LOS ESPÍRITUS METAMODERNISTAS O LOS
NUEVOS ROMÁNTICOS
No todos los intelectuales “modernos”,
comparten las tesis post-modernistas. Ni todos los post-modernistas tienden a
coincidir. Cada uno de los unos y de los otros busca su parcela de originalidad
y un lugar en protagónico en los medios de comunicación. Los nombres de “metamodernismo”,
“altermodernismo”, “postmilenarismo”, “metamodernismo”, “modernidad líquida”,
resultan ser, a la postre, variaciones sobre el mismo tema, realizados por
algún pensados en busca de originalidades. Quizás, solo valga la pena hablar de
estos dos últimos conceptos que, al menos contienen algunas partes originales
e, incluso análisis aprovechables.
Del metamodernismo cabe resaltar
poco, salvo su sentido del humor y la utilización de la ironía. Critica las
ideologías post-modernistas achacándoles frialdad, una impostada y falso tono
de seriedad filosófica.
Alegaban, especialmente su tendencia holandesa, que para entender la modernidad
y la post-modernidad había que realizar un seguimiento continuo de los cambios
de la iban produciendo, en lugar de establecer una “doctrina” que servía para
un momento dado, pero que sería ineficiente poco después. Además, exigían
que todos los fenómenos fueran analizados como interconectados entre sí, a diferencia
del post-modernismo que tendía a considerar a cada “pequeño relato” como incomunicado
y aislado con los demás, para mantener su presencia y su peso. Para ello
sugerían un retorno al “sentimiento”, el ejercicio de la “ingenuidad informada”
y el “idealismo práctico”. Eso que se ha llamado “buenismo”, en definitiva.
Con cierta razón, explicaban que
la existencia humana, ha sido siempre una oscilación entre pares opuestos:
unidad y pluralidad, conocimiento e ingenuidad, pragmatismo y utopía, empatía y
apatía, optimismo y melancolía, alegría y abatimiento, lágrima y carcajada.
Reconociendo esto, para ellos lo importante era considerar la vida como un
tránsito continuo de uno a otro de estos polos, aceptándolos todos como “sentimientos”.
Tampoco hay en esto nada que pueda ser considerado como original, salvo el
nombre de “metamodernismo”.
Lo que afirman con otra jerga, ya lo
habían dicho los románticos del siglo XIX: exaltación del sentimiento. La diferencia con ellos, estriba en
que su sentido del humor es mayor, quizás el producto de esa risa nerviosa que
aparece ante problemas ante los que no se sabe cómo reaccionar. Tratan a los “grandes
relatos” post-modernos, incluido al post-modernismo -que para ellos no sería
más que un “quinto relato”- con ironía cruel, punzante, aguda, que con
frecuencia conduce a la carcajada desmitificadora; es lo que llaman “sincera
ironía”. Esta tendencia ha dominado buena parte del arte contemporáneo y es el
único sector en el que han logrado hacerse un hueco, tanto en la expresión
plástica como en la cinematografía. Es el cine que trata temas “quirky”
(peculiares). Lo más interesante de este movimiento es su búsqueda de valores,
conscientes de que el vacío que deja el post-modernista resulta inasumible.
Intentan cristalizar en una ética, pero las contaminaciones progresistas y su
idea de la “oscilación” entre polos, les impide enunciar valores instrumentales
válidos.
Otro tanto les ha ocurrido en
política. Los metamodernistas nórdicos, han tratado de intervenir como partido
político en el proyecto Initiativet que deja
traslucir una candorosa ingenuidad y en ocasiones colaboran con Alternativet,
partido ecologista danés. Nada nuevo. Casi una reedición de viejas temáticas
extraídas del socialismo utópico, progresismo y temáticas verdes y LGTBRIQ+.
En la práctica, a pesar de que el
metamodernismo buscara la inhibición de las temáticas progresistas que han
alimentado al post-modernismo, y que incluyera temática tradicionales, rechazadas
por estos (religión, técnicas de
introspección, espiritualidad), en la práctica es otra componente del “progresismo
moderno” basado en la trilogía “tolerancia, igualdad, diversidad”.
LA MODERNIDAD LÍQUIDA DE ZIGGMUN
BAUMAN
Más interés tiene la teoría
desarrollada por Ziggmunt Bauman sobre la “modernidad líquida”. Baumann
(fallecido en 2017). Al estallar la Segunda Guerra Mundial, él y su familia, en
tanto que judíos polacos, se retiraron a la URSS y colaboraron en el esfuerzo
militar soviético. Trabajó para los servicios represivos del gobierno comunista
polaco en la destrucción de los residuos de la resistencia nacionalista, tanto
en su país (la Armia Krajowa) como en Ucrania (el Ejército Insurgente
Ucraniano, rama militar de la Organización Nacionalista Polaca). A diferencia
de su padre, militante sionista, él era antisionista y se negó a establecerse en
Israel cuando fue dado de baja “deshonrosamente” de la inteligencia polaca (el
KBW, Korpus Bezpieczeństwa Wewnętrznego). Estuvo afiliado al Partido Obrero
Unificado de Polonia (el partido comunista nacional) hasta 1968, cuando se
impuso la línea antisemita dentro de la organización que aisló y expulsó a los
dirigentes comunistas de origen judío. Fue entonces cuando renunció a la
nacionalidad polaca y se estableció en Israel. En ese período en el que alcanzó
fama mundial, convirtiéndose en uno de los referentes del movimiento
antiglobalización.
Aceptaba algunas de las tesis de
Theodor W. Adorno y su filosofía puede ser considerada como una etapa de
tránsito entre la “teoría crítica” de la Escuela de Frankfurt y las
concepciones “post-modernistas”. En sus últimas teorizaciones, mostraba
cierta familiaridad con las corrientes transhumanistas más moderadas. Para él, la
etapa actual de la “modernidad” tenía como rasgos característicos la
globalización del mercado, la privatización de los servicios y,
específicamente, la revolución tecnológica, pero negaba que se tratase de algo “nuevo”.
Veía los tiempos modernos son una prolongación radicalizada, acelerada y
apremiante de principios llevados al extremo pero que estaban presentes
tácitamente desde el siglo XVII. Bauman situaba el punto de arranque de esta
“aceleración de la modernidad” (que no “post-modernidad”) en los años 60,
cuando empezó a registrarse un cambio generalizado en las costumbres y
empezaron a desarrollarse nuevas tecnologías. Por eso, Bauman llama a esta fase
“modernidad tardía”: no es lo que viene después de la “modernidad”, sino su
prolongación.
La otra novedad de este momento
histórico es que, anteriormente, la “modernidad” se definía como la
oposición a las concepciones tradicionalistas y al “ancien regime”, mientras
que hoy se auto-referencia. Y también en esto tiene razón. El hecho de que
Lyotard, Vattimo, Foucault, partieran en su análisis desde el siglo XVII,
indica que no atribuían ninguna importancia, ni interés a las concepciones
tradicionalistas (que, en realidad, gozaron de buena salud hasta el siglo XIX y
prolongaron su vida durante la primera mitad del siglo XX).
El otro nombre que utiliza para
calificar este momento histórico es el de “modernidad líquida”. Un
líquido es algo que no tiene forma, que se adapta a la que tiene el recipiente
que lo contiene o que puede evaporarse al caer. Bauman explica, a través de
éste concepto, porqué las sociedades actuales están atomizadas. Los cambios
que se han producido en el último tercio del siglo XX han generado una
incertidumbre dramática en el ser humano. Antes, tiene puntos de apoyo, un
trabajo, una familia, una profesión, un hogar, una tierra, un futuro
determinado por todos estos elementos, en definitiva. Pero a medida que se va
entrando en el siglo XXI todos estos elementos tienden a desaparecer, nada
resulta ya fijo, estable, todo es “líquido”, fluido, cambiante.
Y esto desemboca en el “nomadismo”
que paradójicamente es la característica de pueblos primitivos que aun no han
superado la fase de cazadores-recolectores transhumantes. Desplazarse para trabajar, para
ejercitar el ocio mediante el turismo, pensar en cambiar de hogar, cambiar de
criterios políticos constantemente, divorciarse y asumir una concepción “líquida”
de la familia, cambiar de orientaciones sexuales según impulsos momentáneos,
todo ello, en cierto sentido, supone un retorno al primitivismo, cuando no
existían todavía estructuras tradicionales que facilitaban la articulación de
la sociedad y la integración de cada uno de sus miembros en ella. No puede
hablarse, por tanto, de que el “progreso” acompañe a la humanidad en esta “modernidad
tardía”. La “norma” es sustituida por el “cambio”. Lo sólido se convierte en
líquido.
A esto, cabría añadir que la gran
paradoja de nuestro tiempo es que un sistema así concebido termina “solidificándose”
y haciéndose prácticamente invulnerable a los procesos de rectificación. En
nuestra Teoría del Mundo Cúbico demostramos que la civilización
ha pasado de un estadio ideal representada tradicionalmente por la forma
esférica (la esfera es aquel cuerpo quintaesencia de la perfección en la
geometría espacial, en cuyo punto central se forma por el cruce de una
infinidad de radios que se proyectan en la superficie de la esfera; por tanto,
el centro y su superficie son equivalente y están dominados por la infinitud,
lo que permite que este cuerpo se desplace en todas direcciones y en todos los
sentidos, sin perder su forma, ni deshacer su coherencia) a una realidad actual
representada por el cubo (la figura más estática de la geometría espacial) imposible
de mover y en el interior, en su estructura interna, todo son contradicciones,
contrastes, zonas de fricción, de tal manera, que no puede esperarse un cambio
de tipo “revolucionario” que dé carpetazo al actual sistema, sino que hay, más
bien, que esperar a un derrumbe interior. Esto explica el porqué en un mundo
aparentemente más interconectado se producen cada vez más repliegue a lo
individual y las relaciones personales se van diluyendo cada vez más: el sistema,
en su proceso de “solidificación”, termina aislando a cada parte del resto,
olvida la esencia en beneficio de la sustancia, comprime el espacio e intenta
prolongar el tiempo por una parte (mediante avances para prolongar la vida
humana), pero por otra parte lucha contra el tiempo (al buscar la inmediatez en
la transmisión de datos a fin de que la realidad virtual sea equiparable a la
realidad tangible). Todo esto genera contradicciones interiores en la
estructura del “cubo” que terminan agrietándolo y -ahora es Bauman el que establece
en concepto: “desmigajándolo”.
La idea es que el “desmigajamiento”
de la sociedad (que, en parte tiene que ver con la irrupción de los “pequeños
relatos” de los que hablaba Lyotard y los post-modernistas), lejos de “empoderar”
al ser humano, termina aislándolo y “desempoderándolo”. El individuo,
aislado en su “espléndido aislamiento”, no gana autonomía, sino que la ve
reducida, no gana identidad, sino que está se diluye. Como un líquido cuando
se rompe el recipiente que lo contiene, el agua queda extendida por el suelo,
aumenta su superficie expuesta y, consiguientemente, se evapora en breve tiempo.
Así mismo, rotas las estructuras sociales tradicionales, liquidados los valores
tradicionales, el individuo está solo, terriblemente solo y, lo que es peor,
cada vez más aislado en sí mismo y sometido a influencia de todo tipo, la
próxima de las cuales, será sumergirse en mundos virtuales y disminuir aún más
el contacto con la realidad.
Este “desmigajamiento” está presente
en todos los frentes de actividad humana, incluso en las empresas. Las grandes corporaciones, llevan
más de cuarenta años comprando, vendiendo, liquidando empresas, creando empresas
de pantalla para evitar la legislación antimonopolios; hoy, una empresa que
inicialmente, era de alimentación, puede tener como sector preferencial para su
actividad la inversión urbanística y una empresa de construcciones puede tener
una división de inversión en bolsa, vinculada a ella. Luego están empresas
subsidiarias creadas por las empresas matriz, todas ellas dirigidas por
consejos de administración que no tienen capacidad de decisión por sí mismas,
sino que deben aplicar las directivas generadas en los escalones superiores. Una
empresa puede existir como realidad formal y estatutaria, pero ignoramos, en la
práctica, a quién obedece, no existen rostros de directivos con los que poder
negociar o a los que acusar de malas prácticas: todo, es un entramado opaco,
en donde todos los interlocutores que, en algún momento, salen a la superficie
están situados en posiciones intermedias. En estas circunstancias la
existencia de sindicatos aparece como puro arcaísmo.
Y esto se da también en política: un
diputado recibe órdenes de votar en determinado sentido, lo hace, por supuesto,
pero es incapaz de decir, si se trata de la voluntad de su jefe de grupo
parlamentario, de una decisión de su partido, o más bien de la clase dirigente
del mismo, o bien de una imposición de un aliado circunstancial o, incluso, de
un poder económico internacional. No hay “centros de imputación” capaces de
asumir responsabilidades. El ciudadano, en cualquier nivel social, pierde
capacidad de gestión y, globalmente, la democracia, las constituciones, se han
convertido en un falso escenario, en el que, por supuesto, quienes deciden, no
están sometidos a votaciones, ni a mociones de censura.
Bauman ve con cierto pesimismo los
cambios que percibe, pero hay un factor que le llama la atención sobre
cualquier otro y en el que localiza la esencia del problema. La “cosa
pública” va retrocediendo, la idea de “comunidad” se va diluyendo y, en su
lugar, aparece, incluso en el interior de grupos de afinidad, rasgos dominantes
de individualismo. Es un fenómeno que otros muchos antes que Bauman han
identificado desde principios de los años 80: el repliegue hacia lo personal,
el fin de lo que llama “la era del compromiso mutuo”. Esta atomización
de la sociedad esta favorecida por los procesos tecnológicos que generan un
elemento nuevo: las grandes acumulaciones de capital, superior al PIB de algunos
Estados-Nación y que, en cualquier caso, está en condiciones de rivalizar con
ellos y tratar de igual a igual a cualquier nación desarrollada. Bauman
sentencia que el ocaso de los Estados-Nación ha sido amplificada por las
concepciones neoliberales: la amplificación del “mercado” y la creciente
disolución de las estructuras estatales, trasladando, por una parte, la
soberanía a instancias internacionales (que nadie ha elegido, pero que son
muy sensibles a las orientaciones dadas por los centros de decisión del capital
-Foro Económico Mundial- o a los cambios de humor de los propietarios de las big-tech)
y por otra generando un “poder blando” que termina siendo cualquier cosa
menos “poder” de un Estado. Ese poder está carente de “autoridad” y de “prestigio”,
se acepta por pura inercia y para evitar la represión que puede generar.
Como puede verse, este análisis de la
realidad, parece mucho más solvente que el pensamiento post-modernista. Y, además
tiene una ventaja: se limita a reconocer cómo están las cosas, no propone nada
que contribuya a agravar el caos. Es una forma de realismo forzoso que lleva a
conclusiones desesperanzadas para quien cree que “modernidad”, “post-modernidad”
y “progreso” son sinónimos.