viernes, 29 de mayo de 2020

José Antonio y la monarquía. Una posición no tan diáfana… (9 de 10) – Los monárquicos en Falange Española hasta la escisión de Ramiro Ledesma (B)


A lo largo de 1934 los frentes de actividad falangista eran tres: de un lado las intervenciones parlamentarias de José Antonio y en mucha menor medida del Marqués de la Eliseda, actividades propias de un partido parlamentario; en segundo lugar actividades de expansión en las que debía de actuar como “partido–milicia” a causa de que la más mínima acción de propaganda terminaba inevitablemente en enfrentamientos; estas actividades se circunscribían a tres frentes: la distribución de FE en las calles, la acción en las universidades y la estructuración de la Central Obrera Nacional Sindicalista, el embrión de sindicato obrero del partido. Finalmente, una estructura clandestina se encargó de realizar las “vindictas”.

Todo esto tenía mucho que ver con la acción de los monárquicos y de los jonsistas. Parte de la ayuda que concedían los alfonsinos a Falange estaba destinada según el acuerdo suscrito entre Goicoechea y José Antonio a la estructuración de unos sindicatos obreros que se situasen fuera de los sindicatos de izquierda. Durante la república era evidente que había pasado la hora de los Sindicatos Católicos Libres (1). El alfonsinismo era consciente de la necesidad de disponer a mantener la alianza con una fuerza obrera que no estuviera controlada por la izquierda revolucionaria y, pudiera ser utilizada como correa de transmisión en el mundo laboral. Eran perfectamente conscientes de que el carlismo solamente podría progresar en determinadas zonas geográficas, pero no extenderse a otras. Recluido a la zona vasco–navarra, a la Montaña catalana y, a algunas zonas de Andalucía, estaba casi completamente ausente del resto de España y pertenecía mucho más al mundo rural que al industrial. Sin embargo, tanto en Italia y como en Alemania, los fascismos habían contado con el apoyo de ingentes masas obreras, así que los estrategas de Renovación Española consideraron que esa misión de penetración en el mundo obrero correspondía a los “nacional–sindicalistas”. De ahí que en los acuerdos de El Escorial una parte de la financiación quedaba estipulado que sería para la financiación de los sindicatos. Mientras Falange estuvo compuesta por el núcleo inicial procedente del MES–Fascismo Español, no existió apenas actividad sindical, pero a partir de la fusión con los jonsistas, estos que manifestaban una especial predisposición a actuar en el terreno laboral, se pudieron poner en marcha las CONS. Es significativo que esta organización se creara justo después de la ratificación de los pactos entre José Antonio y Goicoechea en agosto de 1934 (2).

Realmente, a partir de la formación de un gobierno de centro–derecha, el interés de los monárquicos por Falange había disminuido y se centraba especialmente en sus posibilidades de actuación en el mundo sindical. Pero también en la formación de milicias que, en un futuro podrían jugar algún papel en los proyectos golpistas que los alfonsinistas y la derecha radical nunca abandonaron a lo largo de toda la azarosa vida del Segunda República. Si bien los dirigentes monárquicos que se habían afiliado al partido no podían hacer nada en el terreno sindical y laboral (todos ellos pertenecían a la aristocracia o bien a las clases acomodadas), en lo relativo a las milicias y a la organización de “vindictas” si podían aportar algo. De hecho, entre la fundación de la Falange en octubre de 1933 y los últimos días de 1934, el potencial de violencia de Falange depende de estos elementos monárquicos.

Estos grupos especializados en devolver golpe por golpe y asestar represalias demoledoras habían recibido el nombre de “Falange de la Sangre” y “Curritos de Groizard y Ansaldo”, hasta que finalmente fueron conocidos como Primera Línea (3). Todos, absolutamente todos los dirigentes de este primer grupo activista eran monárquicos alfonsinos. La cúpula estaba formada por los monárquicos Juan Antonio Ansaldo (4), Arredondo, Rada y Manuel Groizard Montero.

La concentración del aeródromo de Carabanchel (5) tuvo lugar el 3 de junio. Una semana después, tuvo lugar un enfrentamiento en El pardo entre milicianos falangistas y “chiribís” socialistas resultando asesinado el falangista José Cuéllar. A partir de ese momento se generalizaron las represalias resultando muerta la socialista Juanita Rico. Dos semanas después, el 1 de julio, el doctor Groizard y su esposa fueron víctimas de un atentado en el paseo de las Delicias, recibiendo él cuatro tiros disparados desde otro vehículo. El 11 de julio de 1934 la policía registró la sede de Falange Española deteniendo a 67 afiliados y ocupando un fichero con 8.000 nombres. Los centros falangistas en toda España fueron cerrados, el semanario Libertad clausurado.

El 27 de junio, José Antonio fue acusado de tenencia ilícita de armas al haberse encontrado algunas pistolas en su chalet de Chamartín. Dado que tenía inmunidad parlamentaria en su condición de diputado, el ministerio de justicia envió un suplicatorio a las Cortes para poder procesarlo. Se daba la circunstancia de que el suplicatorio de José Antonio se realizaba junto al del diputado socialista Juan Lozano al que se le había encontrado en su domicilio un depósito de armas. Las de José Antonio eran de su guardia personal, mientras que las del diputado socialista eran algunas de las que estaban acumulando los socialistas para la sublevación que finalmente tendría lugar en octubre. El 3 de julio se vio en el parlamento la cuestión de los suplicatorios. Socialistas y CEDA estaban a favor de conceder ambos, pero Indalecio Prieto tercio alegando defectos de procedimiento. Los diputados de Renovación Española se tomaron muy mal los efusivos gestos de José Antonio agradeciendo a Indalecio Prieto la gestión y generando recelos y replanteamientos.

Este episodio tendió a ensanchar el foso que existía en el falangismo entre el grupo de intelectuales que rodeaban a José Antonio y las milicias activistas. Parece evidente que con el paso de los meses y con el aumento de los militantes muertos, los incidentes constantes y el enrarecimiento de la situación, José Antonio que se había lanzado a la lucha política a través de conferencias, charlas, intervenciones parlamentarias, cuya vocación intelectual era notoria y cuyo círculo de amistades estaba compuesto a partes iguales por miembros de la nobleza y por jóvenes escritores y artistas notorios, poco a poco fue asumiendo que eran necesarias las represalias, que una cosa era el discurso político y otra muy diferente la búsqueda de apoyos económicos, que la política es algo sucio, violento en el que no se puede dar muestras de debilidad y que, finalmente, en política el idealismo debe dejar paso al pragmatismo más radical (6).

A este episodio siguió el retorno a Calvo Sotelo a España, amnistiado por el gobierno de centro–derecha el 4 de mayo. No está claro si fue él quien pidió su ingreso en Falange Española, si fue sondeado simplemente por los monárquicos como Ansaldo, o si se trató solamente de un debate interno. Ramiro Ledesma es deliberadamente ambiguo al describir el problema que se suscitó:
“La situación del movimiento fascista era a comienzos del verano relativamente vigorosa. Despertaba interés en la opinión del país, disponía ya de cierta experiencia e iba perfeccionando y localizando sus metas finales. Era en muchos aspectos un movimiento confusionario, cuyos adictos respondían a los más diversos móviles; pero ello, si bien sería perjudicial como hecho permanente, entonces, etapa transitoria de amplificación, era hasta fértil y beneficioso. En mayo, al regresar Calvo Sotelo a España, después de la amnistía, quiso entrar en el Partido y militar en su seno. Primo de Rivera se encargó de notificarle que ello no era deseable ni para el movimiento ni para él mismo. Parecerá extraño, y lo es, sin duda, que una organización como Falange, que se nutría en gran proporción de elementos derechistas, practicase con Calvo Sotelo esa política de apartamiento. Y más si se tiene en cuenta que éste traía del destierro una figura agigantada y que le asistían con su confianza anchos sectores de opinión. Calvo Sotelo aparecía como un representante de la gran burguesía y de la aristocracia, lo que chocaba desde luego con los propósitos juveniles y revolucionarios del Partido, así como con la meta final de éste, la revolución nacional–sindicalista. En ese sentido, Primo, que se iba radicalizando, tenía, sin duda, razón. Ruiz de Alda se inclinaba más bien a la admisión, guiado por la proximidad de la revolución socialista y la necesidad en que se encontraba el Partido, si quería intervenir frente a ella con éxito, de vigorizarse y aumentar, como fuese, sus efectivos reales. No carecía de solidez esa actitud de Ruiz de Alda; pero Primo se mantuvo firme” (7).

Ansaldo cuenta que fue a visitar a Calvo Sotelo acompañado por Ruiz de Alda, confirmando que fueron ellos los que le plantearon ingresar en Falange Española. Era normal: Calvo Sotelo era alfonsino como ellos. Ansaldo cuenta también que la gestión fracasó, yendo más allá de la explicación de Ledesma y atribuyó a José Antonio el que “jamás pudiera admitir la posibilidad de alternar, de igual a igual, con el que fue relevante figura en el gobierno de su padre. A regañadientes, quizá lo hubiera aceptado como colaborador subordinado, pero le pesaba la compañía de quien con prestigio paralelo al suyo, arrastraba con su nombre compromisos tradicionales irrompibles” (8). Y luego añade una “razón profunda y más poderosa aún”: José Antonio no era monárquico (9).

Con Calvo Sotelo dentro de Falange, el partido habría experimentado un crecimiento notable, pero nadie hubiera dudado que se trataba de un partido monárquico de extrema–derecha. Hubiera crecido, pero también habría decepcionado a quienes se habían sumado a él viéndolo como el “fascismo español”. Y no era esa la imagen que José Antonio quería dar de su formación. Para eso ya estaba Renovación Española.

En cuanto a Ramiro Ledesma, su ambigüedad al relatar el episodio es significativa: doctrinalmente estaba mucho más cerca de José Antonio que de Calvo Sotelo, su carácter y su adaptación del fascismo a una formulación específicamente española, le impedían aceptar el hecho monárquico; pero, al mismo tiempo, desde la época de La Conquista del Estado, sus iniciativas habían sido financiadas por medios monárquicos y su presencia misma en el partido se debía también, como hemos visto, a la invitación de los monárquicos unificar esfuerzos, así como a la presión económica de que era objeto (10). Hay que ver en la ambigüedad calculada con la que Ledesma describe el episodio Calvo Sotelo, una forma de superar esta contradicción interna entre lo que hubiera supuesto un avance para el partido, pero al mismo tiempo le hubiera desviado de las posiciones revolucionarias que defendía. Ledesma era perfectamente consciente de su situación: precisaban, él y su formación, apoyos económicos que solamente podían venir de los monárquicos, pero las posiciones monárquicas eran insostenibles para el movimiento nacional–sindicalista.

Todos estos episodios (el atentado contra Groizard, los saludos de José Antonio a Prieto en el Parlamento, la negativa a la entrada de Calvo Sotelo) generaron un fuerte malestar en el interior del partido en la primavera de 1934, en especial con los miembros del partido que albergaban ideas monárquicas o que eran agentes monárquicos destacados en el interior de Falange Española. Ansaldo se convirtió en la cabeza de la oposición interior esgrimiendo las acusaciones contra José Antonio de “narcisismo intelectual”, sugería que así dirigida, Falange iba perdiendo combatividad y eficacia. Dos personajes situados en posiciones no muy próximas, el monárquico Ruiz de Alda, amigo de José Antonio y de Ansaldo y el jonsista Ramiro Ledesma, pragmático, ante todo, habían intentado poner paños calientes a la polémica situándose en una posición “centrista” entre José Antonio y Ansaldo (11). Para lo que se ha llamado la “conspiración de Ansaldo” era preciso ganar especialmente a Ramiro Ledesma y a Ruiz de Alda. Sin embargo, ambos, hasta el final, permanecieron favorables a una resolución amistosa de la crisis. Hay que recordar que, en ese momento, José Antonio no era el líder único, sino que la organización estaba dirigida por un triunvirato compuesto por él, por Ramiro Ledesma y por Ruiz de Alda.

A pesar de que Ledesma no se decantara a favor de la conspiración, Ansaldo siguió adelante: el escenario consistía en visitar a José Antonio en su despacho acompañado por una docena de jefes de las milicias adictos a él y exigir mayor contundencia en las represalias o bien pedirle que abandonara el partido. Cuando estaba todo previsto, se produjo la clausura de todos los centros de Falange Española y la detención de José Antonio y de otros 67 militantes a raíz de los asesinatos de Cuéllar, Juanita Rico y los que siguieron por una y otra parte. Esto hizo que la popularidad de José Antonio se elevara entre la militancia.

Al salir de prisión, llegaron a oídos de José Antonio, los rumores de la conspiración que se había preparado y decidió visitar a Ansaldo a su domicilio particular (12), acompañado por Raimundo Fernández Cuesta (13). De todo esto se dio cuenta en el último número de la revista FE en el artículo titulado Consigna (14) añadiendo que el “grupo de conspiradores” se reducía a la organización militar y “obedecía a consignas externas”. Ledesma, por su parte, en la revista JONS llamó a la “unidad de los triunviros” y a que todas las decisiones tomadas fueran “por la fidelidad al nacional–sindicalismo revolucionario” (15). Ledesma, finalmente, decidió apoyar a José Antonio frente a Ansaldo, aunque sin tomar una postura excesivamente decidida ni por unos ni por otros. En su diseño estratégico, Ledesma entendía que para disponer de un “gran partido” era necesario sumar, no restar, ni dividir (16). Ledesma firmo la expulsión –“después de muchas objeciones” como relata Fernández Cuesta en su carta a Ximénez de Sandoval–, mientras que Ruiz de Alda no la firmó, “dada la intimidad con Ansaldo” (ver nota 72).

Con Ansaldo, se fueron también Arredondo y Rada, y con ellos la inmensa mayoría de militantes monárquicos “de estricta observancia”. La crisis se había solventado en el verano de 1934 con la salida de los monárquicos. Sin embargo, es presumible que siguieran manteniéndose contacto discretos contactos con los alfonsinos. Tras la crisis, Ledesma se centró en el desarrollo del sindicato CONS que solamente se pudo impulsar tras haber cerrado nuevos pactos entre José Antonio y Antonio Goicoechea el 20 de agosto de 1934. No es por casualidad que la “movilización de parados” tuviera lugar poco después, el 3 de septiembre de 1934.

En efecto, el retorno de Calvo Sotelo del exilio había generado una convulsión en toda la derecha radical española. Renovación Española, hasta ese momento, estaba dirigida por Antonio Goicoechea, pero a nadie se le escapaba que Calvo Sotelo iba a rivalizar con él en la dirección no sólo del partido, sino del alfonsinismo. En esa circunstancia se produjo la renegociación del Pacto de El Escorial. Sabemos de ello por Pedro Sainz Rodríguez y por Gil Robles (17). Los acuerdos doctrinales y programáticos firmados el año anterior se confirmaron, añadiéndose el compromiso de Goicoechea de entregar a Falange Española 300.000 pesetas para gastos y campañas del partido y otras 10.000 mensuales de las que el 45% deberías ser destinadas a las milicias, a su preparación, capacitación, armamento y operaciones, otro 45% para el sindicato CONS y el 10% para libre disposición de la dirección. Parece ser que solamente se entregaron 100.000 pesetas y que el subsidio mensual solamente se entregó durante cuatro meses (18). Payne entrevistó personalmente a Sainz Rodríguez el 1 de mayo de 1959 quien le confirmó todos estos extremos. Dice Payne:

“Los monárquicos no ignoraban la antipatía personal de José Antonio hacia Alfonso XII y hasta respecto de la institución monárquica. Sin embargo, estaban interesados en utilizar a la Falange, siempre que pudiesen controlarla. Por su parte, José Antonio advertía a sus camaradas que “es necesario dejarse corromper… para engañar a los corruptores”. En el verano de 1934, José Antonio y Sainz Rodríguez establecieron un cuerdo por escrito, en diez puntos, sobre “El nuevo Estado Español”; en él condenaban el liberalismo, propugnaban por una acción en favor de la “justicia social”, suscribían la constitución de una asamblea corporativa y la abolición de los partidos políticos (sin especificar qué partidos) y autorizaban métodos violentos. Sobre la base de este acuerdo, el 20 de agosto se firmó entre José Antonio y Goicoechea un pacto de siete puntos. En él se establecía que la Falange no atacaría con su propaganda o indirectamente las actividades de Renovación Española o del movimiento monárquico en general. A cambio de ello, Renovación Española trataría de proporcionar ayuda financiera a la Falange, mientras las circunstancias lo permitiesen. La Falange mantuvo su compromiso, pero al cabo de unos meses, Renovación Española es encontró con dificultades económica y fue necesario interrumpir la ayuda financiera” (19).
Hay dos notas a pie de página: la primera dice: “Las copias de ambos documentos [el pacto de 1933 y el de 1934] se hallan en posesión del autor. Su autenticidad está fuera de toda duda”. En la otra se da a Pedro Sainz Rodríguez como fuente de la información y se añade un dado, sin duda, dado por él mismo: “La Falange debía encontrarse con una grave penuria de fondos porque en una segunda fase de las negociaciones José Antonio se vio obligado a ofrecer a Ansaldo el puesto del cual había sido destituido; sin embargo, Ansaldo lo rechazó” (20).

Cabe preguntarse por qué los alfonsinos interrumpieron su ayuda a Falange Española. Si según Gibson y otros esta se prolongó cuatro meses y la firma del pacto se suscribió en agosto, parece muy claro que la ayuda se prolongaría hasta el mes de diciembre. ¿Por qué hasta entonces? Simplemente porque el día 10 de ese mes, Calvo Sotelo y Renovación Española lanzaban su propuesta “frentista”: el Bloque Nacional, abierto a carlistas, alfonsinos, nacionalistas de Albiñana y cualquier otra tendencia anti–republicana, incluida Falange Española. Pero Falange rechazó su integración en la iniciativa. A partir de ese momento, aunque nunca se llegó a situaciones de hostilidad mutua, resultaba evidente que el apoyo al “fascismo español” tenía ya mucho menor interés para los monárquicos. Es más, si se trataba de integrar a los falangistas, la presión económica era una de las tácticas a utilizar.

A partir de ese momento y en los meses sucesivos, José Antonio se vuelve hacia Italia para conseguir un pulmón económico. En noviembre de 1934 se redactaron los 27 puntos. Hoy se sabe que la reacción del encargado de negocios italiano y hombre influyente de la embajada en Madrid, Geisser Celesia, fue escéptica ante la lectura del programa: lo percibió como demasiado abstracto para ser un programa político, poco concreto, no le dio la impresión de ser un documento ideológico y auguró que decepcionaría a “monárquicos y conservadores”, sin conseguir atraer a franjas amplias de trabajadores (21). Resulta significativo que, si hemos de creer a Ximénez de Sandoval y a su exactitud en las fechas, el programa de los 27 Puntos fue publicado “en la primera decena de noviembre”, pero el informe de Celesia fuera enviado a Italia el 29 de octubre, lo que indica que antes de ser difundido se le entregó a la misión diplomática italiana para que lo considerase (22). Cerrada la puerta de los monárquicos, José Antonio intentaba abrir en aquel convulso final de 1934, la puerta de la Italia fascista.

La lectura de los 27 Puntos, al margen de cuál sea la valoración doctrinal y política de su contenido, sorprende en especial por su último punto: “Pactaremos muy poco”. ¿A quién va dirigido? ¿Qué tipo de alianzas tenía José Antonio en mente cuando incluyó este punto? Indudablemente a Renovación Española. El día 30 de noviembre, el marqués de la Eliseda se había dado de baja de Falange argumentando –tal como había previsto Celesia– que el partido había caído en la “herejía maurrasiana” a causa de la redacción del punto 25: Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico—de gloriosa tradición y predominante en España a la reconstrucción nacional. La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional(23).

El marqués de la Eliseda pasó a los escaños de Renovación Española en el parlamento y fue el último de la larga lista de notorios monárquicos alfonsinos que abandonaron el partido a trece meses de su fundación y a dieciocho meses del inicio de la Guerra Civil. Antes, habían abandonado la formación Ansaldo, Ricardo Rada, el doctor Groizard, Rodríguez Tarduchy y un número indeterminado de militantes que habían ingresado en el partido en el momento de su fundación y que lo abandonaron en dirección al Bloque Nacional constituido en el mismo momento en el que se produjo la baja del marqués de la Eliseda (24).

Los alfonsinos se estaban fascistizando a marchas forzadas. En realidad, en ese momento, más que un “partido fascista” en España existían dos (al menos en sentido genérico). Da la sensación de que el tránsito de militantes en ambas direcciones era habitual, pero, a partir de finales de noviembre de 1934, el único notorio alfonsino que quedaba en Falange era Julio Ruiz de Alda. Todos los que habían dirigido en los primeros momentos las escuadras de choque, habían retornado a las filas del alfonsinismo. A partir de ese momento, sus vacantes las ocuparían falangistas “puros” (es decir, atraídos al movimiento por identidad con sus objetivos declarados, con la norma programática y con los veintisiete puntos), la mayoría de ellos procedentes del SEU y con una breve pero intensa experiencia en operaciones contundentes: los Agustín Aznar, los José Miguel Guitarte, los Luis Aguilar, etc.

Del 4 al 7 de octubre de 1934 se había celebrado en Madrid el Primer Consejo Nacional de Falange Española. Uno de los temas era la elección de un jefe único que sustituyera al sistema de triunvirato. Fue la última sesión en la que participaron los militantes de fidelidad monárquica (Tarduchy, Arredondo, Groizard y algún otro). Se manifestaron algunas discrepancias en la ponencia ideológica, pero lo que causó más tensiones fue la discusión relativa al mando único. Los jonsistas y algunos falangistas eran partidarios de que la organización fuera dirigida por un triunvirato, el resto abogaba por una jefatura única con plenos poderes económicos y políticos. Vencieron los segundos en una apretada votación que dio como resultado 17 votos a favor del mando único y 16 por la prolongación del triunvirato. En la tarde, le correspondió a Sánchez Mazas proponer a José Antonio como la persona más adecuada para ocupar el mando. Ledesma no se opuso frontalmente y la propuesta fue aceptada.

El 7 de octubre había estallado la insurrección independentista en Cataluña y la socialista en Asturias. Los miembros del Consejo Nacional presidieron la manifestación que recorrió Madrid hacia la Puerta del Sol reuniendo agrupando detrás de sí a varios miles de personas. Fue un éxito de movilización del partido, pero a partir de ese momento, Ramiro Ledesma entró en un proceso de acumulación de agravios y descontento que terminó en la escisión de los jonsistas que se hizo pública el 14 de enero de 1934. Ledesma, Sotomayor, Aparición, Compte, Emiliano Aguado, Tauler, Arias, Gutiérrez Palma y Martínez de Bedoya resultaron expulsados por indisciplina y conspiración contra la unidad del movimiento.


Obviamente, los principios doctrinales de Ramiro Ledesma no eran monárquicos y nunca había albergado simpatías hacia la monarquía. Sin embargo, las ayudas que había recibido desde el período de La Conquista del Estado, luego de las JONS, más tarde el dinero monárquico que había permitido un breve período de actividad de los sindicatos, le habían predispuesto a callar su opinión hacia la monarquía y elaborar una estrategia de suma de diversas componentes “fascistas” o en proceso de “fascistización”. De ahí que siempre se opusiera a medida de expulsión contra las indisciplinas de los monárquicos y que siempre intentara restablecer la normalidad en esa dirección.

Cuando se produjo la salida de Ledesma, el partido falangista no se encontraba en su mejor momento: en pocos meses había sufrido salidas “por la derecha” (los monárquicos que habían pasado a reforzar el Bloque Nacional) y “por la izquierda” (Ledesma y los jonsistas que creían poder revitalizar la organización partiendo de los sindicatos y de una revista, Patria Libre, que se vio beneficiada por una inicial ayuda de los alfonsinos).

Cuando se calmaron todas estas aguas, con un mando único, con una situación que a lo largo de 1935 se fue convirtiendo en cada vez más favorable, a la vista de la falta de atractivo del Bloque Nacional especialmente para los jóvenes, de la erosión creciente y el desprestigio del gobierno de centro–derecha y de la rarificación de la situación política y la ofensiva de las izquierdas, Falange empezaría a configurarse como un fenómeno radicalmente diferente al resto de fuerzas políticas de la derecha.


NOTAS

(1) Durante la dictadura de Primo de Rivera, los sindicatos católicos que en ese momento solamente estaban consolidados en Cataluña se fusionaron con los Católicos-Libres del norte de España y con otros pequeños grupos sindicales “amarillos” formando la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España (CNSL) que hacia el final de la dictadura había alcanzado los 200.000 afiliados (el 50% en Cataluña). En su interior, el núcleo esencial estaba formado por obreros católicos de procedencia carlista que experimentaban un odio secular hacia la CNT. Intentaban  mejorar las condiciones de vida de los trabajadores como cualquier otro sindicato apolítico, pero durante la dictadura de Primo de Rivera fueron incluidos como apoyo para el proyecto corporativo que albergaba el general. Al acabar la dictadura y establecerse la república la CNSL fue prohibida, sus sedes clausuradas y sus dirigentes perseguidos hasta que al subir al poder un gobierno de centro-derecha fueron de nuevo legalizados aun cuando no consiguieron recuperar de nuevo un lugar relevante en el mundo sindical. Para un estudio sobre los sindicatos libres puede consultarse De la resistencia a la reacción: las derechas frente a la Segunda República, Julián Sanz Hoya, Publicaciones de la Universidad de Cantabria, Santander 2006, especialmente págs. 146-148, y Corporativismo y relaciones laborales en Cataluña (1928-1929), Sonia del Río Santos, especialmente el capítulo Consolidación de los Sindicatos Libres, Ediciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2002, págs. 16-78.
(2) Cfr. Historia de la Falange, Eduardo Álvarez Puga, DOPESA, Madrid 1969,  edición digital, pág. 27.
(3) E. González, op. cit., pág. 214.
(4) De Ansaldo, González Calleja dice que “su presencie en Falange había sido una condición que los monárquicos habían impuesto a Ruiz de Alda, quien obtuvo el acuerdo de los triunviros para nombrarle “Jefe de Objetivos” (op. cit., pág. 214). El propio Ansaldo reconoce que “Dicha apelación de confuso contenido abarcaba fundamentalmente estas misiones: preparación de golpes de mano, creación de una campaña de agitación y, por último, ejecución de represalias contra los ataques y atentados de que eran víctimas los falangistas” (J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 71)
En realidad, se trataba de un aeródromo privado que poseía en Madrid un amigo personal de José Antonio, Iván de Bustos y Ruiz de Arana, Duque de Estremera.
(6) Stanley Payne dice que José Antonio era el “más atípico de los líderes fascistas europeos”, recuerda que en varias ocasiones estuvo a punto de dimitir: “José Antonio Primo de Rivera siguió siendo una figura muy ambivalente, el más ambiguo de todos los jefes nacionales fascistas. Es posible que una serie de importantes características personales – como un esteticismo meticuloso, combinado con un sentido auténtico, aunque a veces contradictorio, de escrupulosidad moral, un sentido intelectual cultivado de la distancia y la ironía y, para tratarse de un político español, un espíritu notablemente limitado de sectarismo y de rivalidad de grupo – lo descalificaran para ser un líder con éxito. Existen abundantes declaraciones de que en varias ocasiones consideró la posibilidad de abandonar el proyecto, pero no podía escapar al compromiso impuesto por las muertes y los sacrificios de otros miembros de su movimiento” (Stanley G. Payne, El Fascismo, Alianza Editorial, Madrid 2005, pág. 92.
(7) Cf. R. Ledesma, op. cit., pág. 69.
(8) Cf. J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 76-79. Ansaldo expresa una opinión personal: José Antonio albergaría “celos” y mantendría una especie de rivalidad hacia Calvo Sotelo.
(9) Ídem. Haría falta añadir que Ansaldo era “muy monárquico” y para él cualquiera que no tuviera un monarquismo en el mismo grado, como la CEDA, equivalía a no ser monárquico. Era el todo o nada, habitual en quienes viven un ideal con intensidad extrema. De todas formas, insistimos en que no existen opiniones antimonárquicas en José Antonio, y hemos aludido también a que en sus viajes por España se había convencido (como Gil Robles o Ángel Herrera Oria) de que la restauración de la monarquía era inviable en ese momento. La opinión de Ximénez de Sandoval puede admitirse sin reservas: “Ximénez de Sandoval añade: [A juicio de José Antonio], las ideas que pudiese aportar Calvo Sotelo no arrastrarían jamás a la juventud española para una empresa total revolucionaria. Prefirió a la aportación de unos cuantos muchachos monárquicos -valerosos; pero llenos de prejuicios- la de los jonsistas, para quienes no había nada que poner por encima de la Patria. José Antonio, en política, pensaba lo mismo. España –con todos sus hijos- sólo como lema. El Rey no era fundamentalmente imprescindible para la Revolución de la unidad de las tierras, los hombres y las clases. Por el contrario, en algunos momentos de esa Revolución pudiera ser un obstáculo, y si no él personalmente, la complejidad de los intereses cortesanos cuchicheados en la antecámara” (op. cit., pág. 205). No es que fuera antimonárquico, es que la restauración de la monarquía en ese momento no podía aportar gran cosa, ni era viable. El matiz es importante.
(10) A este respecto puede consultarse nuestra obra Ramiro Ledesma a contraluz, eminves, Barcelona 2014, especialmente el Capítulo II - Frente a la derecha fascistizada o con la derecha fascistizada, págs. 53-128.
(11) En ¿Fascismo en España? no juzga con excesiva severidad la actitud de Ansaldo y se limita significativa y eclécticamente a reconocer sus méritos y sus riesgos. Dice Ledesma: Por esta época, fines de abril, ingresó en el movimiento Juan Antonio Ansaldo, militante intrépido y audaz, que intervino con eficacia en la organización y dirección de esos grupos. Merced a éstos, no quedó ya más ninguna agresión sin réplica, y pudieron incluso planearse objetivos de gran importancia estratégica para el Partido. Ansaldo controlaba ya, a las pocas semanas, la organización militarizada del movimiento. Sobre todo, los grupos de más capacidad para la violencia. Ansaldo era, sin más complicaciones ideológicas ni matices, un monárquico. Procedía de los núcleos que con más fidelidad y dinamismo habían defendido hasta última hora al Rey. A pesar de eso, de su poquísima compenetración doctrinal —él era, después de todo, un exclusivo hombre de acción—, su presencia en el Partido resultaba de utilidad innegable porque recogía ese sector activo, violento, que el espíritu reaccionario produce en todas partes como uno de los ingredientes más fértiles para la lucha nacional armada. Recuérdese lo que grupos análogos a ésos significaron para el hitlerismo alemán, sobre todo en sus primeros pasos. Claro que la intervención de esos elementos resulta sólo fecunda cuando no hay peligro alguno de que consigan influir en los nortes teóricos y estratégicos. Es decir, cuando hay por encima de ellos un mando vigoroso y una doctrina clara y firme. Si no, son elementos perturbadores y nefastos” (op. cit., págs 67-68).


(12) Eduardo González Calleja, en su investigación subvencionada por el Ministerio de Educación comete un nuevo error al decir que José Antonio acudió al domicilio de Ansaldo “acompañado por Ledesma” (op. cit., pág. 224), cuando en realidad fue por Fernández Cuesta. Ximénez de Sandoval cita una carta de Fernández Cuesta en la segunda edición de su Biografía Apasionada (nota 251 de la pág. 407) en la que el que era entonces secretario general de Falange dice: “José Antonio tuvo una entrevista con Ansaldo en casa de éste, siendo yo único testigo. Ansaldo dijo a José Antonio que, a pesar del afecto personal que por él sentía, no le consideraba capaz de acaudillar la Falange. José Antonio discutió con él, sin perder la serenidad, pero decidió su expulsión en decreto que Julio no quiso firmar, dada la intimidad que con Ansaldo tenía, haciéndolo Ramiro, después de muchas objeciones, en entrevista tenida en mi domicilio”.
(13) Cf. J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 85-86.
(14) Cf revista FE, nº 15, 19 de julio de 1934, pág. 4.
(15) Cf. Una consigna, revista JONS, nº 11, agosto  de 1934, págs. 159-160.
(16) Véase Ramiro Ledesma a contraluz, op. cit., Capítulo IV - La concepción estratégica de Ramiro Ledesma, págs. 185-292.
(17) No fue posible la paz, José María Gil Robles, Ediciones Ariel, Barcelona 1971, pág. 442 y 443. Testimonios y recuerdos, Pedro Sainz Rodríguez, Editorial Planeta, Barcelona 1978, págs. 375-376.
(18) Cf. En busca de José Antonio, Ian Gibson, Editorial Planeta, Barcelona 1980, pág. 103-105.
(19) Cf. Falange, historia del fascismo español, Stanley Payne, Biblioteca de la Historia, Sarpe, Madrid 1985, pág. 85
(20) La información de Payne está extraída también de las memorias de Ansaldo, op. cit., pág. 89. La puerta, en cualquier caso, estaba abierta y puede creerse esta información a tenor de lo que cuenta Ximénez de Sandoval: La separación del Teniente Coronel Rada, de los hermanos Ansaldo y de algunos otros que prefirieron seguir la bandera de la Restauración monárquica a la bandera de la Revolución Nacionalsindicalista, se hizo de manera cordial y llena de respeto humano y mutuo afecto” (op. cit., pág. 267).
(21) Cf. E. González Calleja, op. cit., pág. 265, citando el informe enviado por Geisser Celesia, al Ministerio de Asuntos Exteriores italiano y fechado el 29 de octubre de 1934.
(22) Escribe Ximénez de Sandoval: La hoja-programa fue elaborada por la Junta política en la primera decena de noviembre. La hoja-programa fue elaborada por la Junta política en la primera decena de noviembre. Contiene 27 puntos, considerados desde entonces por los militantes como su evangelio político. Hizo su primera redacción Ramiro Ledesma, que presidía aquel organismo, y modificada luego por Primo de Rivera en el sentido de hacer más abstractas las expresiones y de dulcificar, desradicalizar, algunos de los puntos. La hoja quedó así un tanto desvaída, llena de preocupaciones académicas, menos apta para interesar a las grandes muchedumbres de la ciudad y del campo” (op. cit., pág. 88).
(23) Sobre la recepción de los 27 puntos en el interior del partido, Ximénez de Sandoval escribe: Estos 27 Puntos iniciales aparecieron a fines de noviembre de 1934, en hojas volanderas y clandestinas, por estar suprimido F.E. Más tarde se recogieron en la Prensa madrileña. El programa llenó de satisfacción a la mayoría de los militantes, aun cuando manifestaron su disgusto algunos elementos monárquicos al ver que el programa definitivo de la Falange no tomaba partido por determinada forma de gobierno, a pesar de que la «voluntad del Imperio», expresamente manifestada en el Punto primero, significara rotundamente la vuelta de espaldas al artificio republicano, democrático, electorero y antiunitario. Callaron una vez más sus sentimientos los monárquicos, salvo algunos de los más exaltados, que se dieron de baja en la Falange por entonces. Pero, en cambio, se dio el caso insólito de que alguien, recogiendo las teorías populistas que acusaban al fascismo de panteísta y de incompatible con la catolicidad, provocara la gran campanada” (op. cit., pág. 258).
(24) E. González Calleja utilizando datos de Payne cifra en “dos mil o tres mil derechistas”, los que habían ingresado en el partido en sus primeros meses y lo abandonaron al crearse el Bloque Nacional (op. cit., pág. 266). En cuanto al marqué es de la Eliseda, Álvarez Puga dice en su Historia de la Falange: Durante el desarrollo de la guerra civil el marqués de la Eliseda retornó al seno de la Falange y ocupó el puesto de Consejero Nacional. En 1939 ya decía que "nuestro Movimiento Nacional es, indudablemente, la traducción de hecho fascista que, por producirse en España, será el fascismo más positivo y progresivo de todos; es decir, un fascismo tan perfecto en la búsqueda de la verdad, que implantará el Estado católico español, que no será otro que la traducción moderna del viejo Estado español de los Reyes Católicos, la organización política menos imperfecta de la tierra" (op. cit., pág. 31).

jueves, 28 de mayo de 2020

José Antonio y la monarquía. Una posición no tan diáfana… (8 de 10) – Los monárquicos en Falange hasta la escisión jonsista (A)


Cuando tiene lugar el mitin del Teatro de la Comedia el 29 de octubre de 1933, ya están convocadas las elecciones generales para el 12 de noviembre, hasta el punto de que no puede olvidarse que el acto de fundación de Falange Española (o en el que se sella la transformación del MES–Fascismo Español en Falange Española) es, en definitiva, un acto electoral.

Las derechas se presentaban con el nombre de Unión de Derechas y Agrarios (CEDA, más los monárquicos alfonsinos, más la Comunión Tradicionalista, más el Partido Agrario, más algunos independientes) en torno a un programa mínimo de tres puntos: revisión de la Constitución de 1931, abolición de la Ley de Reforma Agracia y amnistía para los delitos políticos (aspirando con ello al retorno de los exiliados y de los presos por la “sanjurjada”). La CEDA destacó por la abundancia de medios empleados en la campaña. Obviamente, el tono de la coalición eran conservador y, más que conservador, incluso reaccionario. El otro bloque que se presentaba a las elecciones estaba encabezado por Alejandro Lerroux y el Partido Republicano Radical que se presentó como centrista resumiendo su lema con las palabras de “República, orden, libertad, justicia social y amnistía”. Constituyó candidaturas junto con el Partido Republicano Liberal Demócratas de Melquíades Álvarez y el Partido Republicano Progresista de Alcalá–Zamora entonces presidente de la República. En aquellas circunscripciones en las que se requirió una segunda vuelta, los lerrouxistas pactaron con la CEDA y los agrarios. El PSOE rompió con los republicanos de izquierdas y se presentó en solitario siguiendo a Largo Caballero y en contra de Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. La CNT, por su parte, realizó una agresiva campaña a favor de la abstención.

Las izquierdas republicanas, socialistas incluidos, resultaron derrotados, entre otras cosas por el voto masivo de 6.800.000 mujeres que votaron por primera vez y lo hicieron contra las izquierdas que tantas veces habían reivindicado su derecho al voto. Las derechas no republicanas obtuvieron 200 diputados de los que 115 eran de la CEDA, 30 agrarios, 20 tradicionalistas, 14 alfonsinos, 18 independientes y 2 “fascistas” (José Antonio Primo de Rivera y el doctor Albiñana). Los partidos de centro derecha obtuvieron 170 diputados, de los que 114 correspondían a la coalición lerrouxista, 11 eran del PNV, 24 de la Lliga Regionalista catalana, 17 del Partido Republicano Conservador y 6 del Partido Republicano Gallego. En cuanto a la izquierda a duras penas llegó a 100 diputados distribuidos entre 59 del PSOE, 17 de ERC, 3 de la Unión Socialista de Cataluña, 5 de Acción Republicana, 4 federales y 3 del Partido Republicano Radical Socialista Independiente.

Era evidente que se había producido un vuelco espectacular respecto a las constituyentes y que la atomización del parlamento haría difícil que se pudieran forjar coaliciones estables que garantizaran la gobernabilidad del país. El cambio masivo de voto y su fragmentación demostraban que la república distaba mucho de estar consolidada. Pero el elemento más significativo era el impresionante ascenso de la derecha “accidentalista”, especialmente porque en ningún momento había manifestado su lealtad, ni su aceptación de la república. La derrota de las izquierdas fue clara y rotunda. Los lerrouxistas se hicieron dueños del centro político. En cuanto a la campaña abstencionista de la CNT, es evidente que tuvo algo que ver con la derrota de la izquierda.

En estas condiciones, era evidente que con el triunfo de los “partidos de orden”, el nuevo partido, Falange Española, no tenía mucho sentido. En toda Europa, los fascismos avanzaban solamente cuando existía un riesgo de que el Estado no pudiera contener la subversión procedente de las izquierdas y existía una amenaza real del bolchevismo. Si este estaba ausente, era evidente que partidos que se identificaban con ese sector político carecerían, sino de razón para existir, si al menos de excusa para interesar a grandes masas populares. No es raro, por tanto, que, a partir de ese momento, el escenario preferencial y casi único de actividad del nuevo partido, fuera la Universidad. En los centros de estudios, después de la primera euforia por la proclamación de la República, a partir de mediados del curso 1932–33, las organizaciones estudiantiles de izquierdas, con la Federación Universitaria Escolar (1) (FUE) en pérdida de vigor. Especialmente activos antes de la aparición de los falangistas, fueron los estudiantes católicos de la AEC en Valladolid, Salamanca y Zaragoza, y los tradicionalistas de la AET, también los jonsistas empezaron a crecer en las aulas a partir de ese momento  (2). A partir del curso siguiente empezaría la verdadera batalla para los falangistas en la universidad.

A pesar de que estando el poder en manos de “partidos de orden”, los falangistas no dudaron en constituir una organización paramilitar desde los primeros momentos. La inmensa mayoría de sus miembros fueron estudiantes, pero la organización estuvo en manos de conocidos monárquicos: Luis Arredondo Acuña (comandante de infantería), Ricardo Rada Peral (teniente coronel) y Román Ayza (coronel retirado de Estad Mayor), cada uno de los cuales se hizo cargo de una de las tres zonas en las que había sido dividido Madrid. Los tres eran monárquicos alfonsinos, retirados de la milicia activa por la Ley Azaña. No eran los únicos militares de estas características que se habían afiliado al partido. Otros muchos primeros afiliados eran también alfonsinos activos y algunos de ellos militares: Rodríguez Tarduchy, Emilio Alvargonzález, el doctor Manuel Groizard, Alfonso Zayas, José Luna, y Julio Ruiz de Alda (3).

A poco de ser constituido el embrión de las milicias se demostró que cualquier operación de propaganda e incluso la más mínima distribución del semanario FE iba a ser una “operación de guerra”. A finales de 1934, cuando se distribuyó en diciembre el primer número del semanario se produjeron violentísimos incidentes en Cuatro Caminos y en la Puerta del Sol. Los voceadores de la revista fueron estudiantes del SEU protegidos por escuadradas de protección. José Antonio estaba allí presente también (4). No tardarían en producirse los primeros muertos. El 2 de enero de 1934, repartiendo todavía el número 1 de la revista se produjeron algunos incidentes que propiciaron un registro en la sede de Falange, clausurando el local de Eduardo Dato. El día 8, se reprodujeron los incidentes al salir el número 2 de FE. El 11, Francisco de Paula Sampol, fue asesinado después de comprar un ejemplar de la revista (5).

En 1934, la FUE perdió el control de la universidad y los grupos estudiantiles anticomunistas (SEU, AET y FEC) tendieron a actuar solidariamente. En Zaragoza se produjeron disturbios universitarios en operaciones de propaganda en las aulas falleciendo el estudiante Manuel Baselga de Yarza (6). Como represalia por este crimen, Narciso Perales dirigió a los estudiantes del SEU a un asalto contra el local de la FUE (7).

El rector de la Universidad de Zaragoza había clausurado los locales de la FUE de madrugada del 24. En represalia, la FUE decretó 48 horas de huelga general en todas las universidades. Resultaron apaleados varios estudiantes del SEU de medicina y a algún profesor que se resistía a abandonar las clases. Por la tarde del 24 de enero en el domicilio de Ruiz de Alda, se reunieron representantes del SEU y de la AET (Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas, afectos al carlismo, no se olvide) para planear el asalto al local de la Asociación Profesional de Estudiantes de Medicina, rama de la FUE en la Facultad de San Carlos que, efectivamente, tuvo lugar al día siguiente (8). En esos mismos días el diario Luz publicó unas Instrucciones para la Primera Línea, al parecer redactadas por el comandante Arredondo, sin duda por la fuga de información de algún mercenario infiltrado en la milicia falangista. Se trataba solamente de fragmentos que unos días después el diario del PSOE, El Socialista, publicaría íntegramente: su texto se había encontrado en el cuerpo de Matías Montero, el primer dirigente relevante del SEU asesinado (9). Al funeral por Matías Montero asistieron relevantes personalidades monárquicas: el Conde de Rodezno por los carlistas, Goicoechea por los alfonsinos d Renovación Española e incluso algunos militantes de las Juventudes de Acción Popular. A partir de ese momento, Falange Española se vio envuelta en una espiral de represalias de la que ya no le sería posible salir hasta la sublevación cívico–militar de julio de 1936 y que explica, por sí misma, el elevado martirologio falangista.

Hasta ese momento, José Antonio se había negado a realizar el “ojo por ojo” después de cada asesinato. Hasta ese momento, en el entorno de José Antonio imperaba un sentido mucho más idealizado de la política hasta el punto de que hay que pensar, por varios testimonios, que anímicamente José Antonio no estaba preparado para soportar este aluvión de muertos y el que, a su vez, sus subordinados le pidieran (y sus financiadores le exigieran) represalias sistemáticas. Álvaro Alcalá Galiano, marqués de Castel Bravo y Conde del Real Aprecio, pidió desde las columnas de ABC “algo más que la “enérgica protesta” de rigor en los periódicos, unas represalias inmediatas. Y nada… por eso mucha gente empieza ya a considerarlo más bien como una forma de vanguardismo literario, sin riesgo alguno para sus adversarios ni peligro para las instituciones” (10).


Antes de seguir, vale la pena situar a Álvaro Alcalá Galiano. Se trataba de uno de los más próximos colaboradores de Alfonso XIII del que había sido Mayordomo de semana y Maestrante de la Real de Zaragoza. Destacó como artista y, además de asiduo colaborador de ABC, organizó exposiciones en toda España y fue presidente de la Asociación de Pintores y Escultores Españoles. Se familiarizó especialmente con pintura francesa y destacó como uno de los mejores paisajistas y muralistas de la primera mitad de siglo. Fue uno de los fundadores de la revista Acción Española y resultó asesinado en Paracuellos del Jarama siete días después del fusilamiento de José Antonio. Así pues, se trataba de un peso pesado de la causa monárquica que afeaba a José Antonio, públicamente la falta de iniciativa (de “vindicta”) ante los asesinatos.

José Antonio replicó al día siguiente en el que se reiteraba la “combatividad” falangista, pero se añadía que “entre los adversarios hay que incluir a los que, fingiendo acuciosos afecto, apremian para que tome las iniciativas que a ellos les parecen mejores” (11). El ABC añadía un comentario favorable a Falange y a su negativa a sistematizar las represalias, pero al mismo tiempo sostenían que no era la intención de Alcalá Galiano estimular la violencia entre las partes. Lo cierto es el día antes Alcalá Galiano ya había negado que existiera menosprecio en lo que había desencadenado la polémica, pero reiteraba su “asombro” por la “indefensión en que Falange Española deja a sus militantes”. Se refería en esta ocasión al asesinato de Matías Montero como “vergonzoso y cobarde” y sentenciaba que “un fascismo teórico, sin violencia como medio táctico, será lo que se quiera, pero no es fascismo” (12).


En el origen de la polémica estaba un artículo de Alcalá Galiano publicado en el mismo diario el 10 de febrero titulado La república de “oportunistas” (13) que no dejaba de ser un comentario a un trabajo de El Caballero Audaz titulado República de Monárquicos. Una vez entrado en materia, escribía Alcalá Galiano: “El órgano del partido, FE, se dejó de publicar después del primer número y al reanudarse parece una interesante exposición del ideario fascista y del Estado corporativo, pero en modo alguno un órgano de combate. ¿Puede llegar de ese modo a ser una realidad el fascismo en España? No; observa con razón el Caballero Audaz, porque sin milicias dispuestas a la defensiva y sin violencia el fascismo renuncia de antemano a los métodos que en otros países le dieron el triunfo”. En el mismo número, en la página 5, aparecía la noticia, con foto incluida, del asesinato de Matías Montero.

El asunto llegó a los tribunales y José Antonio acusó a Alcalá Galiano de incitación al asesinato. Pero el asunto terminó complicándose cuando Ernesto Giménez Caballero escribió un artículo en el diario Informaciones (propiedad de Juan March, alineado con los alfonsinos) titulado (14) “Ante la temporada taurina. Se buscan cuadrillas”.

Giménez Caballero, en aquel momento, estaba en Falange y la impresión que da la lectura del artículo es que conocía la financiación que los alfonsinos daban a Falange Española, de ahí su alusión a los que “pagan cuadrillas” y “permanecen en los tendidos”.

Lo cierto es que hay un antes y un después en la historia de Falange a partir del asesinato de Matías Montero y de esta polémica. A pesar de que José Antonio se resistiera a organizar represalias sistemáticas, cada vez se veía más arrastrado por los partidarios de responder a cada asesinato con “vindictas”. Lo significativo es que eran, precisamente, los procedentes del sector alfonsino que figuraban en el partido, quienes parecían más interesados en abordar las represalias más contundentes.


José Antonio sabía que, por ahí podía perder el control del partido. No se trataba de un pequeño grupo de presión en el interior del partido, sino que englobaba lo esencial de la militancia en aquellos primeros pasos. La polémica con Alcalá Galiano tenía importancia en la medida en que podía llegar un momento en el que los alfonsinos considerasen que Falange Española no tenía suficiente agresividad y demostrase que su “inversión” no era políticamente rentable. El otro riesgo es que, la indiscreción de Giménez Caballero –y las sospechas que ya por entonces tenías las izquierdas para las que el fascismo era “el brazo armado de la reacción”– podían dar la impresión a la opinión público de que Falange Española, al estar compuesta en buena parte por dirigentes, cuadros y bases procedentes del alfonsinismo, se nutría económicamente de estos, siendo nada más que una correa de transmisión de los sectores monárquicos más radicales. De ahí la importancia de la polémica con Alcalá Galiano.

Los nombres de los monárquicos en ese momento dentro de Falange Española era especialmente el círculo que se movía en torno a Julio Ruiz de Alda. Hombre sin muchas complicaciones ideológicas, héroe del Plus Ultra que había recorrido en ese avión junto con Ramón Franco los 10.000 km que median entre Palos de la Frontera y Buenos Aires, era otro alfonsino galardonado por el rey con el título de Gentilhombre de cámara. Como presidente de la Federación Internacional Aeronáutica, recibió de manos de Mussolini la Encomienda de San Gregorio Magno. A partir de ese momento, conjugó sus lealtades monárquicas con una admiración creciente hacia el fascismo. Ruiz de Alda se hacía una imagen de “partido fascista” análoga a la que aludía Alcalá Galiano (y seguramente a la que tenían todos los monárquicos y no pocos falangistas de la época): sería un movimiento de “lucha callejera”. El problema era que las derechas estaban en el poder y que disponían de todos los recursos del Estado para mantener el orden sin necesidad del concurso de milicias falangistas. De ahí que los acuerdos suscritos con los monárquicos en agosto de 1933 debieran renegociarse y también, a causa de la doble tenaza entre la presión de los que mantenían económicamente el partido en ese momento (alfonsinos todos) y de la presión de las izquierdas, José Antonio, a quien algunos llamaban ya “Juan Simón el enterrador” y a su partido “Funeraria Española”, diera vía libre a las “vindictas” después del asesinato de Juan Cuellar. David Jato lo narra así:

El domingo siguiente a la concentración de Carabanchel, el 10 de junio, moría asesinado en El Pardo el estudiante Juan Cuéllar. Se había planeado que dos centurias hicieran acto de presencia en las reuniones de los «chibirís». Juan Cuéllar, con otros dos de su escuadra, en las primeras horas de la mañana, se dedicó a localizar y observar los grupos socialistas de los alrededores de la Playa de Madrid.
Uno de ellos les preguntó:
—Y vosotros, ¿cómo no cantáis la Internacional?
—Porque no queremos —contestó Cuéllar.
—–¿Sois cenetistas?
—No, somos la Falange.
Inmediatamente fueron atacados por una partida números; mientras trataron de pedir auxilio a otros camaradas, Cuéllar fue asesinado a navajazos; cerca, otro del S. E. U., José Costas, hijo único, huérfano de padre, que se hacía ingeniero industrial mientras trabajaba en el Banco Hipotecario, herido, presenció impotente cómo se profanaba el cadáver de su camarada y amigo íntimo. Juanita Rico, de la Juventud Socialista, llegó a orinar encima de la víctima. Tarde para evitarlo, llegaron otros estudiantes: Miguel Primo de Rivera, primo de José Antonio; Guillermo Aznar, Escartín, Palao, Allánegui; la presencia de la Guardia Civil terminó la pelea, en la que resultó herido Allánegui. El padre de Cuéllar, agente de Policía, apenas pudo reconocer el rostro, pisoteado, de su hijo; a su madre se la evitó ver el cadáver en el Depósito Judicial.
José Antonio no pudo mantener su actitud de no responder con violencia al asesinato. Poco antes había escrito en F. E.: «Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado, sobre todo un pueblo, una serie inacabable de represalias y contragolpes. Antes de lanzar así sobre un pueblo el estado de guerra civil, deben los que tienen la responsabilidad del mando medir hasta dónde se puede sufrir y desde cuándo empieza a tener la cólera todas las excusas.» Un sector encabezado por el monárquico Ansaldo instaba al jefe de la Falange para que tomara decisiones enérgicas. Era cierto que se respiraba un ambiente de guerra civil y bien pronto lo probó la sesión del Congreso del 4 de julio, en la que relucieron numerosas pistolas en manos de los diputados. La Falange hubiera perdido su moral de quedar la triste jornada de El Pardo sin una adecuada réplica. Más tarde, José Antonio contaría a Francisco Bravo: «Mis escrúpulos morales y religiosos fueron también tiroteados por los pistoleros en una larga lucha interior».
Ansaldo dio la orden para una inmediata represalia (15).
Cuando eso ocurría, los jonsistas ya se habían integrado en Falange (15 de febrero de 1934, coincidiendo con el asesinato de Matías Montero) y había tenido lugar la primera “concentración de milicias” en Carabanchel (de la que se han dado distintas cifras, pero todo induce a pensar que no fueron menos de 600 ni más de 2000 los allí concentrados, lo que da muestras de la debilidad del partido, celebrada el 3 de junio de 1934). La fusión se había acelerado a instancias de los alfonsinos. Estos, como hemos confirmado gracias al testimonio de Ansaldo, venían subvencionando a ambas organizaciones. Pero en el momento en el que las derechas ganaron las elecciones de noviembre de 1933, fueron los primeros en darse cuenta de que ni “los fascistas” (Falange Española), ni los “jonsistas”, podían aportar mucho a la nueva situación. A esto se añadió la polémica sobre la “falta de combatividad” de las huestes de José Antonio. Los alfonsinos, durante un tiempo, creían que podrían participar en un gobierno de coalición de derechas junto a la CEDA y esto hizo que su interés por ambos grupos disminuyera.


No hay constancia de que en ese período los alfonsinos dieran algún apoyo a los jonsistas, más allá del dinero que utilizaron para lanzar la revista teórica JONS. En los meses previos a la fusión con las JONS, Falange siguió recibiendo las 10.000 pesetas mensuales. Existían diferencias entre ambas organizaciones: en la primera generación de falangistas existía una abundancia de militantes, cuadros y dirigentes procedentes de las filas monárquicas (17), mientras que en las JONS, la composición sociológica era completamente diferente.

Lo cierto es que la fusión entre ambas formaciones arranca de la reunión que tuvo lugar en San Sebastián en agosto de 1933 entre el grupo alfonsino (representado por Ramos y Areilza) quienes convocaron a Primo de Rivera, Ruiz de Alda, García Valdecasas y Ramiro Ledesma a una reunión. Sea cual sea la importancia que tuvieron los alfonsinos en la aproximación entre Falange y las JONS, lo cierto es que la reunión se realizó a sus instancias y, por otra parte, si Ledesma fue llevado a sentarse en la misma mesa con José Antonio (del que le separaba el que en ese momento no aspirase a nada más que a formar una copia del fascismo italiano sin esfuerzos por “nacionalizarlo”) fue precisamente porque el cierre del grifo que había interrumpido el flujo de fondos a las JONS era el mejor método para presionar en dirección a un acercamiento a Falange: o fusión o asfixia económica. Optaron por la fusión. La nueva situación política creada con el resultado de las elecciones de noviembre, hizo lo demás.

El tiempo que media entre la reunión de agosto en San Sebastián (agosto 1933) y la fusión efectiva (febrero 1934) es el tiempo en el que se produce de manera trepidante un cambio de perspectiva: los alfonsinos que miraban hacia la resistencia armada y el golpismo y, por tanto, precisaban, fuerza activista, miran ahora de llegar a un acuerdo con la CEDA en el poder. Su interés por “los fascistas” y “los jonsistas”, disminuye. La falta de combatividad de Falange, les crea dudas sobre si la “inversión” que han realizado, tiene un rendimiento aceptable. Pero la presión de la izquierda obliga a José Antonio, finalmente, a decidir devolver golpe por golpe. Pero quienes han constituido lo esencial de la milicia en ese momento son… los monárquicos alfonsinos que alberga dentro del partido. Se próxima el momento en el que la influencia de los monárquicos dentro de Falange alcanza sus más altas cotas.


NOTAS

(1) En la actualidad no existen monografías accesibles dedicadas a la historia y orientaciones de la FUE. Puede leerse, sin embargo, La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria 1923-1930, Eduardo González Calleja, Alianza Editorial, Madrid 2005, págs. 89-95. El libro de David Jato (op. cit.) a pesar de ser una historia del SEU aporta muchos y muy interesantes datos sobre la situación de la universidad durante la Segunda República y las luchas entre facciones estudiantiles.
(2) Cf. David Jato, op. cit., págs. 46-56.
(3) E. González Calleja, op. cit., pág. 207.
(4) En el número 2 de la revista, apareció un artículo, sin duda escrito por el propio José Antonio en el que explicaba las vicisitudes de aquella primera edición de la revista: Cómo hizo FE su primera aparición, Madrid, 11 de enero de 1934, nº 2, pág. 6-7. Una parte del artículo alude a cómo fue el reparto en la calle: “Nuestros muchachos de la Falange están en la calle disciplinadamente desde primera hora para proteger la venta de «F. E.». Los socialistas también han prohibido que el periódico se venda. Ellos y los comunistas han anunciado que impedirán la venta airadamente. No llegará la sangre al río. Pero, previsores, los mozos que participan en el espíritu de nuestra Falange están en la calle desde temprano. Se esperaba que saliera el periódico a las once. Dan las once, las doce, las doce y media y el periódico no sale. Nuestros muchachos dan prueba de la mejor disciplina: no se impacientan, ni murmuran, ni desconfían de quienes les han dado las órdenes. Comprenden que ha pasado algo fortuito. Y permanecen en sus puestos. A las once y cinco minutos se ha presentado el nuevo número, sin los artículos denunciados, al Gobierno civil. Manda la ley que entre la presentación y la salida transcurran dos horas. A la una y cinco minutos, en punto, invade las calles nuestro grito: ¡«F. E.»!, ¡«F. E.»! El público arrebata los ejemplares. Sujetos sospechosos miran de soslayo a los vendedores. Pero la debilidad de los vendedores va protegida por la fortaleza serena de nuestros muchachos. No ocurre el menor incidente. La edición se agota en pocos minutos. El viernes, por la noche, se vendió una segunda edición. Alcanzó su mayor éxito en Cuatro Caminos. Mal día para los magnates del enchufe. ¡Ya verán en cuanto los trabajadores nos conozcan y los conozcamos! En la Puerta del Sol unos grupos de jóvenes comunistas, preparados desde mucho antes, se lanzaron sobre algunos voceadores. Los muchachos de «F. E.» intervinieron de modo severo y resuelto. Los otros abandonaron el campo, después de llevar su merecido. No hubo un ejemplar del periódico quemado ni roto”.
(5) Sampol no era miembro de Falange y se le ha dado erróneamente también como miembro del SEU. David Jato dice al respecto: “El día 11 de enero de 1934 caía herido por la espalda, en la calle de Alcalá, esquina a la de Sevilla, el estudiante Francisco de Paula Sampol, cuando leía un ejemplar del segundo número de F. E., que acababa de adquirir. No estaba afiliado al Movimiento, pero a él pertenecía y en él moría. (…) De Sampol, que hacía posible sus estudios trabajando como mecánico en la Telefónica, escribió F. E.: «La muerte le ha traído a nuestras filas, haciendo barro rojo con su herida.» (op. cit., pág. 62-63)
(6) David Jato, siempre la mejor fuente para una historia del SEU cuenta: “El 18 de enero uno de los más esforzados del Sindicato de Zaragoza, Manuel Baselga, recibía de noche dos balazos disparados por la espalda. Los estudiantes de Zaragoza reaccionaron vigorosamente, y ante su actitud el rector clausuró los locales de la F. U. E., dejando en suspenso la representación escolar. De esta forma el S. E. U. ganaba su primera huelga” (op. cit., pág. 63).
(7) En Sevilla no quisieron ser ajenos al atentado de Baselga, y tres escuadras, mandadas por Narciso Perales, Benjamín Pérez Blázquez y Rafael García Saro, asaltaron los locales que la F. U. E. tenía en la Universidad y en el Instituto. «El mobiliario quedó destruido y su prestigio hecho astillas, pues desde entonces comenzó contraria influencia en la Universidad, y tras de escasos incidentes de clausuras y tumultos, a principios de marzo ya estaba asegurado en ella el absoluto imperio de la Falange» 86. Saro, uno de los asaltantes, había sido precisamente el jefe del sector del bachillerato fueísta” (D. Jato, ídem.). Tiene gracia que Eduardo González Calleja, obviamente historiador favorable a la izquierda, cuente esta historia de manera inversa a cómo ocurrió dando la sensación de que primero fue el ataque a de Perales a la FUE y, luego, en represalia, el asesinado del seuista Baselga (ver, cómo explica las cosas en Contrarrevolucionarios… pág. 203. Hay que decir que su libro fue financiado por el Ministerio de Educación durante el zapaterismo, tal como se indica en la página 6 de la obra. Así se “investiga”…).
(8) Jato lo cuenta así: “Los falangistas decidieron no dejar impune lo sucedido; incluso estaban ansiosos de hacer una demostración de fuerza. En la casa de Julio Ruiz de Alda, que en los primeros momentos vigiló la marcha del Sindicato, se preparó el asalto al centro neurálgico de la F. U. E., el de Medicina. Se encargó de la dirección Agustín Aznar, famoso en la Facultad por su enfrentamiento con Montes, presidente de aquella F. U. E., y más aún por los golpes con que arrinconó a Mascaró, un fenómeno del rugby, jefe de deportes de la Federación; Agustín era campeón de Castilla de grecorromana. Se fijó el día 2 y se movilizaron las tres centurias. Más que un secreto plan, se trataba de un público desafío, y los contrarios se prepararon. Temerosos, cerraron las puertas de la Facultad. Agustín entró solo por el hospital, pero antes de abrir el portalón de Atocha para dar paso a los suyos necesitó empujar a un bedel y al catedrático señor Covisa, que trataron de oponerse. Los fueístas se refugiaron en su local, en el que penetró tumultuosamente un grupo de falangistas, entonces, parapetados tras dos ventanillas de la oficina, abrieron fuego de pistola contra los asaltantes. Los que no presenciaron aquello sólo podrán imaginárselo gracias a algunas escenas de películas del Oeste americano. El herido más grave, de la F. U.E., tenía una herida en el cuello. Agustín Aznar recibió un tiro en la muñeca, y por una especial circunstancia resultó leve. Su reloj estaba estropeado, y para realizar el golpe con exactitud, su hermano Guillermo le dejó el suyo; era de pulsera y sobre él recibió la bala. Después del asalto, alrededor de Agustín se creó una aureola que le llevaría a la jefatura de todas las milicias falangistas. En San Carlos participó Manolo Valdés y Víctor d'Ors, y también estudiantes tradicionalistas. En lo sucesivo esta coincidencia en la acción con la A. E. T. sería frecuente. El claustro condenó a Aznar a pérdida de carrera, y reconocido por el bedel y Covisa, fue además procesado. Detuvieron también al estudiante de Medicina José Miguel Guitarte, que días más tarde había de sustituir a Zaragoza en el triunvirato central” (op. cit., pág. 63-64). Como anécdota complementaria a la nota 50 podemos añadir que en el relato que hace González Calleja de este período elude decir que el asalto fue una represalia por el apaleamiento de varios seuístas… (op. cit., pág. 204). En “compensación”, Jato no alude a las heridas recibidas por el estudiante Antonio Larraga, ni da una versión sobre de quien pudieron partir los disparos. Lo cierto es que afloraron armas de fuego y se produjeron numerosos disparos por ambas partes, lo que indica la violencia de los enfrentamientos.
(9) Cf. Gil Pecharromán, José Antonio Primo de Rivera, retrato de un visionario, Temas de Hoy, Madrid 1996, págs. 240-241.


(10) ABC, edición del 10 de febrero de 1934.
(11) ABC, miércoles, 14 de febrero de 1934, pág. 17.
(12) ABC, martes, 13 de febrero de 1934, pág. 3.
(13) ABC, sábado, 10 de febrero de 1934, pág. 3.
(14) Informaciones, 15 de febrero de 1934, pág. 6.
(15) D. Jato, op. cit., pág. 79.
(16) F. Bravo da la cifra de 3.000, añadiendo en el capítulo de su obra Una concentración en Carabanchel: “También de por entonces fue un acto de exhibición de la fuerza que iba adquiriendo la Organización. El día 3 del citado mes, en un aeródromo de Carabanchel se celebró por sorpresa una concentración, a la que asistieron unos tres mil camaradas de las milicias falangistas. A una Empresa de autos que faltó a su compromiso y se negó a transportar a otros cientos de falangistas se le incendiaron, en represalia y aquel mismo día, dos autobuses, para que dejara de intimidarse por los rojos. La Prensa de izquierdas se alarmó extraordinariamente ante el suceso. La Dirección General de Seguridad multó con diez mil pesetas a los camaradas José Antonio, Ruiz de Alda, Fernández Cuesta, Ledesma Ramos y Ansaldo. Por cierto que estos últimos aparecían como en rebeldía en la notificación oficial de la sanción. El diario de izquierda Luz publicó una información sensacional de la concentración, a toda plana y con fotografías. Contribuyó de esta manera a su éxito en todo el país. Y en la misma decía este párrafo, indudablemente justo: "Al amparo de la frivolidad o de la inhibición del Poder público, Falange Española de las J. O. N. S., que después de la fusión ha sido nutrida por el espíritu revolucionario de los jonsistas, está propagándose y reclutando adeptos, sobre todo entre los jóvenes. Lo que ayer pudieron llevar a cabo hubiera parecido absolutamente imposible hace muy pocos meses." (Francisco Bravo Martínez, Historia de Falange Española de las JONS, Ediciones del Movimiento, Madrid 1940, pág. 49). Cabe decir que las fotos y las informaciones de la concentración habían llegado a la redacción de Luz gracias a una “fuga controlada de información” realizada por Ramiro Ledesma quien, a través de Agripino Cormín, vendieron las fotos al diario (Cf. Milicias Falangistas y violencia política en la segunda república, Eduardo González Calleja, artículo on line publicado en: http://www.sbhac.net/Republica/Introduccion/Conspira/Falangistas.htm) David Jato, en cambio, prefiere hablar de un millar: “Para comprobar el grado de organización de las Milicias madrileñas se acordó una concentración, pese a estar declarado el «estado de alarma», que administraba mal que bien el Gobierno presidido por Samper. Se fijó la fecha del domingo 3 de junio, y como lugar de reunión, un campo de aviación situado en Carabanchel. Los preparativos se llevaron a cabo con el mayor secreto. La noche del viernes, los jefes de centuria recibieron la orden de tener dispuestas sus escuadras para la mañana del domingo. El sábado, la sección de transporte dispuso el traslado por medio de autobuses alquilados, tranvías y marchas a pie. Ese mismo día, los escuadristas eran enterados sobre el medio de locomoción que habían de utilizar y de qué lugar de la capital partirían. En la mañana del domingo, los enlaces solamente conocían una dirección: carretera de Carabanchel. En ella, en un punto determinado, los distintos grupos recibirían indicaciones precisas sobre el traslado al campo de aviación designado. A última hora, una de las agencias de transporte falló, perturbando el plan inicial. Lo importante, conocer el estado de flexibilidad de las Milicias, lo probaban los mil camaradas que formaron. Después de una arenga de José Antonio: «Sois pocos aún —dijo—, pero ya más de los que acompañaron a Hernán Cortés en su epopeya mejicana.» Disuelta la concentración por la Guardia Civil, se emprendió el regreso, desperdigados en grupos. Rompiendo periódicos comunistas. Distribuyendo pasquines o pintando letreros en tapias y paredes. Una de las centurias más afectadas por el fallo de los autobuses fue la de Fanjul. Al regreso quemaron dos coches de la empresa desertora. El éxito de la movilización puede estimarse por la respuesta dada a varios periodistas curiosos que preguntaban en la Dirección General de Seguridad, cuando ya las Milicias se dirigían de regreso a Madrid: «¿Creen ustedes que si se hubiera llevado a cabo una concentración de esa naturaleza no lo sabríamos a estas horas?». Por influencia directa de Ledesma Ramos, el periódico republicano Luz, publicó una aparatosa información en la que aludía a veintiocho centurias, desgraciadamente inexistentes, con grandes titulares y fotografías que sirvieron de magnífica propaganda” (op. cit., pág. 209-210). La cifra menor la da Ansaldo (op. cit., pág. 75): de 500 a 800 falangistas.
(17) Así lo reconoce Ximénez de Sandoval (op. cit., pág.205) cuando escribe: “Entre los primeros falangistas había un grupo de muchachos caballerescos y valientes que deseaban -como la distinguida señora de Bilbao- que José Antonio se declarase monárquico. Su ideal hubiera sido que José Antonio se declarase monárquico y se hubiese unido a Calvo Sotelo, recién llegado de París amnistiado y con ideas de corporativismo y Estado fuerte, dentro del régimen monárquico.”