miércoles, 26 de abril de 2023

NOSOTROS LOS FACHAS Y LA EXTREMA-IZQUIERDA A LA QUE ODIÁBAMOS TANTO (10) - DIVAGACIONES SOBRE LAS FALANGES DE LA TRANSICIÓN, LOS MONTONEROS, LA AUTOGESTIÓN Y MÁS ASUNTOS PENDIENTES.

El ambiente falangista, por su misma naturaleza, tuvo algunas similitudes con la deriva que siguió fatalmente F/N pero también notables diferencias. Las distintas tendencias falangistas no entendieron que, en 1975, había terminado una época definitivamente y para siempre: empezaba el tiempo de los partidos políticos convencionales; lo que hubiera sido Falange Española durante la República, en los primeros años del franquismo, durante la guerra civil o en el tardofranquismo, ya importaba muy poco. El “tiempo nuevo” no era proclive ni para uniformes, ni para formaciones paramilitares, ni siquiera para los mismos mensajes que unos pocos años atrás difundía el FES, o los Círculos José Antonio o los falangistas anidados en el vetusto caserón de la Secretaría General del Movimiento. Incluso los falangistas que buscaron “renovar” más su arsenal propagandístico y agitativo, los miembros de la FE-JONS(a), no lograron nada más que aumentar el caos y la confusión en torno al nacional-sindicalismo. No bastaba con dejarse el pelo largo, barba y pantalones campaña para “estar al día”. Cuando ese estilo se combinaba con la camisa azul y el yugo y las flechas que remitían, no tanto a la lejana en el tiempo Falange de José Antonio fundada en 1933, sino al franquismo desaparecido anteayer, era muy difícil obtener credibilidad proclamando estar a favor de la “ruptura democrática”, tratando de ser más obreristas que nadie (“Falange con el obrero”).

Justo es reconocer que las gentes de “la Auténtica”, fueron los más activos, los más dinámicos, incluso los más imaginativos, de entre todos los grupos falangistas de la transición. Pero eran, tan ingenuos como el resto de la familia azul; eran la desembocadura imposible de un ideal que se había hundido en 1945, cuando los tanques rusos y la aviación norteamericana convirtió Europa en tierra de reconstrucción. El fascismo murió ese año y las distintas variedades de “fascismos nacionales” murieron con él. Y el problema de “la auténtica” es que no quiso reconocer que la Falange de José se parecía más a los fascismos nacionales que a cualquier otro movimiento político de su tiempo. A diferencia de los fascismos que, después de 1945, se convirtieron en “neo-fascismos”, no hubo un “neo-falangismo”. Salvo Cantarero del Castillo, que intentó una reconversión del movimiento hacia la social-democracia -muy ingenuo por lo demás-, el resto de tendencias falangistas se enrocó en la búsqueda de la “ortodoxia”, la “autenticidad” o la alianza con nacional-católicos.

A años de distancia no creo que se pueda reprochar a ninguna de las tres tendencias el “haberse equivocado”, a la vista de la desaparición efectiva del falangismo de la escena política que se hizo patente a partir del primer tercio de los años 80. No es que esa desaparición fuera solamente el resultado de la suma de errores acumulados durante el franquismo, ni de las carencias de la falange fundacional que apenas tuvo tres años intensos y plagados de tensiones extremas para poder forjar doctrina, estrategia, clase política, tácticas, etc, ni de que sus mejores cabezas desaparecieran en el marasmo de la guerra civil o cayeran en Rusia: es que, simple y sencillamente, a partir de 1945, no podían vencer. Se adoptara la línea política que se adoptase, se emplearan los medios tácticos y se eligiera cualquier estrategia, vencidos los “fascismos” solamente quedaba “desfascistizarse”. Y aquí, como en el estar embarazados, no había término medio. O se cambiaba la uniformidad, las consignas, los símbolos, el nombre mismo del movimiento y de la doctrina que fuera el resultado de un análisis oportunista y coyuntural, sino que surgiera de una reflexión total sobre la realidad mundial y la deriva que había tomado Europa -y con ella España- en la segunda mitad del siglo XX. No se pudo hacer porque faltaron teóricos de altura, lúcidos con capacidad para transmitir ideas, que, además, fueran respetados por las bases, admirados, temidos y que hubieran mostrado su capacidad como conductores de masas.

La realidad fue que, a partir de 1942-45, los sectores “revolucionarios” de la Falange -que la historia demuestra que había fiado el destino de su revolución a la suerte de las armas del Eje- quedaron completamente desorientados, desmoralizados, desmovilizados, por el resultado final de la guerra mundial (sería este grupo, precisamente, el que iría escorándose a la izquierda a medida que avanzara el franquismo. ¿Su figura central? Dionisio Ridruejo. ¿Su mito? Un Hedilla que solamente buscaba su rehabilitación). Otros falangistas siguieron dentro de las estructuras franquistas, subordinados a la figura de Franco, aceptando el hecho de que eran una componente más del régimen y así permanecieron hasta noviembre de 1975. Hubo en este grupo mucha retórica, bastante “acción social” desde los puestos de poder y un indudable acomodamiento a las poltronas. Y, finalmente, existieron núcleos que leyeron las Obras Completas, fueron formados en el Frente de Juventudes o en las demás organizaciones del Movimiento y creyeron que aquellas intuiciones geniales podían -todavía- llevarse a la práctica y empezaron a “disentir” del aparato oficialista. De ahí surgieron los Círculos José Antonio, antes que ellos, el FES, un poco después el FSR, los Antiguos Miembros de Juventudes, y de ahí, finalmente, surgieron también “los auténticos”.

Lo que caracterizaba a estos últimos es que eran “obreristas”, más sindicalistas que nacionalistas. En buena lógica deberían haber terminado su andadura política, como hicieron muchos de ellos, en las filas de la CNT de la transición que todavía tuvo cierta fuerza e, incluso, en Barcelona, atrajo a un par de docenas de jóvenes falangistas radicalizados en lo social. O en el FSR que agrupaba a falangistas vergonzantes -fundado por Narciso Perales que luego sería expulsado del grupo cuando los no-falangistas se convirtieron en mayoritarios- con sindicalistas puros a lo Pestaña y que, por supuesto, también terminaría extinguiéndose como se extingue todo aquello que termina, inevitablemente, siendo rescoldos de otras épocas. Y la CNT lo era tanto como la Falange.

Algunos de aquellos “auténticos” estaban seducidos por la experiencia montonera en los años en los que los montoneros ya estaban ampliamente derrotados. Vale la pena dedicar unas líneas a aquella experiencia que, como dicen los argentinos, “cagó” a toda una generación. La derrota montonera fue el resultado de sucesivos “errores tácticos” (asesinar a José Ignacio Rucci, jefe del sindicalismo peronista, enfrentarse al propio Perón y pretender seguir siendo “peronistas” y cometer decenas de atentados que generaron inseguridad y confusión en la sociedad argentina, hasta precipitar y justificar, en sí mismo, el golpe del 24 de marzo de 1976). Tras los errores tácticas empezaron los secuestros por motivos exclusivamente económicos. El 19 de septiembre de 1974 la “Columna Norte de los Montoneros” secuestró a los hermanos Juan y José Born, propietarios de la multinacional Bunge & Born por el que cobraron 260 millones de euros (en cotización de 2015). Parte de ese dinero fue “invertido” en Cuba a través del banquero David Graiver (que, al morir en un dudoso accidente aéreo, pasó a manos del gobierno castrista). Dado que el rescate se cobró en partes, la dirección juzgó adecuado reagrupar a los militantes que se encontraban en el exilio y financiar la “contraofensiva” de 1979 que fracasó por completo y costó la muerte de 80 guerrilleros. Estaba claro que ya no se podía derrocar al gobierno militar mediante “la lucha armada”. Quizás por eso, la “Conducción Montonera”, alegando que la situación internacional estaba cambiando y que la victoria sandinista en Nicaragua y el derrocamiento del Sha de Persia, demostraba que “las masas” podían vencer a los gobiernos dictatoriales, promovieron una segunda contraofensiva en enero de 1980. Pero también hay quienes alegan -y con razón- que la dirección montonera, en ese momento, conocía que todos depósitos de armas habían sido localizados por las fuerzas de seguridad y los militantes que entraban clandestinamente en Argentina, eran sistemáticamente detenidos en la frontera. En apenas un mes, la totalidad de los militantes enviados al interior resultaron detenidos: el Batallón 601, encargado de la represión tenía “información privilegiada” sobre los militantes que regresaban del exilio para desencadenar nuevas operaciones terroristas. ¿Qué había ocurrido? Algo tan simple como que, cuando una lucha se da por perdida, lo último que queda es discutir quién se queda con la caja (por cierto, ¿os habéis dado cuenta de que nadie ha aludido al “tesoro de ETA” tras la disolución de la banda…). Y del secuestro de los Born todavía quedaba mucho. El envío de militantes del exilio al interior, tenía como único fin reducir el número de personas que se repartirían lo que quedaba de aquella operación. Los que se negaron a reingresar en Argentina fueron expulsados de la organización alegando “indisciplina”. Negocio redondo, en una palabra. Allí murió el ideal montonero que ya estaba muerto desde los errores tácticos de 1973-1974.

Ajenos a todo esto, los falangistas “auténticos” realizaron el siguiente encadenamiento de silogismos: “Perón era “justicialista”. El “justicialismo” era patriotismo más justas políticas sociales. Los montoneros eran peronistas. Los falangistas tenían en España los mismos objetivos que los peronistas: patriotismo más justicia social. La situación en España en 1973-1977 era igual a la Argentina: en efecto, en ambos países existía una “dictadura militar”. Los montoneros parecían ser los peronistas más radicales”. Los falangistas “auténticos” querían ser los más radicales del nacional-sindicalismo. Por lo tanto, se mirarían en el espejo de los peronistas.

Estas distorsiones son lógicas cuando se ven las cosas a los 10.000 kilómetros que separan Madrid de Buenos Aires y cuando se tiene tendencia a creer -porque se quiere “creer”, toda forma de militancia política deriva de una “creencia”, es decir, de la consideración de que existen fórmulas divinas que escapan a la racionalidad, para solucionar cualquier problema- las informaciones distribuidas por las grandes cadenas informativas que, en aquel momento, en España eran tres: PRISA, Cadena 16, y Zeta, las tres alineadas con una visión “progresista” y más favorable a condenar las “desapariciones” de los terroristas en Argentina y, por tanto, a condenar al régimen militar, que a ver la actividad montonera como simple terrorismo. Los “auténticos” fueron víctimas de una alucinación generada por la combinación de este tipo de prensa y por su propia “creencia”.

Para muchos de ellos -en la falange “auténtica” había muchas sensibilidades y opiniones diferentes entre sus miembros- el “modelo montonero” era el ideal: “creían” que respondía a su concepción de la justicia social basado en un sindicalismo fuerte y autónomo, en un nacionalismo que parecía más presentable si se planteaba como “anti-imperialismo” y estaba enfrentado a muerte a los “gorilas” (los militares en Argentina) como ellos estaban en contra del ”búnker”, “de la dictadura franquista” y demás. Y, todo esto, que desde lejos y según el alimento intelectual que se consumiera, podría ser asumible en Madrid al contemplar lo que ocurría al otro lado del Océano, no dejaba de ser un cuadro irreal y deformado, tanto de lo que ocurría en España como de los sucesos argentinos y sobre la realidad del peronismo.

Ignoraban, por ejemplo, que cuando Perón residía en Madrid, había concedido una entrevista a la revista Juanpérez, publicada en Barcelona por Ediciones Acervo, propiedad de un excombatiente de la División Azul, relacionado familiarmente con Narciso Perales. La revista, de la que hablaré en otro lugar, era exponente de los sectores falangistas más europeístas y vinculados al neofascismo. El grupo originario que daría lugar a la creación del Círculo Español de Amigos de Europa (CEDADE), nació precisamente de ese entorno en el que, además, se encontraron exiliados de los países del Eje, jóvenes falangistas que estaban conectados con grupos neofascistas franceses, alemanes, italianos, belgas y portugueses, y antiguos miembros de Jeune Europe. Además, la revista contaba con el apoyo de antiguos miembros de la OAS (los primeros mandos del Armée Secrète antigaullista tenían como único contacto al llegar a Madrid, el teléfono de Narciso Perales).

Mencionó a Juanperez porque, luego, cuando Madrid se llenó de exiliados italianos, fue a través de antiguos colaboradores de esta revista como Stefano delle Chiaie contactó con Perón en el momento en el que Rucci era su hombre de confianza en Argentina. La “sintonía” entre Rucci y Delle Chiaie fue muy buena. Rucci era originario del Sur de Italia y, gracias a él, Delle Chiaie pudo conocer la realidad de Perón en aquel momento: el general seguía en las mismas posiciones que antes de su exilio, con las concesiones necesarias a los cambios que se habían producido en sus casi dos décadas desde que tuvo que abandonar su Patria. Cuando tuvieron lugar esos encuentros, a principios de 1973, Perón ya tenía graves problemas de salud. Rucci con el entorno sindicalista, por un lado, y María Estela Martínez y López Rega, por otro, suplían sus momentos en los que ya no estaba en condiciones de trabajar. Ambos entornos se llevaban muy mal. Rucci tenía que enviar mensajes en el interior de libros a Perón; uno de ellos, delante de Delle Chiaie cayó al suelo, siendo visto por María Estela que montó el cólera. Aun así, Perón llegó a algunos acuerdos con Delle Chiaie: el futuro gobierno peronista permitiría la estancia de una colonia de exiliados italianos (y españoles, que también hubo alguno) que recibirían todas las facilidades para establecerse allí. La contrapartida era realizar por cuenta del gobierno argentino algunas gestiones que la diplomacia oficial no podía desarrollar. No era algo extraño en aquella época. El propio Coronel Skorzeny había realizado el mismo tipo de “misiones diplomáticas” (en 1974, ejerció como mediador entre el gobierno del general Hugo Banzer y el general Augusto Pinochet, para negociar entre Bolivia y Chine una salida del primer país al Pacífico por Arica). Fue así como, finalmente, muchos exiliados neo-fascistas italianos que, hasta diciembre de 1976 residían en España, finalmente terminaron en Buenos Aires. Incluso algún exiliado español terminó allí. Algunos seguirían allí hasta hace muy poco. Augusto Cauchi, a quien introduje en España pocas semanas después del atentado del Italicus -en el que no tuvo nada que ver- y que nos dio la primera pista, ya en septiembre de 1974, de que existía una red compuesta por masones de Arezzo que pagaba para que se cometieran atentados y de la que formaban también parte miembros de los servicios de inteligencia, murió hace tres años allí. De todas formas, reconozco que esta no fue la “revelación más clamorosa” que me realizó Cauchi: gracias a él conservo todavía la afición a regalarme un whisky con cola de tanto en tanto.

Sea como fuere -y volvamos a lo que nos interesa- lo cierto es que deliberadamente la “Falange Auténtica” buscaba asumir, sino no un posicionamiento “de izquierdas”, sí al menos, una actitud que estuviera lo más distante posible de la “extrema-derecha” y del franquismo. Lo que equivalía, objetivamente, a una posición próxima a la izquierda o que, como mínimo, se identificara más con la izquierda que con la derecha. Como ya hemos dicho, una equidistancia entre izquierdas y derechas -la posición oficial e histórica de José Antonio Primo de Rivera- no solamente era difícil sino prácticamente imposible y suponía un ejercicio de equilibrio inestable, susceptible de ser malentendido, tanto por la derecha como por la izquierda.

Pero, eso sí, existió una similitud entre los “montoneros” y la Falange Auténtica: en ambos sectores, el elemento dominante era la juventud, con su carga de radicalismo, su visceralidad, su idealismo, pero también con su inexperiencia, su falta de sentido de la realidad, su narcisismo. La suerte para los falangistas “auténticos” fue que las tentaciones de pasar a la “luchar armada” no pasaron del nivel de conversaciones informales, algunos contactos aislados con miembros del exilio montonero en España y gestos de solidaridad. Los montoneros argentinos, en cambio, pagaron caro su desenfoque. En primer lugar, con el aislamiento político, incluso en el interior del propio movimiento peronista, y luego pagando un precio de sangre elevadísimo (entre los 8.327 desaparecidos entre 1969 y 1980, dos tercios estaban vinculadas a gentes que, o bien eran o habían sido o tenían relación con el movimiento montonero).

¿Estos posicionamientos de los falangistas “auténticos” reportaron la incorporación de elementos procedentes de la izquierda? Quizás hubo alguno, pero no, desde luego, en número significativo. En realidad, históricamente, si es rigurosamente cierto que núcleos importantes falangistas, tanto en los años 60, como en los años 70, incluso en los 50 (los casos de Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Laín Entralgo), pasaron a integrarse en distintas sensibilidades de izquierda. Pero ese proceso nunca se dio en sentido inverso de forma significativa. En el microcosmos barcelonés, pudimos ver como entre 1970 y 1973 aparecieron sectores visiblemente muy inclinados a la izquierda; se decían “sindicalistas”, pero no había entre ellos ninguno que trabajara en una fábrica o en un tajo. Eran jóvenes procedentes de Hogares del Frente de Juventudes, de clase media. Entre 1974 y 1976 lanzaron más y más siglas, innecesarias porque sus ideales ya estaban reflejados en el Frente Sindicalista Revolucionario, en el que terminarían integrándose algunos. Todos esgrimían la “autogestión” como eslogan que era, por cierto, el mismo que manejaba la “izquierda carlista” y que se había popularizado tras mayo del 68 especialmente por la CFDT francesa y en España por los folletos de editorial ZYX (Autogestión en Yugoslavia, Autogestión en Argelia, Autogestión en Checoslovaquia…, libros de los que era difícil sacar algo en claro aplicable a la España de la época) y al “personalismo” de Mounier (también venteado por ZYX y que, redimensionado hoy, es, simplemente, aburrido, ingenuo, confuso e “idealista” en el peor sentido de la palabra).

Paro, así como la inclusión de ideas “autogestionarias” facilitó la integración del Partido Carlista en la Junta Democrática de España, estos pequeños grupos falangistas autogestionarios fueron escorándose hacia la CNT, hogar común del anarcosindicalismo español, en el que, finalmente, terminaron disolviéndose en 1976. En Valencia, recuerdo a uno de los dirigentes de los Círculos José Antonio, fanático del sindicalismo, que terminó en el PSOE. Hubo sindicalismo falangista a principios de los 60 en torno a la figura de Ceferino Maestú, pero la triste realidad, es que, a poco de aparecer Comisiones Obreras, este sector quedó desdibujado y ya nunca más recuperó protagonismo, ni siquiera en el tardofranquismo, cuando Maestú lanzó la revista Sindicalismo (creo recordar que aparecieron una veintena de números entre abril de 1975 y, quizás, mayo de 1976). Tampoco los sindicatos falangistas creados por la “auténtica” consiguieron integrar a franjas notables de trabajadores. Era como si la “izquierda falangista” intentase circular por un carril que no fuera el suyo y, por consiguiente, nadie se sumara a él, salvo los que ya había embarcados, la mayoría de los cuales, al advertir la inviabilidad del intento, saltaron para integrarse en organizaciones propiamente de izquierdas o bien emprendieran el camino del “desencanto” y el silencio.

Este fenómeno me recuerda mucho lo que ocurrió entre las filas troskystas con la tendencia llamada “pablista”, partidarios de Michel Pablo. Pablo y los suyos propusieron realizar “entrismo” en los partidos socialdemócratas. Además -mira por dónde- eran “autogestionarios”. Después de décadas de practicar este “entrismo”, todos, casi sin excepción, tanto en Francia como en Grecia, los que había penetrado en los partidos socialistas, se acomodaron a ellos, incluso, en ambos países llegaron a primeros ministros (Andreas Papandreu, Lionel Jospin, Rocard). “Muchos entran, ninguno sale…”. Lo mismo le pasó a los falangistas de izquierda que jugaron a la “autogestión”: los más consecuentes terminaron en la CNT.

Lo esencial e incuestionable es reconocer que este posicionamiento “a la izquierda” no reportó el que se integraran en él gentes procedentes de sectores “de izquierda”, sino que pareció, mucho más, un posicionamiento estético y personal de un grupo de jóvenes que querían ser como la aparente componente mayoritaria de la juventud de la época, pero que no conseguían terminar de desprenderse de sus orígenes políticos. Por el contrario, en todos los grupos de extrema-izquierda e, incluso, de izquierda moderada, existía un número significativo de miembros que procedían del falangismo.

En la adaptación del esquema de JP Faye que hemos realizado, puede verse que en la misma línea se encuentran las tres falanges: la izquierda falangista la “Auténtica”, situada más a la izquierda y, por tanto, más próxima, al otro lado, pero todavía con una parte dentro del círculo de influencia de la extrema-derecha. En efecto, ni los falangistas más “izquierdistas” pudieron zafarse de lo que representaba su pasado. Éste les obligaba, casi necesariamente, a orbitar en torno a los otros grupos azules, de los que extraían la mayor parte de su militancia. Los falangistas, en su conjunto, captaban poca militancia del “exterior”: unos grupos falanhgistas crecían y otros menguaban, pero siempre a costa unos de otros. Esa fue su característica. El “centrismo” falangista, representado por los Círculos José Antonio, luego convertidos en Partido Nacional Sindicalista, cuando ya habían perdido buena parte de su militancia en dirección a la “izquierda falangista”, fue desangrándose hasta desaparecer cuando terminaron integrándose a mediados de los 80 en la formación presidida hasta ese momento por Fernández Cuesta. Por entonces, la “izquierda falangista”, por este orden, había llamado la atención (1975-76), había atraído a sectores del “falangismo centrista” (1976-1977), empezó a deshilacharse tras sus modestísimos resultados en las elecciones de junio de 1977 y, dos años después, ya no quedaba apenas nada de toda “la auténtica”. Proyecto imposible, final lógico. Cuando escribimos en 1977 La ofensiva neofascista, en el capítulo dedicado a España, ya augurábamos este final.

Todos los grupos falangistas se apoyaban en el “pactaremos muy poco”, el malhadado “punto 27” que siempre esgrimieron para preservar su orgullosa independencia, olvidando que aquel punto fue un agregado coyuntural impuesto por la creación en 1934 del Bloque Nacional de Calvo Sotelo que había hecho la vida imposible a José Antonio entre finales de ese año y los seis primeros meses de 1935 (interrumpiendo el flujo de fondos acordados en los Pactos de El Escorial, favoreciendo la “conspiración de Ansaldo”, estimulando la “escisión de los jonsistas”, financiando La Patria Libre contra el Arriba, etc, todo ello al negarse José Antonio a integrarse en el Bloque). La respuesta fue el “punto 27”. Aquel pegote, forzado por una circunstancia que, después de febrero de 1936 ya no tuvo ningún valor ni interés (José Antonio a partir de febrero ya era consciente de que iba a tener que trabajar con otras fuerzas políticas para derribar a la República y él fue el primero en pactar con Renovación Española y el propio Manuel Hedilla -nada que ver con los “hedillistas” de los 70, pero nada de nada- fue el encargado de contactar con militares, partidos de la derecha, católicos y demás), constituyó la piedra angular del argumentario falangista para mantener su independencia… y, a la postre, su absoluta esterilidad y su desaparición práctica a partir de mediados de los 80. En esos años puede decirse que se alcanzó la “unidad falangista”, pero no por agregación de las partes, sino por desaparición.

Aprovecharé el inciso para recordar que, a finales de abril de 2023, cuando los restos de José Antonio fueron trasladados del Valle de los Caídos al cementerio de San Isidro, los “tertulianos” de derechas repitieron el que José Antonio había sido una víctima del Frente Popular, porque la “insurrección del 18 de julio se había producido cuatro meses después de estar encarcelado y, por tanto, desde prisión no podía organizar el golpe de Estado…”. Ignorancia histórica e ignorancia práctica: como si un golpe de Estado se preparara hoy y se ejecutara mañana. Desde el verano de 1935, en la reunión del Parador de Gredos, José Antonio Primo de Rivera ya tenía claro que la salida estratégica de Falange era el golpe de Estado. Y, en aquella ocasión lo propuso por primera vez y luego, cuando fue encarcelado, encargó a Manuel Hedilla Larrey los contactos con los militares golpistas. Sin olvidar que la oficialidad del Ejército de África, de mayoría falangista, ya estaba trabajando en el golpe. Este caso demuestra que, incluso los tertulianos más deseosos de “salvar” la figura de José Antonio, manifiestan una ignorancia histórica tan fuerte como los “memorialistas históricos” del pedrosanchismo.

Para terminar, un balance. En cualquier caso, Falange proporcionó buenos militantes a la izquierda, a la izquierda trotskista, a la izquierda anarcosindicalista, e incluso a la izquierda socialista, pero no recibió de estos ambientes -por lo que recuerdo- ni un solo militante seducido por sus consignas. Catalán Deus, en su libro recuerda a algunos primeros cuadros del PCE(m-l) de procedencia falangista. Cuando el recientemente fallecido Sánchez-Dragó en los años 90 o Fernando Márquez, lanzaron piropos a la Falange a finales de los 70, lo hacían a lo que ellos interpretaban que era la “doctrina falangista”, en absoluto por lo que era el “movimiento falangista” en ninguna de sus tres variedades.