martes, 15 de noviembre de 2022

PROBLEMAS DE LA MODERNIDAD (1 de 8 - NEOMALTHUSIANISMO…


Cuando Evola escribía el capítulo II de Cabalgar el Tigre, lo tituló “el callejón sin salida del existencialismo”. Se orienta hacia tres autores: Sartre, Kierkagaard y Heidegger. El último libro de contenido filosófico de Sartre, aparece publicado en 1960 (Critique de la raison dialectique I: Théories des ensembles pratiques), Kierkagaard había muerto en 1895 y la Introducción a la metafísica de Heidegger fue publicada en los años 50 y en el 53 se retiró de la enseñanza universitaria preocupándose en los últimos años de la poesía de Hölderlin, falleciendo tres años después que Evola en 1976. Las ideas siguieron su curso y las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI se convirtieron en una hoguera de vanidades filosóficas que Evola no pudo interpretar ni integrar en Cabalgar el Tigre. Lo que en 1962 era “novedoso”, “actual”, ya no lo es. Hoy, la batalla de las ideas circula por otros derroteros y lo apuntado por Evola en el capítulo dedicado a la filosofía, no es que haya sido desmentido por la realidad, sino que, con posterioridad a su redactados han aparecido otros intelectuales que han lanzado nuevas ideas, sin las cuales sería imposible entender cómo se ha generado la realidad actual.

Todas estas ideas, “postmodernismo”, “metamodernidad”, “dataísmo”, “modernidad líquida” y, finalmente, “transhumanismo”, solamente podían fermentar en una sociedad de masas y, por eso, es por lo que hemos realizado una introducción sobre demografía y maltusianismo, el vector principal en el que se mueven las organizaciones internacionales.

Estas líneas pretenden ser un complemento a las planteadas por Evola en el citado capítulo de Cabalgar el Tigre y en el capítulo XVIII titulado El problema de los nacimientos de Los hombres y las ruinas.

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UN PARÉNTESIS SOBRE LA DEMOGRAFÍA
Y LA “CIENCIA POR ENCARGO”

Algunos intelectuales de derechas suelen atribuir a la Escuela de Frankfurt la paternidad y los rasgos de las filosofías actuales. Ya hemos tenido ocasión de mostrar en otro trabajo que la “unicidad” de la Escuela de Frankfurt no es tal y que cada uno de sus representantes, partiendo de una base común marxista en los años 20, tras su establecimientos en los EEUU, fueron separando sus formas de percibir e interpretar los acontecimientos, hasta el punto de que atribuir el título de “escuela” a un movimiento que, efectivamente, empezó como tal, pero que, a partir de los años 40 ya se convirtió en algo “asistemático”, parece abusivo. Como máximo, podríamos decir que los trabajos de la Escuela de Frankfurt fueron solamente un peldaño más en el camino hacia la situación en la que se encuentra la filosofía en la actualidad. En nuestros apuntes sobre esta corriente ya explicamos que sus aportaciones, desde el punto de vista marxista, fueron del todo irrelevantes; no dijeron nada que otros no hubieran dicho antes (Gramsci, Lukacs), eludieron respuestas simples a grandes cuestiones que se plantearon durante mientras permanecieron en Alemania (el antisemitismo, el ascenso de los fascismos) o, simplemente, dieron respuestas poco sólidas cubriéndolas con sofisticadas interpretaciones. Fue solamente en los años 40 y ya en EEUU (un período en el que solamente Marcusse, seguía trabajando en términos marxistas), cuando algunos temas de esta escuela generaron interés: la “industria cultural”, la “teoría crítica”, sus estudios sobre la “razón dialéctica”, los estudios sobre psicoanálisis y marxismo, etc. Y, en buena medida, esos trabajos derivaron de estudios, datos y elementos que obtuvieron durante los años en los que trabajaron para los servicios de inteligencia norteamericanos en contra del país en el que habían nacido. Pero sería excesivo atribuir a los miembros de esta “escuela” una influencia directa en el desarrollo de las grandes corrientes culturales de nuestros días. Como máximo, influyeron parcialmente en pensadores posteriores. Y, son, precisamente, algunos de estos, los que han generado ideas e interpretaciones que si han condicionado la marcha de la cultura “occidental” en las últimas décadas. Son los pertenecientes a los movimientos que dan título a este capítulo: postmodernistas, metamodernistas, dataistas, modernistas líquidos, transhumanistas.

No basta con decir que todas estas corrientes son herederas de la tradición de izquierdas. Tampoco puede desdeñarse el hecho de que algunos pensadores característicos de estas corrientes no solamente son “amarxistas”, sino que pueden ser considerados “antimarxistas”… a pesar de que el resultado de sus especulaciones sea llamado por algunos “marxismo cultural”. Siguiendo el método evoliano utilizado en la redacción de Cabalgar el Tigre, es mucho más importante interpretar a estas corrientes desde el punto de vista “tradicional” y deducir de sus visiones del mundo, de la cultura y de la historia, aquello que verdaderamente puede ser aprovechado para entender e interpretar el momento actual. Así como José Antonio Primo de Rivera sentenció en el Discurso del Teatro de la Comedia que “el nacimiento del socialismo fue justo”, parafraseándolo, podemos decir que la pérdida de rumbo del pensamiento occidental que se produjo en los años 60 y los cambios socioculturales y tecnológicos que se fueron sucediendo a partir de entonces, generaron un nuevo tipo de pensamiento crítico, algunos de cuyos rasgos pueden ser asumidos en tanto que observaciones justas de la realidad, si bien, todas estas corrientes han desembocado a nivel popular en la adopción de ideas “relativistas” y en la toma de posiciones “progresistas”, incluso hasta el nivel de perversión y/o de frivolidad.

Para nosotros está muy claro que un “centro” difuso, atrincherado en determinas organismos internacionales (concretamente las Naciones Unidas y la UNESCO) lanza orientaciones que, luego, inmediatamente, otros intelectuales se encargan de racionalizar, definir en términos filosóficos, sociológicos y divulgativos. Al concepto (que explicaremos más adelante) de “modernidad líquida”, cabría acompañarlo por el de modernidad nebulosa”, esto es, la sensación de que ni siquiera podemos estar seguros de los “centros de imputación” a los que corresponde atribuir la paternidad de determinadas ideas: de repente, cristalizan, sin que podamos asegurar que la plasmación de un nuevo enfoque del pensamiento sea espontáneo, motivado por nuevas condiciones de vida generados por el devenir histórico o bien, se trata de un pensamiento formulado por encargo. A este respecto, debemos recordar que las ideas desarrolladas por los miembros de la Escuela de Frankfurt en los años 40 y principios de los 50, no debieron tanto a sus propias iniciativas intelectuales como a los requerimientos de las instituciones que formularon encargos específicos en función de las necesidades de los EEUU durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando este conflicto quedó atrás, y los miembros de este movimiento dejaron de trabajar para los laboratorios de operaciones psicológicas, fue cuando aprovecharon el material reunido y redactado en esa época y lo lanzaron a la comunidad académica.

EL NEO-MALTHUSIANISMO PRESENTE
EN LAS INSTANCIAS INTERNACIONALES

Un somero repaso a las webs accesibles a todos de los organismos internacionales, nos demostrará que la principal tarea que se han encomendado no es la “preservación de la paz mundial y la mediación en los conflictos”, ni mucho menos “la alfabetización y la extensión de las formas de cultura a las poblaciones” que, en principio, deberían ser las funciones de la ONU y de la UNESCO respectivamente. Ambos organismos, aspiran en primer lugar y sobre todo a conseguir que la población mundial disminuya. Por si existe alguna duda, pueden consultarse estas dos páginas web oficiales de la UNESCO y de la ONU.

Es significativo que las tendencias marcadas por la ONU y por la UNESCO sobre el control de la población, tuvieran como resultado inmediato la aparición de unas corrientes intelectuales (transhumanismo, postmodernismo, metamodernismo, etc) que tienden precisamente a justificar por distintos caminos ese objetivo, los cambios de mentalidad necesarios para asumirlos e, incluso, desembocaran en medidas prácticas cuyo único resultado es reducir la población. La cosa no es nueva.

Pondremos un ejemplo. Si bien las dos primeras conferencias sobre “la población”, convocadas en Roma en 1954 y en Belgrado en 1965, apenas tuvieron trascendencia e, incluso, los asistentes a la de Roma fueron recibidos por el Papa Pío XII que les conminó al “crecer y multiplicaros”, en las siguientes celebradas en Bucarest (1974), Ciudad de México (1984) y El Cairo (1994), las medidas adoptadas fueron siempre en la misma dirección: control demográfico y disminución de la población.

En la de Belgrado (1965) se creó un fondo fiduciario, el Fondo de las Naciones Unidas para actividades en Materia de Población (FNUAP). Pero los tiempos no estaban maduros para ir mucho más allá: la familia seguía siendo la estructura social por excelencia y, por lo demás, Pío XII, en la anterior conferencia, había recordado la necesidad de afrontar estas temáticas con ética y moralidad. En 1965, eran las grandes fundaciones norteamericanas, especialmente la Ford, la Rockefeller y la Carnagie, la que aportaba la parte del león a este fondo y, por tanto, a partir de ese momento, eran ellos los decidías hacia donde debían tender las investigaciones en materia de población.

Cuando se llega a la conferencia de Bucarest (1974) muchas cosas han cambiado. El gobierno americano (Nixon, con un Rockefeller como vicepresidente que, de hecho, era el que dirigía la delegación norteamericana presente en la capital rumana) logran que se apruebe un Plan de Acción basado en dos puntos: contracepción y “family planning”.

Vale la pena hacer un aparte sobre la obsesión de los Rockefeller con la demografía. Cuando en la postguerra, los EEUU alcanzaron el papel preponderante en política internacional, las grandes empresas empezaron a preocuparse por el exceso de población. Algún analista alertó de que aquellos países con una demografía más explosiva eran los más propensos a la implantación de regímenes marxistas (algo cuestionable). Fue en ese momento, cuando, con esta excusa, las fundaciones norteamericanas, (que afirmaban estar preocupadas por la seguridad de sus inversiones en el extranjero), destinaron grandes cantidades a campañas antinatalistas en el Tercer Mundo. Se sabe, por ejemplo, que, en 1950, Foster Dulles, secretario de Estado USA, se hizo acompañar por John D. Rockefeller al Japón para concluir un tratado de paz con este país y trata de comprometerlo en la lucha contra el crecimiento demográfico en toda Asia. Dos años después, Rockefeller convocó un congreso, oficialmente organizado por la National Academy of Sciences, para examinar las consecuencias del crecimiento de la población. Ese mismo año, con dinero de la saga, se fundará el Population Council, presidido por Frederick Osborne. Cuando, poco después, esta asociación cuente con el apoyo de la Fundación Ford, se convertirá en el centro de atracción de una serie de asociaciones pro-abortistas que gravitarán en torno suyo: (Planned Parenthood, World Population, Population Reference Bureau), se financiará la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF) fundada en 1952. Todos estos grupos, cuyo denominador común era maltusianismo, abortismo, antinatalismo en forma de medicas anticonceptivas, recibirán, a partir de ese momento, fondos cuantiosísimos para financiar sus campañas.

El gran momento para Rockefeller fue la Declaración de Líderes Mundiales (1967) que incluía la firma de 30 jefes de estado en un documento a favor de la planificación familiar como “solución al crecimiento descontrolado de la población mundial.

Como por casualidad, al año siguiente apareció una obra que causó sensación por el alarmismo que difundió: Paul Ehrlich, un entomólogo hijo de judíos alemanes, establecido en EEUU, especialista en mariposas, publicó La Bomba Demográfica poco después de la Declaración de 1967. Auguraba que en la década de los 70, “cientos de millones de personas morirán de hambre” y que nada podía evitarlo. La masa de población era demasiado grande (en torno a 3.200.000.000 ese año) para poder alimentarla. Así que el peor de los escenarios malthusianos estaba a la vuelta de la esquina… Ninguna de estas previsiones catastrofistas se cumplió. Pero lo cierto es que la firma del documento propulsado por Rockefeller -que había pasado casi completamente desapercibida- fue apoyado por este bestseller internacional que vendió millones de ejemplares. En 1990, sin el más mínimo rubor, Ehrlich publicó otra obra del mismo jaez, La explosión de la población, con idénticas tesis: lo dicho en 1967, seguía valiendo a pesar de que la población mundial casi se había duplicado. Y lo volvía a repetir en 2011 cuando habíamos llegado a 7.000.000.000, alegando que los próximos 2.000.000.000 serían decisivos para el “futuro del planeta”. Simplemente explicó que la catástrofe se había aplazado, pero que ahora sí, la catástrofe estaba cantada porque el aumento de la población haría que el “cambio climático” se acelerase. Cuando se le reprochaba que la raza blanca tenia una baja tasa de reproducción, mientras que las razas no europeas, lejos de disminuirlas se mantenían o, incluso, aumentaban, respondía que, precisamente por eso era importante favorecer los movimientos migratorios desregular cualquier legislación sobre la materia. Sus tesis, por supuesto, hacen reír a carcajadas a los demógrafos que las ven como dogmas enunciados por un entomólogo especialista en mariposas, sin formación científica en otras materias. Ehrlich se limita a reproducir el “relato oficial” y a divulgarlo a nivel popular incluyendo informaciones tan inexactas como sensacionalistas: sus libros, en definitiva, son obras “por encargo” que un demógrafo ha definido como trabajos en los que “no hay rigor alguno, ni conceptual, ni metodológico, nada se demuestra, todo queda sugerido o pronosticado, lanzado al futuro. Es como el conjunto de profecías de Nostradamus, pero con pretensiones políticas inmediatas y con el respaldo oficial del país más poderoso del mundo. Sus previsiones se basan en meras prolongaciones indefinidas de tendencias de cualquier cosa, sin analizar su contexto o sus causas, ni profundizar en los mecanismos que las rigen. Como biólogo, tiende a ignorar los condicionantes políticos y socioeconómicos de los fenómenos sociales, como si los seres humanos pudiésemos ser explicados igual que las comunidades de hormigas”.

La obra de Ehrlich apareció un año después de la Declaración Rockefeller; poco antes, se había publicado una novela mediocre desde el punto de vista literario, pero que causó un gran impacto, Make room! Make room!, escrita por Harry Harrison, un autor especializado en ciencia ficción, que abordó el problema demográfico que se daba en Nueva York en 1999 (33 años después de lanzar la novela), agravado por la falta de alimentos. Pero lo más importante es cómo Harrison publicitó la novela: en todas las charlas que pudo dar promocionando el libro, explicó que la idea se la había transmitido un indio (de la India) que conoció en 1946. Él mismo describió la conversación que tuvo con él: “La sobrepoblación es el gran problema que se avecina en el mundo' (nadie había oído hablar de eso en esos días) y me dijo: dijo: '¿Quieres ganar mucho dinero, Harry? Tienes que importar preservativos a la India'. No me importaba ganar dinero, ¡pero no quería ser el rey del caucho de la India!" (la anécdota está incluida en la página de Wikipedia dedicada a la novela) Es posible que el indio en cuestión existiera, pero también que la anécdota formara parte de la campaña de promoción porque en esos mismos momentos los EEUU estaban en negociaciones con India para que iniciara campañas antinatalistas, convencidos de que su crecimiento iba a suponer un peligro mundial y la posibilidad de que el comunismo se estableciera en el subcontinente. ¿Se trató de otro “libro por encargo” destinado a preparar el terreno dramático para la Declaración de Líderes Mundiales que se celebraría pocas semanas después? Es lo más probable.

Nixon no pudo deshacerse de la tutela de los Rockefeller que habían financiado su campaña, así que, en 1970, puso al frente de la Commission on Population Growth an the America Future (Comisión para el Crecimiento de la Población y el Futuro Americano) a Jhon Rockefeller (hasta el punto de que la institución fue más conocida como Comisión Rockefeller). En 1972, esta nueva entidad entregó sus conclusiones: fue la primera vez que un texto encargado desde el despacho oval hablaba de la necesidad de “una anticoncepción más eficiente” y se recomendaba la regulación del aborto. Nixon no aceptó las conclusiones, pero el hermano de John, Nelson Rockefeller, entonces gobernador de Nueva York ya había aprobado la despenalización del aborto y la asociación abortista Planned Parenthood, financiada por la Fundación Rockefeller, pudo intensificar sus campañas en todo el país.

Como para reforzar estas iniciativas, la novela de Harry Harrison fue llevada al cine ese mismo año con el título de Soylen Green (estrenada en España con el título de Cuando el destino nos alcance) interpretada por viejas glorias de la pantalla (Edward G. Robinson, Joseph Cotten), veteranos como Charlon Heston (como protagonista) y rostros en boga en aquellos momentos (Chuck Connors), todos dirigidos por Richard Freischer, un fabricante de éxitos de público. Los neoyorkinos se asustaron con el cuadro distópico que plantea la película: la vida es insostenible y la violencia está presente en todas partes. La superpoblación es el causante del caos. Hay también casos de canibalismo y la carencia de alimentos se compensa con el reciclado, incluso de cadáveres, en forma de galletas nutritivas

Con el empeachment de Nixon, los abortistas malthusianos dieron un paso gigantesco. Vencido el último obstáculo, Gerald Ford, eligió como vicepresidente a Nelson Rockefeller. Esa influencia se notó en el Tercer Congreso Mundial de Población de Naciones Unidas. La delegación norteamericana estuvo presidida por John D. Rockefeller y en su discurso, no solamente sugirió la aprobación de un “plan de acción” que legitimase el control de la demografía y la planificación familiar a nivel mundial. No fue un camino de rosas. Varios países en vías de desarrollo (China, Argelia, Brasil y Argentina) se negaron a aceptarlo alegando que “el mejor contraceptivo es el desarrollo económico” (algo que la mayoría de demógrafos actuales consideran correcto). Otros países desconfiaron de la iniciativa que veladamente aludía al aborto. Sin embargo, hubo consenso en aprobar una “plan de acción” mínimo para legitimar internacionalmente políticas de control demográfico a discreción de los distintos gobiernos nacionales. No eran los “máximos” a los que quería llegar el clan Rockefeller, pero era bastante más que antes de la conferencia. Uno de los elementos que había conseguido filtrar Rockefeller era la idea de que la mujer debía tener un protagonismo decisivo en estas políticas. Estaba aludiendo al “derecho al aborto”. 

En 1978 moría John D. Rockefeller y su hermano Nelson seguiría sus pasos el año siguiente. Gobernaba en ese momento Jimmy Carter, pero la reacción conservadora llevaría a la presidencia a Ronald Reagan a finales del 80 que, seguiría en la presidencia cuando se celebró la Conferencia de México sobre la Población en 1984. El cambio de ciclo político afectó a las propuestas de la delegación americana: EEUU, entonces, se mostraron contrarios al aborto y así lo defendieron en la conferencia. Cesó la financiación al Fondo de Población de Naciones Unidas. La obsesión malthusiana, desaparecidos los Rockefeller, había dejado de ser una prioridad. Además, si de lo que se trataba era de “controlar la población” para evitar que el comunismo se extendiera, en esos mismos momentos, la URSS se encontraba en descomposición acelerada. El gobierno cesó de entregar subvenciones a International Planned Parenthood Federation (que representaban, en realidad, muy poco para esta asociación nutrida de fondos de las fundaciones propiedad de las dinastías económicas) y redujo en una cuarta parte su aportación al FNUAP. Reagan durante la campaña electoral para su segundo mandato dijo: “La explosión demográfica (...) ha sido muy exagerada. De hecho, hay algunas cifras bastante científicas y sólidas sobre cuánto espacio queda todavía en el mundo y cuántas personas más podemos tener”. Y esas cifras no coincidían ni con las apocalípticas predicciones de Ehrlich, ni con la visión catastrofista de Harrison, ni, por supuesto, con las obsesiones malthusianas de los Rockefeller.