miércoles, 26 de abril de 2023

NOSOTROS LOS FACHAS Y LA EXTREMA-IZQUIERDA A LA QUE ODIÁBAMOS TANTO (10) - DIVAGACIONES SOBRE LAS FALANGES DE LA TRANSICIÓN, LOS MONTONEROS, LA AUTOGESTIÓN Y MÁS ASUNTOS PENDIENTES.

El ambiente falangista, por su misma naturaleza, tuvo algunas similitudes con la deriva que siguió fatalmente F/N pero también notables diferencias. Las distintas tendencias falangistas no entendieron que, en 1975, había terminado una época definitivamente y para siempre: empezaba el tiempo de los partidos políticos convencionales; lo que hubiera sido Falange Española durante la República, en los primeros años del franquismo, durante la guerra civil o en el tardofranquismo, ya importaba muy poco. El “tiempo nuevo” no era proclive ni para uniformes, ni para formaciones paramilitares, ni siquiera para los mismos mensajes que unos pocos años atrás difundía el FES, o los Círculos José Antonio o los falangistas anidados en el vetusto caserón de la Secretaría General del Movimiento. Incluso los falangistas que buscaron “renovar” más su arsenal propagandístico y agitativo, los miembros de la FE-JONS(a), no lograron nada más que aumentar el caos y la confusión en torno al nacional-sindicalismo. No bastaba con dejarse el pelo largo, barba y pantalones campaña para “estar al día”. Cuando ese estilo se combinaba con la camisa azul y el yugo y las flechas que remitían, no tanto a la lejana en el tiempo Falange de José Antonio fundada en 1933, sino al franquismo desaparecido anteayer, era muy difícil obtener credibilidad proclamando estar a favor de la “ruptura democrática”, tratando de ser más obreristas que nadie (“Falange con el obrero”).

Justo es reconocer que las gentes de “la Auténtica”, fueron los más activos, los más dinámicos, incluso los más imaginativos, de entre todos los grupos falangistas de la transición. Pero eran, tan ingenuos como el resto de la familia azul; eran la desembocadura imposible de un ideal que se había hundido en 1945, cuando los tanques rusos y la aviación norteamericana convirtió Europa en tierra de reconstrucción. El fascismo murió ese año y las distintas variedades de “fascismos nacionales” murieron con él. Y el problema de “la auténtica” es que no quiso reconocer que la Falange de José se parecía más a los fascismos nacionales que a cualquier otro movimiento político de su tiempo. A diferencia de los fascismos que, después de 1945, se convirtieron en “neo-fascismos”, no hubo un “neo-falangismo”. Salvo Cantarero del Castillo, que intentó una reconversión del movimiento hacia la social-democracia -muy ingenuo por lo demás-, el resto de tendencias falangistas se enrocó en la búsqueda de la “ortodoxia”, la “autenticidad” o la alianza con nacional-católicos.

A años de distancia no creo que se pueda reprochar a ninguna de las tres tendencias el “haberse equivocado”, a la vista de la desaparición efectiva del falangismo de la escena política que se hizo patente a partir del primer tercio de los años 80. No es que esa desaparición fuera solamente el resultado de la suma de errores acumulados durante el franquismo, ni de las carencias de la falange fundacional que apenas tuvo tres años intensos y plagados de tensiones extremas para poder forjar doctrina, estrategia, clase política, tácticas, etc, ni de que sus mejores cabezas desaparecieran en el marasmo de la guerra civil o cayeran en Rusia: es que, simple y sencillamente, a partir de 1945, no podían vencer. Se adoptara la línea política que se adoptase, se emplearan los medios tácticos y se eligiera cualquier estrategia, vencidos los “fascismos” solamente quedaba “desfascistizarse”. Y aquí, como en el estar embarazados, no había término medio. O se cambiaba la uniformidad, las consignas, los símbolos, el nombre mismo del movimiento y de la doctrina que fuera el resultado de un análisis oportunista y coyuntural, sino que surgiera de una reflexión total sobre la realidad mundial y la deriva que había tomado Europa -y con ella España- en la segunda mitad del siglo XX. No se pudo hacer porque faltaron teóricos de altura, lúcidos con capacidad para transmitir ideas, que, además, fueran respetados por las bases, admirados, temidos y que hubieran mostrado su capacidad como conductores de masas.

La realidad fue que, a partir de 1942-45, los sectores “revolucionarios” de la Falange -que la historia demuestra que había fiado el destino de su revolución a la suerte de las armas del Eje- quedaron completamente desorientados, desmoralizados, desmovilizados, por el resultado final de la guerra mundial (sería este grupo, precisamente, el que iría escorándose a la izquierda a medida que avanzara el franquismo. ¿Su figura central? Dionisio Ridruejo. ¿Su mito? Un Hedilla que solamente buscaba su rehabilitación). Otros falangistas siguieron dentro de las estructuras franquistas, subordinados a la figura de Franco, aceptando el hecho de que eran una componente más del régimen y así permanecieron hasta noviembre de 1975. Hubo en este grupo mucha retórica, bastante “acción social” desde los puestos de poder y un indudable acomodamiento a las poltronas. Y, finalmente, existieron núcleos que leyeron las Obras Completas, fueron formados en el Frente de Juventudes o en las demás organizaciones del Movimiento y creyeron que aquellas intuiciones geniales podían -todavía- llevarse a la práctica y empezaron a “disentir” del aparato oficialista. De ahí surgieron los Círculos José Antonio, antes que ellos, el FES, un poco después el FSR, los Antiguos Miembros de Juventudes, y de ahí, finalmente, surgieron también “los auténticos”.

Lo que caracterizaba a estos últimos es que eran “obreristas”, más sindicalistas que nacionalistas. En buena lógica deberían haber terminado su andadura política, como hicieron muchos de ellos, en las filas de la CNT de la transición que todavía tuvo cierta fuerza e, incluso, en Barcelona, atrajo a un par de docenas de jóvenes falangistas radicalizados en lo social. O en el FSR que agrupaba a falangistas vergonzantes -fundado por Narciso Perales que luego sería expulsado del grupo cuando los no-falangistas se convirtieron en mayoritarios- con sindicalistas puros a lo Pestaña y que, por supuesto, también terminaría extinguiéndose como se extingue todo aquello que termina, inevitablemente, siendo rescoldos de otras épocas. Y la CNT lo era tanto como la Falange.

Algunos de aquellos “auténticos” estaban seducidos por la experiencia montonera en los años en los que los montoneros ya estaban ampliamente derrotados. Vale la pena dedicar unas líneas a aquella experiencia que, como dicen los argentinos, “cagó” a toda una generación. La derrota montonera fue el resultado de sucesivos “errores tácticos” (asesinar a José Ignacio Rucci, jefe del sindicalismo peronista, enfrentarse al propio Perón y pretender seguir siendo “peronistas” y cometer decenas de atentados que generaron inseguridad y confusión en la sociedad argentina, hasta precipitar y justificar, en sí mismo, el golpe del 24 de marzo de 1976). Tras los errores tácticas empezaron los secuestros por motivos exclusivamente económicos. El 19 de septiembre de 1974 la “Columna Norte de los Montoneros” secuestró a los hermanos Juan y José Born, propietarios de la multinacional Bunge & Born por el que cobraron 260 millones de euros (en cotización de 2015). Parte de ese dinero fue “invertido” en Cuba a través del banquero David Graiver (que, al morir en un dudoso accidente aéreo, pasó a manos del gobierno castrista). Dado que el rescate se cobró en partes, la dirección juzgó adecuado reagrupar a los militantes que se encontraban en el exilio y financiar la “contraofensiva” de 1979 que fracasó por completo y costó la muerte de 80 guerrilleros. Estaba claro que ya no se podía derrocar al gobierno militar mediante “la lucha armada”. Quizás por eso, la “Conducción Montonera”, alegando que la situación internacional estaba cambiando y que la victoria sandinista en Nicaragua y el derrocamiento del Sha de Persia, demostraba que “las masas” podían vencer a los gobiernos dictatoriales, promovieron una segunda contraofensiva en enero de 1980. Pero también hay quienes alegan -y con razón- que la dirección montonera, en ese momento, conocía que todos depósitos de armas habían sido localizados por las fuerzas de seguridad y los militantes que entraban clandestinamente en Argentina, eran sistemáticamente detenidos en la frontera. En apenas un mes, la totalidad de los militantes enviados al interior resultaron detenidos: el Batallón 601, encargado de la represión tenía “información privilegiada” sobre los militantes que regresaban del exilio para desencadenar nuevas operaciones terroristas. ¿Qué había ocurrido? Algo tan simple como que, cuando una lucha se da por perdida, lo último que queda es discutir quién se queda con la caja (por cierto, ¿os habéis dado cuenta de que nadie ha aludido al “tesoro de ETA” tras la disolución de la banda…). Y del secuestro de los Born todavía quedaba mucho. El envío de militantes del exilio al interior, tenía como único fin reducir el número de personas que se repartirían lo que quedaba de aquella operación. Los que se negaron a reingresar en Argentina fueron expulsados de la organización alegando “indisciplina”. Negocio redondo, en una palabra. Allí murió el ideal montonero que ya estaba muerto desde los errores tácticos de 1973-1974.

Ajenos a todo esto, los falangistas “auténticos” realizaron el siguiente encadenamiento de silogismos: “Perón era “justicialista”. El “justicialismo” era patriotismo más justas políticas sociales. Los montoneros eran peronistas. Los falangistas tenían en España los mismos objetivos que los peronistas: patriotismo más justicia social. La situación en España en 1973-1977 era igual a la Argentina: en efecto, en ambos países existía una “dictadura militar”. Los montoneros parecían ser los peronistas más radicales”. Los falangistas “auténticos” querían ser los más radicales del nacional-sindicalismo. Por lo tanto, se mirarían en el espejo de los peronistas.

Estas distorsiones son lógicas cuando se ven las cosas a los 10.000 kilómetros que separan Madrid de Buenos Aires y cuando se tiene tendencia a creer -porque se quiere “creer”, toda forma de militancia política deriva de una “creencia”, es decir, de la consideración de que existen fórmulas divinas que escapan a la racionalidad, para solucionar cualquier problema- las informaciones distribuidas por las grandes cadenas informativas que, en aquel momento, en España eran tres: PRISA, Cadena 16, y Zeta, las tres alineadas con una visión “progresista” y más favorable a condenar las “desapariciones” de los terroristas en Argentina y, por tanto, a condenar al régimen militar, que a ver la actividad montonera como simple terrorismo. Los “auténticos” fueron víctimas de una alucinación generada por la combinación de este tipo de prensa y por su propia “creencia”.

Para muchos de ellos -en la falange “auténtica” había muchas sensibilidades y opiniones diferentes entre sus miembros- el “modelo montonero” era el ideal: “creían” que respondía a su concepción de la justicia social basado en un sindicalismo fuerte y autónomo, en un nacionalismo que parecía más presentable si se planteaba como “anti-imperialismo” y estaba enfrentado a muerte a los “gorilas” (los militares en Argentina) como ellos estaban en contra del ”búnker”, “de la dictadura franquista” y demás. Y, todo esto, que desde lejos y según el alimento intelectual que se consumiera, podría ser asumible en Madrid al contemplar lo que ocurría al otro lado del Océano, no dejaba de ser un cuadro irreal y deformado, tanto de lo que ocurría en España como de los sucesos argentinos y sobre la realidad del peronismo.

Ignoraban, por ejemplo, que cuando Perón residía en Madrid, había concedido una entrevista a la revista Juanpérez, publicada en Barcelona por Ediciones Acervo, propiedad de un excombatiente de la División Azul, relacionado familiarmente con Narciso Perales. La revista, de la que hablaré en otro lugar, era exponente de los sectores falangistas más europeístas y vinculados al neofascismo. El grupo originario que daría lugar a la creación del Círculo Español de Amigos de Europa (CEDADE), nació precisamente de ese entorno en el que, además, se encontraron exiliados de los países del Eje, jóvenes falangistas que estaban conectados con grupos neofascistas franceses, alemanes, italianos, belgas y portugueses, y antiguos miembros de Jeune Europe. Además, la revista contaba con el apoyo de antiguos miembros de la OAS (los primeros mandos del Armée Secrète antigaullista tenían como único contacto al llegar a Madrid, el teléfono de Narciso Perales).

Mencionó a Juanperez porque, luego, cuando Madrid se llenó de exiliados italianos, fue a través de antiguos colaboradores de esta revista como Stefano delle Chiaie contactó con Perón en el momento en el que Rucci era su hombre de confianza en Argentina. La “sintonía” entre Rucci y Delle Chiaie fue muy buena. Rucci era originario del Sur de Italia y, gracias a él, Delle Chiaie pudo conocer la realidad de Perón en aquel momento: el general seguía en las mismas posiciones que antes de su exilio, con las concesiones necesarias a los cambios que se habían producido en sus casi dos décadas desde que tuvo que abandonar su Patria. Cuando tuvieron lugar esos encuentros, a principios de 1973, Perón ya tenía graves problemas de salud. Rucci con el entorno sindicalista, por un lado, y María Estela Martínez y López Rega, por otro, suplían sus momentos en los que ya no estaba en condiciones de trabajar. Ambos entornos se llevaban muy mal. Rucci tenía que enviar mensajes en el interior de libros a Perón; uno de ellos, delante de Delle Chiaie cayó al suelo, siendo visto por María Estela que montó el cólera. Aun así, Perón llegó a algunos acuerdos con Delle Chiaie: el futuro gobierno peronista permitiría la estancia de una colonia de exiliados italianos (y españoles, que también hubo alguno) que recibirían todas las facilidades para establecerse allí. La contrapartida era realizar por cuenta del gobierno argentino algunas gestiones que la diplomacia oficial no podía desarrollar. No era algo extraño en aquella época. El propio Coronel Skorzeny había realizado el mismo tipo de “misiones diplomáticas” (en 1974, ejerció como mediador entre el gobierno del general Hugo Banzer y el general Augusto Pinochet, para negociar entre Bolivia y Chine una salida del primer país al Pacífico por Arica). Fue así como, finalmente, muchos exiliados neo-fascistas italianos que, hasta diciembre de 1976 residían en España, finalmente terminaron en Buenos Aires. Incluso algún exiliado español terminó allí. Algunos seguirían allí hasta hace muy poco. Augusto Cauchi, a quien introduje en España pocas semanas después del atentado del Italicus -en el que no tuvo nada que ver- y que nos dio la primera pista, ya en septiembre de 1974, de que existía una red compuesta por masones de Arezzo que pagaba para que se cometieran atentados y de la que formaban también parte miembros de los servicios de inteligencia, murió hace tres años allí. De todas formas, reconozco que esta no fue la “revelación más clamorosa” que me realizó Cauchi: gracias a él conservo todavía la afición a regalarme un whisky con cola de tanto en tanto.

Sea como fuere -y volvamos a lo que nos interesa- lo cierto es que deliberadamente la “Falange Auténtica” buscaba asumir, sino no un posicionamiento “de izquierdas”, sí al menos, una actitud que estuviera lo más distante posible de la “extrema-derecha” y del franquismo. Lo que equivalía, objetivamente, a una posición próxima a la izquierda o que, como mínimo, se identificara más con la izquierda que con la derecha. Como ya hemos dicho, una equidistancia entre izquierdas y derechas -la posición oficial e histórica de José Antonio Primo de Rivera- no solamente era difícil sino prácticamente imposible y suponía un ejercicio de equilibrio inestable, susceptible de ser malentendido, tanto por la derecha como por la izquierda.

Pero, eso sí, existió una similitud entre los “montoneros” y la Falange Auténtica: en ambos sectores, el elemento dominante era la juventud, con su carga de radicalismo, su visceralidad, su idealismo, pero también con su inexperiencia, su falta de sentido de la realidad, su narcisismo. La suerte para los falangistas “auténticos” fue que las tentaciones de pasar a la “luchar armada” no pasaron del nivel de conversaciones informales, algunos contactos aislados con miembros del exilio montonero en España y gestos de solidaridad. Los montoneros argentinos, en cambio, pagaron caro su desenfoque. En primer lugar, con el aislamiento político, incluso en el interior del propio movimiento peronista, y luego pagando un precio de sangre elevadísimo (entre los 8.327 desaparecidos entre 1969 y 1980, dos tercios estaban vinculadas a gentes que, o bien eran o habían sido o tenían relación con el movimiento montonero).

¿Estos posicionamientos de los falangistas “auténticos” reportaron la incorporación de elementos procedentes de la izquierda? Quizás hubo alguno, pero no, desde luego, en número significativo. En realidad, históricamente, si es rigurosamente cierto que núcleos importantes falangistas, tanto en los años 60, como en los años 70, incluso en los 50 (los casos de Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Laín Entralgo), pasaron a integrarse en distintas sensibilidades de izquierda. Pero ese proceso nunca se dio en sentido inverso de forma significativa. En el microcosmos barcelonés, pudimos ver como entre 1970 y 1973 aparecieron sectores visiblemente muy inclinados a la izquierda; se decían “sindicalistas”, pero no había entre ellos ninguno que trabajara en una fábrica o en un tajo. Eran jóvenes procedentes de Hogares del Frente de Juventudes, de clase media. Entre 1974 y 1976 lanzaron más y más siglas, innecesarias porque sus ideales ya estaban reflejados en el Frente Sindicalista Revolucionario, en el que terminarían integrándose algunos. Todos esgrimían la “autogestión” como eslogan que era, por cierto, el mismo que manejaba la “izquierda carlista” y que se había popularizado tras mayo del 68 especialmente por la CFDT francesa y en España por los folletos de editorial ZYX (Autogestión en Yugoslavia, Autogestión en Argelia, Autogestión en Checoslovaquia…, libros de los que era difícil sacar algo en claro aplicable a la España de la época) y al “personalismo” de Mounier (también venteado por ZYX y que, redimensionado hoy, es, simplemente, aburrido, ingenuo, confuso e “idealista” en el peor sentido de la palabra).

Paro, así como la inclusión de ideas “autogestionarias” facilitó la integración del Partido Carlista en la Junta Democrática de España, estos pequeños grupos falangistas autogestionarios fueron escorándose hacia la CNT, hogar común del anarcosindicalismo español, en el que, finalmente, terminaron disolviéndose en 1976. En Valencia, recuerdo a uno de los dirigentes de los Círculos José Antonio, fanático del sindicalismo, que terminó en el PSOE. Hubo sindicalismo falangista a principios de los 60 en torno a la figura de Ceferino Maestú, pero la triste realidad, es que, a poco de aparecer Comisiones Obreras, este sector quedó desdibujado y ya nunca más recuperó protagonismo, ni siquiera en el tardofranquismo, cuando Maestú lanzó la revista Sindicalismo (creo recordar que aparecieron una veintena de números entre abril de 1975 y, quizás, mayo de 1976). Tampoco los sindicatos falangistas creados por la “auténtica” consiguieron integrar a franjas notables de trabajadores. Era como si la “izquierda falangista” intentase circular por un carril que no fuera el suyo y, por consiguiente, nadie se sumara a él, salvo los que ya había embarcados, la mayoría de los cuales, al advertir la inviabilidad del intento, saltaron para integrarse en organizaciones propiamente de izquierdas o bien emprendieran el camino del “desencanto” y el silencio.

Este fenómeno me recuerda mucho lo que ocurrió entre las filas troskystas con la tendencia llamada “pablista”, partidarios de Michel Pablo. Pablo y los suyos propusieron realizar “entrismo” en los partidos socialdemócratas. Además -mira por dónde- eran “autogestionarios”. Después de décadas de practicar este “entrismo”, todos, casi sin excepción, tanto en Francia como en Grecia, los que había penetrado en los partidos socialistas, se acomodaron a ellos, incluso, en ambos países llegaron a primeros ministros (Andreas Papandreu, Lionel Jospin, Rocard). “Muchos entran, ninguno sale…”. Lo mismo le pasó a los falangistas de izquierda que jugaron a la “autogestión”: los más consecuentes terminaron en la CNT.

Lo esencial e incuestionable es reconocer que este posicionamiento “a la izquierda” no reportó el que se integraran en él gentes procedentes de sectores “de izquierda”, sino que pareció, mucho más, un posicionamiento estético y personal de un grupo de jóvenes que querían ser como la aparente componente mayoritaria de la juventud de la época, pero que no conseguían terminar de desprenderse de sus orígenes políticos. Por el contrario, en todos los grupos de extrema-izquierda e, incluso, de izquierda moderada, existía un número significativo de miembros que procedían del falangismo.

En la adaptación del esquema de JP Faye que hemos realizado, puede verse que en la misma línea se encuentran las tres falanges: la izquierda falangista la “Auténtica”, situada más a la izquierda y, por tanto, más próxima, al otro lado, pero todavía con una parte dentro del círculo de influencia de la extrema-derecha. En efecto, ni los falangistas más “izquierdistas” pudieron zafarse de lo que representaba su pasado. Éste les obligaba, casi necesariamente, a orbitar en torno a los otros grupos azules, de los que extraían la mayor parte de su militancia. Los falangistas, en su conjunto, captaban poca militancia del “exterior”: unos grupos falanhgistas crecían y otros menguaban, pero siempre a costa unos de otros. Esa fue su característica. El “centrismo” falangista, representado por los Círculos José Antonio, luego convertidos en Partido Nacional Sindicalista, cuando ya habían perdido buena parte de su militancia en dirección a la “izquierda falangista”, fue desangrándose hasta desaparecer cuando terminaron integrándose a mediados de los 80 en la formación presidida hasta ese momento por Fernández Cuesta. Por entonces, la “izquierda falangista”, por este orden, había llamado la atención (1975-76), había atraído a sectores del “falangismo centrista” (1976-1977), empezó a deshilacharse tras sus modestísimos resultados en las elecciones de junio de 1977 y, dos años después, ya no quedaba apenas nada de toda “la auténtica”. Proyecto imposible, final lógico. Cuando escribimos en 1977 La ofensiva neofascista, en el capítulo dedicado a España, ya augurábamos este final.

Todos los grupos falangistas se apoyaban en el “pactaremos muy poco”, el malhadado “punto 27” que siempre esgrimieron para preservar su orgullosa independencia, olvidando que aquel punto fue un agregado coyuntural impuesto por la creación en 1934 del Bloque Nacional de Calvo Sotelo que había hecho la vida imposible a José Antonio entre finales de ese año y los seis primeros meses de 1935 (interrumpiendo el flujo de fondos acordados en los Pactos de El Escorial, favoreciendo la “conspiración de Ansaldo”, estimulando la “escisión de los jonsistas”, financiando La Patria Libre contra el Arriba, etc, todo ello al negarse José Antonio a integrarse en el Bloque). La respuesta fue el “punto 27”. Aquel pegote, forzado por una circunstancia que, después de febrero de 1936 ya no tuvo ningún valor ni interés (José Antonio a partir de febrero ya era consciente de que iba a tener que trabajar con otras fuerzas políticas para derribar a la República y él fue el primero en pactar con Renovación Española y el propio Manuel Hedilla -nada que ver con los “hedillistas” de los 70, pero nada de nada- fue el encargado de contactar con militares, partidos de la derecha, católicos y demás), constituyó la piedra angular del argumentario falangista para mantener su independencia… y, a la postre, su absoluta esterilidad y su desaparición práctica a partir de mediados de los 80. En esos años puede decirse que se alcanzó la “unidad falangista”, pero no por agregación de las partes, sino por desaparición.

Aprovecharé el inciso para recordar que, a finales de abril de 2023, cuando los restos de José Antonio fueron trasladados del Valle de los Caídos al cementerio de San Isidro, los “tertulianos” de derechas repitieron el que José Antonio había sido una víctima del Frente Popular, porque la “insurrección del 18 de julio se había producido cuatro meses después de estar encarcelado y, por tanto, desde prisión no podía organizar el golpe de Estado…”. Ignorancia histórica e ignorancia práctica: como si un golpe de Estado se preparara hoy y se ejecutara mañana. Desde el verano de 1935, en la reunión del Parador de Gredos, José Antonio Primo de Rivera ya tenía claro que la salida estratégica de Falange era el golpe de Estado. Y, en aquella ocasión lo propuso por primera vez y luego, cuando fue encarcelado, encargó a Manuel Hedilla Larrey los contactos con los militares golpistas. Sin olvidar que la oficialidad del Ejército de África, de mayoría falangista, ya estaba trabajando en el golpe. Este caso demuestra que, incluso los tertulianos más deseosos de “salvar” la figura de José Antonio, manifiestan una ignorancia histórica tan fuerte como los “memorialistas históricos” del pedrosanchismo.

Para terminar, un balance. En cualquier caso, Falange proporcionó buenos militantes a la izquierda, a la izquierda trotskista, a la izquierda anarcosindicalista, e incluso a la izquierda socialista, pero no recibió de estos ambientes -por lo que recuerdo- ni un solo militante seducido por sus consignas. Catalán Deus, en su libro recuerda a algunos primeros cuadros del PCE(m-l) de procedencia falangista. Cuando el recientemente fallecido Sánchez-Dragó en los años 90 o Fernando Márquez, lanzaron piropos a la Falange a finales de los 70, lo hacían a lo que ellos interpretaban que era la “doctrina falangista”, en absoluto por lo que era el “movimiento falangista” en ninguna de sus tres variedades.








lunes, 24 de abril de 2023

NOSOTROS LOS FACHAS Y LA EXTREMA-IZQUIERDA A LA QUE ODIÁBAMOS TANTO (9) - LA “TEORÍA DE LA SALCHICHA”: LO QUE MATÓ Y REMATÓ A FUERZA NUEVA

Sin embargo, Fuerza Nueva no era el “estación término” habitual para antiguos trotskistas. Ni siquiera para gentes que, como el que suscribe, no tuviéramos una acendrada fe católica. Fuerza Nueva tuvo un crecimiento excesivamente rápido entre el verano de 1977 y el invierno de 1979: sus pocos cuadros quedaron desbordados, no había dirigentes capaces de encuadrar ni formar a la masa juvenil que iba llegando, incluso aparecieron problemas internos entre corrientes católicas tradicionalistas: se entabló una lucha entre lefevrianos y católicos vaticanistas a raíz de que Blas Piñar invitara al antiguo obispo de Dakar a oficiar una misa tradicional en la sede del partido, que terminó con algunas salidas sonoras que se saldó con una pequeña escisión de los que podríamos llamar “vaticanistas”. Pero éste tampoco era el gran problema; como máximo era un problema que concernía a las posibilidades de reclutamiento del partido, a su credibilidad y a la adaptación a la situación española (que, desde luego, en aquel momento, la cuestión religiosa, no era el que más preocupaba a los españoles y que, además, en aquel momento, se planteaba cuando la propia Iglesia sufría una crisis interior -cuya envergadura todavía no parecía haber advertido- derivada de tres elementos de distinto origen:

- la inadecuación creciente de los postulados de la Iglesia a la sociedad del bienestar y a la revolución sexual de los 60, con un proceso generado e imparable de laicización.

- la desorientación generada por el cierre en falso del Concilio Vaticano II y especialmente por las reformas litúrgicas que había disminuido la “tensión espiritual” entre el “pueblo católico”.

- por el desarrollo de una “izquierda católica”, ya desde los últimos tiempos del estalinismo, que había facilitado la “marxistización” de amplios sectores de la Iglesia, previos a su dilución.

Blas Piñar y su entorno, enrocados en la cuestión religiosa y en una defensa ultrancista del nacional-catolicismo franquista (que era mucho más que nacional-catolicismo: era “falangismo imperial” y luego fue “tecnocracia desarrollista” y no solo el período que abarcó entre 1943 y 1956 en donde el elemento dominante de la política franquista fue, efectivamente, nacional-catolicismo como fórmula más parecida y localista a lo que fue el gobierno de las democracia-cristiana alemana e italiana surgidas en los países del Eje vencidos tras la Segunda Guerra Mundial). El problema de Fuerza Nueva era otro y muy distinto.

Por una parte, era rigurosamente cierto que la estrategia utilizada durante la “transición” (ese período que, para nosotros, abarca la totalidad de los años 70 y el primer tercio de los 80 y no solamente, como se enseña en las escuelas, desde la muerte de Franco a la aprobación de la constitución) consistía en tratar el problema como los bávaros tratan a las salchichas: pinchando en los extremos para que estallen por el centro. En otras palabras: se trataba ventear el riesgo procedente de los extremos (ETA, FRAP, GRAPO, CNT a un lado y ultras de derechas de otro, entre los que los medios solían ubicar a Fuerza Nueva y a la Confederación de Combatientes). Es lo que, a partir de ahora, llamaremos “la teoría de la salchicha bávara”. Esto explica, entre otras cosas, el que ya desde principios de los 70, los medios de comunicación divulgaran in crescendo noticias falsas sobre la extrema-derecha que tenían su base efectiva sobre la existencia real de un “terrorismo de baja cota” (algún cóctel molotov, alguna agresión, alguna pedrada, alguna riña tumultuaria) protagonizados por sus militantes. Y esto se hizo, incluso, con Franco vivo en operaciones que, habitualmente, tenían su origen en iniciativas de los servicios de seguridad. Incluso, tras el atentado de la calle del Correo, primera matanza masiva de ETA en Madrid, el Servicio Central de Documentación de la Presidencia asumió la estrategia de presentar al terrorismo de extrema-derecha y de extrema-izquierda como un mismo terrorismo que, además, estaba unido y en contacto. ¿Increíble? Más adelante le dedicaremos unas notas el “Diario de Argala” publicado por la Cadena Mundo unos meses después del atentado de la calle del Correo. Otros medios, aún más escandalosos, pero que en aquel momento gozaban de credibilidad, Cambio 16, empezó a publicar noticias sobre “entrenamientos paramilitares” en lugares de la península y del norte de África para “sembrar el terror en España”. Eran noticias con una mínima base real (o, simplemente, sin base) pero que generaban inquietud y, sobre todo, un “clima” que flotó a lo largo de los 70: la extrema-derecha se estaba preparando para realizar matanzas masivas. Era falso, por completo. Pero compensaba las noticias que llegaban del otro extremo: a lo largo de los 70, España se fue habituando al terrorismo de extrema-izquierda.

En este clima, cualquier pequeño incidente real que ocurriera en un partido ultra, era susceptible de ser aprovechado para dar credibilidad a la “teoría de la salchicha bávara”. Y este era el problema para Fuerza Nueva, y no sólo para este partido sino para toda la extrema-derecha, en general. De hecho, el clima que se había creado en el interior del partido estaba enrarecido y agravado porque, tanto a nivel nacional como local:

- las “delegaciones” estaban penetradas hasta la cúpula por confidentes, chivatos, infiltrados que, además, como es tradicional, no sólo informaban de lo que ocurría en realidad, sino que solían acentuar sus confidencias agravando deliberadamente el nivel de dramatismo para hacer valer las pocas pesetas que recibían a cambio.

- y, además, habían penetrado en el partido y lo rondaban decenas de individuos -jóvenes y no tan jóvenes- demasiado turbulento e incontrolable como para que alguien fuera capaz de imponer el orden y mucho menos un partido en el que los pocos cuadros políticos experimentados, ni con autoridad suficiente, ni con capacidad para entender lo que estaba ocurriendo en esos momentos: ni siquiera, por supuesto, para entrever la “teoría de la salchicha bávara” que estaban aplicando los servicios de seguridad del Estado (o, más bien, sectores de éstos) y determinados sectores  mediáticos.

Eso llevaría a una retahíla de enfrentamientos, incidentes y asesinatos (el de la militante trotskista, Yolanda González, miembro del minúsculo Partido Socialista de los Trabajadores, cometido por un miembro de Fuerza Nueva, o el de José Luis Alcazo, asesinado por los “bateadores del Retiro”, que no pertenecían a ningún partido) cometidos por individuos completamente incontrolados e incontrolables. Piñar se vio superado por la situación. Evitar esto hubiera debido convertirse, especialmente, entre 1978 y 1981, en la prioridad: alejar a los violentos, alejar a los indisciplinados, generar una “seguridad interior” para aislar, alejar y evitar la presencia de confidentes… algo mucho más importante que gritar “¡Viva la policía!” como se convirtió en costumbre en loas actos del partido. No se hizo y se pagó. En el período 1981-83, la situación desmadre interior de Fuerza Nueva era tal que la autodisolución era la única salida inevitable.

En lugar de asumir las orientaciones de la ponencia de organización que yo mismo había presentado en el primer congreso del partido, siguió con discursos semanales por toda la geografía nacional, incluso en zonas en donde no había posibilidades de que arraigara una estructura sólida. Siempre la asistencia era de 1.000-1.500 como mínimo: parecían asistencias respetables, pero, en realidad, buena parte de la audiencia era siempre la misma, militantes que salían el fin de semana acompañando a Blas en tal o cual desplazamiento. Y, por lo demás, después del mitin, nunca se aprovechaba para revisar el estado de la “delegación”, impartir consignas, formar cuadros y, en una palabra, “construir el partido”. A pesar de las centurias juveniles paramilitarizadas, los desfiles, los guiones y banderines, los uniformes, lo cierto es que la organización del partido era caótica y anárquica, lo más inadecuado para el clima enrarecido, negativo y confuso de la transición y, mucho más aún, para un partido que aspirase a participar en procesos electorales.

Especialmente en Madrid, no estaban claras cuáles eran las fronteras del partido, dónde empezaba y dónde terminaba, quién era militante fiel, quien cuadro capacitado, quien infiltrado y quién un simple psicópata que actuase por iniciativa propio o instrumentalizado para cometer cualquier atrocidad y que luego las culpas recayeran sobre el partido.

En 1979, tras el Caso Yolanda, empezaron las deserciones de cuadros notables que, tras irse del partido, en su mayor parte, no volvieron jamás al ruedo político. En aquellos meses, en varios momentos, algunos que ya no estábamos en el partido, pero que seguíamos en contacto con Blas -en mi caso particular- o atentos a lo que ocurría en el interior de Fuerza Nueva, tuvimos la sensación de que el jefe estaba superado por los acontecimientos.

También aparecieron algunos casos de corrupción interior, minúscula si se quiere, pero significativa. La idea de crear un “sindicato” propio, levantó esperanzas, pero resultó, a fin de cuentas, perjudicial y mucho más perjudicial la persona a la que se encomendó la tarea. Olvidable, en cualquier caso. Podía haberse logrado mucho más, recomendando la militancia en los “sindicatos independientes”, pero se prefirió un “chiringuito” propio que resultó un lastre y, terminó siendo una parada de venta de llaveros, gadgets y quincalla patriótica. Solo en Madrid, en una segunda etapa, adquirió cierto peso entre los funcionarios, pero en el resto de España fue una entelequia. También hubo casos de pequeñas sisas sobre las cuotas, sobre la no liquidación de loterías, sobre los bonos, sobre donaciones… Todas estas miserias de la política se hacían todavía más inaceptables en un partido que defendía los valores éticos y morales del catolicismo. Muchos no daban el ejemplo más adecuado para encarnar esos valores.

Ni Blas ni su entorno parecían darse cuenta de los problemas que se iban a cumulando: a fin de cuentas, cada desplazamiento semanal era un éxito. Aplausos, hurras, nuevas filiaciones, fervor patriótico, manifestaciones cada vez más masivas. De victoria en victoria… hasta la derrota final. La de las elecciones de junio de 1977, fue la primera. Se pensaba que Blas Piñar podía salir elegido por Ciudad Real, pero quien se llevó el gato al agua fue la UCD y, en segundo lugar, el PSOE. La Alianza Popular fraguista y el PCE fueron los grandes derrotados. Sin embargo, en los meses siguientes, los desfases de la transición, las huelgas, los incidentes violentos, la crisis económica, generaron el que, especialmente, sectores juveniles, se acercaran masivamente al partido que, en pocas semanas triplicó efectivos.

Y entonces vino el “período faraónico”: se compró una sede nueva, impropia de un partido extraparlamentario (Pepe Las Heras, entonces secretario general de Fuerza Nueva, que luego se escindió con el Frente de la Juventud, siendo su presidente, sostenía entonces que era mucho más rentable políticamente, comprar sedes en distritos y barrios donde el partido pudiera arraigar en profundidad, pero el encargado de la economía del partido, Ángel Ortuño, impuso su criterio: comprar un viejo caserón, enorme, con cientos de oficinas, en el interior de la cual pudieran instalarse todos los “servicios centrales”. En otras palabras: Fuerza Nueva, partido extraparlamentario, tenía una sede mayor que la mayoría -sino todos- los partidos parlamentarios de la época.

Aquella sede se acondicionó. Y de qué manera. Hasta los “jefes de línea” (responsables de 30 militantes) tenían su despacho. Cada día había misa en la capilla, incluso se pensó en crear un “corredor de tiro” en el sótano. En el 79, había una gran sede, el partido creció y Blas Piñar se sentó en el Congreso de los Diputados. Fue el único. Y no fue diputado por Fuerza Nueva sino por la Unión Nacional (Fuerza Nueva, más la Falange franquista de Fernández Cuesta, más el Partido Nacional Sindicalista de Diego Márquez). Ninguno de los tres partidos se tomó en serio aquella coalición que no pasó de ser una opción electoral puntual. No volverían a reunirse ni siquiera para formar un frente común, un programa común o elaborar una estrategia común para las siguientes elecciones. Cuando éstas llegaron, ya se habían producido todos los episodios que terminarían con la liquidación política de las esperanzas de la extrema-derecha española en los siguientes cuarenta años.

En Fuerza Nueva no hubo un “populismo” que pudiera atraer a sectores que hasta ese momento hubieran sido seducidos por la izquierda, como ocurrió a partir de los años 80 con el lepenismo francés que, a partir del nuevo milenio se fue extendiendo por toda Europa. Como ya le dije a Blas en su momento y ya he repetido unos párrafos atrás: el planteamiento nacional-católico, ni siquiera era “franquista”, sino que respondía a un período muy concreto en la historia del franquismo, el comprendido entre 1942 y 1956, nada más. Además, la composición de la Conferencia Episcopal, demostraba que un planteamiento así, ni siquiera contaba con el respaldo del clero, tan solo de tres obispos con esa misma orientación pastoral. En suma, no más del 3-5% del catolicismo español podía considerarse en posiciones integristas y, ni siquiera, este pequeño porcentaje tenía una respuesta electoral homogénea: algunos votaban a AP, otros a UCD y buena parte de los votos iban a parar a la abstención. F/N no podía terminar sino como terminó.

Para colmo, Juan Antonio Bardem, entonces en el PCE, realizó la película Siete días de enero en la que un émulo de Blas Piñar aparece como el cerebro y factótum de una trama desestabilizadora. Para los que conocíamos los entresijos de Fuerza Nueva, aquella película resultó ridícula, manipuladora y, simplemente, mentirosa. Claro está que había una “mano negra” en la transición, pero no era desde luego Blas Piñar. A Blas, como máximo puede reprochársele el que exaltara a sus oyentes en sus mítines (no en vano, fue el mejor parlamentario de la transición) y luego no fuera capaz de dotarlos de un programa político realista que defender. Luego, tras los mítines, cada uno entendía que debía “salvar a la patria” a su manera: el resultado fueron incidentes y muertes que hubieran podido evitarse de haber puesto Blas mucho más empeño en la “construcción del partido” y tener menos confianza en la Divina Providencia. Ya he contado que, cuando Gianfranco Fini, entonces presidente del Fronte della Giuventú del MSI, visitó España en el marco de la “eurodestra” (F/N, Forces Nouvelles por Francia y el MSI por Italia), un destacado miembro de Fuerza Joven, le preguntó si “confiaba en el Espíritu Santo para desarrollar su trabajo político”. Fini le respondió que, puesto a confiar, prefería hacerlo en el secretario general del partido…








 

miércoles, 19 de abril de 2023

NOSOTROS LOS FACHAS Y LA EXTREMA-IZQUIERDA A LA QUE ODIÁBAMOS TANTO (8) - JOAN COLOMAR Y LA LIGA COMUNISTA REVOLUCIONARIO: LOS QUE PASARON AL “LADO OSCURO” Y VOLVIERON…

 

En el gráfico generado por JP Faye que he adaptado a la situación política de la transición, se verá que existen dos organizaciones trotskistas: la LCR y la LC, la Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista, una a la izquierda de su “esfera” y la otra a la derecha de la misma. Hay que explicar algo sobre estos posicionamientos.

Hacia mediados de los años 60 se produjo una escisión entre los estudiantes falangistas de la Universidad de Barcelona. No terminarían de romper con el ambiente hasta finales de la década, cuando ya habían pasado por el Front Obrer Catalá (rama catalana del Frente de Liberación Nacional fundado por Julio Cerón). Cuando esta organización se descompuso, uno de los numerosos grupúsculos que se constituyeron fue el grupo “Proletario” (que no tiene nada que ver con otro grupo del mismo nombre que, como he leído en el trabajo de Catalán Deus, estaría en la fundación del PCE(m-l); este grupo “Proletario” tuvo su origen en Cataluña en 1968-69). Joan Colomar (“Carapalo”) y Juanjo Espada (“el Facha”) participaron participaron en primera fila en sus actividades. Eran muy conocidos dentro de la Falange barcelonesa y concretamente en los ambientes del sindicalismo vertical. Colomar y otro miembro del grupo Proletario fueron a París para entrevistarse con Alain Krivinne y con la dirección de la Ligue Communiste francesa. Toda la preocupación de Colomar era demostrar que tenía detrás una “organización seria”. Mientras duraron las reuniones, la prensa francesa publicó la noticia de que la extrema-izquierda había arrasado la calle Tuset de Barcelona. En esta calle, en efecto, se había concentrado los lugares de reunión de la “gauche divine” (lo que hoy se conoce como “izquierda caviar”), pijerío progre, en una palabra. Aprovechando que los responsables del grupo Proletario estaban en París, sus alegres muchachos aprovecharon para dar rienda suelta a su hybris destructiva, emprendiéndola contra los escaparates de la progresía catalana, habitualmente vinculada al PSUC.

De regreso de su estancia parisina, Colomar pasó a ser uno de los puntales de la Liga Comunista Revolucionaria (para algunos era el ideólogo) de la que sería cofundador. De la gente que militaba en la extrema-derecha barcelonesa en la época, algunos terminaron en la LCR. Recuero, por ejemplo, a “Curro”, Francisco Javier Collado Ventura, fue un caso especial. Lo capté en el entorno de Fuerza Joven. Era un tipo de recursos, buen militante. Me presentó, por cierto, a la que sería mi esposa. La policía lo detuvo en el curso de una pintada, hacia 1971 y, ahí, ya le preguntaron por mí, señal inequívoca de que, por algún motivo, la policía ya me seguía la pista. Luego se desvinculó por motivos que no me fue posible conocer, al menos inmediatamente. La siguiente vez que lo vi fue en un corredor del metro de Urquinaona vendiendo el Combate, órgano de la Liga Comunista Revolucionaria. La verdad es que me alegré de verlo. Luego resultó que se había alejado de nosotros por ser gay (de hecho, sería, uno de los fundadores del Movimiento Español de Liberación Homosexual que se transformó, tras la muerte de Franco, en el Front d’Alliberament Gay de Cataluña).

En aquella época habíamos expulsado a otro militante del PENS, homosexual. No solo eso, sino que, le entregamos una pistola de 7,65 mm. para que hiciera “lo que correspondía”. Es decir, pegarse un tiro. Él, sin embargo, hizo lo que desde su punto de vista, era mucho más razonable: quedarse la pistola y alistarse en el ejército en donde llegó a dirigir la policía militar del campamento de San Clemente de Sasebas, hasta que se mató en accidente. A fecha de hoy no estoy muy seguro de si la expulsión de este militante se debió a su homosexualidad, o más bien fue una excusa para quitarnos de encima a un “militarista”, poco europeísta, y con el que apenas coincidíamos en puntos de vista. Me ha llamado la atención a este respecto, que en el otro extremo del arco político, en el PCE(m-l), también apareció un problema parecido con una saga de tres hermanos que ocupaban puestos de dirección en el comité de Madrid y que, tenían sus preferencias, sus fijaciones y un estilo particular que chocaba con el de otros militantes hasta el punto de crear fricciones y problemas en el interior de la comuna maoísta de la prisión de Carabanchel.

Pues bien, “Curro”, optó por hacer mutis por el foro tras la expulsión de este militante homosexual. Aterrizó en la LCR y en los incipientes movimientos de liberación gay de mediados de los 70. Me lo volví a encontrar en una charcutería del barrio unos años después. Aquel negocio no tuvo mucho éxito y la siguiente noticia fue la de su fallecimiento a principios del milenio.

En cuanto a Colomar y a Espada, cumplirían como los mejores, dentro del campo trotskista. Colomar entró en clandestinidad, dio cursos de marxismo, se mostró incansable en la organización de la LCR, mientras trabajaba en la cocina del Club Náutico de Barcelona (de donde le acompañó la idea de no pedir nunca un bullabesa en ningún restaurante, ni siquiera de categoría. A Colomar y a servidor, nos unía, especialmente, el olor a fritanga, el colesterol en forma de morcilla castellana y morcón de Ávila). Finalmente, resultó finalmente detenido. La detención de Espada fue todavía más rocambolesca. Guardaba en su casa las armas de la LCR con la que realizaban atracos. Su piso fue desvalijado por un caco que, al ser detenido y ocupársele las armas, señaló de dónde las había sustraído. Circula la leyenda urbana de que Espada llegó a amenazar con un revólver al mismísimo Ernest Mandel, el secretario del Secretariado Internacional de la IVª Internacional. Cuando se lo comenté, sonrió, sin negarlo ni afirmarlo. A Espada no le gustaba rememorar sus pasadas hazañas.

Ni la LCR francesa de Krivinne, ni la LCR española de Jaime Pastor, Colomar, Roures, etc, iban en broma: estaban "preparando la revolución". Y para ello era necesario realizar “gimnasia revolucionaria”. En Francia lo realizaron hostigando las manifestaciones de Ordre Nouveau y del incipiente Front National. Con estos enfrentamientos justificaban el mantenimiento de “grupos de choque”, “milicias” y entrenamientos paramilitares (lo curioso es que Alain Robert y Ordre Nouveau, justificaban, igualmente, el mantenimiento de un “servicio de orden” con esas mismas características a causa de los ataques trotksystas).

Debió ser en 1972 o 1973 cuando se produjo un “debate interno” en la LCR que condujo a una escisión -ya se sabe el chiste de “dos trostkistas un partido; tres, una escisión”- que dio lugar a la Liga Comunista. Colomar había leído por esas fechas a Kornelius Castoriadis, de ahí su ruptura práctica con el trotskismo. Por entonces “Carapalo” ya había pasado a ser “Roberto” y “el Facha” seguía siéndolo. Colomar todavía creía entonces en la posibilidad de una “revolución”, pero sostenía que entre el franquismo y el desencadenamiento de la misma, se produciría un interregno en el que el PSOE gobernaría: de ahí que había que estar presente en la UGT y en la CNT, mucho más que en CCOO, como sostenía la línea mayoritaria. Fue excluido del comité central de la LCR y quedó en minoría. La Liga Comunista salió de ahí. En la práctica, para Colocar, Espada y algún otro, el primer paso para desandar lo andado.

Las dos fracciones, la LCR y la LC, se reunificarían tardíamente -ya en plena transición- pero ninguno de los dos estaba ya en las filas del trotskismo. Poco a poco se habían ido distanciando. Ambos estaban en plena efervescencia ideológica y su instinto les indicaba que lo que estaba viviendo España en esos momentos ya no se adaptaba al esquema trotskysta; unos años más, y lo que empezó a resquebrajarse fue su fe marxista. Hacia 1986 seguían en la brecha, pero muy alejados de la izquierda, telefoneando a antiguos falangistas o a nuestros y conocidos ultras. No es que hubieran regresado a las posiciones de partida: es que eran consciente de que algunos “nacional-revolucionarios” estábamos más próximos a las posiciones que en esos momentos mantenían que a la izquierda marxista. 

Colomar era un personaje de una capacidad intelectual asombrosa. En realidad, era uno de esas personas que "estaban en política", no por conseguir un cargo, ni por propocionarse, ni siquiera para liderar nada, sino por convicción ideológica. Quería conocer "la verdad", la "justa línea política", "las razones últimas de la lucha política". Él mismo era capaz de suscitar un debate y de entrar en contradicción consigo mismo en el curso del mismo, para terminar abrazando posiciones radicalmente opuestos a las que había partido. Yo creo que, si en lugar de haber militado políticamente, se hubiera dedicado al análisis periodístico hubiera destacado como “tertuliano”; de hecho, superaba a los rostros que se hicieron populares ejerciendo ese oficio y los superaba ampliamente. Terminó yéndose a Burgos tras formar un Partido Nacional Republicano que sobrevivió a su muerte. Por entonces había pasado a ser "jacobino, nacionalista y republicano". Es decir, las posicione que había sostenido a principios de los 60... pero con 40 años de experiencia a la espalda.

También puedo dar fe de que, en el Frente Nacional de la Juventud, la formación de extrema-derecha mayoritaria entre 1977-78 en Barcelona, militaron antiguos miembros de la CNT y antiguos trotskistas, sin que su presencia fuera motivo ni de sorpresa, ni de escándalo. 

Uno de los miembros del entorno de Colomar (antes de integrarse en el FOC), por lo demás, llegó a presidir Fuerza Nueva de Barcelona en el período 1979-80. Y, justo es reconocer que, en ese año y pico, el partido recuperó en Barcelona el protagonismo que había perdido tras la escisión del FNJ, llegando a organizar una manifestación desde la sede del partido hasta el monumento a José Antonio, en la que participaron, según cifras de la Guardia Urbana, unos 14.000 barceloneses; debió ser en mayo de 1980. 

Allí, por cierto, en aquella manifestación de Fuerza Nueva, estuvimos los militantes del Frente de la Juventud. No seríamos más de veinte, pero, por aquello de hacernos notar, quemamos a Xavier Vinader "en efigie", pendiendo el monigote en uno de los bloques del antiguo -y ya destruido- monumento a José Antonio en la avenida de la Infanta Carolina Carlota, hoy avenida Josep Tarradellas; eran los tiempos en los que ETA había asesinado a dos personas a raíz de una entrevista fantasiosa -y pagada- con un antiguo "gris" que denuncio a gente que no tenía nada que ver, con grupos anti-ETA. Años después, cuando conocí a Vinader y le recordé este artículo, echó balones fuera afirmando que él ya había advertido a su jefe de redacción que el "gris" en cuestión era "fantasioso". Sin embargo, el artículo se publicó y ETA engrosó su lista de crímenes con dos personas que nunca habían tenido nada que ver ni con tramas anti-ETA, ni con la ultraderecha...

Una semana después, lanzamos unos cócteles molotov contra la sede barcelonesa del PCE(m-l). Yo vivía a menos de 50 metros. A la semana siguiente, se nos ocurrió la triste idea de tapar con cemento una inscripción medieval en caracteres hebreos en las inmediaciones de las Rambas, por aquello de demostrar nuestra opción "antisionista" (reconozco que es la acción de la que estoy más avergonzado, en realidad, abochornado). Y unos días después tuvimos un enfrentamiento en las Ramblas con grupos independentistas en el curso del cual lanzamos unos botes de humo hechos por nosotros, uno de los cuales, en lugar de la función que esperábamos, simplemente, estalló en el aire. Cundió el pánico entre los indepes, mientras nosotros -la verdad- quedamos fascinados por aquel invento (la ignición. seguramente por exceso de carbono, fundió en el acto el bote transformado en chispas en el aire). 

Hubo más acciones en aquellos últimos meses. Parecía como si no pudiéramos poner el freno. O no quisiéramos. Era como jugar a la ruleta rusa. Antes o después, tenía que ocurrir lo que, finalmente, ocurrió. Una veintena de detenidos, y yo huyendo por un patio interior del Ensanche barcelonés. Cuando salté por el balcón, recuerdo mi primer pensamiento: "¡Por fin...!". Abochornado por el espectáculo diario que daba la clase política en mi país, por los cambios de chaqueta continuos, por los titulares de prensa diarios, el año anterior había pedido a la ONU el "pasaporte de apátrida". No me lo concedieron, por supuesto. Pero, al menos, desde el momento en que pasé a la clandestinidad, ya no había marcha atrás: conseguí irme de España, dejar atrás la locura de aquellos 10 años locos que mediaron entre el Proceso de Burgos y el establecimiento de las primeras taifas autonómicas.








lunes, 17 de abril de 2023

NOSOTROS LOS FACHAS Y LA EXTREMA-IZQUIERDA A LA QUE ODIÁBAMOS TANTO (7) - EL ESQUEMA, APLICADO A LA ESPAÑA DE LA TRANSICIÓN (2ª PARTE)

NACIONALISMO CONTRA SOCIALISMO
(O LA HISTORIA DEL SIGLO XX, SEGÚN TAMBS)

Si me he detenido un poco en la figura de Lewis A. Tambs (estoy seguro de que, en la tarjeta de visita que me dejó su nombre era “Lewis Abraham Tambs – Profesor de historia de la Universidad de Waco – Texas”, sin embargo en los documentos que he encontrado aparece siempre como “Lewis Arthur Tambs”, pero la foto corresponde sin sombra de dudas con el Tambs que conocimos en Madrid; es muy posible que la desfiguración del nombre tuviera como objeto borrar huellas sobre sus actividades: pero la foto es incuestionable) es porque, como he dicho, me dio la primera lección de geopolítica. Tambs interpretaba la historia del siglo XX como una permanente contradicción entre “nacionalismo” y “socialismo”. Incluso, la lucha entre Stalin y Trotksy la interpretaba en la misma clava: nacionalismo estalinista y socialismo trotskysta. Por supuesto, consideraba la lucha entre el Tercer Reich, nacionalista, y la URSS, socialista, como una más de las confirmaciones a su teoría. En la única vez que aludió al libro escrito sobre la División Azul, los definió como “nacionalistas” que iban a luchas contra el ”socialismo”. No era una tesis particularmente convincente, pero servía a su propósito: el mantenimiento de la hegemonía mundial de los EEUU. Él, por su parte, se había especializado en Iberoamérica. Entró en el ambiente de extrema-derecha, a través de Antonio Izquierdo y del diario El Alcázar. De ahí pasó a la Confederación de Combatientes. La excusa, siempre, era el libro. Vale la pena para qué nos había convocado la Confederación en Madrid: uno de sus funcionarios y un militar entonces en activo, estaban promoviendo un grupo cívico que debía servir de soporte para un golpe militar. Era agosto de 1978. Los que allí acudimos -de los barceloneses creo que fuimos cinco (tres por el Frente Nacional de la Juventud y dos por el Círculo Eugenio d’Ors) creo que vivimos todos.

La tesis de Tambs sobre la oposición “nacionalismo – socialismo” era imposible de mantener, pero, en su ayuda, recurría a las tesis geopolíticas. Yo, en 1978, era un pipiolo que había oído campanas sobre “la geopolítica”. Alain de Benoist le había dedicado un ensayo que luego incluyó en su libro Vû de Droite y que un amigo portugués tradujo en 1979. Yo hice la traducción del portugués, pero en ensayo era muy generalista y Tambs fue más a lo concreto. Así que, tras su exposición en aquel cursillo, le pregunté porqué Zbignew Brzezinsky y la Trilateral parecían apoyar a los sandinistas, estaban abandonando al Sha y habían hecho otro tanto con las guerrillas anticomunistas que operaban en las antiguas provincias portuguesas. Me contestó con hostilidad: venía preparado para contestar otro tipo de cuestiones, pero no para discutir sobre las orientaciones políticas de la “era Carter”: ese período, en el que, la URSS estuvo más cerca de hacerse con la hegemonía mundial. Era un funcionario fiel a su administración.

 

ANTORCHAS, LO QUE SE DICE “ANTORCHAS” HUBO MUCHAS

Tambs se quedó a comer con nosotros, así que aproveché para pasarle algunas publicaciones del Frente Nacional de la Juventud. Entre ellas, La Antorcha, revista teórica de la que apareció un solo número (luego, opté por publicar Cuadernos de la Antorcha, más breves y monotemáticos). Lo que yo no sabía en ese momento es que La Antorcha había sido el nombre del primer periódico del Partido Comunista de España, y que, posteriormente, fue el dominio de internet que contrató el PCE(r), padre de los GRAPO, para expresarse a través de la red. También creo recordar que hubo algún boletín del FRAP o del PCE(m-l) que llevaba este nombre.  Lo que, en otros países, a partir del muy leninista Iskra, se tradujo como “La Chispa” (L’Etincelle, L’scintilla, Der Funke), dando nombre a las revistas comunistas de aquella y de las generaciones siguientes, en España, por aquello de la exageración, tuvo su equivalente en La Antorcha que era más que una “chispa”, o si se prefiere, el instrumento más útil si se pretende ejercer de pirómano e incendiar una pradera (como proponía Mao en una de sus sentencias casi confucianas)

La antorcha siempre ha tenido cierto pedigrí en la extrema-derecha. Un millón de antorchas marcharon en la tarde del 1 de enero de 1933 ante la ventana de la cancillería poco después de conocerse el nombramiento de Hitler como canciller del Reich y fueron antorchas las que acompañaron en las noches el féretro de José Antonio en su último viaje desde Alicante hasta el Escorial en 1939. Pero si esta similitud entre el título de una revista de extrema-izquierda y otra de extrema-derecha era, significativa, pero inconsciente, existieron otros detalles bastante más conscientes.

Recuerdo que, en 1970, acabábamos de robar una ciclostil en un colegio privado y empezamos a lanzar los primeros panfletos firmados como “PENS”. Pronto caímos en la cuenta de que, si íbamos a ser un “partido”, o algo parecido, debíamos de realizar un programa. El mayor de nosotros no tendría ni 19 años, así que nos faltaba capacidad y experiencia. Quedaba leer programas de otras organizaciones y encontrar motivos de inspiración. El primero de todos, naturalmente, fueron los 27 puntos de Falange Española, redactados en 1935 pero, la verdad es que no encontramos nada que pudiera considerarse muy “actual”. Otro tanto, nos ocurrió con el programa histórico del NSDAP. Cero. De ahí íbamos a poder sacar poca cosa que “sintonizara” con los problemas de la España de 1970. Abandonado en un banco del patio de letras de la Universidad Central de Barcelona encontramos un programa del PCE(m-l). Esta formación -a la que pertenecía Catalán Deus y que a nosotros, por algún motivo, nos llamaba la atención (seguramente porque tenían una militante -la “chica del FRAP de ciencias”- que nos llamaba causaba cierta curiosidad por su aspectos -de burguesa media, siempre con traje chaqueta y falda-, rubia y con gafas, e incluso nos preocupaba cuando aparecía por clase, no fuera que la hubieran detenido. El caso es que en aquel programa de un partido situado 180º de nosotros, encontré ideas aceptables, en materia de economía, de liberación nacional, de emancipación nacional, etc. Si se comparan los dos programas se comprobarán las similitudes.

Claro está que esto ocurría en 1970. No había Internet, para los falangistas disidentes no existía más programa que las obras completas de José Antonio y para los falangistas del régimen el programa no podían ser sino las Leyes Fundamentales y los discursos de Franco en las Cortes o en el Consejo Nacional del Movimiento. En otras palabras: para nosotros era muy difícil encontrar fuentes de inspiración. De hecho, no existían editoriales que publicasen trabajos doctrinales ni apenas obras históricas que no fueran meras elegías a héroes de otra época y trabajos hagiográficos. Tuvimos que espabilar. Los maestros que tuvimos -y me precio de haberlos tenido muy buenos- nos ilustraban con su estilo y su ejemplo. Fueron héroes de la guerra, ejemplos en la paz. Pero su ejemplo tenía que ver con el “estilo”, no con los contenidos políticos que pretendíamos dar al PENS. Tuvimos que buscar y esa búsqueda, nos situaba en el esquema propuesto por Jean Pierre Faye en un lugar en el que puede verse (en la sigla “NR”). Separados, irreconciliablemente enemigos, pero más próximos que otros.

DE DÓNDE VINO AQUEL INTERÉS NUESTRO POR LA “LUCHA ARMADA”

Además, en aquella época, nosotros sosteníamos que era preciso “armarse para combatir”. Combatir ¿contra quién? Contra la izquierda, por supuesto, pero también contra las fuerzas que impedían que nuestra nación y toda Europa fueran naciones libres.

¿De dónde nos venía ese regusto por la “lucha armada”? Procedía de distintas influencias: por un lado, el clima de la época, los resabios sesenteros que todavía proyectaron su sombra a lo largo de la década siguiente. Se nos presentaba como héroes al Ché Guevara y los que les acompañaron antes en Sierra Maestra o después en Ñancahuazu. Claro está que nosotros teníamos a nuestros héroes: algunos de ellos vivían todavía; no solo eran “mejores”, no solo habían protagonizado episodios en los que verdaderamente “se la jugaron”, sino que además eran “nuestros héroes”: el comandante Borghese, el coronel Skorzeny, los viejos combatientes de la División Azul… Nuestro problema era que ya no teníamos guerras santas en las que luchar. Me reconocía en una frase de Ionesco: “Contempladlos, escuchadlos, no matan, se defienden y la defensa es legítima. No odian, no persiguen, hacen justicia. No quieren conquistar ni dominar, quieren organizar el mundo. No arrojan a los tirados para ocupar su lugar, quieren establecer el verdadero orden. Sólo quieren guerras santas”. Estos éramos nosotros. Buscábamos razones para empuñar las armas y demostrar lo que en la Castilla medieval era el “más valer”; la “prueba” de nuestro valor. El “más valer” justificaba por sí mismo la aventura de Lope de Aguirre y, en su modestia, también iba a justificar la que algunos emprendidos en esa misma década que entonces comenzaba.

Si queríamos tomar las armas era en defensa de una causa justa que, desde luego, no era la del proletariado, ni por supuesto la del régimen franquista; ahora bien, cuando la lucha contra los separatismos era una de esas causas justas por las que siempre -mejor dicho, casi siempre- que se nos proponía estábamos dispuestos a dar el paso adelante. Y la lucha contra el separatismo era, en los 70, la lucha contra ETA.

Así mismo, a principios de 1970, leímos algunas revistas que nos habían enviado miembros de la última generación del Movimiento Nacionalista Revolucionario “Tacuara”. Concretamente, la fracción disidente -en aquel momento, ignorábamos los problemas internos que habían fraccionado interiormente a este movimiento argentino- que, luego, dirigida por Joe Baxter, tras el asalto al Policlínico de Buenos Aires, se fue escorando hacia la izquierda. La aventura de Baxter, iniciado en el nacionalismo argentino, neonazi, terminaría en un accidente aéreo cuando volaba a Europa para asistir, creo recordar, a una reunión del secretariado internacional de la IV Internacional trotskysta. Baxter, alias “Rafael”, había sido uno de los creadores de la Tacuara argentina en 1957. Católicos, nacionalistas, pero también y sobre todo neonazis. Por la táctica elegida, pueden considerarse -y, de hecho, son muchos quienes lo consideran así, incluido el que suscribe- la "primera guerrilla urbana de Iberoamérica". Inicialmente, no eran peronistas, pero luego, la fracción de Baxter se fue acercando al peronismo y adoptó actitudes cada vez más obreristas. Fue así como se aproximó a la izquierda peronista protagonizada en aquel momento por John William Cooke que, por entonces, mantenía relaciones con el recién ascendido al poder gobierno de Fidel Castro.

Se cuenta que, cuando Baxter, tuvo que huir a Uruguay, la policía encontró en su habitación decorada con posters de Hitler. Mussolini y Fidel Castro. Me lo creo. En Uruguay, él y sus camaradas, participaron en la formación de los primeros núcleos Tupamaros. En 1965, Baxter, junto con otros antiguos tacuaras, José Luis Nell entre otros, recibió adiestramiento militar en la República Popular China. Unos meses antes, había viajado a varios países árabes y a Vietnam siendo recibido -y condecorado, pues, no en vano estuvo combatiendo unas semanas con la guerrilla- por el mismísimo Ho Chi Minh. Fue a partir del 68 cuando abandonó definitivamente el nacionalismo-revolucionario y se instaló en el trotskismo. Por suerte o por desgracia aterrizó en París en mayo del 68 y no se perdió los acontecimientos. Aquello le fascinó. Le entendí perfectamente. Era la causa de la juventud luchando contra el “viejo orden”. Allí conoció a Roberto Santucho que no introdujo en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, núcleo originario del Ejército Revolucionario del Pueblo, que arraigaría sobre todo en la provincia de Tucumán. Baxter se separó pronto de esta formación y, al parecer, en el último tramo de su vida estaba colaborando en la formación del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Nell, por su parte, pasó a los montoneros, tras una etapa en las Fuerzas Armadas Peronistas, también tras un paso por la China de Mao. Se suicidaría a mediados de los 70.

Algunos antiguos miembros del MNR Tacuara, nos enviaron a finales de los años 60, sus publicaciones y programas. En la revista Tacuara conocida como “la Tacuara del manchón”, porque tenía una mancha roja en la portada que la distinguía de la otra tendencia de la que se había escindido. Leímos aquellas publicaciones y, reconozco que aprendimos muchas cosas: el lugar de la “lucha armada”, la subordinación de la “lucha armada” a la “dirección política”. Los conceptos de estrategia y táctica. Y el estilo militante, agresivo, combatiente. Eso fue lo que introdujo en nuestro círculo el fermento de una violencia puesta al servicio de una causa política.

Y luego estaba el clima de la época: era imposible que nosotros, que teníamos amigos y compañeros de clase muy queridos que militaban en la izquierda clandestina y que, por tanto, teníamos acceso a sus publicaciones, no permaneciéramos completamente ajenos a lo que se estaba cociendo entre la juventud politizada de aquella época. Existía una diferencia entre nosotros y los miembros de otros grupos de extrema-derecha de finales de los 60 y principios de los 70: la mayoría de estos grupos procedían de la Organización Juvenil Española, la estructura oficialista de encuadramiento de la juventud. Los “hogares de la OJE” garantizaban que el afiliado podía desarrollar actividades, amistades, vida social, excursionismo, aprender aficiones, realizar fiestas y bailes, tener su propio marco juvenil de socialización, sin necesidad de asomarse fuera del “hogar”. Y esto explica, hasta cierto punto, porque los grupos falangistas, que procedían de estos “hogares”, sufrían cierta desconexión con la realidad. Nosotros en cambio, éramos “fascistas” que teníamos un origen extramuros del “fascismo oficialista” del Movimiento franquista, de la OJE, de la Guardia de Franco y demás. Eso hacía que tuviéramos más “permeabilidad” en relación a los movimientos clandestinos de izquierdas (de hecho, algunos de nuestro círculo terminaron luego en la izquierda, incluso en posiciones de cierta responsabilidad).

Yo mismo, incluso, entre 1973 y 1974, reconozco que tuve momentos en los que no tenía muy claro en dónde estaba. El PENS en esos años ya se había disuelto. Teníamos claro que el neonazismo no era la carta más recomendable si queríamos hacer trabajo político. Además, en esos años, habíamos conocido a los círculos de exiliados neofascistas que completaron nuestra formación política y todo resultaba ya muy diferente que en 1970. Tenía entonces 21 años: notaba que algo ardía en mi interior. Buscaba el choque, el enfrentamiento, la “acción heroica” y no me importaba ya en que ámbito pudiera darse. En aquellos años participé en manifestaciones convocadas por organizaciones de izquierda. Había acabado el peritaje y me dio por estudiar periodismo, pero precisaba el “COU de letras”. Así que lo estudié en Badalona. Fue un curso complicado en donde conocí a lo peor y a lo mejor de la izquierda: a aquella izquierda del PSUC, cobarde y timorata, aquella izquierda Bandera Roja que, a la hora de la verdad, abandonaba el radicalismo y terminaba detrás del PSUC y, aquellos otros situados a la izquierda que querían siempre ir más allá. Era el año en el que habían ejecutado a Puig Antich. A pesar de que eran los meses en los que prácticamente mi único trabajo político era ir a buscar a exiliados italianos a la frontera e introducirlos en España, participé en actividades promovidas por grupos de izquierda. De todo aquello solamente ha quedado alguna amistad y el rencor de un Enrique Juliana, que, entonces militaba en el PSUC, con los mismos rasgos de carácter que hoy le adornan como redactor del Boletín Oficial de la Generalitat de Catalunya, el diario La Vanguardia. Juliana, en un artículo que debió publicar hacia 2006, me mencionaba, recordando que yo “ligaba mucho” (tampoco había que exagerar, francamente) y que proponía “acciones violentas” (menciona el corte de la autopista del Maresme que, efectivamente creo recordar que si propuse para llamar la atención, posiblemente, sobre las protestas contra la Ley General de Educación, o algo parecido). De todo lo cual deducía que yo era una “provocador”, un “infiltrado” y no recuerdo que lindezas más. En realidad, lo que Juliana no podía conocer era que en algunos de nosotros algo ardía en nuestro interior. Y ese “algo” le era imposible de concebir. Hay gente que nunca ha sido capaz siquiera de encender sus propios gases intestinales. Acabado aquel curso, la policía me detuvo por el increíble pretexto del atentado que sufrió en Cine Balmes cuando proyectaba La Prima Angélica. Lo que pienso del cine de Saura de aquella época ya lo he manifestado en la web sobre el cine español del período franquista (2f-francofilms.blogspot.com) y no me extenderé aquí. Lo cierto es que, cuando me detuvieron, ni siquiera había visto la película. Pasé tres días en Vía Layetana y nunca fui procesado. Por supuesto, no tuve nada que ver con aquel atentado. Si lo menciono es porque fue una chica que entonces militaba en la Joven Guardia Roja (o que había sido expulsada poco antes, no recuerdo bien, y un amigo anarquista) fueron a mi casa y sacaron todo aquello que podía resultar comprometedor.