Ofrecemos la introducción a la novela de Maurice Barrés, La colina inspirada, recientemente traducida por Ernesto Milá y precedida de este ensayo
UNAS PALABRAS PREVIAS
A LA LECTURA DE LA COLINA
INSPIRADA
En Francia, las situaciones y los personajes que menciona Barrés en La colina inspirada son suficientemente conocidos, pero en España, más de un siglo después de su lanzamiento (la primera edición está fechada en 1913) los nombre de Vintras y el intrusismo, de Naundorff y del naundorfismo, de los tres hermanos Baillard, incluso el recuerdo del propio autor, Maurice Barrés, se han difuminado lo suficiente como para justificar este preámbulo que pretende situar a los personajes y a sus circunstancias, además de dar una perspectiva más amplia del marco socio–cultural en el que surgió esta novela y las características de sus protagonistas que, efectivamente, existieron.
1. Los tres hermanos Baillard
Empecemos por los hermanos Baillard. No se trata
de personajes surgidos del a fértil imaginación de Maurice Barrés. Existieron
verdaderamente bautizados con los nombres que le atribuye el autor en su
relato: Léopold, François y Quirin. Maurice Barrés se documentó hasta la
saciedad sobre ellos: escarbó en archivos y bibliotecas de Alsacia y Lorena,
husmeó entre lo que quedaba de la secta fundada por Vintras que fue sucedido
por el abate Boullan (uno de los protagonistas de la famosa “guerra de los
magos”, a la que aludiremos colofón), habló con autoridades eclesiales que
habían conocido el caso y, sobre todo, leyó los cuarenta y cuatro volúmenes
manuscritos por los tres hermanos Baillard en los que exponían su doctrina
cismática, sus circunstancias y sus homilías. Claro está que, tratándose de una
novela, Barrés tampoco tuvo el más mínimo inconveniente en insertar elementos
de su propia cosecha que favorecieran, embellecieran y, por supuesto, aumentan
la carga dramática del relato.
Los Baillard eran hijos del que fuera alcalde de
Borville, Léopold Baillard (+1836) y de Marie–Anne Boulay (+1845). Los tres
protagonistas de la novela eran los hermanos mayores de un total de nueve
vástagos. Leopold había nacido en 1796, François en 1798 y Quirin en 1799. De
sus otros hermanos y de su infancia no se sabe gran cosa, salvo que no
ingresaron en el seminario de Pont–à–Mousson en el que cursaron estudios siendo
ordenados finalmente en 1821, 1824 y 1828, respectivamente. Léopold, el mayor,
siempre albergó ideas faraónicas. Una vez ordenado sacerdote fue destinado a
Flavigny, una pequeña población del Este francés de poco más de mil habitantes.
Albergaba grandes proyectos para su parroquia. Quería reconstruir la iglesia de
la localidad a costa de una gigantesca inversión que superaba las posibilidades
del obispado. A poco de estar allí, por algún motivo, la emprendió contra los
jóvenes del pueblo, acusándoles de beber alcohol y café, acusa a varias chicas
de ser prostitutas. Éstas, a su vez, lo denunciaron por difamación y el proceso
de eternizó en distintas instancias y con sucesivos recursos terminando en el
Consejo de Estado. Las mujeres señaladas no obtuvieron resarcimiento por la vía
judicial, pero si consiguieron que la población pidiera la sustitución de
Baillard por otro cura más abierto, comprensivo y menos beligerante. Cuando se
produjo la revolución de 1830, Léopold se vio forzado a abandonar Flavigny y
volver a su pueblo natal, Borville. Solo dos años después, el obispado lo
destinaría a Favières, otra villa de similares características a su anterior
destino.
En cuanto a François Baillard, tras ser ordenado
sacerdote fue destinado a la parroquia de Lupcourt, minúscula población de poco
más de doscientos habitantes en la el Gran Este francés. Apenas permaneció un
año en este destino y luego otros tres como misionero diocesano y cinco más al
frente de la parroquia de Méréville, un villorrio no mucho mayor que su
anterior curato y en el que permaneció un lustro, pasado el cual pidió el
traslado a Favières para ejercer como vicario en 1833. Allí se encontró con su
hermano Léopold. Juntos, proyectaron grandes obras piadosas. Compraron el
antiguo convento de las religiosas de Notre–Dame de Mattaincourt, a casi
treinta kilómetros de Favières, derribaron lo que quedaba del edificio y,
pidiendo limosnas, construyeron una nueva residencia que pudo ser ocupada de
nuevo por la comunidad de Notre–Dame en 1836.
La envergadura de estos trabajos era tal que los
Baillard llamaron a su tercer hermano sacerdote, Quirin. Tras haber recibido la
tonsura eclesial, Quirin fue destinado a pequeños pueblos, siempre en la región
del Gran Este francés. Así mismo, para promocionar el lugar, llamaron a otro de
sus hermanos, Maurice, laico, que redactó una biografía sobre el fundador de
aquel lugar en el siglo XVII, Pierre Fourier. El proyecto fue aprobado por el
obispo de Nancy y apoyadas por los obispados vecinos que promovieron una
campaña de recogida de fondos caritativos para acometer el proyecto. En 1836,
con las obras acabadas, los gastos ascendían a 70.000 francos y no habían sido
cubiertos en su totalidad cuando las monjas de Notre Dame llegaron al lugar.
Tras este éxito, los tres hermanos compraron la propiedad de Saint Odile, casi
en la frontera alemana, tratando de repetir lo que ya habían hecho: reconstruir
el lugar y promocionarlo entregando su gestión a una comunidad religiosa. Quirin
se hizo cargo del lugar, pero los distintos proyectos presentados fueron
rechazados por el obispado, con lo que, finalmente, debió contentarse, con hacer
de Saint Odile un lugar de peregrinación.
A mediados de los años 30, los tres hermanos
Baillard conocieron la existencia del santuario de Notre–Dame de Sión.
Instalado en la colina de Sion–Vaudemont, el santuario se encontraba en un
estado deplorable. En otro tiempo había sido uno de los principales lugares de
peregrinación de Francia y los Baillard quisieron repetir lo que antes habían
hecho en Mattaincourt e intentado en Saint Odile. Empezaban a estar
sobrecargados de deudas, pero eso no fue obstáculo para que a base de préstamos
bancarios pudieran comprar los viejos edificios, el jardín y algunas tierras
situadas en las inmediaciones. Querían instalar una escuela primaria que
ofreciese a sus alumnos formación profesional, una casa de retiro para
sacerdotes jubilados y, finalmente, una escuela para maestros católicos.
Con su
energía habitual, los Baillard iniciaron las obras –Léopold y François, todavía
seguían manteniendo el destino que el obispado les había dado en Favières– en
medio de crecientes dificultades económicas. En 1837, finalmente, pudo abrirse
la escuela de formación para maestros católicos, cuyos profesores salieron del
Instituto de Hermanos de la Doctrina Cristiana de Nancy. Las dificultades y la
falta de fondos se convirtieron en dramáticas y animaron a los Baillard a
abandonar Favières e instalarse de forma permanente en Sion–Saxon en 1838. A
poco de llegar compraron otra propiedad que querían transformar en escuela
primaria superior.
Los
Baillard no habían llegado solos a Sion–Saxon. Un grupo de mujeres jóvenes que
habían formado en Favières los acompañaron. La idea de los Baillard era
construir junto a la granja la sede de una asociación de mujeres católicas
dirigidas por Thérèse Thiriet, conocida como “Hermana Léopold”, una extraña
mujer. Aquejada de una dolorosa enfermedad, afirmaba haber sido curada
milagrosamente por el padre Fourier en Mattaincourt. Una comisión enviada por
el obispo de Saint–Dié, confirmó la curación milagrosa. Al parecer era una
mujer excéntrica, autoritaria e iluminada, que pronto consiguió ser muy
influyente sobre el mayor de los Baillard.
Es en ese
entorno en el que se desarrollarán los hechos que se narran en este relato de
Maurice Barrés.
Si estos son los tres protagonistas principales
de la novela de Barrés, quizás sea este el mejor momento para referirnos al
escenario en el que transcurren los hechos: la colina de Sión–Vaudemont, a la
que el novelista atribuye el cariñoso título que da nombre al relato, “la
colina inspirada”.
2. Sión–Vaudemont, la “colina inspirada”
Situada en Lorena a 30 km de Nancy, no es una
montaña de altura desmesurada, ni de grandeza salvaje. Es más bien una pequeña
elevación de apenas 250 metros de altura por encima de la llanura. Desde lo
alto se divisan kilómetros de superficie lorenesa y hasta ochenta pequeños
pueblos. Hoy, en lo alto se encuentra un monumento a Barrés y la llamada torre
de la Virgen. Al sur de la colina vegeta el discreto pueblo de Vaudémont, sede
en otro tiempo de los diques de Lorena, vinculados a la familia de los Habsburgo–Lorena.
En el nordeste, el viajero puede contemplar el santuario de Notre–Dame de Sion
y algunas casas rústicas que constituyen el minúsculo villorrio de Sion. Algo
más al sur está la aldea de Saxon separada por apenas un kilómetro de Sion.
Ambos núcleos están fusionados en el municipio de Saxon–Sion de apenas 80
habitantes en 1990.
Barrés, en sus primeras páginas, da cuenta de
todo el pasado mítico de la zona. Lo hace para justificar el título de la obra:
“la colina inspirada” y una de sus primeras frases (“hay lugares en donde sopla
el espíritu”). No vale la pena, pues, explicar cómo aquel santuario pagano se
convirtió en cristiano, ni como lindando casi el primer milenio, el lugar
aparece por primera vez en documentos que han llegado hasta nosotros. Un siglo
antes de las Cruzadas, la colina de Sión ya había sido bautizada con este nombre
que no deriva de la Sión bíblica, sino de pagus seiuntensis, o país del
Saintois, cuya contracción dio como resultado Sion. Se sabe que a finales del
siglo VI ya existía una ermita en aquel lugar.
Los condes de Vaudémont y luego los duques de
Lorena, católicos devotos, hicieron mucho para promocionar y proteger el lugar.
El coro de la actual basílica se construyó entre 1320 y 1330, la estatua de
Notre–Dame, amamantando a su Hijo, es solo algo posterior. Cuando acaba la Edad
Media, un siglo después, la colina de Sion y su templo ya se han convertido en
el santuario nacional del ducado independiente de Lorena. Los milagros se
cuentan por decenas y la devoción popular alcanzó a las regiones contiguas.
Será en el primer tercio del siglo XVII cuando el
duque Francisco construye un santuario para los terciarios y un convento que
será ocupado por los oblatos[1]. No será sino hasta el siglo XVIII, cuando el
antiguo Rey de Polonia, convertido en Duque de Lorena, Estanislao Leszczynski,
impulsará la construcción de la actual basílica que solamente será consagrada
en 1749. Cuando eso ocurre, ya se han producido grandes cambios en la política
regional: Lorena ha sido incorporada a Francia. Esto implica que, cuando
estalla aquella gran masacre que fue la Revolución Francesa, la ira de los
jacobinos se proyectará sobre la basílica. La estatua de Notre–Dame será
destrozada, los terciarios dispersados y la Iglesia saqueada. El lugar caerá en
el abandono, el olvido y la decadencia hasta que, en 1825, el obispo de Nancy,
Monseñor Charles de Forbin–Janson organice una primera peregrinación cuyo
objetivo inconfeso debería ser la restauración del lugar como destino de
peregrinaciones y romerías devotas.
Es en ese momento, cuando aparecen los tres
hermanos Baillard con sus desmesurados proyectos constructivos y su
inquebrantable voluntad misional. No podrán evitar –Barrés lo narra
diestramente– conflictos con el obispado a causa de los gastos excesivos, ni
tampoco les ayudará el compensar la oposición generada en el obispado católico con
la adhesión al círculo de Eugéne Vintras. El 8 de septiembre de 1859, Léopold
Baillard, anunciará desde el púlpito la fundación de la Obra de la Misericordia
que tendrá en la colina de Sión su sede central. Esta decisión les costará ser
suspendidos por el obispado.
Es en ese punto en donde la novela de Barrés toma
un giro trágico y adquiere su gran núcleo en el análisis del drama personal de
tres hermanos bienintencionados, pero incapaces de realizar un examen de
conciencia objetivo ni siquiera de ver la enorme superchería que se encontraba
tras la secta dirigida por Vintras. Todo hubiera podido terminar cuando
aparecieron las primeras dificultades económicas, el obispado empezó a ponerse
nervioso e, incluso, cuando los Baillard pensaron en vender el lugar a la
comunidad de los Oblatos que se había establecido en las inmediaciones. Pero
hubo mucho orgullo en los Baillard, la negativa a reconocer que su impulsividad
y megalomanía precisaba un freno y sobre todo un examen de conciencia. No lo
hicieron: se obstinaron en seguir adelante y chocaron con el obispado, con los
oblatos, y finalmente, con su propio pueblo.
Leyendo a Barrés casi podemos entender lo que
pasó. Visitando el lugar lo confirmamos: es, en efecto, un lugar en donde sopla
el espíritu, quien llega allí con el corazón abierto, ya no puede actuar como
un ser humano racional. Entiende que el espíritu es superior a la materia y que
todo lo material debe subordinarse al cultivo del espíritu. Las jerarquías
eclesiales no lo entendieron así. Y en cuanto a Vintras, entonces podía dudarse
sobre si era un iluminado, un loco o un estafador. Hoy todo está más claro,
como veremos.
Pero, antes de entrar en el personaje clave de la
aventura de los Baillard, vale la pena que nos detengamos, apenas unos párrafos,
en decir algo sobre el autor de este fascinante relato.
[1] Laicos
de ambos sexos, vinculados a una orden religiosa y que viven según sus
reglas. Se aplica a personas que, aunque no vivan en un monasterio, tienen
una relación especial con él y siguen la espiritualidad benedictina.
