martes, 29 de noviembre de 2022

Lectura recomendada: LIBERTAD E IDENTIDAD EN LA POSTMODERNIDAD de Jorge Gutiérrez

Debí ser de los primeros que leí el libro de Jorge Gutiérrez cuando todavía tenía la forma de archivo de Word. Me resultó, desde el primer momento, un texto sumamente “familiar”: se correspondía con lo que habían ocupado buena parte de mis reflexiones desde los años 90 (el tema de la Identidad) y, para colmo, trataban unos temas sobre los que, en ese momento (principios de 2022), estaba orientando mis lecturas: la modernidad, postmodernismo, post-humanismo. A veces ocurre, como en este caso, que el destino provoca que un libro llegue en el momento correcto en el que uno lo necesitaba.

Jorge Gutiérrez tiene tres ventajas para estudiar estos estos temas: en primer lugar es de “letras” y tiene una sólida formación universitaria (servidor es de ciencias, sin estudios específicos en materias de sociología o filosofía); en segundo lugar, es un hombre de su tiempo y, por tanto, con más capacidad para analizar esta época (sin los lastres que otros, mas próximos al más allá que al más acá, podamos sentir); combinados estos dos elementos, una formación orgánica y la energía propia de la juventud, da como resultado el tercero, planteando preguntas que no han sido contestadas por la generación que va al paso con el milenio. El resultado de sus reflexiones es este volumen, extremadamente fácil de leer, ameno y que, junto a las cuestiones planteadas, ofrece respuestas.

Es frecuente que, a fuerza de oír y utilizar algunos conceptos, demos por sentado que conocemos todas sus implicaciones. “Identidad” es una de estas palabras que hoy más se repiten en todos los campos. Creemos que tenemos una identidad por apoyar a una camiseta de fútbol, por sentirnos orgullosos de pertenecer a una minoría que suscita apoyos mediáticos, arropada por los bienpensantes y con días anuales de orgullo y celebración. Nos hacemos solidarios de otros con el mismo look o tenemos por cierto que una moto de determinada marca supone evidenciar “una manera de ser”. No nos damos cuenta, de que, más que “identidades”, estamos ante formas de consumo.

Así pues, esta obra parte prácticamente de cero: nos explica en las primeras páginas la cuestión a debatir, esto es, las relaciones entre libertad e identidad dentro de la postmodernidad. En el lenguaje convencional, ambos términos parecen contradictorios: si uno asume determinada identidad no es libre para elegir otra, parece reducirse a un esquema cuadriculado y rígido que excluye cualquier otra posibilidad. De ahí el éxito de la “gran idea” posmoderna: cualquier cosa que suponga una identidad tradicional, es definida como un “constructo social”. Así la “libertad” queda a salvo: somos lo que queremos ser, nuestra identidad es la que nosotros mismos nos construimos cada día. Hoy puede estar en contradicción con la de mañana, incluso la que asumamos por el día puede no tener nada que ver con la de la noche. Lo que hoy prevalece es una dinámica de continua búsqueda de identidades que nos satisfagan en cada momento. Y estas dependen solo de nuestra voluntad, guiada ésta por una única finalidad: el placer de ser felices.

Así pues, alegrémonos todos, porque hemos llegado a la doctrina de la felicidad. Lamentablemente, ésta se presenta como una meta de llegada en permanente movimiento hacia adelante, una meta que se aleja cada vez más y que nos obliga a seguir pedaleando para aproximarnos a ella. Y no, eso no es libertad: el ciclista de un tour no es libre para tomar un atajo o detenerse; debe llegar a la meta por la vía prefijada. En un momento dado, el autor escribe: “Quizás sea que hemos inventado metas y valores porque hemos perdido los verdaderos”. ¡Bingo!

El libro denuncia en las primeras páginas esta concepción “construccionista”, que sitúa como un nivel degenerativo del yoismo cartesiano. El autor evita el reduccionismo: no hay que olvidar que este fenómeno no es autónomo, sino que está subsumido en un momento de civilización dominado por la globalización y el hiperindividualismo. Menciona el “sé tu mismo”, recomendado en Delfos como forma de saber vivir: se tu mismo y no otro, no tienes libertad para ser diferente de lo que eres. Y si intentas ser otro, y, además te lo crees, es muy posible que termines en el diván de un psiquiatra. Esto hace que los dos términos, identidad y libertad, estén mucho más vinculados de lo que parece inicialmente.

El autor nos propone una reflexión sobre esta temática que se inicia con el recordatorio de lo que ha sido la historia reciente del género humano, desde la caída del Muro de Berlín. La teoría sobre el “fin de la historia” quedó pronto desmentida con los choques identitarios que desmembraron la antigua Yugoslavia; siguió luego con la irrupción del islamismo radical, una forma de identidad religiosa. El “indigenismo” aparecido en todo el continente norteamericana y en Australia, impuso la idea de que alguien tenía una factura pendiente que pagar y que el colonialismo no se había resuelto con las independencias. Todo esto, claro está, sin olvidar que factores como la creciente debilidad de los Estados-Nación generó, especialmente en España, pero también en el Reino Unido e Italia, la reaparición de “micronacionalismos”. El autor se pregunta si, todo esto no implicará que “lo identitario” se ha convertido en un tema estrella. A la postre, Pierre Vial tendría razón cuando dijo que “el siglo XXI será el siglo de las identidades”.

Debatir sobre identidades es un mal asunto, dice el autor. En efecto, ese debate está hoy abierto por la sencilla razón de que ya hemos perdido la noción de quienes somos. Si fuéramos conscientes de nuestra identidad, cualquier debate sobre el tema sería ocioso. Ha sido la modernidad la que ha generado esta polémica. Desde la Ilustración se han ido perdiendo cada vez más puntos de referencia “absolutos” y los consensos sobre las “grandes señas de identidad” se han diluido. En contrapartida, han proliferado las “pequeñas identidades”, tanto más aspirantes a ser sobreprotegidas, cuanto más minoritarias sean. Es lo que cabía esperar de sociedades hiperindividualizadas.

Al final terminamos constituyendo identidades individualizadas en base, como recuerda el autor, a experiencias y deseos personales. Esto, nos dijeron los filósofos postmodernistas, debería haber constituido una fuente de eterna felicidad. Lamentablemente, no solamente no ha sido así, sino que, mas bien, el resultado final ha sido el contrario. El “construccionismo” (toda identidad es el resultado de una construcción social subjetiva y sin ninguna base objetiva) se ha terminado imponiendo, pero no resuelve el problema de como articular, organizar y “jerarquizas”, las distintas “pequeñas identidades” efímeras que va construyendo el individuo. La respuesta es ampliamente insatisfactoria: “Si te satisface esa identidad y te hace feliz, es válida”. Hay identidades para todos los gustos y lucir una ha terminado siendo como comprar una camisa: hay distintas tallas. Todas son buenas, solo que cada uno adapta el mismo producto a las circunstancias personales del comprador. Eso implica que las identidades han sido absorbidas por el mercado. El mercado, parcelado en nichos, sirve a cada uno de ellos, su parcelita cultural, los productos que le satisfarán. Hay para todos los gustos y tendencias. Nadie queda fuera del mercado.

Tiene razón el autor en recordar que esto es un producto de los tiempos modernos y que es la primera vez en la historia de la humanidad en que se plantean estos temas. Lo que ha sido siempre, la defensa de valores absolutos como base de agregación de una civilización y garantía de desarrollo, es atribuido hoy a la ¡extrema-derecha! Así pues, desde que el ser humano empuñó una mandíbula de gacela para sobrevivir al ataque de depredadores mejor dotados que él, hasta anteayer, la “extrema-derecha” ha dominado el pensamiento. Ahora esta visión ha caído: Occidente ya no reacciona. Guénon hablaba de “grietas en la gran muralla”; el autor de esta obra identifica tres brechas que impiden a la civilización occidental unirse y reaccionar ante la locura instalada con la postmodernidad: el ateísmo, la subversión plebeya y la inmigración masiva.

La parte central de la obra está dedicada al estudio de la identidad dentro de la postmodernidad. El autor demuestra tener un conocimiento exhaustivo de la materia y haber recurrido a los principales analistas de nuestro tiempo: cita a Bauman y a Lipovetsky, a Sartori y a Maaluf, incorpora lo dicho por la Escuela de Frankfurt (especialmente en lo relativo a la “industria cultural”). Más adelante sacará a colación textos de Benoist y de Savitri Devi., a Guénon y a Eliade. La conclusión es desesperanzadora: los intelectuales más brillantes -Bauman, especialmente-, señala lo que ocurre cuando se pierden las “grandes identidades” que facilitaban la sensación de pertenencia a algo; aparecen rivalidades, conflictos, presiones. El individuo deja de estar protegido por la “comunidad” que le aportada sus señas de identidad. Lipovetzsky, por su parte, denuncia la decepción que ha sembrado la modernidad y el vacío creado por el hedonismo como fin en sí misma, la obsesión por lo nuevo, lo efímero del amor, etc. Las relaciones sociales se vuelven “economicistas”: se mantienen -presenciales o a través de redes sociales- porque creemos poder extraer de ellas un “beneficio” y una “rentabilidad”. La primera ofensiva “liberalizadora” de las costumbres, en los años 60 era aceptable, pero el problema ha consistido en que esa ofensiva se ha transformado en una orgía imparable, sin referencias, sin fin, sin ningún valor absoluto en el horizonte. El autor lo compara con el turista moderno: el turista busca viajar a “algún lugar”, eternamente, termina un viaje y empieza otro, como si nunca quedara satisfecho. La mentalidad donjuanesca es similar: se busca una y otra relación y luego otra más, porque, en el fondo, ninguna de ellas satisface.

La parte principal del libro está dedicada a definir el estado de las identidades en cinco campos más importante de la acción humana: la cultura, la política, la economía, la naturaleza, la espiritualidad y el Yo. Es, seguramente, la parte más interesante del libro y en donde el autor se zambulle en terrenos que han merecido muy poca atención, paradójicamente, por parte de los “identitarios”.

Empieza explicando el concepto de “marxismo identitario”: cuando faltan los valores absolutos y se entra en procesos dialécticos en los que lo mejor se une con lo peor. Es así como aparecen “anti-mitos”, un proceso que han visto todos los imperios desde el inicio de sus declives, cuando la unidad metafísica que les ha dado vida, pierde tensión. La fase final del proceso cristaliza cuando lo profano, lo plebeyo, lo cuantitativo y lo materialista coinciden. La sociedad tiende a fragmentarse y aparece el “politeísmo de los valores” o el “nuevo tribalismo”. Los valores comunitarios han dejado de existir. El drama radica en que la ausencia de valores absolutos y el relativismo como alternativa, supone renunciar a todo lo que ha hecho posible la civilización, el propio Estado y, en definitiva, la supervivencia de los pueblos.

La economía, es un apartado poco o nada estudiado por todos los que nos sentimos poco inclinados a aceptar la disolución de las identidades comunitarias y de los valores absolutos. El autor tiene razón en afirmar que los procesos económicos introducen cambios sustanciales en las identidades de los pueblos e introduce aquí otro concepto poco integrado en los análisis identitarios: el papel de la técnica. Hoy no puede entenderse la economía sin el desarrollo técnico y ahí si que es más fácil inferir las alteraciones que se generan en la esfera del pensamiento. El resultado es que la medida de todas las cosas es el “rendimiento”, el “beneficio” que pueden aportar y este concepto, de naturaleza económica, constituye hoy el principal factor de nivelación y homogeneización de las sociedades al darse a escala global.

¿Y la naturaleza? A fin de cuentas, en el pensamiento postmodernista todo puede deconstruirse, pero la naturaleza es algo que está ahí, en el propio ser humano y que se manifiesta mediante instintos. El desarrollo técnico, la aceleración de los cambios, ha generado que el ser humano vaya perdiendo instintos. Hemos abusado de la parte racional del cerebro, olvidando que existen otras formas de guiar los comportamientos de las especies evolucionadas y eso nos ha conducido al callejón sin salida en el que nos encontramos hoy, cuyo origen es el “pienso, luego existo” cartesiano.

En el terreno de la espiritualidad, recuerda que el gran impulso de “la occidentalidad” ha sido el deseo de trascendencia y de superación, subvertidos por la postmodernidad en beneficio de la “igualdad”. A fuerza de mirarse a sí mismo, el hombre termina encontrando únicamente certezas humanas: renuncia a verdades absolutas. Es el rasgo inequívoco de todo proceso de decadencia.

La última parte del cuerpo central de este libro es la reflexión sobre el Yo postmoderno. Es ahí en donde ancla la vinculación entre identidad y libertad. En efecto, la identidad humana se mueve en un espacio de libertad acotado sobre una base biológica que resulta imposible -y suicida- exceder, pero que resulta lo suficientemente amplia como para permitir una visión trascendental de la propia identidad. Esa identidad no puede confundirse con la ofrecida por la postmodernidad marcada por la industria cultural y el consumo y que conduce inevitablemente a una saturación del Yo que termina rompiéndose en mil pedazos. A partir del momento en el que el ser humano asume como patrón de conducta el “hoy me apetece”, se convierte en un barco a la deriva, cuyos comportamientos son imprevisibles y siempre superficiales. Dice el autor: “El deseo crea ideologías para justificar el mismo deseo”. Es la misma conclusión a la que puede llegarse estudiando las vidas de muchos filósofos actuales cuyo único interés ha sido encontrar una explicación y una justificación a sus tendencias personales. Un filósofo atraído por la pedofilia, hará de la justificación de la pedofilia una constante. Y los ha habido. De hecho, buena parte de los filósofos de la postmodernidad y los doctrinarios de los “estudios de género”, entran en esta clasificación. Mientras las doctrinas tradicionales prevenían contra el desarrollo hipertrófico del yo, advirtiendo que el ego era -aquí sí- un constructo artificial que se nutría de deseos, la postmodernidad, al exaltarlo, lo ha lanzado a la piscina del consumismo. Como dice el autor, “lo dionisiaco se ha hecho hegemónico”.

En las últimas treinta páginas de esta interesante obra, el autor recapitula y llega a unas conclusiones y, finalmente, a una redefinición de las identidades en los cinco terrenos elegidos (economía, cultura, política, naturaleza, espíritu). No pretendemos resumirlas aquí, porque es el lector quien debe acompañar al autor en ese tramo final, apurando las pistas puestas por este en los capítulos anteriores de las que nosotros solamente hemos entresacado algunas ideas que nos han llamado la atención.

Baste decir que el autor, tras reconocer la influencia hegeliana en su trabajo, define a la civilización occidental como “la más grande y la más exitosa de todas”. Lo que le lleva a preguntarse: Si esto ha sido así, ¿por qué estamos en crisis? Respuesta: por el fracaso de la Ilustración. Así pues, se trata de poner el contador a cero, volver a situarse en el punto de arranque de la Ilustración y plantear una “nueva ilustración más sana y realista”. Sabemos ahora cuál es el punto de debemos mantener como absoluto: no perder nunca la conciencia de quienes somos y de cuál es nuestra identidad. Seres humanos con la cabeza en el cielo y los pies en la tierra.

Lo dicho hasta aquí son algunas reflexiones a las que nos ha llevado la lectura de esta obra que consideramos imprescindible para entender las derivas y los retos impuestos por la modernidad. En lo personal nos hemos marcado solamente dos objetivos: por una parte, realizar trabajos de revisión histórica y de comprensión de lo que ha sido la historia política del siglo XX; de otra, entender nuestro tiempo. Si este último es un objetivo que alguien comparte, la lectura de esta obra -que no es solamente un ejercicio de pensamiento crítico, sino también un paquete de propuestas y desafíos- será imprescindible para aclarar ideas, fijar posiciones, desbrozar rutas y llegar a síntesis. Felicitamos al autor por este trabajo y le instamos a que persista en la vía emprendida. Lectura obligada.



 


 

lunes, 28 de noviembre de 2022

Hitlerismo y ocultismo (1 de 7) – EL GRAN EQUIVOCO


El contenido de esta serie de artículos está impreso en el folleto Ocultismo Nazi, verdad y ficción, que constituye un capítulo de nuestra obra, Ocultismo y Política en el siglo XX. Si hemos decidido reproducirlo aquí es para contribuir a terminar de una vez por todas con el mito del “ocultismo nazi”, difundido especialmente por Miguel Serrano. En los años 80, tengo la mala conciencia de que yo contribuí modestamente a la irrupción de este mito en España -aunque desvinculado, por completo, de los trabajos de Serrano-; sólo tras la lectura de la obra de Goodrick-Clarke sobre el tema, suficientemente documentado como para dar por buenas sus tesis, estuvimos en condiciones de responder a esta cuestión: ¿por qué los personajes que conocimos, en vivo y en directo, del Tercer Reich y de las SS, no mostraron la más mínima atracción por el ocultismo y por qué, algunos de los que conocimos que habían ostentado alguna responsabilidad en la maquinaria del Reich y se interesaban por la materia (caso de Klaus Altman), pudieron conocer DESPUÉS de 1945? La respuesta confirmaba el principio de la “navaja de Ockham”: la respuesta más simple, siempre, suele ser la válida: ni Hitler ni el Tercer Reich tuvieron nunca el más mínimo interés por las divagaciones ocultistas. Todo fue “propaganda de guerra”… de la que fueron víctimas, incluso, algunos neo-nazis.

Introducción: el gran equívoco

En noviembre de 1938 la revista L'Age nouveau, publicó un artículo titulado Orígenes Secretos del nazismo firmado por Phileas Levesque[1]. El autor afirmaba que Hitler formaba parte de una sociedad secreta que habría reconstruido la Orden de los Caballeros Teutónicos en la que debió entrar como oblato[2]. Levesque explicaría el enfrentamiento de Hitler con el presidente checoslovaco Benes afirmando que éste último pertenecería a una sociedad Templaria, la orden rival de los teutónicos... siempre según Levesque. Sería el primer producto de una larga serie de artículos que unen el esoterismo a la historia del nazismo. Fue la primera vez en la que en una revista de gran tirada se difundía la noticia de que existían vínculos entre Hitler y el ocultismo. El artículo alcanzó gran difusión y fue reproducido por muchos medios de prensa internacionales. Miembro de la masonería y situado en el campo del antifascismo, el artículo destilaba un inequívoco aroma de hostilidad hacia el nazismo, pero, en cualquier caso es la primera vez que un texto escrito fuera de Alemania aludía a las relaciones de Hitler con el mundo del ocultismo.

Al año siguiente la maquinaria de agitación bolchevique en Francia se puso en marcha para aprovechar la presencia de un exiliado alemán procedente del campo de la “juventud conservadora”, Hermann Rauschning quien había ocupado el cargo de Presidente del Senado de Danzig. Rauschning firmaría un libro con el título de Hitler me ha dicho[3] que es sistemáticamente utilizado para “demostrar” las relaciones de Hitler con el mundo del ocultismo y lo paranormal. Buena parte del libro está dedicado a presentar a Hitler como fanático ocultista que no duda en asumir una “misión” que le ha sido conferida por fuerzas secretas con olor a azufre. Si lo esencial del artículo de Lebesque eran las relaciones entre Hitler y los neo–templarios alemanes, en cambio en el libro de Rauschning de lo que se trata es de presentar a Hitler como un exaltado irracionalista próximo al satanismo.

No es este el lugar para desvelar que la obra de Rauschning fue un mero producto de “propaganda de guerra” y que, contrariamente a lo que él afirmaba, apenas había conocido a Hitler personalmente y siempre en compañía de otros[4]. Tampoco vale la pena comentar el artículo de Lebesque que, visiblemente, parte de unos pocos datos entonces apenas conocidos fuera de Francia, errónea y confusamente interpretados. El origen de las informaciones de las que partía Lebesque era la existencia de la Orden del Nuevo Temple fundada por Jörg Lanz von Liebensfeld que utilizaba desde principio del siglo XX la esvástica. Estaba claro que Lebesque –involuntaria o deliberadamente– confundía la ONT con la otra orden ariosófica que existía en la época, la Orden de los Germanos. Unos años antes, el que había sido Gran Maestre de la Sociedad Thule (rama bávara de la Orden de los Germanos), Rudolf von Sebotendorf había escrito Antes de que Hitler llegase[5] en la que el nombre de Hitler había aparecido en varias ocasiones y gracias al cual podía confirmarse que Rudolf Hess, Alfred Rosemberg y Hans Frank, dirigentes del NSDAP de primera fila habían pertenecido al grupo. A pesar de que Lebesque hablaba alemán y seguramente había tenido acceso directo a todas estas fuentes escritas, la sensación que da el artículo es que lo escribió de memoria, demasiado rápidamente y enlazando datos que no tenían nada que ver, confundiendo nombres, siglas y situaciones. Subsistirá siempre la duda de si estos errores fueron voluntarios, pero lo incuestionable es que inauguraron una línea de tendencia en la que el ocultismo y el nazismo quedaron indisolublemente unidos.

A partir de 1945 toda esta temática se olvidó y el fenómeno nacional–socialista y el Tercer Reich fueron presentados como únicos responsables de la Segunda Guerra Mundial y autores del llamado “Holocausto”. No volvió a recordarse la relación de Hitler con las sociedades ocultistas. Sin embargo, en los años 60 apareció en las librerías de toda Europa un best–seller que volvía a la carga con el mismo tema: El Retorno de los Brujos[6].

Subtitulado “una introducción al realismo fantástico, el libro, escrito por Louis Pauwels (antiguo miembro del grupo surrealista francés y autor de una biografía muy completa sobre el ocultista ruso Georges Ivanovitch Gurdjieff), era, en realidad un popurrí de temas que, a primera vista tenían apenas tenían relación con el título y solamente tenían como denominador común “lo anómalo”: fenómenos parapsicológicos, esoterismo y ocultismo, civilizaciones desaparecidas… y consideración del nacional–socialismo y del Tercer Reich como un “fenómeno mágico”. Solamente en Francia se vendieron entre 1960 y 1970 2.000.000 de ejemplares, dando lugar a toda una subcultura cuyo buque insignia fue la revista Planète (en España, traducida con el título de Horizontes[7]).

La gestación del libro se inició en 1953 cuando un amigo común puso en contacto a Louis Pauwels con Jacques Bergier. El primero se había forjado fama de humanista místico, mientras el segundo se presentaba como “científico judío”. Bergier tenía como único objetivo escribir un libro sobre las sociedades secretas, pero Pauwels le convención de dar a la obra un enfoque mucho más amplio. Bergier se encargó de recoger el material y Pauwels de darle forma de libro. La obra, finalmente, fue publicada por Gallimar en 1960. En general, el libro tocaba temas que habían tenido eco en la primera mitad del siglo XX, pero que en ese momento se encontraban prácticamente olvidados o relegados a pequeños círculos poco comunicativos. La habilidad de los autores consistió en reunir en un puzle los más variados temas ante los cuales era difícil que ningún lector se sintiera, de una forma u otra, interesado. La guerra mundial había supuesto una ruptura con toda esta temática, que todavía en los años 30 gozaba de cierto favor por parte de los lectores, y al restablecerse la paz, no aparecieron ni autores, ni materiales nuevos que relanzaran toda esta temática. La mezcla de alquimia, ocultismo, civilizaciones desaparecidas, casuística ufológica, biografías de personajes anómalos, física nuclear, misticismo, astrología y demás mancias (que luego, la contracultura que aparecería en los EEUU, terminaría propulsando), como era de esperar, hizo bullir los cerebros y alumbrar el nacimiento de una subcultura. La mayor parte de estos temas eran simples mistificaciones, se presentaban de forma incompleta y sesgada, con errores y ocultamientos para destacar lo “fantástico” a lo que podía aproximar una forma “realista” de ver los acontecimientos. En los años siguientes, ambos autores, pero especialmente Bergier, siguieron trabajando en la misma dirección, lanzando productos de un calado cada vez más bajo, en un momento en el que otros autores ya habían tomado el relevo y producido una inflación de títulos que trataban de discurrir por la misma senda. Pero uno de los temas más polémicos y que suscitó más interés en el público fue la presentación del Tercer Reich como un fenómeno “esotérico”, más relacionado con el mundo mágico que con la política.

La tesis de Pauwels y Bergier sobre el nazismo aparecía en un momento en el que la historiografía todavía no había “digerido” la naturaleza del NSDAP. Aún no habían aparecido las tesis de Mosse, Sternhell o Renzo de Felice y las únicas interpretaciones orgánicas del fenómeno accesibles para el público procedía de autores marxistas que limitaban su análisis a presentar a los fascismos como expresiones agresivas de las clases medias, propulsadas por el capitalismo monopolista para abatir a los movimientos obreros. La aridez, lo limitado y lo discutible de tal tesis y la ausencia en aquel momento de interpretaciones más amplias, fue el resquicio que aprovecharon Pauwels y Bergier para presentar al nazismo como un producto del irracionalismo generado por sociedad secretas de carácter mágico. Los aspectos oscuros de la personalidad de Hitler les sirvieron para presentar al führer del Tercer Reich como un médium e incluso se permitieron trazar una génesis del “nazismo mágico”: de los rosacruces a la Golden Dawn, y de esta sociedad anglosajona a la Sociedad Thule. Así pues, ante el racionalismo darwinista y al mecanicismo marxista, el nazismo había operado un fenómeno de retroceso hacia lo irracional. Los autores de El retorno de los brujos dedicaron casi cincuenta páginas a las más descabelladas doctrinas que, según ellos, habrían encontrado en el Tercer Reich el campo de cultivo adecuado para su difusión: la teoría sobre la “tierra hueca”, la cosmogonía de Hans Horbiger… Incluso el “Holocausto” habría sido un “acto mágico”.

Con todo ello, los autores aspiraban a demostrar que la “realidad” es mucho más completa que lo que habitualmente consideramos. Nuestra percepción nos engañaría y lo “fantástico” nos sería hurtado por unos sentidos limitados y por un sistema de conocimientos que limitarían extraordinariamente nuestra percepción. Por eso mismo, no habíamos sido capaces de entrever la realidad del nazismo. Cualquier dato fantástico, por absurdo e improbable que fuera, debía ser integrado en un “sistema abierto” de conocimientos, en lugar de condenarlo. Un excéntrico y singular personaje norteamericano, Charles H. Fort, autor de El libro de los hechos condenados, que había pasado toda su vida recopilando noticias sobre hechos inexplicables, era el inspirador de buena parte de la obra. Pauwels y Bergier no afirmaban ni negaban, simplemente, “exponían” pidiendo al lector apertura de miras y que juzgara cualquier hecho sumamente improbable sin recurrir a estándares convencionales, prejuicios o convencionalismos. “No nos lo creemos todo –escribieron– pero creemos que todo debe ser examinado”. A ese sistema le llamaron “realismo fantástico”, un estadio superior al mero “realismo”.

En realidad, El retorno de los brujos no pasaba de ser una exaltación del “relativismo” más extremo. A partir de ese momento, todo valía para fabricar un best–seller…  En los 30 años siguientes aparecieron no menos de 200 obras dedicadas exclusivamente al “nazismo mágico” y no todos ellos estaban escritos por periodistas desaprensivos, jóvenes ignorantes o antifascistas militantes, sino que también algunos neo–nazis habían terminado creyendo en este planteamiento.

Nosotros mismos nos interesamos desde que leímos El retorno de los brujos por toda esta temática y ya desde muy pronto advertimos la contradicción entre la importancia que se le daba a algunos autores en esta obra (Hans Horbiger, entre otros) con la nula importancia real que tuvieron durante del Tercer Reich tal como han constatado los trabajos historiográficos más solventes[8]. En ninguna, absolutamente en ninguna de las obras de los historiadores más serios que han reunido documentación sobre el NSDAP y el Tercer Reich se mencionan, ni siquiera de pasa ni a Horbiger, ni a los teóricos de la “tierra hueca”.

Para tratar de elucidar la cuestión sobre la influencia del ocultismo dentro del Tercer Reich, Nicholas Goodrick–Clarke dedicó un estudio realizado según el método historiográfico y cuyas consecuencias nos parecen difícilmente cuestionables[9]. En esta obra se demuestra algo ya conocido (que el Partido Obrero Alemán fue, inicialmente, en los primeros meses de su existencia, en su “prehistoria” tal como la califica Goodrick–Clarke) fue una emanación de la Sociedad Thule, el trabajo del historiador consiste en profundizar el medio en el que nació la sociedad Thule: los círculos ariosóficos de Baviera. En su obra, nos pasa revista a lo que fueron estos círculos y los contenidos de la doctrina ariosófica, concluyendo que se trataba de una emanación de la teosofía alemana.

Sin embargo, este estudio para ser comprendido en su totalidad debería ser leído junto a la obra de Armin Mohler sobre la “revolución conservadora”[10] que nos muestra utilizando una abundante documentación que el “movimiento ariosófico” no fue más que una parte de aquel movimiento extraordinariamente rico y poliédrico al que dedica su obra. Este movimiento estuvo dividido en cinco ramas[11] (los Völkischen, los jóvenes conservadores, los nacional–revolucionarios, el movimiento de juventudes y el movimiento campesino), cada una de las cuales, a su vez estaba dividida en multitud de iniciativas, revistas, grupúsculos, existiendo entre ellas siempre posibilidades de cambios de ubicación. Para Mohler, el nacional–socialismo y la “revolución conservadora” son dos fenómenos completamente diferentes a pesar de que el NSDAP tomara muchos elementos “prestados” a las distintas corrientes y que algunos de sus exponentes, anteriormente hubiera militado en grupos de aquel movimiento (y otros, realizaran el trayecto en dirección opuesta). Lo interesante es constatar que Mohler sitúa a los “grupos ariosóficos” (a los que demuestra conocer bien y de los que publica una extensa bibliografía) como una rama de los Völkischen[12].

Nada de todo esto, como veremos, tiene algo que ver con las elucubraciones ocultistas o con el “realismo fantástico” (al que cabría mejor calificar de “realismo fantasma”) de Pauwels y Bergier. Todos estos textos que acabamos de mencionar se apoyan en una exhaustiva documentación sobre las fuentes originarias y en ellas no aparece ninguna referencia que indique que –fuera del período de la “prehistoria” del nazismo (1919–1921) y del papel de la Sociedad Thule (cuya trayectoria se conoce perfectamente en todos sus detalles gracias al libro escrito por el que había sido su Gran Maestre Rudolf Von Sebotendorf) en la gestación del Partido Obrero Alemán– existiera ninguna relación directa ni indirecta, constatable mediante documentos históricos, entre el NSDAP y el ocultismo… fuera del hecho, por supuesto, de que un partido con varios millones de afiliados pudiera tener a algunos elementos que, previamente, habían tenido participación más o menos activa en grupos ocultistas.

Hay algo todavía más significativo. En su práctica política Hitler, ni el Tercer Reich, mostraron ningún tipo de comportamiento irracional. Hitler tenía una personalidad particular que estudiaremos más adelante, pero jamás se interesó por el ocultismo e incluso despreciaba al movimiento völkisch. Todas sus decisiones y comportamientos, tanto en el período de ascenso al poder como en el período de gestión del mismo, dio muestras de una racionalidad absoluta, tanto él como sus ministros y los demás dirigentes del partido o del Reich. Fue esa racionalidad la que rindió los mejores frutos al régimen nazi como fue el poder absorber a 4.000.000 de parados y revertir la situación de desintegración que atravesaba Alemania, transformándola en apenas tres años en una gran potencia en muchos de cuyos aspectos se adelantó a su tiempo. Los proyectos alemanes diseñados en los últimos años de la guerra en materia aeronáutica son incluso tenidos en cuenta en diseños de nuestros días, mientras que las ideas en cohetería de Von Braun y de su equipo inspiraron, no solamente los viajes a la Luna, sino en posterior “trasbordador espacial”. El joystick utilizado hoy en vídeo–juegos fue, igualmente, una creación de la época, como el “coche popular”, las autopistas, la televisión y un sinfín de hallazgos que hubieran sido imposibles si en el régimen nazi el irracionalismo ocultita hubiera estado presente y si los jerarcas hubieran compartido tesis como la de la “tierra hueca” o la cosmogonía de Horbiger. De hecho, el régimen hitleriano puede ser considerado en su doble aspecto de “romántico” (en la medida en que facilitaba a los alemanes el orgullo de pertenecer a un gran pueblo y un destino colectivo marcado por la pertenencia a una sangre común) y de “racionalista” (en la medida en que su proceso de ascenso al poder fue sistemáticamente conducido por Hitler sin atender a apriorismos, ni dogmatismos de ningún tipo, ni siquiera de carácter ideológico y, posteriormente, las decisiones que tomó eran, absolutamente todas, perfectamente racionales en orden a los efectos buscados).

Quienes han intentado presentar al nazismo como la exaltación de lo irracional son precisamente sus adversarios. Es normal que así fuera y no podía esperarse ninguna otra cosa de ellos, especialmente desde el momento en que el nazismo se mostró como un movimiento que atentaba, no tanto contra su “visión del mundo”, como contra sus intereses en Alemania y, por extensión, en Europa. Menos normal es que, setenta años después del hundimiento del Tercer Reich, este planteamiento siga siendo habitual en los grandes medios de comunicación.

El hecho de que algunos círculos neo–nazis, a partir de los años 60, especialmente en Francia y luego en el ámbito latino, asumieran también los planteamientos lanzados por los enemigos del nacional–socialismo no debe extrañar. Cuando algunos de estos círculos aluden a los “OVNIS de Hitler”, o el mismo Führer como “último avatara”, cuando lo presentan como un maestro ocultista, lo que están haciendo es seguir un proceso psicológico propio: provistos de una ideología que no tiene absolutamente ninguna posibilidad de volver a imponerse, estos círculos neo–nazis transforman la necesidad en remedio: no son nada, no representan nada… pero al aureolarse de doctrinas escatológicas, cubren si indigencia actual con un futuro en el que el “cosmos”, mecánicamente, restablecerá el “orden” y su fe terminará triunfando. En el fondo, los neo–nazis ocultistas de nuestros tiempos no son más que gentes que no se sienten competitivas en el terreno de la política, que han renunciado a hacer valer sus ideales, y se refugian en un universo mágico que les asegura la victoria final[13] y, mientras eso llega, una posición superior de “conocimiento” de “los que saben”, frente a quienes detentan el poder político y económico, de “los que no saben” las leyes del Cosmos…



[1] Philéas Lebesque (1869–1958), poeta, artista y esoterista francés. Viajero impenitente y políglota (se dice que hablaba 16 lenguas extranjeras), colaboró con distintas revistas literarias de prestigio. A partir de 1896 fue redactor del Mercure de France, revista literaria en la que publicó las crónicas de sus viajes por toda Europa y en 1913 descubrió al gran poeta portugués Fernando Pessoa. Entre 1920 y 1850 se unió a la literata gallega Francisca Herrera Garrido (primera mujer elegida académica de la lengua gallega) y colaboró con la revista galleguista Nós (1920–1936). Gracias a sus viajes y a sus relaciones con las embajadas francesas, consiguió una importante red de contactos con escritores, artista y políticos de su época. Se dice que a lo largo de su vida intercambió un mínimo de 25.000 cartas con personalidades de su tiempo. Se sintió atraído por el simbolismo en su juventud, lo que llevó de manera natural al esoterismo. Como en el caso de su amigo, Oscar Milosz, su esoterismo fue sobre todo poético. Defensor del celtismo, ocupó el cargo de “Gran Druida de las Galias”, una de las autoridades espirituales del Colegio de Bardos de las Galias fundado en 1933 por Jacques Heugel. También colaboró con la revista Atlantis de Paul Le Cour.

[2] Cf. Teosofía, ariosofía, nazismo. La clave esotérica del hitlerismo, Ernesto Milá, Ediciones Titania, Madrid 2010, pág. 10.

[3] Hitler me ha dicho, Hermann Rauschning, Publicaciones Cruz O, México 2004.

[4] Para una crítica amplia a la obra de Rauschning puede leerse Rauschning: anatomía de un falsario, Ernesto Milá, Revista de Historia del Fascismo nº IV, Marzo de 2011 págs. 4–19.

[5] Antes de que Hitler llegase. La historia de la Sociedad Thule, Rudolf von Sebotendorf, Ediciones CAMZO, Alicante 2012.

[6] El retorno de los brujos. Louis Pauwels y Jacques Bergier, Plaza & Janés, Barcelona 1963.

[7] La revista Horizontes se publicó en España entre 1968 y 1971 por la editorial Plaza & Janés. Fue dirigida por Antonio Ribera. Destacó desde el primer momento por su formato (17,5  20 cm) y por su cuidado diseño y presentación. Era la traslación de la revista Planète publicada en Francia (que alcanzó una difusión de 100.000 ejemplares), aunque un 25% de la publicación albergaba artículos de autores españoles. A pesar de que se apoyaba en el éxito editorial del libro de Pauwels y Bergier y en la colección de libros que, a partir de ese momento empezó a publicar la editorial Plaza & Janés (Otros Mundos) cuyo recorrido duraría hasta principios de los años 80, la revista suspendió su aparición en el número 16. En 2000 se inició la publicación de la revista Nuevos Horizontes, dirigida por Sebastià d’Arbó y en la que el autor de estas líneas era jefe de redacción.

[8] Ernst Nolte, El fascismo en su época. Ediciones 62, Barcelona 1967; George Mosse, La nacionalización de las masas. Marcial Pons, Madrid, 2005; Ian Kershaw, Adolf Hitler, Editorial Folio–ABC, Madrid 2003; Hitler, una biografía, Joachim Fest, Editorial Planeta, Barcelona 2012.

[9] Nicholas Goodrick–Clarke, Les racines occultes du Nazisme, Éditions Pardès, Puiseaux 1989.

[10] Armin Mohler, La revolution conservative dans l’Allemagne: 1918–1932, Éditions Pardès, Puiseaux, 1993. La lectura de esta obra puede ser completada con el voluminoso trabajo de Pierre Faye, Los lenguajes totalitarios, Taurus, Madrid 1972.

[11] Ídem, pág. 95 y sigs.

[12] Escribe Möhler: “Es así como el movimiento völkisch aparece, flotando en sus márgenes y en sus capas inferiores. Estos contornos flotantes se acentúan por la irrupción de numerosas “doctrinas ocultas” que replican al cristianismo y buscan penetrar en los “mundos desconocidos” que han sido abandonados por el cristianismo y puenteados por el progreso. Vemos a uno de los “Völkschen utilizar la teoría de la deriva de los continentes para construir una teoría de la emigración de la raza nórdica de la Atlántica, desaparecida entre las olas, hacia el Sur y hacia el Este; otro se esfuerza, con ayuda de símbolos ocultos presentes en iglesias abandonadas, como el círculo solar o el signo de la runa de man para excavar en el pasado; un tercero utiliza el espiritismo como llave para penetrar en los primeros tiempos. Se ve incluso como aparecen doctrinas teosóficas de todo tipo, aunque sean anatemizadas desde el primer momento por una parte de los Völkischenen, en tanto que doctrinas “masónicas” o “criptocatólicas”, y otras amabilidades del género” (op. cit., pág. 99–100).

[13] A este respecto la obra de Miguel Serrano, que analizaremos más adelante, es el límite extremo de esta tendencia. Obras como El Cordón Dorado, Hitler el último avatara y un largo etcétera están escritas bajo el presupuesto de que todo el hitlerismo puede interpretarse de una manera “mágica y ocultista”. El elenco de sus obras puede consultarse en http://www.eblibros.cl/ebinicio.html

HITLERISMO Y OCULTISMO (1 DE 7) – EL GRAN EQUIVOCO Y LA GRAN FALACIA

HITLERISMO Y OCULTISMO (2 DE 7) – HITLER Y SU PRESUNTA AFICIÓN AL OCULTISMO

HITLERISMO Y OCULTISMO (3 DE 7) – MILENARISMO ARIOSOFICO Y HITLERIANO

HITLERISMO Y OCULTISMO (4 DE 7) – LA SOCIEDAD THULE: MITO Y REALIDAD

HITLERISMO Y OCULTISMO (5 DE 7) – HITLER, UNA EXTRAÑA PERSONALIDAD

HITLERISMO Y OCULTISMO (6 DE 7) – UNA EXCENTRICIDAD LLAMADA ARIOSOFIA

HITLERISMOY OCULTISMO (7 DE 7) – ALGUNAS CONCLUSIONES









 

jueves, 24 de noviembre de 2022

PROBLEMAS DE LA POST-MODERNIDAD (7 DE 8) - Los espíritus metamodernistas (o los nuevos románticos) y la "modernidad líquida" de Baumann


LOS ESPÍRITUS METAMODERNISTAS O LOS NUEVOS ROMÁNTICOS

No todos los intelectuales “modernos”, comparten las tesis post-modernistas. Ni todos los post-modernistas tienden a coincidir. Cada uno de los unos y de los otros busca su parcela de originalidad y un lugar en protagónico en los medios de comunicación. Los nombres de “metamodernismo”, “altermodernismo”, “postmilenarismo”, “metamodernismo”, “modernidad líquida”, resultan ser, a la postre, variaciones sobre el mismo tema, realizados por algún pensados en busca de originalidades. Quizás, solo valga la pena hablar de estos dos últimos conceptos que, al menos contienen algunas partes originales e, incluso análisis aprovechables.

Del metamodernismo cabe resaltar poco, salvo su sentido del humor y la utilización de la ironía. Critica las ideologías post-modernistas achacándoles frialdad, una impostada y falso tono de seriedad filosófica. Alegaban, especialmente su tendencia holandesa, que para entender la modernidad y la post-modernidad había que realizar un seguimiento continuo de los cambios de la iban produciendo, en lugar de establecer una “doctrina” que servía para un momento dado, pero que sería ineficiente poco después. Además, exigían que todos los fenómenos fueran analizados como interconectados entre sí, a diferencia del post-modernismo que tendía a considerar a cada “pequeño relato” como incomunicado y aislado con los demás, para mantener su presencia y su peso. Para ello sugerían un retorno al “sentimiento”, el ejercicio de la “ingenuidad informada” y el “idealismo práctico”. Eso que se ha llamado “buenismo”, en definitiva.

Con cierta razón, explicaban que la existencia humana, ha sido siempre una oscilación entre pares opuestos: unidad y pluralidad, conocimiento e ingenuidad, pragmatismo y utopía, empatía y apatía, optimismo y melancolía, alegría y abatimiento, lágrima y carcajada. Reconociendo esto, para ellos lo importante era considerar la vida como un tránsito continuo de uno a otro de estos polos, aceptándolos todos como “sentimientos”. Tampoco hay en esto nada que pueda ser considerado como original, salvo el nombre de “metamodernismo”.

Lo que afirman con otra jerga, ya lo habían dicho los románticos del siglo XIX: exaltación del sentimiento. La diferencia con ellos, estriba en que su sentido del humor es mayor, quizás el producto de esa risa nerviosa que aparece ante problemas ante los que no se sabe cómo reaccionar. Tratan a los “grandes relatos” post-modernos, incluido al post-modernismo -que para ellos no sería más que un “quinto relato”- con ironía cruel, punzante, aguda, que con frecuencia conduce a la carcajada desmitificadora; es lo que llaman “sincera ironía”. Esta tendencia ha dominado buena parte del arte contemporáneo y es el único sector en el que han logrado hacerse un hueco, tanto en la expresión plástica como en la cinematografía. Es el cine que trata temas “quirky” (peculiares). Lo más interesante de este movimiento es su búsqueda de valores, conscientes de que el vacío que deja el post-modernista resulta inasumible. Intentan cristalizar en una ética, pero las contaminaciones progresistas y su idea de la “oscilación” entre polos, les impide enunciar valores instrumentales válidos.

Otro tanto les ha ocurrido en política. Los metamodernistas nórdicos, han tratado de intervenir como partido político en el proyecto Initiativet que deja traslucir una candorosa ingenuidad y en ocasiones colaboran con Alternativet, partido ecologista danés. Nada nuevo. Casi una reedición de viejas temáticas extraídas del socialismo utópico, progresismo y temáticas verdes y LGTBRIQ+.

En la práctica, a pesar de que el metamodernismo buscara la inhibición de las temáticas progresistas que han alimentado al post-modernismo, y que incluyera temática tradicionales, rechazadas por estos (religión,  técnicas de introspección, espiritualidad), en la práctica es otra componente del “progresismo moderno” basado en la trilogía “tolerancia, igualdad, diversidad”.

LA MODERNIDAD LÍQUIDA DE ZIGGMUN BAUMAN

Más interés tiene la teoría desarrollada por Ziggmunt Bauman sobre la “modernidad líquida”. Baumann (fallecido en 2017). Al estallar la Segunda Guerra Mundial, él y su familia, en tanto que judíos polacos, se retiraron a la URSS y colaboraron en el esfuerzo militar soviético. Trabajó para los servicios represivos del gobierno comunista polaco en la destrucción de los residuos de la resistencia nacionalista, tanto en su país (la Armia Krajowa) como en Ucrania (el Ejército Insurgente Ucraniano, rama militar de la Organización Nacionalista Polaca). A diferencia de su padre, militante sionista, él era antisionista y se negó a establecerse en Israel cuando fue dado de baja “deshonrosamente” de la inteligencia polaca (el KBW, Korpus Bezpieczeństwa Wewnętrznego). Estuvo afiliado al Partido Obrero Unificado de Polonia (el partido comunista nacional) hasta 1968, cuando se impuso la línea antisemita dentro de la organización que aisló y expulsó a los dirigentes comunistas de origen judío. Fue entonces cuando renunció a la nacionalidad polaca y se estableció en Israel. En ese período en el que alcanzó fama mundial, convirtiéndose en uno de los referentes del movimiento antiglobalización.

Aceptaba algunas de las tesis de Theodor W. Adorno y su filosofía puede ser considerada como una etapa de tránsito entre la “teoría crítica” de la Escuela de Frankfurt y las concepciones “post-modernistas”. En sus últimas teorizaciones, mostraba cierta familiaridad con las corrientes transhumanistas más moderadas. Para él, la etapa actual de la “modernidad” tenía como rasgos característicos la globalización del mercado, la privatización de los servicios y, específicamente, la revolución tecnológica, pero negaba que se tratase de algo “nuevo”. Veía los tiempos modernos son una prolongación radicalizada, acelerada y apremiante de principios llevados al extremo pero que estaban presentes tácitamente desde el siglo XVII. Bauman situaba el punto de arranque de esta “aceleración de la modernidad” (que no “post-modernidad”) en los años 60, cuando empezó a registrarse un cambio generalizado en las costumbres y empezaron a desarrollarse nuevas tecnologías. Por eso, Bauman llama a esta fase “modernidad tardía”: no es lo que viene después de la “modernidad”, sino su prolongación.

La otra novedad de este momento histórico es que, anteriormente, la “modernidad” se definía como la oposición a las concepciones tradicionalistas y al “ancien regime”, mientras que hoy se auto-referencia. Y también en esto tiene razón. El hecho de que Lyotard, Vattimo, Foucault, partieran en su análisis desde el siglo XVII, indica que no atribuían ninguna importancia, ni interés a las concepciones tradicionalistas (que, en realidad, gozaron de buena salud hasta el siglo XIX y prolongaron su vida durante la primera mitad del siglo XX).

El otro nombre que utiliza para calificar este momento histórico es el de “modernidad líquida”. Un líquido es algo que no tiene forma, que se adapta a la que tiene el recipiente que lo contiene o que puede evaporarse al caer. Bauman explica, a través de éste concepto, porqué las sociedades actuales están atomizadas. Los cambios que se han producido en el último tercio del siglo XX han generado una incertidumbre dramática en el ser humano. Antes, tiene puntos de apoyo, un trabajo, una familia, una profesión, un hogar, una tierra, un futuro determinado por todos estos elementos, en definitiva. Pero a medida que se va entrando en el siglo XXI todos estos elementos tienden a desaparecer, nada resulta ya fijo, estable, todo es “líquido”, fluido, cambiante.

Y esto desemboca en el “nomadismo” que paradójicamente es la característica de pueblos primitivos que aun no han superado la fase de cazadores-recolectores transhumantes. Desplazarse para trabajar, para ejercitar el ocio mediante el turismo, pensar en cambiar de hogar, cambiar de criterios políticos constantemente, divorciarse y asumir una concepción “líquida” de la familia, cambiar de orientaciones sexuales según impulsos momentáneos, todo ello, en cierto sentido, supone un retorno al primitivismo, cuando no existían todavía estructuras tradicionales que facilitaban la articulación de la sociedad y la integración de cada uno de sus miembros en ella. No puede hablarse, por tanto, de que el “progreso” acompañe a la humanidad en esta “modernidad tardía”. La “norma” es sustituida por el “cambio”. Lo sólido se convierte en líquido.

A esto, cabría añadir que la gran paradoja de nuestro tiempo es que un sistema así concebido termina “solidificándose” y haciéndose prácticamente invulnerable a los procesos de rectificación. En nuestra Teoría del Mundo Cúbico demostramos que la civilización ha pasado de un estadio ideal representada tradicionalmente por la forma esférica (la esfera es aquel cuerpo quintaesencia de la perfección en la geometría espacial, en cuyo punto central se forma por el cruce de una infinidad de radios que se proyectan en la superficie de la esfera; por tanto, el centro y su superficie son equivalente y están dominados por la infinitud, lo que permite que este cuerpo se desplace en todas direcciones y en todos los sentidos, sin perder su forma, ni deshacer su coherencia) a una realidad actual representada por el cubo (la figura más estática de la geometría espacial) imposible de mover y en el interior, en su estructura interna, todo son contradicciones, contrastes, zonas de fricción, de tal manera, que no puede esperarse un cambio de tipo “revolucionario” que dé carpetazo al actual sistema, sino que hay, más bien, que esperar a un derrumbe interior. Esto explica el porqué en un mundo aparentemente más interconectado se producen cada vez más repliegue a lo individual y las relaciones personales se van diluyendo cada vez más: el sistema, en su proceso de “solidificación”, termina aislando a cada parte del resto, olvida la esencia en beneficio de la sustancia, comprime el espacio e intenta prolongar el tiempo por una parte (mediante avances para prolongar la vida humana), pero por otra parte lucha contra el tiempo (al buscar la inmediatez en la transmisión de datos a fin de que la realidad virtual sea equiparable a la realidad tangible). Todo esto genera contradicciones interiores en la estructura del “cubo” que terminan agrietándolo y -ahora es Bauman el que establece en concepto: “desmigajándolo”.

La idea es que el “desmigajamiento” de la sociedad (que, en parte tiene que ver con la irrupción de los “pequeños relatos” de los que hablaba Lyotard y los post-modernistas), lejos de “empoderar” al ser humano, termina aislándolo y “desempoderándolo”. El individuo, aislado en su “espléndido aislamiento”, no gana autonomía, sino que la ve reducida, no gana identidad, sino que está se diluye. Como un líquido cuando se rompe el recipiente que lo contiene, el agua queda extendida por el suelo, aumenta su superficie expuesta y, consiguientemente, se evapora en breve tiempo. Así mismo, rotas las estructuras sociales tradicionales, liquidados los valores tradicionales, el individuo está solo, terriblemente solo y, lo que es peor, cada vez más aislado en sí mismo y sometido a influencia de todo tipo, la próxima de las cuales, será sumergirse en mundos virtuales y disminuir aún más el contacto con la realidad.

Este “desmigajamiento” está presente en todos los frentes de actividad humana, incluso en las empresas. Las grandes corporaciones, llevan más de cuarenta años comprando, vendiendo, liquidando empresas, creando empresas de pantalla para evitar la legislación antimonopolios; hoy, una empresa que inicialmente, era de alimentación, puede tener como sector preferencial para su actividad la inversión urbanística y una empresa de construcciones puede tener una división de inversión en bolsa, vinculada a ella. Luego están empresas subsidiarias creadas por las empresas matriz, todas ellas dirigidas por consejos de administración que no tienen capacidad de decisión por sí mismas, sino que deben aplicar las directivas generadas en los escalones superiores. Una empresa puede existir como realidad formal y estatutaria, pero ignoramos, en la práctica, a quién obedece, no existen rostros de directivos con los que poder negociar o a los que acusar de malas prácticas: todo, es un entramado opaco, en donde todos los interlocutores que, en algún momento, salen a la superficie están situados en posiciones intermedias. En estas circunstancias la existencia de sindicatos aparece como puro arcaísmo.

Y esto se da también en política: un diputado recibe órdenes de votar en determinado sentido, lo hace, por supuesto, pero es incapaz de decir, si se trata de la voluntad de su jefe de grupo parlamentario, de una decisión de su partido, o más bien de la clase dirigente del mismo, o bien de una imposición de un aliado circunstancial o, incluso, de un poder económico internacional. No hay “centros de imputación” capaces de asumir responsabilidades. El ciudadano, en cualquier nivel social, pierde capacidad de gestión y, globalmente, la democracia, las constituciones, se han convertido en un falso escenario, en el que, por supuesto, quienes deciden, no están sometidos a votaciones, ni a mociones de censura.

Bauman ve con cierto pesimismo los cambios que percibe, pero hay un factor que le llama la atención sobre cualquier otro y en el que localiza la esencia del problema. La “cosa pública” va retrocediendo, la idea de “comunidad” se va diluyendo y, en su lugar, aparece, incluso en el interior de grupos de afinidad, rasgos dominantes de individualismo. Es un fenómeno que otros muchos antes que Bauman han identificado desde principios de los años 80: el repliegue hacia lo personal, el fin de lo que llama “la era del compromiso mutuo”. Esta atomización de la sociedad esta favorecida por los procesos tecnológicos que generan un elemento nuevo: las grandes acumulaciones de capital, superior al PIB de algunos Estados-Nación y que, en cualquier caso, está en condiciones de rivalizar con ellos y tratar de igual a igual a cualquier nación desarrollada. Bauman sentencia que el ocaso de los Estados-Nación ha sido amplificada por las concepciones neoliberales: la amplificación del “mercado” y la creciente disolución de las estructuras estatales, trasladando, por una parte, la soberanía a instancias internacionales (que nadie ha elegido, pero que son muy sensibles a las orientaciones dadas por los centros de decisión del capital -Foro Económico Mundial- o a los cambios de humor de los propietarios de las big-tech) y por otra generando un “poder blando” que termina siendo cualquier cosa menos “poder” de un Estado. Ese poder está carente de “autoridad” y de “prestigio”, se acepta por pura inercia y para evitar la represión que puede generar.

Como puede verse, este análisis de la realidad, parece mucho más solvente que el pensamiento post-modernista. Y, además tiene una ventaja: se limita a reconocer cómo están las cosas, no propone nada que contribuya a agravar el caos. Es una forma de realismo forzoso que lleva a conclusiones desesperanzadas para quien cree que “modernidad”, “post-modernidad” y “progreso” son sinónimos.








miércoles, 23 de noviembre de 2022

Entender nuestro tiempo: LA LUCHA ACTUAL ENTRE DOS FASES DEL CAPITALISMO, EL AVANZADO Y EL TECNOLÓGICO

Desde hace unos meses otro fantasma recorre el mundo: las big-tech, las grandes empresas tecnológicas están en crisis. Google (Alphabet) ha descendido sus ingresos en publicidad y sus ingresos han descendido un 11% en 2022, Facebook (Meta) ha visto como en un año su valor bursátil ha pasado de 750.000.000.000 de euros a una tercera parte, 250.000.000 y anuncia la reducción de un 10% de su plantilla (11.000 personas). Amazon va a despedir a unos cuantos miles de trabajadores en todo el mundo (entre 10 y 18.000). Los ingresos de YouTube apenas han aumentado a lo largo del año y lo poco que lo han hecho ha sido por debajo de las previsiones. Por su parte, Microsoft -que había cerrado el anterior ejercicio con unos beneficios históricos- ha visto como todo se torcía: su obligada retirada de Rusia ha dejado un hueco de deudas incobrables (casi 600 millones de dólares) y ha anunciado que dejaba de realizar nuevas contrataciones (algo que se ha extendido también a Apple). La empresa del fallecido Steve Jobs parece haber perdido la inercia que imprimió su impulsor, además se vio muy afectada por la crisis en la cadena de suministros que se produjo en 2021. A pesar de que sus beneficios este año han sido récord, la venta de algunos productos estrella -los iPad- ha descendido un 18%. En conjunto, las tecnológicas despedido a lo largo de 2022 ¡a 120.000 trabajadores! Y el diario 5Días informaba que el conjunto de estas empresas había dejado ¡dos billones de dólares! en valor bursátil hasta octubre de 2022.

LA CRISIS DE LAS BIG-TECH (2022)
NO ES LA CRISIS DE LAS PUNTOCOM (1999)

Así pues, estamos ante una crisis de los gigantes tecnológicos que los analistas comparan a la que se produjo en 2000 y 2001 y que ha pasado a la historia como “la crisis de las puntocom” o “burbuja puntocom”. Pero las circunstancias y las causas de esta crisis son completamente diferentes e impiden que se pueda trazar un paralelismo. Por entonces, las “puntocom” tenían detrás inversiones procedentes de capital-riesgo atraído por los ascensos que se produjeron en las tecnológicas de la época entre 1995 y 200: un 400%. Cuando estalló la burbuja, no solamente, todas estas ganancias se diluyeron, sino que, además, muchas empresas se perdieron para siempre. Solo algunas empresas -Amazon, por ejemplo- que habían visto caer sus acciones un 96% consiguieron sobrevivir.

¿Qué había ocurrido? En 1995 los sistemas de transmisión de datos todavía eran muy primitivos. La fibra óptica solamente fue operativa a mediados de los años 80 en los EEUU y no fue sino hasta 1988 cuando Europa y EEUU quedaron unidos por un cable que fue sustituido cuatro años después por otro que duplicaba la capacidad del primero. Pero la inversión para extender la fibra óptica por todo el mundo, uniendo continentes y, al mismo tiempo, dentro de cada nación para hacer posible las comunicaciones y el tránsito de la información, era un coste elevado que se llevó por delante a muchas empresas. La gran ventaja fue que, cuando cesó la crisis, se habían habilitado centenas de miles de kilómetros de fibra óptica que tendrían una importancia decisiva en el desarrollo de Internet en la primera década del milenio.

Para poder realizar aquella inversión, las empresas de comunicaciones de la época habían vivido del dinero procedente de las empresas de capital-riesgo y de préstamos bancarios. Las noticias constantes sobre la extensión del uso de internet en todo el mundo generaron euforia inversora en los mercados y facilidades de acceso al crédito. Esto produjo que se empezara a inflar una “burbuja” sin tener en cuenta los altos costes de inversión. Mientras siguieron llegando inversores, no hubo problema en pagar beneficios, pero cuando, los analistas percibieron hasta qué punto había llegado la burbuja, tanto inversores “conservadores”, como “aventureros” cesaron de comprar acciones de estas empresas y empezaron a deshacerse de las que tenían. El final estaba cantado. Empresas como Altavista, Yahoo, Nestcape, las más conocidas por su utilización en los primeros años de generalización de Internet, vieron reducidos sus beneficios, estancadas en su crecimiento y se eclipsaron de la primera fila de empresas tecnológicas, si bien lograron sobrevivir.

La explicación final de cómo se produjo aquella primera crisis de las puntocom es fácil: la mayoría de ellas, estaban más próximas a las empresas convencionales de comunicación que a las nuevas empresas. El trabajo de las más importantes no era crear algoritmos (lo que implicaba un altísimo valor añadido y una mínima inversión), sino extender la red de fibra óptica, lo que suponía, sobre todo, una inversión de futuro, pero a tan alto coste que resultaba insostenible. A ello se unía el hecho de que las mangueras de fibra óptica y los chips de la época, todavía hacían imposible la “revolución tecnológica” que vendría quince años después.

TRAS LA PANDEMIA, UCRANIA…

Ahora, las circunstancias son completamente diferentes y la crisis de las tecnológicas se debe a otros motivos completamente diferentes. En primer lugar, claro está, el conflicto ucraniano. Tal como comentábamos en nuestro artículo del 29 de octubre (Estáis asistiendo al final de la globalización y no os habéis enterado), la actitud de los EEUU imponiendo a las empresas que tienen residencia fiscal en su territorio y a sus aliados de la OTAN, el embargo a Rusia, ha sido una de las causas de que el proceso de globalización se haya detenido: ahora, ya no hay “un mundo”, hay “dos”, de un lado EEUU y sus perros fieles de la OTAN y de otro los “países BRICS” (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

La demografía juega a favor de estos últimos: en total son 3.100 millones que empiezan a pensar en una moneda de cambio alternativa al dólar, que sustraen espacio demográfico para el “mercado mundial” querido por los neoliberales y que, para colmo, tienen un buen nivel tecnológico y, en lo que se refiere a China y Rusia, estructuras estatales fuertes y sociedades con un crecimiento del PIB superior a la otra mitad del mundo.

Además, los BRICS constituyen una asociación “voluntaria” de países sin que existan intereses comunes que se trate de imponer al resto, a diferencia de la asociación “forzosa”, especialmente de los países europeos de la OTAN, resultado del final de la Segunda Guerra Mundial y de la derrota de Europa. Una asociación que evidencia una forma de neolonialismo que genera rechazo en buena parte de la población del continente.

Esto -que está cobrando forma en estos meses y ante nuestra vista, ha generado desconfianza en los inversores “conservadores” que temen que, ocurra una “crisis de las puntocom 2.0” y hayan rescatado sus inversiones ante la perspectiva de pérdidas inmediatas. Pero, por otra parte, estas pérdidas bursátiles también son propias de períodos de crisis económica y de recesión (que ya ha afectado a EEUU y que afectará a la UE a lo largo de 2023). Cuando se producen estas situaciones, la economía se ralentiza y, obviamente, las big-tech, que forman parte de ese entramado empresarial sufren también mermas en beneficios e inversiones. No olvidemos que la publicidad es el primer ingreso de estas compañías y que, ante perspectivas de recesión, los dos rubros elegidos por las compañías para superar la crisis son: despido de personal y… reducción de publicidad.

EL CASO PARTICULAR DE FACEBOOK

A esto se une otro problema que afecta de manera distinta a cada una de estas empresas (y, estadísticamente a todo el conjunto). Meta (Facebook) lanzó demasiado pronto su idea del “Metaverso” (un universo virtual al que podremos acceder gracias a unas gafas de “realidad aumentada”). Facebook estaba viendo como el perfil de sus usuarios estaba cambiando: las nuevas generaciones se interesaban menos por esta red que se estaba convirtiendo en una “red para seniors” y, a la vuelta de 10 años, podría incluso desaparecer. Así que la empresa tenía prisa por lanzar un producto que atrajera a las nuevas generaciones.

Zuckerberg pretendía -y pretende, en la práctica- que el “universo virtual” sea la alternativa más cómoda al incómodo “universo real”; pretende que sustituyamos nuestra vida cotidiana como seres biológicos y sociales, por una vida social electrónica en donde no tengamos limitaciones, seamos lo que queramos ser y otorguemos esa personalidad a nuestro avatar. Pero este es todavía un objetivo que, para alcanzarlo, hace falta un impulso tecnológico que implica costes elevados. Y, en este sentido, Meta, si está experimentando algo parecido a lo que ocurrió en la “crisis de las puntocom 1.0”: demasiado inversión que se come los beneficios y, por tanto, ahuyenta a inversores. Y, hoy, a medida que pasan las semanas y las gafas de realidad aumentada siguen costando entre 1.600 y 1.400 euros, lo cierto es que el “metaverso” no genera ningún beneficio, pero se come inversiones muy altas.

ENCUADRAR ESTA CRISIS EN EL TRASFONDO HISTORICO DEL CAPITALISMO

Los analistas convencionales, detienen aquí sus explicaciones y aceptan unánimemente lo que hemos reproducido hasta aquí para explicar la crisis actual por la que atraviesan las big-tech. Ahora bien, se trata de explicaciones coyunturales que no dicen nada sobre el “trasfondo histórico” en el que se desarrolla este episodio. Para entender mejor y de manera definitiva lo que está ocurriendo, es preciso distanciarnos de los problemas temporales (recesión, conflicto ucraniano, fin de la globalización) y ver las cosas dentro de una perspectiva mayor: la evolución del capitalismo. Esto nos dará una visión de lo que está en juego y hacia dónde se orientará el futuro.

El marco teórico en el que podemos insertar nuestra hipótesis en la concepción de la historia como decadencia. Las bases de esta interpretación pueden encontrarse en los escritos de René Guénon (La crisis del mundo moderno y El reino de la cantidad y los signos de los tiempos) y en Julius Evola (Revuelta contra el mundo moderno y Cabalgar el Tigre). El principio general es: cualquier manifestación que se da dentro de la post-modernidad, es un paso adelante en la decadencia.

Esta decadencia se expresa por el alejamiento del ser humano de todo lo que, originariamente, constituía su razón de ser, existir y vivir y, por tanto, de sus valores. El origen constatable de este proceso decadente y el punto en el que se acelera la velocidad de caída es con la irrupción del iluminismo y es este ciclo de 400 años -al final del mismo- es constatable un progreso en el bienestar, pero un descenso, hasta llegar a su actual disolución, en los valores que hacen posible la convivencia humana y sobre los que se ha asentado la supervivencia de la especie. Los “valores universales” de otro tiempo, han sido sustituidos por un único valor instrumental, “la técnica”, que facilita la “felicidad”. Y es esa “felicidad” artificial, irreal, la que Zuckerberg pretende satisfacer con su metaverso.

Ahora bien, este proceso de decadencia, se superpone a otro de carácter económico-social, las revoluciones industriales. La irrupción del vapor en el siglo XVIII generó la primera oleada industrializadora. Le correspondió a Adam Smith, la elaboración de una teoría que interpretara este proceso y estableciera “leyes” (las del mercado) para la nueva época. Así nació el liberalismo económico; pero, paralelamente, la sociedad británica experimentó un cambio radical en su forma de gobierno y en sus costumbres (véase la obra de Bernard Fay, La revolución intelectual del siglo XVIII que nosotros mismos hemos traducido y prologado). De esa primera revolución industrial puede deducirse que los “propietarios” de las nuevas tecnologías, son quienes establecen las reglas del juego.

Esto mismo puede confirmarse con la Segunda Revolución Industrial, protagonizada por la electricidad, el motor de explosión interna, la industria pesada y la producción en cadena. Desde que comenzó esta revolución a mediados del siglo XIX, se produjo una acumulación de capital, pero no ya en manos de los industriales del textil, sino de las nuevas industrias nacidas de las nuevas tecnologías: fue lo que en EEUU se llamó “barones ladrones”, los Rockefeller, los Cornelius Vanderbild, los Andrew Carnegie, los Mellon, los Randolph Hearts, los Morgan, etc. Fueron ellos, a partir de ese momento, los que impusieron las nuevas reglas del juego que, en realidad, no era más que la corrección del sistema parlamentario en una forma de “plutocracia” (poder del dinero) que condicionaba cualquier decisión de gobierno y alteraba las costumbres sociales (consumismo).

La Tercera Revolución Industrial, apareció entre finales de los 70 y principios de los 80, con la generalización del chip y de la microinformática. Al mismo tiempo, las grandes acumulaciones de capital del período anterior que habían desembocado en la formación de consorcios multinacionales impusieron la globalización económica y la transformación del globo en un “mercado mundial”. Cambiaron los hábitos sociales nuevamente, se produjo un repliegue hacia lo particular y una deserción de lo comunitario, empezaron a difuminarse las identidades tradicionales y apareció un grupo de pensadores y filósofos “post-modernistas” que aportaron una perspectiva ideológica a esta nueva fase, sin modificar las estructuras políticas que, básicamente eran similares a las que existían ya durante la Revolución Industrial anterior. Al aparecer la economía especulativa y consolidarse el neoliberalismo, el sistema pareció viable entre la caída del Muro de Berlín y el estallido de la burbuja económica de 2007 en EEUU. En esa época, las dinastías económicas, mediáticas e industriales, organizadas en “sociedades de poder mundial” (básicamente Bildelberg y el Foro Económico Mundial), aprovechando que parte de las competencias de los Estados Nacionales había sido subrogadas a la ONU y a organismos internacionales, debilitando la soberanía de los Estados, aumentaron la presencia del “mercado” que se empezó a mostrar hegemónico sobre los Estados. Fue ese grupo de inversores de capital-riesgo, junto con las antiguas dinastías económicas y las acumulaciones de capital que habían apostado por la globalización, los que fueron dueños de la situación. Estas inmensas masas de capital es lo que podemos llamar con propiedad “dinero viejo”. La crisis de 2007-2011, demostró que el “dinero viejo” quedaba muy expuesto si apostada solamente por el “capital riesgo” (máximo beneficio, con el riesgo de máximas pérdidas, opuesto al “capital prudente” (beneficio reducido a cambio de máxima seguridad en recuperar la inversión). No bastaba solamente con controlar a los Estados, también los inversores debían controlarse a sí mismos. Los brokers, personas de carne y hueso, fueron sustituidos por algoritmos que tomaban las decisiones. Pero cuando esto ocurría se había instalado un fenómeno nuevo. Estábamos entrando en la Cuarta Revolución Industrial.

Esta irrumpía del brazo de las nuevas tecnologías; de tres, fundamentalmente: Inteligencia Artificial, ingeniería genética y nanotecnologías. Ahora bien, el capital de esta nueva área económica ya no procedía solamente del “dinero viejo”, sino que había aparecido un nuevo elemento en el escenario: las grandes empresas tecnológicas (las big-tech).

Estas tenían una ventaja sobre el “dinero viejo”: su capitalización en bolsa era infinitamente mayor, habían crecido más en menos tiempo, lo habían hecho sin recurrir al préstamo con interés, eran empresas de altísimo valor añadido, requerían infraestructuras relativamente sencillas, nada comparable a lo que era necesario para la industria automovilísticas, los ferrocarriles o la industria pesada. Sus beneficios empezaban a ser multimillonarios, y, no solamente, podían repartir jugosos beneficios a sus accionistas, sino que, además, disponían de un excedente de capital que se derivaba hacia la investigación de proyectos de Inteligencia Artificial, ingeniería genética y nanotecnologías, incluso en investigación espacial. La irrupción de las criptomonedas fue otro elemento nuevo que no habría sido posible sin la aparición de la tecnología blockchain y el desarrollo de nuevos chips capaces de procesar más información en menos tiempo.

Además, el big-data garantizaba que cualquier dato generado por cualquier ciudadano o conjunto social, sería aprovechado para rentabilizar aun más los beneficios de estas empresas, al permitir intervenir en la toma de decisiones del consumidor con una precisión asombrosa. Todo esto generó que entre el final de la crisis de 2007-2011, el poder de las big-tech y su capital, creciera como la espuma, desde luego, a mucha más velocidad que el generado por el “dinero viejo”.

LA REACCION DEL “DINERO VIEJO”

En 2015 ya era evidente que estábamos entrando en la Cuarta Revolución Industrial y, por lo tanto, quien fuera el patrón de las “nuevas tecnologías”, sería quien marcase las nuevas reglas del juego, especialmente porque era imposible seguir gestionando -en el mundo de la política- a las comunidades del siglo XXI con los principios y los métodos de finales del XVIII. Pero esto planteaba un problema grave: las dinastías económicas, industriales y bancarias, se arriesgaban a que otro grupo les usurpara la hegemonía económica.

Veían además el riesgo que esto podía tener, incluso, para sus propios negocios que, en el fondo, dependían de las redes de comunicación, de la seguridad en la transmisión de datos y, en el futuro, la incorporación de la Inteligencia Artificial les haría todavía más dependientes del nuevo y pequeño grupo de gigantes tecnológicos, que habían irrumpido apenas 20 años en todas las actividades económico-sociales. Porque si en las anteriores revoluciones industriales, los propietarios de las tecnologías marcaban las reglas del juego, en la Cuarta no había motivo para pensar que sería diferente.

Fue por eso, por lo que en 2015 apareció un libro escrito por un personaje notable, Klaus Schwab, presidente y fundador del Foro Económico Mundial. Los objetivos de la obra eran tres:

- dar cuenta de los cambios que podían introducir las “nuevas tecnologías convergentes” y el impacto de iban a causar en la sociedad.

- proponer una colaboración entre “Estado” y “Empresa” para que este tránsito fuera lo más suave posible.

- llegar a un acuerdo entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo” para evitar que un enfrentamiento directo pudiera llevar al traste a la economía mundial.

Schwab no era del todo sincero. De hecho, era todo lo contrario: en el primer punto se preocupo de presentar el amplio abanico de nuevas tecnologías y sus ventajas, pero evitó señalar los efectos negativos que generaría. En el segundo, lo único que pretendía era dar un paso más adelante en el viejo proyecto liberal de “más mercado, menos Estado”. Las empresas deberían de participar en la gestión pública, limitando y anulando la capacidad soberana de los gobiernos para tomar iniciativas. Y, finalmente, el tercer punto reconocía implícitamente el riesgo de que las big-tech se hicieran con la cabina de mando y modelaran a la sociedad a su gusto, restando protagonismo al “dinero viejo” y usurpándole el poder plutocrático.

Y es así como llegamos a la situación actual. El mensaje de Schwab no ha sido tomado en consideración por las big-tech que no habían modificado sus posiciones desde 2016 e, incluso aumentaban su capitalización bursátil. Las tecnológicas estaban invirtiendo e impulsando los sectores con más perspectivas de crecimiento en las próximas décadas. Y lo hacían dando la espalda a la banca y aumentando su valor añadido. Y esto en un momento en el que todavía estaban lejos de haber exprimido todas sus posibilidades y cuando aún falta mucho para que la Cuarta Revolución Industrial alcance su plenitud.

Además, la privatización de determinadas actividades por parte de los Estados ha permitido a las big-tech invertir en proyectos lucrativos, antes impensables: la conquista espacial, la red de satélites de telecomunicaciones, incluso que se permitan “dar” o “retirar” la libertad de expresión (ya no son los estados los que deciden sobre esta temática, sino las “redes sociales” que impiden debates sobre tal tema y los estimulan en otras direcciones). Ya no es el Estado el que decide ni el gran adalid de la libertad de expresión, sino un Elon Musk condescendiente el que restituirá la libertad de expresión en Twitter…

Llegados a ese punto, aprovechando las tensiones y la nueva situación económica generada por el conflicto ucranianos, el “dinero viejo” trata de minimizar la ventaja obtenida en la última década por las big-tech. No quiere que tengan excesivo poder, quiere recortarles las uñas, entrar en sus consejos de administración, hacerlas dependientes de los fondos de inversión y del “dinero viejo”, neutralizarlas, en una palabra.

UNA MENCION A LA CRISIS DE LAS CRIPTOS

En este contexto hay que insertar también la crisis de las criptomonedas. El “dinero viejo” les había declarado la guerra desde el principio. No solamente es un dinero que escapa al control de los bancos centrales, sino que, además, era un instrumento en el que puede seguirse con claridad meridiana el recorrido del dinero público en ese gran libro mayor contable que ofrece la tecnología blockchain. Ni interesaba al “dinero viejo”, ni interesaba a las élites políticas por la facilidad con la que, de generalizarse su uso, se podría seguir los dineros obtenidos ilícitamente. Además, se unieron dos problemas.

Elon Musk, sobre todo, pero también el resto de magnates de las big-tech, eran capaces de provocar deliberadamente una fiebre alcista, cuando habían acumulado bitcoins, con una sola declaración de pocas líneas que al día siguiente era reproducida en millones de webs y en toda la prensa convencional (“Tesla aceptará el pago en bitcoins”), para, al cabo de unos meses desandar lo andado y provocar caídas en picado del valor cripto (“Abandonamos las criptomonedas porque van contra el medio ambiente”). Musk entendió que basta con generar un movimiento alcista para centuplicar beneficios e hinchar activos; luego con venderlos antes de provocar su hundimiento, lograba obtener inmensos beneficios especulativos. Al no existir reguladores, prácticas de este tipo han sido frecuentes desde el inicio de la fiebre cripto. A esto se unió el comportamiento aventurero y delictivo de empresas como FTX (la tercera en el mundo que movía más criptomonedas), que practicaba el viejo “truco de Ponzi”, una estafa piramidal con fines especulativos, con pérdidas de 25.000.000.000 de dólares.

Parte del dinero que terminaba en las criptos procedía de empresas de capital-riesgo y de inversores privados que pedían créditos bancarios para invertirlos en este negocio. Sin embargo, la subida de los tipos de interés y el descenso del valor de las criptomonedas, han generado la retirada de inversores “aventureros” y la ruina de pequeños inversores, desincentivando por completo la inversión en estos productos. Los métodos del “dinero viejo” actuando a través de los bancos centrales y de las subidas de interés, justificados para contener la inflación, han dado resultados.

Obviamente, este es uno de los frentes de lucha entre “dinero viejo” y “dinero nuevo”. Y la balanza, por el momento, se ha decantado a favor del primero. Pero utilizar los aumentos en los tipos de interés no está justificado por la situación económica: los actuales procesos inflacionarios no son el resultado del “recalentamiento de la economía”, sino de otros problemas muy diferentes (conflicto ucraniano, medidas contra Rusia, encarecimiento de la energía, escasez de chips, etc). El aumento de los tipos de interés solamente debería aplicarse para detener momentos de locura consumista, no cuando las alzas en los precios se deben a otras causas, como en este caso. La medida, parece haber apuntado a la línea de flotación de las criptos.

CONCLUSIÓN

Esto da una perspectiva más amplia del problema y de la evolución del capitalismo y sitúa perfectamente la crisis actúa de las big-tech dentro del contexto de una lucha sin piedad por quién dirigirá el mundo del futuro: si seguirá en manos de las “viejas dinastías” o caerá en manos de “Silicon Valley”. Habrá lucha entre estos dos niveles de capitalismo avanzado y será a muerte.

Por mi parte, creo que el “vinero viejo” tiene la batalla perdida a medio plazo. Pero toda lucha desgasta a las dos partes y, en este caso, puede genera espacios de libertad en el que se sitúan aquellos que perciben el problema. No habrá “quinta revolución industrial”: esta es la última en la medida en que sus consecuencias corren el riesgo de conducir al grado extremo degenerativo: pérdida de identidad (incluso humana), negación de la realidad en favor de los mundos virtuales, disolución de la frontera entre lo humano y lo artificial, máxima división social entre los que tendrán acceso a tecnologías de la salud avanzados y los que deberán limitarse a las convencionales, niveles de paro nunca vistos hasta ahora a causa de la automatización de los procesos y la robótica, etc, etc. La culminación de los objetivos de la Cuarta Revolución Industrial no supone un simple cambio tecnológico, sino que es mucho más: una amenaza a lo humano. El futuro tal como lo pintan los transhumanistas -y todos los propietarios de las big-tech comparten estos criterios- es “post-biológico”. Ya no es posible concebir un grado más allá de este punto cero degenerativo.

Las nuevas tecnologías y sus propietarios, inevitablemente, arrasarán con las viejas y con sus representantes, de la misma forma que la electricidad y el motor de explosión arrasó a los telares movidos por vapor, o como el michochip se llevó por delante a la válvula de vacío, incluso por qué los Cromagnones se impusieron sobre los Neandertales. Quien dispone de una tecnología más puntera, se impone sobre su oponente. Y no hay excepciones para esta regla.