Créanme que no sigo el juicio a los independentistas. Con
que me informen de la sentencia dentro de unos meses habrá suficiente. Mi
impresión es que les van a crujir judicialmente y lo de menos son las condenas
de cárcel que en las cárceles catalanas se resolverán con la fórmula “lo comido por lo servido” (si los
jueces de vigilancia penitenciaria no lo impiden), donde les va a doler es las
inhabilitaciones para ejercer cargos públicos, los embargos de sueldos futuros y
de propiedades para afrontar multas, costas y un futuro poco prometedor. La última esperanza de los procesados es
que el día 21 la movilización popular sea de tal calibre que conmueva al
tribunal y le induzca a la benevolencia.
Como servidor ha estado en la cárcel un total de algo más de
dos años (en la Santé parisina, en la Modelo barcelonesa y en Alcalá-Meco) por
delito de opinión -sí, por una simple manifestación ilegal, el exilio me llevó
a utilizar documentación falsa y de ahí mi tránsito por la cárcel francesa- sé
lo que estar en la cárcel y no me alegra precisamente la situación de los
presos por el 1-O. Si hay algo
bochornoso en todo esto es que el capitán araña de la aventurilla reside en
Waterloo como un zar destronado, creyendo que todavía manda a compañías de
úsares y de cosacos y puede lanzar ucases como quien lanza migas de pan a las
palomas. Pero esta es otra historia. Insisto en que no sigo las vicisitudes del proceso porque creo que las posiciones
están muy claras: un conato separatista contrario a la ley y un proceso en el
que se juzgan a algunos de sus responsables, pero en el que no están todos los
que son. La vida es bella y todo lo que rodea al independentismo es aburrido.
Ayer, precisamente, unos cuantos antiguos camaradas y amigos,
nos fuimos de calçotada y en el curso
de la comilona me pusieron al día de lo que estaba ocurriendo en el
proceso: “mosén” Junqueras ha elegido el papel de nazareno. Carga con su cruz y
va de mártir. En Cataluña, ir de mártir le
dio buenos resultados a Francesc Macià, fundador de ERC, durante el proceso al
que fue sometido por los hechos de Prats de Molló (intento de invasión de
Cataluña durante el gobierno de Primo de Rivera, por parte de 200 aventureros,
la mitad antifascistas exiliados). Macià era en aquel momento un fracasado (Gaetano
Salvemini, liberal italiano lo calificó como “catalán de cabeza hueca”) pero el
abogado -masón, off curse, Henri
Torres, de ascendencia sefardí, dicho sea de paso- logró convertir ese fracaso en la catapulta que situó a
Macià en un lugar clave tras la caída de la monarquía. El resto, lo
hicieron el presidente de la República, Gaston Doumerge (masón de grado 33, iniciado en la Logia L’Écho du Grand Orient de Nîmes en
1901, miembro del Partido Radical) y sus Ministros de Justicia, René Renoult, e
Interior, Camille Chautemps (igualmente masones de alto grado). Salió de
rositas (“lo comido por lo servido”, es decir, el tiempo de detención era el
mismo que el que se le condenaba) y nadie le preguntó por el arsenal de armas
de guerra incautadas. La República masónica por excelencia, la Tercera
República Francesa, protegía a los suyos (todos estos datos, no son facilitados
por conspiranoicos antimasones, sino que están presentes en Internet en fuentes
de la propia masonería francesa).
Hoy, un vistazo superficial a algunos digitales,
explican que “mosén” Jonqueras ha optado por una “defensa pasiva”: sólo
contestará a su abogado. Ni al juez, ni al fiscal, ni a la acusación particular.
Puede hacerlo, claro está, pero es un suicidio jurídico. Los digitales, que ignoran la historia de
ERC, ignoran también que Junqueras -es el más inteligente, con mucho, e incluso
apostaría que el más honesto de todos los que se sientan en el banquillo- apuesta
por el futuro: “hoy condenado… mañana
ensalzado, como el avi Macià”. Un
cálculo arriesgado, porque, Marx ya dijo que la historia se repite, primero como
tragedia y después como farsa… Ahora estamos en el período de la farsa, es
decir, de la comedia.
Otros medios afirman que Junqueras asume ser el
“responsable intelectual” del proceso soberanista. No creo que sea así, pero si
lo es, lo que merece es un examen psiquiátrico en profundidad. Aquello fue -y hablo en pasado porque el “procés”
fue, pero ya no es- una auténtica locura intelectual, el producto de un mal
cálculo sobre el estado de salud del Estado Español, no hubo nada serio ni
razonado en toda aquella aventura, tal como se ha visto: apenas un grupo de
amigotes que se van calentando y emborrachando ellos mismos con la publicidad
que destila TV3 y el RAC y que retroalimentan sus obsesiones con esa misma
publicidad.
¿Junqueras "el ideólog del procés"? Aquí no ha habido cabeza pensante. Como máximo, ese papel debía de atribuirse a
Carod-Rovira quien dijo hacia 2003 o 2004: “En 2014, Cataluña será independiente”…
A fuerza de repetir el mantra, un grupo de ingenuos unos, de piratas otros, surgidos
de los bajos fondos del pujolismo, todos ellos sufrieron el “recalentón”
que llevó al “procés”. Eso fue todo. Al margen de lo que establezca la ley
para estos casos, me temo que aquí, lo que un tratamineto de rehabilitación de los presos exigiría son cursos de lógica aristotélica
obligatorios e incluso reforzantes cerebrales (no si se sigue vendiendo el Fosglutén, pero la inanición intelectual
del proceso soberanista ha sido tal que ese parece el mejor remedio, dado que,
en España, según la constitución, se trata de “rehabilitar” al preso, más que
de castigarlo…).
Otro amigo, hoy, me envía un mensaje: “El día 21
los CDR cortarán los accesos a Barcelona”… Respuesta: “¿Y los Mossos? ¿no están
para abrir aquello que otros cierran?”. Una vez más el eje de lo que ocurra el 21-F (que no es más que la huelga
que “la intersindical catalana CSC” convocó para el pasado día 7 y, a la vista
de las perspectivas, retrasó para el 21 y que a falta de afiliados, la iniciativa estará en manos de los restos de la CUP-CDR) caerá a la espalda de los Mossos, esos
chicos, apolíticos la mayoría, que se apuntaron y pasaron las pruebas en busca de un trabajo seguro,
buena remuneración, pocos sobresaltos y que, de repente, se encuentran en la
calle sin recibir órdenes, atacados por unos, por otros y, en definitiva, incomprendidos. OEl 21-D promete ser otra escena de una comedia de enredo.
Lo cierto es que Junqueras tiene dos problemas:
el primero de todos que el independentismo ha entrado en reflujo (no ha habido grandes movilizaciones y la que
hubo el 11-S fue interior a la del año anterior y estos días en los que se ha
iniciado el proceso, no se ha producido movilización de ningún tipo).
Que los presos no lo adviertan porque llevan algo más de un año en la mazmorra
fría y los contactos que tienen con el exterior son de amigos, familiares y
correligionarios que quieren que su ánimo se mantenga en alto, es una cosa,
pero la realidad de la calle es otra. El 21-D quedó claro (y nosotros mismos lo
habíamos dicho desde mucho antes): “cada vez menos, cada vez más radicalizados”.
El segundo problema es que, cuando Macià se
sentó ante el tribunal de París, la dictadura empezaba a estar con plomo en las
alas. Las universidades ya estaban controladas por la FUE, en la calle, la
Unión Patriótica había fracasado y parecía claro que aquello no iba a durar
mucho. Duró escasamente cinco años más. Pero esto no tiene nada que ver con la
perspectiva española actual: para bien o para mal, no parece que haya fuerzas,
ni consensos con entidad suficiente para derribar al “régimen” y establecer una
república.
Sin olvidar que el
alegato de Junqueras ante el tribunal, tenía sentido ayer (cuando Sánchez -es
decir, la debilidad y la ignorancia ante el problema independentista- estaba
todavía en el poder), pero tiene mucho menos hoy cuando el gobierno se ha visto
obligado a convocar elecciones (y las convoca para ganarlas, aun cuando está
claro que deberá pactar en un momento en el que el electorado muestra un
evidente giro a la derecha). A estas horas, Junqueras no debe pensar en si se equivocó
anteayer al negarse a contestar a jueces, fiscales y acusación particular, sino
lo que puede ocurrir si de las urnas sale un gobierno de derechas y unas
simetrías parlamentarias que haga irrelevantes a los diputados de ERC.
De todas formas, todo puede ocurrir. Todo,
menos dos posibilidades: que los independentistas logren la secesión y que
ellos mismos certifiquen la defunción de su proyecto. El resultado inevitable de este verdadero oximorón es que, cuando un
proyecto es imposible, pero sus impulsores se obstinan en él, poco a poco, se
van quedando solos: el tiempo juega en su contra. Les ha ocurrido a los
independentistas quebequeses, les está ocurriendo a los independentistas
escoceses: Lo de Macià ante los tribunales fue hace ya casi 100 años. Lo del
Quebec es de anteayer…