Si alguno no lo sabe, he pasado algo más de dos años de mi
vida en la cárcel. No crean, no es nada grave, sobre todo si es por tema
político. No es que esté particularmente orgulloso de haber pasado por la
cárcel de la Santé, pero sí de que mi caso fuera el último que tratara la Cour de Sûreté de l’État, creada en 1963
para combatir a la OAS y que envió ante el pelotón de fusilamiento al teniente
coronel Jean Bastién-Thiry por atentar contra De Gaulle. Lo mío fue mucho menos
dramático: la policía me detuvo con varios pasaportes con mi foto, pero con
otros nombres y tuve que pasar tres meses en la Santé por el delito de “uso y tenencia de documentos falsos”.
Nada grave. Unos años después fui detenido por la policía española, gracias a
una delación de un personaje lamentable, a causa de una orden de busca y
captura por una manifestación que había tenido lugar en Barcelona en junio de 1980
contra la UCD. Fui juzgado y un juez particularmente polémico, Adolfo Fernández
Ubiña, me condenó a dos años de cárcel, lo máximo que le permitía la ley.
Luego, una vez ingresado en prisión y siendo la primera condena y un delito de
nula peligrosidad social, disponer de estabilidad social y medios de vida,
unido a los tres meses de prisión preventiva que pasé en Alcalá-Meco, hubiera
debido de salir al cabo de dos o máximo tres meses. Sin embargo, a pesar de la “buena
conducta” y de trabajar en los talleres, el equipo de clasificación y
tratamiento -dependiente de la Generalitat- me retuvo el máximo posible en
prisión, casi tres cuartas partes de la condena… por un triste delito de “manifestación
ilícita” (hay etarras que han “pagado” menos por cada asesinato). Tal es mi “historial
penitenciario” que se desarrolló en 1981 y luego entre 1986 y 1987… A lo hecho,
pecho.
Ni me quejé entonces, ni claro está lo voy a hacer ahora.
Fueron experiencias y como tal las tomé. Decía un antiguo conocido que, para
saber de la vida, un hombre debe haber pasado por “un cuartel, un burdel y una prisión” … he pasado por los tres,
pero, la verdad, sin detenerme excesivamente en cada uno de ellos. En todos
ello, eso sí, he conocido a gente especial que vale la pena recordar.
Los asesinos es lo
más curioso que tiene una cárcel. Todos ellos son gente particular, al menos en
aquella época en la que la figura del “sicaria” todavía estaba ausente y en
donde la gente mataba por lo que en Cataluña se llama “un rampell” (algo así
como un impulso de rabia…). No elijo esta palabra catalana por casualidad, sino
que viene a cuento de un artículo sobre el reavivamiento de la fe católica que
se está produciendo entre los detenidos por el 1-O. Como se sabe,
Junqueras, desde el principio de su estancia tuvo un impulso místico que le ha
llevado a asumir el papel de “nazareno” en el juicio. Y ahora se cuenta que
Cuixart también ha sido ganado por la causa místico-religiosa.
Lo más sorprendente
del comportamiento de algunas personas en la cárcel es que, la sensación de que
no hay posibilidades de salir “horizontalmente” hacia el mundo exterior, queda
sustituido por la fuga “tejas arriba”, es decir, por la aparición de un “impulso
místico” y repentinas conversiones religiosas. Les pasa a los delincuentes
magrebíes: entrar en la cárcel y salen convertido en yihadistas. ¿Qué ha
operado la transformación? La sustitución de la “horizontalidad” por la “verticalidad”.
Lo he visto en muchos asesinos, créanme.
Un buen día pusieron en libertad “al Charro”, un compañero
de celda especializado en hurtos, medio gitano, con algún trastorno intestinal
que le impulsadas a tirarse sonoros pedos a destajo. Vivía cerca de la plaza Real;
decía a quién quisiera oírle que iba a matar a su mujer porque no le había vuelto
a ver desde que estaba en prisión. Al cabo de unos días, efectivamente, aparecieron
en unas bolsas, cerca de la Plaza Real, con los restos de una mujer
descuartizada. “¡El Charro!” pensamos todos. Pero no, era otra mujer y otro
asesino, padre e hijo, que poco después llegó a la Sexta Galería de la Modelo. Lo
bauticé como “Carnicerito”. Le pregunté: “Vamos a ver Carnicerito ¿cómo se te
ha ocurrido cargarte a tu mujer?”. “Es que nos pegaba”, me contestó. Unos días
después se hizo “evangélico”. Y ahí quería yo llegar.
El grupo que se había sumado a la Iglesia Evangélica en prisión era de aúpa. Estaba uno (lo llamábamos “el padre Fran”) que había asfixiado a su madre con una almohada por un quítame allá esas pajas. Luego otro, favorito de los gays, con aspecto aniñado, adoptado por una amante exigente que la pagaba por servicio sexual completo. Cuando el chaval le pidió un aumento, la mujer se le rio: “Si eso no te sirve ni para mear”. Y la mató. Le cortó las piernas -imitando al Carnicerito- pero no tuvo cuajo para seguir, le dio la depre, se fue, volvió y se sentó a la entrada del edificio donde lo detuvo la policía. Luego estaba el perturbado que asesinó a la mujer del diputado Trías de Bes, un minusválido resentido que decía que la mujer en cuestión y su amiga, se rieron de él. Y luego estaba Antidio Saña, hermano del historiador anarquista, Heleno Saña, otra buena pieza. Se había cargado a unas abuelas. Todos estos asesinos, lo más granao de la Modelo, cayeron en la consabida “crisis de fe”.
En Alcalá-Meco había tenido “amistades” parecidas. E,
igualmente, en la Santé, conocí a gente que había sufrido el mismo proceso de “revelación
religiosa”. Uno de ellos me dejó una Biblia para ver si yo también me sumaba a
su Iglesia Evangélica; pero, la verdad es que, desde los 16 años había cambiado
la Biblia por Nietzsche y en aquellos mismos meses, cambié a Nietzsche por
Evola y Guénon, así que nunca estuve muy predispuesto a volver al redil de la
fe y mucho menos a sumarme a una confesión excéntrica para que me ayudara a
pasar los días de prisión.
En el fondo, la cárcel es uno de esos lugares en donde
tienes mucho tiempo para pensar y leer en todo aquello que no es tenido tiempo
de pensar y leer. Así que opté por ampliar mi cultura y recuerdo todo aquel
período como, intelectualmente, interesante. Sobreviví y conocí a una parte
poco recomendable del zoológico humano. Lo hice con interés y curiosidad. Debo
decir, además, que lo peor que conocí allí no fueron los presos, sino el “equipo de clasificación y tratamiento de la
Generalitat”, cuyos responsables de la Modelo en esa época, finalmente
fueron detenidos, acusados y condenados por “traficar
con los grados penitenciarios”…
Y esto me lleva a la situación de los presos
independentistas. No albergo la menor duda de que, de todos ellos, el más
interesante, es precisamente Oriol Junqueras. Seguramente es el que se ha
tomado el proceso más en serio y cree sinceramente en lo que predica (nunca
mejor dicho). Del resto tengo mis dudas. Alguno de ellos no pasa de ser el típico
oportunista de pocos vuelos que, simplemente, se ha equivocado de rumbo y que
lo mismo hubiera podido ir a parar a prisión en una redada anti-corrupción
contra miembros del PP o del PSOE, si la vida le hubiera orientado hacia otro
lugar.
He dicho en alguna
ocasión que el independentismo corre el riesgo de derivar hacia el formato “secta
religiosa” (ver artículo “El
lazo amarillo y la secta religiosa”). Es lo que ocurre cuando la imposibilidad por hacer efectivo un ideal se
entrecruza con la incapacidad para renunciar a él en busca de otros pastos más
realistas. Cuando faltan argumentos
razonables y racionales para defender las propias posiciones y se opta por asumir
un conjunto de dogmas inamovibles presentados como “verdades reveladas”
(ver artículo: “No
sólo se es idiota por creer en la República de TV3”). El místico termina pensando que el mundo
que aparece en sus delirios es el mundo real y toma a esa construcción interior
como la única por la que vale la pena vivir y consagrarse.
Coincido con que algunos de los independentistas presos no son “delincuentes” en el sentido que abunda en las prisiones. Tampoco son “presos políticos”, sino más bien “políticos que están presos por haber vulnerado el ordenamiento legal vigente” en la medida en que lo demuestren los tribunales. Llevan año y pico en la cárcel. Tiempo suficiente como para que se hayan convencido de que lo que hicieron en su momento -aparte de una propuesta que si puede ser calificada de algo es de irreal- era inviable. Se equivocaron. Pero el no querer admitirlo es lo que hace que busquen confort espiritual en los páramos de la religión: están predispuestos para ello.
Entienden la Historia de Cataluña como una especie de “historia
sagrada”, han dado dimensión mítica a algunos episodios (Pau Clarís, Francesc
Macià, Prats de Molló, Terra Lliure) y creado otros de la nada (como la Biblia
hizo con la “salida de los judíos de Egipto” de la que no hay rastros
documentales por ningún sitio), han creído ver una “tierra prometida” allí en
donde lo que hay son dos comunidades lingüísticas, convencidos de que la suya
es la “elegida” para dominar a los demás.
Tienen sus ritos religiosos (fechas sagradas para ejercer
los rituales de su fe: el 9-N, el 1-O, el 11-S…). Creen en el poder mágico de
la transubstanciación de las urnas sagradas (esas cajas de plástico que venden
los chinos y que convirtieron en urnas para las votaciones del 1-O), consideran
que las papeletas depositadas en esas cajas de plástico, al contarlas, se
transformaban en “soberanía popular” como si se tratara de un rito animista. Tienen
sus mártires (cualquiera que haya recibido un zurriagazo el 1-O o diga que lo
ha recibido, sino es mártir, si, al menos, se ha ganado la categoría de beato).
Su santoral está repleto de personajes como Companys o Macià, de los que cantan
sus vidas ejemplares sin que dar la oportunidad a poner ningún “pero” (como
hacen los miembros de cada secta con su “fundador”), de los muchos que podrían
ponerse a sus recorridos políticos y personales, reales. Los han santificado,
simplemente.
Antes la Iglesia colocaba pendones morados en Semana Santa,
ellos, mucho más devotos, colocan lazos amarillos a diestro y siniestro, intentando
rivalizar con el color del Vaticano. En su bandera hay una estrella que evoca el
espacio celeste infinito y planeante en el que está colocada su “republica
butifarrera”, inexistente en este planeta de lo tangible. Incluso tienen a sus Judas
en la persona de Santi Vila que nunca estuvo muy convencido de estar en el “buen
camino”. Hasta Trapero tiene cara de Judas de escayola repintado antes de sacarlo
en procesión.
Y luego está el mesías, más allá de cualquier juicio y
sospecha, con su corte de discípulos, que imparte bendiciones urbi et orbe desde Waterloo. Nació, nos
cuentan las crónicas, en una pastelería en el pequeño pueblo de Amer no de
Galilea, sino de Gerona; los datos sobre su vida, estudios y titulación son tan
opacos como los de Jesús antes de las Boda de Canaán. No digamos los de su
Magdalena particular, Marcela Topor, de la que algún “espíritu santo” ha
borrado huellas sobre su pasado y resulta un personaje virginal.
La nueva religión tiene a sus predicadores en los medios de
comunicación de la gencat, cortados sobre el patrón y las hechuras de la
Rahola, especie de profeta iracundo de Israel. Incluso podemos considerar que
el antiguo presidente del Barça, Laporta, ejerce de José de Arimatea, el propietario
del sepulcro en el que yacerá el Mesías. Y al igual que Israel, todavía no está
claro, quien de todos estos sujetos es el verdadero Mesías: el independentismo,
en estos momentos, como el pueblo de Israel cuando las legiones de Tito
sitiaban Jerusalén, sigue peleándose dentro de sus altos muros.
Las conversiones o amplificaciones en la fe de los Junqueras
y Cuixart son lo de menos. Un año más en la trena y Romeva puede acabar cantando
el “Hare Krisna, Hare Rama, Krisna,
Krisna, Rama Hare” y Carmen Forcadell ingresar en las Misioneras de la
Caridad de la “madre Teresa de Calcuta”. Muchos de ellos van a tener que hacer “voto
de pobreza” según salga la sentencia porque alguien va a tener que pagar lo que
costó el referéndum (que no fue poco) y me temo que el juzgado se los va a cobrar
con cargo a los patrimonios personales de toda esta peña.
Tengo para mí la sospecha de que el cristianismo de los
primeros tiempos fue un movimiento político que reivindicaba la independencia
de Israel y la revuelta contra Roma con un Mesías al frente que, en realidad,
no era más que el líder político de la revuelta. Aplastada la resistencia, el
movimiento político derivó hacia el formato secta religiosa. Como ven, no hay
nada nuevo bajo el sol. Y antes de que alguien lo recuerde: no toda secta, se
convierte en una gran religión que haya inspirado 2.000 años de vida europea.
La mayoría se quedan como pequeños grupos de raritos que comparten creencias
excéntricas.