La figura del “infiltrado” no es la del “traidor”. El infiltrado no cree en nada, no le importa ni la idea, ni el programa, ni la organización, ni la gente que tiene en torno suyo dentro de la organización y que lo tratan como un camarada más. Todo esto le es ajeno: está allí por un interés propio y por la posibilidad de rentabilizar su habilidad -propia de un psicópata diagnósticado- para mentir, para simular, para no mostrar absolutamente ninguna empatía, para despreciar el daño que pueda causar en otros. No se puede traicionar aquello en lo que no se cree. El “traidor”, en cambio, está hecho de otra pasta; no es ni mejor ni peor que el infiltrado; es, sencillamente, diferente. Cree o ha creído en algún momento en los valores que representan los colores de su equipo.
Puede ocurrir que el “traidor” ocupe -como de hecho suele ocurrir-
una posición de responsabilidad y que su compromiso con la organización sea, inicialmente,
sincero. Pero, a partir de cierto momento, por alguna ruptura interior, por
necesidades económicas, por algún enfrentamiento con otros miembros de la
dirección, para ocultar alguna debilidad o alguna perversión, por
desvanecimiento de su fe en la causa, incluso por presiones o por miedo a que algún
medio de seguridad del Estado o alguna red privada de inteligencia revele algún
dato que pudiera dañarlo o mermar su prestigio, decide dar el paso y traicionar
a los que, hasta entonces, habían sido sus camaradas.
Personalmente creo que la traición en España tiene un nombre que
destaca por encima de cualquier otro: Santiago Carrillo. Prácticamente no quedó
nadie en la vida de Carrillo a quien, antes o después, no hubiera traicionado. Adquirió
la vocación desde muy joven, cuando traicionó a su propio padre; esa práctica
alcanzó hasta los últimos años de su vida, años en los que, tras realizar una
hábil política de alianzas durante los últimos años del franquismo (de las que
Catalán Deus da abundantes datos), en plena transición, después de que el PCE
demostrara tener un seguimiento electoral limitado, y, especialmente tras el
viaje que realizó a los EEUU, invitado por el Consejo de Relaciones Exteriores,
al regresar, empezó a adoptar medidas erráticas en la dirección del mismo,
hacia 1979, que tuvieron como consecuencia una progresiva merma en la
influencia política del PCE, una reducción de sus efectivos y de su cuota
electoral y, finalmente, un proceso de desmoronamiento interior que llevó a su
“dernier carré” a los cuarteles del PSOE, cuando gobernaba Felipe
González. Carrillo, en efecto, dio su último paso en 1986, fundando el Partido
de los Trabajadores de España – Unidad Comunista, contaba 72 años.
Joan Colomar (antiguo falangista, luego miembro del Front Obrer
Catalá, más tarde artífice del grupo Proletario, núcleo originario de la Liga
Comunista Revolucionaria -“Carapalo”, como nombre de guerra-, luego disidente y
cofundador de la Liga Comunista -junto con otro antiguo falangista y amigo, el
exuberante Juanjo Espada-, para recalar en la última etapa de su vida,
codeándose de nuevo con los que habíamos sido sus camaradas de juventud,
renunciando al marxismo y adoptando una forma de jacobinismo nacionalista-republicano,
con el que falleció) dio en el clavo cuando me comentó, tras esta última
intentona de Carrillo, que su ejemplo demostraba la “necesidad de llegar a
la tercera edad con la jubilación resuelta”.
De todas formas, Carrillo llevaba la traición en la sangre: se me
ha ocurrido la mención a Carrillo porque hubo algo en él que tiene cierto
paralelismo con la pareja que dirigió el FRAP-PCE(m-l), Marco-Odena: estos, en
efecto, fueron los únicos responsables de quemar a su militancia en la locura
iniciada el 1º de mayo de 1973 y concluida con los fusilamientos del 27 de
febrero de 1975; lanzar a su militancia a una aventura que solo podía terminar
como acabó. Carrillo, por su parte, había mantenido durante un lustro el maquis
entre la invasión del Valle de Arán en 1944 y la liquidación de las guerrillas
en 1949. También ésta fue una lucha inútil, sin esperanzas, sin victorias
posibles. Sin lógica ni sentido.
Incluso en el caso de Santiago Carrillo la traición no es -no
suele ser- una actividad continua: tiene sus más y sus menos, alterna momentos
de fidelidad a la causa, con instantes en los que se cede, por lo que sea, a la
deslealtad. El “infiltrado” no tiene conciencia de maldad, hace lo que su
descreimiento de todos los valores le impulsa a hacer; el “traidor”, en cambio,
es consciente del daño que va a hacer. Hay algo en toda traición política que
implica que su protagonista se traicione también a sí mismo. En el caso del
PCE(m-l)-FRAP sostengo la tesis indemostrable de que, las escisiones en cadena
que tuvieron lugar en los partidos comunistas prosoviéticos en el primer tercio
de los años 60, fue organizada por la CIA (como también la CIA apoyó antes a
determinadas fracciones del trotskismo en la medida en que se oponía al
estalinismo, a todas luces, “el enemigo principal”).
¿El PCE(m-l) fue el producto de una traición? No exactamente.
Debió ser considerado por sus protagonistas como una “oportunidad” para crear
algo con lo que poder desbordar al “carrillismo” y al “revisionismo”. Y si
alguien, la CIA, el Papa de Roma o el espíritu de Manolete, estaban dispuestos
a apoyar un proyecto así, bienvenido fuera… debieron pensar algunos de los
primeros impulsores del PCE(m-l). Luego, a partir de las ayudas recibidas en
este arranque, no debieron haber muchos contactos más. No puede hablarse, con
propiedad, de “traición”, inicialmente, sino, más bien, de aprovechamiento de
la ocasión que se había presentado. Ejemplos históricos no faltaban: Lenin se
había beneficiado de los caudales y del sistema ferroviario del Kaiser
Guillermo para entrar en Rusia y desencadenar la revolución de 1917 que
tranquilizó el frente del Este para los ejércitos de los imperios centrales;
Stalin había firmado un pacto, aparentemente contra-natura con Hitler. El propio
Mao había trabajado con el Kuomintang en los primeros años del partido
comunista.
Era, por tanto, una actitud fácil justificar: aparecía “alguien”
que ofrecía recursos para formar un nuevo partido comunista, que sustituyera al
“revisionista”; no era necesario preguntar de dónde procedían esos fondos.
Aunque se intuyera. Había precedentes demasiado inmediatos como para que no
fuera necesario preguntar quién estaba detrás de una oferta de este tipo. Ya en
1962-63 no era un secreto que la CIA había apoyado a distintas fracciones trotskistas;
los primeros contactos entre Joseph Hansen, secretario de Trotsky y el FBI
fueron inmediatamente posteriores al asesinato de éste. Y, si bien es cierto,
que está demostrado que el FBI tenía absolutamente infiltrado en todas las
células al Socialista Worker’s Party de Hansen, también es cierto que en la
postguerra, secciones de la IV Internacional fueron contactadas por la CIA,
especialmente en los países del Este, y estos contactos se prolongaron hasta la
caída del Muro de Berlín, siempre a través del Secretariado Unificado de la IVª
Internacional, dirigido por Ernest Mandel; el tema ha sido tratado con cierto
detenimiento por Ludo Martens en su folleto El
trotskismo al servicio de la CIA contra los países socialistas; a
esto habría que añadir que buena parte de los intelectuales neo-conservadores
norteamericanos que apoyaron a la administración Bush eran antiguos trotskistas
reciclados que optaron por incorporarse a lo que se llamó “la OTAN cultural” en
los años 50 y 60, promovida por la CIA [ver El origen de
los neoconservadores, Fco. J. Ruiz Durán].
El análisis era tan simple como elemental desde el punto de vista
estratégico de la inteligencia norteamericana. ¿Quién era el “enemigo principal”
en la postguerra? Respuesta: Stalin y el estalinismo. ¿Quién era el “enemigo
segundario”? Respuesta: todo lo que estaba a la izquierda de los partidos
comunistas prosoviéticos. ¿Cuál era la estrategia que surgía directamente de
este análisis? Respuesta: dejar que el FBI infiltre a todos los movimientos
comunistas en el interior de EEUU y generar por parte de la CIA escisiones que
debiliten al “enemigo principal” en los mismos Partidos Comunistas prosoviéticos
que los debiliten y rompan su hegemonía en la izquierda. ¿Qué autoriza a dar
por bueno esta hipótesis? Respuesta: la lógica, el sentido común y pequeños
datos que la confirman. Volvamos ahora al PCE(m-l) y al problema de la “traición”.
A partir de 1968-69, el PCE(m-l), creció y se desarrolló, contó
con jóvenes y no tan jóvenes que, a partir de entonces, en apenas cinco años, hasta
1973, consiguieron crear una estructura que, si bien no podía rivalizar con la del
PCE, si disponía de fuerza suficiente como hacerse notar a la izquierda de este
partido. Hasta ese momento, la línea política del partido había sido radical
pero coherente y, sobre todo, maximalista, pero eficiente: la prueba era que el
partido crecía. Todo cambió en 1973. Lo normal hubiera sido, en 1969-70 que, en
lugar de empezar a promover el FRAP con residuos de anteriores iniciativas
políticas de Álvarez del Vayo, un verdadero fósil de la Segunda República sin apenas
nadie detrás, el PCE(m-l) hubiera mirado a su entorno en el interior del país
para constatar que existían otras formaciones políticas que estaban, más o
menos, en su misma órbita: el PCE(i), el Movimiento Comunista de España (nacido
a partir de una escisión de ETA), la Organización Revolucionaria de Trabajadores
(entonces en proceso de formación), la Organización Comunista de España (Bandera
Roja) (escisión catalana del PSUC), que compartían posiciones “marxistas-leninistas”.
El gran error de la secretaría general del PCE(m-l) fue no abordar
conversaciones con todos estos grupos para constituir una organización única,
en un momento en el que ya era evidente que cada una de estas siglas iba a
tener sus “parcelas” de influencia que, en sí mismas, eran limitadas, pero que
en un amplio frente, hubiera podido rivalizar con el “carrillismo”. De hecho,
hay que reconocer que ese “frente amplio” terminó dándose entre 1980 y 1983,
cuando estas siglas, de una forma u otra, terminaron integrándose en el PSOE
felipista. El PCE(m-l) fue la único que siguió existiendo pero aportando
también su contingente a la socialdemocracia.
En 1970-73 los documentos del PCE(m-l) habían asumido que su tarea
histórica de “reconstruir” el Partido Comunista “auténtico”, ya se había
realizado (y, por tanto, todos los que estaban fuera de eran “falsos”
comunistas), y la etapa siguiente era la “frentista”: unir a todas las “fuerzas
populares antifascistas y antiimperialistas” en un frente único. De ahí surgió
la idea del FRAP. Pero, desde el principio, era evidente que no todas las “fuerzas
populares” accederían a orbitarse en torno al núcleo del FRAP, el PCE(m-l). Por
otra parte, había algo preocupante: desde su nacimiento, el PCE(m-l) alardeaba
de cierto “fetichismo de las armas”. En su logotipo (las tres famosas “manitas”)
una portaba la hoz, la otra el martillo, y la central, un fusil. En el caso del
FRAP, cuando aparece en 1970, directamente, el logo muestra una mano agarrando
una metralleta. La belicosidad, estaba implícita en todos estos grafismos. Había
algo provocativo en todo ello, especialmente porque nadie que conociera la
sociedad española de los años 60, podía admitir semejantes reminiscencias de la
guerra civil. Incluso los ultras de derechas cuidaban de no mostrar
excesivamente sus armas, y mostrarlas solamente en el momento de realizar algún
“raid”… Algo tan sencillo como la evolución del PIB del país en los 60, los
cambios de costumbres, mostraban que la “clase obrero” estaba dispuesta a
luchar por reivindicaciones salariales, mejoras laborales, incluso
solidarizarse con obreros despedidos (por algo tan humano como que si hoy
despiden a estos, mañana me pueden despedir a mi…), por su readmisión… pero no
por mucho más. Y mucho menos por una “insurrección armada de masas” o por una “guerra
popular prolongada”. Quizás por un piso en propiedad, seguramente por el 600 y,
entre los más ambiciosos, por un chaletito para el fin de semana, pero no por
mucho más. Y, por lo demás, estaba también claro que Franco no duraría
eternamente y que, tras su muerte, el régimen, iría variando; unos apostaban
por el “continuismo” (que era franquismo sin Franco, pero convirtiendo parte de
la “representación orgánica” en representación política); otros por el “evolucionismo”
(marcha, sin prisa pero sin pausa hacia una democracia homologable a las
europeas); y otros por “democratización” (mediante un gobierno amplio que
reformara el arsenal legislativo, las Leyes Fundamentales, a modo de proceso
constituyente). Si no hubo “ruptura democrática” tras la muerte de Franco, fue,
por la sencilla razón de que la “oposición democrática”, desde Ruiz Giménez
hasta los troskystas, carecían de “fuerza social” suficiente para forzarla.
Carrillo lo intuía, Felipe González lo sabía. Eran pocos, poquísimos, los que
defendieran una “vía armada” para derrocar al franquismo. Entre estos pocos
estaba el FRAP. Pero una cosa es mostrar un logo con una metralleta y otra muy
diferente hacerse con una y disparar una ráfaga contra alguien. No había muchos
que estuvieran dispuestos a ello, ni siquiera dentro del PCE(m-l).
Pero allí, en Ginebra estaba la sede de la secretaría general del
PCE(m-l) y un teléfono que había sonado diez años antes para proponer una
escisión en el interior del PCE. Seguramente no había vuelto a sonar desde
entonces. Sin embargo, en 1973 -por una serie de causas que abordaremos en
otras entregas- el teléfono debió sonar de nuevo: “Tenéis que realizar
acciones terroristas contra el franquismo”.
Y aquí sí que hubo tanto traición como irresponsabilidad: irresponsabilidad
porque, el más mínimo análisis técnico indicaba que, incluso aun cuando se
creyera en la posibilidad de la “lucha armada”, era preciso abordarla
estableciendo una infraestructura “militar”, desvinculada de cualquier aparato
político (por entonces Regis Debray, entre otros, ya había un analizado las
causas por las que estaban fracasando las guerrillas rurales en Iberoamérica
-publicaría al año siguiente, 1974, La crítica de las armas- e incluso
en Brasil la guerrilla urbana de Marighela había sido exterminadas y en Uruguay
los “tupamaros” empezaban a vivir su hora final; incluso las escisiones que
había sufrido ETA se debían, en gran medida, a distintas valoraciones sobre la “lucha
armada” y en qué condiciones practicarla), suficientemente conocida por la
policía y era necesario dotar a los primeros “grupos armados” de algo tan
elemental como… armas. Una vez con ellas, había que adiestrar a sus miembros en
el manejo de las mismas. A fin de cuentas, no era tan complicado: solamente
había que esperar, un año, año y medio como máximo, desde que se adoptar la
resolución de emprender una vía armada y estar en condiciones de llevarla a la
práctica.
Las armas se podían comprar en Bélgica. Incluso en la propia
Albania. Si se carecía de contactos, en cualquier bar del “milieu” portuario
marsellés o en el barrio de Saint Jacques de Perpiñán, podía adquirirse desde
un revólver hasta una MP-40 alemana de la Segunda Guerra Mundial, o Steins
inglesas, con abundante munición y en perfecto estado de revista. ETA, por lo
demás, no hubiera tenido ningún inconveniente en facilitar los contactos con
los traficantes de armas belgas que les servían material de primera calidad.
Tampoco eran tan caras. Y, además, había para todos los presupuestos y
necesidades (hasta el Frente de la Juventud pudo comprar en Bélgica 30
revólveres Arminius en 1979, de los que, por cierto, la policía tuvo,
desde el primer momento, los números de serie). ¿Por qué no se aprovechó el
“santuario” albanés para algo más que para radiar mensajes? ¿O Argelia, pues,
no en vano, como cuenta Catalán Deus, el Frente Polisario estuvo en
inmejorables relaciones con el PCE(m-l)-FRAP desde su fundación hasta
prácticamente el otoño de 1975?
Quemar unos cuantos cargadores, disparar entre dos y diez ráfagas o,
incluso, “tocar un arma”, aprender a limpiarla, engrasarla, montarla y
desmontarla, es lo único que dará al militante cierta seguridad. Un mínimo entrenamiento
de carácter “paramilitar” es lo único que puede acondicionar su cerebro para
ser capaz de disparar contra otra persona. De lo contrario, si lo hace a sangre
fría es muy posible que se trate de un psicópata. En la historia del GRAPO, por
ejemplo, algunos de sus miembros, tuvieron mucho más de psicópatas que de “guerrilleros
urbanos”. El 7 de abril de 1993, un furgón blindado de Prosegur fue asaltado por
un comendo del GRAPO. La bomba que colocaron en la furgoneta estalló antes de
tiempo, matando a Isabel Santamaría, miembro del GRAPO. La mujer quedó
literalmente desecha por la explosión, lo que no fue obstáculo para que su
compañero de comando, Silva Sande, se fuera del lugar con 8.000.000 de pesetas,
pasando por encima de los restos de su compañera, pisando sus entrañas
reventadas… Es, desde luego, un caso extremo y -que recuerde- único.
Debo rectificar la opinión que tuve sobre el FRAP: no veo rastros
de un comportamiento psicópata parecido al que acabo de describir en los militantes
que cometieron los asesinatos contra miembros de la Policía Armada, que
llevaron a tres de los suyos ante el pelotón de ejecución. Recibieron presiones
de los “organismos superiores” de su partido para que “ejecutaran esbirros
de la dictadura”, y realizaron acciones criminales a pesar de carecer por
completo de preparación. Es cierto que alguien sensato hubiera respondido a las
presiones con la peineta carpetovetónica o el consabido “a tomar pol culo”,
pero los protagonistas de los “grupos de acción” del FRAP se dejaron llevar por
el clima enfebrecido y manipulador generado la “dirección”. Vivían en otra
realidad desconectada casi completamente de aquella en la que usted y yo
estábamos instalados, como ocurre en cualquier secta destructiva; y es que algunos
grupos extremistas tienen mucho de secta; ¡qué coño: son sectas! que, en
ocasiones no solo tienen la mala costumbre de destruir a sus propios afiliados,
sino de destruir también a cualquiera que se cruce en su camino por pura
casualidad. Así ocurrió en todos los casos de asesinatos del FRAP.
Ninguno de las víctimas de aquellos crímenes era “torturadores”,
“miembros destacados de las fuerzas de seguridad del Estado”, o “policías
destacados en la represión”, como decían los comunicados triunfales del
FRAP (incluso hasta el tardío 1978, Blanco-Chivite (a) “Alberto”, miembro del
Comité Regional del FRAP, uno de los encausados, condenado a muerte e indultado,
seguía sosteniendo en El Viejo Topo que los “objetivos”, habían sido “seleccionados”).
En realidad, ningún “objetivo” fue elegido, salvo por el azar: todas las
víctimas lo fueron por pura y jodida casualidad. Lo que, de por sí, indica las
presiones que debieron soportar los miembros de los “grupos de combate” para
que “asesinaran a algún policía”, al primero con el que se cruzaran, y el nivel
de confusión mental propio de las sectas, en el que debían encontrarse para
cometer unos crímenes completamente inútiles. El psicópata está hecho de otra
pasta.
La “traición”, en el caso del FRAP, venía de arriba: nadie en su
sano juicio podía pensar que grupos jóvenes inexpertos en el manejo de las
armas y que no hubieran conocido directamente el fuego enemigo en algún
conflicto o lo que suponía disparar fríamente a otro ser humano, por demonizado
que estuviera, y que, además disponían verosímilmente con un cierto número de
infiltrados en su interior (como probaron las desarticulaciones continuas de
comités locales y regionales que se sucedieron desde mediados de 1973 hasta el
otoño de 1975), sin experiencia en combate ni en manejo de las armas, iban a
poder iniciar una “guerra popular prolongada” y desencadenar una “insurrección
armada de masas”, según los principios canónicos del maoísmo.
Tras los fusilamientos de septiembre de 1975, es incluso posible
que la pareja ginebrina (Elena Odena y Raul Marco) sintieran sinceramente el
fusilamiento de tres de sus militantes y vieran el precipicio ante ellos. El
teléfono maldito nunca más volvería a sonar para ellos. Nunca se les requeriría
para nuevos servicios. El “grupo creado para morir”, estaba definitivamente
muerto para el futuro. Ahora solamente quedaba tratar de salvar lo salvable,
reconstruir lo que quedaba del PCE(m-l) y sobrevivir. No hay pruebas, claro
está. Catalán Deus y otros militantes del FRAP (Alejandro Diz, antes que él),
los familiares de Campillo (otro miembro de la primera troika dirigente; ver Maité
Campillo. El PCE(ml) y los atributos políticos de Raúl Marco)
sospechan algo, pero todos reconocemos que no hay elementos fehacientes para
demostrar la traición. Sólo existen pruebas circunstanciales. Lo narrado por
Catalán Deus, me han aportado algunos datos que ignoraba a este respecto. Y
estos datos han generado reflexiones y paralelismos. Veamos.
Siempre me llamó la atención que la pareja dirigente del
PCE(m-l)-FRAP radicara en Ginebra. Pasé unas pocas semanas en aquella ciudad en
los años 80, cuando me encontraba en clandestinidad. La belleza de los paisajes
alpinos choca con el carácter de muchas de sus gentes: observaban al vecino y, mucho
más, al desconocido, están atentos a todo lo que rompe la normalidad plácida de
sus vidas. Y, no sólo observan: en los años 80, bastaba que una persiana que
debía estar levantada no lo estuviera para que no faltase algún vecino dispuesto
a llamar a la policía denunciando la anomalía. Y la policía se presentaba,
preguntaba y anotaba todos los datos del desconocido.
Además, Suiza fue, durante los años de la Guerra Fría, la base de
la CIA para sus operaciones en Europa. Ginebra era la ciudad menos recomendable
de toda Europa para instalar la dirección de una organización clandestina. En
el caso del FRAP-PCE(m-l) esto se justificaba porque Elena Odena (de verdadero
nombre Benita Ganuza, el miembro más significativo de la secretaría general del
partido; el segundo era su compañero, Raúl Marco, de verdadero nombre Julio
Manuel Fernández López, siendo el tercer puesto el habitual “asiento peligroso”
que cambiaba con cierta frecuencia en función de la fidelidad mostrada a los
otros dos miembros) era funcionaria y traductora de la OIT. Pero su rango como
funcionaria de un organismo internacional no le otorgaba ningún estatuto
diplomático, ni suponía inmunidad alguna. Y lo sorprendente -lo cuenta Catalán
Deus que ha buceado en los archivos hoy desclasificados de la seguridad suiza-
es que apenas existen informes en Suiza sobre esta pareja, y lo poco que hay -que
reproduce en su obra-, es aséptico, irrelevante y en absoluto significativo. Parece
como si la inteligencia suiza, que tenía a gala enterarse de todo lo que se
movía en su territorio, no hubiera prestado ninguna atención a esta pareja, ni
a los que convivían con ella, ni a su vecino, Julio Álvarez del Vayo, ni
siquiera en los momentos en los que el PCE(m-l)-FRAP lanzaron sus flamígeros
llamamientos entre 1973 y 1975. Esta, para mí, es la prueba del nueve de que
recibían algún tipo de “protección aérea” que los podía a cubierto de las
investigaciones de la seguridad suiza. No hay, no puede haber, se mire como se
mire, otra explicación.
Contaré al respecto una anécdota personal. En 1983 me encontraba
en La Paz, en aquel apartamento de la Plaza Isabel la Católica, edificio
Fernando el Católico, uno de los pocos rascacielos que entonces existían en la
capital boliviana: recibimos una llamada. Procedía de “nuestro hombre en
Suiza”. Era de noche en La Paz y mediodía en Lausanne. Nos advertía que
estuviéramos atentos, que los servicios especiales y la fiscalía italiana
estaban preparando una acción contra nosotros promovida por un tal Elio Ciolini
(un estafador de poca monta que habíamos conocido en Bolivia que se ofreció a
colaborar con el aparato policial italiano a cambio de olvidar antiguos delitos
y de obtener algún beneficio económico). Delle Chiaie habló por espacio de dos
horas con el “amigo suizo”. Yo, mientras miraba con los prismáticos por la
ventana del apartamento. Era evidente que ya estábamos siendo vigilados. Al día
siguiente nos instalamos en un chalet en el barrio de Calacoto, propiedad de un
antiguo miembros de las Waffen SS lituanas. En el suelo del hall,
figuraba una inmensa runa de Odín. A partir de ese momento, extremamos medidas
de seguridad. Aquella operación montada desde Suiza fracasó, pero poco después
se puso en marcha otra, también desde aquel país, que dio como resultado la
irrupción de una unidad armada de los Nucli Operativo Centrale di Sicurezza
(NOCS) contra nuestro grupo en Santa Cruz (asesinaron fríamente a Pierluigi
Pagliai, lo embarcaron malherido en el avión de Alitalia en el que habían
llegado y luego despegaron a La Paz en busca de Delle Chiaie y del resto del
grupo europeo). Pero, Delle Chiaie ya se había instalado en Venezuela desde hacía
una semana y en Bolivia quedábamos tres franceses (Philipe, Pierre y Jean
Marc), un italiano (Alberto Ceola) y yo. Ceola y yo, aquellos mismos días identificamos
a un italiano (por el corte de la americana inusual en Bolivia) que nos seguía
y al cual, a su vez seguimos, refugiándose en el Hotel Plaza. Seré sincero: nos
olvidamos de avisar a Pagliai, que había decidido trabajar por su cuenta en
Santa Cruz. No corrimos la misma suerte que Pagliai porque la información de
que disponía el NOCS, estaba “atrasada”: a la CIA, que colaboró en la operación
aportando su infraestructura en La Paz (los vehículos en los que se trasladaron
los carabinieri italianos, estaba dirigida por norteamericanos que los
guiaron, tanto por La Paz como por Santa Cruz de la Sierra), no le había sido
posible actualizar la información y solamente podían localizarnos a través de tres
de puntos (la sede de la empresa minera que gestionábamos, la oficina que
teníamos en un extremo de la avenida del Prado y la sede del Estado Mayor del
Ejército): con evitarlas y/o estar atento sobre si alguien nos seguía en
cualquier desplazamiento, se minimizaban riesgos. Fracasaron al tratar de
ubicarnos en aquel apartamento de la Plaza Isabel la Católica, edificio Fernando
el Católico…
Si he contado esta historia es porque “nuestro hombre en Suiza”
había conseguido obtener los datos de “fuentes bien informadas”. Y esto
confirma que, en Suiza no se movía ningún extranjero sin que los servicios de
inteligencia tuvieran constancia de ello. La información de que disponían era precisa,
exacta y constantemente puesta al día. Si no hay datos en los archivos alpinos
sobre las actividades de los miembros de la secretaría general del PCE(m-l) y
apenas nada sobre su vecino, el presidente del FRAP, Álvarez del Vayo, es
porque, tenían algún tipo de nosotros en la época llamábamos “protección aérea”.
Y, para colmo, Suiza, se había convertido en los años 60 en una
especie de centro de la operación tendente a generar escisiones “maoístas” en
los partidos comunistas prosoviéticos, a diferencia de Bruselas, en donde la
Embajada de la República Popular China, mantenía los contactos -y algunas
ayudas- con los grupos que demostraban alguna simpatía por su causa. Estas
ayudas estaban canalizadas por el que fuera “hombre de confianza” de Pekín en
Europa Occidental entre 1962 y 1967, Jacques Charles Grippa. Expulsado del
Partido Comunista Belga prosoviético en 1962, fundó al año siguiente, el primer
partido comunista occidental de obediencia maoísta. Grippa conocía
perfectamente lo que estaba en juego: o fidelidad a la causa marxista-leninista
que encontraba su expresión más auténtica en la modalidad maoísta, u “oportunismo
sin principios” de aquellos movimientos maoístas cuyo nacimiento fue indcido
por la CIA. Bruselas o Ginebra.
Porque, desde Ginebra, como
ya he contado y como investigó Delle Chiaie (ver el capítulo correspondiente de
su El
águila y el cóndor: memorias de un militantes político) consta el
caso de los “manifiestos pro-chinos” que se difundieron en Italia con la efigie
del dictador soviético y la inscripción “Reivindiquemos a Stalin”. Es
incuestionable -y lo era desde aquellos mismos momentos en los que Delle Chiaie
llevó adelante la investigación-, que la operación se teledirigió desde Suiza.
Y formaba parte de un proyecto a escala de Europa Occidental.
Por otra parte, consta, así mismo, la operación realizada por Aginter
Press (una agencia de servicios especiales formada por un tradicionalista
católico y un antiguo Waffen SS francés, ambos miembros de la OAS, tras el
abandono gaullista de Argelia) que recibió el encargo de infiltrarse entre los
grupos guerrilleros que operaban en las colonias portuguesas por cuenta del
gobierno de Lisboa. Para alcanzar el objetivo, Aginter creó en Suiza un
partido maoísta con su propio órgano de prensa, L’Etincelle, sin
encontrar el más mínimo obstáculo. Redactores de L’Etincelle fueron
invitados a recorrer los campamentos de las organizaciones independentistas,
con el resultado que podía preverse. Todos los campos que recorrieron fueron
arrasados por el ejército portugués. “Rastros” de esta operación, con
información deformada y junto a otros datos absolutamente falsos, pueden
encontrarse en Wikipedia, en la entrada inglesa a Aginter Press).
Previamente, por cierto, uno de los responsables de Aginter-Press, había
realizado en la embajada de la República Popular China su “autocrítica” por su “pasado
pequeño-burgués”: o se entraba en el “universo maoísta” por Bruselas, o por
Ginebra… O por ambos
Nadie en su sano juicio puede pensar que la dirección del
PCE(m-l)-FRAP pudo operar en los “años de plomo” de la organización (1973-75)
sin suscitar ningún tipo de vigilancia especial que, inevitablemente, dejaría
rastros en archivos oficiales. Salvo, claro está, que se contara con
“protección aérea”, con toda seguridad por parte de la CIA, que cooperaba
estrechamente con la inteligencia suiza en aquellos años.