martes, 26 de mayo de 2020

José Antonio y la monarquía. Una posición no tan diáfana… (6 de 10) – JOSÉ ANTONIO Y LA UNIÓN MONÁRQUICA NACIONAL


Se suele decir que la Unión Monárquica Nacional fue el banco de pruebas de José Antonio en política y que entró de la mano de los monárquicos para defender la memoria de su padre y la obra de la Dictadura. Así pues, el hecho de que José Antonio figurara como secretario de la UMN, no sería relevante porque carecería por completo de convicciones monárquicas y se trataría solamente de una militancia coyuntural a través de la cual podría mejor defender a su padre. Tal razonamiento es falso. José Antonio antes del 29 de octubre de 1933 era un monárquico convencido. De no tenerlas hubiera militado en cualquier otro grupo de la derecha o del centro–derecha de los que en ese momento empezaban a formarse. Pero lo hizo en las filas monárquicas.

Poco después de la muerte de Miguel Primo de Rivera (13 de marzo de 1930) en París se constituyó en Madrid, la Unión Monárquica Nacional, un partido político que aspiraba a defender el sistema agonizante en España por medio de la resurrección constitucional de la difunta Unión Patriótica, creación de la Dictadura cuando ésta dejó de ser exclusivamente militar y quiso disponer de un organizado y eficiente apoyo popular” (1)

Era una novedad porque en aquel ambiente pre–republicano, los “partidos monárquicos” apenas registraban actividad alguna (2). Así pues, desde el punto de vista de la eficacia en la defensa de su padre, hubiera sido mucho más lógico que José Antonio hubiera colaborado con Acción Popular que entonces se empezaba a organizar y que contaba con Gil Robles como promotor destacado y que, durante la Dictadura había colaborado con Calvo Sotelo como director general de Administración Local, siendo autor del Estatuto Municipal. Sin embargo, es significativo que optara por colaborar con un sector político que había caído en la atonía y estaba completamente desorganizado tras la dictadura.

Tampoco da la sensación de que la defensa de su padre fuera el único motivo por el que José Antonio entró en el ruedo político. Su papel iba mucho más allá: él era uno de los promotores del partido (3), por tanto, no puede sorprender que dos meses después de su fundación, el 2 de mayo de 1930, José Antonio fuera nombrado vicesecretario general del nuevo grupo político (4) Tampoco parece muy verosímil la explicación que algunos admiradores de José Antonio han dado sobre esta participación. Castro Villacañas dice, por ejemplo, que “se dejó arrastrar” y que si lo hizo fue porque tenía un proyecto monárquico renovador, que “nacía para proporcionar a España una monarquía diferente a la que con tanta frialdad había recibido y despachado a la Dictadura. Una monarquía diferente en sus fundamentos ideológicos –liberal–conservadora aquella, autoritaria y orgánica ésta– e incluso en la persona que debía encarnarla” (5), reconociendo a continuación que “no era un simple soldado de filas, como declaró en Jerez cuando se presentó allí en el mes de julio para tantear sus posibilidades electorales, pero tampoco ocupaba un lugar de primer orden”. En efecto, era el tercera de abordo…



Es cierto que durante ese verano de 1930, José Antonio participó en diversos procesos para defender a colaboradores de su padre, pero cuando Castro Villacañas recuerda los ideales el a UMN (6), elude recordar que el primero de todos era la defensa de la institución monárquica y no precisamente de una monarquía liberal o constitucionalista, sino autoritaria. En el manifiesto fundacional, por ejemplo, dicen: “a Unión Monárquica Nacional juzga necesarias aquellas modificaciones legales que, sin merma de las prerrogativas y funciones propias de las Cortes y del Rey, tienden a robustecer el ejercicio del Poder ejecutivo” (7). Trescientas firmas de exministros de la dictadura, grandes de España y personalidades del mundo de la cultura, avalaban el documento. En la práctica, José Antonio Primo de Rivera, no es que se “dejara arrastrar”, ni siquiera que fuera un elemento secundario en el nuevo partido, sino que era, en la práctica, el número tres en la jerarquía del mismo después del presidente, el Conde de Guadalhorce y del Secretario General, Santiago Fuentes Pila (8). J.L. Jerez añade: “... fue desde su inicio, un destacado y entusiasta propagandista por toda España de la agrupación, a la que dedicó todos su esfuerzos y en la que fue elegido Presidente de la Comisión de Propaganda Patriótica y Ciudadana”. Fue a poco de constituirse cuando la UMN adoptó el lema “España, Una, Grande e Indivisible” que, más tarde, Juan Aparicio adaptaría para las JONS, un año y medio después, como “Una, Grande y Libre” (9).

Hay que recordar que, en ese momento, aun habiendo caído la dictadura de Primo de Rivera, España estaba bajo lo que se llamó la “dictablanda” del General Dámaso Berenguer, y Alfonso XIII todavía seguía siendo Rey de España. En aquel momento, en toda Europa, el monarquismo se identificaba con la derecha conservadora y toda la derecha conservadora monárquica europea conocía y compartía sin fisuras las tesis monárquicas de Charles Maurras. Sin embargo, era inevitable que la aparición de un fenómeno nuevo como era el fascismo, influyera especialmente en las tácticas monárquicas en la medida en que en el movimiento italiano estaba cohabitando con la monarquía y todo inducía a pensar que no existían contradicciones entre el ideal monárquico y el fascista. O al menos así lo veían los monárquicos. Dicho de otra manera: a mediados de los años 30, los monárquicos empezaron a experimentar una tendencia a la “fascistización” cuya primera muestra en España es la irrupción del Partido Nacionalista Español del Doctor Albiñana (10).

Los historiadores falangistas se han preocupado de minimizar siempre el período en el que José Antonio militó en una formación monárquica. Han insistido en que no era monárquico, sino que todo se debió a un compromiso asumido para defender la obra de la Dictadura. Castro Villacañas, por ejemplo, sostiene que “la aventura monárquica de José Antonio terminó el mes de octubre de 1930. El día 6 intervino –junto con Ramiro de Maeztu, Esteban Bilbao y el Conde de Guadalhorce– en un mitin convocado por la UMN en el frontón Euskalduna de Bilbao” (11).



No se conserva el texto íntegro de aquel discurso, pero si el resumen y algunos fragmentos (12). Habló el primero de los cuatro oradores. Su discurso fue extremadamente conservador y muy adaptado al público que tenía delante y puede resumirse en el dilema “España o revolución”. Advirtió que el acoso y derribo de la monarquía sería solamente la primera etapa de la revolución marxista, siendo la siguiente la “raíz de los fundamentos de la sociedad. Será una revolución al estilo de Moscú, que suprimirá la familia, la religión, el patriotismo, y sumirá a los hombres en la abyección materialista, al mismo tiempo que empobrecerá a todos y les privará de todos los derechos(13). 

Enumeró los avances de la Internacional comunista, recordó que “ha gastado en los últimos meses treinta y seis millones de dólares en propaganda en Europa y sostiene en España tres periódicos y doscientos propagandistas”. Esta era la parte del discurso que mejor podía entender y compartir el auditorio que había acudido a la llamada de la Unión Monárquica; más polémica fue la segunda parte: “El dilema es: con la revolución social o frente a ella. Estamos y seguiremos en nuestros puestos. Y si la ola de la revolución gana terreno y vence, caeremos dando la cara como los valientes. Pero los que egoístamente rehúyan el puesto que les corresponde en la lucha no lograrán salvarse, sino que caerán heridos por la espalda, con el estigma de los cobardes”. Estaba aludiendo a los monárquicos que habían vuelto la espalda a la dictadura y ansiaban una “revolución democrática”, al estilo del siglo XIX que mantuviera la institución monárquica por la senda constitucional, a la inglesa. Inicialmente, la UMN estaba en otras posiciones y José Antonio parecía compartirlas sin fisuras. Pero, la UMN no incluía a todas las fuerzas monárquicas, sino solamente a aquellos monárquicos que habían apoyado la dictadura de Primo de Rivera. Existían otros partidos monárquicos, ciertamente de poca actividad, situados en posiciones más “centristas”. José Antonio tenía razón en achacarles en el citado discurso “ceguera”: en ese momento histórico la “revolución” ya no tenía nada que ver con las del siglo XIX protagonizadas por partidos burgueses, sino que estaba inmediatamente asociada a la insurrección y a las masas. Los monárquicos liberales se dieron por aludidos y contra–atacaron a través de las columnas de ABC. José Antonio fue presentado como decidido partidario de una nueva dictadura. A pesar de que el Conde de Guadalhorce obligó a ABC a rectificar, el mal estaba hecho.

Aquella polémica generó malestar en filas monárquicas y evidenció la fragmentación de aquel ambiente. A poco de nacer, la UMN ya encontraba sus primeros problemas que acabarían frustrándola (el partido se disolvió oficialmente en 1934, pero a partir de 1931 prácticamente ya estaba descompuesto y sin vida). Ximénez de Sandóval añade: “José Antonio, a la vista de las intrigas de todo tipo y de la intentona de muchas gentes de derechas de volver al caos democrático anterior al golpe de Estado de 13 de septiembre, se apartó de la Unión y de los demás grupos monárquicos”  (14).

Castro Villacañas da otra versión que no coincide en absoluto con la anterior: explica que su alocución se dividió en dos bloques, uno dedicado a vaticinar el inmediato futuro político y el otro al problema social (Castro añade “tímidamente”). Algo de eso hay, en efecto. José Antonio explica que la dictadura apoyó a las clases trabajadoras y no precisamente para obtener su voto. Pidió para los trabajadores seguridad, ocio para los hijos durante la infancia, educación, descanso y alegría, porque “los pobres tienen tanto derecho como los ricos a concederse una copa de vino o una diversión”, concluyendo que “todo eso ha de darse a los obreros y todo hay que darlo de una sola vez, sin que pueda interpretarse como una transacción”. No hay más. En el fondo, lo que estaba proponiendo José Antonio en ese momento era un paternalismo social que, poco a poco, fue modificando.

Castro sostiene que todo esto “sonó a blasfemia en los plácidos ambientes monárquicos y derechistas de 1930” y que el ABC tronó contra José Antonio. Efectivamente, el diario monárquico madrileño dio cuenta del mitin en su edición del martes 7 de octubre, en las páginas 35, 36, 37 y 38. Una información exhaustiva, sobre las distintas intervenciones, sobre el banquete que siguió, donde se alojaron los oradores y cómo retornaron a Madrid. Al mitin, dice ABC, acudieron entre 6 y 7.000 personas y los sindicatos organizaron una huelga general en Bilbao con conato de manifestación y graves incidentes callejeros.



No hemos podido encontrar la referencia que realiza Castro Villacañas al “disgusto y la inquietud que las palabras de José Antonio habían despertado en los círculos más conservadores y en la propia corte regia”. Lo cierto es que cuando el Conde de Guadalhorce se encarga de contestar al ABC a raíz de un editorial crítico publicado en la página 15 de la edición del 8 de octubre, las críticas no son a la “cuestión obrera” tal como la había planteado José Antonio en el mitin de Bilbao y como, por lo demás, había hecho en sentido idéntico el conde de Guadalhorce en el mismo acto tal como registró el propio ABC en su amplia referencia del mitin, sino a lo que creyó entender ABC de que la UMN postulaba una “nueva dictadura”. La insistencia de ambos, de José Antonio y del conde de Guadalhorce en la cuestión obrera se entiende mejor si tenemos en cuenta el clima de inestabilidad que había invadido esos días Bilbao cuando los sindicatos obreros desencadenaron una huelga general y una oleada de protestas para evitar la celebración del mitin. Era el tema de aquella mañana en Bilbao y necesariamente había que aludir a ella. La polémica se cerró pronto y nada induce a pensar que tuvo que ver con lo expuesto por José Antonio en relación a los derechos de la clase obrera. De esto, Castro Villacañas deduce una insensibilidad de la UMN por la cuestión social que indujo a José Antonio a apartarse del partido. Ignoramos en qué se basa para explicar el alejamiento de José Antonio de la formación monárquica a causa de esta polémica: “ABC se hizo eco del disgusto y la inquietud que las palabras de José Antonio habían despertado en los círculos más conservadores y en la propia corte regia. Aunque una carta del Conde de Guadalhorce motivó la siguiente rectificación del diario, el daño ya estaba hecho: en la Unión Monárquica Nacional se discutieron las tesis de José Antonio; la mayoría creyó que no eran procedentes y que en todo caso debían estimarse como puntos de vista estrictamente personales; José Antonio dimitió de su vicesecretaría y se alejó de la UMN hasta que meses más tarde la abandonaría definitivamente” (15). Una interpretación poco creíble, de principio a fin.

Lo cierto es que, durante unos meses, José Antonio se desplazó a través de España dando varias conferencias y mítines. La última vez que aparece el nombre de José Antonio vinculado a la UMN es el 16 de enero de 1931, cuando la revista del partido, reproduce una intervención suya en Madrid en el local de la Unión Patriótica sobre el tema La forma y el contenido de la democracia (16). Antes había pronunciado conferencias en Villa Martín en la región jerezana el 1 de julio de 1930, en Cádiz el 3 de julio de 1930 en el nuevo local de la UMN, en Barcelona el 3 de agosto de 1930, en el Teatro Rosalía de Castro en la Coruña el 1 de agosto de 1930, en Orense el 5 de septiembre de 1930, en el Hotel Méndez Núñez de Lugo el 6 de septiembre, y, finalmente, en el Frontón Euskalduna de Bilbao el 5 de octubre, publicando artículos en la revista Unión Monárquica, números 13, 98 102, 105, apareciendo este último en marzo de 1931. Es mucho más fácil suponer –como hace Ximénez de Sandoval– que estos desplazamientos le convencieron de que la monarquía estaba irremisiblemente perdida y que el pueblo español le había vuelto la espalda, con lo que no tenía mucho sentido en ese momento histórico dedicarse a una tarea llamada al fracaso: el rescate de la institución.

José Antonio –como por lo demás todos los movimientos monárquicos tradicionalistas– sitúa el trono muy por debajo de la Patria. En el tetralema carlista, por ejemplo, el “Rey” aparece en cuarto lugar, después de “Dios, Patria y Fueros”. Parecía mucho más razonable no comprometerse con la forma de gobierno y plantear las cosas de otra manera, por ejemplo, tal como Maurras las había planteado en Francia. Primero introduciendo ideas, conquistar el poder y luego, desde el poder, conseguir el cambio de mentalidad necesario para que la población asumiera y admitiera una monarquía de nuevo cuño. Tal es lo que parece deducirse de su penúltimo artículo en la revista Unión Monárquica, titulado La lanzadera duerme en el telar. Es la opinión de un hombre que duda de que el país sea capaz de enderezar su rumbo:



Que si Monarquía, que si República, que si revolución, que si España es así, que si España es de otro modo. Y eso por todas partes. Reunidos tres españoles, no se habla de otra cosa que de política, de política, de política. Quien lo ve, se pregunta. ¿Pero es que aquí, en España, nadie tiene otra cosa que hacer? Parece como si nos hubiera acometido una fiebre colectiva. Todos nos sentimos médicos para diagnosticar el mal de España, y ninguno repara en que él mismo es una parte de ese mal. Mucho más útil que escribir cien artículos es ponerse a hacer bien "algo"; lo más modesto, aunque sea remendar zapatos, dar cuerda a los relojes, limpiar los carriles del tranvía... Pudiera resucitar para gobernarnos el más maravilloso de los gobernantes, y España no sanaría. No puede sanar mientras los carpinteros no sean mejores carpinteros, los matemáticos mejores matemáticos y los filósofos mejores filósofos (…) Mientras nos pelearnos entre nosotros –como dijo Ramón y Cajal, el glorioso maestro de la perseverancia–, la lanzadera duerme en el telar”.

Por primera vez, José Antonio lanza el tema de la división de los españoles en derechas e izquierdas:

“En tanto que los muchachos de la izquierda (ya hasta los niños se dividen en derechas e izquierdas) escriben periódicos revolucionarios y los de la derecha organizan mítines monárquicos y suman firmas para documentos de protesta, ninguno se recoge, a pesar de que están por hacer innumerables cosas, y que las horas, los minutos que se desperdicien, al no hacerlas nunca, nunca se podrán recuperar”.

En el análisis de José Antonio, en las condiciones de 1930 da igual si el régimen es monárquico o republicano. El artículo está firmado el 15 de diciembre de 1930.

En esos momentos, el problema de José Antonio es el de otros muchos monárquicos europeos: han leído a Maurras, son y se consideran maurrasianos, su concepción de la monarquía ya no es la de los monárquicos tradicionalistas (vandeanos en Francia, jacobitas en el Reino Unido, carlistas en España) que creen en el derecho divino de los monarcas. Consideran, como Maurras, que la monarquía es la forma de gobierno que más se adapta a sus respectivos países y la institución más característica de la historia de sus respectivos países: la monarquía ha hecho a Francia, tal es lo que dice Maurras y lo que sus lectores intentan aplicar, adaptar e interpretar en sus respectivos países. Hay un problema que los monárquicos maurrasianos no se plantean: ¿Cuál de las distintas ramas monárquicas está legitimada para encarnar la “monarquía nacional”? A diferencia de los monárquicos tradicionalistas, obsesionados por la legitimidad de la dinastía, los monárquicos maurrasianos relativizan este problema: aplazan la solución a esa parte. “Ya se verá”, nos dicen: “El rey legítimo destacará con luz propia. No importa quien sea”.

En la Europa del primer tercio del siglo XX, los maurrasianos constituían el vector esencial de todos los movimientos monárquicos e incluso de buena parte del conservadurismo. Pero en los años 20 han ocurrido dos fenómenos: el primero es cierta pérdida de fuerza de Action Française a causa de la condena papal y de la muerte de buena parte de sus cuadros políticos en los frentes de la Primera Guerra Mundial y, en segundo lugar, a causa de la aparición del fascismo italiano. Lo primero hace que aun conservando lo esencial de las ideas maurrasianas, muchos católicos se aparten de Marras. El movimiento pierde su vigor y energía originaria que había adquirido en las jornadas del Proceso Dreyfus, se vuelve más conservador, pierde mordiente. Maurras, además, no ve mucho interés en la cuestión social: se niega a hablar de ella y a elaborar un “programa social”. Una monarquía justa dará justicia a todos sus ciudadanos ¿para qué ir más allá? ¿para qué concretar más? Sin embargo, el fascismo habla un lenguaje más actual: integra en su discurso la “cuestión social”. De ahí su éxito: “fascismo = nacionalismo + socialismo”. Poco a poco, primero por goteo en Francia y luego en tromba, los maurrasianos abandonan la estricta observancia y la rigidez del corpus maurrasiano y se van “fascistizando”. Da la sensación de que José Antonio es uno de ellos.

El tránsito que inicia en el otoño de 1930 y que concluirá el 29 de octubre de 1933 con la fundación de la Falange es el tránsito de alguien que ha iniciado su carrera política en las filas monárquicas, no solamente para defender la obra de la Dictadura, sino por compartir sus convicciones monárquicas (seamos serios: ¿iban a nombrar número 3 del partido a alguien que no tuviera profundas convicciones monárquicas y las hubiera demostrado?), y que termina asumiendo las tesis fascistas mucho más agresivas, vivas, activas y expansivas.

El fascismo mussoliniano tenía, además, la virtud de la “cohabitación” fascismo–monarquía. Podía ser asumido por cualquier monárquico sin necesidad a renunciar a nada. El José Antonio de esos tres años es el monárquico que pone en barbecho sus convicciones y va asumiendo las propias del fascismo. De ahí la imposibilidad de manifestarse a favor de la monarquía o de la república. El discurso del 29 de octubre de 1933 es seguramente el discurso que integra más elementos del fascismo en toda la obra de José Antonio, pero en ella –como en ninguna parte de su obra, como ya demostramos– hay un ataque al núcleo doctrinal de las convicciones monárquicas. Es más. El nacimiento de la Falange no solamente se ubica “en la derecha”, sino “entre monárquicos fascistizados”.


NOTAS

(1) Cfr. Para mejor comprender a José Antonio, Antonio Castro Villacañas. Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera, documento on line, sin fecha de publicación, pág. 1.
(2) “Los partidos monárquicos son los que menos se mueven en España. Salvo en Madrid y en alguna otra capital de provincia, sus actividades e reducen a reconstruir sus antiguos cuadros, casi con las mismas personas, y esperar a las próximas elecciones” (De la dictadura a la República, Dámaso Berenguer, Editorial Tébar, Madrid 1975, pág. 132.
(3) “Los exministros civiles de la Dictadura y José Antonio Primo de Rivera se reunían, una vez más en la ronda de contactos, el primero de abril de 1930 en el domicilio del conde de Guadalhorce para dar el último repaso al anunciado “manifiesto” que pensaban dirigir al país. Al día siguiente (…) los hijos del marqués de Estella visitaban al Rey” (José Luis Jerez Riesco, La Unión Monárquica Nacional. El rito de iniciación a la política de José Antonio Primo de Rivera, op. cit., pág. 155).

(4) A. Castro, op. cit., pág. 1.
(5) Ídem.
(6) “1º) Unidad nacional indestructible; 2º) Supremacía del interés de España frente a todos los intereses políticos partidistas, 3º) Exaltación del sentimiento nacional como principio informador de (la) política; 4º) Reconquista de la independencia económica de España; 5º) Establecimiento de una disciplina civil consciente, severa y de alto espíritu patriótico; 6º) Existencia de un Ejército y una Marina capaces de mantener en todo momento el prestigio de España.” (ídem).
(7) Publicado en ABC, edición de Madrid, el 5 de abril de 1930, pág. 51.
(8) J.L. Jerez. op. cit., pág. 168.
(9) “En 1931, recién proclamada en España la República, en el entorno del grupo de La Conquista del Estado, que en el otoño de ese mismo año se transformó en las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional–Sindicalista), y principalmente frente al avance del secesionismo en Cataluña, comienza a gestarse la aplicación a España –o su reinvención ex novo– del rótulo centenario una, grande y libre. El 13 de junio de 1931 publica Ramiro Ledesma Ramos su artículo «España, una e indivisible» (donde quedó establecido como grito: «¡Viva la España, una e indivisible!»). Pero aunque es frecuente que historiadores más o menos perezosos atribuyan a Ramiro Ledesma la consigna «España, una, grande y libre», más bien parece que de hecho fue acuñada por su colaborador Juan Aparicio López, el mismo que propuso también como emblema de las JONS el yugo y las flechas, y como su bandera la roja y negra. El propio Juan Aparicio siempre se reconoció autor de tal fórmula. «La redacción de La conquista del Estado, estaba formada por jóvenes españoles de varias procedencias: Ramiro Ledesma Ramos, como director, que había de ocupar un importante papel en nuestro movimiento; Ernesto Giménez Caballero, que desde 1929, venía desarrollando una certera labor político–literaria de revalorización española; Juan Aparicio magnífico poeta que nos legó el lema genuino «España Una, Grande y Libre»; Manuel Souto Vilas catedrático gallego; Emiliano Aguado, valioso periodista; Antonio Bermúdez Cañete, que luego entregó su vida como diputado de la C.E.D.A.; Ricardo de Jaspe, diplomático, expulsado por el gobierno anarco–marxista a los pocos días de iniciarse el movimiento; y otros colaboradores que se desplazaron a diferentes campos políticos.» (Tasvanalta, «Los tiempos iniciales. La Conquista del Estado», La Voz de Galicia, viernes 7 de enero de 1938, pág. 3.)
«—¿Saluda a todos los Procuradores, don Juan?
—A todos. Y al grito, a mi grito, de «España, una, grande y libre»...¿Volvería hoy, don Juan, a acuñar lo de «Una, Grande y Libre»?
—Siempre. Está en las monedas, en los sellos, en todas partes. Y conste que no he cobrado derechos de autor.» (Juan Aparicio entrevistado por Pedro Rodríguez en Arriba, 1967; incorporado en Ramiro Ledesma Ramos, Tomás Borrás, Editora Nacional, Madrid 1971, pág. 306).
(10)  Prefascismo: Albiñana y el Partido Nacionalista Español (I de II) Revista de Historia del Fascismo, nº XVII, Noviembre de 2012, págs. 94–143, Prefascismo: Albiñana y el Partido Nacionalista Español (II de II) Revista de Historia del Fascismo, nº XVII, diciembre de 2012, págs 68–93.
(11) Cfr. Castro Villacañas, op. cit., pág. 3.
(12) Cf. Felipe Ximénez de Sandoval, Biografía Apasionada de José Antonio, Editorial Fuerza Nueva, Madrid 1978, edición digital, págs. 78–79

(13) Ídem, pág. 78.
(14) Ídem.
(15) Cfr. Castro Villacañas, op. cit., pág. 3.
(16) Obras Completas de José Antonio, edición on line, pág. 17.