domingo, 24 de mayo de 2020

José Antonio y la monarquía. Una posición no tan diáfana… (4 de 10) - JOSÉ ANTONIO Y LA ARISTOCRACIA


La aristocracia está ligada a la monarquía como la masonería lo está a las revoluciones burguesas o el Partido Comunista al proletariado insurgente. En Europa se consideran aristócratas, en primer lugar, a los reyes y a los príncipes, luego a los duques, condes y barones, si bien marqueses, adelantados y almirantes lo fueron también a pesar de su carácter militar. Es un concepto que en nuestro marco geográfico deriva directamente de la Roma antigua y de su patriciado. Cale la pena recordar que el origen de la palabra es griego y que “aristocracia” significa exactamente el “gobierno de los mejores” (del griego ἀριστοκρατία aristokratía, de ἄριστος aristos, excelente, y κράτος, kratos, poder).

Aristóteles hacía un distingo entre aristocracia y monarquía debido a que consideraba que “los mejores” eran los filósofos, sempiternos buscadores de la verdad. Con Platón, pensaba que existía en “gobierno de uno” (monarquía) y el gobierno del pueblo (democracia), mientras que, para ambos la aristocracia era el “gobierno de unos pocos para todos”. Era esta la noción con la que se sentían identificados. Durante la Edad Media no existió un gobierno “aristocrático”, sino una concepción monárquica en la que un rey se apoyaba en señores libres o aristócratas. No fue sino hasta el siglo XIX cuando la palabra “aristocracia” vino acompañada de un nombre: aristocracia “económica”, aristocracia “política”, etc., dado que desde la revolución de 1789, la aristocracia había sido sustituida como clase hegemónica en la sociedad por la naciente burguesía. El parlamentarismo (órgano de representación del “pueblo”) democrático sustituyó a la monarquía. A pesar de que hoy se aluda a la “aristocracia política” como sinónimo “amistoso” para evitar pronunciar la palabra “casta” y a pesar de que todas las profesiones y oficios tengan una “aristocracia” que los ejerzan, es decir, a un núcleo de “los mejores”, los más de dos siglos que nos separan de la Revolución Francesa no han conseguido borrar el recuerdo de la aristocracia como “nobleza”.

Podemos decir que el monarca medieval distribuyó entre sus más fieles colaboradores civiles y militares, títulos de nobleza que implicaban, obligaciones por un lado y tenían como contrapartida la adquisición de peso social. Se trataba en su inmensa mayoría de “nobleza de espada”. La aristocracia se identificaba, entonces, con la “casta guerrera”. Esta identificación siguió en buena medida hasta la revolución de 1789. El carácter parlamentario de las monarquías que lograron sobrevivir a esta convulsión generó el que los nuevos títulos de nobleza que se concedieron a partir de entonces, dejaran de tener relación con la “casta guerrera” y con sus méritos militares. De la “aristocracia de la espada” fuera sustituido por otro tipo de aristocracia compuesta por personas que recibían un título de nobleza por simple amistad con el monarca o por méritos en campos que no tenían nada que ver con el oficio de las armas.


Aun así, la aristocracia siempre ha estado –incluso hoy– íntimamente ligada a la monarquía y a la institución monárquica, hasta el punto de que nobles que se han declarado republicanos –apenas unas pocas excepciones– han llamado la atención, precisamente a título de excepciones. En el entorno fundaciones de Falange Española y, por extensión, del fascismo español, aparecieron innumerables títulos de nobleza: incluso las JONS tuvieron a José María de Areilza, Conde de Motrico, como miembro; en Renovación Española se encontraban los títulos más señeros de la nobleza alfonsina (el conde de Vallellano, el marqués de Quintanar, el marqués de Lozoya y un larguísimo etcétera), de la misma forma que la carlista figuraba en las filas de la Comunión Tradicionalista de la época (entre ellos, el marqués de Sauceda, el marqués de Villores, el marqués de Marchelina, el conde de Casillas de Velasco, el marqués de Aledo, el conde de Rodezno, el conde de Alaeta, el conde de Casares, etc); incluso el pequeño Partido Nacionalista Español contó en su dirección con algunos aristócratas como el marqués de los Álamos, el conde de Liniers o el marqués de San Miguel, y no digamos Acción Popular, con el conde de Bustillo y varios más. Todos estos grupos eran, o bien abiertamente monárquicos (CT y RN), o bien albergaban las más calurosas simpatías hacia la institución monárquica (PNE, AP) y solamente los dos que se situaban en las estelas de los fascismos europeos (FE y JONS) permanecían ambiguos respecto a la monarquía.

A pesar de que los fundadores de Falange tenían un fuerte sentido de lo social y es innegable que entre sus motivaciones principales figuraba la construcción de una “España mejor”, lo cierto es que hasta el estallido de la Guerra Civil se trataba de un partido al que la clase obrera había hecho poco caso. Esto se reconoce en distintos trabajos, favorables, contrarios y objetivos, sobre el movimiento falangista. Alfonso Lazo (contrario), escribe, por ejemplo: “Los primeros militantes de Falange fueron aristócratas (Marqués de Bolorque, marqués de la Eliseda, Sancho Dávila…), y sólo la incorporación de Ledesma y las circunstancias, sobre todo europeas, convirtieron en fascistas al inicial grupo derechista y reaccionario. El elemento social que predominó en FEJONS, antes del 36, es el de los “señoritos”: hijos de familias acomodadas que verán sobre todo en el fascismo la única organización eficaz para luchar violentamente contra las izquierdas (1)

Entre los estudios más asépticos desde el punto de vista político partidista figura el pequeño trabajo de Florence Belmonte en el que se recuerda que los fundadores de la revista Vértice, sin duda la más famosa y sofisticada que generó el ambiente cultura falangista, había sido fundada por un aristócrata adinerado (2). Así mismo, los orígenes aristocráticos de José Antonio son recordados en el más reciente estudio de José María Zavala. El líder falangista era el tercer marqués de Estella, título que había obtenido su tío abuelo, Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, por su arrojo durante la tercera guerra carlista, que había sido dos veces gobernador de Filipinas y Ministro de la Guerra; entre otras condecoraciones ostentaba la Orden del Toisón de Oro (3). A este título de nobleza heredado habría que añadir el concedido por el régimen de Franco en 1948 a título póstumo (4), de Primer Duque de Primo de Rivera (5). Además de estos títulos que le conferían la condición de “Dos veces Grande de España”, José Antonio era también Gentilhombre de Cámara con ejercicio y servidumbre y Caballero de la Orden de Santiago.

Por su parte, un amigo personal de José Antonio, José Pemartín, apunta, en 1938, sosteniendo que el fundador de la Falange estaría a favor del Decreto de Unificación, alude a sus orígenes aristocráticos que emergían en cada gesto: Para mí, José Antonio es José Antonio Primo de Rivera. El quitarle su apellido puede que convenga a otros, a la política o a España; yo no lo sé hacer. Estirpe ilustre y nobilísima, con el sello de los grandes destinos, soldados, labradores, monjas, gobernantes, héroes... el nombre Primo de Rivera queda clavado en la Historia de España con nobleza y gloria insuperables; quede así para mí. (…) Y por encima de este ser de exquisito, aristocrático, refinado, amante de mesa delicada y de cuidada literatura, de paradojas intelectuales y de realismo clásico, de castillos confortables ingleses y de ásperas elegancias castellanas, aquel salto de pantera en el hemiciclo de las viles Cortes de la vil República, para abofetear a los insultadores de su padre. Y aquel salto a la intemperie en la noche oscura y sin luceros aún en el negro abismo vesperal del Destino de España... (…)Hubo un José Antonio fino, melancólico, inteligente, algo escéptico, elegantemente estoico, caballero de la mano al pecho, de ojos azules –el azul de los Sáenz de Heredia–; hubo otro José Antonio fuerte, enérgico, amante de la vida y de la acción, ferviente, audaz, ambiciosamente aventurero –lo moreno de los Primo de Rivera, la llama de sol andaluz. Yo conocí, sobre todo, íntimamente, largamente, al primero; al aristócrata, al intelectual, al exquisito” (6).

Sancho Dávila, conde de Villafuente Bermeja, elaboró un listado de aristócratas que figuraron en Falange. Su amplitud indica que esta clase, íntimamente ligada a la monarquía estuvo presente desde el primer momento en el partido (con los nombre del marqués de la Eliseda y del propio marqués de Estella). Y, por su parte, la componente aristocrática no se le escapó a Pérez de Cabo (7) al que le cabe el honor de haber escrito el primer libro sobre la Falange y dentro de él haber dedicado un capítulo al tema que nos ocupa.



En efecto, Pérez de Cabo, aludió explícitamente a la aristocracia en uno de los capítulos de su libro titulados La aristocracia de sangre. El señoritismo (8). Empieza Pérez de Cabo rechazando la aristocracia de la sangre en beneficio de la selección (rechazamos la selección aristocrática de sangre, incondicionada, precisamente porque propugnamos la selección. La selección de alcurnia hereditaria es una selección a la inversa, si no se condiciona por el esfuerzo personal”) (9). Repasa el origen del concepto de aristocracia (“La aristocracia originaria impuso la autoridad social de lo que eran sus creadores: la autoridad de los “aristói”, de los mejores. El esfuerzo propio creaba un patriciado natural, que era la consecuencia del esfuerzo mismo. El pueblo consagraba con su admiración y con una tendencia natural a dejarse conducir, los brillantes hechos de los esforzados que sin darse cuenta creaban alrededor de su persona una como atracción magnética. Así resultaban capitanes de opinión y a sí mismos se debían la autoridad social que el pueblo les atribuía. La autoridad lleva siempre consigo una responsabilidad e impone el respeto a sí mismo”) (10)  y termina considerando a la aristocracia con un sentido dinámico que le hacía renunciar a la vida privada ganando autoridad pública, “aristós”, así “su vida estaba de ese modo puesta siempre a cosas más altas. Al hacerse “nóbilis” había renunciado a la paz consigo mismo” (11).

Considera que en el momento en que el aristócrata tuvo una herencia que transmitir dejó de esforzarse (“Con los fundos y las posesiones no podía transmitirse al heredero el sentido del esfuerzo y el dramatismo de la vida. Por eso fue un error fundamental la transmisión de los títulos nobiliarios”)(12) y eso disipó su prestigio social ante el pueblo. Con el paso del tiempo, el noble, empieza a hacia atrás (“El noble empezó a vivir la tragedia del no ser “uno mismo”; el noble era el antepasado sin la personalidad creadora que a éste atraía la admiración de los contemporáneos convirtiéndolo en caudillo”) (13). Dado que el antepasado heroico no trabajaba sino que ejercía su mando, sus sucesores, menos dotados para el mando quedaron sin ocupación real. Fue así como la nobleza del blasón que sustituyó a la nobleza de la espada, finalmente dio origen a la figura específica y típicamente española, del “señorito”. El primer “señorito” es el rey constitucional que no tiene ni siquiera por qué saber gobernar: el parlamento lo hace por él. Diferente sería si el rey recuperara su tarea histórica (“Los reyes constitucionales, que no tenían por qué saber reinar (ciencia que no se adquiere por aprendizaje), y tampoco gobernaban, eran los más desocupados de los señoritos. Si Alfonso XIII hubiera impuesto, para ejercerla por sí mismo, la dictadura, la Historia le habría exculpado y, desde cierto punto de vista, justificado: porque habría roto la tradición de los señoritos herederos; pero al facilitar la dictadura de otro, no hizo sino un gesto más (el gesto caprichoso) del niño mimado del heredero señorito”) (14).

El remedio a este proceso de decadencia es la condena del “señoritismo” y el retorno a una concepción aristocrática del mando y del liderazgo: “Para nosotros, la nobleza se conquista pero no se hereda, a no ser que la herencia sea confirmada por el esfuerzo del heredero”. (15).

El texto de Pérez de Cabo es, una vez más, sintomático de una tendencia que aparece en primer Lugar en José Antonio y en el resto de fundadores de Falange Española: no se critica a la monarquía en su fundamento, ni en sus principios, sino en sus formas degeneradas y, por tanto, esta crítica abarca también al estamento más próximo al Rey, la aristocracia. No se cuestiona su existencia, ni su legitimidad, a fin de cuentas, lo que Pérez de Cabo está defendiendo es una meritocracia reconocida por un título de nobleza no hereditario. No condena ni mucho menos la existencia de la nobleza aristocrática, ni de su vocación y legitimidad para ejercer el mando, condena sus expresiones posteriores más degeneradas y, especialmente, el “señoritismo”.

Si Pérez de Cabo ha podido escribir esto y si José Antonio le ha realizado el prólogo de la obra, es porque existía entre ambos una identidad de posiciones. Parece ser que el fundador de la Falange no conoció al autor de estas líneas hasta que éste le mostró el manuscrito original de la obra y le pidió que elaborase el prólogo que, finalmente, estuvo firmado en agosto de 1935. A Pérez de Cabo, sin duda, le había llamado la atención uno de los temas recurrentes que utilizaba José Antonio desde que escribió aquel artículo titulado Señoritismo en el primer semanario del partido (16). La trayectoria del artículo ha inspirado obviamente el texto de Pérez de Cabo que no es más que su desarrollo. En él, José Antonio también considera que el “señorito” es la degeneración del “higaldo”:

 “A Falange Española no le interesa nada, como tipo social el señorito. El "señorito" es la degeneración del "señor", del "hidalgo" que escribió, y hasta hace bien poco, las mejores páginas de nuestra historia. El señor era tal señor porque era capaz de "renunciar", esto es, dimitir privilegios, comodidades y placeres en homenaje a una alta idea de "servicio". Nobleza obliga, pensaban los hidalgos, los señores; es decir, nobleza "exige". Cuanto más se es, más hay que ser capaz de dejar de ser. Y así, de los padrones de hidalguía salieron los más de los nombres que se engalanaron en el sacrificio. Pero el señorito, al revés que el señor, cree que la posición social, en vez de obligar, releva. Releva del trabajo, de la abnegación y de la solidaridad con los demás mortales. Claro que entre los señoritos, todavía, hay muchos capaces de ser señores. ¿Cómo lo vamos a desconocer nosotros?” (17)



En sus últimos días de vida, ante el tribunal popular de Alicante, José Antonio seguía siendo particularmente sensible a este tema (18). Tanto en el artículo de José Antonio como en el texto desarrollado por Pérez de Cabo, a partir del mismo, se percibe el eje de este pensamiento: una defensa del sentido aristocrática de la nobleza y una condena hacia su degeneración en la figura del “señorito”.

Estos elementos son extremadamente importantes a la hora de redondear el tema de las relaciones entre José Antonio y la monarquía porque siendo la aristocracia la clase hegemónica de aquellos períodos que identifica como “los mejores momentos de España”, refuerzan la tesis de un José Antonio que no realizaba ninguna crítica ni a los fundamentos de la monarquía, ni a la clase hegemónica que la sustentaba, y por tanto que en ningún momento puede definirse como anti–monárquico, sino que solamente deplora aquello en lo que la monarquía de Alfonso XIII se convirtió (19) y en la decadencia de la nobleza y la hidalguía.

Cabría pensar que el fuerte sentido social del pensamiento joseantoniano lo hace incompatible con la aristocracia y con la monarquía… pero esto supone olvidar el concepto que José Antonio tenía de ambas instituciones: unidad de mando y sacrificio, protección de los débiles y garantía de sus derechos. De no estar implícito ese carácter social, hubiera sido imposible pensar en la gigantesca movilización popular que supusieron las guerras carlistas (incluida la guerra de 1936), por no hablar de las guerras vandeanas en las que los campesinos obligaron a los nobles franceses (muchos de ellos ya degenerados en meros “señoritos”) a ponerse a su frente, o el sentido popular del Essersito della Santa Fede en el que se integraron los monárquicos del Sur de Italia, o el carácter popular de los jacobitas británicos… Si la nobleza hubiera sido una clase despiadada y explotadora, no hubieran existido hombres y mujeres, en cantidades masivas hasta bien entrado el siglo XX, que estuvieran dispuestos a combatir y morir por su rey y por la aristocracia.

Es falso, pues, que solamente exista “sentido social” en la izquierda o en el todavía más falso razonamiento que sitúa la aparición de tal sentido tras la caída de las monarquías apuntilladas por las revoluciones burguesas. Es falso que el “sentido social” sea de naturaleza antimonárquica, simplemente porque la imagen actual de la aristocracia y de la realeza sea solamente la de grupos privilegiados… eran privilegiados en tanto que sobre ellos recaían las máximas responsabilidades, los esfuerzos y los sacrificios supremos.

El mando era, en la concepción joseantoniana, un sacrificio, un deber, mucho más que un privilegio. Y esa idea, la de una aristocracia natural, la del “mando de los mejores” era la que estaba implícita en las filas falangistas. No se identificaba necesariamente ni con la república, ni con la monarquía, aunque hubiera aceptado sin ninguna dificultad el concepto platónico de República y la concepción monárquica de Santo Tomás.

Con todo lo dicho hasta aquí, parece bastante claro que la posición, al menos la posición táctica, de José Antonio es, cualquier cosa, menos anti–monárquica, y que si se inclina hacia una o hacia otra, es, desde luego, sus simpatías van más bien hacia la monarquía histórica española que hacia cualquier otra institución.


NOTAS

(1) Cf. La Iglesia, la Falange y el fascismo (Un estudio sobre la prensa española de postguerra), Alfonso Lazo, Universidad de Sevilla / Secretariado de Publicaciones, Sevilla, 1995, Pág. 51. Raúl Martín, La Contra revolución falangista, Editorial Ruedo Ibérico, París 1971, pág. 192.
(2) Cf. Aristocracia y Totalitarismo: la tentación fascista. Florence Belmonte, Université Paul Valéry. Montpellier III. Recogido en las Actas del XIII Congreso AIH (Tomo IV). Centro Virtual Cervantes,  http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/13/aih_13_4_006.pdf
(3) Cf. La Pasión de José Antonio, José María Zavala, Random House Mondadori, SA, Debolsillo, Barcelona, 2013, págs.. 38–39.
(4) A lo largo de su mandato Franco concedió 39 títulos de nobleza: además del Ducado de Primo de Rivera, concedió, entre otros, el condado de Alcázar de Toledo, el marquesado de Queipo de Llano, el ducado de Mola. Estuvo legitimado para ello a raíz de un decreto  de 4 de junio de 1948 que lo facultaba para “conceder, rehabilitar y transmitir títulos nobiliarios”. Los cuatro primeros fueron concedidos precisamente el 18 de julio de 1948 al fundador de la Falange, a José Calvo Sotelo y a los generales Emilio Mola y José Moscardó. A partir de entonces, Franco concedió anualmente un título nobiliario, el último de los cuales fue otorgado sorprendentemente (por el tiempo pasado) a Ramiro de Maeztu y el anterior al Almirante Carrero Blanco. En total existen en España 2.790 títulos de nobleza reconocidos. Pilar Primo de Rivera recibió el título de Condesa del Castillo de la Mota en 1960 Onésimo Redondo también recibió un título, así como Esteban Bilbao.
(5) Cf. Elenco de Grandezas y Títulos Nobiliarios Españoles, Instituto Salazar y Castro, Revista Hidalguía Madrid, 1989.
(6) Cf. Falangismo y tradición en José Antonio Primo de Rivera, José Pemartín, publicado inicialmente en Diario Vasco, 22 de noviembre de 1938, reproducido en Dolor y Memoria de España, Ediciones Jerarquía, 1939, págs.. 115–116.
(7) Cf ¡Arriba España!, J. Pérez de Cabo, Madrid, 1935, edición digital, págs. 35–36.
(8) Cf. Idem, págs. 35–36.
(9) Idem., pág. 35.
(10) Idem.
(11) Idem.
(12) Idem, pág. 36.
(13) Idem.
(14) Idem.
(15) Idem.
(16) Señoritismo, José Antonio Primo de Rivera, FE, número 4, 25 de enero de 1934.
(17) Idem.
(18) En el informe de la defensa de José Antonio como abogado de sí mismo, de su hermano Miguel y de su cuñada Margarita Larios, en la sesión celebrada el 17 de noviembre de 1936 (tres días antes de su fusilamiento), dice: Después ha empezado el Juicio y tengo que daros las gracias al Tribunal porque se me ha permitido instruirme de los Autos, se me ha puesto en condiciones de comportarme sin tener que adquirir nuevos usos ante lo nuevo y el carácter bélico extraordinario que corresponde a este Tribunal, sino como me he comportado en doce años de ejercicio, porque el señor Fiscal que al principio de su informe, como al final no, me señalaba como prototipo del señoritismo ocioso, no le dijo a tiempo al tribunal, que yo llevo doce años trabajando todos los días, según el Fiscal ha dicho, al reconocer que he informado más veces que él, aun llevando él más años de ejercicio y yo tener menos edad, y que en ese trabajo he adquirido alguna destreza en mi oficio que es mi mayor título de dignidad profesional, y esa destreza me ha permitido en dos horas y media instruirme de ese montón de papeles, preparar mi defensa y someterla a vuestra conciencia”. Y más adelante cita el punto 16 del programa de Falange Española: "Todos los españoles no impedidos tienen el deber de trabajar. El Estado Nacional–Sindicalista no tendrá la menor consideración al que no cumpla función alguna y aspire a vivir como convidado a costa del esfuerzo de los demás". Estos son los típicos señoritos, este es el señorito. Pues ya ve claro y bien el señor Fiscal cuál es la opinión de la Falange Española sobre el señoritismo”. Obras Completas, edición digital.
(20) Alude a los “monárquicos de estilo caciquil” (Contestación a la encuesta del diario El Pueblo Manchego, de Ciudad Real, publicada el 24 de julio) de 1930. Reproducida en La Nación el 25 de julio, de 1930.)