jueves, 28 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (282) – DALI FRENTE A FREUD


La generalidad de Cataluña no ama a Salvador Dalí. El mejor pintor catalán del siglo XX está prácticamente ausente de la tierra que le vio nacer… salvo en Figueras y gracias a la herencia que él mismo dejó. Dalí está enterrado hoy en el Teatro Museo de Figueras cerca de los urinarios… La idea fue del alcalde de la población (CiU) que, contrariamente a lo que Dalí había dicho siempre sobre su deseo de ser enterrado en el castillo de Púbol, comunicó que el pintor le había dicho a él en conversación privada, 52 días antes de su muerte que quería ser enterrado en Figueras… La pequeña población recibe cada año, entre 1.500.000 y 2.000.000 de visitantes que dejan una media de 5.000.000 de euros. Pero si Salvador Dalí debió soportar una vez muerto, el sectarismo y oportunismo de CiU, toda su vida estuvo determinada por la influencia de Freud y del psicoanálisis que pesó como una losa, no tanto en su obra, como en su psicología y comportamientos. Esta es la historia de la influencia más nefasta que recibió el pintor de Cadaqués…

Freud murió sin comprender por qué los surrealistas estaban tan interesados en su obra. Dalí, fue de todos ellos, el único que le impresionó verdaderamente. Como el discípulo de los cuentos esotéricos que desea ser admitido por un maestro de sabiduría, Dalí debió de llamar tres veces a la puerta del Doctor Freud ­«mis tres viajes a Viena fueron como tres gotas de agua, faltas de reflejo que las hiciera brillar», había escrito­ antes de ser recibido por éste en 1938. Deseaba verlo desde que en 1924 leyera La interpretación de los sueños en la Residencia de Estudiantes, «uno de los descubrimientos capitales de mi vida» explicó; creyó encontrar en esta obra la razón de ser de sus paranoias. Por entonces, era todavía un ilustre desconocido, sin medios para atravesar media Europa y llegar a la antesala del venerable anciano. Cuando pudo alcanzar la ciudad de los valses, Freud estaba aquejado de un cáncer de mandíbula y no pudo recibirlo. La enfermedad de Freud no dejaba de agravarse desde 1922, así que, en dos ocasiones más, Dalí tuvo que contentarse ­y no era poco para él­ con contemplar los cuadros de Vermeer de Delft incluidos en la colección Czernin. Finalmente, en 1938, poco después de que Freud eludiera de la ocupación alemana de Austria y se expatriara en Londres, ambos se conocieron a instancias de Stefan Zweig.

Freud se convirtió en una obsesión, aparecía en sus sueños, e incluso le acompañó imaginariamente en su recorrido por Europa; en Francia, durante una comida, vio su rostro en el caparazón de los caracoles que tenía en el plato y así advirtió que «el inventor del psicoanálisis ya no tenía secretos morfológicos para mí. Su cráneo era un caracol»... Y en Vida Secreta insiste en la misma obsesión: «Mientras cruzaba el patio del anciano profesor vi una bicicleta apoyada en la pared y sobre la silla, atada con un cordel, había una roja bolsa de goma, de las utilizadas para el agua caliente, que parecía llena, y sobre la bolsa ¡se paseaba un caracol! La presencia de éste parecía extraña e inexplicable en el patio de la casa de Freud». En 1938, después de la entrevista pintó cuatro retratos del psiquiatra, tres con tinta china y el cuarto al guache. Uno de ellos, el que hoy se encuentra expuesto en la «Edward James Foundation» de Gran Bretaña, está inspirado precisamente en esa morfología de caracol10. Estos retratos aparecen en el período surrealista más duro de Salvador Dalí, cuando, a despecho de la disputa con André Bretón, jefe de filas de la vanguardia artística, afirmó «El surrealismo soy yo»...

La entrevista entre Dalí y Freud distó mucho de ser un encuentro entre genios. El psiquiatra vienés, desde su entrevista con Breton y Eluard en 1923, tenía prevenciones contra el movimiento surrealista y contra sus surrealistas. Dalí estaba avalado por el escritor Stephan Zweig y fue acompañado por éste y por el poeta Edward James (inmortalizado en una serie de fotos de Man Ray, que luego interpretó René Magritte de manera espectacular), mecenas de Dalí que, dotado de una personalidad muy compleja, deseaba ser psicoanalizado por Freud.

http://eminves.blogspot.com/2017/11/en-esta-obra-de-225-paginas-se-engloban.html

El diálogo fue imposible: Dalí acudió con la obsesión de conocer la opinión de Freud sobre un artículo suyo dedicado a la paranoia, pero Freud, esa tarde, no tenía muchas ganas de leer y por tres veces rechazó la lectura del texto. Durante largos e interminables minutos ambos se miraron a los ojos fijamente («nos devorábamos mutuamente con la vista», escribió luego el pintor). A pesar de la insistencia de Dalí, no hubo forma de que Freud abordara las cuartillas. Años después, el pintor reconoció que no había estado particularmente inspirado aquella tarde; se mostró petulante y falsamente intelectual; con todo, Freud rectificó en parte su opinión sobre el surrealismo; al día siguiente de la entrevista, escribió a Stephan Zweig: «Tengo que darle mis más efusivas gracias por la presentación del visitante de ayer. Hasta ahora estaba inclinado a considerar a los surrealistas (...) necios ciento por ciento (...). Este joven español, con sus ingenuos ojos fanáticos y su perfecta maestría técnica, me ha hecho cambiar de concepto. Sería muy interesante explicar analíticamente el desarrollo de un cuadro como ése». Se refería a LAS METAMORFOSIS DE NARCISO. De aquella conversación, Dalí retuvo sobre todo una frase de Freud: «En las pinturas clásicas busco lo subconsciente; en una pintura surrealista, lo consciente». Las teorías de Freud se adaptaban sorprendentemente bien a la compleja ecuación personal de Dalí... lo cual no implicaba, necesariamente, que fueran ciertas.

La vida sexual de Dalí, desde su adolescencia, estuvo repleta de obsesiones paranoicas; en la medida que el freudismo intentaba explicar en qué forma la sexualidad era una infraestructura que afectaba en todos los órdenes de lo cotidiano, el pintor se interesó por él como instrumento de reflexión sobre sí mismo; el freudismo proporcionaba respuestas a los porqués de su carácter, respuestas que, ante la ausencia de cualquier otra, aceptaba como buenas. En los años 70, Dalí verdaderamente necesitó tratamiento psiquiátrico para superar sus crisis anímicas y depresiones internas.

La lectura de Freud ­a quien Dalí colocaba a la misma altura de Paracelso, Lulio o Della Porta, como «alquimista de la mente», impulsó al pintor a analizarse a sí mismo de manera implacable y, a nuestro juicio, errónea. Puede decirse que el freudismo tendió a complicar su, ya de por sí, complicada ecuación personal y le indujo a seguir caminos erróneos en el conocimiento de sí mismo. La situación familiar de Dalí era susceptible de explicarse en clave freudiana: menos de una semana después de la muerte de su hermano, con el recuerdo del óbito reciente, sus padres lo habían engendrado; el hecho de que su hermano mayor muerto se llamara igualmente Salvador; las proyecciones edípicas arraigadas antes de la muerte prematura de su madre y el hecho de que su padre esposara a la hermana de la fallecida, su cuñada, que pasó a ser madrastra, pero nunca aceptada como tal, sino llamada por Dalí y por su hermana Ana María, «la tieta»; su expulsión de la familia por parte del padre tras conocer que el pintor había faltado al respeto a su madre muerta, la «proyección de la imagen del padre» en objetos, insectos e incluso en su hermana; su sexualidad completamente anómala y pusilánime, con la convicción, arraigada desde niño, de que el acto sexual  ­tanto hétero como homosexual­ era una práctica que exigía un esfuerzo superior a su capacidad, su terror desmesurado a contraer una enfermedad venérea y el conflicto entre su deseo de gozar y su miedo a la muerte ­problemática Eros–Thanatos­ que le fue avivado por García Lorca, verdaderamente obsesionado con la idea de morir... todo esto era excepcionalmente fácil interpretarlo en clave freudiana. 

Para colmo, el énfasis colocado por Freud en el estudio de la niñez, período en el cual juzgaba que se encontraban inscritas las impresiones que luego condicionarían la vida del sujeto, le llevó a Dalí a pormenorizar sus recuerdos infantiles y atribuirles una importancia desmesurada que reaparecería, casi constantemente, a lo largo de toda su vida: la visión del asno muerto que los campesinos de Cadaqués colocaban en los campos dejándolo pudrir para así abonar la tierra, o del hidrocéfalo que veía en Figueras, el impulso a besar los dientes de un asno podrido, los alaridos de los animales sacrificados en el matadero ante su casa, la ocultación de su sexo entre las piernas ante un espejo a los seis años, y un largo, muy largo etcétera que Dalí describe detalladamente en sus cuadros, libros teóricos, poemas, diarios y novelas, demuestra hasta qué punto su reflexión sobre sí mismo había sido minuciosa y de qué manera había interpretado sus recuerdos en clave freudiana... 

En su relato autobiográfico Confesiones Inconfesables, escrito a una edad ya madura, reconoce la utilidad de su constante mirada atrás: «Fue durante mi infancia cuando se forjaron todos los arquetipos de mi personalidad, mi obra y mis ideas. El inventario de este material psicológico es, por tanto, imprescindible». Si hemos de creer al pintor, la rememoración de los acontecimientos más importantes de su infancia, se remonta hasta el período intrauterino del que recuerda «la viscosidad de esperma y clara de huevo fosforescente». Incluso en muchas ocasiones fue fotografiado en posición fetal, incluso en tomas no preparadas; cuando lo eran, Dalí quería dramatizar su regresión al estado primario de la creación, idea también extraída del arsenal freudiano. Freud nunca desaparecerá totalmente del universo daliniano.

Algunas de sus últimas pinturas realizadas en 1983 representan violines en los que destaca la abertura de la caja, una S, inicial de Salvador, igualmente, signo matemático de integración, pero también, reminiscencia freudiana. Su obsesión por los violines venía de lejos. Dalí en sus memorias cuenta que conoció en Figueras a un niño que tenía un violín, esperó pacientemente el momento oportuno para destrozarlo de un puntapié. El niño lo persiguió hasta alcanzarlo; Dalí optó por arrodillarse, pedirle perdón y ofrecerle 25 pesetas para compensarlo; pero el niño lo golpeó hasta que los gritos fueron oídos por un maestro. Dalí explicó que había destrozado el violín para demostrar la superioridad de la pintura sobre la música. El profesor no le castigó y el pintor, a partir de este episodio dedujo lo beneficioso de dar una explicación ingeniosa, por grotesca que pudiera parecer.

Ahora sabemos que el freudismo era sólo una sugestión de la época ­–como el mesmerismo o la frenología lo fueron antes y como son ahora las ideologías de género– en la que se buscaban respuestas que el médico vienés efectivamente daba, pero en función de una selección arbitraria de datos y de una teoría con pretensiones científicas, mal construida pero bien envuelta. Haber asumido el psicoanálisis como filtro para la observación de sí mismo, constituyó, tanto en Dalí como en el grueso del surrealismo, un verdadero lastre. Buena parte de las pesquisas y experiencias de esta vanguardia artística ­a la que el pintor se adscribió entre 1929 y 1938­ fueron frenadas, desviadas y unidimensionalizadas por el pansexualismo freudiano que supuso un corsé para la investigación surrealista, más que un soporte, tal como creían Dalí y, por supuesto, André Breton. Ana María Dalí en su libro de recuerdos –Dalí visto por su hermana– culpaba a los surrealistas del cambio de carácter de su hermano (finales de los años 20), pero cometía un error de bulto: no fueron los surrealistas los culpables de tal mutación, sino que ésta fue preparada por la lectura de Freud  realizada por Dalí y que siete años antes habían experimentado André Breton y los suyos. Existían otras muchas vanguardias artísticas en la época, pero solo una ­el surrealismo­ tenía al psicoanálisis por dios y a Freud por su profeta. Freud fue el principal camino a través del cual Dalí llegó al surrealismo. El freudismo fue, en gran medida, la «madre de todas sus locuras».

http://eminves.blogspot.com/2013/02/dali-entre-dios-y-el-diablo.html

martes, 26 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (281) - EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA


Pensando en el paso inexorable del tiempo, llegó a la conclusión de que mis recuerdos de juventud están ligados a un fenómeno que parece difícil de explicar para las generaciones que vinieron después y que, sin embargo, condicionó la vida de mi generación. El otro día, respondía a un programa de una radio uruguaya tratando de explicar que aquel conflicto fue una simple lucha geopolítica por la hegemonía mundial. No tuvo casi nada de conflicto ideológico, fue el simple choque entre una potencia oceánica y una potencia continental. Lo que siguió a la Guerra Fría fue la globalización, el mundo que conocemos hoy (o, más bien, que sufrimos). No quiero entrar en este artículo en lo que fue aquel período de 40 años de historia, pero si reconstruir en breves líneas cómo terminó. Nos ayudará a entender el ciclo histórico que siguió.

El “año Orwell” o el año en que creímos morir

En los últimos años de la Guerra Fría, resultaba evidente que los EEUU, especialmente a partir de la proclamación de la Guerra de las Galaxias (que aspiraba a eliminar en la estratósfera los mísiles balísticos que hubieran sido lanzados sobre territorio norteamericano antes de que llegaran al objetivo), los soviéticos respondieron con la guerra psicológica, una guerra low–cost. En efecto, la instalación en Alemania de mísiles tácticos Pershing–2 de corto alcance, apenas 1.000 km, destinados a frenar a las unidades mecanizadas rusas en el momento en el que cruzaran el Telón de Acero en dirección al Oeste, fueron aprovechados por la URSS para su última gran ofensiva psicológica: movilizar, con la excusa del pacifismo, a millones de ciudadanos de Europa del Oeste como protesta por la instalación de estas armas que, en realidad, neutralizaban el poder terrestre soviético, el único frente en el que los soviéticos eran más fuertes que la OTAN.
Cuando llegó 1984, el “Año Orwell”, Occidente estaba sometido a lúgubres presagios. Los medios de comunicación occidentales aprovecharon para aludir a los escritos de este autor británico, conocido por su anticomunismo (o, mejor, antiestalinismo, si tenemos en cuenta que en su juventud militó en el trotskismo). Su novela emblemática, 1984, parecía apuntar a la creación de una distopía totalitaria fácilmente asimilable al modelo soviético. Los equipos de “operaciones psicológicas” de la OTAN también y antimilitarista que la URSS estaba favoreciendo y dando alas (inyectando dinero e información) en los países occidentales. Esto explica por qué, en la última fase de la Guerra Fría, apareció un formidable movimiento pacifista que llegaba allí en donde los debilitados y capi disminuidos partidos comunistas occidentales ya no podían llegar.

Nomenklatura y gerontocracia soviética e “imperio del mal”

La muerte de Brézhnev en 1982 fue el inicio del final de la última fase de la Guerra Fría. Le sucedió un corto período en el que el país fue gobernado por dos fieles miembros del “aparato”, Yuri Andrópov (1982–1984) y Konstantin Chernenko 1984–1985) que no aportaron grandes variaciones. Puede decirse que, sin el prestigio de Brézhnev, los problemas que ya existían al final de su mandato se fueron agudizando. Andropov intentó combatir la corrupción que había arraigado profundamente en el período de su predecesor. Ambos continuaron la guerra de Afganistán y las promesas de apoyo a los dirigentes de los países del Pacto de Varsovia, en cada uno de los cuales, el ejemplo polaco había envalentonado a la disidencia. La instalación de misiles de corto alcance SS–20 en las fronteras orientales de la alianza militar soviética fue respondida por los Pershing–2 norteamericanos, pero, así como en el Este no se produjeron movimientos de protesta, en Occidente fueron masivos. Ahora se sabe que estaban impulsados directamente por los equipos de operaciones especiales y guerra psicológica del KGB. Para ello, como habían realizado en los 60 años anteriores contaban con los intelectuales y la izquierda de Europa Occidental. Fue durante el período de gobierno de Andropov cuando Reagan acuñó su frase llamando a la URSS “el imperio del mal”.

Lo cierto es que el problema de los soviéticos –entre otros– era la edad de sus dirigentes. Andropov había nacido en 1914, Chernenko en 1911, Breznev en 1906… Todos ellos habían visto y participado en la Segunda Guerra Mundial y conocían las desgracias de un conflicto. Ninguno de ellos estaba dispuesto a apretar el botón nuclear, ni se veían presionados por una opinión pública belicista o siquiera con tendencias antiimperialistas.  Para ellos la “coexistencia pacífica” era algo más que una bonita consigna, era la forma en la que podían rendir el mejor servicio a su pueblo: mantener alta la guardia, avanzar en donde las circunstancias lo permitieran, pero evitar un enfrentamiento directo y frontal con Occidente. Pero era una clase política que se extinguía rápidamente.

Por lo demás, se habían sucedido tres presidentes soviéticos en menos de cuatro años: el cuarto debería ser, necesariamente, más joven e incluso aportar una nueva visión de la política. Visión, todavía más necesaria porque durante esos últimos años, la situación interior se había agravado: Afganistán, lejos de ser una “paseo militar” se había convertido en una sangría, la revuelta polaca se ampliaba, la presión armamentística de los EEUU era cada vez más insoportable y el descontento, la corrupción y el alcoholismo aumentaban en el interior, sin olvidar que las etnias no–rusas crecían a menos velocidad que la etnia rusa que siempre había sido la columna vertebral del país desde los tiempos de los Romanov.


Gorvachov: la buena voluntad no basta

Y entonces llegó al poder Mikhail Gorbachov. Con él todo cambiaría. El motor de estos cambios fueron dos palabras: “perestroika” y “glasnost”. La glasnost (apertura, transparencia, franqueza) fue un intento de liberalizar la política interior soviética, mientras que la perestroika era la búsqueda de una reestructuración de la economía. Glasnost no era un término nuevo en Rusia. Había aparecido ya en 1920 durante la guerra civil contra los “blancos”. A Trotsky se le ocurrió subordinar los sindicatos a la burocracia del partido. Esta política no convenció a muchos bolcheviques (Alexandra Kolantai, Zinóviev) y fue denostada por todos los revolucionarios de fuera del partido. Fue entonces cuando se relajó la censura y se permitió que las bases del partido participaran en las decisiones del ejecutivo bolchevique. A eso se le llamó glasnost, término que recuperó Gorbachov en 1985 para calificar a su nueva línea política.

El resultado inmediato fue que cuando los medios de comunicación soviéticos empezaron a hablar de los problemas reales de la URSS, el ciudadano quedó absolutamente conmocionado: alcoholismo, corrupción, contaminación ambiental y destrozos ecológicos, un presupuesto de defensa secreto, problemas de carestía (inexistentes en Occidente desde la postguerra), mala calidad en las viviendas, problemas en las nacionalidades periféricas que aspiraban a la descentralización absoluta o a la independencia, así como los mitos que habían hecho fortuna en Occidente (partidos políticos, elecciones libres, derecho de reunión y manifestación) llegaron demasiado tarde, cuando, además, ya se había iniciado la centrifugación del sistema soviético de alianzas y cada país del Pacto de Varsovia seguía el ejemplo polaco y realizaba su particular adaptación de la glasnost a su situación concreta. A partir de ahora, ya todo resultaba imparable.

Gorvachov pensaba que, profundizando en las reformas, la presión popular disminuiría. Error. Lo que ocurrió fue justamente lo contrario. En el discurso del 27º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en enero de 1987, Gorvachov presentó su programa de reformas: anunció la introducción del mercado libre, la descentralización de la economía nacional y reformas liberalizadoras en la vida política. Dos desastres ocurridos en aquella época, acentuaron las dificultades del nuevo presiden soviético: el incidente en la central nuclear de Chernóbil que demostró las deficiencias del programa nuclear soviético y el terremoto de Armenia que causó 20.000 muertos. Aumentó el descontento y, a pesar de que Gorvachov suscitaba simpatías en Occidente como ningún otro dirigente soviético, lo cierto es que en su país resultaba cada vez más impopular y apenas podía contar con partidarios. Poco a poco, se fue organizando una oposición a su derecha y a su izquierda que llevó al fin de la URSS y al fallido golpe de Estado que lo expulsó del poder.

Reforma necesaria y reforma imposible

La URSS murió víctima de factores exógenos y endógenos, pero fundamentalmente, lo que ocurrió fue una “revolución democrática” que se atuvo en todo a las revoluciones precedentes, empezando por la francesa: los intelectuales tomaron partido contra el régimen, éste no entendió que en los años 60 había llegado una cita con las “reformas necesarias”; pero en aquel momento, el régimen se sentía fuerte y no tenía por qué oír la voz del sentido común que le sugería realizar las reformas mientras el bolchevismo aún fuera fuerte, hegemónico y mayoritario, así que, como antes Luis XV y después Nicolás II y muy en especial su antecesor Alejandro III. Pasó el tiempo y la “reforma necesaria” seguía siéndolo, pero el régimen soviético ya no era tan fuerte como antes: la población vivía en plena carestía, la cola para comprar cualquier cosa era algo habitual, las viviendas angostas y sombrías, la burocracia asfixiante, pero el régimen se desangraba en Afganistán (el Vietnam soviético), sus aliados del Pacto de Varsovia empezaban a desconfiar de la vitalidad de la URSS, el problema de las nacionalidades, la Guerra de las Galaxias y un presupuesto militar insostenible... todo, absolutamente todo indicaba que, en esas circunstancias, cualquier reforma llegaba tarde y sería tomada por todos como un gesto de debilidad. Por eso fracasó la glasnost.

En cuanto a la “perestroika” fue todavía peor. En el fondo podía pensarse que la tarea histórica del bolchevismo (como en España la del franquismo) consistió en asumir el poder en un país atrasado que había llegado tarde a la revolución industrial, concentrar el poder, planificar la economía y conseguir en unas décadas recuperar el tiempo perdido. Algo de eso había, en realidad. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, el ideal de Lenin era hacer de Rusia una especie de EEUU del Este de Europa: con su mismo nivel de vida, con su misma industrialización, una especie de American way of life a la soviética. Gorvachov recuperó ese plan. Lo que ocurrió después tiene su lógica: antes o después, una economía autoritaria y planificada, termina generando islotes de capitalismo e iniciativa privada que, a partir de cierta concentración económica, reivindican no solamente libertad económica sino también libertades políticas. Desde el momento en el que Gorvachov anunció medidas liberalizadoras de la economía, era evidente que poco después debería acometer reformas políticas democráticas.

Y este era el problema: Gorvachov en aquellos años no tenía intención de destruir el sistema socialista, sino que sólo aspiraba a reformarlo. En sus primeros años de permanencia en el poder, Gorvachov no realizó ningún cambio económico importante. Toda su actividad se centró en tender la mano a Occidente, seguir financiando a movimientos pacifistas y contrarios a la OTAN, tratando de capear los temporales internos que se anunciaban en el horizonte. De hecho, la perestroika (esto es, las reformas económicas) no habían sido diseñadas por él, sino que estaban en barbecho desde la época de Chernenko y Andrópov, pero por distintas circunstancias, nunca se había creído posible aplicarlas, ni siquiera impulsarlas. En realidad, la perestoika consistía simplemente en transformar la economía soviética burocratizada en lo que se quiso llamar “economía socialista de mercado”, la misma experiencia que luego se realizó en China en los años 90. La “perestroika” era una verdadera “revolución por arriba”, realizada por la nomenklatura soviética. En realidad, cuando se aplicó no fue más que una privatización salvaje de los recursos del Estado realizada por un Gorvachov terminal y, posteriormente, en plena anarquía económica cuando el país sufrió el gobierno del que fue presentado en Occidente como “héroe ruso”, cuando en realidad, no pasó de ser un individuo obtuso y alcoholizado: Boris Eltsin.

Si tu adversario ha caído, remátalo…

En realidad, la perestroika” se fue acelerando y resultó el equivalente a los típicos procesos de ultraliberalismo que habían arrasado la economía chilena (con la irrupción de los “Chicago boys”) y posteriormente en EEUU y el Reino Unido con Ronald Reagan y Margaret Tatcher. Lejos de resolver todos los problemas de la economía soviética, lo que ocurrió fue que en un breve espacio de tiempo se generaron gigantescas acumulaciones de capital y de corrupción; la agricultura que funcionaba particularmente bien (aunque tenía problemas de distribución) quedó descoyuntada, la producción disminuyó, se permitió la entrada de capital extranjero (sin que existiera consenso en el gobierno soviético al respecto) y se produjo una parálisis casi inmediata caracterizada por cierres masivos de empresas, interrupción de la investigación científica, inflación. La pauperización y la pobreza, hasta entonces sin apenas incidencia en el país (cuya población vivía modesta, pero no pobremente) alcanzaron al 90% de los rusos.

La estrategia de Gorvachov era la contraria a la que habían utilizado sus precedentes: si, para estos, había que armarse y estar preparado con una capacidad militar convencional y nuclear para disuadir a os EEUU de actuar contra la URSS y lograr conservar las conquistas sociales, él, Mikhail Gorbachov tendería la mano, demostraría que la URSS no albergaba intenciones agresivas contra Occidente, lograría un respiro para reestructurar la economía, rebajando el presupuesto militar, accedería a reformas políticas que acercaran a la población a su gobierno y abriría un período de estabilidad política mundial en la que los ideales de la revolución de 1917 seguirían vivos, pero en un marco “humano”. Lo que ocurrió fue justamente lo contrario.

Hacia el “otoño de las naciones”

Los servicios secretos occidentales pronto advirtieron que la URSS con Gorvachov estaba dando síntomas de debilidad. El adversario estaba caído y, para los analistas de la inteligencia norteamericana y del Departamento de Estado, el mejor momento para rematar a tu adversario es, justamente, cuando está de rodillas en el suelo: entonces le puedes patear tranquilamente la boca, el estómago, donde te plazca. Y eso fue lo que hizo la OTAN (es decir el sistema norteamericano de alianzas) con la URSS: manipular a la opinión pública mediante los nuevos millonarios, condicionar a la opinión pública y apoyando, de todos los líderes posibles, al más nefasto, incapaz y chapucero: Boris Eltsin. Bruscamente, en los medios de comunicación occidentales, Gorvachov seguía apareciendo como el hombre que “estaba cambiando la URSS”, pero la figura de Eltsin era tratada cada vez con más condescendencia. Nadie recordaba que era un alcohólico empedernido, un habitual narcisista buscador del aplauso fácil: se le presentaba como el “hombre que sabía lo que había que hacer”, sin las dudas ni los lastres de Gorvachov.  

De nada sirvió que éste reconociera perdida la partida en Afganistán e iniciara la retirada de tropas en 1988, de nada sirvió que anunciara distintas propuestas de desarme, de nada sirvió que la prensa pudiera criticar, denunciar o desprestigiar (a menudo sin motivo) a funcionarios y políticos (para aupar a otros), de nada sirvió que hiciera valer el reconocimiento de que cualquier república soviética podía separarse de la Unión por el acuerdo de 2/3 de sus habitantes y que se iniciara la centrifugación de la “casa común”… Siempre alguna voz pedía “más”, siempre algún medio de comunicación nuevo (el origen de cuyos fondos se ignoraba) indicaba la necesidad de más y más reformas liberalizadoras… 

¡Y esto a pesar de que la transformación de la economía estatal con un sector público omnipresente, a una privatización salvaje estaba llevando a la degradación de los servicios públicos, a la pérdida del poder adquisitivo de los salarios y a la depreciación de las pensiones! Hacia 1988, la prensa liberal rusa estaba de acuerdo en que las reformas “avanzaban muy lentamente” … y que, por eso, se estaban produciendo “reacciones perversas” en el bienestar de la población. Era una falsedad: las reformas se estaban haciendo a prisa y corriendo, pero ya nada podía satisfacer a la oposición. Quería, simplemente, el poder, aunque lo que recibiera como herencia fuera un país en ruinas.

Los cambios acelerados en los países del Este

Reagan fue recibido en Moscú y Gorvachov le ofreció una significativa reducción de armamentos. Si el consejo de liberalizar la economía había sido dado por Margaret Tatcher, el de dejar que cada país aliado tomara su propio rumbo fue sugerido por Reagan. El muro de Berlín hacía caído el 9 de noviembre de 1989. A partir de ese momento, era evidente que la URSS había perdido la Guerra Fría y que el bolchevismo entraba en el desván de la Historia. Lo que ocurrió en los dos años siguientes certificó este balance final.

Ya de poco importaba el que Eltsin hubiera sido expulsado del PCUS. En mayo de 1990 fue elegido presidente de la Duma y desde allí aceleró las medidas que precipitaron el fin de la URSS. Las Repúblicas Bálticas y Moldavia celebraron elecciones que dieron mayoría a los independentistas… algo que podía esperarse después del llamado “otoño de las naciones” en 1989, cuando se hizo evidente que la URSS apenas podía afrontar los problemas interiores y, por tanto, ya no estaba en condiciones de atajar movimientos liberalizantes en su cinturón de alianzas.

En Polonia, ese año, Solidarnosc fue reconocido y legalizado; las elecciones del 4 de julio de 1989 fueron muy adversas para el gobierno y el 24 de agosto se estableció el primer gobierno no comunista desde 1948 que convocó elecciones presidenciales para mayo de 1990 tras las que Lech Walesa, secretario del sindicato, fue elegido presidente.

En Hungría, el régimen había sido, a partir de la revolución de 1956, menos duro que en otros países del Este. Se le llamaba a su régimen “comunismo goulash”. En mayo de 1989 se logró rehabilitar a la revolución de 1956 y 100.000 personas asistieron al homenaje a Imre Nagy, líder aquel episodio. En octubre de 1989 se modificó la constitución y se permitió el pluripartidismo. Las primeras elecciones libres tuvieron lugar en mayo de 1990.

En Berlín el muro se derrumbó metafóricamente en la noche del 9 de noviembre de 1988. En septiembre de ese año, el levantamiento de las restricciones en los países del Este limítrofes permitió que 13.000 alemanes orientales pasaran a Hungría y de ahí a Occidente. En otoño comenzaron las manifestaciones masivas contra el régimen; éste no pudo reaccionar y fue incapaz de aplicar reformas pedidas. De todas maneras, en Alemania, el único indicativo de la liberalización no eran las elecciones, sino el libre tránsito entre el Este y el Oeste de Alemania. La caída del Muro de Berlín fue un símbolo y, a partir de ese momento, ya nada podía impedir la reunificación del país, lo que ocurrió legalmente el 3 de octubre de 1990. A partir de ese momento, estaba claro que una época había terminado.

Los gobiernos comunistas de Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania, fueron arrastrados por los cascotes desprendidos del Muro de Berlín. El 17 de noviembre de 1989, la policía checoslovaca todavía se sentía con fuerzas de repeler a las manifestaciones estudiantiles, lo que precipitó la unificación de la oposición y la creación del Foro Cívico dirigido con el escritor Václac Havel, mientras que en el interior del Partido Comunista, inmovilistas y evolucionistas se enfrentaban a muerte. El 10 de diciembre de 1989 todo se precipitó: Husak dimitió, Havel se convirtió en jefe del Estado y Alexander Dubcek, héroe de la “primavera de Praga”, pasó a ser presidente del Parlamento. Las elecciones de 1990 se saldaron con la victoria del Foro Cívico. Las costuras de aquel país artificial creado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial y que ya se había desintegrado en el período 1938–1939, no resistieron la oleada de libertad: checos y eslovacos, pueblos con pocos puntos en común y muchas rivalidades ancestrales, terminaron separándose dos años después.

Bulgaria, país pacífico y tranquilo en donde la población había tolerado estoicamente cuarenta años de régimen comunista sin muchas protestas, se vio arrastrado por sus vecinos. La dirección del Partido Comunista quiso evitar manifestaciones de masas contrarias al régimen. Todo se precipitó en el momento de escucharse la noticia de lo sucedido en Berlín: el 10 de noviembre de 1989, un golpe de Estado interno en el Partido Comunista relevó a Tudor Zhivkov que dirigía el país desde 1954. A partir de ahí el camino hacia la democracia resultó expedito sin grandes traumatismos.

Peor fue lo ocurrido aquel otoño en Rumania, país en donde Nicolay Ceaucescu gobernaba desde 1974. Era un régimen que había coqueteado con Occidente y que suponía una forma particular de comunismo. El arresto de un predicador protestante en Transilvania marcó el inicio de la revuelta en Timisoara que se extendió a todo el país. El 21 de diciembre de 1989 una manifestación convocada para apoyar al régimen se transformó en un acto de protesta que convenció a Ceaucescu de abandonar el país al día siguiente. Sin embargo, resultó detenido y fusilado tras un simulacro de juicio. Hoy se sabe que las fotos difundidas en Occidente sobre la “masacre de Timisoara” eran, simplemente, falsas…

Las actos finales de la Guerra Fría

Es evidente que todos estos regímenes del Este cayeron porque la URSS, a diferencia de durante la revolución húngara de 1956, durante las protestas berlinesas de 1954, durante la primavera de Praga de 1968, o durante las reiteradas huelgas en los astilleros de Danzig a partir de 1980, ya no se encontraba en condiciones prestar ayuda para apuntalarlos. También es evidente –las falsedades difundidas en Occidente en torno a la citada “masacre de Timisoara” así lo confirman– que algunos servicios de inteligencia occidentales “ayudaron” a que se produjeran las protestas populares.

Ya solamente quedaba certificar el final de una época. La escenificación se realizó el 3 de diciembre de 1989 en la Conferencia de Malta que reunión a Mikhail Gorvachov y a George H. W. Bush. Unos meses después, el 1 de julio de 1991, se disolvió oficialmente el Pacto de Varsovia y la propia Unión Soviética emitió su morituri el 25 de diciembre de 1991. Había terminado un período y empezaba otro: la era de la globalización.

Desde el punto de vista internacional, la Guerra Fría había sido el período del “bilateralismo”, de la misma forma que el período anterior fue el del “multilateralismo europeo” y el posterior, el del “unilateralismo” norteamericano… al menos hasta un período difuso comprendido entre el 11 de septiembre de 2001 y el verano de 2007, es decir, entre el casus belli para las intervenciones de EEUU en Afganistán e Iraq y el inicio de la gran crisis económica. La lucha entre capitalismo, comunismo y fascismo del período posterior a la Primera Guerra Mundial y que se prolongó hasta 1945, convertida en lucha entre el capitalismo y el comunismo durante la Guerra Fría, pasaría a ser la Edad de Oro y de Hielo del ultraliberalismo.

365 QUEJÍOS (280) - ¡EY VOX! ¿QUÉ HACEMOS CON LOS EMPANAOS?


En síntesis: no logro entender por qué, el zapaterismo puso tanto énfasis en combatir el tabaquismo hasta el punto de dejar como delincuentes a los que nos fumamos algún purito de tanto en tanto y porqué hoy uno está obligado a respirar aroma a porro o permitir que sus hijos o nietos jueguen en algún parque en el que un grupo de empanaos consume canutos a destajo. Cuando en 2002 escribí con el seudónimo de “Rafael Pi” ¿Fumas porros gilipollas?, la verdad es que no pensaba que las cosas podían ir tan lejos. En aquella época, lo que se llevaba era el botellón y lo incomprensible era que por la tele se veían jóvenes cuya máxima aspiración era emborracharse antes y emborracharse más y mejor que sus colegas. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
La crisis económica de 2007 y el empobrecimiento del mercado laboral -cada vez más competitivo- generaron cientos de miles de ni-nis. El sector de la construcción registró un paro brusco y extremo. Existía riesgo de que la crisis económica generase una crisis social que, desembocara en procesos revolucionarios, protestas generalizadas y movimientos reivindicativos. Así que el sistema se blindó con tres armas:
  1. el entertaintment, es decir, el desarrollo de una poderosa industria del ocio basada en las nuevas tecnologías, los vuelos low-cost, la ampliación de la audiencia de los deportes de masa y los productos culturales basura que se hicieron accesibles a unos precios increíbles hasta ese momento.
  2. los subsidios de dimensión suficiente como para jóvenes que vivían con sus padres pudieran disponer de efectivo para la “triple P”: “Pizza – Paddle - Porro”, es decir, “comida basura – videojuegos – somnolencia”, suficiente para bloquear cualquier impulso desestabilizador del Estado.
  3. descenso de la presión sobre el tráfico de drogas realizado en nombre de la “libertad de opción”. Bastaba simplemente, con que los sectores “sensibles” encontraran nuevas distracciones accesibles e incluso que pudieran convertir su afición en negocio. Fue así como aparecieron decenas de “ferias del cannabis”, establecimientos grow-shop, clubs de cannabis.
Es necesario recordar que en España la época de la “permisividad ante la droga” se inició cuando la democracia se estabilizó. En 1982 se calculaba que los 2.000.000 de porreros, cocainómanos y heroinómanos de la época, votaron masivamente el PSOE, gracias a su propuesta de “despenalización del consumo de drogas”. Sería aventurado y unidimensional unir esta propuesta a la epidemia de heroinómanos que sufrió España entre 1984 y 1992 que coincidió con la extensión del SIDA, pero lo cierto es que los años del “felipismo” fueron los años en los que la sociedad española empezó a caer en picado: en los medios de comunicación abundaban predicadores que querían que se legalizaran todas las drogas. Alegaban incluso que si estaba muriendo gente víctima de la heroína se debía a que estaba adulterada, pero que en estado puro y bien dosificada resultaba inocua. Más benigna que una caja de Donuts.

Imposible saber cuántos toxicómanos se quedaron en la cuneta y cuántas familias sufrieron por las adicciones de sus familiares. En ese ciclo político el único responsable del desastre fueron las siglas PSOE con sus 202 diputados y sus 10.000.000 de votos. Luego vino Aznar y algunos pensaron “Es un hombre de derechas, arreglará todo este desastre”. Pero no, la permisividad continuó y se amplió. En esos años, buena parte de los accidentes laborales en algunos sectores solamente podían explicarse porque los operarios estaban bajo la influencia del cannabis. La derecha, se negó a legislar y a actuar decididamente contra el tráfico de drogas.

Por lo demás, estaba claro que la guerra de Afganistán era una “guerra de la droga” y que, después de 2001 se reemprendió el cultivo de la amapola bajo protección de los marines y de la bandera de las barras y estrellas. La “ruta de la seda”, volvió a ponerse en marcha, conduciendo toneladas de heroína hasta el “corredor turco de los Balcanes”, extendiéndose desde Albania a toda Europa. ¿Entendéis porque para los EEUU era necesario que existieran “repúblicas islámicas” en la antigua Yugoslavia y por qué era necesario bombardear al pueblo serbio? ¿Objetivo? Debilitar a Europa, off curse.


Y llegó la crisis de 2007. Los gobiernos aplicaron contramedidas para evitar crisis revolucionarias. Uno de ellos fue convertir al cannabis en una “droga simpática”. Tenía algo de psicodélica, era barata, se podía cultivar en una maceta, generaba risas, era comunitaria y parecía claro que se trataba de una “droga blanda” que, para colmo tenía propiedades analgésicas y sedantes. No se podía pedir nada más. Así que los servicios de seguridad del Estado descendieron la presión contra el tráfico de cannabis y se empezó a promover una “industria del cannabis”.

Por toda la geografía nacional empezaron a aparecer “ferias del cannabis” que ofrecían todo lo necesario para el “cultivo in door”. Muchos ni-nis pensaron si no sería una buena inversión cultivar ellos mismos su propio cannabis. Por lo demás, el haschisch producido en el valle del Rif, tras haber llegado a límites máximos con Aznar, había remitido algo. Esa era la buena noticia. La mala que, si había remitido era porque para los exportadores marroquíes, resultaba mucho más rentable aprovechar las redes y las rutas para traer cocaína a España, a la vista de que la presión policial en Galicia cerraba las puertas de esa ruta.

La última fase de esta historia tiene lugar en los años de gobierno de Rajoy. Nuevamente, el PP, no solamente no hizo nada para detener el avance de la toxicomanía, sino que, como era habitual en Rajoy, miró hacia otro lado. Cuando una moción de censura se lo llevó por delante, en ciudades como Barcelona habían proliferado, sólo en torno a las Ramblas, 400 “clubs de cannabis” que incluso se anunciaban como atractivo turístico: “Mas barato que en Ámsterdam”. Incluso empanaos holandeses prefieren hoy venir a Barcelona para comprar aquí variedades inexistentes de cannabis en su propio país, u otras presentes, pero mucho más baratas en el territorio de la Colau…

Seamos realistas: prohibir hoy el consumo de cannabis es algo que ya no está al alcance de la mano. Los porreros no son 2.000.000 como en 1982, sino, un número indeterminado que oscila -según la UE- en el 17% de la población de entre 15 y 34 años. En algunas zonas, seguramente mucho más. Y, por otra parte, la estadística no registra a los mayores de 34 años, ni a los menores de 15, quizás por pudor… Así que olvidaros de que algún partido que aspire a obtener mayoría incluya en su programa elementos de lucha, no ya para la eliminación del porro, sino, simplemente, para un encarrilamiento de su consumo. El PSOE, por aquello del sostenella y no enmendalla, sigue en vanguardia. Y a nadie le sorprenderá que Podemos vaya en la misma dirección, ni, por supuesto, que Ciudadanos se haya mostrado partidario de legalizar la marihuana desde 2015.

Y esto es lo que resulta incomprensible: que se haya puesto tantas trabas al tabaco y que nadie ose alegar nada contra el cannabis, especialmente cuando en las salas de urgencia y de psiquiatría de los hospitales no existe la más mínima duda sobre la deriva que genera y que tiene sus hitos en “psicosis cannábica” que deriva hacia esquizofrenia. La medicina ha establecido, perfectamente, que el THC, el tetrahidrocannabinol, principio activo del cannabis, es una llave que abre la puerta de la esquizofrenia. ¿El primer toque de atención? Las reacciones violentas del empanao cuando alguien contradice su voluntad o le impone alguna obligación… contradictoria con esa fama que tiene de ser la droga de los “pacíficos” y de la risa.

Recordemos que el tabaco solamente ha visto limitado su uso y consumo cuando las estadísticas han indicado que los ingresos del Estado por impuestos son inferiores a los gastos sanitarios que conlleva el tratamiento de los cánceres que genera. Pero esto se ha producido más de un siglo después de que pudieran empezar a intuirse esos efectos. ¿Ocurrirá otro tanto con el cannabis? Igual o peor.


El problema es que, mientras, el consumo de cannabis aumenta: ayer me veo en horas lectivas a un grupo de jóvenes liando porros en el centro del pueblo. La policía municipal pasa y, por supuesto, no osa decirles nada. En esa misma zona, padres y abuelos pasean a sus nietos. Hay zonas de la ciudad (y zonas de la Gran Barcelona) que tienen como olor dominante el del porro. Es fácil identificar en qué zonas hay pisos donde se cultiva marihuana. En los trenes de cercanías, en el metro, sube y baja gente que ya tiene el olor del cannabis incorporado a su anatomía. Los vemos liar porros para tenerlos dispuestos en cuanto pongan un pie en el andén. A primera hora de la mañana he visto gente con el porro encajado entre los labios para empezar bien el día. ¿Jóvenes sólo? En Villena no hace tanto, estuve a punto de atropellar a una anciana de no menos de 80 años que iba fumando y cruzando la calzada de manera suicida. He visto albañiles en las obras, subidos a los andamios, empanaos por completo. Pero donde ya me resulta muy difícil aceptar los hechos consumados es cuando un grupo de empanaos se pasa el porro a dos metros de donde están jugando mis nietos…

El “legislador” alega: están previstas multas por consumir drogas en espacios públicos. La mentira institucionalizada afirma con una seriedad pasmosa, que multar con entre 601 euros y 30.000 a un empanao servirá para algo. Como aquellas multas de 300 euros por rebuscar en la basura… Casi un chiste.

Y nadie hace nada. Ni -desengañaros- nadie hará nada porque una medida para limitar el consumo de cannabis en lugares públicos, puede suponer una merma de votos tanto para el PP como para Ciudadanos… Con ellos, la permisividad no va a cambiar: y de la misma forma que el gobierno Sánchez y todas las administraciones socialistas que le han precedido, han publicado cientos de spots publicitarios contra el tabaco, no veréis ninguno que denuncie los riesgos del consumo de cannabis. De hecho, hay genios que ni siquiera consideren que inhalar THC por los pulmones sea “fumar” … lo que, por si mismo, evidencia el estado de caos mental.

El realismo nos dice que ya es tarde para poder cortar el consumo de cannabis, pero lo que sí se puede hacer es regularlo. El fumador de cannabis debe de estar alertado por la autoridad médica competente sobre los riesgos de su adicción y las implicaciones a corto, medio y largo plazo. No es de recibo porqué en las cajetillas de tabaco el 60% del especio debe de estar obligatoriamente dedicado a propaganda anti-tabaco y no ocurre nada parecido. Una legislación correcta debería de fijar claramente espacios para fumar y grabar la actividad comercial movida en torno al cannabis para que sea ella misma la que compense los gastos sanitarios que genera por sí misma. ¿Los progres quieren legalizar la actividad? Legalicémosla: pero también eso implica establecer penas por vender y consumir cannabis para menores de edad, y servicios a la comunidad para los que fumen en lugares inapropiados. Por el momento, no hay ningún partido que proponga nada por el estilo. Creo que la sociedad española empieza a estar harta también de ver como cada día más sectores de la juventud andan empanaos y engrosan las filas de fracasados en los estudios, fracasados en el trabajo a causa de algo que, en principio, dijeron que era inofensivo y que luego resulta no serlo tanto.

Dicho sea con afán constructivo:Lo que más me sorprende es que en los 100 puntos del programa electoral de Vox no hay ni una sola referencia ni a los porros, ni a las drogas, ni a las toxicomanías. Creo que no estaría de más que introdujeran algo sobre la cuestión porque, en los años que vienen, el empobrecimiento social y cultural del país, el aumento de grupos sociales subsidiados y el alza en los costos de la sanidad generados por el aumento en el consumo de porros, van a aumentar asindóticamente. Creo que una “Ley de Empanaos y Colgaos” sería el gran logro de la próxima legislatura…


lunes, 25 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (279) HACE CIEN AÑOS NACIÓ LA DOCTRINA DE LA “PUÑALADA POR LA ESPALDA”


Hace ahora cien años, en la Alemania derrotada y en la que se producían convulsiones revolucionarias y se organizaban los Freikorps, fue cobrando forma la teoría de la “puñada por la espalda” que, habitualmente, se sitúa en el paquete de forma conspiranoica. Pero lo cierto es que, buena parte de Alemania compartió esta teoría, especialmente en toda la franja no marxista y fue uno de los elementos esenciales que acompañaron a los primeros pasos del pequeño “Partido Obrero Alemán” al que se había terminado afiliando Hitler por esas fechas. Las dos principales diferencias de la “teoría de la puñalada por la espalda” con otras tesis conspirativas de la historia es que éste tenía visos de verosimilitud y fue compartida por millones de alemanes. De hecho, si 14 años después, Hitler llegaba al poder era porque en sus primeros años, esta temática supo enlazar con la psicología profunda y el sentimiento del pueblo alemán.

*     *     *

Alemania, ni siquiera en 1933 asumió su derrota en la Primera Guerra Mundial.  Era imposible que un ejército que había doblegado al Imperio Ruso, que lo había derrotado militarmente y obligado a capitular, que tenía ocupada parte de Francia y casi toda Bélgica, con la escuadra completamente intacta, sin haber conocido la derrota, bruscamente, veía como el frente del Oeste se derrumbaba, las tropas regresaban en desorden y el gobierno pedía la paz. Si se consideran tales circunstancias era evidente que muchos alemanes no tuvieron en cuenta que la llegada de millones de soldados procedentes de los EEUU, la alta capacidad industrial de aquel país, el desgaste de cuatro años de guerra, el empantanamiento de los frentes en el Marne y en Flandes, la carestía endémica que se estaba produciendo en la retaguardia, finalmente operaran un efecto sinérgico que destrozó la moral de resistencia poco antes de que resultase imposible reponer las reservas de armamento que se iban a agotando. Existieron causas muy objetivas para justificar la derrota alemana en 1918, pero difíciles de asumir para un nacionalista, especialmente si tendía a atribuir mayor importancia de la que tuvieron las circunstancias de política interior. La suma de estas circunstancias dio nacimiento a la doctrina de la «puñalada por la espalda» (Dolchstoß), según la cual la victoria alemana y el esfuerzo en los frentes habría sido saboteado deliberadamente por grupos políticos (la izquierda marxista) y sociales (los judíos, especialmente, pero no sólo ellos, también se atribuía responsabilidad a los masones).


En ciencia se dice que es mejor tener una teoría errónea que no tener teoría. Es posible que, de la crítica al error, pueda surgir una nueva teoría más veraz o, al menos, que la presencia de una doctrina equivocada pero que aporta una respuesta, contribuya a estimular los debates y la investigación. Sin embargo, buena parte de la sociedad alemana se negó a admitir las causas que habían llevado a la derrota de 1918. La derecha, el ejército y, especialmente, el nacional–socialismo, consiguieron convertir esta doctrina en su más formidable ariete ofensivo. La derecha no podía admitir otra explicación a causa de su nacionalismo chauvinista; el ejército debía encontrar necesariamente una justificación a lo que había sucedido; y en cuanto al NSDAP, que, en gran medida, como veremos, tradujo, especialmente en sus primeros pasos, los intereses y las opiniones políticas de amplias franjas de excombatientes, lo utilizó simplemente como banderín de enganche. No es que, por sí misma, la doctrina de la Dolchstoß pueda explicar el vertiginoso ascenso del NSDAP, especialmente a partir de 1922, pero si es rigurosamente cierto que, entre sus consignas más populares y, sin duda, la que generó más adhesiones, fue la denuncia de esta presunta o real traición.

Tras el fracaso de la última ofensiva en el frente del Oeste, las reservas alemanas se agotaron. La industria ya no estuvo en condiciones de seguir suministran-do municiones a los frentes y se extinguió la última esperanza de la población. El gobierno que desde el inicio del conflicto había sido detentado por los militares, con Paul von Hindenburg al frente, cedió el poder a un gabinete civil que se preparó para negociar la paz.

Para estar en condiciones de obtener un mejor acuerdo, la Kriegsmarine que después de la batalla de Jutlandia (que quedó en tablas con pérdidas simétricas por ambas partes), se encontraba anclada en los puertos del norte de Alemania sin haber participado apenas (salvo unidades ligeras) en el conflicto, recibió la orden de salir a mar abierto para enfrentarse a la escuadra británica y obtener una victoria que hacer valer en el tablero de las negociaciones. Aquella marinería que se sentía afortunada por no haber participado en la carnicería de las trincheras y haber permanecido alejada de los combates, bruscamente advirtió que iba a ser sacrificada en el último momento. Estallaron violentos incidentes en los puertos de Kiel y en las demás bases de la flota para evitar salir a alta mar. Los marineros de los grandes acorazados apagaron las calderas y se produjeron manifestaciones, disturbios e intercambios de disparos en los puertos. La revuelta estaba instigada por los soldados pertenecientes a las distintas formaciones de izquierda y extrema–izquierda. En varios puertos y sobre algunas naves pesadas ondeó durante varios días la bandera roja.

Como apoyo a estos disturbios e insubordinaciones en los puertos del Norte de Alemania, estalló un movimiento huelguístico en el resto del país que provocó confusión en el frente y desmoronó lo poco que quedaba ya de combatividad en las unidades que habían sido castigadas de manera inmisericorde duran-te cuatro años. La noticia de que se habían iniciado negociaciones para alcanzar la paz desintegró a unidades enteras, disolvió la disciplina y socavó la posibilidad de continuar la guerra. El 11 de noviembre de 1918, un gobierno compuesto por civiles, firmó el Armisticio en el bosque de Compiègne. El Tratado de Versalles que siguió adquirió los rasgos de una verdadera venganza (a pesar de que la responsabilidad del conflicto no recaía sobre Alemania, se daba por sentado que la derrota implicaba, casi automáticamente, el reconocimiento de la voluntad agresiva del Kaiser y del «cuerpo de oficiales», esto es, del «militarismo prusiano»).


La cuantía de las reparaciones era tan absolutamente elevada que resultaba difícil de satisfacer; las pérdidas territoriales hacían que el Reich se viera merma-do en casi un tercio de su territorio; finalmente, las limitaciones impuestas al ejército de la nueva República implicaban, no solamente dejar a la nación en un estado de indefensión frente a agresiones extranjeras o incluso a disturbios civiles, sino que también suponía un torpedo en la línea de flotación del «federador» de Alemania, Prusia. Miles de oficiales de carrera, pero también decenas de miles de oficiales ascendidos por méritos de guerra, destinados a las «unidades de asalto», quedaron bruscamente fuera de las fuerzas armadas y sin posibilidades de reinsertarse en la vida civil: jóvenes de 22 años con los grados de teniente y capitán, que estaban en filas desde los 18 años y habían fraguado fuertes lazos de camaradería con sus subordinados, no recordaban otra cosa de su vida anterior más que las trincheras, el rumor continuo de los bombardeos, la exaltación de los combates, el olor a pólvora y la vinculación con su unidad. Les habían robado la juventud nada más salir de la adolescencia; el destino de su patria hizo de ellos soldados. En quienes vivieron con más intensidad los combates, no quedó nada de su vida anterior. Apenas vagos recuerdos de banalidades.

De estos soldados nacieron los Freikorps de los que el NSDAP fue, en la práctica, su expresión política. Y fue en esos sectores en donde prosperó con más vigor una interpretación no del todo errónea sobre la guerra perdida basada en que el heroísmo de los soldados del frente y la victoria cierta les había sido sustraída mediante la famosa «puñalada por la espalda». La interpretación nació y prosperó a lo largo de 1919. Se han dado distintos momentos para situar al «autor» de la afortunada expresión (que, por sí misma, hizo imposible la existencia de la República de Weimar y fue tenida siempre por los combatientes como «hija de la traición»).

Se ha dicho, por ejemplo, que fue un militar británico, el general sir Neil Malcolm quien, comiendo un día con Ludendorff, le preguntó a qué atribuía la derrota. El militar alemán le respondió que todo se había debido a problemas en la retaguardia, al llamado «frente interior», a lo que Malcolm contestó: «Eso suena como si les hubieran asestado una puñalada por la espalda». La expresión llamó la atención a Ludendorff el cual, a partir de entonces, la difundió hasta la saciedad en los medios de excombatientes. Existen otras interpretaciones que remontan el nacimiento de esta doctrina un año antes cuando todavía los frentes estaban en activo. El historiador Boris Barth rastreó el origen del término ubicando su primera aparición el 2 de noviembre de 1918 pronunciado por Ernst Müller–Meiningen, un diputado del Reichstag partidario de continuar la resistencia:
Mientras el frente se mantenga, nosotros tenemos la obligación de seguir resistiendo en nuestra patria. Nos avergonzaremos delante de nuestros hijos y nietos si le caemos al frente (de batalla) por la espalda y le asestamos la puñalada. («...wenn wir der Front in den Rücken fielen und ihr den Dolchstoß versetzten.»)
A pesar de que los datos aportados por Barth no son concluyentes, su estudio pormenorizado hasta lo neurótico, consigue desmontar el origen ludendorffiano del término y evidencia que la expresión (no particularmente sofisticada) estaba en uso y abundantemente difundida entre los medios alemanes partidarios de proseguir la guerra.

Al margen de su origen –hasta cierto punto incierto pero irrelevante para nuestro estudio– lo interesante es constatar que, a partir de ahí, asumiendo la realidad de «la puñalada por la espalda» se generaron determinadas «certidumbres» sin las cuales es imposible interpretar lo que ocurrió después. El antisemitismo, por ejemplo. La interpretación de la derrota apuntaba al papel de determinados judíos (Kurt Eisner especialmente) en la traición. El hecho de que la inmensa mayoría de líderes bolcheviques que surgieron en aquellos últimos meses de 1918 y durante 1919 fueran de origen judío, contribuyó todavía más a hacer «digerible» dicha interpretación (que, por cierto, olvidaba que también otros judíos, Walter Rathenau, por ejemplo, habían contribuido al es-fuerzo bélico, como muchos soldados del frente del mismo origen étnico).

Otro de los objetivos a los que apuntaba esta interpretación era contra el SPD, los socialdemócratas de la mano de los que se estableció la República de Wei-mar, en tanto que políticamente fueron los grandes beneficiarios de la derrota. Los socialdemócratas rechazaron vivamente tales acusaciones llegando incluso a los tribunales para dejar bien salvaguardado su honor.

Hitler solía referirse habitualmente a esta temática y así lo reflejó en su obra Mi Lucha:
“¿Sería que no se iban a abrir las tumbas de los cientos de miles que antaño habían partido con fe en la Patria para no regresar? ¿No se abrirían esas tumbas, para enviar a la Nación a los héroes mudos llenos de barro y ensangrentados, como espíritus vengativos, por la traición del mayor sacrificio que un hombre puede ofrecer en este mundo? ¿Acaso habían muerto para eso los soldados de agosto y septiembre de 1914 y, luego, seguido su ejemplo, en aquel mismo otoño los bravos regimientos de jóvenes voluntarios? ¿Acaso para eso cayeron en la tierra de Flandes aquellos muchachos de 17 años? ¿Pudo ésa haber sido la razón de ser del sacrificio ofrendado a la Patria por las madres alemanas, cuando con el corazón sangrante despedían a sus más queridos hijos, para jamás volverlos a ver? ¿Debió suceder todo eso para que ahora un montón de miserables se apoderase de la Patria? ¿Fue para eso que el soldado alemán había resistido, al sol y a la nieve, sufriendo hambre, sed, frío y cansancio en las noches sin dormir y en las marchas sin fin? ¿Fue para eso que él, siempre con el pensamiento en el deber de proteger a la Patria contra el enemigo, se expuso sin retroceder al infierno del fuego de las baterías y a la fiebre de los gases asfixiantes?

En verdad, aquellos héroes merecen una lápida en la que se escriba: «Caminante que vas a Alemania, cuenta a la Nación que aquí reposan los fieles a la Patria, obedientes al deber.»
¿Y la Patria? ¿Sería ése el único sacrificio que tendríamos que soportar? ¿Valdría Alemania en el pasado menos de lo que suponíamos? ¿No tenía ésta obligaciones para con su propia Historia? ¿Éramos nosotros todavía dignos de cubrirnos con la gloria de su pasado? ¿Cómo podríamos justificar a las generaciones futuras ese acto del presente? ¡Miserables y depravados criminales!
Cuanto más me empeñaba en aquella hora por encontrar una explicación para el fenómeno operado, tanto más me ruborizaban la vergüenza y la indignación. ¿Qué significaba para mí todo el tormento físico en comparación con la tragedia nacional?”
Estas sentidas líneas no son las de un demagogo decidido a encandilar a un pueblo y ejercitar su tarea de flautista de Hamelin. Son las de un hombre que se ha sentido traicionado, como millones de soldados, que no se resigna a olvidar a sus camaradas muertos, ni la situación de postración de la patria que no hacía mucho había vencido a Rusia y ocupaba territorios extranjeros. Son las líneas escritas por un patriota al que le duele la derrota de la patria y que asume como explicación una traición llegada de los más bajos fondos de la sociedad alemana.

La conclusión a la que inevitablemente se llegaba partiendo de estos presupuestos la enuncia también Hitler: “Hoy en día el poder se encuentra en las manos de los mismos hombres que en su tiempo hicieron la revolución, y esa Revolución representa el más miserable y vil acto de la Historia alemana, la más baja traición a la Patria”.

Esos hombres eran «los traidores de noviembre» (el mes de la derrota en 1918). El nacional–socialismo les declaró la guerra. No contempló otro enemigo más que a quienes señalaba como traidores. El encono con el que el NSDAP combatió contra la socialdemocracia alemana derivaba precisamente de atribuirle una responsabilidad especial en la derrota y en el saboteo del esfuerzo bélico. Así mismo, si los comunistas eran observados con ópticas bien distintas según los momentos se debía a que, por una parte, eran considerados como cobardes y emboscados en la retaguardia (los marineros de Kiel, los primeros en sublevar-se al recibir la orden de encender las calderas de los acorazados que habían permanecido en puerto casi toda la guerra), pero también al hecho de que existía excombatientes del KDP que habían cumplido con su deber. Hitler consideraba que un comunista podía convertirse en «un buen nacional–socialista», un socialdemócrata, en cambio, nunca.