Gallardo ha sido la peor elección posible del PSOE para encabezar
una lista electoral. Con él, el fracaso está asegurado. Va a ser el inicio de
una retahíla de fracasos similares en Aragón, Castilla-León y posiblemente en
Andalucía, golpes mortales al PSOE y al sanchismo. Su única posibilidad es
recurrir al fraude electoral, a promesas mentirosas, compra de votos o a un hecho
resonante que altere el cuadro: ¿un atentado? ¿el cuestionamiento de la
monarquía?
El mañana empieza en la noche del 21 de diciembre
Las hipótesis, pues, son tres:
- Victoria arrolladora del PP con mayoría absoluta de Guardiola
- Victoria del PP sin mayoría absoluta, con avance moderado y fuerte tirón de Vox
- Victoria del PP con caída moderada o debacle del socialismo
Cada uno de estos resultados tendrá una
importancia inédita en el conjunto de la nación. Indicará una línea de
tendencia que, posteriormente, se repetiría en las elecciones en Castilla-León,
Aragón e, incluso, en Andalucía y quedaría, finalmente, revalidado en las
elecciones generales, sea cuando sea que se convoquen.
A partir del recuento de votos del día 21, se
abrirán distintas hipótesis. Solamente si las pérdidas socialistas son mínimas,
Sánchez y Gallardo lograrán salvar los muebles. Y no parece que vaya a ser así.
Si la caída de la candidatura extrema del PSOE es muy acusada, esa misma
noche será la señal de salida para que el tándem formado por los medios de
comunicación hasta ahora favorables al PSOE (PRISA y eldiario.es) inicien una
campaña de promoción de la “futura líder del PSOE”.
Sí, estamos hablando de una mujer que tiene que
cumplir distintas condiciones: la primera de todas ellas es que su figura no
esté muy desprestigiada ante la opinión pública. Así pues, hay que
descartar a todas las ministras que han formado parte de los gobiernos del
sanchismo, incluidas dos de sus más próximas colaboradoras, Pilar Alegría
(a la que le espera un próximo descalabro en Aragón, similar el que sucederá el
domingo en Extremadura, y María Jesús Montero, hasta hace poco la mejor
posicionada, pero a la que los últimos escándalos de corrupción permiten pensar
que antes o después saldrá imputada en algunos de los procesos judiciales en
curso. Así pues, hay que buscar a mujeres socialistas que han dejado huella
en el PSOE y que han pertenecido a anteriores administraciones socialistas.
Elena Valenciano, vicesecretaria del PSOE con Pérez Rubalcaba, presidenta hoy
de la Fundación Mujeres, ex diputada europea del PSOE hasta la llegada del
“sanchismo” y exdiputada del parlamento hasta 2014, es una de las que más
aparecen en medios pidiendo el relevo de Sánchez. Durante el zapaterismo
fue una de las dirigentes más conocidas. Su punto más negro es que siempre
se mostró a favor de la llegada de más y más inmigrantes. Su feminismo y su
reiterado protagonismo mediático en los últimos tiempos es, precisamente, lo
que nos induce a pensar que es la que más posibilidades tiene de suceder a
Sánchez.
En cualquier caso y sea como fuere, el día 21
por la noche, los problemas del presidente atrincherado en la Moncloa habrán
aumentado. Y si la derrota socialista es superior a la esperada, le va a
resultar muy difícil convencer a su partido de seguir manteniéndose en el poder
e, incluso, va a colocar a sus socios independentistas y a Sumar, ante la
tesitura de romper o acompañar a Sánchez en su caída, apareciendo como
“cómplices necesarios” en el mantenimiento de su gobierno. De hecho, el
problema de los indepes con el sanchismo es que ya no pueden exigirle más, ni
arrancarle más concesiones que la independencia, algo que está fuera de su
alcance…
Puestos a hacerlo saltar todo por los aires, que
Felipe VI se ate los machos
Los psicópatas carecen de empatía. Egomaníacos,
solo les interesa mirarse al espero para sentirse bien consigo mismo y con el
mundo. Sánchez sufre un tipo de trastorno psicológico muy bien estudiado: el
psicópata integrado. Es capaz de todo para alcanzar sus objetivos y hoy, el
único objetivo que le interesa es seguir siendo presidente del gobierno
español, no como un fin en si mismo, sino como medio para alcanzar un fin:
lucrarse al máximo y evitar lo inevitable (el exilio o la cárcel).
Sánchez es uno de esos sujetos, habituales, por lo
demás en la historia de España, a los que no les importaría dejar al país en
situación de pre-guerra civil si ello le permitiera permanecer unos días más en
el poder. Cada vez circulan con más frecuencia por las redes sociales alertas
sobre los planes de Sánchez para permanecer en el poder: que si un fraude
electoral masivo, que si la aparición de un golpe terrorista capaz de unir a
los españoles en torno a su gobierno, que si un golpe de efecto que hiciera
reales las encuestas del CIS… Casi todo esto no son más que especulaciones de
gentes más o menos conspiranoicas, que, a la vista de la maldad psicopática
intrínseca de Sánchez, tratan de ponerse en su pensamiento para prever que
podría hacer para sobrevivir políticamente.
Hay que descartar algunas de estas hipótesis y
centrarnos en la única que es real. Vamos a ello.
En primer lugar ¿un acto terrorista al estilo 11-M
del que, veinte años después, se ignora casi todo lo esencial? Demasiado
arriesgado. Además, atribuir otro
atentado a los islamistas con los que Sánchez mantiene contactos privilegiados
en Marruecos, implicaría empeorar su relación con Mohamed VI, aumentar la
xenofobia y el anti-islamismo y favorecer, a la postre, el crecimiento de Vox.
Además, las “operaciones encubiertas” de los fontaneros de La Moncloa se han
demostrado catastróficas. El problema no es el número de asesores
contratados por Sánchez, el problema es su ineficacia y la de su propio
gobierno, la mediocridad de todo su gabinete ministerial, de sus cuadros
regionales: puteros, vividores, 007 de saldo, acosadores, cleptómanos,
falsificadores de títulos universitarios, etc. Cualquier “operación encubierta”
realizada con este ganado se saldaría con sonoros fracasos. Aparte de que,
hoy, en el PSOE y en los medios sanchistas o zapateristas nadie confía en
nadie, todos graban a todos, y si aun no se ha producido una debacle de
abandonos, “arrepentidos” y colaboradores con la justicia, se debe a que
Sánchez se ha obstinado en demostrar por activa y por pasiva que, con sus
medidas de reformas judiciales, las concesiones de indultos y el CIS,
conseguirá eternizarse en el gobierno. Pero el día 21 por la noche, muchos
comprobarán que el sanchismo electoralmente empieza a ser agua pasada y que nadie,
absolutamente nadie, ni siquiera un fraude electoral masivo, logrará apuntalar
al sanchismo en el poder.
¿Existen posibilidades de un fraude electoral
masivo? Sánchez lo está intentando: su método habitual es conceder nacionalidad
española a grupos sociales que se supone que le serán fieles en las elecciones. Los nietos de los exiliados republicanos (han
salido cuatro millones hasta ahora, habiéndose resuelto favorablemente un
millón de expedientes), los nietos de los brigadistas internacionales (solo 171
la han solicitado), los inmigrantes entrados ilegalmente en España que, al cabo
de los 10 años puede solicitar la nacionalidad (de momento, a pesar de que las
cifras oficiales son extremadamente opacas en este terreno, es seguro que, como
mínimo se han naturalizado 1,5 millón de inmigrantes y como máximo 3 millones,
cifras a las que hay que sumar los hijos de inmigrantes nacidos en España y,
por tanto, españoles, que si han nacido antes de 2007 ya tendrían derecho al
voto. Claro está que, además de todos estos contingentes que, en principio,
serían favorables a votar al sanchismo, hay que añadir el número de
funcionarios contratados convertidos en fijos, y muy especialmente el número de
individuos que reciben subsidios, siempre proclives a votar a favor de quien se
los haya concedido. En cualquier caso, se trataría de ampliar al máximo el
censo electoral en una verdadera compra de votos. Legal, pero en absoluto
legítimo, patriótico o moralmente aceptable.
En cuanto al “fraude electoral” propiamente dicho,
solamente es susceptible de realizarse en pequeña escala, si bien unos pocos
cientos de votos puede decantar un diputado a favor de una u otra opción. Hoy muy pocos dudan de que esta argucia ya se ha
intentado. No en vano Leire Díaz, la fontanera oficial de La Moncloa, había
sido alto cargo de correos en las anteriores elecciones generales y en las
últimas elecciones europeas se registraron cientos de votos anómalos fuera de
Cataluña que sirvieron para colocar a Puigdemont en el parlamento europeo.
En las próximas elecciones, los ojos de los observadores van a estar puestos en
el voto por correo y va a ser muy difícil realizar operaciones como estas de
manipulación del voto.
Así pues, al sanchismo le queda solamente la
“compra del voto” mediante promesas electorales imposibles de cumplir o bien
que se olvidan en la misma noche del recuento de votos. En las anteriores
elecciones generales, Sánchez se prodigó en todo tipo de promesas sobre
construcción de viviendas. Nada se ha hecho en esta dirección, pero en su
momento la operación “mentira” tuvo éxito. El problema es que estas mentiras no
pueden realizarse indefinidamente y al mismo electorado. Defraudar una promesa
electoral, implica generar odio y encono, agresividad y violencia en quien se
ha sentido engañado al votar a una sigla para que luego, las promesas pasaran
al baúl de los recuerdos. Así pues, el sanchismo tiene que ofrecer algo nuevo y
original, que cuente con cierto consenso social, para evitar morir desangrado
de votos. Lo comprobará el próximo 21 de diciembre por la noche.
Solo existe una posibilidad que todavía no haya
ensayado: la ruptura con la monarquía y el impulso desde el poder a la idea
republicana. Es una cuenta pendiente que Sánchez tiene con Felipe VI desde su
cobarde e innoble huida, mientras el Rey aguantó el tipo y estuvo con los
vecinos. La excusa puede fabricarse: un comentario de cualquier miembro de la
familia real despreciativo hacia Sánchez; se daría así la sensación de que la
monarquía de Felipe VI no es “neutral” y no es, por tanto, representativa de
“todos los españoles”, sino solamente de la derecha. La publicación de las
memorias de Juan Carlos I, no han hecho, desde luego, ningún bien a la
monarquía; el caso Urdangarín y las relaciones de Juan Carlos I con buena parte
de los casos de corrupción de los años 80, que pueden recordarse oportunamente,
las sombras de la sospecha sobre la implicación real en el golpe del 23-F que
nunca han terminado de disiparse del todo, los programas del corazón en los que
ataca sistemáticamente a la monarquía (especialmente n youTube), el
guerracivilismo del que ha hecho gala siempre el sanchismo y que puede ser
activado de nuevo recordando la caída de la monarquía en 1931, todo ello,
sumado, puede dar lugar a una campaña que termine de partir a este país en dos
mitades: la republicana y la monárquica y desvíen la atención de los casos de
corrupción, los escándalos sexuales protagonizados por el entorno de Sánchez,
orientando a la opinión pública hacia el tema monarquía/república y planteando
la posibilidad de una consulta popular sobre la monarquía.
¿Tendrá valor Pedro Sánchez para intentar esta penúltima
infamia? Todo depende hasta qué punto haya llegado su locura y su deterioro
físico-mental.
Un hombre desesperado para un país paralizado
Sánchez es hoy un hombre desesperado: no hay más
que ver su cambio físico, su delgadez enfermiza, el que en la última
comparecencia ante periodistas el pasado lunes, incluso su americana pareciera
de una talla superior, su delgadez extrema, pérdida completa de masa muscular,
rostro ajado, retocado y maquillado… es la imagen de alguien al que “algo” se
le está comiendo por dentro:
abuso de fármacos tranquilizantes, euforizantes (¿Prozac, Zoloft, Lexapro,
Cipralex, Paxil, Citalopram?), benzodiacepinas para dormir, para despertarse
medicamentos que aumenten los niveles de serotonina y noradrenalina,
complementos vitamínicos, nada de todo lo cual logra borrar de su cerebro el
miedo al futuro, alejar las más negras perspectivas, temer que un día salte ese
nuevo escándalo que solo él y unos pocos conocen, ver menguando sus propias
filas, saber que todos, absolutamente todos los que se acercan a él es por
algún tipo de interés, comprobar que sus proyectos más suculentos (la reforma
judicial) han embarrancado, los primeros reveses judiciales que aumentarán a lo
largo de 2026, comprobar que, incluso dentro de la Internacional Socialista que
preside, los dedos se le antojan huéspedes, etc, etc, etc, todo esto,
literalmente, se lo está comiendo por dentro. No me gustaría estar en su piel,
ni en la de su círculo más próximo que lo tiene que soportar.
El día 21, con toda seguridad, se producirá un
nuevo golpe de tuerca a raíz del fracaso extremeño. Aumentarán las deserciones,
las críticas internas, medios hasta ahora orientados a la izquierda y
favorables al sanchismo, publicarán datos sobre corruptelas y agresores
sexuales y cómo el poder sanchista dentro del PSOE ha bloqueado denuncias. Esos
mismos medios se encargarán de aupar a la “lideresa” que sustituirá a Sánchez.
Esto se acaba. Por nuestra parte, damos por hecho
que el sanchismo, por mucho que lo intente, lo tiene muy negro para evitar
elecciones en primavera o en otoño. Todos los cálculos de tiempo resultan
desfavorables para el sanchismo: a medida que vaya trascurriendo 2026, se
habrán sucedido, como mínimo, tres derrotas regionales. Las deserciones habrán
llegado al límite. Y es más que probable que Sumar rompa la coalición, amparado
en la convicción de que puede mejorar resultados electorales, aunque deje de
ser socio de gobierno.
Cabe parafrasear la frase de Shakespeare en su
tragedia Julio César: “Los idus de 2026 han llegado, pero no han pasado”.
Sánchez comerá el turrón de 2025 en La Moncloa, pero las posibilidades de
que coma el de 2026 en el mismo palacio hay que excluirlas por completo. Es
mucho más probable que lo coma en el exilio o en una cárcel.












