jueves, 7 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (264) – HUNGRÍA Y SU FASCISMO, NADA QUE VER CON VIKTOR ORBAN O CON EL JOBBIK


En la primavera de 2018 dedicamos un volumen de la Revista de Historia del Fascismo, íntegramente al fascismo rumano. Lo dividíamos en tres partes: una historia de la evolución del fascismo y del nacional-socialismo en Hungría entre 1918 y 1945 escrito por el exdiputado del MSI Michele Rallo, una descripción del coronel de las SS Otto Skorzeny sobre su aventura en Budapest y, finalmente, un estudio sobre lo que se ha dado en llamar “populismo y europescepticismo húngaro” tras la caída del Muro de Berlín escrito por nosotros mismos.   Alguien puede estar tentado de pensar que el actual gobierno de Viktor Orban y el hecho de que el mapa político húngaro esté absolutamente desequilibrado en relación a los occidentales tiene algo que ver con la magnitud que alcanzó en los años 30 el Movimiento Hungarista o partido de los Cruces Flechadas, dirigido por Ferenc Szálasi. De hecho, no es así. Si el mapa político húngaro actual está escorado absolutamente a la derecha de la derecha liberal, no es a causa de los Cruces Flechadas, sino de la Revolución Húngara de 1956 que marcó a fuego a aquella sociedad, le proporcionó la convicción de que no podía esperarse nada de Occidente y supuso una sensación de opresión que duraría todavía treinta años más. Basta pasearse por Budapest para comprobar que en cada rincón del centro de la ciudad y, no digamos, del entorno del parlamento, hay alguna placa y flores renovadas, en honor de los muertos por los tanques comunistas, mientras Occidente mirada a otro lado.

Sea cual se la concepción de la historia que se defienda, parece evidente que el éxito del fascismo húngaro estuvo ligada al rechazo y a lo inolvidable de la revolución comunista protagonizada por Bela Kun y una pequeña camarilla en la que todos sus miembros eran intelectuales de clase media y origen judío como él. La brutalidad de aquel breve período, del 21 de marzo de 1919 al 1 de agosto del mismo año, conocido como la República Soviética Húngara, fue tal, que vacunó al pueblo húngaro para cualquier experiencia posterior que procediera de la izquierda. Hasta, claro está, 1945.

El Movimiento Hungarista y los Cruces Flechadas fueron, en su momento, el partido con más implantación popular de todos los fascismos europeos que no se encontraban en el poder. Su influencia fue mayor que la de la Guardia de Hierro rumana. El problema fue que, tras el breve período comunista, pronto llegó al poder el almirante Von Horty que encabezó un gobierno autoritario conservador, estilo franquista. No era esa, desde luego, la línea del movimiento Hungarista (cuyo primer nombre fue Partido de la Voluntad Nacional). Horty prohibió las actividades del partido al comienzo de la Segunda Guerra Mundial y éste pasó a la clandestinidad. Por entonces ya se había convertido en un amplio movimiento popular de carácter anticapitalista y anticomunista, pero con una personalidad propia extremadamente acusada. Era, claro está, la versión húngara del fascismo genérico y, poco a poco, fue incorporando a otras formaciones menores hasta que en 1940 se constituye el Partido Nacional Socialista Húngaro de los Cruces Flechadas. Pero siempre, hasta principios del año 1944, el “regente” Von Horty fue quien dictó las reglas de la política húngara y estas implicaban, alianza con el Eje… pero desde un conservadurismo monarquizante y burgués que nada tenía que ver con el partido de Szalási que a poco de su fundación protagonizó una larga huelga de la minería.

Durante la guerra, Horty se alineó con el Eje… hasta que el segundo ejército húngaro resultó masacrado por los soviéticos en Voronesh el año 1943. A partir de ese momento, el dictador-regente multiplicaría sus contactos con el Reino Unido para lograr un armisticio. Los alemanes cortaron esta posibilidad y obligaron a Horty a ser fiel a los pactos asumidos. A partir de ese momento, mediados de 1943, los jóvenes húngaros pudieron alistarse en las dos divisiones de las SS constituidas formadas íntegramente por cruces flechadas. Sin embargo, una vez más, a pesar de la palabra dada, Horty reintentó contactar con los ingleses. Fue entonces cuando se produjo una acción conjunta protagonizada por el coronel Skorzeny que se hizo con el control del Palacio Real y del gobierno húngaro en un audaz golpe de mano, mientras los partidarios de Szalási se sublevaban y formaban un gobierno que manifestaba su voluntad de seguir vivos y activos en la cruzada anticomunista y de aplicar reformas sociales en la sociedad húngara.

Los meses en los que Szálasi estuvo en el poder fueran de gran tensión: las tropas soviéticas mordían suelo húngaro y de nada sirvió la heroica resistencia de Budapest después de cuatro meses de asedio. El 1946, Szálasi y sus colaboradores, entregados por los norteamericanos a los soviéticos, fueron ejecutados después del consabido proceso. Los cruces flechadas emprendieron el camino del exilio o de la clandestinidad y en los años siguientes debieron soportar una presión que asfixió cualquier posibilidad de subsistencia del movimiento salvo en el exilio.

Se les achaca antisemitismo y el que en los meses que gobernaron ejercieron actos de violencia contra adversarios políticos. Un superviviendo de los que vivieron aquellos días y que encontramos en Québec, nos confirmó que, efectivamente, había sido un período extremadamente duro y que la represión sobre la comunidad judía se debió al papel que ésta tuvo con la resistencia que trabajaba para la URSS.

En el centro de Budapest existe hoy un “museo” sobre la violencia política (la Casa del Terror) en el que, en su cornisa, pueden verse los emblemas de los cruces flechadas y la estrella comunista. En la nueva Hungría, solamente el Jobbik, honra la memoria del “regente” von Horty. Todos honran a los muertos de 1956. Nadie parece recordar que en los años 30 el movimiento popular más extendido en el país era el dirigido por Szálasi y que se trató de un partido con una componente proletaria innegable que tomó distancias tanto del fascismo italiano como del nacional-socialismo alemán, como una variedad nacional específica de esta corriente.

La literatura sobre los crímenes que se atribuyen a los Cruces Flechadas parece excesiva a la vista del poco tiempo que estuvieron en el poder y que, en todo caso, su mayor esfuerzo se orientó a movilizar a la población y combatir en el frente. Pero los 40 años de régimen comunista tendieron a reforzar la propaganda antifascista que no cedió tras la caída del Muro de Berlín. Ciertamente, en la actualidad, algunos historiadores están contribuyendo a poner los puntos sobre las íes sobre el fascismo rumano más allá de la propaganda y de las “verdades oficiales”. Pero en 2019, por mucho que la prensa occidental se empeñe y los partidos liberales y socialdemócratas lo proclamen en la Hungría de Viktor Orban lo que ha renacido no es el fascismo, sino una forma de “derecha nacional”, sin contacto con aquella experiencia histórica (aunque en algunos casos evite, significativamente, pronunciarse sobre ella).

Si el fascismo rumano y el fascismo español son paralelos en algunos aspectos, cabe decir que entre el fascismo español y el húngaro solamente existe una similitud: su voluntad de atraerse a las clases trabajadoras y su deseo de reforma social que en España resultó frustrado y en Hungría conquistó el sentir de las masas trabajadoras. Por lo demás, con quien si existen paralelismos es entre la figura de Franco y la de Von Horthy: ambos monárquicos, ambos militares, ambos autoritarios, ambos paternalistas… Pero está, claro está, es otra historia: la del conservadurismo autoritario, no la del fascismo.

El número especial sobre el Fascismo Rumano puede ser adquirido y verse su contenido en RHF-nº 55.