4. Fracaso de la primera Dictadura del
siglo XX
Uno de los sectores en los que el regeneracionismo arraigó con más
intensidad, fue en el Ejército. No en vano las fuerzas armadas habían jurado
fidelidad a la bandera y no podía negarse que en sus filas existía un hondo
patriotismo y un profundo malestar por el período que estaba viviendo España
entre el “desastre del 98” y la época del pistolerismo. Las dos dictaduras del
siglo XX, la de Miguel Primo de Rivera y la de Franco, fueron, en esencia,
“regeneracionistas”. Los militares no serían los únicos regeneracionistas, pero
sí los que mantuvieron durante más tiempo los mismos ideales que, en la
práctica, se prolongan hasta el tardofranquismo.
El asalto de un grupo de oficiales de la guarnición de Barcelona a
la redacción del Cu-cut!, periódico satírico, y a La Veu de Catalunya,
propiedad de la Lliga Regionalista, en 1905, además se ser el primer choque
entre militares y el poder mediático que tuvo lugar en el siglo XX, fue también
ejemplo de la lucha entre regeneracionistas y regionalistas periféricos. Estos asaltos tuvieron lugar después de la publicación de una
caricatura y de varios artículos en los que estos medios ironizaban sobre las
derrotas del ejército, como si fueran algo ajenas a Cataluña. Alfonso XIII,
tomó partido por el ejército. Fue a raíz de estos incidentes como cayó el
gobierno del Partido Liberal (Moret) y el Rey llamó al Partido Conservador
(Antonio Maura) para formar gobierno.
El catalanismo, que hasta ese momento había sido minoritario, atizando
el victimismo, constituyó en torno suyo Solidaritat Catalana, frente en el que
participaron casi todos los partidos catalanes, obteniendo un triunfo
arrollador en las elecciones generales de 1906, obteniendo 41 de los 44 escaños
que correspondían a las provincias catalanas. A partir de ese momento, el
“regionalismo” (que pronto, mutaría en nacionalismo independentista) se
convirtió en un nuevo problema.
Tres años después, la “Semana Trágica” demostró que la burguesía
catalana, por sí misma, era incapaz de mantener el orden y contener los
movimientos extremistas de carácter anarquista, ligados a los republicanos. Para
sobrevivir, la burguesía catalana precisa del concurso y la ayuda del Ejército español,
esto es, del Estado Español. Estas
necesidades persisten todavía hoy, cuando las amenazas que pesan sobre Cataluña
son muy diferentes (la inmigración masiva e inintegrable) y son las que están
en el fondo del fracaso del “procés” independentista).
La “Semana Trágica” supuso la caída del gobierno de Maura y el
nombramiento del liberal José Canalejas como su sucesor. Así se llegó al
“gobierno largo” (de apenas ¡dos años! de duración, algo excepcional en la
época). Durante 1910-1912, Canalejas reconoció la existencia de nuevos
problemas. El más preocupante era el aumento de la población española que había
pasado de 18.600.000 habitantes en 1900, a 20.050.000 doce años después. Hoy
puede parecer un aumento insignificante, pero en aquellos primeros pasos del
siglo XX, y para un sistema económico, de escaso crecimiento, suponía un
problema que se fue agravando en los años siguientes (en 1930, el censo daba
23.600.00 millones, gracias a las mejoras sanitarias abordadas por la Dictadura).
Este aumento poblacional generó migraciones interiores de las zonas más
deprimidas a las regiones más industrializadas. Y todo esto sin contar que
entre 1900 y 1930 emigraron a América, 4.000.000 de españoles (quizás un millón
más, si tenemos en cuenta a la emigración clandestina). “Hacer las
Américas” se convirtió en una alternativa para jóvenes que huían de la
inestabilidad, del anquilosamiento del sistema económico español y del a
parálisis política. Los destinos más habituales fueron Cuba y Argentina. La
España rural empezaba a abandonar el campo y a concentrarse en torno a las
grandes ciudades.
Tras el asesinato de Canalejas, España iniciará una larga deriva
que culminará en 1923 con la proclamación de la Dictadura del General Primo de
Rivera. En los meses después a la desaparición
del estadista, tanto el Partido Liberal como el Conservador se fracturaron
interiormente y desaparecieron en la práctica. Cuando el conde de Romanones
asume el poder en 1913, ya no queda nada del canovismo ni de la alternancia.
Seguimos en la Restauración, al menos formalmente, pero sin pilotos en la
cabina de mando.
Mientras, se ha creado la CNT y el Sindicato Minero Asturiano
vinculado al PSOE, ambos en 1910. Son años de huelgas continuas y de
conflictos obreros de envergadura, del que el principal fue la huelga
ferroviaria de 1916. Al año siguiente, las protestas obreras en todo el mundo
se centuplican por la euforia del estallido revolucionario en Rusia el mes de
octubre de 1917. El año 1917 es de mala cosecha: otro factor que excitará las
protestas sociales. Como contrapeso aparecen ese mismo año las juntas de
Defensa compuestas por jefes y oficiales, una especie de “sindicato militar
legalizado”. Más huelgas, más presión del regionalismo catalán: 1917 es
el inicio de la crisis terminal del régimen de la Restauración. Al año
siguiente nadie quiere hacerse cargo del gobierno, incluso Alfonso XIII amenaza
con abdicar. Entonces Maura acepta la propuesta de formar gobierno. Pero la
Restauración está rota.
Incluso el ejército se ha partido en dos. Por un lado, los
militares “africanistas” que llevaban sobre sus espaldas el peso de la guerra
de Marruecos y acusaban al otro sector, a los miembros de las Juntas de
Defensa, de burócratas. Esta división se
prolongará hasta la Guerra Civil y será una de las causas, tanto del golpe de
1923, como del alzamiento de una parte del ejército en 1936.
Otro tanto ocurre en el mundo sindical. La UGT convoca una
huelga general en 1917, constituyó un fracaso. La UGT, fuerte en Madrid y el
País Vasco, era débil en Cataluña y Andalucía, a su vez, bastiones de la CNT.
Ambas organizaciones pactaron un día de huelga general en diciembre de 1916 que
resultó un éxito de movilización y apoyos, pero sin resultados en las
reivindicaciones. Así que, los sindicatos pactaron una “huelga general
indefinida” de carácter “revolucionario”. Pero, pronto surgieron discrepancias
entre los convocantes: la CNT empezó a desconfiar de los contactos con
“políticos burgueses” de la UGT y del carácter que este sindicato quería dar.
La huelga fue un fracaso relativo (apenas cinco días y solo en las grandes
zonas urbanas e industriales). El balance final fue de 71 muertos, 156
heridos y 2000 detenidos. Para afrontar el desafío sindical, Alfonso XIII
nombró un “gobierno de concentración” en el que participó también la Lliga
Regionalista de Cambó. En las elecciones de 1918, el PSOE colocó en sus
listas a los dirigentes de la UGT que habían instigado la huelga.
Mayor impacto tuvo, al menos en Cataluña, la huelga de “La
Canadiense”, en 1919 que se prolongó durante 45 días y paralizó el 70% de la
industria catalana. Esta huelga contribuyó a que la CNT alcanzara la
hegemonía en el medio obrero catalán y se saldó con mejoras salariales,
amnistía de los detenidos, readmisión de despedidos y jornada de ocho horas.
Pero también el campo opuesto se reorganizó con la creación de la Federación
Patronal Catalana, la más intransigente y combativa patronal que creó “listas
negras”, multiplicó los lockouts y los despidos masivos como tácticas
contra el movimiento obrero.
El gobierno había afrontado sucesivamente tres desafíos: el
militar (con la creación de las Juntas de Defensa), el catalanista
(con la creación de Solidaritat Catalana) y el proletario (con la irrupción
de UGT y CNT). Ninguno de ellos había sido resuelto. Todos quedaban pendientes
de solución. Los problemas se acumulaban. Y, para colmo, en Cataluña, las
luchas entre la patronal y la CNT dio lugar, como hemos visto, al fenómeno del
pistolerismo: en apenas 5 años (1917-1923) se produjeron 267 muertos y 583
heridos. En el verano de 1921 se agravó la crisis del Rif con el desastre
de Annual en el verano de 1921 (12.000 soldados españoles muertos).
Tras el descalabro, Alfonso XIII había expresado su deseo de
enderezar la situación “fuera o dentro de la Constitución”. El general
Miguel Primo de Rivera, Gobernador Militar de Cataluña tomó cartas en el
asunto: el 13 de septiembre de 1923 se inició la “primera Dictadura”. El
Rey, que había permanecido alejado de la preparación del golpe, apoyó la
decisión de Primo de Rivera: pero, contrariamente, a lo que se ha creído desde
entonces, no encabezó el pronunciamiento que fue una acción unánime de todo el
estamento militar.
¿Era Primo de Rivera el “cirujano de hierro” que había pedido
Joaquín Costa tras el “desastre del 98”? El poder militar había triunfado sobre
el poder civil: cuando éste se vio incapaz de enderezar la situación, apareció
el “puñado de soldados” que salvó a la Patria.
Sin embargo, solamente en los primeros momentos el poder militar sustituyó
completamente a la ineptitud del poder civil. En efecto, en 1923-1925, el
directorio militar ocupó todos los ministerios, los burócratas, subsecretarios
y políticos profesionales, fueron sustituidos por militares de carrera. El
país apoyó la decisión que solamente fue deplorada por la clase política,
enviada al paro.
El Dictador nunca pretendió eternizarse en el poder y siempre
declaró que su gobierno sería provisional y, por tanto, evitó acometer reformas
constitucionales. España seguía siendo una monarquía parlamentaria y así
seguiría siendo. De hecho, solamente existió un
“gobierno militar” entre la fecha del golpe, cuando se constituyó un
“Directorio Militar” y diciembre de 1925, en el que Primo de Rivera creó un
Directorio Civil” (junto a una Asamblea Nacional Consultiva) que ejerció como gobierno
efectivo de la nación. En los primeros momentos, las declaraciones sobre la
temporalidad de la Dictadura convencieron a los más, pero a medida que se
prolongaba esta etapa, se hizo evidente que faltaba “legitimidad” y, sobre
todo, conciencia de hasta cuándo iba a durar el régimen a la vista de que los
problemas resueltos eran menores que los que se iban acumulando.
Sin embargo, la principal característica de la Dictadura serían
sus continuos cambios de criterio en materias capitales. El balance final de
la Dictadura es una mezcla de logros y fracasos de los que resulta imposible
extraer un balance final.
Entre los fracasos se cuenta, la
progresiva pérdida de apoyos (obreros, patronales, intelectuales e, incluso,
militares), la incapacidad para resolver los grandes problemas estructurales
del país, especialmente el caciquismo, contra el que Primo de Rivera apenas
pudo hacer nada; al llegar la crisis de 1929, aunque España no fue de las
naciones más afectadas, pero se notó la crisis financiera y el paro fue
aumentando, lo que facilitó la acción de los sindicatos clandestinos que, a
partir de 1925 se fueron reorganizando y empezaron a crear dificultades que
luego, desde los primeros meses de la República, se multiplicarían
exponencialmente. En general, la Dictadura respondió con medidas represivas
que, inicialmente, afectaron a los partidos políticos (que fueron disueltos), a
la prensa (que fue sometida a censura) y a los sindicatos (especialmente a la
CNT, intentando integrar a la UGT en los Comités Paritarios constituidos por el
ministro Eduardo Aunós).
Las primeras muestras de descontento, se habían iniciado en 1926
con la “sanjuanada”, golpe revisto para la “noche de San Juan” y que fracasó. El
golpe había sido instigado por las viejas glorias de la Restauración, junto a
oficiales del Cuerpo de Artillería. A partir de ahí, empezó la disidencia
militar. Consciente de la necesidad de una reforma del estamento militar,
especialmente tras la pacificación de Marruecos, las medidas adoptadas generaron
descontento en las filas militares en donde la unidad del estamento
demostrada en el momento del golpe se rompió pronto, volviéndose a la división
entre “africanistas” y “junteros”: Primo de Rivera, optó, primero por los
“junteros” partidarios de abandonar Marruecos, pero luego en 1925, optó por los
“africanistas”, organizando el desembarco de Alhucemas. En ese momento, de
todas formas, la polémica no se centraba en tanto en la guerra del Rif como en
la política de ascensos: los “junteros” proponían que se realizasen por
antigüedad, los “africanistas” por “méritos de guerra”. Esto generó que los
“junteros”, a partir de 1926, empezaran a contactar con representantes de los
disueltos partidos políticos para finiquitar la Dictadura, mientras que los
“africanistas” reabrían la Academia General Militar de Zaragoza con Francisco
Franco como director, demostrando que Primo de Rivera había terminado
apoyándolos en detrimento de artilleros, intendencia, sanidad e ingenieros
(en los que figuraban muchos miembros de la aristocracia).
Finalmente, los intelectuales rompieron tempranamente con la
Dictadura y tuvieron un papel decisivo en la última etapa del régimen
solidarizándose en 1929 con los estudiantes que protestaban contra la Ley
Callejo. Primo de Rivera dio su brazo a torcer presionado por las patronales
que temían el fracaso de los “eventos del 29” (las exposiciones internacionales
de Barcelona y Sevilla) y la reunión de la Sociedad de Naciones que debía
celebrarse en Madrid. El Ateneo de Madrid, por otra parte, se había convertido
en un foro disidente y fue clausurado. La crisis con los intelectuales llegó
hasta el extremo de enviar a Miguel de Unamuno a Fuerteventura a raíz de un
artículo publicado en la prensa argentina.
Con el regionalismo, la política de la Dictadura fue también
oscilante. Cambó tenía esperanzas en que el
Dictador, al que conocía, accediera a algunas reivindicaciones catalanistas, a
lo que éste, inicialmente, pareció dispuesto. Pero pronto, tales esperanzas se
vieron decepcionadas, entablándose una larga polémica sobre el uso del catalán
en las predicaciones de la Iglesia, desde el momento en el que Primo de Rivera
consideró que la cuestión lingüística era el principal caballo de batalla del
independentismo.
Si estos fueron los fracasos más sonados de la Dictadura, toca
ahora aludir a sus éxitos. El
más notorio fue la pacificación de Marruecos tras el desembarco de
Alhucemas. No solamente el protectorado se estabilizó, sino que la victoria dio
un gran prestigio al gobierno de Primo de Rivera. También, en una primera fase,
la cooperación con la UGT y el PSOE, hizo que disminuyeran las tensiones
sociales que se redujeron a las generadas por la CNT. El Dictador creó la
Organización Corporativa del Trabajo en 1926 para regular los problemas
laborales. También se adoptaron medidas sociales como el Código de
Trabajo y el seguro de maternidad. Aumentó la dotación para crear
infraestructuras de nuevo cuño (aeropuertos), obras hidráulicas y carreteras.
Se adoptó una política económica proteccionistas que facilitó el
desarrollo de la industria y el aumento de la producción; tres grandes
empresas nacionales fueron creadas (Telefónica, CAMPSA e Iberia) y hasta
1928 se produjo un desarrollo económico notable que, de haber seguido, hubiera
facilitado la recuperación del tiempo perdido durante el siglo XIX. Aumentaron
las inversiones en educación (se crearon 5.000 escuelas, 25 institutos de
enseñanza media y se inició la construcción de la Ciudad Universitaria de
Madrid) y sanidad y empezó la lucha contra el analfabetismo, finalmente,
se mejoró el funcionamiento de la administración y, por supuesto, en el terreno
del orden público, la situación igualmente mejoró, especialmente en lo relativo
al terrorismo. El número se universitarios se multiplicó por tres en los
años de la Dictadura.
La creación de la Unión Patriótica no puede
considerarse un éxito: el partido, provisto de un fuerte carácter
“regeneracionista”, no consiguió ser una fuerza social decisiva para sobrevivir
tras el fin de la dictadura. Como ocurriría posteriormente con el Movimiento
Nacional franquista, su programa inicial, sería podado y declarado “apolítico”…
pero “patriótico”.
El resultado fue que, a finales de los años 20, estaba claro que Primo de Rivera había sufrido un desprestigio constante y que Alfonso XIII ya no apreciaba su gestión como en 1923. La Dictadura había reducido extraordinariamente su base social, incluso en el ejército. Sin aferrarse al poder, sin tratar de eternizarse, Primo de Rivera presentó su dimisión el 28 de enero de 1930 (“por razones de salud”), muriendo en París 47 días después. Trasladado su cuerpo a España, sus restos no recibieron ningún tratamiento especial, ni fueron recibidos por unidades militares en atención a su rango.














