martes, 29 de noviembre de 2022

Lectura recomendada: LIBERTAD E IDENTIDAD EN LA POSTMODERNIDAD de Jorge Gutiérrez

Debí ser de los primeros que leí el libro de Jorge Gutiérrez cuando todavía tenía la forma de archivo de Word. Me resultó, desde el primer momento, un texto sumamente “familiar”: se correspondía con lo que habían ocupado buena parte de mis reflexiones desde los años 90 (el tema de la Identidad) y, para colmo, trataban unos temas sobre los que, en ese momento (principios de 2022), estaba orientando mis lecturas: la modernidad, postmodernismo, post-humanismo. A veces ocurre, como en este caso, que el destino provoca que un libro llegue en el momento correcto en el que uno lo necesitaba.

Jorge Gutiérrez tiene tres ventajas para estudiar estos estos temas: en primer lugar es de “letras” y tiene una sólida formación universitaria (servidor es de ciencias, sin estudios específicos en materias de sociología o filosofía); en segundo lugar, es un hombre de su tiempo y, por tanto, con más capacidad para analizar esta época (sin los lastres que otros, mas próximos al más allá que al más acá, podamos sentir); combinados estos dos elementos, una formación orgánica y la energía propia de la juventud, da como resultado el tercero, planteando preguntas que no han sido contestadas por la generación que va al paso con el milenio. El resultado de sus reflexiones es este volumen, extremadamente fácil de leer, ameno y que, junto a las cuestiones planteadas, ofrece respuestas.

Es frecuente que, a fuerza de oír y utilizar algunos conceptos, demos por sentado que conocemos todas sus implicaciones. “Identidad” es una de estas palabras que hoy más se repiten en todos los campos. Creemos que tenemos una identidad por apoyar a una camiseta de fútbol, por sentirnos orgullosos de pertenecer a una minoría que suscita apoyos mediáticos, arropada por los bienpensantes y con días anuales de orgullo y celebración. Nos hacemos solidarios de otros con el mismo look o tenemos por cierto que una moto de determinada marca supone evidenciar “una manera de ser”. No nos damos cuenta, de que, más que “identidades”, estamos ante formas de consumo.

Así pues, esta obra parte prácticamente de cero: nos explica en las primeras páginas la cuestión a debatir, esto es, las relaciones entre libertad e identidad dentro de la postmodernidad. En el lenguaje convencional, ambos términos parecen contradictorios: si uno asume determinada identidad no es libre para elegir otra, parece reducirse a un esquema cuadriculado y rígido que excluye cualquier otra posibilidad. De ahí el éxito de la “gran idea” posmoderna: cualquier cosa que suponga una identidad tradicional, es definida como un “constructo social”. Así la “libertad” queda a salvo: somos lo que queremos ser, nuestra identidad es la que nosotros mismos nos construimos cada día. Hoy puede estar en contradicción con la de mañana, incluso la que asumamos por el día puede no tener nada que ver con la de la noche. Lo que hoy prevalece es una dinámica de continua búsqueda de identidades que nos satisfagan en cada momento. Y estas dependen solo de nuestra voluntad, guiada ésta por una única finalidad: el placer de ser felices.

Así pues, alegrémonos todos, porque hemos llegado a la doctrina de la felicidad. Lamentablemente, ésta se presenta como una meta de llegada en permanente movimiento hacia adelante, una meta que se aleja cada vez más y que nos obliga a seguir pedaleando para aproximarnos a ella. Y no, eso no es libertad: el ciclista de un tour no es libre para tomar un atajo o detenerse; debe llegar a la meta por la vía prefijada. En un momento dado, el autor escribe: “Quizás sea que hemos inventado metas y valores porque hemos perdido los verdaderos”. ¡Bingo!

El libro denuncia en las primeras páginas esta concepción “construccionista”, que sitúa como un nivel degenerativo del yoismo cartesiano. El autor evita el reduccionismo: no hay que olvidar que este fenómeno no es autónomo, sino que está subsumido en un momento de civilización dominado por la globalización y el hiperindividualismo. Menciona el “sé tu mismo”, recomendado en Delfos como forma de saber vivir: se tu mismo y no otro, no tienes libertad para ser diferente de lo que eres. Y si intentas ser otro, y, además te lo crees, es muy posible que termines en el diván de un psiquiatra. Esto hace que los dos términos, identidad y libertad, estén mucho más vinculados de lo que parece inicialmente.

El autor nos propone una reflexión sobre esta temática que se inicia con el recordatorio de lo que ha sido la historia reciente del género humano, desde la caída del Muro de Berlín. La teoría sobre el “fin de la historia” quedó pronto desmentida con los choques identitarios que desmembraron la antigua Yugoslavia; siguió luego con la irrupción del islamismo radical, una forma de identidad religiosa. El “indigenismo” aparecido en todo el continente norteamericana y en Australia, impuso la idea de que alguien tenía una factura pendiente que pagar y que el colonialismo no se había resuelto con las independencias. Todo esto, claro está, sin olvidar que factores como la creciente debilidad de los Estados-Nación generó, especialmente en España, pero también en el Reino Unido e Italia, la reaparición de “micronacionalismos”. El autor se pregunta si, todo esto no implicará que “lo identitario” se ha convertido en un tema estrella. A la postre, Pierre Vial tendría razón cuando dijo que “el siglo XXI será el siglo de las identidades”.

Debatir sobre identidades es un mal asunto, dice el autor. En efecto, ese debate está hoy abierto por la sencilla razón de que ya hemos perdido la noción de quienes somos. Si fuéramos conscientes de nuestra identidad, cualquier debate sobre el tema sería ocioso. Ha sido la modernidad la que ha generado esta polémica. Desde la Ilustración se han ido perdiendo cada vez más puntos de referencia “absolutos” y los consensos sobre las “grandes señas de identidad” se han diluido. En contrapartida, han proliferado las “pequeñas identidades”, tanto más aspirantes a ser sobreprotegidas, cuanto más minoritarias sean. Es lo que cabía esperar de sociedades hiperindividualizadas.

Al final terminamos constituyendo identidades individualizadas en base, como recuerda el autor, a experiencias y deseos personales. Esto, nos dijeron los filósofos postmodernistas, debería haber constituido una fuente de eterna felicidad. Lamentablemente, no solamente no ha sido así, sino que, mas bien, el resultado final ha sido el contrario. El “construccionismo” (toda identidad es el resultado de una construcción social subjetiva y sin ninguna base objetiva) se ha terminado imponiendo, pero no resuelve el problema de como articular, organizar y “jerarquizas”, las distintas “pequeñas identidades” efímeras que va construyendo el individuo. La respuesta es ampliamente insatisfactoria: “Si te satisface esa identidad y te hace feliz, es válida”. Hay identidades para todos los gustos y lucir una ha terminado siendo como comprar una camisa: hay distintas tallas. Todas son buenas, solo que cada uno adapta el mismo producto a las circunstancias personales del comprador. Eso implica que las identidades han sido absorbidas por el mercado. El mercado, parcelado en nichos, sirve a cada uno de ellos, su parcelita cultural, los productos que le satisfarán. Hay para todos los gustos y tendencias. Nadie queda fuera del mercado.

Tiene razón el autor en recordar que esto es un producto de los tiempos modernos y que es la primera vez en la historia de la humanidad en que se plantean estos temas. Lo que ha sido siempre, la defensa de valores absolutos como base de agregación de una civilización y garantía de desarrollo, es atribuido hoy a la ¡extrema-derecha! Así pues, desde que el ser humano empuñó una mandíbula de gacela para sobrevivir al ataque de depredadores mejor dotados que él, hasta anteayer, la “extrema-derecha” ha dominado el pensamiento. Ahora esta visión ha caído: Occidente ya no reacciona. Guénon hablaba de “grietas en la gran muralla”; el autor de esta obra identifica tres brechas que impiden a la civilización occidental unirse y reaccionar ante la locura instalada con la postmodernidad: el ateísmo, la subversión plebeya y la inmigración masiva.

La parte central de la obra está dedicada al estudio de la identidad dentro de la postmodernidad. El autor demuestra tener un conocimiento exhaustivo de la materia y haber recurrido a los principales analistas de nuestro tiempo: cita a Bauman y a Lipovetsky, a Sartori y a Maaluf, incorpora lo dicho por la Escuela de Frankfurt (especialmente en lo relativo a la “industria cultural”). Más adelante sacará a colación textos de Benoist y de Savitri Devi., a Guénon y a Eliade. La conclusión es desesperanzadora: los intelectuales más brillantes -Bauman, especialmente-, señala lo que ocurre cuando se pierden las “grandes identidades” que facilitaban la sensación de pertenencia a algo; aparecen rivalidades, conflictos, presiones. El individuo deja de estar protegido por la “comunidad” que le aportada sus señas de identidad. Lipovetzsky, por su parte, denuncia la decepción que ha sembrado la modernidad y el vacío creado por el hedonismo como fin en sí misma, la obsesión por lo nuevo, lo efímero del amor, etc. Las relaciones sociales se vuelven “economicistas”: se mantienen -presenciales o a través de redes sociales- porque creemos poder extraer de ellas un “beneficio” y una “rentabilidad”. La primera ofensiva “liberalizadora” de las costumbres, en los años 60 era aceptable, pero el problema ha consistido en que esa ofensiva se ha transformado en una orgía imparable, sin referencias, sin fin, sin ningún valor absoluto en el horizonte. El autor lo compara con el turista moderno: el turista busca viajar a “algún lugar”, eternamente, termina un viaje y empieza otro, como si nunca quedara satisfecho. La mentalidad donjuanesca es similar: se busca una y otra relación y luego otra más, porque, en el fondo, ninguna de ellas satisface.

La parte principal del libro está dedicada a definir el estado de las identidades en cinco campos más importante de la acción humana: la cultura, la política, la economía, la naturaleza, la espiritualidad y el Yo. Es, seguramente, la parte más interesante del libro y en donde el autor se zambulle en terrenos que han merecido muy poca atención, paradójicamente, por parte de los “identitarios”.

Empieza explicando el concepto de “marxismo identitario”: cuando faltan los valores absolutos y se entra en procesos dialécticos en los que lo mejor se une con lo peor. Es así como aparecen “anti-mitos”, un proceso que han visto todos los imperios desde el inicio de sus declives, cuando la unidad metafísica que les ha dado vida, pierde tensión. La fase final del proceso cristaliza cuando lo profano, lo plebeyo, lo cuantitativo y lo materialista coinciden. La sociedad tiende a fragmentarse y aparece el “politeísmo de los valores” o el “nuevo tribalismo”. Los valores comunitarios han dejado de existir. El drama radica en que la ausencia de valores absolutos y el relativismo como alternativa, supone renunciar a todo lo que ha hecho posible la civilización, el propio Estado y, en definitiva, la supervivencia de los pueblos.

La economía, es un apartado poco o nada estudiado por todos los que nos sentimos poco inclinados a aceptar la disolución de las identidades comunitarias y de los valores absolutos. El autor tiene razón en afirmar que los procesos económicos introducen cambios sustanciales en las identidades de los pueblos e introduce aquí otro concepto poco integrado en los análisis identitarios: el papel de la técnica. Hoy no puede entenderse la economía sin el desarrollo técnico y ahí si que es más fácil inferir las alteraciones que se generan en la esfera del pensamiento. El resultado es que la medida de todas las cosas es el “rendimiento”, el “beneficio” que pueden aportar y este concepto, de naturaleza económica, constituye hoy el principal factor de nivelación y homogeneización de las sociedades al darse a escala global.

¿Y la naturaleza? A fin de cuentas, en el pensamiento postmodernista todo puede deconstruirse, pero la naturaleza es algo que está ahí, en el propio ser humano y que se manifiesta mediante instintos. El desarrollo técnico, la aceleración de los cambios, ha generado que el ser humano vaya perdiendo instintos. Hemos abusado de la parte racional del cerebro, olvidando que existen otras formas de guiar los comportamientos de las especies evolucionadas y eso nos ha conducido al callejón sin salida en el que nos encontramos hoy, cuyo origen es el “pienso, luego existo” cartesiano.

En el terreno de la espiritualidad, recuerda que el gran impulso de “la occidentalidad” ha sido el deseo de trascendencia y de superación, subvertidos por la postmodernidad en beneficio de la “igualdad”. A fuerza de mirarse a sí mismo, el hombre termina encontrando únicamente certezas humanas: renuncia a verdades absolutas. Es el rasgo inequívoco de todo proceso de decadencia.

La última parte del cuerpo central de este libro es la reflexión sobre el Yo postmoderno. Es ahí en donde ancla la vinculación entre identidad y libertad. En efecto, la identidad humana se mueve en un espacio de libertad acotado sobre una base biológica que resulta imposible -y suicida- exceder, pero que resulta lo suficientemente amplia como para permitir una visión trascendental de la propia identidad. Esa identidad no puede confundirse con la ofrecida por la postmodernidad marcada por la industria cultural y el consumo y que conduce inevitablemente a una saturación del Yo que termina rompiéndose en mil pedazos. A partir del momento en el que el ser humano asume como patrón de conducta el “hoy me apetece”, se convierte en un barco a la deriva, cuyos comportamientos son imprevisibles y siempre superficiales. Dice el autor: “El deseo crea ideologías para justificar el mismo deseo”. Es la misma conclusión a la que puede llegarse estudiando las vidas de muchos filósofos actuales cuyo único interés ha sido encontrar una explicación y una justificación a sus tendencias personales. Un filósofo atraído por la pedofilia, hará de la justificación de la pedofilia una constante. Y los ha habido. De hecho, buena parte de los filósofos de la postmodernidad y los doctrinarios de los “estudios de género”, entran en esta clasificación. Mientras las doctrinas tradicionales prevenían contra el desarrollo hipertrófico del yo, advirtiendo que el ego era -aquí sí- un constructo artificial que se nutría de deseos, la postmodernidad, al exaltarlo, lo ha lanzado a la piscina del consumismo. Como dice el autor, “lo dionisiaco se ha hecho hegemónico”.

En las últimas treinta páginas de esta interesante obra, el autor recapitula y llega a unas conclusiones y, finalmente, a una redefinición de las identidades en los cinco terrenos elegidos (economía, cultura, política, naturaleza, espíritu). No pretendemos resumirlas aquí, porque es el lector quien debe acompañar al autor en ese tramo final, apurando las pistas puestas por este en los capítulos anteriores de las que nosotros solamente hemos entresacado algunas ideas que nos han llamado la atención.

Baste decir que el autor, tras reconocer la influencia hegeliana en su trabajo, define a la civilización occidental como “la más grande y la más exitosa de todas”. Lo que le lleva a preguntarse: Si esto ha sido así, ¿por qué estamos en crisis? Respuesta: por el fracaso de la Ilustración. Así pues, se trata de poner el contador a cero, volver a situarse en el punto de arranque de la Ilustración y plantear una “nueva ilustración más sana y realista”. Sabemos ahora cuál es el punto de debemos mantener como absoluto: no perder nunca la conciencia de quienes somos y de cuál es nuestra identidad. Seres humanos con la cabeza en el cielo y los pies en la tierra.

Lo dicho hasta aquí son algunas reflexiones a las que nos ha llevado la lectura de esta obra que consideramos imprescindible para entender las derivas y los retos impuestos por la modernidad. En lo personal nos hemos marcado solamente dos objetivos: por una parte, realizar trabajos de revisión histórica y de comprensión de lo que ha sido la historia política del siglo XX; de otra, entender nuestro tiempo. Si este último es un objetivo que alguien comparte, la lectura de esta obra -que no es solamente un ejercicio de pensamiento crítico, sino también un paquete de propuestas y desafíos- será imprescindible para aclarar ideas, fijar posiciones, desbrozar rutas y llegar a síntesis. Felicitamos al autor por este trabajo y le instamos a que persista en la vía emprendida. Lectura obligada.