jueves, 24 de noviembre de 2022

PROBLEMAS DE LA POST-MODERNIDAD (7 DE 8) - Los espíritus metamodernistas (o los nuevos románticos) y la "modernidad líquida" de Baumann


LOS ESPÍRITUS METAMODERNISTAS O LOS NUEVOS ROMÁNTICOS

No todos los intelectuales “modernos”, comparten las tesis post-modernistas. Ni todos los post-modernistas tienden a coincidir. Cada uno de los unos y de los otros busca su parcela de originalidad y un lugar en protagónico en los medios de comunicación. Los nombres de “metamodernismo”, “altermodernismo”, “postmilenarismo”, “metamodernismo”, “modernidad líquida”, resultan ser, a la postre, variaciones sobre el mismo tema, realizados por algún pensados en busca de originalidades. Quizás, solo valga la pena hablar de estos dos últimos conceptos que, al menos contienen algunas partes originales e, incluso análisis aprovechables.

Del metamodernismo cabe resaltar poco, salvo su sentido del humor y la utilización de la ironía. Critica las ideologías post-modernistas achacándoles frialdad, una impostada y falso tono de seriedad filosófica. Alegaban, especialmente su tendencia holandesa, que para entender la modernidad y la post-modernidad había que realizar un seguimiento continuo de los cambios de la iban produciendo, en lugar de establecer una “doctrina” que servía para un momento dado, pero que sería ineficiente poco después. Además, exigían que todos los fenómenos fueran analizados como interconectados entre sí, a diferencia del post-modernismo que tendía a considerar a cada “pequeño relato” como incomunicado y aislado con los demás, para mantener su presencia y su peso. Para ello sugerían un retorno al “sentimiento”, el ejercicio de la “ingenuidad informada” y el “idealismo práctico”. Eso que se ha llamado “buenismo”, en definitiva.

Con cierta razón, explicaban que la existencia humana, ha sido siempre una oscilación entre pares opuestos: unidad y pluralidad, conocimiento e ingenuidad, pragmatismo y utopía, empatía y apatía, optimismo y melancolía, alegría y abatimiento, lágrima y carcajada. Reconociendo esto, para ellos lo importante era considerar la vida como un tránsito continuo de uno a otro de estos polos, aceptándolos todos como “sentimientos”. Tampoco hay en esto nada que pueda ser considerado como original, salvo el nombre de “metamodernismo”.

Lo que afirman con otra jerga, ya lo habían dicho los románticos del siglo XIX: exaltación del sentimiento. La diferencia con ellos, estriba en que su sentido del humor es mayor, quizás el producto de esa risa nerviosa que aparece ante problemas ante los que no se sabe cómo reaccionar. Tratan a los “grandes relatos” post-modernos, incluido al post-modernismo -que para ellos no sería más que un “quinto relato”- con ironía cruel, punzante, aguda, que con frecuencia conduce a la carcajada desmitificadora; es lo que llaman “sincera ironía”. Esta tendencia ha dominado buena parte del arte contemporáneo y es el único sector en el que han logrado hacerse un hueco, tanto en la expresión plástica como en la cinematografía. Es el cine que trata temas “quirky” (peculiares). Lo más interesante de este movimiento es su búsqueda de valores, conscientes de que el vacío que deja el post-modernista resulta inasumible. Intentan cristalizar en una ética, pero las contaminaciones progresistas y su idea de la “oscilación” entre polos, les impide enunciar valores instrumentales válidos.

Otro tanto les ha ocurrido en política. Los metamodernistas nórdicos, han tratado de intervenir como partido político en el proyecto Initiativet que deja traslucir una candorosa ingenuidad y en ocasiones colaboran con Alternativet, partido ecologista danés. Nada nuevo. Casi una reedición de viejas temáticas extraídas del socialismo utópico, progresismo y temáticas verdes y LGTBRIQ+.

En la práctica, a pesar de que el metamodernismo buscara la inhibición de las temáticas progresistas que han alimentado al post-modernismo, y que incluyera temática tradicionales, rechazadas por estos (religión,  técnicas de introspección, espiritualidad), en la práctica es otra componente del “progresismo moderno” basado en la trilogía “tolerancia, igualdad, diversidad”.

LA MODERNIDAD LÍQUIDA DE ZIGGMUN BAUMAN

Más interés tiene la teoría desarrollada por Ziggmunt Bauman sobre la “modernidad líquida”. Baumann (fallecido en 2017). Al estallar la Segunda Guerra Mundial, él y su familia, en tanto que judíos polacos, se retiraron a la URSS y colaboraron en el esfuerzo militar soviético. Trabajó para los servicios represivos del gobierno comunista polaco en la destrucción de los residuos de la resistencia nacionalista, tanto en su país (la Armia Krajowa) como en Ucrania (el Ejército Insurgente Ucraniano, rama militar de la Organización Nacionalista Polaca). A diferencia de su padre, militante sionista, él era antisionista y se negó a establecerse en Israel cuando fue dado de baja “deshonrosamente” de la inteligencia polaca (el KBW, Korpus Bezpieczeństwa Wewnętrznego). Estuvo afiliado al Partido Obrero Unificado de Polonia (el partido comunista nacional) hasta 1968, cuando se impuso la línea antisemita dentro de la organización que aisló y expulsó a los dirigentes comunistas de origen judío. Fue entonces cuando renunció a la nacionalidad polaca y se estableció en Israel. En ese período en el que alcanzó fama mundial, convirtiéndose en uno de los referentes del movimiento antiglobalización.

Aceptaba algunas de las tesis de Theodor W. Adorno y su filosofía puede ser considerada como una etapa de tránsito entre la “teoría crítica” de la Escuela de Frankfurt y las concepciones “post-modernistas”. En sus últimas teorizaciones, mostraba cierta familiaridad con las corrientes transhumanistas más moderadas. Para él, la etapa actual de la “modernidad” tenía como rasgos característicos la globalización del mercado, la privatización de los servicios y, específicamente, la revolución tecnológica, pero negaba que se tratase de algo “nuevo”. Veía los tiempos modernos son una prolongación radicalizada, acelerada y apremiante de principios llevados al extremo pero que estaban presentes tácitamente desde el siglo XVII. Bauman situaba el punto de arranque de esta “aceleración de la modernidad” (que no “post-modernidad”) en los años 60, cuando empezó a registrarse un cambio generalizado en las costumbres y empezaron a desarrollarse nuevas tecnologías. Por eso, Bauman llama a esta fase “modernidad tardía”: no es lo que viene después de la “modernidad”, sino su prolongación.

La otra novedad de este momento histórico es que, anteriormente, la “modernidad” se definía como la oposición a las concepciones tradicionalistas y al “ancien regime”, mientras que hoy se auto-referencia. Y también en esto tiene razón. El hecho de que Lyotard, Vattimo, Foucault, partieran en su análisis desde el siglo XVII, indica que no atribuían ninguna importancia, ni interés a las concepciones tradicionalistas (que, en realidad, gozaron de buena salud hasta el siglo XIX y prolongaron su vida durante la primera mitad del siglo XX).

El otro nombre que utiliza para calificar este momento histórico es el de “modernidad líquida”. Un líquido es algo que no tiene forma, que se adapta a la que tiene el recipiente que lo contiene o que puede evaporarse al caer. Bauman explica, a través de éste concepto, porqué las sociedades actuales están atomizadas. Los cambios que se han producido en el último tercio del siglo XX han generado una incertidumbre dramática en el ser humano. Antes, tiene puntos de apoyo, un trabajo, una familia, una profesión, un hogar, una tierra, un futuro determinado por todos estos elementos, en definitiva. Pero a medida que se va entrando en el siglo XXI todos estos elementos tienden a desaparecer, nada resulta ya fijo, estable, todo es “líquido”, fluido, cambiante.

Y esto desemboca en el “nomadismo” que paradójicamente es la característica de pueblos primitivos que aun no han superado la fase de cazadores-recolectores transhumantes. Desplazarse para trabajar, para ejercitar el ocio mediante el turismo, pensar en cambiar de hogar, cambiar de criterios políticos constantemente, divorciarse y asumir una concepción “líquida” de la familia, cambiar de orientaciones sexuales según impulsos momentáneos, todo ello, en cierto sentido, supone un retorno al primitivismo, cuando no existían todavía estructuras tradicionales que facilitaban la articulación de la sociedad y la integración de cada uno de sus miembros en ella. No puede hablarse, por tanto, de que el “progreso” acompañe a la humanidad en esta “modernidad tardía”. La “norma” es sustituida por el “cambio”. Lo sólido se convierte en líquido.

A esto, cabría añadir que la gran paradoja de nuestro tiempo es que un sistema así concebido termina “solidificándose” y haciéndose prácticamente invulnerable a los procesos de rectificación. En nuestra Teoría del Mundo Cúbico demostramos que la civilización ha pasado de un estadio ideal representada tradicionalmente por la forma esférica (la esfera es aquel cuerpo quintaesencia de la perfección en la geometría espacial, en cuyo punto central se forma por el cruce de una infinidad de radios que se proyectan en la superficie de la esfera; por tanto, el centro y su superficie son equivalente y están dominados por la infinitud, lo que permite que este cuerpo se desplace en todas direcciones y en todos los sentidos, sin perder su forma, ni deshacer su coherencia) a una realidad actual representada por el cubo (la figura más estática de la geometría espacial) imposible de mover y en el interior, en su estructura interna, todo son contradicciones, contrastes, zonas de fricción, de tal manera, que no puede esperarse un cambio de tipo “revolucionario” que dé carpetazo al actual sistema, sino que hay, más bien, que esperar a un derrumbe interior. Esto explica el porqué en un mundo aparentemente más interconectado se producen cada vez más repliegue a lo individual y las relaciones personales se van diluyendo cada vez más: el sistema, en su proceso de “solidificación”, termina aislando a cada parte del resto, olvida la esencia en beneficio de la sustancia, comprime el espacio e intenta prolongar el tiempo por una parte (mediante avances para prolongar la vida humana), pero por otra parte lucha contra el tiempo (al buscar la inmediatez en la transmisión de datos a fin de que la realidad virtual sea equiparable a la realidad tangible). Todo esto genera contradicciones interiores en la estructura del “cubo” que terminan agrietándolo y -ahora es Bauman el que establece en concepto: “desmigajándolo”.

La idea es que el “desmigajamiento” de la sociedad (que, en parte tiene que ver con la irrupción de los “pequeños relatos” de los que hablaba Lyotard y los post-modernistas), lejos de “empoderar” al ser humano, termina aislándolo y “desempoderándolo”. El individuo, aislado en su “espléndido aislamiento”, no gana autonomía, sino que la ve reducida, no gana identidad, sino que está se diluye. Como un líquido cuando se rompe el recipiente que lo contiene, el agua queda extendida por el suelo, aumenta su superficie expuesta y, consiguientemente, se evapora en breve tiempo. Así mismo, rotas las estructuras sociales tradicionales, liquidados los valores tradicionales, el individuo está solo, terriblemente solo y, lo que es peor, cada vez más aislado en sí mismo y sometido a influencia de todo tipo, la próxima de las cuales, será sumergirse en mundos virtuales y disminuir aún más el contacto con la realidad.

Este “desmigajamiento” está presente en todos los frentes de actividad humana, incluso en las empresas. Las grandes corporaciones, llevan más de cuarenta años comprando, vendiendo, liquidando empresas, creando empresas de pantalla para evitar la legislación antimonopolios; hoy, una empresa que inicialmente, era de alimentación, puede tener como sector preferencial para su actividad la inversión urbanística y una empresa de construcciones puede tener una división de inversión en bolsa, vinculada a ella. Luego están empresas subsidiarias creadas por las empresas matriz, todas ellas dirigidas por consejos de administración que no tienen capacidad de decisión por sí mismas, sino que deben aplicar las directivas generadas en los escalones superiores. Una empresa puede existir como realidad formal y estatutaria, pero ignoramos, en la práctica, a quién obedece, no existen rostros de directivos con los que poder negociar o a los que acusar de malas prácticas: todo, es un entramado opaco, en donde todos los interlocutores que, en algún momento, salen a la superficie están situados en posiciones intermedias. En estas circunstancias la existencia de sindicatos aparece como puro arcaísmo.

Y esto se da también en política: un diputado recibe órdenes de votar en determinado sentido, lo hace, por supuesto, pero es incapaz de decir, si se trata de la voluntad de su jefe de grupo parlamentario, de una decisión de su partido, o más bien de la clase dirigente del mismo, o bien de una imposición de un aliado circunstancial o, incluso, de un poder económico internacional. No hay “centros de imputación” capaces de asumir responsabilidades. El ciudadano, en cualquier nivel social, pierde capacidad de gestión y, globalmente, la democracia, las constituciones, se han convertido en un falso escenario, en el que, por supuesto, quienes deciden, no están sometidos a votaciones, ni a mociones de censura.

Bauman ve con cierto pesimismo los cambios que percibe, pero hay un factor que le llama la atención sobre cualquier otro y en el que localiza la esencia del problema. La “cosa pública” va retrocediendo, la idea de “comunidad” se va diluyendo y, en su lugar, aparece, incluso en el interior de grupos de afinidad, rasgos dominantes de individualismo. Es un fenómeno que otros muchos antes que Bauman han identificado desde principios de los años 80: el repliegue hacia lo personal, el fin de lo que llama “la era del compromiso mutuo”. Esta atomización de la sociedad esta favorecida por los procesos tecnológicos que generan un elemento nuevo: las grandes acumulaciones de capital, superior al PIB de algunos Estados-Nación y que, en cualquier caso, está en condiciones de rivalizar con ellos y tratar de igual a igual a cualquier nación desarrollada. Bauman sentencia que el ocaso de los Estados-Nación ha sido amplificada por las concepciones neoliberales: la amplificación del “mercado” y la creciente disolución de las estructuras estatales, trasladando, por una parte, la soberanía a instancias internacionales (que nadie ha elegido, pero que son muy sensibles a las orientaciones dadas por los centros de decisión del capital -Foro Económico Mundial- o a los cambios de humor de los propietarios de las big-tech) y por otra generando un “poder blando” que termina siendo cualquier cosa menos “poder” de un Estado. Ese poder está carente de “autoridad” y de “prestigio”, se acepta por pura inercia y para evitar la represión que puede generar.

Como puede verse, este análisis de la realidad, parece mucho más solvente que el pensamiento post-modernista. Y, además tiene una ventaja: se limita a reconocer cómo están las cosas, no propone nada que contribuya a agravar el caos. Es una forma de realismo forzoso que lleva a conclusiones desesperanzadas para quien cree que “modernidad”, “post-modernidad” y “progreso” son sinónimos.