Cuando Evola escribía el capítulo II de Cabalgar el Tigre,
lo tituló “el callejón sin salida del existencialismo”. Se orienta hacia
tres autores: Sartre, Kierkagaard y Heidegger. El último libro de contenido
filosófico de Sartre, aparece publicado en 1960 (Critique de la raison
dialectique I: Théories des ensembles pratiques), Kierkagaard había muerto
en 1895 y la Introducción a la metafísica de Heidegger fue publicada en los
años 50 y en el 53 se retiró de la enseñanza universitaria preocupándose en los
últimos años de la poesía de Hölderlin, falleciendo tres años después que Evola
en 1976. Las ideas siguieron su curso y las últimas décadas del siglo XX y las
dos primeras del siglo XXI se convirtieron en una hoguera de vanidades
filosóficas que Evola no pudo interpretar ni integrar en Cabalgar el Tigre.
Lo que en 1962 era “novedoso”, “actual”, ya no lo es. Hoy, la batalla de las
ideas circula por otros derroteros y lo apuntado por Evola en el capítulo dedicado
a la filosofía, no es que haya sido desmentido por la realidad, sino que, con
posterioridad a su redactados han aparecido otros intelectuales que han lanzado
nuevas ideas, sin las cuales sería imposible entender cómo se ha generado la
realidad actual.
Todas estas ideas, “postmodernismo”, “metamodernidad”, “dataísmo”,
“modernidad líquida” y, finalmente, “transhumanismo”, solamente podían
fermentar en una sociedad de masas y, por eso, es por lo que hemos realizado
una introducción sobre demografía y maltusianismo, el vector principal en el
que se mueven las organizaciones internacionales.
Estas líneas pretenden ser un complemento a las planteadas por
Evola en el citado capítulo de Cabalgar el Tigre y en el capítulo XVIII titulado
El problema de los nacimientos de Los hombres y las ruinas.
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UN PARÉNTESIS SOBRE LA DEMOGRAFÍA
Y LA “CIENCIA POR ENCARGO”
Algunos intelectuales de derechas suelen atribuir a la Escuela de
Frankfurt la paternidad y los rasgos de las filosofías actuales. Ya hemos
tenido ocasión de mostrar en otro trabajo que la “unicidad” de la Escuela de
Frankfurt no es tal y que cada uno de sus representantes, partiendo de una base
común marxista en los años 20, tras su establecimientos en los EEUU, fueron
separando sus formas de percibir e interpretar los acontecimientos, hasta el
punto de que atribuir el título de “escuela” a un movimiento que,
efectivamente, empezó como tal, pero que, a partir de los años 40 ya se
convirtió en algo “asistemático”, parece abusivo. Como máximo, podríamos decir
que los trabajos de la Escuela de Frankfurt fueron solamente un peldaño más
en el camino hacia la situación en la que se encuentra la filosofía en la
actualidad. En nuestros apuntes sobre esta corriente ya explicamos que sus
aportaciones, desde el punto de vista marxista, fueron del todo irrelevantes;
no dijeron nada que otros no hubieran dicho antes (Gramsci, Lukacs), eludieron
respuestas simples a grandes cuestiones que se plantearon durante mientras
permanecieron en Alemania (el antisemitismo, el ascenso de los fascismos) o,
simplemente, dieron respuestas poco sólidas cubriéndolas con sofisticadas
interpretaciones. Fue solamente en los años 40 y ya en EEUU (un período en el
que solamente Marcusse, seguía trabajando en términos marxistas), cuando
algunos temas de esta escuela generaron interés: la “industria cultural”, la “teoría
crítica”, sus estudios sobre la “razón dialéctica”, los estudios sobre psicoanálisis
y marxismo, etc. Y, en buena medida, esos trabajos derivaron de estudios,
datos y elementos que obtuvieron durante los años en los que trabajaron para
los servicios de inteligencia norteamericanos en contra del país en el que
habían nacido. Pero sería excesivo atribuir a los miembros de esta “escuela”
una influencia directa en el desarrollo de las grandes corrientes culturales de
nuestros días. Como máximo, influyeron parcialmente en pensadores posteriores.
Y, son, precisamente, algunos de estos, los que han generado ideas e interpretaciones
que si han condicionado la marcha de la cultura “occidental” en las últimas
décadas. Son los pertenecientes a los movimientos que dan título a este capítulo:
postmodernistas, metamodernistas, dataistas, modernistas líquidos, transhumanistas.
No basta con decir que todas estas corrientes son herederas de la
tradición de izquierdas. Tampoco puede desdeñarse el hecho de que algunos
pensadores característicos de estas corrientes no solamente son “amarxistas”,
sino que pueden ser considerados “antimarxistas”… a pesar de que el resultado
de sus especulaciones sea llamado por algunos “marxismo cultural”.
Siguiendo el método evoliano utilizado en la redacción de Cabalgar el Tigre,
es mucho más importante interpretar a estas corrientes desde el punto de vista “tradicional”
y deducir de sus visiones del mundo, de la cultura y de la historia, aquello
que verdaderamente puede ser aprovechado para entender e interpretar el momento
actual. Así como José Antonio Primo de Rivera sentenció en el Discurso del Teatro
de la Comedia que “el nacimiento del socialismo fue justo”,
parafraseándolo, podemos decir que la pérdida de rumbo del pensamiento occidental
que se produjo en los años 60 y los cambios socioculturales y tecnológicos que
se fueron sucediendo a partir de entonces, generaron un nuevo tipo de
pensamiento crítico, algunos de cuyos rasgos pueden ser asumidos en tanto que
observaciones justas de la realidad, si bien, todas estas corrientes han desembocado
a nivel popular en la adopción de ideas “relativistas” y en la toma de
posiciones “progresistas”, incluso hasta el nivel de perversión y/o de frivolidad.
Para nosotros está muy claro que un “centro” difuso, atrincherado
en determinas organismos internacionales (concretamente las Naciones Unidas y la
UNESCO) lanza orientaciones que, luego, inmediatamente, otros intelectuales se
encargan de racionalizar, definir en términos filosóficos, sociológicos y
divulgativos. Al concepto (que explicaremos más adelante) de “modernidad
líquida”, cabría acompañarlo por el de “modernidad nebulosa”,
esto es, la sensación de que ni siquiera podemos estar seguros de los “centros
de imputación” a los que corresponde atribuir la paternidad de determinadas
ideas: de repente, cristalizan, sin que podamos asegurar que la
plasmación de un nuevo enfoque del pensamiento sea espontáneo, motivado por nuevas
condiciones de vida generados por el devenir histórico o bien, se trata de un
pensamiento formulado por encargo. A este respecto, debemos recordar que
las ideas desarrolladas por los miembros de la Escuela de Frankfurt en los años
40 y principios de los 50, no debieron tanto a sus propias iniciativas
intelectuales como a los requerimientos de las instituciones que formularon
encargos específicos en función de las necesidades de los EEUU durante la
Segunda Guerra Mundial. Cuando este conflicto quedó atrás, y los miembros de este
movimiento dejaron de trabajar para los laboratorios de operaciones
psicológicas, fue cuando aprovecharon el material reunido y redactado en esa
época y lo lanzaron a la comunidad académica.
EL NEO-MALTHUSIANISMO PRESENTE
EN LAS INSTANCIAS INTERNACIONALES
Un somero repaso a las webs accesibles a todos de los organismos
internacionales, nos demostrará que la principal tarea que se han encomendado
no es la “preservación de la paz mundial y la mediación en los conflictos”,
ni mucho menos “la alfabetización y la extensión de las formas de cultura a
las poblaciones” que, en principio, deberían ser las funciones de la ONU y
de la UNESCO respectivamente. Ambos organismos, aspiran en primer lugar y
sobre todo a conseguir que la población mundial disminuya. Por si existe
alguna duda, pueden consultarse estas dos páginas web oficiales de la UNESCO y de
la ONU.
Es significativo que las tendencias marcadas por la ONU y por la
UNESCO sobre el control de la población, tuvieran como resultado inmediato la
aparición de unas corrientes intelectuales (transhumanismo, postmodernismo, metamodernismo,
etc) que tienden precisamente a justificar por distintos caminos ese objetivo, los
cambios de mentalidad necesarios para asumirlos e, incluso, desembocaran en
medidas prácticas cuyo único resultado es reducir la población. La cosa no es nueva.
Pondremos un ejemplo. Si bien las dos primeras conferencias sobre “la
población”, convocadas en Roma en 1954 y en Belgrado en 1965, apenas tuvieron
trascendencia e, incluso, los asistentes a la de Roma fueron recibidos por el
Papa Pío XII que les conminó al “crecer y multiplicaros”, en las siguientes
celebradas en Bucarest (1974), Ciudad de México (1984) y El Cairo (1994), las
medidas adoptadas fueron siempre en la misma dirección: control demográfico y
disminución de la población.
En la de Belgrado (1965) se creó un fondo fiduciario, el Fondo de
las Naciones Unidas para actividades en Materia de Población (FNUAP). Pero los
tiempos no estaban maduros para ir mucho más allá: la familia seguía siendo la
estructura social por excelencia y, por lo demás, Pío XII, en la anterior
conferencia, había recordado la necesidad de afrontar estas temáticas con ética
y moralidad. En 1965, eran las grandes fundaciones norteamericanas,
especialmente la Ford, la Rockefeller y la Carnagie, la que aportaba la parte
del león a este fondo y, por tanto, a partir de ese momento, eran ellos los decidías
hacia donde debían tender las investigaciones en materia de población.
Cuando se llega a la conferencia de Bucarest (1974) muchas cosas
han cambiado. El gobierno americano (Nixon, con un Rockefeller como
vicepresidente que, de hecho, era el que dirigía la delegación norteamericana
presente en la capital rumana) logran que se apruebe un Plan de Acción
basado en dos puntos: contracepción y “family planning”.
Vale la pena hacer un aparte sobre la obsesión de los
Rockefeller con la demografía. Cuando en la postguerra, los EEUU alcanzaron
el papel preponderante en política internacional, las grandes empresas
empezaron a preocuparse por el exceso de población. Algún analista alertó de
que aquellos países con una demografía más explosiva eran los más propensos a
la implantación de regímenes marxistas (algo cuestionable). Fue en ese momento,
cuando, con esta excusa, las fundaciones norteamericanas, (que afirmaban estar
preocupadas por la seguridad de sus inversiones en el extranjero), destinaron
grandes cantidades a campañas antinatalistas en el Tercer Mundo. Se sabe, por
ejemplo, que, en 1950, Foster Dulles, secretario de Estado USA, se hizo
acompañar por John D. Rockefeller al Japón para concluir un tratado de paz con
este país y trata de comprometerlo en la lucha contra el crecimiento
demográfico en toda Asia. Dos años después, Rockefeller convocó un congreso,
oficialmente organizado por la National Academy of Sciences, para examinar las
consecuencias del crecimiento de la población. Ese mismo año, con dinero de la
saga, se fundará el Population Council, presidido por Frederick
Osborne. Cuando, poco después, esta asociación cuente con el apoyo de la
Fundación Ford, se convertirá en el centro de atracción de una serie de
asociaciones pro-abortistas que gravitarán en torno suyo: (Planned Parenthood, World Population, Population
Reference Bureau), se financiará la Federación Internacional de
Planificación Familiar (IPPF) fundada en 1952.
Todos estos grupos, cuyo denominador común era maltusianismo, abortismo,
antinatalismo en forma de medicas anticonceptivas, recibirán, a partir de ese
momento, fondos cuantiosísimos para financiar sus campañas.
El gran momento para Rockefeller fue la Declaración
de Líderes Mundiales (1967) que incluía la firma de 30 jefes de estado en un
documento a favor de la planificación familiar como “solución al crecimiento
descontrolado de la población mundial”.
Como por casualidad, al año siguiente apareció una
obra que causó sensación por el alarmismo que difundió: Paul Ehrlich, un
entomólogo hijo de judíos alemanes, establecido en EEUU, especialista en
mariposas, publicó La Bomba Demográfica poco después de la Declaración
de 1967. Auguraba que en la década de los 70, “cientos de millones de
personas morirán de hambre” y que nada podía evitarlo. La masa de población
era demasiado grande (en torno a 3.200.000.000 ese año) para poder alimentarla.
Así que el peor de los escenarios malthusianos estaba a la vuelta de la esquina…
Ninguna de estas previsiones catastrofistas se cumplió. Pero lo cierto
es que la firma del documento propulsado por Rockefeller -que había pasado casi
completamente desapercibida- fue apoyado por este bestseller
internacional que vendió millones de ejemplares. En 1990, sin el más mínimo
rubor, Ehrlich publicó otra obra del mismo jaez, La explosión de la
población, con idénticas tesis: lo dicho en 1967, seguía valiendo a pesar
de que la población mundial casi se había duplicado. Y lo volvía a repetir en
2011 cuando habíamos llegado a 7.000.000.000, alegando que los próximos
2.000.000.000 serían decisivos para el “futuro del planeta”. Simplemente
explicó que la catástrofe se había aplazado, pero que ahora sí, la
catástrofe estaba cantada porque el aumento de la población haría que el “cambio
climático” se acelerase. Cuando se le reprochaba que la raza blanca tenia una baja
tasa de reproducción, mientras que las razas no europeas, lejos de disminuirlas
se mantenían o, incluso, aumentaban, respondía que, precisamente por eso era
importante favorecer los movimientos migratorios desregular cualquier
legislación sobre la materia. Sus tesis, por supuesto, hacen reír a carcajadas
a los demógrafos que las ven como dogmas enunciados por un entomólogo
especialista en mariposas, sin formación científica en otras materias. Ehrlich
se limita a reproducir el “relato oficial” y a divulgarlo a nivel popular
incluyendo informaciones tan inexactas como sensacionalistas: sus libros,
en definitiva, son obras “por encargo” que un demógrafo ha definido como
trabajos en los que “no hay
rigor alguno, ni conceptual, ni metodológico, nada se demuestra, todo queda
sugerido o pronosticado, lanzado al futuro. Es como el conjunto de profecías de
Nostradamus, pero con pretensiones políticas inmediatas y con el respaldo
oficial del país más poderoso del mundo. Sus previsiones se basan en meras
prolongaciones indefinidas de tendencias de cualquier cosa, sin analizar su
contexto o sus causas, ni profundizar en los mecanismos que las rigen. Como
biólogo, tiende a ignorar los condicionantes políticos y socioeconómicos de los
fenómenos sociales, como si los seres humanos pudiésemos ser explicados igual
que las comunidades de hormigas”.
La obra de Ehrlich apareció un año después de la Declaración Rockefeller; poco antes, se había publicado una novela mediocre desde el punto de vista literario, pero que causó un gran impacto, Make room! Make room!, escrita por Harry Harrison, un autor especializado en ciencia ficción, que abordó el problema demográfico que se daba en Nueva York en 1999 (33 años después de lanzar la novela), agravado por la falta de alimentos. Pero lo más importante es cómo Harrison publicitó la novela: en todas las charlas que pudo dar promocionando el libro, explicó que la idea se la había transmitido un indio (de la India) que conoció en 1946. Él mismo describió la conversación que tuvo con él: “La sobrepoblación es el gran problema que se avecina en el mundo' (nadie había oído hablar de eso en esos días) y me dijo: dijo: '¿Quieres ganar mucho dinero, Harry? Tienes que importar preservativos a la India'. No me importaba ganar dinero, ¡pero no quería ser el rey del caucho de la India!" (la anécdota está incluida en la página de Wikipedia dedicada a la novela) Es posible que el indio en cuestión existiera, pero también que la anécdota formara parte de la campaña de promoción porque en esos mismos momentos los EEUU estaban en negociaciones con India para que iniciara campañas antinatalistas, convencidos de que su crecimiento iba a suponer un peligro mundial y la posibilidad de que el comunismo se estableciera en el subcontinente. ¿Se trató de otro “libro por encargo” destinado a preparar el terreno dramático para la Declaración de Líderes Mundiales que se celebraría pocas semanas después? Es lo más probable.
Nixon no pudo deshacerse de la tutela de los Rockefeller que habían
financiado su campaña, así que, en 1970, puso al frente de la Commission on
Population Growth an the America Future (Comisión para el Crecimiento de la
Población y el Futuro Americano) a Jhon Rockefeller (hasta el punto de que la
institución fue más conocida como Comisión Rockefeller). En 1972, esta nueva
entidad entregó sus conclusiones: fue la primera vez que un texto encargado
desde el despacho oval hablaba de la necesidad de “una anticoncepción más
eficiente” y se recomendaba la regulación del aborto. Nixon no aceptó las
conclusiones, pero el hermano de John, Nelson Rockefeller, entonces
gobernador de Nueva York ya había aprobado la despenalización del aborto y la
asociación abortista Planned Parenthood, financiada por la Fundación
Rockefeller, pudo intensificar sus campañas en todo el país.
Como para reforzar estas iniciativas, la novela de Harry Harrison fue
llevada al cine ese mismo año con el título de Soylen Green (estrenada
en España con el título de Cuando el destino nos alcance) interpretada
por viejas glorias de la pantalla (Edward G. Robinson, Joseph Cotten),
veteranos como Charlon Heston (como protagonista) y rostros en boga en aquellos
momentos (Chuck Connors), todos dirigidos por Richard Freischer, un fabricante
de éxitos de público. Los neoyorkinos se asustaron con el cuadro
distópico que plantea la película: la vida es insostenible y la violencia está presente en todas partes.
La superpoblación es el causante del caos. Hay también casos de canibalismo y la
carencia de alimentos se compensa con el reciclado, incluso de cadáveres, en
forma de galletas nutritivas…
Con el empeachment de Nixon, los abortistas malthusianos dieron un paso gigantesco. Vencido el último obstáculo, Gerald Ford, eligió como vicepresidente a Nelson Rockefeller. Esa influencia se notó en el Tercer Congreso Mundial de Población de Naciones Unidas. La delegación norteamericana estuvo presidida por John D. Rockefeller y en su discurso, no solamente sugirió la aprobación de un “plan de acción” que legitimase el control de la demografía y la planificación familiar a nivel mundial. No fue un camino de rosas. Varios países en vías de desarrollo (China, Argelia, Brasil y Argentina) se negaron a aceptarlo alegando que “el mejor contraceptivo es el desarrollo económico” (algo que la mayoría de demógrafos actuales consideran correcto). Otros países desconfiaron de la iniciativa que veladamente aludía al aborto. Sin embargo, hubo consenso en aprobar una “plan de acción” mínimo para legitimar internacionalmente políticas de control demográfico a discreción de los distintos gobiernos nacionales. No eran los “máximos” a los que quería llegar el clan Rockefeller, pero era bastante más que antes de la conferencia. Uno de los elementos que había conseguido filtrar Rockefeller era la idea de que la mujer debía tener un protagonismo decisivo en estas políticas. Estaba aludiendo al “derecho al aborto”.
En 1978 moría John D. Rockefeller y su hermano Nelson seguiría sus pasos el año siguiente. Gobernaba en ese momento Jimmy Carter, pero la reacción conservadora llevaría a la presidencia a Ronald Reagan a finales del 80 que, seguiría en la presidencia cuando se celebró la Conferencia de México sobre la Población en 1984. El cambio de ciclo político afectó a las propuestas de la delegación americana: EEUU, entonces, se mostraron contrarios al aborto y así lo defendieron en la conferencia. Cesó la financiación al Fondo de Población de Naciones Unidas. La obsesión malthusiana, desaparecidos los Rockefeller, había dejado de ser una prioridad. Además, si de lo que se trataba era de “controlar la población” para evitar que el comunismo se extendiera, en esos mismos momentos, la URSS se encontraba en descomposición acelerada. El gobierno cesó de entregar subvenciones a International Planned Parenthood Federation (que representaban, en realidad, muy poco para esta asociación nutrida de fondos de las fundaciones propiedad de las dinastías económicas) y redujo en una cuarta parte su aportación al FNUAP. Reagan durante la campaña electoral para su segundo mandato dijo: “La explosión demográfica (...) ha sido muy exagerada. De hecho, hay algunas cifras bastante científicas y sólidas sobre cuánto espacio queda todavía en el mundo y cuántas personas más podemos tener”. Y esas cifras no coincidían ni con las apocalípticas predicciones de Ehrlich, ni con la visión catastrofista de Harrison, ni, por supuesto, con las obsesiones malthusianas de los Rockefeller.