viernes, 15 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (272) – INMOLARSE EN EL ALTAR DE LA ESTUPIDEZ


Créanme que no sigo el juicio a los independentistas. Con que me informen de la sentencia dentro de unos meses habrá suficiente. Mi impresión es que les van a crujir judicialmente y lo de menos son las condenas de cárcel que en las cárceles catalanas se resolverán con la fórmula “lo comido por lo servido” (si los jueces de vigilancia penitenciaria no lo impiden), donde les va a doler es las inhabilitaciones para ejercer cargos públicos, los embargos de sueldos futuros y de propiedades para afrontar multas, costas y un futuro poco prometedor. La última esperanza de los procesados es que el día 21 la movilización popular sea de tal calibre que conmueva al tribunal y le induzca a la benevolencia.

Como servidor ha estado en la cárcel un total de algo más de dos años (en la Santé parisina, en la Modelo barcelonesa y en Alcalá-Meco) por delito de opinión -sí, por una simple manifestación ilegal, el exilio me llevó a utilizar documentación falsa y de ahí mi tránsito por la cárcel francesa- sé lo que estar en la cárcel y no me alegra precisamente la situación de los presos por el 1-O. Si hay algo bochornoso en todo esto es que el capitán araña de la aventurilla reside en Waterloo como un zar destronado, creyendo que todavía manda a compañías de úsares y de cosacos y puede lanzar ucases como quien lanza migas de pan a las palomas. Pero esta es otra historia. Insisto en que no sigo las vicisitudes del proceso porque creo que las posiciones están muy claras: un conato separatista contrario a la ley y un proceso en el que se juzgan a algunos de sus responsables, pero en el que no están todos los que son. La vida es bella y todo lo que rodea al independentismo es aburrido.

Ayer, precisamente, unos cuantos antiguos camaradas y amigos, nos fuimos de calçotada y en el curso de la comilona me pusieron al día de lo que estaba ocurriendo en el proceso: “mosén” Junqueras ha elegido el papel de nazareno. Carga con su cruz y va de mártir. En Cataluña, ir de mártir le dio buenos resultados a Francesc Macià, fundador de ERC, durante el proceso al que fue sometido por los hechos de Prats de Molló (intento de invasión de Cataluña durante el gobierno de Primo de Rivera, por parte de 200 aventureros, la mitad antifascistas exiliados). Macià era en aquel momento un fracasado (Gaetano Salvemini, liberal italiano lo calificó como “catalán de cabeza hueca”) pero el abogado -masón, off curse, Henri Torres, de ascendencia sefardí, dicho sea de paso- logró convertir ese fracaso en la catapulta que situó a Macià en un lugar clave tras la caída de la monarquía. El resto, lo hicieron el presidente de la República, Gaston Doumerge (masón de grado 33, iniciado en la Logia L’Écho du Grand Orient de Nîmes en 1901, miembro del Partido Radical) y sus Ministros de Justicia, René Renoult, e Interior, Camille Chautemps (igualmente masones de alto grado). Salió de rositas (“lo comido por lo servido”, es decir, el tiempo de detención era el mismo que el que se le condenaba) y nadie le preguntó por el arsenal de armas de guerra incautadas. La República masónica por excelencia, la Tercera República Francesa, protegía a los suyos (todos estos datos, no son facilitados por conspiranoicos antimasones, sino que están presentes en Internet en fuentes de la propia masonería francesa).

Hoy, un vistazo superficial a algunos digitales, explican que “mosén” Jonqueras ha optado por una “defensa pasiva”: sólo contestará a su abogado. Ni al juez, ni al fiscal, ni a la acusación particular. Puede hacerlo, claro está, pero es un suicidio jurídico. Los digitales, que ignoran la historia de ERC, ignoran también que Junqueras -es el más inteligente, con mucho, e incluso apostaría que el más honesto de todos los que se sientan en el banquillo- apuesta por el futuro: “hoy condenado… mañana ensalzado, como el avi Macià”. Un cálculo arriesgado, porque, Marx ya dijo que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa… Ahora estamos en el período de la farsa, es decir, de la comedia.

Otros medios afirman que Junqueras asume ser el “responsable intelectual” del proceso soberanista. No creo que sea así, pero si lo es, lo que merece es un examen psiquiátrico en profundidad. Aquello fue -y hablo en pasado porque el “procés” fue, pero ya no es- una auténtica locura intelectual, el producto de un mal cálculo sobre el estado de salud del Estado Español, no hubo nada serio ni razonado en toda aquella aventura, tal como se ha visto: apenas un grupo de amigotes que se van calentando y emborrachando ellos mismos con la publicidad que destila TV3 y el RAC y que retroalimentan sus obsesiones con esa misma publicidad. 

¿Junqueras "el ideólog del procés"? Aquí no ha habido cabeza pensante. Como máximo, ese papel debía de atribuirse a Carod-Rovira quien dijo hacia 2003 o 2004: “En 2014, Cataluña será independiente”… A fuerza de repetir el mantra, un grupo de ingenuos unos, de piratas otros, surgidos de los bajos fondos del pujolismo, todos ellos sufrieron el “recalentón” que llevó al “procés”. Eso fue todo. Al margen de lo que establezca la ley para estos casos, me temo que aquí, lo que un tratamineto de rehabilitación de los presos exigiría son cursos de lógica aristotélica obligatorios e incluso reforzantes cerebrales (no si se sigue vendiendo el Fosglutén, pero la inanición intelectual del proceso soberanista ha sido tal que ese parece el mejor remedio, dado que, en España, según la constitución, se trata de “rehabilitar” al preso, más que de castigarlo…).

Otro amigo, hoy, me envía un mensaje: “El día 21 los CDR cortarán los accesos a Barcelona”… Respuesta: “¿Y los Mossos? ¿no están para abrir aquello que otros cierran?”. Una vez más el eje de lo que ocurra el 21-F (que no es más que la huelga que “la intersindical catalana CSC” convocó para el pasado día 7 y, a la vista de las perspectivas, retrasó para el 21 y que a falta de afiliados, la iniciativa estará en manos de los restos de la CUP-CDR) caerá a la espalda de los Mossos, esos chicos, apolíticos la mayoría, que se apuntaron y pasaron las pruebas en busca de un trabajo seguro, buena remuneración, pocos sobresaltos y que, de repente, se encuentran en la calle sin recibir órdenes, atacados por unos, por otros y, en definitiva, incomprendidos. OEl 21-D promete ser otra escena de una comedia de enredo.

Lo cierto es que Junqueras tiene dos problemas: el primero de todos que el independentismo ha entrado en reflujo (no ha habido grandes movilizaciones y la que hubo el 11-S fue interior a la del año anterior y estos días en los que se ha iniciado el proceso, no se ha producido movilización de ningún tipo). Que los presos no lo adviertan porque llevan algo más de un año en la mazmorra fría y los contactos que tienen con el exterior son de amigos, familiares y correligionarios que quieren que su ánimo se mantenga en alto, es una cosa, pero la realidad de la calle es otra. El 21-D quedó claro (y nosotros mismos lo habíamos dicho desde mucho antes): “cada vez menos, cada vez más radicalizados”.

El segundo problema es que, cuando Macià se sentó ante el tribunal de París, la dictadura empezaba a estar con plomo en las alas. Las universidades ya estaban controladas por la FUE, en la calle, la Unión Patriótica había fracasado y parecía claro que aquello no iba a durar mucho. Duró escasamente cinco años más. Pero esto no tiene nada que ver con la perspectiva española actual: para bien o para mal, no parece que haya fuerzas, ni consensos con entidad suficiente para derribar al “régimen” y establecer una república.

Sin olvidar que el alegato de Junqueras ante el tribunal, tenía sentido ayer (cuando Sánchez -es decir, la debilidad y la ignorancia ante el problema independentista- estaba todavía en el poder), pero tiene mucho menos hoy cuando el gobierno se ha visto obligado a convocar elecciones (y las convoca para ganarlas, aun cuando está claro que deberá pactar en un momento en el que el electorado muestra un evidente giro a la derecha). A estas horas, Junqueras no debe pensar en si se equivocó anteayer al negarse a contestar a jueces, fiscales y acusación particular, sino lo que puede ocurrir si de las urnas sale un gobierno de derechas y unas simetrías parlamentarias que haga irrelevantes a los diputados de ERC.

De todas formas, todo puede ocurrir. Todo, menos dos posibilidades: que los independentistas logren la secesión y que ellos mismos certifiquen la defunción de su proyecto. El resultado inevitable de este verdadero oximorón es que, cuando un proyecto es imposible, pero sus impulsores se obstinan en él, poco a poco, se van quedando solos: el tiempo juega en su contra. Les ha ocurrido a los independentistas quebequeses, les está ocurriendo a los independentistas escoceses: Lo de Macià ante los tribunales fue hace ya casi 100 años. Lo del Quebec es de anteayer…