Info|krisis.- Vaya por delante que la muerte de cualquier ser humano es una pérdida lamentable que nos recuerda lo fugaz de la vida, lo destructor del tiempo y el inevitable destino de lo humano. De ahí que lo escrito en este artículo sobre Manuel Fraga aluda a su papel como político y no a su dimensión personal.
Manuel Fraga durante el franquismo
De sus cualidades personales como opositor nato es imposible dudar. Es una característica propia de los líderes de la derecha el haber obtenido puestos funcionariales por oposición. Fraga, además se encaramó en ellas para asumir sus primeras responsabilidades políticas durante el franquismo. Fue, inicialmente, hombre de Ruiz Jiménez quien lo nombró para una cargo de segunda fila en el ministerio poco antes de dimitir y convertirse en “sor intrépida” (tal como se le llamó en la época) y pasar a dirigir lo que luego sería el “Equipo Democratacristiano del Estado Español” (sí, porque con Ruiz Jiménez empezó esa carrera por no “ofender” a nacionalistas catalanes y vascos).
Ocupó otros cargos en la Secretaría General del Movimiento (“Delegado de Asociaciones”). Quienes lo conocían decían que ya en esa época era prepotente, autoritario y alternaba momentos de gran tolerancia con otros de maltrato psicológico sobre sus subordinados. Era un tipo contradictorio, no solamente en carácter sino en orientaciones políticas. Y lo siguió siendo, porque la contradicción fue el leit-motiv de su vida.
Su cargo más famoso durante el franquismo fue, indudablemente, al frente del Ministerio de Información y Turismo cargo que ocupó desde 1962 a 1969. Fue uno de los ministros-estrella del período desarrollista que abarcó desde 1960 hasta el final del régimen y que estuvo marcado por la preponderancia del Opus Dei sobre otras fuerzas políticas. Su rival político fue el Secretario General del Movimiento, José Solís Ruiz (conocido como “la sonrisa del régimen”). Ambos cesaron al frente de sus cargos en 1969 cuando estalló el “affaire Matesa”, caso de corrupción en el que se vieron implicados miembros del Opus Dei. Solís apoyó al sector falangista, mientras Fraga hacía otro tanto con el sector opusdeísta. Y de ahí, al frente de la embajada en Londres.
El destino londinense le sirvió para contactar con los conservadores europeos y, según la leyenda que él mismo urdió en torno a su “conversión”, fue allí en donde se volvió “demócrata”. Antes no lo era. De hecho, con Fraga el régimen franquista aprende lo eficacia de la intoxicación informativa (en 1965 llegó a editarse en el ministerio una edición falsa de Mundo Obrero, el semanario de Partido Comunista. Cuando el estudiante Enrique Ruano falleció en un lamentable accidente, Fraga ordenó a Torcuato Luca de Tena el publicar fragmentos manipulados del diario íntimo de Ruano en el ABC en lo que constituyó una de las acciones más sucias realizadas durante el franquismo. También se bañó en Palomares tras perderse unas bombas atómicas norteamericanas y ordenó decir que no había contaminación radiactiva… cuando sí la había y la sigue habiendo incluso hoy cuarenta y cinco años después.
Pero sin duda la “medida estrella” de Fraga fue la Ley de Prensa e Imprenta, gracias a la cual pudieron aparecer diarios y revistas “aperturistas”: Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, y demás publicaciones que pronto fueron copadas por miembros de la oposición democrática. Luego hizo aprobar la Ley de Libertad Religiosa muy criticada en su época al romper el monopolio religioso del catolicismo. A partir de esa ley el Islam se pudo expresar libremente en nuestro país. Ahora ya sabemos a quien reclamar daños y perjuicios…
Fraga fue, en realidad, un “aperturista” durante los años 60, pero también uno de los personajes más siniestros del régimen como hemos visto. Su estancia en Londres le sirvió para hacer olvidar sus manejos en las “alcantarillas” del Ministerio de Información y Turismo. A él se le debe también la conversión de España en “paraíso turístico” (bajo el lema “Spain is diferent”) que ha consagrado a nuestro país como triste “zona de servicios” y “periferia” de Europa.
Manuel Fraga en la transición
El carácter siniestro de Fraga volvió a reverdecer durante el tiempo en el que fue Ministro del Interior y, por extensión, en todo el período que abarca desde 1976 hasta 1981, desde la muerte de Franco hasta el 23-F. Todavía no se ha hecho una valoración objetiva de la actuación de las “alcantarillas” en ese período pero es lícito recordar que a partir del Montejurra-76 (cuando Fraga deja que dos grupos carlistas rivales se enfrenten a tiros), Fraga ya tenía claro el “sin enemigos a la derecha” que todavía hoy mantiene el PP y que establece que el mapa político español “debe” terminar con el Partido Popular y que nada, absolutamente nada a su derecha, debe tener derecho a la existencia.
Fraga consiguió que en los acuerdos secretos de la transición entre los “franquistas evolucionistas” y la “oposición democrática”, estos aceptaran su exigencia de que el futuro mapa político de España no contemplaría ni opciones más allá del PSOE, ni más acá del PP. Y no sólo eso, sino que, a la vista de que esas opciones existían (y tenían una existencia mucho más real que las pequeñas capillas de los evolucionistas y de los minúsculos “partidos demócratas) había, simplemente, que destruirlas. Y así se hizo recurriendo de nuevo a las “alcantarillas”.
Pero Fraga hizo algo más: engañar y mentir a las entonces llamadas “fuerzas nacionales”. El corre-ve-y-dile de la operación fue el exministro de educación franquista, Cruz Martínez Esteruelas, a través del cual Fraga hizo creer a Blas Piñar que Alianza Popular (el precedente del actual PP) estaría dispuesta a una coalición con falangistas y fuerzanuevistas en las elecciones de 1979. La ficción fue mantenida por el diario El Alcázar y, por supuesto, resultó ser completamente falsa. Pocas horas antes de cerrarse el plazo de admisión de candidaturas, Martínez Esteruelas comunicó que Fraga no había aceptado el pacto. Se trataba solamente de un señuelo para distraer a las “fuerzas nacionales”, señuelo puesto en marcha por Fraga con toda la rapacería de la que era capaz.
Hubo, por supuesto, muchas más gestiones de Fraga al frente de interior en aquellos años. Recuérdese lo de “la calle es mía” que costó el que la policía disparó indiscriminadamente en Vitoria causando la muerte de cinco obreros, siendo el episodio más luctuoso de un período extremadamente duro de nuestra historia. Para colmo, Fraga fue partidario desde el principio de legalizar al Partido Comunista de España tal como declaró el 19 de junio de 1976 (el PCE sería legalizado 10 meses después) a Cyrus Sulzberger del New York Times… sólo que Fraga era partidario de legalizarlo después de las primeras elecciones democráticas (cuando daba por supuesto que los socialistas acapararían todo el voto de la izquierda a pesar de haber estado ausentes por completo de España durante el franquismo… era uno de los pactos secretos de la transición).
Fraga hizo algo más en favor del PCE, dirigido por el asesino de Paracuellos: presentó a Carrillo en la sociedad española, introduciéndole en el Club Siglo XXI, avalándolo y arropándolo en la conferencia que dio en aquel foro. A partir de esa conferencia, Carrillo pasó de ser el “verdugo de Paracuellos” (título que el propio Fraga había utilizado durante su período al frente del ministerio) a ser “un político respetado y responsable”…
La transición terminó el 26 de febrero de 1980 cuando Carrillo, del brazo de Suárez, con Felipe González a su vera y Manuel Fraga en el centro, encabezaron la manifestación de protesta contra el golpe del 23-F. Esa manifestación selló el fin de la transición y el principio de la democracia propiamente dicha. Fraga estaba allí para celebrarlo en primera fila. Esa era su obra.
Manuel Fraga en democracia
Fraga albergaba un sueño: ser presidente del gobierno. No advertía que su pasado polémico como funcionario franquista le vedaba para ese cargo. Los resultados de las primeras elecciones fueron malos o muy malos. Alianza Popular nunca despegó completamente y siempre se vio superada tanto por UCD como por el PSOE. Fraga no inspiraba confianza. Por otra parte, él se quería demócrata pero su carácter era autoritario y prepotente y no estaba dispuesto ni a dimitir de su cargo al frente de la derecha liberal ni mucho menos a dirigir su partido democráticamente.
Jorge Verstrynge fue quizás el primero en advertir que el techo de AP con Fraga al frente era bajo o bajísimo y encabezó una maniobra para desplazarlo a la autonomía gallega que, por entonces se acababa de constituir. Y Fraga montó en cólera. Relevó al secretario general, le hizo la vida imposible dentro del partido y Verstrynge terminó dimitiendo. Lo que no fue óbice para que luego, quienes lo sucedieron, primero Hernández Mancha y luego Aznar, lo enviaran primero al parlamento europeo y luego a… Galicia.
Y entonces Fraga se travistió de galleguista de estricta observancia. Allí estuvo 15 años; no fue sin duda lo que él hubiera deseado para su jubilación, pero fue al menos el premio de consolación. Su gestión no fue una buena gestión. Empezó proclamando la necesidad de una “administración única” (que afortunadamente su partido no asumió). Consistía en liquidar la administración del Estado y considerar a las “autonomías” como la “administración” por excelencia. De haber triunfado esta tesis, es difícil que España hubiera soportado las tensiones autonómicas y presumiblemente ya estaría rota. En cierto sentido la administración estatal es lo que garantiza la existencia de una superestructura unitaria, algo que la “administración única” de Fraga liquidaba en beneficio de 17 autonomías que, en su conjunto… formarían la administración del Estado.
Además de esta enormidad conceptual, el período de Fraga evidenció que todavía quedaba mucho caciquismo en Galicia. La política faraónica de las administraciones autonómicas no fue menor en la Galicia de Manuel Fraga: intentó controlar a los medios siguiendo la técnica utilizada por CiU en Catalunya, financiando y subvencionando a los medios de comunicación, impulsó el monocultivo del eucalipto, estableció canteras en lugares de importancia paisajística y, para colmo, fundió cientos de millones en la llamada Cidade da Cultura. Mucho fue el dinero que movió la Xunta en su gobierno y mucho, por tanto, fueron las comisiones y la corrupción.
Se tiene tendencia a pensar que las embajadas autonómicas en otros países es cosa de la Generalitat de Catalunya. Fraga se les adelantó siendo el primer presidente autonómico que intentó tener una presencia activa en el exterior… cultivando la amistad, mire usted por dónde, con Fidel Castro. Para Fraga era más importante que los antepasados de Castro hubieran sido gallegos que el que hubiera transformado a la isla de Cuba en una macrocárcel.
Conclusión: éste es Fraga y esto es el PP
Este es Manuel Fraga Iribarne, fallecido esta semana. Desató polémicas allí donde fue. Sus partidarios, todos ellos miembros de la derecha liberal, conservadora y democrática, le tienen como a un mito. El resto de la sociedad no es de la misma opinión. Habituado al trabajo de las alcantarillas, al “donde dije digo, digo Diego” y a tomar una postura y poco después la contraria con la misma facilidad, se suele decir de él que era un “hombre honesto”.
Honesto, pero no hizo nada para erradicar la corrupción ni siquiera de su Galicia natal. Tampoco hizo nada para que existiera una ley de partidos, ni alejó de AP a quienes ya por entonces empezaban a hacer de las corruptelas su actividad particular. Si primero hubo el Caso Naseiro y luego el Caso Gürtel, es seguramente porque Fraga se negó a que la lucha contra la corrupción fuera prioritaria. El resultado lo tenemos a la vista: la democracia española tiene como factor identificador a la corrupción. Sólo que en Galicia, algo más atrás en la evolución de la sociedad española por su particular configuración en pequeños núcleos rurales, el caciquismo (extendido a toda España durante la restauración) sigue teniendo arraigo.
Fraga es uno de los grandes responsables de la situación político-económica actual. Ya hemos visto que fue uno de los que promovieron el turismo como elemento esencial del modelo económico español. Fue uno de los “padres de la constitución” (o mejor dicho, de ese disparate llamado “constitución española”). Si bien criticó el Título VIII de la Constitución ni hizo nada por reformarlo, ni siquiera para que su partido lo propusiese, simplemente se fue a Galicia a gobernar allí con la grandeza y el boato con que hubiera querido gobernar en La Moncloa.
Dicen de él que fue un “estadista”. No lo fue, fue un político oportunista: franquista durante el franquista, aperturista durante la transición y demócrata bajo la democracia. Dicen que fue un hombre de grandes principios éticos y morales y de una honestidad a toda prueba. Lo será para unos, pero si la medida de los hombres la dan sus construcciones, Fraga fue como cualquier otro presidente autonómico: demagogo, dramatizando su papel como arraigado populista en la tierra en la que le vio nacer… y, por supuesto, no hizo nada para erradicar la corrupción, ni para prever que el modelo turístico español, unido al ladrillo, nos situaría ante la crisis económica más brutal de nuestra historia, se limitó a promocionar la lengua gallega por encima de la lengua vehicular de todos los españoles. Tal como hizo CiU en Catalunya y el PNV en Euzkadi…
Este era Manuel Fraga, ninguna ganga como se puede ver…
© Ernesto Milà – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen