martes, 12 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (270) – TRAS LA MANIFESTACIÓN 10-F (2 de 2)


En 1979 había franquistas que creían en la posibilidad de que el régimen concluido el 20 de noviembre der 1975 prolongara su existencia: un franquismo sin Franco. La quimérica idea tenía cierto consenso y, prueba de ello era la creciente audiencia que tuvieron las manifestaciones del 20-N entre 1977 y 1980. Sin embargo, el franquismo murió con Franco, de la misma manera que las posibilidades de que Cataluña fuera independiente murieron tras el 1-O de 2017, pero todavía hay algunos que no lo han entendido. El futuro que tienen por delante es el mismo que el de los franquistas de otra época que todavía siguen rindiendo un culto testimonial a una época pasada de nuestra historia. Si hubo el 10-F una manifestación en la Plaza de Colón fue generada por el rechazo que causa el independentismo catalán. Por eso, vale la pena que pongamos al día algunas consideraciones que ya hemos realizado sobre el fenómeno.

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La información dada por los diarios catalanes -los dos que cuentan son La Vanguardia y El Periódico, siendo el resto de influencia más que limitada- sobre la manifestación del 10-F es particularmente significativa: en ambos se lee que la manifestación “pinchó”. Si tenemos en cuenta que representa a los intereses del nacionalismo catalán y el otro a los del socialismo catalán y que ambos “mariposean” según sopla el viento en aquella comunidad autónoma, lo esencial es preguntarse porqué ahora opinan que la manifestación “pinchó”, cuando en realidad, exteriorizó públicamente una coalición antisocialista. Respuesta: porque al nacionalismo catalán (y no digamos al socialismo) le va mucho mejor con el PSOE en la Moncloa que con una coalición cuyo pivote es… el nacionalismo español. Aunque hubieran sido 2.000.000 de manifestantes (cifra imposible de amontonar en cualquier país del mundo ante cualquier hecho), la prensa catalana estaba obligada a decir que la manifestación había “pinchado”.


Realmente, incluso con la llegada de Sánchez a la Moncloa, nada esencial ha cambiado en Cataluña desde aquella ya lejana convocatoria de seudo-referéndum del 1-O. Aquel mismo día, tras el video de las “masacres” realizadas por la Policía Nacional sobre “pacíficos ciudadanos que iban a ejercer su derecho al voto” (vídeo, hay que decirlo, realizado por Jaume Roures, extrosko, amigo de Otegui, votante de la CUP y fundador de Mediapro), se confirmó la escasa “pegada” del independentismo más allá de los informativos de TV3 y de los medios subsidiados por la gencat). A partir de aquel fracaso, lo normal hubiera sido que el independentismo hubiera elaborado una nueva “hoja de ruta”, incorporando las enseñanzas de los últimos años. En lugar de eso, se enrocaron en sus posiciones, se autoengañaron engordando las cifras de manifestantes que acudían a sus actos y no reconocieron su error de cálculo (que se basaba en una apreciación puntual de la situación en 2011, cuando el Estado Español unía a la crisis económica una crisis social generales por seis millones de parados y el independentismo podía pensar, razonablemente, que el Estado esta en crisis).

El problema de los indepes fue que no actualizaron ese análisis, prolongaron extraordinariamente el “procés” y, cuando se dieron cuenta, la situación del Estado era muy diferente , el problema de la deuda había quedado atrás, se habían reducido las cifras del paro a los “históricos” en nuestro país en los últimos 40 años y se llegó al 1-O con la situación económico-social más estabilizada que en 2010-2011 cuando se inició el “procés”. En 2019, ni siquiera se han tomado la molestia de realizar un nuevo análisis de la situación del Estado Español y, por tanto, siguen pensando que la independencia es posible con un simple referéndum “pactado”.

Los indepes creen que, con el PSOE en el poder, pueden negociar las fechas del referéndum e, incluso, que los procesados por el 1-O pueden incluso ser absueltos, si la fiscalía evita pronunciarse sobre algunos delitos. Están en su derecho de ver el vaso medio lleno, pero, valdría la pena que no olvidaran, no ya que el vaso está medio vacío, sino incluso que el vaso está roto. Este razonamiento se entenderá mejor si tenemos en cuenta lo que ha generado el sarpullido independentista:
  1. La crisis económica, transformada en crisis social, generó la aparición de dos nuevos partidos: uno basado en la protesta de las clases populares por la política económica aznariana que, sin ninguna alteración, fue mantenida por Zapatero en su primera legislatura, para luego, en la segunda salir, sobre todo, en defensa de la banca: Podemos; y el otro, nacido en Cataluña como rechazo a la política pactista del PP con los nacionalistas y por hartazgo ante la debilidad del Estado ante el nacionalismo: Ciudadanos.
  2. Esta nueva simetría ha desmantelado la intención inicial de los redactores de la constitución (un régimen de bipartidismo imperfecto que situaba a los diputados nacionalistas en una posición privilegiada para determinar quién gobernaría el Estado). Pero, a partir de principios de esta década y como resultado de la crisis política en la que desembocó la crisis social, se produjo una renovación del esquema político: donde antes había 3 (PP-PSOE-CiU) ahora habría 5 (PP-PSOE-CiU-Podemos-Cs). En esas circunstancias, el “orgulloso” nacionalismo catalán tenía la sensación de que sería minusvalorado y tiró por “irse al monte” con la hoja de ruta indepe.
  3. El período de Rajoy tuvo como característica el que el presidente actuó ante el “problema indepe” como un Don Tancredo con su “cúmplase la ley” y la judicialización del “procés”, sin tratar de tomar, en ningún momento, la iniciativa política, siendo en todo su mandato excepcionalmente escrupuloso a la hora de evitar el “victimismo” habitual propio del nacionalismo. Esto generó, no solamente en Cataluña, sino en toda España, incluso en medios socialistas, la sensación de que Rajoy no estaba defendiendo la “unidad del Estado”. A esto se unió el período más sombrío en la historia del PP, en el cual daba la impresión de que el partido tenía la corrupción instalada en su corazón (y lo estaba, ciertamente, pero tanto como en cualquier otro partido). El resultado de todo esto fue la aparición de Vox (donde había 3 ahora hay 6) y el reforzamiento de Cs. Lejos de ser algo extraño, Vox era la pieza que faltaba en el tablero político español, pieza presente en toda Europa: el “populismo euroescéptico”.
  4. La sustitución de Rajoy por Sánchez se produjo por errores del primero, por su pasividad política y por su “dontancredismo”, que habían hecho que se formara un frente inestable del resto de fuerzas políticas que, finalmente, votaron en su contra, mucho más que a favor de la presidencia de Sánchez. Cada uno de los partidos que apoyó la moción de censura pensaba obtener de un gobierno débil y que, solamente, podía contar con 86 diputados seguros de un total de 351, más ventajas que apoyando al PP. Lo que implicaba dejar al gobierno en una situación de inestabilidad permanente a la que se sumaba la inestabilidad interna del propio PSOE que, ni siquiera en materia de la “crisis indepe” tenía la misma actitud.

Si este ha sido el camino que nos ha llevado hasta el día antes de la manifestación del 10-F, vale la pena, ahora, preguntarse ¿qué ha ocurrido con el independentismo y en qué situación se encuentra a principios de 2019?
  1. Después de 10 años de mantener la tensión en la calle, después de 15 desde la retórica iniciada por Maragall y el primer tripartito catalán con el “nou Estatut”, después de que hace un lustro se cumpliera el plazo mítico de 2014 señalado por Carod-Rovira diez años antes, para obtener la independencia, el independentismo está cansado y quedan ya muy pocos de los que estaban vociferando por la independencia hace 15 años. La dirección de ERC se ha renovado completamente, las dos partes de la sigla CiU han sufrido distintas suertes: UDC disuelta en la práctica y en cualquier caso, irrelevante; CDC disuelta y reconvertida en PDCat con los bienes embargados y partida en dos: unos a favor de Puigdemont (Crida per la Republica) y los otros sin saber exactamente ni qué hacer ni a quien apoyar a menos de dos meses de las elecciones autonómicas; la CUP con sensación de fracaso por la “huelga general” posterior al 1-O, por el fracaso de las movilizaciones del 21-D de 2018, desmoralizados y, como el resto, cansados de años y años de activismo y decepción tras decepción, salvo el habitual baño de masas del 11-S (que en los dos últimos años ha registrado descensos de participación, ya que estamos en guerras de cifras)
  2. La división es cada vez más palpable y arranca de la trampa tendida por Puigdemont en las pasadas elecciones, cuando en 2015 consiguió convencer a Junqueras de la formación de una coalición unitaria que, en la práctica, enmascaraba la caída de CDC-PDCat y, sobre todo, evitaba el que se produjera el “sorpasso” por parte de ERC. Después de las elecciones, Junqueras tuvo que conformarse con un papel secundario y relegado a las iniciativas de Puigdemont (y a su incapacidad para valorar correctamente la situación) y, cuando se produjo el estallido, tras el 1-O, el presidente optó por tomar las de Villadiego, dejando a Junqueras empantanado y en la cárcel, mientras él permanecía tranquilamente en Waterloo, aumentando allí esa distorsión de la realidad que siempre le ha caracterizado. Raro hubiera sido que, a partir de todo esto, el independentismo hubiera logrado reconstruir su unidad de acción. Porque, donde antes había 3 (ERC, CDC, CUP) ahora hay 4 (ERC, PDCat, Crida per la Republica, CUP)
  3. El gran error del independentismo fue tener una hoja de ruta hasta el 1-O pensando que se impondría, a partir de ese momento, una nueva legalidad, creyendo que los “demócratas de todo el mundo” apoyarían un referéndum como el que se había celebrado en 2014 en Escocia. No solamente no ocurrió lo previsto, sino que quedó claro que los apoyos internacionales a la causa nacionalista estaban próximos al cero absoluto. Y el problema era que no había planificación para el “día después”. No existía un “plan B”, y con la división creciente que se produjo a partir de ese momento, sigue sin haberlo y lo que es peor para ellos, sin posibilidades de reconstruirlo. Ahora nadie entre ellos quiere reconocer ni gestionar el fracaso..
  4. Pero, quizás, lo más dramático y que van a pagar más caro, es el no haber extraído conclusiones posteriores al fracaso del 1-O y negarse a reconocer que aquello resultó un fiasco mal planificado, peor llevado y que partía de errores groseros sobre la percepción de la situación política de España y -lo que era aún más incomprensible- sobre la situación social en Cataluña (en donde el independentismo, a todas luces, carece de fuerza social suficiente para arrastrar a la independencia: tiene fuerza política para formar gobierno, pero no fuerza social para ir más allá), sobre, no sólo el desinterés, sino la hostilidad de las autoridades de la UE hacia el fenómeno independentista, etc, etc. Hoy, todavía, la línea oficial del independentismo es que el 1-O fue “legítimo” y que el resultado fue “favorable a la independencia”. Quizás la mayor distorsión de este ambiente haya sido no percibir que desde el 1-O se han producido manifestaciones “unionistas” en Barcelona más grandes, incluso, que durante el período franquista y en cualquier otro momento anterior del siglo XX. Antes del “procés” la sociedad catalana era pasiva en relación al nacionalismo, ahora es cada vez más activa contra el independentismo y la prueba es que, electoralmente, ha castigado a las opciones que han colaborado con el nacionalismo (PP y PSC) y ha mostrado apoyo creciente a la opción más antinacionalista (Cs) en las últimas elecciones autonómicas, donde, no vayamos a olvidarlo, el partido más votado fue Cs  con 36 diputados y el único que superó el millón de votos, 200.000 más que JuntsxCat.
  5. Así pues, la estación término de lo que quedaba del “procés” se dirimirá estos días durante el “proceso” a los dirigentes independentistas. Allí intentarán su última carta. Lo tienen van para ejercer de nuevo el victimismo y podrán alardear de la “represión del Estado”, de la “parcialidad de los jueces”, de la “persecución de sus ideales democráticos”… y de todas las jeremiadas que han ido repitiendo en los últimos años. Pero los más inteligentes de ellos, son perfectamente consciente de que la “fiesta se ha acabado”, puede ser que tengan el poder algún tiempo más, pero no tendrán independencia, ni ahora (por que el “procés” embarrancó hace tiempo), ni nunca (porque la independencia de las regiones va, simplemente, contra la historia). Y ¿qué es un nacionalismo que ha evidenciado incapacidad para “construir una nación independiente”? Nada. En cualquier caso, el último cartucho que queda para reavivar el “proceso indepe” es el “proceso a los indepes”.
En su ceguera política, las distintas direcciones independentistas no han advertido que el gobierno Sánchez es un simple gobierno de transición que sigue a Rajoy: su última esperanza consiste en creer que Sánchez es el único en decidir e ignoran la correlación de fuerzas en el interior de su partido y la correlación que se da en la sociedad española que se “derechiza” más y más a medida que pasan los años, mientras la izquierda se comprime y reduce a “colectivos sociales”, “GLBTI”, “fanáticos de la memoria histórica”, ONGs, “faranduleros varios” y “apparatchiks”.

Hasta ahora, la duda en los últimos 40 años era si iban a subir socialistas o populares al poder y si iban a tener o no necesidad del apoyo parlamentario de CiU. En las últimas elecciones, la duda fue si llegaría la izquierda (PSOE+Podemos) al poder o sería superada -como lo fue- por la derecha (PP), pero ahora la duda estriba en si ganará el “frente antiindependentista” (PP+Cs – con apoyo exterior de Vox) escenificado en la manifestación del 10-F (¡y de ahí su importancia!) o bien el PSOE (la posibilidad de que Podemos se recupere de su crisis y llegue a los niveles de voto de 2016 es remota, más bien parece que puede llegar a los niveles de Izquierda Unida de 2011). Ni siquiera el servicio de catering de la cocina del CIS es capaz de elaborar un menú para Sánchez con una ramita del perejil de la victoria.