponía engañarse sobre las posibilidades: en primer lugar porque Gramsci no partía de cero, tenía una ideología bien estructurada a la que solamente añadió unos elementos de crítica para perfeccionarla y evitar el desfase entre las previsiones ideológicas y la realidad social, y, por otra parte, Marx y Engels no habían sido solamente “doctrinarios”, sino que fueron militantes políticos, comprometidos con una causa, primero la de la Liga de los Comunistas y, después con la Internacional.

Para que una lucha cultural pudiera dar sus frutos, precisaba como condición sine qua non que previamente existiera una ideología de conjunto que poder “hegemonizar” y no unas simples críticas a la actualidad cultural, en función de la cual se erigían simples “puntos de referencia”. Y, en segundo lugar, la imagen del “intelectual” ajeno a la lucha política contaminante y de dudoso porvenir, era algo que no había estado presente en la izquierda: allí el “intelectual” era, al mismo tiempo, “soldado político”. En el caso de la “nouvelle droite”, el conjunto estaba formado por antiguos “solados políticos” licenciados que habían decidido romper con sus viejas organizaciones, sin pensar siquiera en construir otras nuevas.

La historia de la “nouvelle droite” francesa siempre nos ha parecido la historia de un entrenador (“cultural” en este caso) que juzgase que era preciso “prepararse” para afrontar la lucha cultural en el momento en el que se plantease el “match”, esto es el partido en el que enfrentaría a dos visiones del mundo, dos perspectivas culturales, dos formas de concebir al ser humano. Pero ese “match” nunca llegaba. Y el entrenador seguía diciéndonos que debíamos entrenarnos más y más, prepararnos para el momento.

Decir esto en 1978 era una cosa porque la extrema-derecha francesa era poco menos que cero, pero luego cuando se desató el fenómeno Le Pen en los 80, las cosas cambiaron: ya había un movimiento político sobre el que operar. Pero, para el entrenador, este movimiento era poco y lo miró siempre con desdén desde su posición de superioridad intelectual. Y el problema ha sido que el reverdecer de un partido populista de derechas (el límite máximo que puede encontrar acomodo un proyecto alternativo dentro de la actual situación socio-política) en Francia, se ha producido casi completamente al margen de la “nouvelle droite. Volvamos a Gramsci.

SOMOS LO QUE PENSAMOS. CÓMO GRAMSCI LLEGÓ A SER LO QUE FUE

Los padres de Gramsci eran podres, pero él era abogado y disponía de cierta cultura. A pesar de que trabajó y logró una beca para estudiar Filosofía y Letras, se afilio al Partido Socialista. En 1921 pasó al Partido Comunista. La rapidez con la que el fascismo se hizo con el poder, hizo que Gramsci empezara a desconfiar de la “conciencia de clase” y del poder del proletariado como fuerza opuesta al capital.  A partir de aquí cuestionó algunos aspectos del marxismo y del leninismo, aun aceptando lo esencial, a saber, que la ideología dominante en una sociedad es la de la clase dominante que se expresa mediante la “hegemonía cultural” trasladada a la población a través de las creencias religiosas, de los medios de comunicación y de la educación.

Así pues, atacando las ideas religiosas, desvalorizándolas, penetrando entre los fieles y haciendo sembrar las dudas, se neutralizada a unos; infiltrándose en los organismos de poder cultural se lograba limitar la influencia de las clases dominantes en el mundo de la cultura y, finalmente, observando y ganando a los movimientos culturales alternativos y disidentes que suelen aparecer en toda sociedad, se conseguía, en conjunto, mermar, poco a poco, la influencia del “bloque hegemónico”.

Gramsci no era particularmente empático ni con los trabajadores (intuía que solamente aspiraban a mejorar sus condiciones de vida y les daba igual si era mediante la revolución o mediante concesiones del capital), ni con los intelectuales (a los que consideraba como figuras diletantes pequeño-burguesas). Sostenía que el intelectual debía “reivindicarse” siguiendo una “línea de masas”, asumiendo la causa del proletariado y de la transformación de la sociedad. Esta élite intelectual deberá garantizar el “control sobre el lenguaje” y atribuir nuevos contenidos a los conceptos habitualmente manejados por la sociedad.

En la práctica, Gramsci desplaza el “sujeto revolucionario” del proletariado al intelectual. Intelectual, para él, es aquel que “piensa”, “razona”, “analiza”. Pero esas disquisiciones pueden quedar demasiado elevadas y ser poco accesibles para las masas. Por eso, hace falta una pieza de transmisión entre la “intelectualidad” y las “masas”: el divulgador, el periodista, el agitador cultural, el que hace presentables y comprensibles las ideas elaboraras por los intelectuales. Será así como lo que Gramsci llama “clases subalternas” vayan restando poder al “bloque hegemónico”

Pero hay otra tesis de Gramsci que es particularmente importante. Así como Marx y Engels, pero también Lenin y los bolcheviques, habían considerado que las leyes económicas y, sobre todo, la dialéctica y la lucha de clases, se encaminaban hacia un destino fatal: la revuelta del proletariado contra la burguesía y su consiguiente triunfo, Gramsci, se da cuenta de que ese esquema es demasiado rígido y, por otra parte, algunas críticas que ha formulado el fascismo han hecho mella en él: en el esquema marxista, en efecto, no hay lugar para el libre albedrío, todo en él es mecanicismo aplicado a la sociedad. Es el precio de haber considerado como única infraestructura a la economía y establecer que solamente podía modificarse les relaciones de poder actuando en ese terreno.

En 1923, cuando Lukács publica su libro sobre la conciencia de clase, Gramsci ya ha llegado a la conclusión de que la transformación de una sociedad debe realizarse a partir del cambio cultural y que es importante la adhesión de una élite cultural si de lo que se trata es de precipitar un “momento revolucionario”.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (2) – LA ESCUELA DE FRANKFURT

Finalmente, en Alemania y como resultado de las derrotas en cadena del Partido Comunista y de la extrema-izquierda desde 1919 hasta 1922, aparece un movimiento intelectual que ejercerá su poderosa influencia, primero en ese país y luego irradiará desde EEUU a todo el mundo: la Escuela de Frankfurt. De hecho, no fue sino hasta los años 60, cuando se popularizó este nombre como característico de un grupo de intelectuales alemanes que se distanciaron del marxismo ortodoxo y realizaron una obra de “revisión” añadiendo al conjunto marxismo otras aportaciones (especialmente procedentes del freudismo).

Todos los miembros de la Escuela de Frankfurt fueron judíos, en mayor o menor grado, laicizados, que se marcharon a EEUU cuando subió Hitler al poder. Lo eran Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Friedrich Pollock, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Löwenthar, Leopold Neumann; a todos ellos se les conoce como “la primera generación de la Escuela de Frankfurt”. Posteriormente se han ido incorporando otros, una segunda e incluso una tercera generación, en donde el elemento judío ya no es tan característico.

Las reflexiones de este grupo están en la misma onda que las de Lukács y Gramsci. En 1923, financiados por Félix Weil, un millonario judío de origen germano-argentino, un grupo de intelectuales crearon el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt.

Lo esencial de la Escuela de Frankfurt es su incorporación de tesis freudianas al patrimonio marxista. Reconocen como Gramsci la idea del “libre albedrío” y, contrariamente, a los marxistas ortodoxos que no atribuían gran importancia a la “felicidad humana” antes de la “revolución”, los miembros de esta Escuela consideran que el ser humano, antes, después y durante la revolución, deben sentirse libres, felices y completos. El mundo clásico hubiera llamado a esta postura “hedonismo”, especialmente, porque el recurso a Freud les convence de que la felicidad pasa a través de la sexualidad.

Los miembros de su primera generación escribirán, tanto en sus primeras obras en Alemania durante los años 30, como en las tardías aparecidas en los años 60, teorías sobre la sexualidad, tanto individual como social. Serán los que sugerirán a Simone de Beauvoir que el sexo es “una construcción social” y que en la naturaleza no existe sexualidad definida (por entonces no se había descubierto el ADN y un error de este tipo podía justificarse…).

Marcuse y Adorno fueron quienes más lejos llegaron en este terreno. Pero, lo que, en realidad, preocupaba a la Escuela de Frankfurt, a la vista de que todos sus miembros eran de origen judío, era la llegada del NSDAP al poder en Alemania en 1933. Todos ellos emigraron a EEUU y desde allí prosiguieron sus estudios. Al menos estaban más próximos a las fundaciones capitalistas que, a partir de ahora, financiarían sus trabajos. Luego vino la Segunda Guerra Mundial, pero ya desde su llegada a EEUU -salvo Fromm, que optó por residir una temporada en México- su trabajo “filosófico” consistió en encontrar argumentos de carácter antifascista: y a eso se dedicaron. No les fue muy difícil, a fin de cuentas, todos, todos ellos procedían del marxismo y habían pasado por la militancia comunista. Ahora, solo se trataba de adaptar el antifascismo al mundo capitalista y preparar el terreno para la guerra que se avecinaba y que encontraba en los EEUU y en el presidente Roosevelt y su fracasado “New Deal”, a su más interesado promotor.

LA PERSONALIDAD AUTORITARIA DE THEODORO W. ADORNO

El grupo, primero se reunión en Nueva York, sede provisional del Instituto de Investigación Social en el exilio y luego, poco antes de la entrada de EEUU en guerra, se instalaron en California. En esa época Horkheimer escribió su Dialéctica de la Ilustración. Pero la obra que nos interesa fue escrita en la postguerra. Se trata de La personalidad autoritaria, firmado por Adorno. La idea era que, en determinados sujetos, existe un superego estricto que controla a un ego débil e incapaz de sobreponerse a sus impulsos primarios. Esto lleva a conflictos interiores que llevan al individuo a aceptar convencionalismos sociales y sumisión a la autoridad. Pero también, ese individuo sumiso, se convierte en dominante frente a grupos y personas que él considera como “inferiores”. Actúa brutal y despóticamente con ellos y les impide “ser felices”. Así aparece la “personalidad autoritaria” que es favorecida por dos instituciones: la religión y especialmente, la familia. En ambos casos aparece una “voluntad de poder sobre los demás” (el concepto es de Adler). Esa “personalidad autoritaria” está en el germen del fascismo. De todo fascismo. Para Adorno, cualquier forma de autoritarismo, termina siendo “fascismo”. Y el fascismo se reduce a Auschwitz. Por lo tanto, hay que defender a la sociedad para evitar un “nuevo Auschwitz”. ¿Cómo? Sencillo: emprendiéndola contra la autoridad de la religión y contra el modelo familiar. Sostenía que el fascismo no era nada más que la repetición de pautas violentas aprendidas en la infancia por la contemplación del modelo patriarcal. Un niño que viera como su padre le ordenaba irse a la cama, sería un niño que, en el futuro reproduciría estas pautas y terminaría contento y feliz en las Hitler Jugend. La estructura heteropatriarcal era el modelo que reproduciría el fascismo a nivel de Estado. Deshaciendo estos dos elementos, religión y familia, todos lo demás que acompaña a las estructuras tradicionales se disolverá por sí mismo. La ciencia positiva sería el gran adversario de la religión, pero pera destruir a la familia hacía falta mucho más.

Adorno, para acometer este ataque contra la familia y la religión, amplió sus horizontes: dado que el materialismo dialéctico no servía para interpretar la historia salvo en momentos relativamente recientes, introdujo elementos extraídos de freudismo para convenir que la historia de Occidente era, una y otra vez, la aparición, mantenimiento y reafirmación del “fascismo”. Veía “fascismo” en toda la historia de occidente. Allí donde existiera una estructura “heteropatriarcal”, allí existiría una “deformación” del carácter con la aceptación de la autoridad, por tanto, “fascismo”. Toda la historia de Occidente, toda su tradición, eran “fascistas”, especialmente desde el advenimiento del cristianismo. Así pues -y esta es la conclusión- para “destruir el fascismo” había que operar: 1) Contra las tradiciones (que Adorno llama despectivamente “convencionalismos”) y 2) Contra aquellos vehículos más caracterizados de estas tradiciones (familia y religión).

Aquí, Adorno se vio obligado a romper con toda la tradición de izquierdas que, hasta no hacia mucho achacaba el fascismo a pulsiones homosexuales. Al leer su libro se percibe con claridad que está haciendo simples equilibrios con el lenguaje, manejando conceptos freudianos y sociológicos, pero eludiendo la concepción predominante en esa época entre la clase médica y los psicólogos sobre la homosexualidad.

La psicología no compartía el criterio antifascista de una relación directa entre homosexualidad y fascismo, sino que había establecido un origen bastante ponderado. La homosexualidad sería una neurosis que favorecería la reaparición de un complejo de infantilización no superado. La explicación partía de que en la infancia todavía no están desarrollados conscientemente los rasgos de identidad sexual, ni tampoco existe impulso sexual consciente, por tanto, los niños tienden a agruparse, jugar y colaborar entre ellos y las niñas hacen otro tanto. Cuando aparecen los impulsos sexuales, esta primera etapa queda atrás y la tendencia “normal” es hacia la heterosexualidad y a que los individuos de un sexo se vean atraídos por el opuesto… salvo en determinados casos de malformaciones físicas (androginia) o psicológicas en las que el sujeto no ha superado la fase “infantil” y sigue atrayéndole y buscando la compañía de seres de su mismo sexo, como en la infancia.

La explicación es bastante mejor que la aportada por Adorno que se pierde en categorías freudianas cuya validez todavía se discute hoy. El interés que tiene para Adorno su justificación de la homosexualidad como una forma de huir del fascismo heteropatriarcal, es oportunista: le permite atacar a la familia y eso vale más que el rigor y la verdad científica o filosófica. Porque, una vez determinado quién es el enemigo, poco importa la legitimidad de los argumentos que se empleen contra él: se trata de abrir cuantos más frentes mejor, desde donde se le pueda hostigar.

Adorno “transmuta” todos los valores de la izquierda sobre la sexualidad y conseguir que, aquellos que más han atacado, criticado, hostigado y perseguido a la homosexualidad (Hitler, por ejemplo, sólo consideraba que la homosexualidad era un asunto privado y que no había nada más que decir, salvo que algún homosexual realizara tareas contra el Estado o contra las estructuras tradicionales de la sociedad alemana y si ejecutó a Rhöm, que había sido su colaborador más próximo en los 10 años anteriores, no fue por su notoria homosexualidad, sino por la sospecha de ser enemigo del Estado), es decir, la izquierda marxista, a partir de ahora se posicionen como defensor de las “minorías sexuales”. Todo para erosionar a la familia e impedir que siga reproduciendo el “modelo heteropatriarcal germen del fascismo”.

Dos últimos apuntes sobre Adorno. Su padre se llamaba Oscar Alexander Wiesengrund, pero él renunció al apellido que quedó reducido a la “W” que siempre aparece en su nombre. “Adorno” era el nombre de la madre, de la que siempre se sintió más próximo, una soprano lírica que le indujo el interés por la música. Durante mucho tiempo, dudó entre si dedicarse a la filosofía o a la música. La cuestión fue que en su madurez y en La personalidad autoritaria, elaboró una teoría sobre la sexualidad. En 1968, después de los sucesos revolucionarios de París, tres alumnas se le desnudaron en clase (en realidad, solo le mostraron los pechos). Adorno murió unos días después, el llamado “atentado de los senos” fue la causa directamente del paro cardíaco que sufrió. Comentando esta anécdota con el escritor y marxista Vázquez Montalbán, me decía que Adorno era capaz de elaborar una teoría sexual, pero no de soportarla a cinco metros de distancia…








sábado, 25 de junio de 2022

2F-FrancoFilms: una nueva web sobre cine español entre 1939 y 1975

Por si no conoces todavía nuestra nueva web sobre el cine español entre 1939 y 1975 y eres aficionado al cine, aquí te la presentamos. Encontrarás cada dos días una película comentada y con apoyo de entre 10 y 20 cortes de la misma, podrás encontrar también la cartelería y los programas, la ficha técnica de cada pelicula y dónde verla o bajarla gratuitamente, así como encontrar algunos PDFs que contribuyan a darte más información sobre la cinta. No es solamente "cine franquista", sino "cine filmado en España durante el franquismo": 2f-francofilms









jueves, 23 de junio de 2022

EL TIEMPO DE LOS FASCISMOS (3 DE 3): EL FASCISMO Y LA TÉCNICA

Todo esto nos lleva a percibir los fascismos que instalados en el tiempo de la Segunda Revolución Industrial y, por tanto, como una de las respuestas a los efectos más perversos de la misma. La otra respuesta fue el bolchevismo, pero, entre ambos existían profundas diferencias: los bolcheviques de todo el mundo (que pronto se convirtieron, a partir del IV Congreso del Komintern, en simples auxiliares de la política exterior de la URSS) querían alcanzar para su país el nivel de vida logrado en los EEUU. Los últimos escritos de Lenin al respecto son significativos y demuestran que el “modelo americano” era el tomado como referencia: producción y consumo, darían lugar a un elevado nivel de vida para el pueblo ruso. En cambio, los fascismos tendían a algo muy diferente: sus fundadores y sus primeros miembros eran “hombres modernos”, no solamente les interesaba integrar raíces y justicia social, sino que, además, estaban pendientes de los avances técnicos de su época. No es por casualidad que en todos estos movimientos se encontraban aviadores, incluso pioneros de los viajes trasatlánticos. Les gustaban los coches y la velocidad. Fueron grandes aficionados al cine en todos los casos y supieron integrar la radio como método de difusión de sus ideas e, incluso, en el Tercer Reich, realizaron transmisiones de televisión. Hitler fue el primer político en realizar una campaña electoral trasladándose de una ciudad a otra en avión. Es cierto que todos estos elementos eran propios de la época, pero lo interesante es constatar que solamente los fascismos supieron integrar estas técnicas con la acción de gobierno y que todos sus dirigentes estaban predispuestos a aceptar las innovaciones desde el mismo momento en que aparecían en el horizonte y, una vez en el gobierno, dieron prioridad a las vanguardias científicas: aviación a reacción, cohetería, elaboración de la primera pila de energía nuclear, arquitectura, bellas artes

En este sentido, los fascismos fueron regímenes “modernos”, nacidos en la Segunda Revolución Industrial, y que deliberadamente situaron a sus países en la vanguardia de la técnica, da la exploración (se interesaron por recorrer los lugares más apartados del planeta, desde el Tíbet hasta el Ártico) y de ciencias que, hasta ese momento, eran “alternativas” o estaban en pañales y en las décadas posteriores fueron desarrollándose (ecología, etología) . De no haber estallado la Segunda Guerra Mundial y haber resultado derrotados, la Tercer Revolución Industrial hubiera estallado una o dos décadas antes irradiando a través de los países fascistas. Los fascismos contribuyeron a estimular la creatividad y a generar un caldo de cultivo en el que, quien tenía algo que decir y un proyecto que realizar, encontraba los medios necesarios para llevarlo a cabo.

De hecho, si en la postguerra el neo-fascismo no fue capaz de recuperar el terreno perdido con la derrota de 1945 y jamás volvió a ser un movimiento con verdadero arrastre popular y soporte de masas (salvo en algunos momentos muy concretos), se debió, por supuesto, a muchas causas, pero entre las menos mencionadas y más notables, es que sus dirigentes ya no estuvieron en condiciones de “sintonizar” con las innovaciones técnicas que fueron apareciendo. Tardaron en incorporarlas a su arsenal político-propagandístico. Sus dirigentes no volvieron a aparecer en lugares relevantes como usuarios de nuevas tecnologías o como protagonistas de su impulso. Se diría que quedaron desconectados de las líneas de tendencia de las vanguardias científicas y culturales de su tiempo, cuando dirigentes del fascismo propiamente dicho, no solamente aparecían como sus usuarios de cualquier avance tecnológico, sino que, una vez en el poder, convirtieron las conquistas tecnolólgicas en políticas de Estado.

Detrás de esta inadecuación, lo que subyace es que los fascismos vencidos no consiguieron renovar su doctrina, ni encontrar grupos sociales, ni dirigentes carismáticos que estuvieran en condiciones de adaptar sus movimientos a las nuevas condiciones que iba generando la evolución del mundo. Poco a poco, la época en la que habían nacidos los fascismos fue quedando atrás. La propia evolución del mundo generada por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, implicó cambios en la estructura mundial del capitalismo: las corporaciones multinacionales constituyeron el desarrollo de las “sociedades por acciones” presentes desde los primeros momentos de la Segunda Revolución Industrial. El proceso de acumulación de capital prosiguió y en la fase siguiente, la especulación financiera fue ganando terreno a la inversión productiva.

No es por casualidad que lo que, en un número anterior de la Revista de Historia del Fascismo, hemos llamado “la gran crisis del neo-fascismo” (volumen LXXI, correspondiente a Septiembre-Octubre de 2021), estallara en los años 60: 15 años después del final de la Segunda Guerra Mundial se había demostrado que el ciclo “revolucionario fascista”, desde el arranque de su trabajo político hasta la conquista del poder, ya no sería breve como el que habían protagonizado Hitler y Mussolini. También resultaba evidente que no habían aparecido líderes con carisma suficiente para suplir a los fundadores históricos. Ni siquiera estaba claro a qué clases sociales iban a dirigir el mensaje los distintos movimientos neofascistas. Ninguna de las corrientes existentes tenía en cuenta la totalidad de los problemas que estaba afrontando la sociedad en aquellos momentos: unos se contentaron con lenguajes anticomunistas, mientras que otros se autoimponían como límite el ser partidos de “derecha nacional” que solamente aspiraban a apoyar gobiernos conservadores apoyando a la “derecha liberal”. Y luego estaban los “revolucionarios”, los “ultrarrevolucionarios” y los “hiperrevolucionarios” que parecían cada vez más desconectados de la realidad y tenían una irreprimible tendencia a creer en planteamientos cada vez más delirantes y minoritarios, pero que ignoraban por completo el concepto de estrategia política y solamente estaban en condiciones de unir tacticismo y mitomanía. En los años 60, los neofascistas en todo el mundo realizaron “experimentos nuevos” ante el fracaso de su andadura desde 1945 hasta 1960. El resultado fue, en todos los casos, negativo. Ya explicamos el motivo: aunque estos círculos hubieran contado con brillantes estrategias y líderes carismáticos, el problema era que, a partir de 1945, resultaba extremadamente difícil generar una estrategia de conquista del poder en el ámbito neofascista. No es que se equivocaran de estrategias, era que no existía ninguna estrategia que hiciera posible revivir la experiencia histórica de los fascismos.

A esto se unió otro problema: los años 60 fueron años de cambio en todo el mundo. Incluso a los sectores más lúcidos del neofascismo les costó interpretar los nuevos elementos que iban apareciendo en el horizonte y, cuando lo conseguían, ese fenómeno ya había pasado de actualidad y solamente una minoría había conseguido entender lo ocurrido. La historia se estaba acelerando, mientras que la capacidad de evolución del neo-fascismo se ralentizaba. Para encubrir ese retraso general del movimiento neo-fascista aparecieron sectores que optaron, simplemente, por asumir cualquier moda cultural que apareciera en el horizonte: bastaba con que fuera lo suficientemente provocativa y llamara la atención. En la RHF-LXXI que hemos mencionado, la hemos aludido a la “fiebre maoísta” y, posteriormente, a la “fiebre guerrillera” que acudió a los ambientes más marginales del neo-fascismo de los 60 y 70. Pero ya era imposible de recuperar la iniciativa y, habitualmente, cuanto más marginal era un movimiento político y más reducida era su clientela, el maximalismo y el narcisismo eran su compañía inseparable.

En el momento en el que Texas Instruments lanzó el primer transistor de silicio difundido comercialmente, Occidente empezó a cambiar. Era 1954. Inicialmente, sólo estuvieron presentes en determinadas manufacturas, pero diez años después, el invento no dejaba de perfeccionarse e integrarse en más y más circuitos. Un joven ingeniero, director de los laboratorios Fairchild Semiconductor (una rama del holding creado por Sherman Fairchild, todas ellas directamente vinculadas a la industria militar), Gordon Moore, observó que cada año la complejidad y potencia de los circuitos integrados y, por tanto, sus transistores, duplicaban su potencia y se abarataban. Estableció una primera ley que modificó en 1975, previendo dos años para cada duplicación de la potencia de los chips –circuito electrónico de silicio que combina en su interior pequeños transistores y otros componentes producidos por fotolitografía- con el abaratamiento de su coste. Moore fue uno de los fundadores de la compañía Intel, cuyo Intel 4004, lanzado en 1971, contenía 2.300 transistores. Cincuenta años después, el Graphcore MK2, contiene 60.000 millones de transistores… Lo que va de uno a otro, es la distancia entre la Tercera y la Cuarta Revolución Industrial.

Un mundo nuevo empezó a nacer a finales de los años 70: el de la microinformática. A la mutación de los 60, que fue, especialmente, una mutación cultural y supuso un cambio general de costumbres, sucedió la revolución tecnológica de los 80. La “revolución del silicio” había comenzado. El 12 de agosto de 1981 se lanzó el IBM PC. No era barato, pero el desarrollo de diversos productos de software que permitían reducir costos y tiempos a las pequeñas y medianas empresas y, por lo demás, casi inmediatamente, la informática empezó a invadir los hogares. No se trataba de un ordenador especialmente volcado a las video-juegos sino que permitía aplicaciones profesionales. Pronto se convirtió en estándar del “ordenador personal”. Desde entonces, el PC, provisto de un sistema operativo MS DOS y luego de Windows hizo posible la primera revolución informática en el marco de la Tercera Revolución Industrial. Lo que algunos han llamado “la revolución wintel” (del software diseñado por Microsoft y del hardware de Intel).

Cada época, cada revolución industrial marca a fuego todos los elementos de carácter político, sociológico y cultural que nacen en su interior. Las vanguardias de la “revolución wintel” no llegaron solas: el neoliberalismo se convirtió en doctrina económica globalizada, el mundo comunista se volatilizó, la segunda revolución de las comunicaciones generó Internet (la primera, se había desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial y contribuyó al “empequeñecimiento” del mundo). Los únicos programas políticos que sobrevivieron fueron los de la socialdemocracia y el liberalismo conservador, centro-derecha y centro-izquierda. Los partidos comunistas entraron en la marginalidad a partir de los primeros síntomas de debilidad de la URSS. Incluso el neo-fascismo tuvo que reconvertirse allí en donde existía: en Francia, el “fenómeno Le Pen” se orientó hacia un nacionalismo tradicional primero, más tarde hacia un populismo, y, finalmente, hacia un “realismo identitario” con Marine Le Pen; en Italia, el MSI pasó a ser “Alternativa Nazionale” y acentuar sus rasgos de “derecha nacional”, mutando su “neo-fascismo” por el “post-fascismo” antes de diluirse en el mix berlusconiano.

Eran intentos de reacomodarse a las nuevas situaciones que iban apareciendo. En otros lugares, el neo-fascismo no era lo suficientemente fuerte como para que tratara de adaptarse: simplemente prosiguió sin inmutarse hasta su extinción en países como España, sacudido por fenómenos que le fueron restando espacio político (como ocurrió con la irrupción de Vox en España, pero también con la Acción por Alemania que bloqueó las posibilidades de crecimiento del NPD), o bien logrando éxitos puntuales en momentos de crisis profunda (Amanecer Dorado en Grecia).

El tiempo del fascismo había quedado definitivamente atrás. Vale la pena, ahora, examinar, aquellas tendencias que consideraron, dentro del fascismo y del neo-fascismo, la irrupción del fenómeno de la técnica.

 








 

miércoles, 22 de junio de 2022

EL TIEMPO DE LOS FASCISMOS (2 DE 3): EL FASCISMO Y LA TÉCNICA

 

Claro está que había hijos de trabajadores entre los dirigentes socialistas de todos estos países, pero lo esencial es establecer que los programas y las estrategias fueron elaboradas por hijos de burgueses provistos de una formación cultural muy por encima de los propios de la clase trabajadora.  Fueron estos intelectuales quienes, para “enlazar” con la clase obrera se vieron obligados a relacionarse con movimientos sindicalistas y reivindicativos, surgidos en las fábricas, de donde procedieron los partidos de izquierda que estuvieron vigentes durante todo el siglo XX y alguno de los cuales todavía sobrevive hoy.

Los mecanismos que habían hecho posible que miembros de la burguesía acomodada se decantaran por la causa de las clases trabajadoras eran muy diversos: de un lado, el ya mencionado miedo que sentían a la “proletarización”; si esta se producía era necesario que la clase obrera experimentara una mejora en sus condiciones de vida. Se trataba de un mecanismo psicológico que resulta muy evidente, especialmente, en los escritos fabianos. Otros de estos burgueses se identificaron por el proletariado por simple resentimiento a los que eran de su propia clase (las acusaciones de Bakunin a Marx y a Engels por este motivo son elocuentes: trataba a ambos de “resentidos” y “profesionales del odio”). Y luego estaban aquellos otros que habían asumido ideales humanistas y estaban extremadamente sensibilizados con las malas condiciones de vida de las clases trabajadoras. A algunos les enfurecía la situación sanitaria de los barrios más pobres, a otros su indigencia cultural y educativa, los había que no podían soportar las injusticias y los malos tratos a los que eran sometidos los trabajadores por sus capataces, mientras los accionistas de las sociedades anónimas miraban a otra parte.

Era esto último lo que indujo al fundador de Falange Española cuarenta años después, a certificar que “el nacimiento del socialismo fue justo”. Y si hemos traído esta frase de José Antonio Primo de Rivera aquí es porque sintetiza y resume perfectamente el criterio de todos los doctrinarios del fascismo y del mismo espíritu del movimiento.

Mussolini, por ejemplo, había militado durante años en el socialismo y su paso por esas filas no se limitó a ser un simple militante: ocupó puestos de dirección. Hitler, por su parte, conocía de primera mano la experiencia de la pobreza. Ambos, por lo demás, eran hijos de familias de clase media baja, pero eran lectores empedernidos, autodidactas, que no desdeñaban ninguna ocasión para absorber conocimientos y forjarse ellos mismos ideas propias sobre lo que está sucediendo en los primeros años del siglo XX. Se vieron afectados por el mismo miedo a la “proletarización” que experimentaron todos los doctrinarios de la izquierda. De no haberse producido la revolución de 1917 en Rusia y las oleadas bolcheviques sobre Europa del Este en el período 1918-1923, es incluso posible que hubieran militado en formaciones de izquierda. Pero lo que vieron, tanto en Rusia como en Alemania y el caos que se instaló en Europa Central especialmente en 1919-22, les convenció de la necesidad de romper con el “socialismo marxista”. Antes de esa fecha, para ellos, el enemigo eran los “grandes capitalistas” y los “señores del dinero”. A partir de percibir las masacres que estaban ocurriendo en Rusia, los efectos de la “revolución húngara” de Bela Kuhn, el caos que se instaló en Alemania, con la “revolución de los consejos obreros” en Baviera, la insurrección de los “espartaquistas” en 1919, los distintos alzamientos bolcheviques hasta 1922 y, sobre todo, al identificar la acción de la izquierda como uno de los factores que llevó al hundimiento de los frentes alemanes, de enero a noviembre de 1918, les convenció de la necesidad de añadir a la búsqueda de la “justicia social”, otro elemento. Lo encontrarían en los “valores nacionales”. Y, de ahí, era inevitable que derivaran otras interpolaciones ideológicas: el antisemitismo, en la medida en que identificaron a los dirigentes de la izquierda comunista y socialistas de la época, en toda Europa, como de “origen judío” (a decir verdad, lo eran), el anticomunismo (en Alemania, los núcleos socialistas y espartaquistas fueron considerados como los principales actores de “la puñalada por la espalda”). Formados por excombatientes que habían luchado durante cuatro años bajo la bandera de su patria, identificaban en ésta, los “valores nacionales” que había que defender y restaurar a la vista de que los “regímenes parlamentarios” habían sumido a las naciones en el ciclo parlamentarismo – corrupción – caos – elecciones… Había surgido, en el seno de la Segunda Revolución Industrial, un movimiento nuevo: los fascismos que, además de buscar “justicia social”, aspiraban a la “integración nacional”, por encima de las clases sociales; defendían que el Estado era la encarnación jurídica de la nación y, por tanto, la defensa de la integridad y salvaguarda del nivel de vida de los ciudadanos, dependía del Estado. Y que el Estado y el Pueblo, considerado como una unidad por encima de las clases sociales, debían de ser “fuertes”, “unidos” y trabajar para realizar el “destino nacional”. Con ligeras variantes y añadidos, los fascismos irradiaron en todo el mundo, obteniendo adhesiones crecientes en el período 1928-1939.

Los fascismos nacieron como respuesta a las injusticias del capitalismo (que, en grandísima medida, sus dirigentes habían experimentado en su propia piel) y a las brutalidades del bolchevismo. Pero, pronto descubrieron la imposibilidad táctica de combatir en dos frente al mismo tiempo. La alternativa era: o se aliaban con la derecha conservadora para combatir a la izquierda, o lo hacían con esta última para desalojar del poder a la derecha. Allí donde el fascismo tuvo éxito, se impuso la primera opción. En realidad, Hitler realizó un hábil cálculo estratégico. Dividió al mundo no-nacional-socialista en dos fracciones: el “enemigo principal” y el “enemigo secundario”. A partir de aquí, la mecánica era simple: aliarse con el segundo, para combatir al primera. Liquidada esta fase, se trataba de deshacerse el “enemigo secundario”. El fascismo alemán fue quien más brillantemente aplicó esta estrategia “gradualista”: al no poderse realizar la “revolución nacional-socialista” en una sola fase, era preciso descomponer este proceso en tramos sucesivos, como si se tratara de subir por una escalera: en el peldaño inicial se encontraba Hitler al salir de la cárcel tras el frustrado golpe de Estado de noviembre de 1923. El primer peldaño fue la reconstrucción del NSDAP, operada entre 1926 y 1927. El segundo fue iniciar el coqueteo con la derecha y, concretamente, con el sector más interesante, el DVNP (Partido Nacional del Pueblo Alemán) una formación conservadora de extrema-derecha, cuyo interés no era su fuerza, ni su programa, ni siquiera sus objetivos, sino el hecho de que su dirigente más característicos, Alfred Hugenberg, fuera el propietario de una cadena de prensa, el Grupo Hugenberg, que controlaba el 50% de la prensa alemana de la época y buena parte de la industria del cine a través de la UFA. Durante la campaña realizada conjuntamente por el DVNP y el NSDAP para la celebración de un plebiscito contra el “Plan Young” en 1928-29, Hitler apareció por primera vez en todos los medios de comunicación del Grupo Hugenberg publicados a lo largo de todo el país. De ser el líder local de un partido desintegrado y presente especialmente en Baviera (como era el NSDAP antes de noviembre de 1923), pasó a ser un personaje conocido en toda Alemania, mucho más carismático que los dirigentes del DVNP y con un programa más realista y claro.

Hugenberg, cuya fortuna hacía estado relacionada con la Casa Krupp, participó en el primer gobierno de Hitler como “ministro de agricultura y alimentación”. Renunciaría pocos meses después, en junio de 1933, siendo sucedido por Walter Darré, mucho más popular y carismático entre los agricultores. La izquierda comunista, con su habitual esquematismo maniqueo, durante muchos antes (entre 1929 y junio de 1933), difundiendo la visión, absolutamente increíble e inverosímil, de que Hitler era un “títere” de Hugenberg y que, en realidad, la Casa Krupp era quien decidía, primero, los destinos del NSDAP y luego, tras el nombramiento de Hitler como jefe de gobierno, dirigiría ¡a través de Hubengerg!, el Tercer Reich. Un desenfoque así era el tributo a la idea de que la burguesía y el proletariado estaban en guerra y que los representantes de los primeros, la industria monopolista, siempre estaban en la dirección del Estado allí donde no se había producido la toma del poder por los bolcheviques.








martes, 21 de junio de 2022

EL TIEMPO DE LOS FASCISMOS: EL FASCISMO Y LA TÉCNICA (1 de 3)

Los trabajos del profesor Zeev Sternhell, sobre la “prehistoria” del fascismo, sitúan en la Francia de finales del XIX, todos los elementos dispersos con los que un cuarto de siglo después, Mussolini realizará su síntesis. Ahí estaban el sindicalismo revolucionario, el boulangerismo, el nacionalismo maurrasiano, el socialismo nacional, el antisemitismo, la psicología de masas. La tesis ha sido muy contestada, pero tiene un poso de verdad en lo que se refiere al fascismo italiano. Incluso podría extenderse a los fascismos “latinos” (de la Europa Mediterránea y de la Europa francófona) en donde la influencia maurrasiana es, siempre, una constante: en el nacional-sindicalismo lusitano y en las distintas corrientes del fascismo español (en el Partido Nacionalista Español, en Acción Española y en el círculo de intelectuales que rodeó a José Antonio Primo de Rivera y en él mismo). El fascismo alemán experimenta otros tipos de influencia.

Hasta 1937 pudo hablarse del “Brennero ideológico” que separaba a ambas formas de fascismo. Como se sabe, el paso del Brennero, en la provincia italiana de Bolzano, marca la divisoria entre el mundo latino y el mundo germánico. Todavía hoy la lengua mayoritaria del lugar es el alemán, pero el 20% de la población habla italiano. Y, por lo demás, la zona está a pocos kilómetros de la frontera austríaca. En tanto que nacionalistas, los gobiernos de Mussolini y de Hitler, en los primeros años 30, se profesaron cierta desconfianza. Era cierto que Hitler, en sus primeros años, había tomado a Mussolini como modelo, pero existía un problema de áreas de influencia en la Mitteleuropa y en los Balcanes. Además de la disputa por el Tirol y por la influencia en Austria (en donde ambos gobiernos pretendían influir). Fue a partir del estallido de la Guerra Civil española, cuando el Reino de Italia y el Tercer Reich, empezaron a acercar posiciones y, año después, ya podía hablarse de la desaparición de las rivalidades.

Se entendía por “Brennero ideológico” la adscripción de los distintos partidos fascistas en cada país a una forma u otra de fascismo: o bien al fascismo alemán o bien al fascismo italiano. De hecho, la propia creación de los Comités de Acción por la Universalidad de Roma, fue un intento de la Italia fascista de unificar y aproximar los partidos que se declaraban próximos a la experiencia italiana y utilizarlos como auxiliares para su política exterior. Así, por ejemplo, a partir de la segunda mitad de 1935, Falange Española y su líder, José Antonio Primo de Rivera, empezaron a prestar servicios para el gobierno italiano: en La Rebelión de los Estudiantes, David Jato explica como la Falange madrileña repartió panfletos en las calles contrarios a las sanciones de la Sociedad de Naciones a Italia por la incorporación de Abisinia a su Imperio. El propio José Antonio, en su discurso sobre política exterior en las Cortes, defendió esa intervención y alertó sobre las consecuencias de apoyar las sanciones. En otros países, se produjeron en aquellos meses, movimientos y campañas similares, sufragadas por distintos organismos del gobierno italiano.

También de daba el caso de países en los que existían dos partidos fascistas. Uno, inevitablemente, se orientaba hacia el régimen alemán, mientras que el otro cortejaba al italiano. A partir del acercamiento de posiciones que se produjo entre ambos países en 1936 y 1937, estas rivalidades fueron desapareciendo y el “Brennero ideológico” se diluyó. Con la incorporación de las leyes raciales en Italia a partir de 1938, puede decirse que, incluso en el terreno ideológico, Italia pasó al campo del nacional-socialismo germano. A partir de ese momento, a pesar de sus variantes nacionales y de sus orígenes diferenciados, es posible hablar de un fascismo con rasgos comunes en todo el mundo.

Si insistimos en esta temática es para remarcar cuál fue el tiempo de los fascismos. No existen, antes de la Primera Guerra Mundial y mueren con la conclusión de la Segunda. Lo que sobrevivirá a partir de 1945 serán regímenes autoritarios y paternalistas (como el español o el portugués), formas de populismo (peronismo), pero en absoluto “fascistas”. En cuanto a los “partidos fascistas”, aparecerán limitaciones legales en todo el continente para reconstruirlos, así que cabrá, más bien, hablar a partir de entonces de neo-fascismo. No costará mucho, por tanto, aceptar que el tiempo de los fascismos abarca desde el 23 de marzo de 1919 hasta el 23 de mayo de 1945 cuando el gobierno presidido por el Gran Almirante Karl Dönitz, con el título de Presidente del Reich, se rindió a las tropas británicas. Antes de estas fechas debe de hablarse, en rigor, de “pre-fascismo” y después de “neo-fascismo”.

¿Cómo puede enmarcarse el “tiempo de los fascismos” dentro de la historia?

  • Desde el punto de vista estrictamente histórico (esto es, de la narración y exposición de acontecimientos pasados y dignos de figurar en la memoria, ordenados cronológicamente), los fascismos forman parte de la historia de la primera mitad del siglo XX.
  • Desde el punto de vista sociológico, suponen una revuelta autoritaria de las clases medias alarmados por el desorden en el que estaban sumidos sus respectivos países y por la amenaza bolchevique que se cernía sobre toda Europa.
  • Desde el punto de vista económico, era una revuelta contra las crisis cíclicas del capitalismo, y en particular contra la “gran depresión” iniciada en 1929, lo que implicaba un rechazo a la economía liberal y al absentismo del Estado en los mercados.
  • Desde el punto de vista doctrinal, eran un producto de síntesis entre temáticas vinculadas hasta entonces a la izquierda (la idea de justicia social) y a la derecha (la idea nacionalista de libertad e independencia nacional.
  • Desde el punto de vista político, respondían a la fuerte contestación que habían tenido los regímenes parlamentarios en los años 20 y 30 y se decantaban hacia formulaciones corporativas en los que la sociedad civil se impusiera sobre los partidos políticos.

Y todo esto había que enmarcarlo dentro de un momento concreto de desarrollo de las fuerzas productivas y del capitalismo: la llamada Segunda Revolución Industrial. Esta, se había iniciado a partir de 1870, con la difusión del motor de explosión y de la electricidad, lo que, en pocos años, había permitido la creación de nuevos tipos de fábricas y de producción. Tanto el “taylorismo” (técnicas de organización y optimización del trabajo) como el “fordismo” (la producción en cadena), permitieron la implementación de este sistema en los países desarrollados y, al mismo tiempo, exigieron nuevos combustibles y nuevas fuentes de energía, mucho más eficientes que las de la anterior revolución industrial.

De hecho, la aparición de los fascismos coincidió con el período en que las "sociedades anónimas" ya habían mostrado su peor rostro (desde el último cuarto del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial). Esta fue, en esa época, la fórmula jurídica habitual de las grandes empresas en aquella época, buscaba maximizar beneficios. Ya no se trataba de aquellos primeros empresarios que mantenían con sus trabajadores relaciones casi familiares, ni de aquellas “colonias textiles” en las que el patrono ofrecía a los obreros, no solo trabajo, sino además vivienda, entretenimiento y servicios (escuelas pala sus hijos, economatos, lavaderos comunitarios, lugares de culto y espacios de ocio) en un entorno próximo a la fábrica y, próximo también a la vivienda del propietario de la empresa: estamos ante un capitalismo preocupado solamente por la cuenta de beneficios y por el valor de las acciones.

Esto generó una respuesta social que se fue concretando en el último tercio del siglo. La Liga Comunista, pequeña organización obrera internacional, secreta, encargó a Marx y Engels en noviembre de 1847, la redacción de un “programa teórico y político” que sería el Manifiesto Comunista publicado al año siguiente. Pero, en los primeros años, este documento apenas tuvo repercusión. No es por casualidad que solamente empezó a tener repercusión en 1872, cuando se reeditó en Londres. En su primer cuarto de siglo, el manifiesto solamente sirvió para desacreditar las tesis de los socialistas utópicos y crear un polo de atracción en la Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en Londres en 1864, a partir de la Liga de los Justos (la organización clandestina que encargó el manifiesto a Marx y a Engels) que luego pasó a llamarse Liga de los Comunistas. Hasta el episodio de la Comuna de París (marzo-mayo de 1871), la AIT fue una organización minoritaria y prácticamente desconocida para la opinión pública. Al año siguiente los comunistas de Marx y Engels sufrieron la escisión de los anarquistas bakuninianos. Las dos fracciones ni siquiera estaban de acuerdo en la interpretación de los sucesos de la Comuna.

Los problemas siguieron, especialmente en Alemania con la posterior escisión entre comunistas y socialdemócratas y así se llegó a la Primera Guerra Mundial. Lo que vale la pena señalar era que el tránsito de la Primera a la Segunda Revolución Industrial y la creación de las sociedades por acciones interesadas solamente en la maximización de los beneficios, cambiaron la estructura de las industrias: el patrón dejó de ser una especie de “padre” para los trabajadores y se convirtió en explotador a través de la figura del “capataz”, el perro fiel cuya función era aplicar con mano de hierro los objetivos fijados por la dirección. De aquí al enunciado de la “lucha de clases” no había más que un paso que Marx y Engels dieron con la publicación de su “manifiesto”.

Esta “lucha” era, más bien teórica que práctica y no fue sino hasta que el sindicalismo estuvo bien implantado cuando adquirió el rostro que tuvo hasta el último cuarto del siglo XX. La “conciencia de clase proletaria” solamente aparecía en determinados momentos y era, más el producto de un estado de ánimo que el resultado de la explotación capitalista. Así mismo, no todos los “burgueses” actuaban como tales, ni todos los “proletarios” están adornados con la tan cacareada “conciencia de clase”. En realidad, los “capataces” procedían del proletariado y, frecuentemente, eran sus elementos más enérgicos. Así mismo, existían burgueses que tenían una “conciencia social” mucho más desarrollada y que ponían a disposición de las clases trabajadoras. Además, eran ellos los que poseían un bagaje cultural suficiente como para realizar análisis políticos y elaborar propuestas que tendieran a dar soluciones globales a los problemas que iban apareciendo. Esto explica el por qué buena parte de los líderes y doctrinarios tanto del socialismo, como de la socialdemocracia, como del bolchevismo o del anarquismo, no habían nacido en la clase obrera propiamente dicha, sino más bien en los sectores burgueses, algo que vale incluso para Marx y Engels y, no digamos, para Bakunin

No son casos únicos. Lenin era hijo de un burócrata zarista. Su rival, Yuli Martov, judío acomplejado por su físico, era hijo de una familia muy acomodada. Alexandr Potrésov, que con Lenin y Martov, había fundado el periódico Iskra, procedía de la baja nobleza rusa. Alexandr Parvus, también judío, era de clase media. Los padres de Lev Davidovich Bronstein, alias “Trotski” eran pequeños terratenientes. El padre de Bujarin era recaudador de impuestos ennoblecido. Zinoviev, procedía de una familia de ganaderos suficientemente cultos como para educarlo en su hogar. En Alemania, Kautsky era hijo de artistas bohemios acomodados. August Bebel era hijo de burgueses empobrecidos. Berstein, también judío, había tenido más surte y procedía de una familia burguesa acomodada. 

La rama inglesa del socialismo, el laborismo, tenía idéntica composición social en su estrato dirigente: todos los dirigentes que dieron vida al socialismo fabiano, eran, no solamente de extracción burguesa, sino considerados como afamados escritores: Bernard Shaw procedía de la clase media de Dublín, Charlotte Wilson era hija de un médico acomodado, Emmeline Pankhurst, nacida en Manchester pudo educarse en el mejor colegio de Neully en París gracias a la fortuna familiar, tanto a ella como a H.G. Wells, así mismo miembro de la Socidad Fabiana, lo que les aterrorizaba en el fondo era descender en la escala social. Wells era hijo de burgueses en riesgo de empobrecimiento. En cuanto al matrimonio de Sidney y Beatrice Webb, el primero era hijo de profesionales acomodados y ella era hija de un comerciante de Liverpool. Otra de las dirigentes fabianas era Annie Besant, luego encarrilada por la secta del ocultismo teosófico, era hija de la clase media alta emparentada con la pequeña nobleza. Finalmente, Graham Wallas, se había educado en Oxford…