lunes, 30 de enero de 2012

¿Por qué la Lambda es nuestro emblema?



Info|krisis.- Philipe Vardón-Raybauld en su obra Eléments pour une Contre-Culture identitaire explica lo siguiente a propósito de la letra Lambda: “Pintada sobre un escudo, designa a Esparta, ciudad de Lacedemonia. Incluida en un cartel o en una bandera que flota en una manifestación, es el símbolo con el que las juventudes identitarias han elegido identificarse desde 2007, en referencia, precisamente, a la mítica Esparta y a sus héroes”. Así pues, ya se sabe, por qué los identitarios europeos adoptan el símbolo de la letra griega Lambda mayúscula (Λ) de la que su forma minúscula es ligeramente diferente (λ): es simplemente para actualizar en el teatro europeo del siglo XXI a la vieja Esparta y a su ejemplo del siglo VI antes de JC.
Pero podemos apurar el simbolismo de la Lambda y explicar el por qué también nosotros lo consideramos como un símbolo, añadiendo algunas explicaciones sobre su simbolismo que servirán, no solamente para identificarnos un poco más sobre este símbolo, sino para justificar el por qué lo asumimos como propio.


I. El espíritu de Lacedemonia
Lacedemonia, también conocida como Laconia, era la región griega que ocupaba el Peloponeso y cuya capital era Esparta. Del nombre de Laconia ha derivado el término “lacónico”, que implica expresarse con frases breves, cortantes, extraordinariamente precisas y, a la vez, ingeniosas. Así se hablaba en Esparta. Era natural: una orden –y Esparta era una sociedad guerrera marcada por las órdenes que se daban y se cumplían sin pestañear- debe ser clara, concisa, rotunda, como un disparo, que no admite discusión, carece, para ser eficaz, de sombra de dudas sobre lo que se requiere, no es posible aplicar una doble lectura. Si así se hablaba en Esparta era porque hacerlo de otra manera hubiera sido peligroso para la supervivencia misma de la sociedad lacedemonia. De hecho, transmitir el “lenguaje lacónico” era uno de los aspectos de la “agogé” (el sistema espartano de educación de los jóvenes).
Se ha dicho que el nombre de Laconia (en griego Λακωνία) derivaba del héroe epónimo de la ciudad, Lacón o Lacedemón; era el nombre de un hijo de Zeus y Taigeto, casado con Esparta, hija de Eurotras, con quien tuvo tres hijos. Dio a la capital de su reino el nombre de su esposa, Esparta. Y otras más positivistas han argumentado que el nombre deriva del término griego λάκος que significa “lago”, aludiendo a que aquella región del Peloponeso era similar a un lago entre montañas.
El escudo era importante en una sociedad guerrera. Y mucho más en la sociedad espartana en la que las madres de los guerreros se despedían de ellos exhortándoles a luchar heroicamente y morir en la batalla con esta frase: “¡Con tu escudo o sobre él, espartano!”. En combate sólo existen tres posibilidades: victoria, muerte o huida. La victoria implicaba retornar al hogar blandiendo el escudo; en caso de morir, el cadáver del guerrero era transportado sobre su propio escudo por sus compañeros; y en el caso de huida, lo primero que se arrojaba al suelo para poder correr mejor era el escudo… Las madres espartanas solamente deseaban a sus hijos las dos primeras opciones, nunca la segunda, ni siquiera para salvar la vida. No había vida sin honor.
El escudo espartano recibía el nombre de “aspis” y toda la táctica militar giraba en torno suyo. Se trataba de que las filas de hoplitas estuvieran lo suficientemente cerradas y fueron tan compactas como hoy puede serlo una unidad blindada. Avanzando en orden cerrado esas filas eran literalmente invulnerables. Solamente soldados bien entrenados que hubieran evolucionado en los entrenamientos con la precisión de un ballet y que estuvieran ligados entre sí por una confianza a toda prueba, podían aplicar esta táctica. Su avance era el adelantarse de un muro de bronce erizado de lanzas. Hacía falta músculo para soportar la acometida del enemigo y, al mismo tiempo, serenidad y templanza para que la sangre no se helara en las venas. Por eso era importante la preparación física y el disponer de un cuerpo atlético, fuerte y sin taras.
El escudo era circular, con un diámetro que osciló entre los 90 y los 110 centímetros, construido en láminas de madera curvadas y encoladas en varias capas con un recubrimiento exterior de bronce e interiormente borrado de cuero. El peso del escudo debía rondar los 8 kilos. Sobre este escudo se pintó el símbolo de la Lambda mayúscula para que el enemigo no tuviera dudas de con quién estaban combatiendo. Pero no siempre fue ese el símbolo que lucieron los escudos espartanos. Antes, los guerreros lacedemonios dibujaban un avispa de tamaño natural (no mayor, pues, de centímetro y medio). Se debía que había que combatir a tal distancia que el enemigo pudiera ver la avispa. Tal como lo expresó dos mil quinientos años después Pierre Drieu La Rochelle interpretando con precisión el espíritu de la época: “la espada es el camino más corto de uno a otro corazón”.
II. El símbolo de la perfección: el compás
La hermenéutica de la Lambda es también interesante y aun cuando no ha hecho correr precisamente “ríos de tinta” quizás sea bueno apuntar algunas indicaciones, por que esta letra es algo más que el símbolo de un Estado guerrero. Es el mundo clásico, nuestros ancestros en definitiva, quien nos habla a través de su simbolismo.
A nadie se le escapa que la lambda mayúscula tiene forma de un ángulo con el vértice hacia arriba y la lambda minúscula es similar a un compás estilizado. Los antiguos consideraban que el compás era un instrumento sagrado en la medida en que era capaz de reproducir la forma más perfecta de la geometría: el círculo, única figura cuyos puntos están separados la misma distancia del centro y que para ellos era la representación del dios. Era una reminiscencia de los cultos solares: los antiguos sabían que la salud de las cosechas y de los mismos hombres dependía del Sol. Aqueos y dorios, pueblos arios llegados del norte y que desplazaron a cretenses y micénicos, conocían la “experiencia solar” y sabían que en los fríos del norte solamente el Sol daba luz y calor, la luz era para ellos también el símbolo de la “iluminación”, como el calor lo era de los valores de la familia, la camaradería, el hogar y la comunidad.
Habitualmente la lambda mayúscula que estaba representada en los escudos espartanos tenía sus lados abiertos con un ángulo de 45º, la mitad de un ángulo recto. Se consideraba que el ángulo recto era el que conducía a los dioses, mientras que el ángulo de 45º es el que simbolizaba la comunidad, la patria, la sociedad de los hombres libres.
III. De la Lambda a la Gamma. La svástica
El símbolo de la Lambda fue recuperado por los gremios medievales, en especial por los artesanos talladores de piedra que construyeron nuestras mejores catedrales góticas. En su trabajo les era necesario apoyarse en una serie de instrumentos que era utilizados en los trabajos y, al mismo tiempo, representaban valores éticos y morales: el escoplo representaba el poder de penetración y el mazo la fuerza y la voluntad; el nivel representaba la ecuanimidad mientras que la plomada era el símbolo de la rectitud; la lambda era, por eso mismo, el símbolo de la perfección. Y así los maestros talladores de piedra lo enseñaron de padres a hijos, de maestros a discípulos a lo largo de los siglos. Un remoto eco de todo esto, desfigurado y degradado fue incorporado a partir de 1717 en el patrimonio simbólico de la masonería. Pero no es esto lo que nos interesa, sino el simbolismo que tuvo en sus orígenes.
Existe otro símbolo sagrado en la antigüedad indo-europea que se repite con una insistencia sorprendente en el simbolismo de todos los pueblos que se remontan a ese tronco civilizador común. Es la svástica. La svástica es un símbolo solar pero también cosmogónico. En tanto que símbolo solar está emparentado con la cruz céltica, pero también define una cosmogonía: los antiguos concebían que el cosmos estaba formado por cuatro elementos (fuego, tierra, agua y aire) representados por los cuatro brazos de la cruz griega (de brazos iguales). Estos elementos se combinan entre sí definiendo todos los aspectos del devenir del cosmos y giran en torno a un centro fijo y estable, casi apolíneo en el sentido clásico, giro que queda representado por el círculo exterior propio de la svástica.
Pero al mismo tiempo la lengua griega da el perfil de un ángulo recto a la letra Gamma mayúscula (Г), no en vano en lenguas germánicas “Dios” se escribe con G: “Gott” en alemán, Good en inglés, Gut en danés y sueco, God en holandés y noruego, etc. En el catecismo de los “compañeros” de las antiguas corporaciones de canteros se preguntaba al postulante: “¿Qué simboliza la letra G?” a lo que debe responderse: “La Geometría es la quinta ciencia”, aludiendo al papel que ocupa dentro de las “siete artes liberales” tradicionales. Así pues “dios” (Good, etc.) y la “geometría” tienen la misma inicial, por eso, en las antiguas corporaciones se aludía al “Gran Geómetra del Universo” que la masonería escocesa tradujo como el “Gran Arquitecto”. Sin embargo, la G latina no tiene el mismo significado ni la misma forma que la Gamma griega (Г) pero, lo más sorprendente es que la lambda griega (Λ) es el equivalente a nuestra letra L, cuando la gamma griega lo es de nuestra G… Algo ha fallado en la evolución lingüística…
En realidad, no. Hay que recurrir a otro catecismo de las hermandades artesanales para responder a lo que parece un enigma: “Las cuatro letras y la quinta ciencia, ¿forman parte del arte de la proporción?”. Como se sabe, el inglés es ambiguo en algunas traducciones. La alusión a las cuatro letras no alude a la cuarta letra del alfabeto griego (porque es evidente que se está aludiendo en el contexto en el que se formula el enigma que se alude a este alfabeto) es la Delta (Δ) que no tiene absolutamente ninguna relación con la G (aunque su simbolismo sea muy rico). Así pues, de lo que se trata no es de la “cuarta letra”, sino de “cuatro letras” (y así lo hemos traducido).
El enigma se entiende mucho mejor si recurrimos a un antiguo texto de los canteros: el famoso cuaderno de notas de Villard d’Honnecourt en el cual se encuentra esta imagen. Las cuatro letras son las cuatro Gammas (Г) colocadas en ángulos rectos, que remiten al viejo símbolo de la svástica. En cuanto a la “quinta ciencia”, obviamente es la Geometría (cuya inicial es la G), ciencia de la “proporción”.



Toda esta temática estaba incorporada en el acervo simbólico de las hermandades de constructores medievales y fue, literalmente, usurpado por la masonería moderna. Las hermandades eran “operativas” mientras que la masonería moderna es “especulativa”. Hoy, los masones “hablan”, antes los constructores “actuaban” sobre la materia. Esto ayuda a comprender porqué algunos antiguos símbolos de las hermandades de constructores han pasado a la masonería moderna: el grado más alto, por ejemplo, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (uno de los rituales masónicos actuales) es el grado 33 que se acompaña con la letra G, pues no en vano el valor numérico de la Lambda es el 30 y de la Gamma el 3…
IV. El retorno de los Heráclidas
Una vieja leyenda clásica nos habla del “retorno de los Heráclidas”. Eran estos los hijos de Hércules y sus descendientes. La historia nos dice que esta leyenda alude a los dorios que conquistaron el Peloponeso y reclamaron su derecho a gobernar sobre las nuevas tierras. La legitimidad de Hércules (y, por tanto, de sus descendientes) era incuestionable: Zeus le había concedido el reinado sobre Argos y Laconia. Sin embargo, Hera –esposa de Zeus- mediante un ardid consiguió que estas tierras fueran a parar a mano del rey de Micenas. Sus hijos se vieron arrojados de las tierras del Peloponeso y alojados en la corte de Teseo en Atenas. Euristeo rey de Micenas les atacó siendo derrotado y muerto. Los lacedemonios volvieron a gobernar sobre la región. Nuevos episodios a medio camino entre la mitología y la historia consolidaron el dominio de los heraclidas sobre el Peloponeso, “sesenta años después de la Guerra de Troya”. Los heraclidas de la leyenda han pasado a ser los dorios de la historia, esto es los pueblos arios llegados del norte, hijos del sol que lucharon contra los micénicos, pueblos de naturaleza telúrica y ginecocrática.
Los Heráclidas habían luchado por reconquistar lo que había sido suyo, herencia de su padre Hércules. Y habían vencido. Una vez asentados en el Peloponeso, los dorios dieron vida, entre otras, a la ciudad de Esparta que aprendió pronto que la “guerra es nuestra madre”.
Este episodio de la mitología griega debe hacernos reflexionar sobre quiénes somos y qué somos. Somos los hijos de un pueblo antiguo, somos europeos desde este rincón del continente que es España y somos hijos de una antigua tradición. No en vano, cuando los romanos llegaron a esta tierra ya la llamaron Hispaniae nombre que generalmente se da como derivado de Hespérides, el jardín mítico situado en el extremo occidente. Siempre que nuestros antepasados han sido derrotados, no han cesado hasta recuperarse y vencer. Lo vimos durante un ciclo de 800 años al que se le atribuye gráficamente el nombre de Reconquista. Aquella fue la “primera Reconquista” que aspiraba a recuperar el antiguo reino “perdido” visigodo.
Más de quinientos años después de 1492 hoy vuelve a ser necesaria otra Reconquista. Nuestra tierra no es libre, ni independientes: es una tierra colonizada política, militar y culturalmente, mediatizada como el resto de Europa, por el poder de los EEUU, invadida por millones de inmigrantes que quieren tener aquí lo que no han sido capaces de construir en sus propias tierras, es una tierra la nuestra sometida al poder de la alta finanza y del capital multinacional que nos ha arrojado en el pozo de la globalización. Es una tierra sin esperanza, yerma y en cuyo suelo ninguna semilla podría hoy fructificar porque sus hijos parecen pre programados por quienes les han arrojado a un destino miserable.
Pero España es Europa y Europa es la revuelta contra el destino lo escriba quien lo escriba. Nuestra historia ha sido un permanente “retorno de los Heráclidas” que se ha ido realizando en distintos jalones de nuestro pasado en las luchas que han marcado los momentos estelares del continente: cuando Leónicas contuvo a los persas, cuando se venció en Platea y en las Termópilas, cuando Roma derrotó el poder de Cartago, cuando se venció al Islam en los montes astures y en los Pirineos y se le cerró el paso en Poitiers, cuando se entró en Granada y se venció en las Navas, cuando se llevó el combate a Tierra Santa y cuando se volvió a vencer en Lepanto y se levantó el cerco de Viena y, por qué no, cuando se decretó que ningún hombre digno ejercería la usura y el préstamo con interés…
Si alguien cree que los Heráclidas no volverán que mire el símbolo de la Lambda que nuevamente ondea sobre la sagrada tierra de Europa y, como no podía ser de otra manera, sobre nuestro terruño. Miradlo bien, porque se aproximan los tiempos en los que de nuevo nuestra tierra nos va a pedir el esfuerzo y el sacrificio y la voz de la sangre nos llamará, una vez más, al combate.
© Ernesto Milà – ernestomila@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen