El 20 de noviembre de 2025, Pedro Sánchez había decretado la
culminación de un año salpicado de eventos para conmemorar el 50 aniversario del
fallecimiento de Francisco Franco, jefe del Estado Español durante casi 40
años. En una celebración de este tipo, lo normal hubiera sido crear una
comisión de historiadores (porque el franquismo es historia), economistas
(porque durante ese período España experimentó una transformación profunda),
sociólogos (porque la sociedad de 1936 no se pareció en nada a la de 1975) y
representantes de las distintas corrientes de la sociedad civil que tuvieron algún
protagonismo en ese período. Obviamente se hubieran producido polémicas y
confrontaciones… pero es que la democracia es precisamente eso: debate.
En lugar de eso, el gobierno, perdido entre brumas cada vez más
densas de corrupción y mala gestión en todos los frentes, optó por el “unilateralismo”:
si hablamos de “franquismo”, necesariamente debe hacerse desde el punto de
vista del “antifranquismo”. La campaña de publicidad sanchista debía celebrar
100 eventos a lo largo del año bajo el lema “España en libertad”. Pero,
realmente, solo ha llegado a los medios, sin suscitar excesivo interés, el acto
inicial de la campaña y hay que visitar la web de la campaña (http://espanaenlibertad/) para advertir la
parcialidad de la campaña y lo minoritario de la asistencia a los eventos
celebrados (significativamente no hay ninguna foto de las asistencias, lo que
sugiere directamente que las “masas populares” estuvieron ausentes).
Ha sido un fenomenal patinazo del gobierno Sánchez, otro más, que
ha operado en su contra. No solamente la culminación del “año Franco” fue el día
en el que se publicó la primera sentencia condenatoria contra el “sanchismo”
(contra el fiscal general del Estado acusado de “revelación de secretos”), sino
que se publicó que -como no podía ser de otra manera- hay sectores que
conocieron aquellos años y que los añoran. En cuanto a la juventud, esas mismas
estadísticas demostraron que es cada vez más “de derechas” y que mira con
benevolencia aquellos años. El inicio del proceso
de disolución de la Fundación Francisco Franco o los proyectos de demolición
del Valle de los Caídos, ni han prestigiado a quienes los han promovido, ni siquiera
han suscitado entusiasmos ni adhesiones incondicionales a un gobierno asediado
por la corrupción y, digámoslo también, por la traición a un país y a su
historia.
A punto de acabar el circo generado desde La Moncloa, es hora de
poner los puntos sobre las íes. El franquismo tuvo sus pros y sus contras.
Cabría aplicar el viejo refrán español de “ni tanto, ni tan calvo”. Así que ahora, cuando los juicios por corrupción cada día
avanzan un poco más, cuando el “año Franco” diseñado por el sanchismo empieza a
quedar atrás y la historia sigue implacable su curso, es un buen momento
para plantearnos qué fue el franquismo, cómo fue y por qué fue.
> LOS PROBLEMAS CENTRALES
1. Franquismo uno y trino
El principal error en el que se cae a la hora de examinar el “franquismo”
es considerar que fue un período homogéneo en la historia de España, sobre la
base de que el Jefe del Estado fue siempre el mismo. Pero se trata de un error.
Podemos definir al franquismo como una forma de “adaptacionismo
conservador” y describirlo como una modificación de posturas adaptadas a las
circunstancias internacionales para defender valores católicos y conservadores.
Desde este punto de vista, no hubo “un franquismo”, sino varios. En cada una de las fases del régimen, marcada por los
acontecimientos internacionales, pero también por las alianzas en cada momento
y por las necesidades de la sociedad española, se sucedieron distintas
políticas y se fueron alterando los equilibrios entre grupos políticos que
habían participado en la sublevación cívico-militar de julio de 1936. Lo que
da unicidad a ese período no es la persistencia durante casi cuarenta años de
la misma persona el frente del Estado, sino el objetivo que esa persona, el
Generalísimo[1]
Franco, se trazó en el momento en el que asumió este título otorgado por la
Junta de Defensa Nacional en 1936, concentrando el mando de todas las fuerzas militares del bando sublevado
durante la Guerra Civil. También se acordó nombrarlo “Jefe del Gobierno del
Estado Español”. Provisto de esta doble autoridad, Franco tuvo las manos libres
para su gobierno de casi cuarenta años.
Así pues, hubo “un Franco”, pero varios “franquismos”, entendiendo
por tales, las fases en las que se aplicaron distintas fórmulas y principios
para gobernar España. Este problema no ha sido
entendido por los herederos del franquismo que, habitualmente, tomaban alguno
de esos períodos parciales y lo extrapolaban a la totalidad del franquismo.
Esto queda muy claro en aquellos franquistas que hacen gala hoy de un nacional-catolicismo
identificándolo con los años del Franquismo, cuando el nacional-catolicismo fue
hegemónico dentro del régimen en un período del mismo (que definiremos más
adelante), pero no en la totalidad del mismo. Y otro tanto puede decirse de los
“falangistas franquistas” que confunden todo el tiempo del franquismo con los
apenas cinco años en los que los falangistas tuvieron la hegemonía dentro del
régimen. Incluso, cuando Blas Piñar fundó su partido, Fuerza Nueva, el uniforme
que adoptaron, el que había caracterizado al régimen en sus primeros años,
camisa azul de la Falange y boina roja del carlismo, no tenía absolutamente nada
que ver con el “tercer franquismo” que fue, sobre todo, tecnocrático y
desarrollista y para el que la uniformidad era algo del pasado que ya no tenía
mucho sentido en la sociedad española de los años 60 y 70.
2. En franquismo ¿fue una forma de fascismo?
El parágrafo anterior tiende a contestar automáticamente esta
cuestión. En efecto, una de las fases del franquismo, que abarcaría desde la
Guerra Civil hasta 1942, período en el cual estaba muy presente la ayuda
prestada por las potencias del Eje a la victoria del bando “nacional” y en el
que, una vez desencadenada la Segunda Guerra Mundial, registró los triunfos militares
del Tercer Reich, el régimen se adaptó a estas circunstancias y cabe aplicarle
el calificativo de “fascista”, con matices[2].
Si el franquismo, solamente durante ese período, puede ser definido, en rigor cómo
idéntico al “tercer fascismo”, hay que tener en cuenta que esto no implica que,
en su interior, desaparecieran por completo las otras fuerzas que habían
participado en la sublevación contra la República: alfonsinos, carlistas,
derecha radical, centro-derecha, nacionalistas, católicos participaron
con los falangistas en la fundación del régimen. Lo más oportuno es decir
que en esa primera etapa del régimen, fue “hegemónico” dentro del gobierno una
forma de fascismo diferente al italiano y al alemán de raíces católicas, muy
influido por el zeitgeist de aquellos años que fueron “los años del
fascismo” en toda Europa.
La cuestión clave, más bien, es ¿qué entra dentro de la definición
de “fascismo”? Desde el punto de vista histórico, el fascismo es un movimiento
que aparece en los años 20 y 30 en la mayor parte de países occidentales con
unas características propias (cesarismo, corporativismo, militarización de las
masas, anticomunismo, antiliberalismo, nacionalismo, políticas sociales y
centralización del poder). Desde nuestro particular punto de vista, el fascismo
es una reacción de la clase media y de otros sectores de las clases populares
contra los efectos más visibles de la Segunda Revolución Industrial (excesos
del capitalismo, omnipotencia del sector industrial y financiero, desigualdades
de clase, ausencia de políticas sociales, crisis cíclicas). No fue la única
reacción, el bolchevismo fue otro tanto apoyado por intelectuales procedentes
de la clase media y por las masas obreras.
Lo que no fue, de ninguna manera, fue una forma de gobierno de facto
que no contara con el apoyo de las masas. Si se resta ese apoyo social, resulta
imposible entender cómo los gobiernos de Franco y Oliveira Salazar prolongaron su
gobierno durante períodos tan prolongados. Sobrevivieron,
simplemente, por que tenían, incluso en las fases finales de ambos regímenes,
una “fuerza social” superior a la de sus oponentes. En el caos español, esto es
muy visible durante los primeros momentos de la transición: cuando la “oposición
democrática”, tras las oleadas de huelgas y manifestaciones que tuvieron lugar a
lo largo de 1976, entiende que no posee “fuerza social” suficiente para
imponerse sobre los “poderes fácticos” (magistratura, ejército, principalmente)
y que el franquismo conserva todavía una importante “mayoría silenciosa”, es
cuando abandona progresivamente la idea de la “ruptura democrática” y opta por
la “transición pactada”.
3. Franquismo y dictadura
Hay palabras que arrastran una carga negativa que no tenían en su
origen: “fascismo” es una de ellas. Para restituir lo que fue el fascismo y ponerlo
en el lugar que le corresponde hay que situarse más allá de los conceptos de la
propaganda política que han contribuido a hacer de los “fascismos” el mal absoluto.
Otro tanto, cabe decir del término “dictadura” que tan a menudo se aplica al
franquismo y que, originariamente, en la antigua Roma, fue una institución ideada
para salir de situaciones de crisis extrema y que actualmente se asocia con
regímenes de extrema-dureza y total ausencia de respeto a los derechos humanos. Ya hemos visto las matizaciones necesarias
que hay que formular sobre el término “fascismo” y sobre lo que hubo de
fascismo en el franquismo. ¿Fue, entonces, una dictadura? Si, en la medida
en la que en la primavera de 1936 la República estaba en crisis (de hecho,
nunca había conseguido estabilizarse y nada auguraba que consiguiera hacerlo) y
Franco encabezó una revuelta, no sólo para restablecer el orden, sino provista
de un proyecto político basado en dos ideas: retorno a la monarquía que ha
acompañado nuestra historia desde tiempos inmemoriales, y desarrollo económico
realizado mediante la planificación sacrificando cualquier otro elemento a esta
premisa: y el resultado final, hay que reconocerlo, fue que el franquismo dio “pan
y trabajo”, pero no “libertad” (entendida en un sentido democrático: no
existía sufragio universal, no existían partidos políticos, no existía una
total libertad de expresión, ni existían derecho de manifestación, preceptos
que se consideran necesarios en un modelo democrático). La “libertad” vendría
en el postfranquismo.
Ahora bien, haría falta establecer si se trató de una “dictadura”
o de una “dictablanda”. A pesar de que en el “año Franco” no se ha hecho esta
distinción, parece evidente que la situación en 1942 no era la misma que en 1975.
A pesar de que no hay cifras “oficiales”, se estima que, entre 1939 y 1945 se
produjeron 25.000 fusilamientos por razones vinculadas a la guerra. Y esta cifra,
por elevada que sea, no puede extrañar por tres motivos: parte de los
fusilamientos se debían al cumplimiento de sentencias judiciales por abusos, asesinatos
y torturas ejercidas durante la Guerra Civil. Otra parte, se debió a acciones
armadas del maquis que solamente pudieron ser contenidas mediante una fuerte represión
combinada por el silencio informativo sobre la existencia de grupo aislados que
seguían realizando acciones esporádicas, en la mayor parte de los casos, de
pura supervivencia.
Pero en 1975 solamente se produjeron cinco ejecuciones, todas
ellas relacionados con delitos de terrorismo. Por
entonces, el franquismo había realizado varios intentos de “apertura” previendo
la muerte del Jefe del Estado. El más reciente, puede situarse entre 1969 y
1973, cuando Carrero Blanco fue nombrado presidente del gobierno y acometió una
“transición controlada” que preveía legalizar “asociaciones políticas” y que
participaran en las elecciones por lo que entonces se llamaba el “tercio
familiar” para las Cortes. Carrero en persona había dicho que esta legalización
abarcaba hasta los socialistas, nada más allá de ellos: lo que impedía
legalizar al Partido Comunista (entonces hegemónico en la “oposición
democrática”) y a los grupúsculos de extrema-izquierda. Es importante señalar
que durante la primera mitad de los 70, los responsables del PSOE, no fueron
en absoluto molestados por la policía en un gesto de “buena voluntad”,
mientras que se multiplicaban detenciones en el PCE y se aniquiló a los grupos
terroristas: desde ETA hasta el FRAP.
Así pues, si hablamos con propiedad, podemos calificar al “franquismo”
como una “dicta-dura” en su inicio, que fue evolucionando hacia una “dicta-blanda”
en su último tramo.
4. ¿El franquismo fue un régimen paternalista?
Algunos han preferido calificar al franquismo de “paternalista”,
esto es de un gobierno que adopta posiciones de tutela y protección de la
sociedad ante todo lo que puede suponer valores disolventes y considerados como
negativos, considerando que su bienestar exige la limitación de ciertas
libertades que pueden facilitar empíricamente su degradación. Este rasgo
estuvo presente en todo el ciclo franquista y a él se debe tanto la institución
de la censura, como la prevención ante el riesgo que determinados grupos
calificados como “subversivos” pudieran actuar contra el “bien común”. Suponía
limitar la libertad de expresión y de información a todo aquello que se
consideraba que pudiera ser negativo para la sociedad y para el individuo particular.
De ahí surgía la prohibición de elementos tan diferentes como la pornografía o
el comunismo, la falta de patriotismo o el sexo fuera del matrimonio. Este
paternalismo se ha explicado como consecuencia de la moral nacional-católica y
que, incluso, concordaban con las ideas de la moral y el estilo falangista.
El ”paternalismo” también entraba dentro de las políticas sociales
del franquismo. Los críticos con el franquismo han visto en todo ello una
necesidad de atraerse a las capas más desfavorecidas ofreciéndoles, como
contrapartida, el acceso al consumo. Pero también es probable que las ideas “sociales”,
tanto del sector falangista, como del catolicismo (recomendada en la encíclica
de León XIII, Rerum Novarum) y que compartía el propio Franco, influyeran
en esta orientación “paternalista”, junto con la planificación económica que
tendía, como en toda forma de capitalismo moderno, de convertir al trabajador
alienado en consumidor integrado.
Por tanto, no es una definición extraviada, con intención de “salvar”
al franquismo, sino más bien un concepto complementario al de “dicta-blanda”.
5. ¿Cuál fue el papel histórico del franquismo?
Durante el período napoleónico fue imposible valorar el papel
histórico jugado por Napoleón Bonaparte. Las pasiones estaban excesivamente
encendidas para pretender el beneficio de la objetividad. Los había que lo
consideraban el “heredero” de la Revolución Francesa, otros como el “salvador”
de Francia, contra los que veían en el Gran Corso a un psicópata agresivo que
había causado entre 3 y 6 millones de muertos y 500.000 soldados franceses
caídos en la campaña de Rusia. Solamente a partir del último tercio del siglo
XIX, los historiadores pudieron empezar a valorar la gestión de Napoleón de
manera más objetiva. En España, lo cierto es que, en 2003, la Guerra Civil
había sido olvidada y superada. Pero el problema fue que, entonces ascendió al
poder un presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, tras las bombas del 11-M, el
peso de 200 muertos y los errores de comunicación del entonces ministro del
interior de Aznar. Zapatero no tenía una ideología definida, ni siquiera
puede decirse de él que conociera lo que era el socialismo, tenía una idea
propia de lo que era la izquierda e, incluso, se discutía su legitimidad sobre
la base de que se ignoraba casi todo sobre los atentados del 11-M. Tampoco
se sentía comprometido con los “pactos de la transición” que implicaban la
superación de la Guerra Civil. Así que, desde el primer momento, fue proclive a
favorecer a colectivos favorables al bando republicano. Fue Zapatero quien
instauró la “memoria histórica”, desenterrando los fantasmas de la guerra civil.
Esto, hubiera sido una medida de madurez de no ser porque la “nueva
memoria histórica” no era objetiva, sino que aspiraba a recordar solamente los crímenes
y abusos de un bando. No del otro. Empezó a
aparecer un tipo de asociaciones que se vieron regadas con fondos públicos,
especializadas en localizar fosas de republicanos fusilados y un “hispanista”,
Ian Gibson, inició la búsqueda de la tumba de García Lorca. Con más frecuencia
de la esperada, se encontraban restos de fusilados… por el bando republicano.
Pero eso no fue obstáculo para que con una frecuencia cada vez mayor, que ha
llegado hasta la histeria con Pedro Sánchez, cada vez más se ha ido aludiendo a
la “memoria histórica” siempre “unidireccional”, excluyendo de cualquier abuso,
crimen o violencia al bando republicano.
Esto, obviamente, ha suscitado dos fenómenos: una reacción en
contra y un fracaso absoluto del “año Franco” (los millones invertidos no ha tenido
relación con los resultados obtenidos)[3].
Ha sido una ocasión perdida para valorar objetivamente los años
del franquismo cuando ya ha pasado medio siglo de su desaparición. Pero la
pregunta sigue en pie: ¿cuál ha sido el papel histórico del franquismo?
Y, sin embargo, es una pregunta extremadamente fácil de responder.
Por una parte, el franquismo “reseteo” el caos republicano.
Desde el día 1 de su existencia, la Segunda República se había demostrado un
régimen imposible. En los tres primeros meses ya estaba claro que, en
lugar de atenuar tensiones sociales, lo que estaba haciendo era una ofensiva de
la España republicana, laica y “progresista”, contra la España monárquica,
católica y “conservadora”. No importa, a fin de cuentas, si fueron los
elementos más extremistas los que impusieron su ley en los primeros meses de la
república: lo que importa es que las nuevas autoridades no fueron capaces de
asegurar el orden, ni proteger, ni siquiera de distinguir entre agresores y
agredidos. Las derechas reaccionaron con la “sanjurjada” y el fracaso los
llevó a reconsiderar la situación y tratar de restablecer el orden por la vía
electoral. Pero, cuando en las elecciones de 1933 son ganadas ampliamente por
la CEDA, el presidente de la república Alcalá-Zamora, desconfía de Gil Robles y,
a pesar de que la Unión de Centro (en realidad, los radicales de Alejandro
Lerroux) hubieran obtenido 127 escaños sobre 473, los llamó para formar
gobierno a despecho, incluso de que la CEDA había obtenido 212 (y apenas 59 el
PSOE). Cuando se impuso la realidad, y Lerroux tuvo que incluir a tres ministros
de la CEDA (considerada por el PSOE como “fascista”, cuando en realidad se
trataba de un partido burgués, sin milicias, un partido propiamente de derecha
moderada que ni siquiera se declaraba monárquico), se produjo el golpe de
Estado del PSOE (auxiliado en Cataluña con la secesión de Companys) que
desembocó en la llamada “revolución de Asturias”. Apagados estos fuegos, la
derecha entendió que difícilmente podría gestionar el poder en condiciones
normales y empezó a conspirar. Tras la victoria del Frente Popular y el
estallido de huelgas y desórdenes que sacudieron las calles, las conspiraciones
se unificaron y se formó la coalición que daría lugar al 18 de julio de 1936.
A partir de estos hechos, podemos considerar al franquismo como
una desembocadura de una situación caótica que se prolongaba desde el inicio de
la propia República, cuyos objetivos prioritarios fueron: restablecer el orden
público y recuperar el tiempo perdido a lo largo del agitado siglo XIX y del
primer tercio del XX, cuyo momento clave había sido el desastre de 1898,
situando a España en línea con los países industrializados. A pesar de que la mayoría de fuerzas políticas de la coalición
eran, más o menos, monárquicas -si bien existían desacuerdos en las propuestas
sobre el aspirante al trono y en cuándo debía restaurarse la monarquía- en los
primeros momentos del “Alzamiento” este tema se aparcó e, incluso, algunos
militares se sublevaron al grito de “Viva la República”.
Lo evidente fue que, a lo largo de las décadas del franquismo, primero
afrontando una situación internacional dificilísima, pero luego, adaptándose a
la realidad, los años 60 constituyeron el período en el cual los últimos objetivos
del régimen fueron alcanzados: la economía en esa
década creció a una media del 7% anual, suficiente para situarnos como novena
economía mundial en término de PIB (esto es, una de las primeras), aunque en el
puesto 29 en Producto Nacional Bruto (una de las intermedias). No fue un mal
balance, a decir verdad: España tenía entonces todas las ventajas de ser un
país “barato” (lo que estimuló en turismo que se convirtió en la primera fuente
de divisas), no industrializado completamente, pero sí con capacidad para
atraer inversión extranjera. A pesar de que hoy se diga que “España no se
encontraba en 1975 entre las economías más avanzadas”, lo cierto es que, el
progreso era evidente, había “pan y trabajo”, los servicios públicos
funcionaban razonablemente bien y los “planes de desarrollo” habían alcanzado
casi todos los objetivos. En cuanto a la inestabilidad política había
quedado muy atrás y, esto es lo importante, pocos querían que regresar a lo
que parecía haber quedado atrás: el caos republicano.
La “planificación de la economía” resultó un éxito y demostró que,
habiendo sido excluida del Plan Marshall, superado el período de aislamientos
internacional (en la práctica, desde 145 a 1953), a partir de 1959 (con la ley
de inversiones extranjeras) se inició el desarrollismo y con él la sociedad
española cambió radicalmente. La actividad del
sector agrario aumentó en productividad, aunque disminuyó en ocupación. España pasó
de ser rural a urbana y, aunque no puede considerarse este período como una “revolución
burguesa”, si es cierto que en esas décadas la clase media se convirtió en
mayoritaria y se abrió la puerta para que se fuera engrosando con aportaciones
del proletariado. Las empresas en el Instituto Nacional de Industria se
convirtieron en negocios rentables que aportaban beneficios a las arcas del
Estado, lo que, unido a los ingresos turístico que hicieron crecer el volumen
de reserva de divisas en manos del Banco de España.
Este fue el papel histórico del franquismo. Es probable que, con las ayudas del Plan Marshall, sin el cerco
internacional, en 1975 se hubiera llegado a una situación parecida, pero
solamente a costa de que el otro elemento, la estabilización de la Segunda
República hubiera sido posible. Y eso, si tenemos en cuenta el ciclo
republicano, cabe calificar a ese período de “quinquenio caótico” y no tenemos
absolutamente ninguna razón -sino todo lo contrario- para pensar que los ánimos
se hubieran calmado. Es más, de no haber sucedido la Guerra Civil, podemos
pensar que España se habría imbricado en la Segunda Guerra Mundial, del lado de
las “democracias” (los exiliados republicanos siempre actuaron a favor de los
aliados), en un momento en el que los medios de destrucción masiva habían
crecido extraordinariamente en poco tiempo.
[1] El título de “Generalísimo” se ha eludido completamente a lo
largo del “año Franco”, como si se tratara de una especie de muestra de “narcisismo”
del militar llamado Francisco Franco Bahamonde, cuando en realidad es un término que significa "el de mayor rango
entre todos los generales". Como veremos más adelante, el nombramiento fue
decisivo para concentrar en una sola persona el mando de fuerzas, civiles y
militares que, de partida, eran muy heterogéneas. Fue ese nombramiento el que
dio un mando único al bando nacional, ventaja que el bando republicano nunca estuvo
en condiciones de igualar y que, de hecho, fue la principal razón de su
derrota.
[2] Estos matices ya los
hemos expuesto en anteriores ediciones de esta publicación dedicadas al “tercer
fascismo” dentro de cuya catalogación entraría Falange Española. Sería un
fascismo católico, en el que el antisemitismo no tendría lugar, ni tampoco el
racismo y que derivaría de intelectuales monárquicos que conocían la obra de
Charles Maurras y la sintetizaron con los fascismos de finales de los años 20 y
de los años 30. Los trabajos que hemos dedicado a este tema están incluidos en
el volumen El Tercer Fascismo ("fascismo ibérico"): Su origen, sus
rasgos, su inspiración, su alcance, su final, Eminves, Barcelona, 2025,
distribuido por Amazon.
[3] El País ha publicado que la inversión gubernamental ha
sido de 20 millones de euros, a lo que hay que sumar lo aportado a otros organismos,
como el Instituto Cervantes, que se ha visto regado con casi un millón para
promover actos culturales en todo el mundo sobre el cincuenta aniversario de la
muerte de Franco. Solamente el acto inaugural de los eventos costo 65.000
euros. Celebrado en el Centro de Arte Reina Sofía. El Rey Felipe VI no asistió,
ni tampoco representantes del PP o VOX, por unos motivos y, por otros, tampoco
estuvieron presentes representantes del BNG, Junts, Bildu y Podemos. La
audiencia, por tanto, se limitó a Sumar y al PSOE y a altos cargos del gobierno.
Esto explica también el desinterés de la población por estos eventos que se
percibían como “propaganda del gobierno” (lo que, de hecho, eran).













