sábado, 25 de octubre de 2025

El verdadero Mahoma. Por qué hay que prevenirse del islam contado por ellos mismos.

Lo hemos dicho siempre: el islam no es una religión como otra cualquiera. Es la única religión en nombre de la cual se mata y se muere en el siglo XXI. La cuestión de su fundador y de cómo fundó esa religión, es uno de los elementos más perturbadores para un occidental y que, generalmente, se desconoce. Este texto, que hemos encontrado en francés en versión original, nos explica su origen y sus primeros pasos a través de la vida de Mahoma. El texto venía acompañado de una exhortación a difundirlo en nuestros círculos.

Las medidas del pedrosanchismo para favorecer la expansión del culto islámico (subvenciones para la enseñanza del Corán en centros de educación pública, subsidios a organizaciones islámicas, para la construcción de mezquitas, uso de locales públicos para la “fiesta del cordero”, etc.) dan que pensar: el gobierno, oficialmente, se declara “neutral” en materia religiosa. Pero no lo es: en realidad, es agnóstico; simplemente ha comprobado lo complicado que puede ser tratar de desarraigar el catolicismo del pueblo español y ha optado por favorecer una concepción rival para que sea ella la que asuma la lucha contra la que ha sido “religión tradicional” y dar así otro paso adelante para la “mundialización” de España que solo puede alcanzarse mediante la pérdida de la propia “identidad”. Esta idea enloquecida se completa, además, con otra no menos absurda: pensar que, viviendo en el progreso económico y tecnológico, los núcleos islámicos irán “evolucionando” hasta convertirse en una religión descafeinada y terminarán “integrándose” en una sociedad multiétnica, multicultural y, finalmente, “mundialista”. El problema es que, una planificación tan “aventurera” y miope, se apoya en las bases de la Agenda 2030 e ignora por completo lo que es el islamismo, o la versión que tiene, facilitada por los propios islamistas, no es la auténtica, sino, justo, la que los interlocutores quieren oír.

Pero cuando se estudia con detenimiento la religión islámica aparece claro, inmediatamente que la “revelación” de Alá a Mahoma, es la propia de un pueblo que, hasta ese momento, no había tenido un legislador y vivía de forma salvaje y primitiva en los desiertos de Arabia… cuando los pueblos de Oriente Medio, de la India, de China y de Europa, ya habían tenido sus “legisladores” (Abraham, Licurgo, Confucio, Hammurabi, etc.), milenios antes. Pero las tribus primitivas entre las que nació Mahoma, podemos decir que “llegaron tarde” y, aunque el esfuerzo de Mahoma fue admirable por dar una fe, unos ideales y, sobre todo, una legislación a un pueblo primitivo, lo cierto es que todo eso llegaba tarde, muy tarde. Y lo que era peor: era una legislación y unas normas de vida aptas solamente para estadios culturales muy primitivos, imposibles de trasladar a otros horizontes geográficos… a menos que no se destruyera a las culturas de cada pueblo ocupado.

El siguiente -y es importante precisarlo- texto maneja solamente textos reconocidos por el islam y con datos históricos contrastados sobre la vida de Mahoma. Sobre su autor no hemos podido establecer su personalidad; pero, en todo caso, es evidente que conoce la religión islámica al detalle. Cualquier imán podrá certificar la autenticidad de todo lo que se dice en el siguiente artículo y, seguramente, no tendría empacho en recordarlo desde su tribuna… El problema es que, lo que para ellos es “normal”, en Europa es primitivo.

Que sea el lector el que, por sí mismo, adopte una postura.

EL VERDADERO MAHOMA

Mahoma habría nacido alrededor del año 570 o 571 d. C. en Arabia, en La Meca, en el clan de los Hashim, tribu de los Quraysh (Quoraïchites). Su clan se dedicaba al comercio con caravanas. Pero poco después de su nacimiento, perdió su influencia. El padre de Mahoma era un comerciante llamado Abdallah. Murió durante un viaje dos meses antes de que su esposa Amina diera a luz en el año 570. Cuando ella murió a su vez, Mahoma solo tenía seis años. El huérfano fue criado por su abuelo, el jefe del clan de los Bani Hachem (los Hachemitas), y luego por su tío abuelo, Abu Talib (padre de su futuro yerno, Ali).

Aunque no sabía leer ni escribir, aseguró su fortuna al casarse a los 25 años con una rica viuda quince años mayor que él: Jadiya. Waraqa, primo de Jadiya, era un antiguo sacerdote cristiano nazareno. (La Sira dice: ...Entonces se levantó, se vistió y fue a casa de su primo Waraqa b. Nawfal b. Asad b. 'Abd al -'Uzzä b.Qusä, que se había convertido al cristianismo, había leído las Escrituras y había aprendido muchas cosas de la Gente de la Torá y del Evangelio...). Es muy probable que influyera en las ideas religiosas de Mahoma. Convertido en un notable, Mahoma organiza caravanas hacia Siria y tal vez él mismo se desplace hasta allí.

Hacia los 40 años, en 610, el futuro profeta adquiere la costumbre de retirarse a una cueva del desierto, en el monte Hira, a cinco kilómetros de La Meca. Allí, según él mismo cuenta, el ángel Jibril (Gabriel) le transmitió por primera vez la palabra de Dios.

A su regreso a La Meca, el apóstol Mahoma (aún no se hacía llamar profeta) se presentó como el enviado de Alá, el Dios único, y comenzó a revelar sus visiones en las 90 suras de La Meca.

Pero los ricos comerciantes de la ciudad se opusieron a él debido a sus vehementes críticas contra su modo de vida. Temían por sus ingresos, vinculados a las peregrinaciones a la Kaaba, y lo persiguieron, tachándolo de loco y golpeando a sus discípulos. Para intentar conciliarse con ellos, Mahoma admite públicamente (en la sura Nadjm, conocida como «La estrella») que las divinidades paganas de La Meca (Al Lât, Al-Uzza y Manât, las tres «hijas de Alá») existen y pueden interceder ante Dios. Tabari escribe al respecto:

«Como el profeta del islam se dio cuenta de que la tribu de los quraishíes se mostraba reacia hacia él y esto le resultaba difícil de soportar, deseó que algo viniera de parte de Dios para acercarlos a él; cuando esta idea surgió en su mente, Dios reveló estos versículos:

«Son diosas eminentes y su intercesión es aceptada» (Sura Nadjm, versículos 19 y 20)

Cuando los quraishitas oyeron la veneración de sus dioses (por parte de Mahoma), se alegraron y, cuando Mahoma, en su enunciado, llegó al momento en que había que postrarse, lo hizo y los demás que estaban en la mezquita, contentos por la veneración de sus dioses por parte de Mahoma, hicieron lo mismo. Todos los creyentes y renegados se postraron... y cuando los quraishíes salieron de la mezquita, estaban alegres y decían: Mahoma ha recordado a nuestros dioses en buenos términos y los ha tratado como eminentes cuya intercesión es aprobada... (Estos hechos han sido relatados por Al Tabari e Ibn Sad).

Las relaciones con los quraishíes de La Meca se calmaron de inmediato, pero entre sus primeros discípulos cundió la consternación. Se preguntaban qué sentido tenía ese politeísmo encubierto y ese oportunismo religioso hacia los idólatras. Por suerte (!), el ángel Gabriel le trajo a Mahoma una sura llamada Youssouf, en la que se decía que los dos versículos incriminados (los famosos «versículos satánicos») habían sido inspirados por Satanás y, por lo tanto, debían ser borrados (relatado por At Tabari e Ibn Sad).

Y en la sura Hadj (la peregrinación a La Meca), versículo 52, Alá explica: «Antes que él, los profetas también tenían deseos y Satanás hizo que sus deseos se manifestaran en sus palabras...»

Según el Tarikh al Moulouk va al Rossal, página 880, Alá también habría dicho: «Antes de ti, no hemos enviado a ningún mensajero ni apóstol sin que, en el momento de su enunciado, Satanás hiciera sugerencias. Pero Dios deroga lo que Satanás ha sugerido».

Esta retractación desencadenó una severa persecución contra los pobres de La Meca, que habían seguido al Profeta. En 619, el horizonte se oscureció aún más con la muerte de su devota esposa, Jadiya, y del poderoso Abu Talib. Sintiéndose amenazado, Mahoma intentó partir hacia el oasis de Taif, a unos cien kilómetros, pero fue expulsado por los habitantes. Entonces se casó con una viuda llamada Saida y luego con la joven hija de su discípulo Abu Bakr. Ella se llamaba Aisha y solo tenía seis años, mientras que él tenía cincuenta. Se convirtió en la esposa favorita de Mahoma, un detalle que revela sus gustos más íntimos. (Estos hechos se relatan en uno de los textos oficiales de la tradición islámica, el hadiz 67 39).

El Hadiz, Sahih Bukhari 7, 62-64 dice: «El Profeta se casó con Aisha cuando ella tenía seis años y consumó su matrimonio cuando ella tenía nueve, y entonces ella permaneció con él durante nueve años (es decir, hasta su muerte)».

El Hadiz, Sahih Bukhari 1, 4-229 dice: Aisha relató: «Solía lavar las manchas de semen de la ropa del Profeta y él solía ir a rezar con el agua todavía encima. (Las manchas de agua aún eran visibles)».

El Hadiz, volumen 8, libro 73, n.º 151, dice: Aisha relató: «Solía jugar con muñecas en presencia del Profeta, y mis amigas también solían jugar conmigo. Cuando entraba el apóstol de Alá, solían esconderse, pero el profeta las llamaba para que se unieran a él y jugaran conmigo».

El Hadiz, volumen 7, libro 62, n.º 17, dice: Jabir bin 'Abdullah relató: Cuando me casé, el apóstol de Alá me dijo: «¿Con qué tipo de mujer te has casado?». Yo respondí: «Me he casado con una matrona». Él dijo: «¿Por qué? ¿No te gustan las jóvenes vírgenes y acariciarlas?». Jabir también indicó: El apóstol de Alá dijo: «¿Por qué no te has casado con una joven para poder jugar con ella y ella contigo?».

El 23 de junio de 622, en Aqaba, a orillas del mar Rojo, los representantes de Yathrib (Medina), un oasis situado a 350 km al noreste, firmaron con el Profeta un pacto de alianza y aceptaron acoger a sus discípulos de La Meca, un total de 70 personas. Mahoma abandonó finalmente La Meca en septiembre para instalarse en Medina. Este periodo corresponde a la Hégira, o inicio de la era islámica.

Medina era presa de las rivalidades entre dos tribus árabes (los Aws y los Khazraj); tres tribus judías arbitraban este conflicto según sus intereses. Mahoma fue acogido allí como mediador y legislador. Para él, este fue el comienzo de un radicalismo político que iría en aumento:

A partir de entonces, en sus 24 suras del periodo medinense, ya no se refería a sí mismo como «apóstol», sino como «profeta», y su tono era mucho más duro.

Los judíos desempeñaban entonces un papel nada desdeñable en la vida de la comunidad. Hay que decir que Mahoma aún no pretendía profesar una «nueva» religión. Por lo tanto, no había oposición con los judíos. De hecho, la oración se dirigía hacia Jerusalén. La comunidad, de hecho, era sobre todo una asociación política: el líder de los musulmanes se comportaba como un guerrero y multiplicaba las incursiones contra las caravanas de los habitantes de La Meca para reunir botín.

Al sorprender a Zaynab bint Khuzaima (30 años), esposa de su hijo adoptivo Ali, en ropa ligera, Mahoma quedó deslumbrado por su belleza y la deseó. Para justificarse ante cualquier acusación de incesto, Mahoma inventó una historia increíble: una oportuna (¡!) revelación de Alá le autorizó a transgredir la prohibición social y a casarse con su nuera: «¡Oh, profeta! Se te permite casarte con las mujeres a las que hayas dotado, las cautivas que Alá haya puesto en tus manos, las hijas de tus tíos y tías maternos y paternos que huyeron contigo, y cualquier mujer fiel que haya entregado su alma al profeta. Es una prerrogativa que te concedemos sobre los demás creyentes». (Sura 30, 49-51) (también está la sura 33, 2-37).

Evidentemente, su hijo Zaid aceptó divorciarse para responder al deseo legítimo de su padre y a las órdenes de Alá. Los hadices de Bujari, vol. 7,48, dicen al respecto: Cuando se reveló el versículo coránico que permitía a Mahoma retrasar el turno de cualquiera de sus esposas, y cuando Mahoma declaró que Alá le había permitido casarse con la mujer de su hijo adoptivo, Aisha le dijo irónicamente: «Oh, enviado de Alá, veo que tu Dios se ha apresurado a concederte tu deseo».

La sura 66, 1-5 también fue revelada inesperadamente (¡!) para permitir al Profeta abandonar a sus esposas si así lo deseaba, con el fin de acostarse con Marya Qibtiya bint shamun, también llamada María la copta (una esclava sexual que le habían regalado).

Desde Medina, Mahoma organizó entonces con sus seguidores tres incursiones infructuosas contra las caravanas de La Meca.

Pero en enero de 624, en un lugar llamado Nakhlah, doce discípulos de Mahoma atacaron por sorpresa una caravana de La Meca, mataron a un hombre con una flecha y tomaron dos prisioneros. El asunto causó un gran escándalo, ya que ocurrió durante el mes de Rajab. Se trata de un período sagrado en el que toda hostilidad y todo asesinato estaban prohibidos. Pero oportunamente (!¡), Alá dictó en ese momento una sura que le autorizaba a romper la tregua (sura 2, 217). Alá concedió además una gran parte a su Profeta (¡pudo apropiarse de una quinta parte del botín!).

En aquella época, Mahoma tenía en gran estima a los judíos de Medina. Esperaba que fueran los primeros en acoger favorablemente su mensaje monoteísta, pero pronto se sintió decepcionado por su desconfianza y su hostilidad. De hecho, los judíos no lo aceptaban como su profeta e incluso criticaban las libertades que se tomaba con el relato bíblico. En el colmo de la amargura, se alejó del judaísmo y desarrolló una religión que a partir de entonces se inspiró místicamente en Ismael, hijo de Abraham, y ya no en Moisés.

El 11 de febrero de 624, una revelación divina (sura 2, 138) ordenó a Mahoma y a sus discípulos que la oración ritual se realizara a partir de entonces no mirando hacia Jerusalén, sino hacia la piedra negra de la Kaaba, el santuario de los idólatras de La Meca. (De hecho, las crónicas occidentales indican que este cambio se produjo mucho más tarde). La ruptura con los judíos había comenzado.

Al mismo tiempo, Mahoma fue asesinando poco a poco, con el consentimiento de Alá, a todos aquellos que se le oponían o le habían criticado.

Así, Abu Afak, un judío centenario, se atrevió a componer una sátira lírica sobre el Profeta (Kitab al Tabaqat al Kabir, volumen 2, de Ibn Sa'd, página 32). Mahoma exclamó: «¿Quién me vengará de este canalla?» y Salim ibn Umayr fue a matarlo mientras dormía. Luego, la poetisa Asma bint Marwan, madre de cinco niños pequeños, escribió un poema en el que criticaba a los árabes por haber dejado que Mahoma asesinara a un anciano.

Al enterarse de sus palabras, Mahoma preguntó: «¿No hay nadie que me libere de la hija de Marwan?».

Umayr ibn Adi, un musulmán (¿ciego?), se ofreció voluntario y apuñaló a la desdichada en su cama, mientras amamantaba a su hijo menor (Sirat Rasul Allah). Cuando, presa del remordimiento, Umayr expresó su temor de ser castigado por Alá por este asesinato, Mahoma lo tranquilizó diciéndole que «ni siquiera dos cabras se pelearían por eso». También dijo: «¡Oh, sé testigo, no hay venganza que pagar por su sangre!». (Aba Dawud, libro 38, 4348).

En 624, el Profeta atacó victoriosamente una caravana de La Meca en el pozo de Badr (con el apoyo de ángeles invisibles). En recuerdo de ello, ese mes se convirtió en el Ramadán. Entre los prisioneros se encontraba el narrador Al Nadr, que en otra ocasión se había destacado por burlarse del profeta en La Meca y decir que las suras eran fábulas. Embriagado por la venganza, Mahoma aprovechó la ocasión para ejecutarlo.

Mahoma dijo a sus hombres: «Quienquiera de vosotros que encuentre a Abu Yahl, tenga cuidado de no dejarlo escapar. Si no lo encontráis, buscadlo entre los muertos, pues Dios me ha prometido que hoy será asesinado.

Si no lo reconocéis por su rostro, que podría estar cubierto de polvo, podréis distinguirlo por una cicatriz que tiene en el pie; (...) cortadle la cabeza y traédmela».... Y así se hizo. Mahoma le dijo a Uqba bin Abi Mu`ayt: «Hago un voto a Dios de que, si te atrapo fuera de La Meca, te cortaré la cabeza». Los textos dicen a continuación: Dos días después, a mitad de camino hacia Medina, Uqba, otro prisionero, fue condenado a muerte. Intentó protestar y preguntó por qué debía ser tratado con más severidad que los demás cautivos. «Por tu enemistad con Alá y su profeta», respondió Mahoma. «¡Y mi nieta!», gritó Uqba con amargura en el alma, «¿quién cuidará de ella?». «¡Las llamas del infierno!», exclamó el Profeta. Y en ese instante, la víctima fue cortada hasta los pies. «¡Miserable que eres!», continuó, «¡Y perseguidor! ¡Infiel que no crees ni en Alá, ni en su profeta, ni en su libro! ¡Doy gracias al Señor por haberte matado y así haber consolado mis ojos!». (bn Hisham, Sirat de Mahoma)

Sin embargo, Uqba no había perseguido a los primeros musulmanes: murió por la sencilla y buena razón de que rechazó el islam, fiel a sus convicciones personales. Mahoma también ordenó el asesinato del poeta crítico judío Ka'b ibn al-Ashraf, porque había recitado en La Meca una oda fúnebre por los habitantes de La Meca asesinados por los musulmanes (y también porque se burlaba de los musulmanes dirigiendo versos de amor a sus mujeres).

El Profeta dijo: «¿Quién me librará de Ibn Al-Ashraf?».

Muhammad b. Masiamah respondió: «Yo, oh Enviado de Alá, me encargaré de ello, lo mataré». El Enviado de Dios le dijo: «Hazlo si puedes».

Ibn Masiamah dijo: «¡Oh, Enviado de Alá! Nos veremos obligados a decir palabras engañosas».

El Enviado de Alá respondió: «Decid lo que queráis: se os permite».

Ibn Ishâq relató el asesinato (págs. 18 a 25):

Varios hombres de la tribu de Aws se habían asociado para matar a Ka'b ibn al-Ashraf. Por la noche, se pasearon con el poeta cerca de una cascada, después de haberlo atraído traicioneramente fuera de su fortaleza. Abû Nâ'ilah se mostraba muy amable con Ka'b ibn al-Ashraf. Le acariciaba el cabello diciendo: «Nunca he sentido un perfume mejor». Caminaron durante varias horas para ganarse la confianza del poeta judío. De repente, Abu Nâ'ilah agarró a Ka'b ibn al-Ashraf por el pelo y dijo: «¡Golpead a este enemigo de Dios!» (Sin embargo, era su hermano adoptivo). Lo golpearon, pero sus espadas, que se cruzaban sobre Ka'b ibn al-Ashraf, no lograban rematarlo. Muhammad b. Masiamah dijo: «Cuando vi que nuestras espadas no servían de nada, recordé un cuchillo que llevaba atado a mi espada. Lo cogí y se lo clavé en el bajo vientre y presioné hasta alcanzar el pubis. Entonces Kaab cayó al suelo».

Cuando Abû Nâ'ilah arrojó la cabeza cortada de Ka'b ibn al-Ashraf a los pies de Mahoma, este exclamó: «Esto me complace más que el camello más hermoso de toda Arabia». Luego lo felicitó y le regaló un bastón para apoyarse en el paraíso. (El relato de este acto será justificado por Ibn Ishâq citando estos versos de Hassan b. Thâbit: «Buscaban la victoria para la religión de su profeta, considerando insignificante cualquier acto inicuo».

Al día siguiente, le tocó el turno a Ibn Sunayna, que fue asesinado por su amigo musulmán Muhayyisa ben Masud por ser también judío. El hermano de Muhayyisa exclamó entonces: «¡Una religión que incita a hacer esto es sin duda maravillosa!». Sin embargo, estos asesinatos perturbaron a algunas almas sensibles y el Profeta encontró la manera de justificarse con una nueva sura muy oportuna (¡!): «No le corresponde al profeta tomar cautivos, mientras no haya vencido completamente a los incrédulos en la Tierra» (sura 8,67).

Poco después de la batalla de Badr, un incidente encendió la mecha. Una musulmana fue agredida en el mercado por judíos de la tribu de los Banû-Qaynuqâ', lo que provocó enfrentamientos entre musulmanes y judíos. La tribu implicada pronto se vio asediada por los musulmanes y luego fue expulsada de Medina y sus bienes confiscados.

En 625, la segunda tribu judía, la de los Banû-Nadhîr, fue acusada de pactar con los habitantes de La Meca (Alá habría revelado que querían asesinar a su Profeta). Tuvieron que huir a Quaybar tras una violenta batalla, ya que Mahoma mandó cortar y quemar todos sus palmerales: «Lo que cortéis de lo flexible o dejéis en pie sobre su tallo, es por orden de Alá y para confundir a los incrédulos».

El profeta también mandó matar a Kab, jefe de los Banû-Nadhîr y poeta satírico, así como a su mujer, porque se habían burlado de él.

El Profeta dio permiso para ir a matar al judío Satam b. Abî Al-Huqayq, que se encontraba en la ciudad de Khaybar, ya que era su enemigo. Entonces, cinco hombres de la tribu de los Khazraj fueron a Khaybar para ejecutar el plan. Se hicieron pasar por compradores:

La esposa de Al-Huqayq preguntó: «¿Quiénes sois?». Ellos respondieron: «Somos árabes y buscamos provisiones de grano». La mujer dijo: «Ahí está vuestro hombre, entrad en su casa». Cuando entraron, cerraron la puerta y, con sus espadas, lo atacaron mientras estaba en su cama. Después de apuñalarlo, Abd Allah b. 'Unays le clavó la espada en el vientre de tal manera que le atravesó el cuerpo. Regresaron a Medina. Entraron en casa de Mahoma y le informaron de la muerte del judío. Pero cada uno afirmaba haberlo matado. Entonces el Enviado de Alá dijo:

«Traedme vuestras espadas». Se las trajeron. Las miró y, refiriéndose a la espada de 'Abd Allah b. Unays, dijo: «Esta lo ha matado, porque veo en ella restos de comida». Mahoma se había convertido en el amo de Medina. Se hizo rico y poderoso gracias al botín de las incursiones y al tributo que exigía a los vencidos. Se había asociado con los saqueadores Banu Damréh y con Abuzair, de la tribu de bandidos de Ghafar. La tribu de los Banu Madlidj, que era idólatra, también se alió con el Profeta con la única intención de apoderarse del botín obtenido en los ataques a las caravanas. Mahoma llevó a cabo un total de sesenta y tres incursiones (frente a una sola guerra defensiva). Sus victorias debían demostrar a sus fieles la pertinencia de su mensaje.

Los habitantes de La Meca, hartos del saqueo de sus caravanas, organizaron una expedición con Abu Sufyan contra Mahoma. Primero le derrotaron en Uhud el 21 de marzo y luego sitiaron Medina en 627 durante 15 días («batalla de la zanja»). Pero Mahoma hizo cavar una zanja defensiva alrededor de la ciudad, por lo que los habitantes de La Meca tuvieron que levantar el asedio.

El Profeta aprovechó la ocasión para acusar («Oh, vosotros, monos y cerdos...») y atacar a la última tribu judía de Medina: los Banu Qurayza (que, sin embargo, habían participado en la defensa). Tras un mes de asedio, les hizo saber que tenían la opción de convertirse al islam o morir. A pesar de su rendición, Mahoma decidió masacrar, por orden de Alá, a todos los miembros masculinos de la tribu (entre 600 y 800 hombres). Fueron horriblemente torturados para que confesaran dónde habían escondido sus tesoros y, luego, llevados en grupos de cinco, todos fueron degollados y arrojados a fosas comunes excavadas cerca de la plaza del mercado de Medina. Las mujeres y los niños fueron vendidos como esclavos. Tras la matanza, Mahoma tomó como concubina a la bella Rayhana bint umru bin hanafa, viuda de uno de los ejecutados.

El Hadith, Sahih Bukhari 5,59,362 dice al respecto: «Entonces mató a sus hombres y repartió sus mujeres, sus hijos y sus propiedades entre los musulmanes, pero algunos de ellos acudieron al profeta y él les concedió seguridad, y ellos abrazaron el islam. Exilió a todos los judíos de Medina. Había judíos de Bani Haritha y todos los demás judíos de Medina»

Ibn Ishaq escribió en la página 466 de Sirat Rasulallah: «Entonces el apóstol dividió las propiedades, las esposas y los hijos de los Banu Qurayza entre los musulmanes, dio a conocer las partes correspondientes a los caballos y los hombres, y tomó la quinta parte» (Mahoma y su familia obtuvieron una quinta parte del botín de guerra). Luego, el apóstol envió a Sa'd... con algunas de las mujeres cautivas de los Banu Qurayza a Najd para que las vendiera a cambio de caballos y armas».


El Hadiz 669 dice: «Algunas personas de la tribu de Uraina acudieron al Profeta y él les dijo que podían ir a los camellos de Sadaqa y beber su leche y orina (utilizada para curar ciertas enfermedades). Al principio todo iba bien, pero luego se abalanzaron sobre los pastores y los mataron, se convirtieron en apóstatas del Islam y se llevaron los camellos de Mahoma. Él envió a unos hombres para que los trajeran de vuelta. El Santo Profeta ordenó que les cortaran las manos, los pies y les sacaran los ojos, y los arrojó a la tierra rocosa hasta que murieron».

El Hadiz, Sahih Bukhari 8, 82, 794 dice: Anas relató: Algunos miembros de la tribu de Ukl acudieron al Profeta y abrazaron el islam. El clima de Medina no les convenía, por lo que el profeta les ordenó beber orina y leche de camello para curarse. Lo hicieron y se recuperaron de su enfermedad. Pero se apartaron del islam, mataron al pastor de camellos y se marcharon con los camellos. El Profeta envió a algunos en su persecución y así los capturaron y los trajeron de vuelta, y el Profeta ordenó que se les cortaran las manos y las piernas, que se les marcaran los ojos con un hierro candente y que no se cauterizaran las manos y las piernas cortadas, y esto hasta que murieran. (... «y fueron arrojados a Al-Harra y murieron de sed»).

Abu Dawud 38A357 escribió: Cuando el Apóstol de Alá cortó las manos y los pies de aquellos que habían robado sus camellos y apostatado, y ordenó que se les quemaran los ojos con fuego, Alá lo reprendió y reveló: «El castigo para aquellos que hacen la guerra contra Alá y Su Apóstol y se esfuerzan con todas sus fuerzas por hacer el mal en la tierra es la ejecución o la crucifixión».

A partir de 627, el Profeta lanzó una política de agresión sistemática contra otras tribus. Atacó a las tribus de los Bani Mustalik y a los judíos de Wadil Qora, secuestró a las mujeres y los niños de la tribu de los Moshjarik, saqueó caravanas, tomó el oasis judío de Fadak (que pasó a ser propiedad personal de Mahoma) y dijo a los judíos Beni Qainoqa: «Si no abrazáis el islam, ¡os declaro la guerra!».

A continuación, lanzó una expedición contra los judíos de Quaybar. Comenzó invitando a su jefe a una negociación y aprovechó para asesinarlo junto con todo su séquito en el camino. En La vida de Mahoma, página 515, se escribe: «Atacó la ciudad judía de Quaybar, donde capturó a uno de los líderes judíos (Kinânah) y lo torturó para obligarlo a decir dónde había enterrado su dinero. Después de que el hombre se negara a hablar, y como estaba casi muerto por la tortura, Mahoma ordenó que le cortaran la cabeza».

«Al-Zubayr comenzó a quemarle el pecho, hasta que Kinânah estuvo a punto de morir. Entonces, el Enviado de Alá lo entregó a Muhammad b. Masiamah, quien le cortó el cuello para vengar a su hermano Mahmûd b. Masiamah».

Luego, Mahoma convirtió a Safiyya bint Hayi bin Akhtab (17 años) en su esclava por derecho de guerra y la obligó a compartir su lecho. (Ella era la esposa de Kinânah, a quien el Profeta había torturado). Mahoma ni siquiera tuvo la paciencia de esperar a regresar a Medina para consumar el matrimonio. Un partidario de Mahoma, que permaneció toda la noche de bodas vigilando con su espada cerca de su tienda, le dijo al Profeta: «Temía la reacción de esta mujer hacia ti. Es una mujer a la que has matado al padre, al marido y al pueblo».

La propia Safia declaró, según los hadices, que «nadie le parecía más detestable que Mahoma».

Durante el banquete que siguió, la bella Zainab de Quaybar intentó envenenar a Mahoma con un plato de carne envenenada, pero el profeta vomitó el veneno y se curó. Cuando preguntó a Zainab el motivo de su gesto, ella respondió: «Has causado grandes males a mi pueblo y pensé: si solo eres un simple jefe militar, salvaré a mi pueblo causando tu muerte, pero si realmente eres profeta, Dios te advertirá de mi plan y sobrevivirás». Mahoma mandó ejecutar inmediatamente a la heroína judía.

Otro texto ofrece la siguiente versión: Zainab la judía, hija de Al Harith, esposa de Sellem ibn Michkam, envió al profeta un cordero asado que había envenenado. Antes le preguntó qué parte le gustaba más al profeta y, como le dijeron que era la paletilla, echó mucho veneno en esa parte. En cuanto el profeta mordió la paletilla del cordero que le habían ofrecido, le avisaron de que la carne estaba envenenada y escupió lo que tenía en la boca. A continuación, reunió a todos los judíos y les preguntó: «¿Diréis la verdad si os pregunto algo?». «Sí», respondieron. «¿Habéis puesto veneno en este cordero?». «Sí», respondieron de nuevo. «¿Y alguien os ha incitado a hacerlo?», preguntó. «Queríamos deshacernos de ti, por si acaso eras un mentiroso; sin embargo, si realmente eres un profeta, no te pasará nada».

A continuación, llevaron a la culpable ante el mensajero de Dios y ella confirmó que había intentado asesinarlo. Los musulmanes querían matarla, pero en ese momento el profeta ordenó que la liberaran y no la castigó en ese momento. Sin embargo, lsq Bichir Ibn Al barra ibn Maa'rour, que también había comido la carne envenenada, murió, por lo que la mandó matar. Tras algunas escaramuzas finales sin éxito, los quraishíes de La Meca comprendieron que no les quedaba más remedio que hacer las paces.

En marzo de 628 se firmó el pacto de Hudaibiyah, que estipulaba una tregua de diez años, pero, como explica el Profeta en el Corán, «la palabra dada a los infieles puede ser retirada sin escrúpulos».

En 629, el tratado de Hodaïbiya autorizó a los musulmanes a realizar una peregrinación al año siguiente a La Meca y, el 11 de enero de 630, Mahoma aprovechó para entrar por sorpresa en la ciudad al frente de un ejército de 10.000 hombres y se apoderó de ella sin siquiera librar batalla. En pocas horas, los habitantes de La Meca se convirtieron o fueron eliminados (30 ejecuciones). Triunfante, Mahoma se casó con la hija de su enemigo Abu Sufyan. A continuación, mandó decapitar al apóstata Abdallah ibn Abou nSahr, al poeta satírico Abdallah ibn Khatal y a Howairith ibn Noqaïd. También condenó a muerte a la esclava liberada Sara y a las cantantes Qariba y Fartana. Escaparon Hind (esposa de Abu Sufyan), Ikrima y Cafwan ibn Ommayya (a quien Mahoma había dicho: «¡Tienes que elegir entre la espada y el islam!»), que lograron huir.

Todos los ídolos de La Meca fueron destruidos (excepto la piedra negra) y las viñas arrancadas. A continuación, los judíos y cristianos de Makna, Eilat y Jarba fueron sometidos, la ciudad de Taif fue tomada, la tribu de los Beni Djadsimaa fue masacrada y los musulmanes hicieron la guerra contra las tribus hawazitas.

En 631, la ciudad bizantina de Tabouk es sometida y los cristianos deben pagar el tributo. Las tribus cristianas de los Abdul Qaïs, Nadjranites y Taghlibites son sometidas. Mahoma llevará a cabo algunas incursiones más hacia Siria y los puertos del Mar Rojo. En 632, realizará la peregrinación anual ante varios miles de fieles: se trata de la misma peregrinación que realizaban sus enemigos paganos, y ante la misma «piedra negra»; pero a partir de entonces esta peregrinación estará prohibida para todos los «infieles», a pesar de los acuerdos, tras la revelación de la sura 9, 1 y 28. Sin embargo, los musulmanes conservarán todos los rituales paganos de la peregrinación, justificándolos con leyendas atribuidas a personajes de la Biblia.

Mahoma regresó luego a Medina, donde murió de enfermedad el 8-6-632.

En el último momento, Mahoma se cubrió el rostro con su «khamisa» y, cuando tuvo calor y le faltó el aire, descubrió su rostro y dijo: «Que Alá maldiga a los judíos y a los cristianos, porque han erigido lugares de oración sobre las tumbas de sus profetas». (según Aisha y Abdullah bin Abbas).

Acerca de la enfermedad del profeta: Se relata este hadiz de Aisha: Durante la enfermedad que le llevó a la muerte, el enviado de Dios decía: «¡Oh, Aisha!, no dejo de sentir el sufrimiento que me ha causado la comida que comí en Quaybar. Ha llegado el momento en que mi aorta se romperá bajo la influencia de este veneno». Nada podía detener la lenta acción de este veneno.

El profeta había pedido a sus compañeros que no lo enterraran tras su muerte, ya que sería elevado al cielo. Pero al cabo de tres días, su cadáver comenzó a desprender un olor fétido, y sus discípulos, decepcionados por su mentira, lo enterraron. La tradición musulmana afirmará que fue Mahoma quien finalmente decidió, tras su muerte, no ascender y acabar como el resto de los mortales... En cuanto a su compañero Omar, habría dicho entonces: «¡Que se arranque la lengua a quienes dicen que ha muerto!». A su muerte, el pacífico Mahoma poseía en total 7 sables, 3 lanzas, 3 corazas y un escudo.

Según los cálculos de Al Tabari, habría lanzado un total de 62 expediciones bélicas a lo largo de su vida.

Ali ben Djoudj al Fariari (5 de octubre de 2005)