miércoles, 25 de junio de 2025

"LA COLINA INSPIRADA" - INTRODUCCION (1) - Los tres hermanos Baillard - La colina de Sión


Ofrecemos la introducción a la novela de Maurice Barrés, La colina inspirada, recientemente traducida por Ernesto Milá y precedida de este ensayo 

UNAS PALABRAS PREVIAS

A LA LECTURA DE LA COLINA INSPIRADA

En Francia, las situaciones y los personajes que menciona Barrés en La colina inspirada  son suficientemente conocidos, pero en España, más de un siglo después de su lanzamiento (la primera edición está fechada en 1913) los nombre de Vintras y el intrusismo, de Naundorff y del naundorfismo, de los tres hermanos Baillard, incluso el recuerdo del propio autor, Maurice Barrés, se han difuminado lo suficiente como para justificar este preámbulo que pretende situar a los personajes y a sus circunstancias, además de dar una perspectiva más amplia del marco socio–cultural en el que surgió esta novela y las características de sus protagonistas que, efectivamente, existieron.

1. Los tres hermanos Baillard

Empecemos por los hermanos Baillard. No se trata de personajes surgidos del a fértil imaginación de Maurice Barrés. Existieron verdaderamente bautizados con los nombres que le atribuye el autor en su relato: Léopold, François y Quirin. Maurice Barrés se documentó hasta la saciedad sobre ellos: escarbó en archivos y bibliotecas de Alsacia y Lorena, husmeó entre lo que quedaba de la secta fundada por Vintras que fue sucedido por el abate Boullan (uno de los protagonistas de la famosa “guerra de los magos”, a la que aludiremos colofón), habló con autoridades eclesiales que habían conocido el caso y, sobre todo, leyó los cuarenta y cuatro volúmenes manuscritos por los tres hermanos Baillard en los que exponían su doctrina cismática, sus circunstancias y sus homilías. Claro está que, tratándose de una novela, Barrés tampoco tuvo el más mínimo inconveniente en insertar elementos de su propia cosecha que favorecieran, embellecieran y, por supuesto, aumentan la carga dramática del relato.

Los Baillard eran hijos del que fuera alcalde de Borville, Léopold Baillard (+1836) y de Marie–Anne Boulay (+1845). Los tres protagonistas de la novela eran los hermanos mayores de un total de nueve vástagos. Leopold había nacido en 1796, François en 1798 y Quirin en 1799. De sus otros hermanos y de su infancia no se sabe gran cosa, salvo que no ingresaron en el seminario de Pont–à–Mousson en el que cursaron estudios siendo ordenados finalmente en 1821, 1824 y 1828, respectivamente. Léopold, el mayor, siempre albergó ideas faraónicas. Una vez ordenado sacerdote fue destinado a Flavigny, una pequeña población del Este francés de poco más de mil habitantes. Albergaba grandes proyectos para su parroquia. Quería reconstruir la iglesia de la localidad a costa de una gigantesca inversión que superaba las posibilidades del obispado. A poco de estar allí, por algún motivo, la emprendió contra los jóvenes del pueblo, acusándoles de beber alcohol y café, acusa a varias chicas de ser prostitutas. Éstas, a su vez, lo denunciaron por difamación y el proceso de eternizó en distintas instancias y con sucesivos recursos terminando en el Consejo de Estado. Las mujeres señaladas no obtuvieron resarcimiento por la vía judicial, pero si consiguieron que la población pidiera la sustitución de Baillard por otro cura más abierto, comprensivo y menos beligerante. Cuando se produjo la revolución de 1830, Léopold se vio forzado a abandonar Flavigny y volver a su pueblo natal, Borville. Solo dos años después, el obispado lo destinaría a Favières, otra villa de similares características a su anterior destino.

En cuanto a François Baillard, tras ser ordenado sacerdote fue destinado a la parroquia de Lupcourt, minúscula población de poco más de doscientos habitantes en la el Gran Este francés. Apenas permaneció un año en este destino y luego otros tres como misionero diocesano y cinco más al frente de la parroquia de Méréville, un villorrio no mucho mayor que su anterior curato y en el que permaneció un lustro, pasado el cual pidió el traslado a Favières para ejercer como vicario en 1833. Allí se encontró con su hermano Léopold. Juntos, proyectaron grandes obras piadosas. Compraron el antiguo convento de las religiosas de Notre–Dame de Mattaincourt, a casi treinta kilómetros de Favières, derribaron lo que quedaba del edificio y, pidiendo limosnas, construyeron una nueva residencia que pudo ser ocupada de nuevo por la comunidad de Notre–Dame en 1836.

La envergadura de estos trabajos era tal que los Baillard llamaron a su tercer hermano sacerdote, Quirin. Tras haber recibido la tonsura eclesial, Quirin fue destinado a pequeños pueblos, siempre en la región del Gran Este francés. Así mismo, para promocionar el lugar, llamaron a otro de sus hermanos, Maurice, laico, que redactó una biografía sobre el fundador de aquel lugar en el siglo XVII, Pierre Fourier. El proyecto fue aprobado por el obispo de Nancy y apoyadas por los obispados vecinos que promovieron una campaña de recogida de fondos caritativos para acometer el proyecto. En 1836, con las obras acabadas, los gastos ascendían a 70.000 francos y no habían sido cubiertos en su totalidad cuando las monjas de Notre Dame llegaron al lugar. Tras este éxito, los tres hermanos compraron la propiedad de Saint Odile, casi en la frontera alemana, tratando de repetir lo que ya habían hecho: reconstruir el lugar y promocionarlo entregando su gestión a una comunidad religiosa. Quirin se hizo cargo del lugar, pero los distintos proyectos presentados fueron rechazados por el obispado, con lo que, finalmente, debió contentarse, con hacer de Saint Odile un lugar de peregrinación.

A mediados de los años 30, los tres hermanos Baillard conocieron la existencia del santuario de Notre–Dame de Sión. Instalado en la colina de Sion–Vaudemont, el santuario se encontraba en un estado deplorable. En otro tiempo había sido uno de los principales lugares de peregrinación de Francia y los Baillard quisieron repetir lo que antes habían hecho en Mattaincourt e intentado en Saint Odile. Empezaban a estar sobrecargados de deudas, pero eso no fue obstáculo para que a base de préstamos bancarios pudieran comprar los viejos edificios, el jardín y algunas tierras situadas en las inmediaciones. Querían instalar una escuela primaria que ofreciese a sus alumnos formación profesional, una casa de retiro para sacerdotes jubilados y, finalmente, una escuela para maestros católicos.

Con su energía habitual, los Baillard iniciaron las obras –Léopold y François, todavía seguían manteniendo el destino que el obispado les había dado en Favières– en medio de crecientes dificultades económicas. En 1837, finalmente, pudo abrirse la escuela de formación para maestros católicos, cuyos profesores salieron del Instituto de Hermanos de la Doctrina Cristiana de Nancy. Las dificultades y la falta de fondos se convirtieron en dramáticas y animaron a los Baillard a abandonar Favières e instalarse de forma permanente en Sion–Saxon en 1838. A poco de llegar compraron otra propiedad que querían transformar en escuela primaria superior.

Los Baillard no habían llegado solos a Sion–Saxon. Un grupo de mujeres jóvenes que habían formado en Favières los acompañaron. La idea de los Baillard era construir junto a la granja la sede de una asociación de mujeres católicas dirigidas por Thérèse Thiriet, conocida como “Hermana Léopold”, una extraña mujer. Aquejada de una dolorosa enfermedad, afirmaba haber sido curada milagrosamente por el padre Fourier en Mattaincourt. Una comisión enviada por el obispo de Saint–Dié, confirmó la curación milagrosa. Al parecer era una mujer excéntrica, autoritaria e iluminada, que pronto consiguió ser muy influyente sobre el mayor de los Baillard.

Es en ese entorno en el que se desarrollarán los hechos que se narran en este relato de Maurice Barrés.

Si estos son los tres protagonistas principales de la novela de Barrés, quizás sea este el mejor momento para referirnos al escenario en el que transcurren los hechos: la colina de Sión–Vaudemont, a la que el novelista atribuye el cariñoso título que da nombre al relato, “la colina inspirada”.

2. Sión–Vaudemont, la “colina inspirada”

Situada en Lorena a 30 km de Nancy, no es una montaña de altura desmesurada, ni de grandeza salvaje. Es más bien una pequeña elevación de apenas 250 metros de altura por encima de la llanura. Desde lo alto se divisan kilómetros de superficie lorenesa y hasta ochenta pequeños pueblos. Hoy, en lo alto se encuentra un monumento a Barrés y la llamada torre de la Virgen. Al sur de la colina vegeta el discreto pueblo de Vaudémont, sede en otro tiempo de los diques de Lorena, vinculados a la familia de los Habsburgo–Lorena. En el nordeste, el viajero puede contemplar el santuario de Notre–Dame de Sion y algunas casas rústicas que constituyen el minúsculo villorrio de Sion. Algo más al sur está la aldea de Saxon separada por apenas un kilómetro de Sion. Ambos núcleos están fusionados en el municipio de Saxon–Sion de apenas 80 habitantes en 1990.

Barrés, en sus primeras páginas, da cuenta de todo el pasado mítico de la zona. Lo hace para justificar el título de la obra: “la colina inspirada” y una de sus primeras frases (“hay lugares en donde sopla el espíritu”). No vale la pena, pues, explicar cómo aquel santuario pagano se convirtió en cristiano, ni como lindando casi el primer milenio, el lugar aparece por primera vez en documentos que han llegado hasta nosotros. Un siglo antes de las Cruzadas, la colina de Sión ya había sido bautizada con este nombre que no deriva de la Sión bíblica, sino de pagus seiuntensis, o país del Saintois, cuya contracción dio como resultado Sion. Se sabe que a finales del siglo VI ya existía una ermita en aquel lugar.

Los condes de Vaudémont y luego los duques de Lorena, católicos devotos, hicieron mucho para promocionar y proteger el lugar. El coro de la actual basílica se construyó entre 1320 y 1330, la estatua de Notre–Dame, amamantando a su Hijo, es solo algo posterior. Cuando acaba la Edad Media, un siglo después, la colina de Sion y su templo ya se han convertido en el santuario nacional del ducado independiente de Lorena. Los milagros se cuentan por decenas y la devoción popular alcanzó a las regiones contiguas.

        

Será en el primer tercio del siglo XVII cuando el duque Francisco construye un santuario para los terciarios y un convento que será ocupado por los oblatos[1]. No será sino hasta el siglo XVIII, cuando el antiguo Rey de Polonia, convertido en Duque de Lorena, Estanislao Leszczynski, impulsará la construcción de la actual basílica que solamente será consagrada en 1749. Cuando eso ocurre, ya se han producido grandes cambios en la política regional: Lorena ha sido incorporada a Francia. Esto implica que, cuando estalla aquella gran masacre que fue la Revolución Francesa, la ira de los jacobinos se proyectará sobre la basílica. La estatua de Notre–Dame será destrozada, los terciarios dispersados y la Iglesia saqueada. El lugar caerá en el abandono, el olvido y la decadencia hasta que, en 1825, el obispo de Nancy, Monseñor Charles de Forbin–Janson organice una primera peregrinación cuyo objetivo inconfeso debería ser la restauración del lugar como destino de peregrinaciones y romerías devotas.

Es en ese momento, cuando aparecen los tres hermanos Baillard con sus desmesurados proyectos constructivos y su inquebrantable voluntad misional. No podrán evitar –Barrés lo narra diestramente– conflictos con el obispado a causa de los gastos excesivos, ni tampoco les ayudará el compensar la oposición generada en el obispado católico con la adhesión al círculo de Eugéne Vintras. El 8 de septiembre de 1859, Léopold Baillard, anunciará desde el púlpito la fundación de la Obra de la Misericordia que tendrá en la colina de Sión su sede central. Esta decisión les costará ser suspendidos por el obispado.

Es en ese punto en donde la novela de Barrés toma un giro trágico y adquiere su gran núcleo en el análisis del drama personal de tres hermanos bienintencionados, pero incapaces de realizar un examen de conciencia objetivo ni siquiera de ver la enorme superchería que se encontraba tras la secta dirigida por Vintras. Todo hubiera podido terminar cuando aparecieron las primeras dificultades económicas, el obispado empezó a ponerse nervioso e, incluso, cuando los Baillard pensaron en vender el lugar a la comunidad de los Oblatos que se había establecido en las inmediaciones. Pero hubo mucho orgullo en los Baillard, la negativa a reconocer que su impulsividad y megalomanía precisaba un freno y sobre todo un examen de conciencia. No lo hicieron: se obstinaron en seguir adelante y chocaron con el obispado, con los oblatos, y finalmente, con su propio pueblo.

Leyendo a Barrés casi podemos entender lo que pasó. Visitando el lugar lo confirmamos: es, en efecto, un lugar en donde sopla el espíritu, quien llega allí con el corazón abierto, ya no puede actuar como un ser humano racional. Entiende que el espíritu es superior a la materia y que todo lo material debe subordinarse al cultivo del espíritu. Las jerarquías eclesiales no lo entendieron así. Y en cuanto a Vintras, entonces podía dudarse sobre si era un iluminado, un loco o un estafador. Hoy todo está más claro, como veremos.

Pero, antes de entrar en el personaje clave de la aventura de los Baillard, vale la pena que nos detengamos, apenas unos párrafos, en decir algo sobre el autor de este fascinante relato.



[1] Laicos de ambos sexos, vinculados a una orden religiosa y que viven según sus reglas. Se aplica a personas que, aunque no vivan en un monasterio, tienen una relación especial con él y siguen la espiritualidad benedictina.