jueves, 11 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (3) - El fracaso de la "primera Dictadura" del siglo XX

4. Fracaso de la primera Dictadura del siglo XX

Uno de los sectores en los que el regeneracionismo arraigó con más intensidad, fue en el Ejército. No en vano las fuerzas armadas habían jurado fidelidad a la bandera y no podía negarse que en sus filas existía un hondo patriotismo y un profundo malestar por el período que estaba viviendo España entre el “desastre del 98” y la época del pistolerismo. Las dos dictaduras del siglo XX, la de Miguel Primo de Rivera y la de Franco, fueron, en esencia, “regeneracionistas”. Los militares no serían los únicos regeneracionistas, pero sí los que mantuvieron durante más tiempo los mismos ideales que, en la práctica, se prolongan hasta el tardofranquismo.

El asalto de un grupo de oficiales de la guarnición de Barcelona a la redacción del Cu-cut!, periódico satírico, y a La Veu de Catalunya, propiedad de la Lliga Regionalista, en 1905, además se ser el primer choque entre militares y el poder mediático que tuvo lugar en el siglo XX, fue también ejemplo de la lucha entre regeneracionistas y regionalistas periféricos. Estos asaltos tuvieron lugar después de la publicación de una caricatura y de varios artículos en los que estos medios ironizaban sobre las derrotas del ejército, como si fueran algo ajenas a Cataluña. Alfonso XIII, tomó partido por el ejército. Fue a raíz de estos incidentes como cayó el gobierno del Partido Liberal (Moret) y el Rey llamó al Partido Conservador (Antonio Maura) para formar gobierno.

El catalanismo, que hasta ese momento había sido minoritario, atizando el victimismo, constituyó en torno suyo Solidaritat Catalana, frente en el que participaron casi todos los partidos catalanes, obteniendo un triunfo arrollador en las elecciones generales de 1906, obteniendo 41 de los 44 escaños que correspondían a las provincias catalanas. A partir de ese momento, el “regionalismo” (que pronto, mutaría en nacionalismo independentista) se convirtió en un nuevo problema.

Tres años después, la “Semana Trágica” demostró que la burguesía catalana, por sí misma, era incapaz de mantener el orden y contener los movimientos extremistas de carácter anarquista, ligados a los republicanos. Para sobrevivir, la burguesía catalana precisa del concurso y la ayuda del Ejército español, esto es, del Estado Español.  Estas necesidades persisten todavía hoy, cuando las amenazas que pesan sobre Cataluña son muy diferentes (la inmigración masiva e inintegrable) y son las que están en el fondo del fracaso del “procés” independentista).

La “Semana Trágica” supuso la caída del gobierno de Maura y el nombramiento del liberal José Canalejas como su sucesor. Así se llegó al “gobierno largo” (de apenas ¡dos años! de duración, algo excepcional en la época). Durante 1910-1912, Canalejas reconoció la existencia de nuevos problemas. El más preocupante era el aumento de la población española que había pasado de 18.600.000 habitantes en 1900, a 20.050.000 doce años después. Hoy puede parecer un aumento insignificante, pero en aquellos primeros pasos del siglo XX, y para un sistema económico, de escaso crecimiento, suponía un problema que se fue agravando en los años siguientes (en 1930, el censo daba 23.600.00 millones, gracias a las mejoras sanitarias abordadas por la Dictadura). Este aumento poblacional generó migraciones interiores de las zonas más deprimidas a las regiones más industrializadas. Y todo esto sin contar que entre 1900 y 1930 emigraron a América, 4.000.000 de españoles (quizás un millón más, si tenemos en cuenta a la emigración clandestina). “Hacer las Américas” se convirtió en una alternativa para jóvenes que huían de la inestabilidad, del anquilosamiento del sistema económico español y del a parálisis política. Los destinos más habituales fueron Cuba y Argentina. La España rural empezaba a abandonar el campo y a concentrarse en torno a las grandes ciudades.

Tras el asesinato de Canalejas, España iniciará una larga deriva que culminará en 1923 con la proclamación de la Dictadura del General Primo de Rivera. En los meses después a la desaparición del estadista, tanto el Partido Liberal como el Conservador se fracturaron interiormente y desaparecieron en la práctica. Cuando el conde de Romanones asume el poder en 1913, ya no queda nada del canovismo ni de la alternancia. Seguimos en la Restauración, al menos formalmente, pero sin pilotos en la cabina de mando.

Mientras, se ha creado la CNT y el Sindicato Minero Asturiano vinculado al PSOE, ambos en 1910. Son años de huelgas continuas y de conflictos obreros de envergadura, del que el principal fue la huelga ferroviaria de 1916. Al año siguiente, las protestas obreras en todo el mundo se centuplican por la euforia del estallido revolucionario en Rusia el mes de octubre de 1917. El año 1917 es de mala cosecha: otro factor que excitará las protestas sociales. Como contrapeso aparecen ese mismo año las juntas de Defensa compuestas por jefes y oficiales, una especie de “sindicato militar legalizado”. Más huelgas, más presión del regionalismo catalán: 1917 es el inicio de la crisis terminal del régimen de la Restauración. Al año siguiente nadie quiere hacerse cargo del gobierno, incluso Alfonso XIII amenaza con abdicar. Entonces Maura acepta la propuesta de formar gobierno. Pero la Restauración está rota.

Incluso el ejército se ha partido en dos. Por un lado, los militares “africanistas” que llevaban sobre sus espaldas el peso de la guerra de Marruecos y acusaban al otro sector, a los miembros de las Juntas de Defensa, de burócratas. Esta división se prolongará hasta la Guerra Civil y será una de las causas, tanto del golpe de 1923, como del alzamiento de una parte del ejército en 1936.

Otro tanto ocurre en el mundo sindical. La UGT convoca una huelga general en 1917, constituyó un fracaso. La UGT, fuerte en Madrid y el País Vasco, era débil en Cataluña y Andalucía, a su vez, bastiones de la CNT. Ambas organizaciones pactaron un día de huelga general en diciembre de 1916 que resultó un éxito de movilización y apoyos, pero sin resultados en las reivindicaciones. Así que, los sindicatos pactaron una “huelga general indefinida” de carácter “revolucionario”. Pero, pronto surgieron discrepancias entre los convocantes: la CNT empezó a desconfiar de los contactos con “políticos burgueses” de la UGT y del carácter que este sindicato quería dar. La huelga fue un fracaso relativo (apenas cinco días y solo en las grandes zonas urbanas e industriales). El balance final fue de 71 muertos, 156 heridos y 2000 detenidos. Para afrontar el desafío sindical, Alfonso XIII nombró un “gobierno de concentración” en el que participó también la Lliga Regionalista de Cambó. En las elecciones de 1918, el PSOE colocó en sus listas a los dirigentes de la UGT que habían instigado la huelga.

Mayor impacto tuvo, al menos en Cataluña, la huelga de “La Canadiense”, en 1919 que se prolongó durante 45 días y paralizó el 70% de la industria catalana. Esta huelga contribuyó a que la CNT alcanzara la hegemonía en el medio obrero catalán y se saldó con mejoras salariales, amnistía de los detenidos, readmisión de despedidos y jornada de ocho horas. Pero también el campo opuesto se reorganizó con la creación de la Federación Patronal Catalana, la más intransigente y combativa patronal que creó “listas negras”, multiplicó los lockouts y los despidos masivos como tácticas contra el movimiento obrero.

El gobierno había afrontado sucesivamente tres desafíos: el militar (con la creación de las Juntas de Defensa), el catalanista (con la creación de Solidaritat Catalana) y el proletario (con la irrupción de UGT y CNT). Ninguno de ellos había sido resuelto. Todos quedaban pendientes de solución. Los problemas se acumulaban. Y, para colmo, en Cataluña, las luchas entre la patronal y la CNT dio lugar, como hemos visto, al fenómeno del pistolerismo: en apenas 5 años (1917-1923) se produjeron 267 muertos y 583 heridos. En el verano de 1921 se agravó la crisis del Rif con el desastre de Annual en el verano de 1921 (12.000 soldados españoles muertos).

Tras el descalabro, Alfonso XIII había expresado su deseo de enderezar la situación “fuera o dentro de la Constitución”. El general Miguel Primo de Rivera, Gobernador Militar de Cataluña tomó cartas en el asunto: el 13 de septiembre de 1923 se inició la “primera Dictadura”. El Rey, que había permanecido alejado de la preparación del golpe, apoyó la decisión de Primo de Rivera: pero, contrariamente, a lo que se ha creído desde entonces, no encabezó el pronunciamiento que fue una acción unánime de todo el estamento militar.

¿Era Primo de Rivera el “cirujano de hierro” que había pedido Joaquín Costa tras el “desastre del 98”? El poder militar había triunfado sobre el poder civil: cuando éste se vio incapaz de enderezar la situación, apareció el “puñado de soldados” que salvó a la Patria. Sin embargo, solamente en los primeros momentos el poder militar sustituyó completamente a la ineptitud del poder civil. En efecto, en 1923-1925, el directorio militar ocupó todos los ministerios, los burócratas, subsecretarios y políticos profesionales, fueron sustituidos por militares de carrera. El país apoyó la decisión que solamente fue deplorada por la clase política, enviada al paro.

El Dictador nunca pretendió eternizarse en el poder y siempre declaró que su gobierno sería provisional y, por tanto, evitó acometer reformas constitucionales. España seguía siendo una monarquía parlamentaria y así seguiría siendo. De hecho, solamente existió un “gobierno militar” entre la fecha del golpe, cuando se constituyó un “Directorio Militar” y diciembre de 1925, en el que Primo de Rivera creó un Directorio Civil” (junto a una Asamblea Nacional Consultiva) que ejerció como gobierno efectivo de la nación. En los primeros momentos, las declaraciones sobre la temporalidad de la Dictadura convencieron a los más, pero a medida que se prolongaba esta etapa, se hizo evidente que faltaba “legitimidad” y, sobre todo, conciencia de hasta cuándo iba a durar el régimen a la vista de que los problemas resueltos eran menores que los que se iban acumulando.


Sin embargo, la principal característica de la Dictadura serían sus continuos cambios de criterio en materias capitales. El balance final de la Dictadura es una mezcla de logros y fracasos de los que resulta imposible extraer un balance final.

Entre los fracasos se cuenta, la progresiva pérdida de apoyos (obreros, patronales, intelectuales e, incluso, militares), la incapacidad para resolver los grandes problemas estructurales del país, especialmente el caciquismo, contra el que Primo de Rivera apenas pudo hacer nada; al llegar la crisis de 1929, aunque España no fue de las naciones más afectadas, pero se notó la crisis financiera y el paro fue aumentando, lo que facilitó la acción de los sindicatos clandestinos que, a partir de 1925 se fueron reorganizando y empezaron a crear dificultades que luego, desde los primeros meses de la República, se multiplicarían exponencialmente. En general, la Dictadura respondió con medidas represivas que, inicialmente, afectaron a los partidos políticos (que fueron disueltos), a la prensa (que fue sometida a censura) y a los sindicatos (especialmente a la CNT, intentando integrar a la UGT en los Comités Paritarios constituidos por el ministro Eduardo Aunós).

Las primeras muestras de descontento, se habían iniciado en 1926 con la “sanjuanada”, golpe revisto para la “noche de San Juan” y que fracasó. El golpe había sido instigado por las viejas glorias de la Restauración, junto a oficiales del Cuerpo de Artillería. A partir de ahí, empezó la disidencia militar. Consciente de la necesidad de una reforma del estamento militar, especialmente tras la pacificación de Marruecos, las medidas adoptadas generaron descontento en las filas militares en donde la unidad del estamento demostrada en el momento del golpe se rompió pronto, volviéndose a la división entre “africanistas” y “junteros”: Primo de Rivera, optó, primero por los “junteros” partidarios de abandonar Marruecos, pero luego en 1925, optó por los “africanistas”, organizando el desembarco de Alhucemas. En ese momento, de todas formas, la polémica no se centraba en tanto en la guerra del Rif como en la política de ascensos: los “junteros” proponían que se realizasen por antigüedad, los “africanistas” por “méritos de guerra”. Esto generó que los “junteros”, a partir de 1926, empezaran a contactar con representantes de los disueltos partidos políticos para finiquitar la Dictadura, mientras que los “africanistas” reabrían la Academia General Militar de Zaragoza con Francisco Franco como director, demostrando que Primo de Rivera había terminado apoyándolos en detrimento de artilleros, intendencia, sanidad e ingenieros (en los que figuraban muchos miembros de la aristocracia).

Finalmente, los intelectuales rompieron tempranamente con la Dictadura y tuvieron un papel decisivo en la última etapa del régimen solidarizándose en 1929 con los estudiantes que protestaban contra la Ley Callejo. Primo de Rivera dio su brazo a torcer presionado por las patronales que temían el fracaso de los “eventos del 29” (las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla) y la reunión de la Sociedad de Naciones que debía celebrarse en Madrid. El Ateneo de Madrid, por otra parte, se había convertido en un foro disidente y fue clausurado. La crisis con los intelectuales llegó hasta el extremo de enviar a Miguel de Unamuno a Fuerteventura a raíz de un artículo publicado en la prensa argentina.

Con el regionalismo, la política de la Dictadura fue también oscilante. Cambó tenía esperanzas en que el Dictador, al que conocía, accediera a algunas reivindicaciones catalanistas, a lo que éste, inicialmente, pareció dispuesto. Pero pronto, tales esperanzas se vieron decepcionadas, entablándose una larga polémica sobre el uso del catalán en las predicaciones de la Iglesia, desde el momento en el que Primo de Rivera consideró que la cuestión lingüística era el principal caballo de batalla del independentismo.

Si estos fueron los fracasos más sonados de la Dictadura, toca ahora aludir a sus éxitos. El más notorio fue la pacificación de Marruecos tras el desembarco de Alhucemas. No solamente el protectorado se estabilizó, sino que la victoria dio un gran prestigio al gobierno de Primo de Rivera. También, en una primera fase, la cooperación con la UGT y el PSOE, hizo que disminuyeran las tensiones sociales que se redujeron a las generadas por la CNT. El Dictador creó la Organización Corporativa del Trabajo en 1926 para regular los problemas laborales. También se adoptaron medidas sociales como el Código de Trabajo y el seguro de maternidad. Aumentó la dotación para crear infraestructuras de nuevo cuño (aeropuertos), obras hidráulicas y carreteras. Se adoptó una política económica proteccionistas que facilitó el desarrollo de la industria y el aumento de la producción; tres grandes empresas nacionales fueron creadas (Telefónica, CAMPSA e Iberia) y hasta 1928 se produjo un desarrollo económico notable que, de haber seguido, hubiera facilitado la recuperación del tiempo perdido durante el siglo XIX. Aumentaron las inversiones en educación (se crearon 5.000 escuelas, 25 institutos de enseñanza media y se inició la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid) y sanidad y empezó la lucha contra el analfabetismo, finalmente, se mejoró el funcionamiento de la administración y, por supuesto, en el terreno del orden público, la situación igualmente mejoró, especialmente en lo relativo al terrorismo. El número se universitarios se multiplicó por tres en los años de la Dictadura.

La creación de la Unión Patriótica no puede considerarse un éxito: el partido, provisto de un fuerte carácter “regeneracionista”, no consiguió ser una fuerza social decisiva para sobrevivir tras el fin de la dictadura. Como ocurriría posteriormente con el Movimiento Nacional franquista, su programa inicial, sería podado y declarado “apolítico”… pero “patriótico”.

El resultado fue que, a finales de los años 20, estaba claro que Primo de Rivera había sufrido un desprestigio constante y que Alfonso XIII ya no apreciaba su gestión como en 1923. La Dictadura había reducido extraordinariamente su base social, incluso en el ejército. Sin aferrarse al poder, sin tratar de eternizarse, Primo de Rivera presentó su dimisión el 28 de enero de 1930 (“por razones de salud”), muriendo en París 47 días después. Trasladado su cuerpo a España, sus restos no recibieron ningún tratamiento especial, ni fueron recibidos por unidades militares en atención a su rango.