3. Radicalización social y política
Desde el inicio del reinado de Alfonso XIII, se abre un nuevo
período de inestabilidad política. Prácticamente el primer tercio del siglo XX
está ocupado por el reinado de este Borbón que, más que ningún otro antes suyo,
decidió intervenir en política. También aquí podemos aludir a un fracaso
histórico. Alfonso XIII reinó desde su mayoría de edad, 16 años, en 1902. Alfonso
XIII puede considerarse un “rey regeneracionista”.
Por entonces, la situación política ya se había radicalizado. Mateo Morral, hijo de un industrial catalán, que conoció al
anarquista italiano Enrico Malatesta y trabajó como bibliotecario en la Escuela
Moderna de Ferrer Guardia, se asoció con Luis Buffi, un médico anarquista partidario
del control de natalidad y con otros anarquistas nacionales y extranjeros. Morral
era un “chico bien”, lo que hoy llamaríamos un “intelectual progre” o un “izquierdista
caviar”, hablaba alemán y francés con soltura. Había conocido a Michele
Angiolillo, el anarquista que había asesinado a Cánovas en 1897 y, como puede
verse, estaba relacionado con la “élite” del radicalismo anarquista
partidario del ejercicio del terrorismo.
Morral lanzó una bomba Orsini oculta en un ramo de flores, contra
la caravana de Alfonso XIII y de su esposa desde el balcón de su pensión en el
número 84 de la calle Mayor. Los reyes salieron ilesos, pero murieron 25
personas (de las que 15 eran militares) y otras 200 resultaron heridas. Otra
bomba Orsini fue encontrada sin explotar. Morral fue localizado poco después,
al intentar tomar un tren para Barcelona, mató a un guardia que intentó
detenerlo y luego se suicidó. La Guardia Civil custodió el cadáver para impedir
que fuera destrozado por la multitud.
Este atentado y el asesinato previo de Cánovas suponen una “línea
de tendencia” y la intensificación de los atentados anarquistas que ya se
habían manifestado, siempre protagonizado por anarquistas, desde la bomba del
Liceo de Barcelona en 1893 (20 muertos) y el atentado contra la procesión del
Corpus de Barcelona en 1896 (12 muertos). Desde ese momento y hasta la dictadura
de Primo de Rivera, el anarquista sería el principal factor de
desestabilización y terrorismo que estuvo presente en la sociedad española.
Previamente se habían producido dos hechos fundamentales: por una
parte, la victoria en Cataluña de Solidaridad Catalana en 1907, opción
electoral formada por todos los partidos catalanes (salvo el Partido Radical de
Lerroux), incluyendo al carlismo. Esta victoria rompió el esquema “turnista”
de la Restauración. Dos años después, en 1909, estalló la Semana Trágica tras
el decreto de Antonio Maura de enviar tropas a África. En el curso de los
combates urbanos perecieron 150 civiles y 8 militares. Tras el “desastre
del 98”, España decidió recuperar protagonismo en África (en Guinea Ecuatorial
y en el Rif). En julio de 1909 se produjo la sublevación rifeña con un ataque
al ferrocarril que unía las minas del Rif (propiedad del conde de Romanones y
del conde de Güell. Así se inició la “segunda guerra del Rif” o “Guerra de Melilla”.
Maura, entonces presidente, movilizó a los reservistas que afectó solamente
a los reclutas que no pudieron pagar los 6.000 reales de rescate: los llamados
a morir por las minas del Rif eran, sobre todo, hijos del proletariado y del
campesinado, buena parte de ellos casados y con hijos.
La insurrección se inició en el puerto durante el embarque de
tropas y de ahí se extendió a las provincias de Barcelona y Gerona en las que
se formarían “juntas revolucionarias” que proclamarían la república. Barcelona
quedó aislada del resto de España y solamente cuatro días después del inicio de
la revuelta llegaron tropas que restablecieron el orden. Resultaron
incendiados un centenar de edificios religiosos. Se produjeron miles de
detenidos, 2000 procesos, 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5
condenas a muerte (entre ellas la de Ferrer Guardia considerado como líder
de la revuelta). Al igual que luego ocurriría en septiembre de 1975, se
produjeron manifestaciones en toda Europa para pedir clemencia por Ferrer Guardia.
Estas protestas fueron la excusa que Alfonso XIII encontró para destituir a
Antonio Maura de la presidencia del gobierno y entregársela al liberal Moret,
miembro de la francmasonería (al igual que Ferrer Guardia).
Cuando todavía no se habían calmado los ánimos por la Semana
Trágica y la ejecución de Ferrer Guardia, José Canalejas, entonces presidente
del gobierno resultó asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas. Aparte del estupor que causa saber que dos jefes de gobierno
fueron asesinatos en el curso de pocos años y que desde el último cuarto del
siglo XIX hasta 1923, el anarquismo se había configurado como un movimiento de carácter
terrorista, con sospechas de que fuera manipulado por unos o por otros a la
vista de la debilidad de sus estructuras políticas y con lazos con la masonería.
En 1921, Eduardo Dato, conservador “regeneracionista”, destacado
líder conservador, partidario de la neutralidad de España en la Primera guerra
mundial, resultó asesinado por tres pistoleros anarquistas. Pero en esos momentos, el pistolerismo ya se había hecho
habitual en Cataluña, especialmente.
En efecto, entre 1917 y 1923, la patronal catalana, harta de
sufrir atentados, contrató, con el beneplácito del general Martínez Anido,
gobernador militar de Cataluña, a pistoleros profesionales que causaron en
torno a 200 bajas entre los líderes obreros y anarquistas en una verdadera guerra
civil entre bandas anarquistas y de la patronal, sin precedentes en ningún otro
país europeo.
Las medidas de “acción directa” del movimiento obrero, incluían
huelgas, sabotajes y atentados a patronos especialmente odiados por los sindicatos.
La patronal, a su vez, respondió creando, por una parte “sindicatos libres”, a
imitación de los sindicatos “amarillos”, católicos, que habían nacido en
Francia, y, posteriormente, de estos sindicatos surgió el pistolerismo patronal.
Por su parte, el gobierno autorizó a disparar contra detenidos que
intentasen huir tras la detención (“Ley de Fugas”). Puede imaginarse el caos en
el que había caído la región catalana, especialmente, tras el final de la
Primer Guerra Mundial, cuando disminuyeron los pedidos procedentes de los
países contendientes, aumentó el paro y con él la “guerra social”.
El “pistolerismo” fue uno de los elementos que terminaron
desencadenando el golpe del General Primo de Rivera (gobernador militar de
Cataluña) que, en pocos meses, liquidó el problema, reprimiendo al pistolerismo
patronal y a las bandas armadas anarquistas. La política de “mano dura” y la “ley
de fugas”, acabó en pocas semanas el fenómeno que solamente se reavivó en los
primeros meses de la Segunda República.
Por entonces -e, incluso, en la actualidad- las derechas y el
conservadurismo se han horrorizado por la violencia política, fuera cual fuera
su forma, y muy especialmente por el terrorismo anarquista y, posteriormente,
tras la desaparición efectiva del anarquismo y del anarcosindicalismo (durante
los primeros años de la transición), por el terrorismo separatista (ETA) y de
extrema-izquierda (FRAP, GRAPO). La izquierda progresista, por el contrario,
ha mostrado mucha más desconfianza hacia las medidas represivas del Estado,
resaltando la existencia de un terrorismo de extrema-derecha (especialmente
durante los años de la transición).
Sea como fuere, en los últimos 150 años en la historia de
España, el terrorismo ha sido habitual: “comprendido” por la izquierda socialista
(lo que justifica el que desde Pablo Iglesias se hiciera “causa común”, hasta
que Pedro Sánchez llame a la movilización electoral contra la “extrema-derecha”
y pacte con los herederos de ETA, Bildu). A lo largo de todo este largo
período, no han faltado teorías “conspirativas” y/o “conspiranoicas”, como
suele ocurrir con todos los fenómenos de violencia política y social.
No hay, como vemos, nada nuevo en la historia de España…









