Reconocemos que, desde que se inició el “proceso
independentista”, tendimos a quitar hierro a la situación. Acaso porque desde
los años 60 conocíamos al independentismo, juzgamos que ni entonces, ni ahora constituía
un peligro para la “unidad del Estado”. Sabíamos que el problema de los independentistas es que apenas tienen contacto con
el mundo real. Un conocido de Arenys de Munt solamente tiene conectada TV3
y no permite que sus hijas vean ningún programa en castellano: ese es el
paradigma del independentista. Se han creado un mundo cerrado hecho de unas
pocas certidumbres en cuya convicción se refuerzan recíprocamente. Al crearse un círculo en el que todos
piensan igual, frecuentar comercios que alardean de bandera “estelada”,
informarse solamente de medios del propio abrevadero, termina confundiendo la
parte con el todo, el sector nacionalista con la totalidad de Cataluña.
- ¿El coste de esta actitud? Sufrir un error de percepción política y elegir estrategias no menos equivocadas.
- ¿Lo peor? No rectificar a tiempo.
- ¿La evocación cinematográfica? Un Titanic que se hunde y cuyos pasajeros siguen bailando una sardana tocada por el cobla indepe.
Cualquier analista
política nacido en Cataluña sabía que en 2010-2012, el independentismo carecía
de “fuerza social” suficiente como abordar un proceso secesionista. El uso del
catalán estaba estancado e incluso tendía a disminuir, no superando nunca el
35%. Hasta esas fechas, son sondeos indicaban que el apoyo al independentismo
no alcanzaba al 19%. Este dato y el hecho, igualmente verificable, de que la
Unión Europea era una “unión de Estados Nacionales”, era suficiente para
decretar que el “procés” terminaría mal para sus impuolsores. No hacía
falta acudir profundizar más (les hubiera convenido leer a tiempo: 365
quejíos: No sólo se es idiota por creer en la república de TV3”)
Sin embargo, los independentistas, en lugar de presentar su
proyecto como independencia si o independencia no, lo plantearon como “derecho
de autodeterminación” y eso, consiguió arrastrar a la izquierda porque, daba la
sensación de ser una “sana consulta popular”. Entonces Rajoy hizo lo peor que
podía hacer: en lugar de declarar inconstitucional cualquier referéndum o
simulacro de tal y actuar, tras la advertencia, con todo el peso de la ley,
dejó hacer. Pensaba que el tiempo pudriría el proyecto y que bastaría la ley
para disuadirlos de su locura. No fue lo suficientemente claro para decir,
desde el principio, que esa era una vía muerta y que antes o después los
tribunales entrarían en acción como entran cuando un robagallinas asalta un
corral alegando que le apetece un pollo con chop suey. Es más, no instó a que
la fiscalía entrara en acción y procediera cuando los independentistas
empezaron a jugar con los “referéndums populares” en los pueblos.
Junqueras y el núcleo impulsor había alumbrado la peregrina
teoría de que el Estado Español era débil -y lo era por la crisis de 2008-2011-
y que no podría hacer nada contra el “legítimo derecho a la autodeterminación”
(curiosamente, los promotores del referéndum ya daban por sentado que el resultado
sería positivo para ellos). La asistencia a las manifestaciones del 11-S terminó
por reforzar el engaño: nunca se ha conocido el número real de manifestantes
que asistieron a ellas. Pero en 2014 se llegó a decir que habían sido
¡2.000.000! de personas… ocupando el mismo espacio que ayer, cuando las cifras
más optimistas, hablan solamente de 40.000 asistentes…
A partir de aquí, lo que no era más que el producto de una
tertulia de fanáticos que, entre ellos, retroalimentaban su fanatismo, unidos
todos estos factores, se generó el espejismo del “peligro para la unidad de
España”… El último esperpento que ha alumbrado el independentismo fue el
documento de 21 puntos que presentó hace 15 días Kim-il-Torra al gobierno para
debatir (véase: 365
Quejíos - ¿Los tontos sólo saben contar hasta 21?). La mera
publicación de este documento ya indicaba el estado de indigencia intelectual
del gobierno independentista catalán.
En realidad, desde el pasado 11-S y, mucho más en concreto,
desde el 21-D (véase el artículo:
365 Quejíos – Agonías paralelas) estaba más que clara la pérdida de
apoyo popular al independentismo. Por eso decíamos:
“menos numerosos – más radicalizados – más locos”.
Y anunciábamos la tendencia
del independentismo radical a degenerar desde el estadio de “movimiento
político” al de simple “secta seudo-religiosa”. El intento de “embotellamiento
general” de ayer nos dio la razón.
La Vanguardia, que ayer actuó, no tanto para informar, sino
para DIFUNDIR LA HORA Y EL LUGAR DE LAS CONVOCATORIAS DE MANIFESTACIÓN, hoy
cubre un tupido velo sobre lo que ocurrió. El Periódico, siempre timorato, a
toro pasado, se atreve a titular “La
huelga pinchó”. Decir que “pinchó”
es poco. Solamente el Punt-Avui trata de transformar el
fracaso en puntazo (“Masiva protesta contra el juicio del 1-O”), mientras que
el Ara,
no en portada, pero si en el editorial, habla de “Irregular seguimiento de la huelga”. A pesar de que el editorial
pone algunos puntos sobre las íes, sigue siendo el resultado de la fantasía
independentista: que si no hay liderazgo, que si no hay estrategia, que si en
el juicio se están desmontando las tesis de la acusación (cuando, en realidad,
para quien tenga ojos y vea, está resultando todo lo contrario: los juzgados
aparecen como pobres tipos, sin dos dedos de frente, que quieren mantener la
dignidad después de haber hecho el ridículo)…
Ayer bastó salir a la
calle en cualquier pueblo o ciudad de Cataluña para saber que hubo cualquier cosa
menos “huelga general”. Y este fracaso llega en el momento en el que una
protesta de este tipo hubiera sido más necesaria para la causa independentista:
cuando se está juzgando a sus impulsores y cuando la “sociedad independentista”
debía de salir a la calle para apoyar sus ideales. Si hemos de atender al
comunicado de la generalitat, los que se declararon en huelga fueron el
presidente y el sus consellers (“salvo el de Trabajo, para valorar el
seguimiento de la huelga” y el de interior para “atender incidencias”…). A
primera hora, los restos de la CUP-CDR, crearon problemas de tráfico, pero nada
grave. Algunos neumáticos incendiados, cortes de tráfico y poco más. ¿Manifestaciones? Cifras oficiales: 12.000
por la mañana y 40.000 por la tarde. Cero repercusión en zonas
industriales, un 11,2% de reducción del tráfico ocasionado por los cortes.
Incluso en la enseñanza apenas rebasó el 25% y algo más en las universidades.
El pequeño comercio, un 30%... a primera hora, tras el paso de los piquetes, en
la tarde, la situación descendió hasta menos de un 10%. ¿Cómo respondieron los
funcionarios de la gencat? Menos de la cuarta parte, un 23%, apoyaron la huelga.
¿Qué está ocurriendo?
Algo tan simple como que el suflé, al tenerlo demasiado tiempo fuera del horno,
se está deshinchando, incluso en los momentos en los que, para el independentismo,
se están produciendo acontecimientos dramáticos (peleas entre ellos, dudas
sobre las listas a presentar en las municipales, la exhibición pública de unos
acusados que parecen idos y que cuentan historias incomprensibles).
Ahora solamente queda
ver si, electoralmente, el fenómeno también remite. Lo normal sería una
acumulación de voto en el espacio de ERC. Pero ERC tiene a su líder en la
cárcel y ni tiene estrategia, ni tiene “hoja de ruta”, ni sus cuadros locales disponen
de orientaciones, por dos motivos: 1) por la negativa a reconocer el descalabro
y lo aventurero del proyecto indepe y 2) porque acaso no exista estrategia
posible para alcanzar la independencia. Ni la hay, ni siquiera es factible
elaborarla de la misma forma que un troglodita no puede establecer un plan para
llegar a la Luna… Dicho de otra forma: si
bien es previsible que el voto indepe se concentre en ERC, lo que no está tan
claro es lo que hará este partido con esos votos.
Imposible saber cómo quedará el mapa político catalán en los
próximos años. A la volatilidad del voto, característica de las últimas
elecciones, se une la multiplicidad de oferta. No hay que olvidar que, en
Cataluña, además de los partidos que existen en el resto del Estado, existe
también una oferta local propia que hace que el elector tenga que decidir entre
una decena de opciones.
Quizás lo único claro
es que, sean cuales sean los resultados, los partidos nacionalistas deberían
reconocer públicamente la imposibilidad de la secesión, entonar el mea culpa,
recomendar a sus miembros que se socialicen y tratar de salvar lo salvable,
volviendo al “autonomismo”, si es que el sentido común les impide reconocer que
esta segunda línea de defensa, también ha fracasado, lo que ocurre es que la
opinión pública española no se ha enterado. Eso, o la extinción progresiva… que
es lo que les ha ocurrido a sus hermanos quebecois y lo que está ocurriendo en
estos momentos con sus hermanos escoceses…
Era lo que los
antiguos romanos llamaban “la extinción sin gloria en el Hades”