sábado, 18 de octubre de 2025

UNA REVISIÓN DE LA CRISIS DEL SISTEMA POLÍTICO (II DE IV) - ¿Y ESPAÑA? UN PAIS MEDIO SIGLO ENGAÑADO, QUE EMPIEZA A DARSE CUENTA DE SU SITUACIÓN

Hemos llegado a donde nos encontramos por varios factores acumulados:

1) Falta de tradición democrática, debilidad de los partidos políticos, falta de participación popular, incumplimiento sistemático de los programas, carencia completa de “doctrina” y principios, ejercicio continuo de la demagogia, tendencia innata a la corrupción desde el minuto uno, degradación cualitativa de la clase política, burocratización del Estado, control total de los partidos de los organismos de control (poder judicial) y de los mecanismos sociales (prensa, asociacionismo cultural), todo lo cual ha abierto una brecha insalvable entre los partidos tradicionales y la sociedad. 

La “actividad política” se ha convertido, para la inmensa mayoría de la población en sinónimo de corrupción y al “político” en la imagen de un tipo que no tiene donde caerse muerto y busca lucrarse fácil e impunemente a la sombra del Estado.


2) Errores derivados del “café para todos” en la transición y del papel de las “autonomías históricas” en el redactado constitucional. Lo normal hubiera sido que, al cabo de una o dos legislaturas, el gobierno convocara un referéndum para establecer si la constitución de 1978 “funcionaba” o debía ser mejorada o redactada de nuevo. Pero, el problema era que entonces ya estaba en el poder el “felipismo” comprometido especialmente con sus valedores de la época (el SPD alemán y la Internacional Socialista) en

  1. introducir a España en la OTAN: lo que se hizo convocando un referéndum “de compromiso” cuyo resultado fue: 56,85% de los votos válidos a favor de permanecer en la OTAN ¡pero con una participación de apenas el 59,4% del electorado, lo que rebaja la aprobación real en un 34%.
  2. en introducir a España en la UE: para lo que ni siquiera se consideró necesario convocar una consulta; si se hubiera explicado al pueblo español que el tratado de adhesión se negoció mal y que, de hecho, implicaba ayudas temporales a cambio de una amputación total de nuestra industria pesada y de nuestra minería, o que supondría una merma radical en la actividad pesquera, impondría cuotas a la ganadería y se iniciaría la liquidación de nuestro sector primario, es seguro que el resultado de la consulta hubiera sido negativo.

Pero en 1986 nadie habló de convocar una consulta popular sobre el resultado de la constitución, cuando ya estaba claro que España había quedado dividida en 17 autonomías, inviables desde el punto de vista económico y que tendría como resultado la creación de más centros de poder paralelo al del Estado y una burocracia paquidérmica incompatible con la realidad económica de nuestro país -y más dentro de la UE- y que implicaría una presión fiscal creciente para su financiación. Porque una cosa era la “descentralización” y otra la “centrifugación autonómica” que venía paralela al incremento de costes globales del Estado y a un permanente tira y afloja sobre la financiación del despilfarro.

3) Cuando se negoció la constitución de 1978, los “nacionalistas” se presentaron como los primeros valedores de sus “autonomías”: mentían. Para ellos, era un punto de partida, no un punto de llegada. El de los nacionalistas fue siempre la independencia. Tanto Fraga como Suárez quisieron creer en su “honestidad”, a pesar de que todo indicaba que eran continuadores de la tradición “nacionalista” de la Segundad República: llamarse “nacionalistas” y aspirar a estatutos de autonomía, no como un fin, sino como un medio para alcanzar un fin: la independencia. 

Esta ignorancia, rayana en la estulticia, de las “grandes mentes” del centro-derecha fue lo que originó un fenómeno inédito en la historia: si hasta entonces, las monarquías habían concedido más “fueros” a las regiones más “leales”, la “joven democracia española” hizo justo lo contrario: conceder niveles de autonomía mayores, a las autonomías que estaban demostrando más deslealtad o bien, creando mayores problemas al Estado: en ETA se encuentra el origen de las concesiones del Estado a la autonomía vasca y a su “régimen especial”; no olvidemos tampoco, que en el tiempo de UCD se popularizó la consigna “contra terrorismo, democracia” (cuando la realidad demostró que era justo lo contrario, primera de una serie de mentiras que se han ido arrastrando hasta hoy); en aquellos años de la transición se ocultaba por todos los medios la actividad etarra, se enterraba a los asesinados por la puerta trasera y con el silencio del gobierno de UCD y luego del felipismo y, cuando éste, quiso liquidar a ETA, optó por la “vía directa” (esto es por el “terrorismo antiterrorista”) confió la operación a un grupo de altos cargos degenerados y corruptos que recurrieron a grupos policiales especializados en patearse el presupuesto, para asesinar a unos pocos etarras y, ni siquiera a su cúpula) lo hizo de la peor manera posible. 

Pero fue en Cataluña en donde, llegado al poder en coalición con los independentistas, tras dos décadas de fracasos, el PSC de Pascual Maragall -en el que ya eran visibles los primeros despuntes de su trágica enfermedad-, se inició la escalada hacia el “nou estatut” sin que existiera demanda social, ni necesidad. Y aquellas aguas trajeron los lodos del “procés”, una emanación directa de la coalición PSC-ERC, en una Cataluña que Pujol había convertido en la “vanguardia de la corrupción” del Estado y que, para colmo, de año en año, iba perdiendo peso económico en el conjunto del Estado. 

El 7-O fue la culminación de esa locura colectiva que selló la pérdida de Cataluña del puesto de “motor económico de España”.

4) La renuncia de la derecha a dar la “batalla cultural”. Desde los años 70, el terreno cultural ha sido dominado ampliamente por el “progresismo”, asumido principalmente por los partidos de izquierda y de extrema-izquierda y esto ha ocurrido, paradójicamente, en el momento en el que iban cayendo, uno tras otro, todos los mitos de la ese sector político. Si eso ha podido ser así es porque el “progresismo”, lejos de ser una “ideología” o una “doctrina” es, sobre todo, una fe seudo-religiosa basada dos dogmas:

  • el dogma de la “igualdad” que poco a poco se ha ido imponiendo en todos los terrenos, lo que implica la anulación de cualquier forma de jerarquía, de organicidad y de derecho a la diferencia.
  • el dogma de que cualquier zona “nueva”, cualquier innovación y cualquier forma de “progreso” es siempre positiva, deseable y lleva a estadios superiores de convivencia y de civilización.

Los dos dogmas puede calificarse de “falsos dogmas”: la “igualdad” es pura ficción y lo que rige en la naturaleza es la ley de las desigualdades; en cuando al dogma del “progreso” puede creerse solamente a base de considerar que hoy nos encontramos en un estadio privilegia de civilización superior a cualquier otro de la realidad, lo cual es manifiestamente falso: hoy, todos los problema que aparecen en nuestra sociedad, no solamente son los mismos que hace 50 años, sino que además, se han centuplicado y, para colmo, han aparecido problemas nuevos que, juntos, constituyen la “tormenta perfecta” que nos permite decir que la seudo-religión “progresista” ha resultado nefasta y nefanda para nuestro pueblo. Algo que, cada vez, sectores más amplios de la sociedad empiezan a estar concienciados.

Vale la pena señalar cuáles son los “laboratorios ideológicos” del progresismo: la casta funcionarial de la ONU y de sus agencias, especialmente, de la UNESCO, que han asumido tareas que no corresponden a sus estatutos fundacionales.

Puede entenderse que, a la vista de la caída del marxismo, tras la realidad del fracaso de concepciones como “la lucha de clases” o el fracaso de la socialdemocracia, la izquierda haya adoptado esta seudo-religión a falta de cualquier otro soporte doctrinal (algo que es evidente en el PSOE desde el momento en el que Zapatero ocupó la secretaría general).

Ahora bien, esto no explica el por qué la derecha ha renunciado a presentar la batalla cultural y haya iniciado, hasta no hace mucho, una retirada en todos los terrenos:

A esto se une el que, al elector medio, convencido de que su voto a listas cerradas y bloqueadas sirve para algo y ni siquiera le preocupa la posibilidad de fraudes electorales (en las últimas elecciones europeas, el fraude en beneficio de Junts fue manifiesto y escandaloso, y no tanto en Cataluña como en el resto de España en donde fue partido mayoritario en municipios pequeños y medianos).

El centro-derecha no tiene la más mínima intención en modificar esta situación: sus líderes opinan que no es un problema suyo. Feijóo no ha dicho ni una sola palabra sobre el wokismo, sobre el paquete LGTBIQ+, sobre la multiculturalidad, sobre el mundialismo, sobre la aberrante versión “progresista” de la historia de España.

Ni siquiera, cuando el PP ha tenido el poder, ha intentado una reforma radical de la educación, terreno en que el PSOE se considera el único que tiene derecho a imponer sus criterios. Y esos silencios han terminado haciendo daño en los oídos.

Particularmente, el fracaso de las concepciones progresistas, especialmente en este último terreno, es público, notorio e incontrovertible (véase el reciente caso del “campamento de los horrores” en Álava, subvencionado y realizado por una banda de anormales, verdadera clientela de psiquiatra).

La parálisis del PP en materia cultural, demuestra la confianza que merece: solo le interesa el poder. Y lo ha tenido en dos ciclos en esta etapa de democracia desperdiciando recursos y demostrando que el sueldo de diputado -que, a fin de cuentas, se limita a seguir el dictado del “jefe de grupo parlamentario” a la hora de apretar uno u otro botón a la hora de votar- le resulta mucho más jugoso que la “funesta manía de pensar” y de plantear debates de fondo.

Afortunadamente la “nueva derecha” que ha ido naciendo en los últimos 5 años demuestra que sin una “lucha cultural” (terreno en el que, por cierto, la derecha tiene todas las de ganar a la vista de la debilidad de los argumentos del “progresismo”), dura y llevada a cabo sin piedad, será imposible “asentar” su futuro retorno al gobierno sobre bases sólidas.

5) Una izquierda desesperada por la pérdida de su base social. Lo anterior demuestra también que, en ocasiones, se producen “sanas reacciones populares” y una de ellas es que la “clase obrera” y el campesinado, y hoy también la juventud, no solamente no están ya con la izquierda, sino que están reaccionando contra la hegemonía cultural de la izquierda. Los dirigentes socialistas, desde los años 90, son conscientes en toda Europa Occidental de que sus valores y sus dogmas ya no son compartidos por los trabajadores, los agricultores y lo jóvenes y, solamente encuentran cierto respaldo en algunas cátedras universitarias, especialmente por profesores a punto de jubilarse. El hecho de que, por el momento, no existan grupos organizados que respondan a la violencia sistemática de los activistas de extrema-izquierda da la impresión de que los alumnos medios de las universidades optan por callarse y evitar problemas, pero el hecho de que las protestas estudiantiles recojan solo a minúsculos grupos de activistas de extrema-izquierda o indepes (las Juventudes Socialistas están literalmente desaparecidas) sean estridentes y violentas, demuestra que ya no tienen mayoría social ni siquiera en las universidades públicas.

La izquierda socialdemócrata española ha tenido un momento trascendental en el hundimiento de su proyecto político: el gobierno de Zapatero durante su segunda legislatura, cuando estalló la crisis económica de 2007-2011 y después de décadas de presentar a la socialdemocracia como un instrumento “progresista” de defensa de los trabajadores, Zapatero decidió apoyar a la Banca y a la patronal de la construcción. Durante esos años, el balance de las cuentas del estado, de un superávit de 20.000 millones a un déficit de ¡medio billón! Salvar a la banca le costó perder a los trabajadores y a los jóvenes.

Pero lo que vino después fue todavía peor: apareció Podemos que, en principio debía de haber recuperado toda esa clientela electoral y, así pareció en el inicio del “movimiento de los indignados”, pero al cabo de unos días de su comienzo, los sectores más “bizarros”, en forma de “movimientos sociales” (feministas radicales, okupas, gays, trans, animalistas, veganos, nudistas, etc.) se hicieron con el control del movimiento que se convirtió en una cofradía, como hemos escrito en otras ocasiones, de hombres deconstruidos y la consabida cuchipandi de chicas muy loquitas. Como era esperar, tras las esperanzas iniciales, cuando se agotó el primer impulso, Podemos se vació de clases populares.

Y entonces la izquierda cometió su segundo gran error: en un momento en el que en toda Europa se percibía a la “inmigración como problema”, tanto el PSOE, como Podemos, como luego Sumar, se convirtieron en los principales valedores de la inmigración, entendiendo que la deserción de la clase obrera de sus filas, sería compensada con la incorporación de legiones de inmigrantes, nacionalizados o en vías de nacionalización.

Zapatero, primero y luego Sánchez no solamente han regularizado a millones de ilegales, sino que, además han repartido como en una tómbola la “nacionalidad española”, han convertido en “españoles” a nietos de exiliados republicanos que jamás han pisado España, han dado pasaporte español a descendientes de los sefarditas expulsados por los Rayes Católicos (antes, por supuesto, del giro del gobierno ante la “crisis de Gaza”)… Todo sea para lograr el apoyo electoral de todo este sector.

Y el problema ha sido que, si bien la inmigración era el factor que explicaba -desde los tiempos de Aznar- la constante subida del PIB, algo que se consideraba como un “éxito sin precedentes de la economía española” (cuando es obvio que la inserción de una media de 300.000 inmigrantes al año, necesariamente generan “movimiento económico”, aunque no trabajen por que generan un consumo mínimo asegurado… y subsidiado en la mayoría de los casos) y, sobre todo, explicaba también los desfases crecientes que se iban produciendo en las zonas de más flujo migratorio: delincuencia (especialmente en robos con violencia y en violaciones y abusos sexuales, trabajo negro, okupaciones, falsedades documentales, mayor gasto en tribunales, en policía, en prisiones, en seguros, molestias de todo tipo para los ciudadanos), una losa para los presupuestos del Estado (empeñado en subsidiar, no solo a los inmigrantes ilegales y menas, sino, sobre todo, a ONGs parasitarias especializadas en “solidaridad con la inmigración), aumento del número de parados no contabilizados y empleo público que, especialmente en los ayuntamientos, facilita sistemáticamente a africanos los puestos en los servicios de limpieza, a lo que hay que unir un cambio en el paisaje de las grandes ciudades, mucho más visibles en pequeños pueblos, en los que lo ciudadanos de siempre han sido sustituidos por gentes exóticas, extrañas, con otra lengua, otra vestimenta, otro régimen alimenticio, otras costumbres y otras tradiciones trasplantadas de los desiertos y del Magreb, de la selva africana a nuestro país. Hoy la fealdad (en Europa existe un canon de belleza y de armonía desde Grecia, basada en “la divina proporción”, criterio objetivo para definir “lo bello” de “la fealdad”), se enseñorea de las grandes ciudades y de los pueblos y esa fealdad viene acompañada por la sensación de que en España puede hacerse cualquier cosa que sale gratis y además recibe subsidios públicos.

Con todo esto ¿Qué podía fallar? Era evidente que España se convertiría en capital mundial de la okupación, en terreno privilegiado para delincuentes de todos los continentes y que, además, gozaban de todos los “derechos humanos” y de “todas las garantías jurídicas” para seguir delinquiendo. Ni siquiera la multirreincidencia o el no tener un domicilio fijo justificaban entrar en prisión, incluso a nivel de violadores y asesinos. ¿Qué podía fallar con estas políticas? A esto se unía la reticencia -todavía hoy en vigor- de ignorar los principios de las noticias periodísticas (el “¿quién?” y el “¿por qué?” especialmente), prohibiendo taxativamente, so pena de ver reducidos los subsidios y la publicidad institucional a los medios que aportaran datos objetivos y reveladores sobre el origen de la delincuencia.

Y, finalmente, todo esto iba acompañado de un falseamiento absoluto y sistemático de las estadísticas de criminalidad y la negativa a reconocer lo que era del dominio público, desde principios del milenio, en los juzgados, en los servicios de urgencia, en las comisarías policiales o entre los funcionarios de prisiones, a saber: que la mayoría de delincuentes eran extranjeros. Decirlo en voz alta era constitutivo de “racismo”. Incluso hoy, algunos tertulianos paniaguados siguen diciendo que la mayoría de delincuentes “son españoles, nacidos en España”… cuando la opinión pública rechaza que cuando, alguien con rasgos africanos o magrebíes se ve involucrado en un delito, sea considerado “español”. Lo es por la documentación, pero no por el origen, ni por la cultura, ni por su lengua, ni por sus actitudes y siempre sobrevuela sobre el episodio la sospecha de que “ha venido a España a robar”… De hecho, en muchas ocasiones hemos repetido que, si bien es cierto que la mayoría de inmigrantes vienen a España para trabajar, también es cierto -y hoy ya no puede dudarse- que la mayoría de delitos los cometen inmigrantes.

Esa es la gran trampa a la que se aferran las estadísticas de interior y de prisiones. Lo más grave, sin duda, es el aumento de los delitos sexuales: desde el minuto uno en el que se creó el ministerio de igualdad, se convirtió en un chiringuito, a veces en manos de la “cuchipandi” desaprensivas, otras en manos de feministas socialistas de pocas luces y siempre negando el problema de fondo: como si los españoles, los “españoles viejos”, de repente nos hubiéramos vuelto locos, asesinando y violando a nuestras mujeres.

Y estos grandes errores de la izquierda han sido los que han operado el nacimiento de una “nueva fuerza política” que, en el momento de escribir estas líneas está asentada y solidificada. E incluso la aparición de “réplicas” entre los movimientos independentistas vasco y catalán.