viernes, 12 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (4) - El fracaso de la Segunda República


5. Fracaso de la República

La caída de Primo de Rivera entrañaría también la de Alfonso XIII. Los partidos políticos le achacaban el compromiso del Rey con el Dictador. Era cuestión de tiempo que la caída del segundo no arrastrara al primero. También en esto, existe cierto paralelismo entre Primo de Rivera (“primera dictadura”) y Franco (“segunda dictadura”): la muerte del primero supuso el advenimiento de la República, pero la muerte del segundo, no fue la “instauración” en la que pensaba, sino más bien en una “república coronada” en la que el Rey lo es solo nominalmente, sin prácticamente atribuciones, ni siquiera la de disolver gobiernos o convocar elecciones; incluso como “jefe de las fuerzas armadas” debe actuar según los designios del gobierno, hasta el punto de que sus desplazamientos y visitas, tanto a regiones de España como a países extranjeros, deben ser autorizados por el gobierno…

Tras la dimisión de Primo de Rivera, se inicia un corto período de gobierno presidido por el general Dámaso Berenguer, conocido como “dictablanda” (once meses desde enero de 1930 a 1931) caracterizado por dos fenómenos: un aumento de los ataques a la monarquía y la división efectiva de la sociedad española en dos sectores: monárquicos y republicanos. Durante ese tiempo, la deserción de notables del campo monárquico al republicano fue en aumento. Finalmente, el Pacto de San Sebastián, promovido por la Alianza Republicana, unió a todos los partidos de esta orientación en un frente único al que se sumaron, finalmente, UGT y el PSOE. Por entonces no existía nada parecido al CIS, pero todo induce a pensar que el sentir mayoritario de la población en aquel momento, era favorable a la monarquía en la España rural y a la República en las grandes ciudades. Si fue posible la llegada de la República se debió, sobre todo, a las deserciones que se dieron entre los políticos monárquicos predispuestos al entreguismo. Cuando se conocieron los resultados de las elecciones del 12 de abril de 1931, los monárquicos obtuvieron el mayor número de concejales, pero el hecho de que en treinta capitales de provincia hubieran triunfado candidaturas republicas, por una decena monárquicas, generó un estado depresivo entre los monárquicos y en la propia Casa Real. ¡Los propios monárquicos, desconocieron el hecho de que España seguía siendo un país mayoritariamente rural y que, en esas zonas, indiscutiblemente, ellos habían obtenido una amplia mayoría! Más que una lucha entre monárquicos y republicanos, la República supuso la victoria de la España urbana sobre la rural.

En Cataluña los resultados eran favorables a ERC, mientras que, en Madrid, los republicanos se movilizaban eufóricos. La Guardia Civil y el Ejército mantuvieron una escrupulosa neutralidad. Unas elecciones que debían haber dado como resultado quién gobernaría en ciudades y pueblos, terminó siendo un “referéndum sobre la monarquía”. Lo que resulta sorprendente es constar que jamás se conocieron los resultados definitivos. Votó el 67%, pero el sistema electoral de la época, implicaba que en pueblos donde solamente se había presentado una candidatura, ésta fuera proclamada ganadora. A falta de confirmaciones y recuentos de votos, siempre se ha considerado que los monárquicos ganaron en zonas rurales y los republicanos en las grandes ciudades. Cuando el gobierno dio resultados el 13 de abril fueron parciales, relativos a 28.025 concejales sobre un total de 89.099, sin que se mencionaran los votos. Las cifras dadas eran de 22.150 concejales monárquicos por 5.875 republicanos. Sea como fuere, estos datos importan relativamente poco -se destruyeron actas y las que pudieron examinarse se comprobó que estaban repletas de errores-, y no se conocerán jamás. Fue la presión de las masas movilizadas a favor de la República y la actitud timorata de los dirigentes monárquicos, lo que más contribuyó a la proclamación de la República. No hubo nada heroico, ni en la defensa de la monarquía, ni en la actitud del Rey, ni mucho menos en la rapidez y la absoluta ilegalidad con la que se proclamó la República: se iniciaban cinco años vertiginosos que concluirían con la Guerra Civil.

Si la República sirvió para algo fue para extremar la polarización de la sociedad española. La República sustituyó el “turnismo” caciquil por las luchas a muerte entre banderías. No se trataba de dos actitudes burguesas, la conservadora y la liberal, sino que se había introducido un tercer factor: los radicalismos socialista y anarquista que proclamaron el “antifascismo” antes de la llegada del fascismo y para los que cualquier cosa que no fueran sus propias banderas, era considerada como fascismo.

La República empezó mal: no solamente fue incapaz de resolver todos los problemas existentes hasta entonces, sino que abrió nuevos conflictos. Durante los cinco años previos al estallido de la Guerra Civil, no hubo día en lo que no se produjera algún episodio de violencia política. La inestabilidad de los gobiernos fue congénita. La corrupción generalizada. A los pocos días de nacer la República, el caos ya se había instaurado en la sociedad: la decepción se instaló pronto en una sociedad que había entrado en crisis desde finales del XVIII y que, desde entonces apenas había conocido períodos de paz civil.

Los sectores católicos fueron los primeros decepcionados. Apenas un mes después de la proclamación de la República, en mayo, se inició el episodio conocido como “la quema de conventos”. Este episodio marcó la pauta de lo que iba a ser la futura constitución elaborada por republicanos y socialistas: no era solo laica, con fuerte influencia masónica, sino que también era profundamente anticlerical y definía en el Artículo primero a España como “una República democrática de trabajadores de toda clase”. La impresión que da la lectura de su texto, es que, aparte de la obsesión laica (que contrastaba con la mayoría católica del país), esta constitución era como cualquier otra de las que España ha tenido antes y tendrá después: ni mejor, ni peor, todo dependía de que las fuerzas políticas actuaran de manera razonable y mediante consensos o se perdieran en dogmatismos que, como era previsible, concluirían en una escalada de tensión.

¿Quién fue responsable de esa escalada? Si nos remontamos a las primeras semanas del nuevo régimen está muy claro que esa responsabilidad corresponde a los grupos políticos que promovieron la República y que excluyeron a cualquier otro grupo político de su proyecto. Los católicos, a la vista de la “quema de conventos” y de la batería de medidas laicas y anticlericales que se aprobaron en los primeros meses, pronto dieron la espalda a la República; luego, los monárquicos se sintieron perseguidos y marginados (a pesar de que se trataba de un amplio sector de la población). La burguesía y las gentes “de orden” deploraron las sublevaciones anarquistas que se fueron sucediendo en los primeros dos años, mientras que la represión de que fueron objeto, enajenó el apoyo de los sectores más radicales de la CNT que cayo en manos de la Federación Anarquista Ibérica. Cada día que pasaba, parecía como si la base social de la República se fuera reduciendo poco a poco. Para colmo, había que insertar los años de la República en un momento de desprestigio absoluto de los regímenes democrático-parlamentarios ante la ofensiva de los fascismos y del bolchevismo. La democracia llegó a España, como un “logro”, en el momento en el que los regímenes parlamentarios ya estaban ampliamente desacreditados.

La historia de la República tiene tres fases: el “bienio reformista” (1931-1933), el “bienio conservador (1933-35) y la “crisis total” (1936). En la primera fase, las medidas masónico-laicas y antimonárquicas, generaron la reacción de algunos elementos monárquicos que intentaron un golpe de Estado en agosto de 1932 conocido como “la sanjurjada”. La agitación social prosiguió con nuevos intentos de sublevación anarquista que culminaron con sus sucesos de Casas Viejas en enero de 1933. Estos hechos demostraron que parte de los monárquicos y de los anarquistas, se solidarizaban con el nuevo régimen: los primeros, por considerar que la República iba dirigida contra ellos y los segundos que la apoyaron por considerarla “revolucionaria” y patrimonio “de los trabajadores”, quedaron decepcionados por la brutalidad de la represión.

La inestabilidad de los dos primeros años y la insistencia de Clara Campoamor en la conquista del voto para la mujer, fueron los dos elementos que generaron un abrumador triunfo de las derechas en las elecciones de 1933. La Unión de las Derechas obtuvo 2.657.800 votos y 210 escaños (173 más que en 1931), quedando por delante de la Unión de Centro con 2.270.700 votos (4 más que en 1931) y 127 diputados, mientras que el PSOE se quedaba en 1.858.300votos y 59 diputados (56 menos que en 1931). La victoria de la derecha católica era incuestionable, sin embargo, el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, optó por pedir a Alejandro Lerroux (el partido que habia quedado segundo) que formara gobierno. Gil Robles apoyó, inicialmente este gobierno, a pesar de haber sido el ganador de las elecciones. Esta elección de Alcalá-Zamora se debió a tres factores: la consideración de que la República era “cosa de izquierdas” y que estas no aceptarían la presencia en el gobierno de alguien que no tuviera credenciales republicanas; la consideración de que los triunfadores de las elecciones eran “accidentalistas”, esto es monárquicos que habían aceptado la República como “accidente” y que asumían su legalidad, pero no su legitimidad; y en última instancia por la presión de la masonería (el Partido Radical de Lerroux y él mismo, parecían una sucursal de las logias y todavía no se ha cerrado el debate sobre si Alcalá-Zamora pertenecía o no a las logias, si bien se conoce que la mayoría de jefes de gobierno de la República pertenecieron a la masonería: Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio, Ricardo Samper y Manuel Portela Valladares).

En el momento en el Gil Robles reclamó cuatro ministerios para seguir apoyando al gobierno de Lerroux, el PSOE y los independentistas catalanes intentaron un golpe de Estado “antifascista” (el fascismo en España en esos momentos de reducía a grupos muy minoritarios y los socialistas, deliberadamente o por ignorancia, consideraban a la CEDA como “fascista”, cuando no pasaba de ser un “partido de orden” (del que se había desgajado Renovación Española, formada por los conservadores “no accidentalistas”, esto es, por aquellos que deseaban explícitamente el retorno al régimen monárquico). El golpe fracaso desde las primeras horas en Cataluña y en el resto de España, de ahí que haya sido llamado “la Revolución de Asturias” por ser solamente en esa región en donde se prolongó la resistencia armada durante dos semanas, generando un millar de muertos, 2.000 heridos y 30.000 encarcelados. Esas dos semanas pueden ser consideradas como el prolegómeno a la Guerra Civil.

En realidad, durante ese período, se intentaron revertir algunas de las reformas anticlericales aprobadas en los primeros meses de la República. No fue, desde luego, una “contrarreforma”, pero así se lo tomó la izquierda que, como Julián Besteiro, llegó a hablar de un “contubernio entre católicos y masones” (cuando en el PSOE eran muchos los miembros de la masonería presentes en el parlamento: Fernando de los Ríos, Ángel Galarza, González Peña, etc). Pero el problema no era ese, sino que el Partido Radical era un foco profundo de corrupción: el 19 de octubre estalló el “escándalo del estraperlo” (sobornos a políticos lerrouxistas para permitir la instalación de ruletas eléctricas trucadas en casinos, con su prolongación en el “asunto Nombela”) que supuso el fin del gobierno Lerroux y la convocatoria de elecciones anticipadas para febrero de 1936.

Para estas elecciones se formó un frente de izquierdas formado por el PSOE, Izquierda Republicana, Unión Republicana, ERC, PCE, POUM y Partido Sindicalista que contó con el “apoyo exterior” de la CNT (que en 1933 había decretado la abstención), que tenía su réplica en el Frente Nacional Contrarrevolucionario (en cuyas candidaturas participaron la CEDA, Renovación Española, los carlistas, el Partido Agrario y el Partido Nacionalista, el Partido Republicano Radical y la Lliga Regionalista. Con una alta participación (72%) el Frente Popular venció por 4.654.116 votos (47%, 286 diputados), mientras que la derecha quedaba a corta distancia con 4.503.505 votos (46,48%, 141 diputados), hundiéndose el “centro político” con apenas 400.901 votos (5% y 46 diputados). Como puede verse: la ley electoral beneficiaba con mucha diferencia al partido que había obtenido más votos: con apenas un 1’50% más, el Frente Popular lograba 145 diputados más que la derecha. A esta disfunción absoluta operada por el sistema electoral, se unía el hecho de que se produjeron abusos y fraude electoral en nueve provincias y fue necesario repetir las elecciones en Cuenca. Desde la disolución de las Cortes en enero de 1936 hasta la jornada electoral, murieron en el curso de atentados y de episodios de violencia política, 41 personas y otras 80 resultaron heridas (otras cifras elevan estos números a prácticamente el doble).

Lejos de resolver la situación, el resultado electoral galvanizó los ánimos de una y otra parte. El ambiente político se volvió extremadamente tenso, la violencia callejera se recrudeció apareciendo las primeras “venganzas” cubiertas como “asesinatos políticos” cuando no eran más que de “ajustes de cuentas personales” (incluso por “asuntos de faldas”, como el asesinato de los hermanos Badía en Barcelona por pistoleros al servicio, presumiblemente, del Luís Companys), huelgas salvajes y desórdenes constantes. La CEDA salió de estas elecciones completamente desmoralizada y, a pesar de la endeblez del grupo parlamentario de Renovación Española – Bloque Nacional, el protagonismo como líder de la oposición fue asumido por José Calvo Sotelo que resultaría asesinado el 13 de julio, como represalia por el asesinato del teniente de la Guardia de Asalto, José del Castillo (miembro de la Unión Militar Republicana, instructor de las milicias socialistas y uno de los responsables de la muerte de un primo hermano del fundador de Falange Española y de un carlista que recibió una bala del propio teniente). Nunca se ha conocido la identidad de los asesinos de Castillo, pero no cabe la menor duda de la militancia socialista de los que mataron a Calvo Sotelo.

El asesinato de Calvo Sotelo fue el indicativo de que la situación había llegado al límite: en las semanas anteriores, la oleada de huelgas y violencia de la izquierda era respondida cada vez con mayor dureza por las milicias falangistas que se habían visto reforzadas por miles de antiguos miembros de las juventudes de la derecha y se encontraban en clandestinidad. Oficialmente, la Guerra Civil comenzó el 17 de julio de 1936, pero en realidad, había que retrasar esa fecha hasta el 16 de febrero (fecha de la victoria electoral del Frente Popular), o incluso hasta el mismo día en el que se inició la andadura republicana el 14 de abril de 1931: en efecto, desde ese momento, cada día, España vivió un permanente conflicto entre derechas e izquierdas, entre monárquicos y republicanos, entre laicos masónicos y católicos intransigentes. Poco a poco (y el resultado electoral de 1936 lo confirma), los partidos de centro fueron desapareciendo y el pueblo español se fue radicalizando. La “sanjurjada” por un lado, el golpe socialista de Asturias, la rebelión independentista de Companys, los cientos y cientos de episodios de violencia política demostraron a las claras que la Segunda República se había vuelto inviable. De hecho, lo fue desde el principio. A partir del 17 de julio de 1936, España entró en la única vía que le quedaba por andar: la Guerra Civil.

La sublevación del Ejército de África y de varias guarniciones de la península, hizo que la larga agonía republicana, los 987 días de Guerra Civil, situarán al General Francisco Franco al frente de los destinos del Estado Español durante un largo período de nuestra historia. Cuando agoniza la República (víctima de sus propios errores, de su radicalismo, de ideas equivocadas sobre lo que era la “democracia” y el “antifascismo”, de las luchas entre partidos, del atraso secular que arrastraba España desde finales del XVIII, la “pirámide de fracasos” de la que hablará Ramiro Ledesma), Franco se fijará dos objetivos: restablecer la paz y aplicar un programa regeneracionista. Nadie puede negar hoy que ambos eran necesarios.