martes, 28 de junio de 2022

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: CÓMO (Y POR QUÉ Y POR QUIÉN) LA IZQUIERDA PASÓ DE LA HOMOFOBIA AL ARCO IRIS…

Durante casi un siglo el sexo fue tabú para la izquierda marxista. Más que tabú, estuvo mal visto y peor vivido. Luego, cuando se produjo la revolución de octubre y aparecieron los partidos comunistas, el sexo se vivía como una “desviación pequeño-burguesa”. Marx no había dicho nada sobre sexualidad: la única “opresión” que conocía era la de la burguesía sobre el proletariado, por tanto, nadie tenía que emanciparse sexualmente de nada. En las pocas referencias que hay en la obra completa de Marx, a la mujer, se la equipara a los niños: sostiene que las mujeres deben ser consideradas como “seres débiles” de los que el capital abusará, pagándoles menos de lo que merecen y haciéndolas trabajar hasta el límite de sus fuerzas.

NI MARX NI EL MARXISMO ERAN “PROGRESISTAS” EN ASUNTOS DE GÉNERO

Algunos autores han sostenido que Marx era “un progresista en materia de igualdad de géneros”. Sin embargo, sus comportamientos en lo cotidiano, se corresponden perfectamente a lo que hoy sería llamado “machista”: Marx prefería tener hijos que hijas, menospreció los primeros pasos del movimiento de liberación femenina y a las mujeres en general. Llega a concebir a la mujer dentro del matrimonio con “una forma de la propiedad privada exclusiva”. A diferencia de Engels que sí era “sufraguista” y en varios escritos se manifestó a favor del voto femenino, Marx era completamente indiferente a esta temática.

Marx se posicionó contra el trabajo remunerado de la mujer. Sostiene que la mujer, por su mayor “docilidad”, hace que su presencia en las fábricas reduzca la capacidad de resistencia de la “fuerza de trabajo y favorece la disciplina industrial”. Y, libera al obrero varón de la responsabilidad de un comportamiento “machista” con su mujer -a la que considera como una “posesión del obrero”, sin hacer referencia alguna al “poder patriarcal”- culpabilizando al capital de todas las desgracias que suceden al obrero y a su familia.

En una palabra, ni la mujer, ni los hijos, le interesaron mucho en la medida en que escapaban a la simplicidad de su esquema burgués contra proletario, capital contra trabajo, desposeído contra poderoso.

OTROS EJEMPLOS DE “MORAL SEXUAL DE LA IZQUIERDA”

En el anarquismo las cosas eran parecidas. Las distintas sectas anarco-sindicalistas, por ejemplo, que llegaron con buena salud hasta la guerra civil española, eran, más bien, rigoristas en materia de sexualidad. “Amor libre”…, sí, pero, mucho mejor, “lucha por los derechos de los trabajadores”. En la CNT está cuestión se planteó continuamente hasta el 18 de julio de 1936. No fue por casualidad que Durruti poco antes de morir enviara a todas las mujeres que componían su columna, de retorno a Barcelona.

Todo lo que no tendía a mejorar la cultura y la situación social del proletariado era considerado como “peligroso” porque desviaba de la principal tarea: conseguir un cambio socio-económico. En cuanto a la homosexualidad y al travestismo eran combatidos, criticados y despreciados como “vicios burgueses”.

En la propaganda del Komintern y en la que se desarrolló en España durante la guerra civil por parte de la República, llama la atención cómo es tratada la homosexualidad: siempre se identifica con “el fascismo”. La imagen de Franco aparecía en la propaganda república con rasgos ambiguos, de militar afeminado, de la misma forma que en la propaganda de la izquierda alemana se presentara a los “junkers” y a los “militaristas”, como simples homosexuales: en tanto que “fascistas”, debían de ser receptáculo de todas las depravaciones. Eso mismo se insinuaba de Hitler y en España de José Antonio Primo de Rivera.


 


¿Habrá que fusilar a los caricaturistas de izquierdas que en los años 30 presentaron a Hitler, Franco y demás líderes fascistas como gays, travestidos o transex?

Máximo Gorki llegó a decir: “Exterminad a los homosexuales y habréis acabado con el fascismo”. Y es que para la propaganda de izquierdas antes de la Segunda Guerra Mundial, la homosexualidad era la raíz del fascismo. No hay duda, pues, sobre la opinión que tenía la izquierda del mundo gay: era, simplemente, el enemigo y esto por un amplio número de razones.

Arthur Koestler, en sus memorias, cuando todavía era militantes comunistas, sentía cierta repugnancia al practicar el sexo. Era como si traicionara la “sagrada causa del proletariado”. El partido y la causa, la revolución mundial, estaban por encima de todo. Era la doctrina oficial del Komintern y así se mantuvo. Cuando Wilhelm Reich empezó a interesarse por la “sexualidad proletaria”, sus camaradas del KPD lo miraron con cierta desconfianza y en 1932 dejaron de apoyar su “SEXPOL”, organización juvenil por un “política sexual”. Dos años después, reconocería que, en la URSS, el Partido Comunista había ahogado la “libertad sexual”, había penalizado y prohibido la homosexualidad. Fue expulsado de las filas del partido.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (1) LUKÁCS 

Sin embargo, en 1923 habían ocurrido tres fenómenos que pasaron desapercibidos para la mayor parte de la población.

Por una parte, Georg Lukács, comunista húngaro y partidario de Béla Kun, que había sido “comisario responsable de Instrucción Pública” en la efímera “República Soviética de Hungría”, publicaría Historia y conciencia de clase. Lukács había extraído algunas conclusiones del fracaso de la revolución en Hungría y en toda Europa entre 1919 y 1923. La obra fue condenada por el IV Congreso de la Internacional y obligó al autor a hacer la autocrítica. La obra, casi más hegeliana que marxista, trata de ser una justificación filosófica del bolchevismo. Propone un nuevo modelo organizativo para el partido al que considera como “forma histórica y como portador de la conciencia de clase”. No era, por tanto, necesario que el partido estuviera formado por proletarios, ni al servicio del proletariado. Es más, en otro tiempo, en otra época, en otro lugar, podía darse una revolución comunista, sin proletarios, incluso sin un partido leninista organizado. Fue expulsado del Partido Comunista Húngaro en 1928.

Lukács se había dado cuenta de que el proletariado, no solamente no era “revolucionario”, sino que, lo más probable, es que jamás lo fuera. Esto, a un intelectual no fanatizado por el marxismo, le hubiera dado argumentos más que suficientes para abandonar esta ideología, pero Lukács se considerará siempre un “revisionista” del marxismo, en absoluto un no-marxista, ni mucho menos, un antimarxista. Su razonamiento es simple: siendo el marxismo la único “doctrina científica”, cuando se produce un desfase entre la realidad y la interpretación ideológica, el problema no es de la ideología, sino de la realidad que ha adoptado una dirección errónea. El problema es que Lukács considera que Occidente vive desde hace dos mil años instalado en el error. Y ese error tiene un nombre: civilización cristiana y occidental.

Así pues, el gran adversario, para Lukács es el cristianismo y el orden de valores derivados de él. La ideología, por tanto, queda a salvo en su infalibilidad.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (2) - GRAMSCI

El mismo año 1923, Antonio Gramsci había desplazado a Amadeo Bordiga en la secretaría general del Partido Comunista Italiano. En las elecciones del 6 de abril de 1924, sería elegido diputado y desde su escaño asistiría a la muerte de Matteotti y, después, a la consolidación del régimen fascista. En los meses siguientes, y especialmente durante su estancia en cárcel a partir de 1927, reflexiona sobre algo que le preocupaba desde hacía tiempo: había algo en el esquema marxista que no terminaba de encajar con la realidad.

Desarrolló la idea de “hegemonía” y de “bloque hegemónico” que no era nada más que una ampliación del problema planteado por Marx sobre la “infraestructura” y la “superestructura”. Para Marx, la “infraestructura” era solamente el sistema económico. Esta “infraestructura” presionaba sobre la “superestructura” determinando leyes, costumbres y hábitos sociales, modelo político, aparato represivo, etc. Marx había recomendado que para cambiar la “superestructrura” era necesario actuar sobre la “infraestructura” porque todo en una sociedad capitalista estaba condicionado por la economía.

Pero, en el análisis de Marx, lo que entendía como “burguesía” (en realidad, era clase capitalista) se oponía directamente al “proletariado”. Cuando Marx formuló su tesis, el capitalismo se encontraba aun en una fase industrial poco avanzada. En las décadas siguientes aparecerían otros grupos sociales generados por la industrialización, la mejora en las condiciones económicas y que no era nada más que el producto de la nueva ordenación social: la clase media. Y la clase media empezó demostrando su poder, movilizándose y movilizando a buena parte de la población en lo que fueron los fascismos. No fue, por tanto, la “burguesía” la que generó los fascismos, sino una clase que Marx ni siquiera había tenido ocasión de conocer.

En prisión, Gramsci se replanteó un problema que Marx había dejado resuelto con excesiva facilidad. Si, a pesar de los sindicatos, resultaba muy difícil cambiar la “infraestructura” económica que era como penetrar en el reducto de la fortaleza del capital, ¿no podría alterarse la “superestructura” operando directamente sobre ella? Gramsci respondió afirmativamente y de ahí derivó su concepto de “hegemonía cultural” y de “bloque hegemónico”. Para Gramsci la “hegemonía cultural” era, en definitiva, lo que garantizaba el control del capital sobre la sociedad. Por ejemplo, cuando se produce la Primera Guerra Mundial, el capital (lo que llama “burguesía capitalista”) llama a la “defensa de la patria” constituyendo así un “bloque hegemónico” en el que están presentes distintos grupos sociales todos ellos subordinados al poder del capital y unidos por la idea de patriotismo. Pero si se lograba restar dirección intelectual y legitimidad moral al “bloque hegemónico” podría ocurrir que éste se desplazara hacia las “fuerzas populares del trabajo y de la cultura” y, por tanto, los equilibrios de fuerzas en la “superestructura” quedaran modificados.

Si a esta lucha por la “hegemonía cultural”, unimos el trabajo del Partido Comunista y de los sindicatos obreros, entonces y, solo entonces, se llegará al “momento revolucionario” en el que sea posible derribar el poder del capital.

UN PARENTESIS SOBRE EL “GRAMSCISMO DE DERECHAS”

Imposible no hacer un alto aquí y recordar la idea de Alain de Benoist sobre el “gramscismo de derechas”. Aparte del hecho de que Guillaume Faye, ya reconoció en su obra El Arqueofuturismo, que cuando la “nouvelle droite” debatía sobre esta temática, apenas conocían la obra de Gramsci, por nuestra parte añadiríamos que realizar una “lucha cultural” en la derecha y en los años 70, suponía engañarse sobre las posibilidades: en primer lugar porque Gramsci no partía de cero, tenía una ideología bien estructurada a la que solamente añadió unos elementos de crítica para perfeccionarla y evitar el desfase entre las previsiones ideológicas y la realidad social, y, por otra parte, Marx y Engels no habían sido solamente “doctrinarios”, sino que fueron militantes políticos, comprometidos con una causa, primero la de la Liga de los Comunistas y, después con la Internacional.

Para que una lucha cultural pudiera dar sus frutos, precisaba como condición sine qua non que previamente existiera una ideología de conjunto que poder “hegemonizar” y no unas simples críticas a la actualidad cultural, en función de la cual se erigían simples “puntos de referencia”. Y, en segundo lugar, la imagen del “intelectual” ajeno a la lucha política contaminante y de dudoso porvenir, era algo que no había estado presente en la izquierda: allí el “intelectual” era, al mismo tiempo, “soldado político”. En el caso de la “nouvelle droite”, el conjunto estaba formado por antiguos “solados políticos” licenciados que habían decidido romper con sus viejas organizaciones, sin pensar siquiera en construir otras nuevas.

La historia de la “nouvelle droite” francesa siempre nos ha parecido la historia de un entrenador (“cultural” en este caso) que juzgase que era preciso “prepararse” para afrontar la lucha cultural en el momento en el que se plantease el “match”, esto es el partido en el que enfrentaría a dos visiones del mundo, dos perspectivas culturales, dos formas de concebir al ser humano. Pero ese “match” nunca llegaba. Y el entrenador seguía diciéndonos que debíamos entrenarnos más y más, prepararnos para el momento.

Decir esto en 1978 era una cosa porque la extrema-derecha francesa era poco menos que cero, pero luego cuando se desató el fenómeno Le Pen en los 80, las cosas cambiaron: ya había un movimiento político sobre el que operar. Pero, para el entrenador, este movimiento era poco y lo miró siempre con desdén desde su posición de superioridad intelectual. Y el problema ha sido que el reverdecer de un partido populista de derechas (el límite máximo que puede encontrar acomodo un proyecto alternativo dentro de la actual situación socio-política) en Francia, se ha producido casi completamente al margen de la “nouvelle droite. Volvamos a Gramsci.

SOMOS LO QUE PENSAMOS. CÓMO GRAMSCI LLEGÓ A SER LO QUE FUE

Los padres de Gramsci eran podres, pero él era abogado y disponía de cierta cultura. A pesar de que trabajó y logró una beca para estudiar Filosofía y Letras, se afilio al Partido Socialista. En 1921 pasó al Partido Comunista. La rapidez con la que el fascismo se hizo con el poder, hizo que Gramsci empezara a desconfiar de la “conciencia de clase” y del poder del proletariado como fuerza opuesta al capital.  A partir de aquí cuestionó algunos aspectos del marxismo y del leninismo, aun aceptando lo esencial, a saber, que la ideología dominante en una sociedad es la de la clase dominante que se expresa mediante la “hegemonía cultural” trasladada a la población a través de las creencias religiosas, de los medios de comunicación y de la educación.

Así pues, atacando las ideas religiosas, desvalorizándolas, penetrando entre los fieles y haciendo sembrar las dudas, se neutralizada a unos; infiltrándose en los organismos de poder cultural se lograba limitar la influencia de las clases dominantes en el mundo de la cultura y, finalmente, observando y ganando a los movimientos culturales alternativos y disidentes que suelen aparecer en toda sociedad, se conseguía, en conjunto, mermar, poco a poco, la influencia del “bloque hegemónico”.

Gramsci no era particularmente empático ni con los trabajadores (intuía que solamente aspiraban a mejorar sus condiciones de vida y les daba igual si era mediante la revolución o mediante concesiones del capital), ni con los intelectuales (a los que consideraba como figuras diletantes pequeño-burguesas). Sostenía que el intelectual debía “reivindicarse” siguiendo una “línea de masas”, asumiendo la causa del proletariado y de la transformación de la sociedad. Esta élite intelectual deberá garantizar el “control sobre el lenguaje” y atribuir nuevos contenidos a los conceptos habitualmente manejados por la sociedad.

En la práctica, Gramsci desplaza el “sujeto revolucionario” del proletariado al intelectual. Intelectual, para él, es aquel que “piensa”, “razona”, “analiza”. Pero esas disquisiciones pueden quedar demasiado elevadas y ser poco accesibles para las masas. Por eso, hace falta una pieza de transmisión entre la “intelectualidad” y las “masas”: el divulgador, el periodista, el agitador cultural, el que hace presentables y comprensibles las ideas elaboraras por los intelectuales. Será así como lo que Gramsci llama “clases subalternas” vayan restando poder al “bloque hegemónico”

Pero hay otra tesis de Gramsci que es particularmente importante. Así como Marx y Engels, pero también Lenin y los bolcheviques, habían considerado que las leyes económicas y, sobre todo, la dialéctica y la lucha de clases, se encaminaban hacia un destino fatal: la revuelta del proletariado contra la burguesía y su consiguiente triunfo, Gramsci, se da cuenta de que ese esquema es demasiado rígido y, por otra parte, algunas críticas que ha formulado el fascismo han hecho mella en él: en el esquema marxista, en efecto, no hay lugar para el libre albedrío, todo en él es mecanicismo aplicado a la sociedad. Es el precio de haber considerado como única infraestructura a la economía y establecer que solamente podía modificarse les relaciones de poder actuando en ese terreno.

En 1923, cuando Lukács publica su libro sobre la conciencia de clase, Gramsci ya ha llegado a la conclusión de que la transformación de una sociedad debe realizarse a partir del cambio cultural y que es importante la adhesión de una élite cultural si de lo que se trata es de precipitar un “momento revolucionario”.

1923: EL AÑO DE LAS “COINCIDENCIAS CÓSMICAS” (2) – LA ESCUELA DE FRANKFURT

Finalmente, en Alemania y como resultado de las derrotas en cadena del Partido Comunista y de la extrema-izquierda desde 1919 hasta 1922, aparece un movimiento intelectual que ejercerá su poderosa influencia, primero en ese país y luego irradiará desde EEUU a todo el mundo: la Escuela de Frankfurt. De hecho, no fue sino hasta los años 60, cuando se popularizó este nombre como característico de un grupo de intelectuales alemanes que se distanciaron del marxismo ortodoxo y realizaron una obra de “revisión” añadiendo al conjunto marxismo otras aportaciones (especialmente procedentes del freudismo).

Todos los miembros de la Escuela de Frankfurt fueron judíos, en mayor o menor grado, laicizados, que se marcharon a EEUU cuando subió Hitler al poder. Lo eran Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Friedrich Pollock, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Löwenthar, Leopold Neumann; a todos ellos se les conoce como “la primera generación de la Escuela de Frankfurt”. Posteriormente se han ido incorporando otros, una segunda e incluso una tercera generación, en donde el elemento judío ya no es tan característico.

Las reflexiones de este grupo están en la misma onda que las de Lukács y Gramsci. En 1923, financiados por Félix Weil, un millonario judío de origen germano-argentino, un grupo de intelectuales crearon el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt.

Lo esencial de la Escuela de Frankfurt es su incorporación de tesis freudianas al patrimonio marxista. Reconocen como Gramsci la idea del “libre albedrío” y, contrariamente, a los marxistas ortodoxos que no atribuían gran importancia a la “felicidad humana” antes de la “revolución”, los miembros de esta Escuela consideran que el ser humano, antes, después y durante la revolución, deben sentirse libres, felices y completos. El mundo clásico hubiera llamado a esta postura “hedonismo”, especialmente, porque el recurso a Freud les convence de que la felicidad pasa a través de la sexualidad.

Los miembros de su primera generación escribirán, tanto en sus primeras obras en Alemania durante los años 30, como en las tardías aparecidas en los años 60, teorías sobre la sexualidad, tanto individual como social. Serán los que sugerirán a Simone de Beauvoir que el sexo es “una construcción social” y que en la naturaleza no existe sexualidad definida (por entonces no se había descubierto el ADN y un error de este tipo podía justificarse…).

Marcuse y Adorno fueron quienes más lejos llegaron en este terreno. Pero, lo que, en realidad, preocupaba a la Escuela de Frankfurt, a la vista de que todos sus miembros eran de origen judío, era la llegada del NSDAP al poder en Alemania en 1933. Todos ellos emigraron a EEUU y desde allí prosiguieron sus estudios. Al menos estaban más próximos a las fundaciones capitalistas que, a partir de ahora, financiarían sus trabajos. Luego vino la Segunda Guerra Mundial, pero ya desde su llegada a EEUU -salvo Fromm, que optó por residir una temporada en México- su trabajo “filosófico” consistió en encontrar argumentos de carácter antifascista: y a eso se dedicaron. No les fue muy difícil, a fin de cuentas, todos, todos ellos procedían del marxismo y habían pasado por la militancia comunista. Ahora, solo se trataba de adaptar el antifascismo al mundo capitalista y preparar el terreno para la guerra que se avecinaba y que encontraba en los EEUU y en el presidente Roosevelt y su fracasado “New Deal”, a su más interesado promotor.

LA PERSONALIDAD AUTORITARIA DE THEODORO W. ADORNO

El grupo, primero se reunión en Nueva York, sede provisional del Instituto de Investigación Social en el exilio y luego, poco antes de la entrada de EEUU en guerra, se instalaron en California. En esa época Horkheimer escribió su Dialéctica de la Ilustración. Pero la obra que nos interesa fue escrita en la postguerra. Se trata de La personalidad autoritaria, firmado por Adorno. La idea era que, en determinados sujetos, existe un superego estricto que controla a un ego débil e incapaz de sobreponerse a sus impulsos primarios. Esto lleva a conflictos interiores que llevan al individuo a aceptar convencionalismos sociales y sumisión a la autoridad. Pero también, ese individuo sumiso, se convierte en dominante frente a grupos y personas que él considera como “inferiores”. Actúa brutal y despóticamente con ellos y les impide “ser felices”. Así aparece la “personalidad autoritaria” que es favorecida por dos instituciones: la religión y especialmente, la familia. En ambos casos aparece una “voluntad de poder sobre los demás” (el concepto es de Adler). Esa “personalidad autoritaria” está en el germen del fascismo. De todo fascismo. Para Adorno, cualquier forma de autoritarismo, termina siendo “fascismo”. Y el fascismo se reduce a Auschwitz. Por lo tanto, hay que defender a la sociedad para evitar un “nuevo Auschwitz”. ¿Cómo? Sencillo: emprendiéndola contra la autoridad de la religión y contra el modelo familiar. Sostenía que el fascismo no era nada más que la repetición de pautas violentas aprendidas en la infancia por la contemplación del modelo patriarcal. Un niño que viera como su padre le ordenaba irse a la cama, sería un niño que, en el futuro reproduciría estas pautas y terminaría contento y feliz en las Hitler Jugend. La estructura heteropatriarcal era el modelo que reproduciría el fascismo a nivel de Estado. Deshaciendo estos dos elementos, religión y familia, todos lo demás que acompaña a las estructuras tradicionales se disolverá por sí mismo. La ciencia positiva sería el gran adversario de la religión, pero pera destruir a la familia hacía falta mucho más.

Adorno, para acometer este ataque contra la familia y la religión, amplió sus horizontes: dado que el materialismo dialéctico no servía para interpretar la historia salvo en momentos relativamente recientes, introdujo elementos extraídos de freudismo para convenir que la historia de Occidente era, una y otra vez, la aparición, mantenimiento y reafirmación del “fascismo”. Veía “fascismo” en toda la historia de occidente. Allí donde existiera una estructura “heteropatriarcal”, allí existiría una “deformación” del carácter con la aceptación de la autoridad, por tanto, “fascismo”. Toda la historia de Occidente, toda su tradición, eran “fascistas”, especialmente desde el advenimiento del cristianismo. Así pues -y esta es la conclusión- para “destruir el fascismo” había que operar: 1) Contra las tradiciones (que Adorno llama despectivamente “convencionalismos”) y 2) Contra aquellos vehículos más caracterizados de estas tradiciones (familia y religión).

Aquí, Adorno se vio obligado a romper con toda la tradición de izquierdas que, hasta no hacia mucho achacaba el fascismo a pulsiones homosexuales. Al leer su libro se percibe con claridad que está haciendo simples equilibrios con el lenguaje, manejando conceptos freudianos y sociológicos, pero eludiendo la concepción predominante en esa época entre la clase médica y los psicólogos sobre la homosexualidad.

La psicología no compartía el criterio antifascista de una relación directa entre homosexualidad y fascismo, sino que había establecido un origen bastante ponderado. La homosexualidad sería una neurosis que favorecería la reaparición de un complejo de infantilización no superado. La explicación partía de que en la infancia todavía no están desarrollados conscientemente los rasgos de identidad sexual, ni tampoco existe impulso sexual consciente, por tanto, los niños tienden a agruparse, jugar y colaborar entre ellos y las niñas hacen otro tanto. Cuando aparecen los impulsos sexuales, esta primera etapa queda atrás y la tendencia “normal” es hacia la heterosexualidad y a que los individuos de un sexo se vean atraídos por el opuesto… salvo en determinados casos de malformaciones físicas (androginia) o psicológicas en las que el sujeto no ha superado la fase “infantil” y sigue atrayéndole y buscando la compañía de seres de su mismo sexo, como en la infancia.

La explicación es bastante mejor que la aportada por Adorno que se pierde en categorías freudianas cuya validez todavía se discute hoy. El interés que tiene para Adorno su justificación de la homosexualidad como una forma de huir del fascismo heteropatriarcal, es oportunista: le permite atacar a la familia y eso vale más que el rigor y la verdad científica o filosófica. Porque, una vez determinado quién es el enemigo, poco importa la legitimidad de los argumentos que se empleen contra él: se trata de abrir cuantos más frentes mejor, desde donde se le pueda hostigar.

Adorno “transmuta” todos los valores de la izquierda sobre la sexualidad y conseguir que, aquellos que más han atacado, criticado, hostigado y perseguido a la homosexualidad (Hitler, por ejemplo, sólo consideraba que la homosexualidad era un asunto privado y que no había nada más que decir, salvo que algún homosexual realizara tareas contra el Estado o contra las estructuras tradicionales de la sociedad alemana y si ejecutó a Rhöm, que había sido su colaborador más próximo en los 10 años anteriores, no fue por su notoria homosexualidad, sino por la sospecha de ser enemigo del Estado), es decir, la izquierda marxista, a partir de ahora se posicionen como defensor de las “minorías sexuales”. Todo para erosionar a la familia e impedir que siga reproduciendo el “modelo heteropatriarcal germen del fascismo”.

Dos últimos apuntes sobre Adorno. Su padre se llamaba Oscar Alexander Wiesengrund, pero él renunció al apellido que quedó reducido a la “W” que siempre aparece en su nombre. “Adorno” era el nombre de la madre, de la que siempre se sintió más próximo, una soprano lírica que le indujo el interés por la música. Durante mucho tiempo, dudó entre si dedicarse a la filosofía o a la música. La cuestión fue que en su madurez y en La personalidad autoritaria, elaboró una teoría sobre la sexualidad. En 1968, después de los sucesos revolucionarios de París, tres alumnas se le desnudaron en clase (en realidad, solo le mostraron los pechos). Adorno murió unos días después, el llamado “atentado de los senos” fue la causa directamente del paro cardíaco que sufrió. Comentando esta anécdota con el escritor y marxista Vázquez Montalbán, me decía que Adorno era capaz de elaborar una teoría sexual, pero no de soportarla a cinco metros de distancia…