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Me explico: “afinidades electivas” es un tema que trata
Evola en varios de sus libros y artículos, alude al viejo principio de que “lo
semejante se une con lo semejante y lo semejante se reconoce en lo semejante”.
Sin embargo, el creador del concepto no es Evola, sino Goethe, en su novela del
mismo título que fue llevada al cine en 1996 de forma bastante mediocre. En
cuanto a las “solidaridades humanitaristas”, son aquellas en las que (a
diferencia de la “solidaridad humana”), primero se toma partido y luego se
exige “solidaridad” con el partido tomado. Es, por tanto, un “humanismo”
desviado en el que lo “ideológico” pesa mucho más que lo “humanitario”. Por eso
le llamamos “humanitarismo”.
Y, claro está, todo esto viene a cuento de la “flotilla Sumud” y
de sus personajillos.
1. La orgía de la confusión…
Lo que pasa en Gaza es algo que sólo lo saben los habitantes de
Gaza. Si tenemos en cuenta que el “gobierno de Gaza” es un simple eufemismo
para encubrir que allí el único gobierno que existe es el de los lunáticos religiosos
de Hamás, habrá que concluir que absolutamente todas las informaciones que
salen de Gaza con el sello de “gobierno de Gaza”, son interesadas y manipuladas. Desde que se estrenó la película Cortina de humo
(1997) conocemos los extremos a lo que se puede llegar con la manipulación de
las imágenes. La Inteligencia Artificial ha ampliado incluso esas posibilidades
hasta el extremo que hoy ya no nos podemos fiar ni siquiera de las imágenes que
vemos en movimiento en un informativo. Todos, unos y otros, pueden manipular -y,
de hecho, manipulan- imágenes con procedimientos al alcance de cualquier
usuario de internet.
Luego está la otra parte cuyo objetivo final no hay que perder de
vista: “el Gran Israel”, esto es, un Estado de Israel desde Líbano hasta el Mar
Rojo y desde el Jordán hasta el Mediterráneo. Las justificaciones son varias:
la primera de todas que Israel exige una zona de “seguridad” y el
arrinconamiento de los palestinos. Con la
frontera egipcia no hay problema: ahí está el desierto del Sinaí, toda una península,
que Israel ya conquistó a Egipto en la Guerra de los Seis Días (1967) y que
devolvió quince años después en virtud de los acuerdos firmados en septiembre
de 1975. Con Siria, el problema hoy es cómo reaccionará el nuevo gobierno
islámico cuando se estabilice la situación interior del país tras la reciente guerra
civil. Surge la duda de si el nuevo gobierno de Damasco reivindicará la región de
los Altos del Golán, conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días y que
se anexionó en 1981. Y, en cuanto a Cisjordania, también conquistada en aquel
conflicto, Jordania renunció a la soberanía de la región en 1988 de acuerdo con
el tratado de paz jordano-israelí. La realidad actual de Cisjordania es que la
zona está dividida en tres, una de mayoría judía, otra de mayoría palestina (en
donde reside la Autoridad Nacional Palestina) y otra mixta.
Ya hemos dicho en muchas ocasiones que la “resistencia palestina”
no ha sabido defender su causa: ha hecho causa común con el terrorismo, se ha
enajenado simpatías de todos los países árabes de la zona: ha generado problemas al considerar a Siria, Líbano y Jordania
como “santuarios” desde los que se podía lanzar ataques contra Israel y, por
ello mismo ha sido responsable del “septiembre negro” de 1970 (guerra civil en
Jordania entre el gobierno y la OLP), de todos los incidentes que han tenido
lugar en el Líbano desde mediados de los años 70 hasta 1990, que generó también
la intervención siria en el Líbano (entre 1976 y 2005).
Con un tablero cambiante en el que lo único que persiste es el
odio mutuo entre judíos y palestinos, resulta imposible dar la razón a una u
otra parte: es cierto que el territorio,
inicialmente, estaba poblado por árabes y pertenecía al imperio otomano. Pero
ese imperio desapareció y el gobierno británico prometió la creación de un “Estado
Judío” durante la Primera Guerra Mundial: pero no cumplió. Por otra parte, como
resultado de las ideologías nacionalistas, Theodor Hertz, creó el movimiento
sionista que, a partir de finales del siglo XIX inicio la compra (compra en
contante y sonante, financiada por algunas fortunas judías de la época, no okupaciones,
ni exacciones, sino compra a terratenientes árabes y turcos) de parcelas en
territorio palestino donde se asentarían los primeros kibutz. Como ocurre con
dos pueblos entre los que existen brechas antropológicas (culturales,
religiosas, psicológicas), la convivencia resultó imposible y hace justo 100
años ya estallaron los primeros incidentes.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Palestina
estaba todavía bajo administración británica, los contingentes judíos ascendían
a 300.000 personas y sus kibutz eran mucho mejor administrados y gestionados
que las propiedades palestinas. Además, las organizaciones sionistas habían creado
organizaciones terroristas que golpearon tanto a palestinos como a ingleses,
hasta que en 1948 el Reino Unido dio la independencia al Estado de Israel. Esa
independencia no fue reconocida por los Países Árabes, generándose a partir de
ese momento, la primera de las cuatro guerras árabe-israelíes que se prolongaron
hasta 1973 y que culminaron con sucesivas derrotas árabes.
En 1973 (en realidad, después de la Guerra de los Seis días en
1967) ya era imposible cuestionar la existencia del Estado de Israel: se había
consolidado, en gran medida, especialmente en los 15 primeros años posteriores
a la independencia, gracias a la ayuda de la República Federal Alemana. Así
pues, desde entonces la alternativa es: o guerra permanente (en la que cada
bando tiene razones para odiar al enemigo) o negociación (en la que todos
tendrán que renunciar a algo y la parte más débil (los palestinos), aceptar el
resultado o desaparecer.
Vale la pena recordar que el artífice de las negociaciones que se
están iniciando en estos momentos en Egipto, no es otro que Donald Trump y que
la iniciativa no ha partido de ninguno de los dos actores principales: Hamás y Netanyahu
y que Egipto puede considerarse territorio neutral en la disputa de Oriente
Medio.
2. El “relato humanitarista”…
La oleada de fervor solidario a favor de “Gaza” demuestra muchas
cosas:
1) En primer lugar, que la penetración del “sionismo” en los medios de comunicación ya no es lo que era y que la reconversión del sector periodístico ha sustraído a los magnates de la prensa de origen judío amplias parcelas de la información.
2) En segundo lugar, resulta evidente que se ha producido una ruptura en el interior del judaísmo internacional ante el cual los alegatos clásicos del antisemitismo (hoy abusivamente llamado “antisionismo”) han resultado desarmados: el judío Soros trabaja contra el judío Netanyahu. No es la primera vez que ocurre algo parecido, pero nunca los argumentos “antisionistas” se han visto tan perjudicados, pues, no en vano, la condena al Estado de Israel ha sido tan extendida como hoy. Luego explicaremos a qué se ha debido esta actitud de Soros.
3) En tercer lugar, que en la época de las redes y en momentos en los que la circulación de la información es libre, hoy más que nunca la información está mediatizada y los “fake news” favorecidos por décadas en los que en la enseñanza de todos los países se ha hurtado enseñar a los alumnos a tener capacidad crítica.
3) Esta falta de capacidad crítica genera el fenómeno al que hemos aludido al principio del post; a saber: que, desconociendo la totalidad de los elementos de la ecuación, el individuo está predispuesto a “creer” antes una versión que la del contrario. Se trata, pues, de un asunto de “fe”. Y esa fe hace que los discursos sean panfletarios, a veces demostrando una ignorancia supina, otras cometiendo errores garrafales y eligiendo a uno de los dos bandos como “el propio”. Es así como la “solidaridad humana” que debería estar presente en todo conflicto armado, se convierte en “humanitarismo”: la “fe” en un bando hace que se atribuya a éste una naturaleza angelical, mientras que el otro está aureolado de pestilente olor a azufre.
El “relato humanitarista” dice: “el genocidio del pueblo palestino, realizado por el Estado de Israel es intolerable y debe ser condenado por la comunidad internacional”. De hecho, la flotilla Sumud Global, financiada por George Soros a través de su fundación Open Society, tenía como objetivo, más que la ayuda a los gazatíes (ahora lo sabemos, no llevaban ni provisiones, ni ayuda, ni medicamentos, ni alimentos, nada), el escenificar la “represión judía”.
¿Existe, pues, una “escisión” en el judaísmo internacional?
De hecho, siempre ha existido, incluso en los momentos en los que
los legionarios de Tito Flavio Vespasiano sitiaban Jerusalén y en el interior
de sus muros, idumeos, saduceos y zelotes andaban a palos. Luego, desde el
siglo VIII en adelante, con la conversión de los jázaros, devenidos judíos de
religión, pero no de raza, el conflicto se amplió entre sus descendientes
askenazíes y los judíos de raza y de religión, los sefarditas. Quinientos años
después, la aparición del “sionismo” (que no es nada más que el nacionalismo
judío aplicado por Theodoro Hertz a la creación de un Estado Judío), generó
otra escisión múltiple: entre judíos ultraortodoxos que sostenían manejando la
Torah que el mesías no vendría mientras existiera un “Estado judío”, sería el mesías
el que lo crearía; por no hablar de la escisión entre judíos sionistas y no
sionistas que sentían como inútil la creación de un “hogar nacional judío”
puesto que se consideraban integrados en las naciones sobre las que habían
nacido, o entre judíos practicantes de su religión, habituales de las sinagogas
y judíos indiferentistas religiosos que solamente acudían a la sinagoga una vez
al año y para festividades sociales (así es la mayor parte del judaísmo
norteamericano), judíos que se convertían al catolicismo sinceramente o para
mejorar su posición social, judíos cuya conversión era falsa (“marranos”),
judíos militantes para la causa sionista, judíos adinerados surgidos de la
banca y judíos proletarios más pobres que una rata, judíos de la industria del
cine, propietarios de cadenas de información, cada uno con intereses propios, egoístas
y que, incluso, aprovechaban su “identidad racial” para estafar y timar a otros
judíos (caso de Bernard Madoff), etc, etc, etc.
Hace unas décadas todo esto era conocido por historiadores e,
incluso, por antisemitas, pero estos últimos no le atribuían gran importancia.
El antisemitismo clásico sostenía que la revolución rusa de 1917 había sido
orquestada por judíos y que estos dominaban también en el mundo capitalista,
por tanto, la Guerra Fría no era nada más que un “combate con tongo”. La
incapacidad del antisemitismo para interpretar la modernidad, le llevó a considerar
“pro-sionista” a cualquier movimiento en el que estuviera presente un judío.
Así era imposible entender nada de lo que ocurrió entre 1948 y 1989. El “antisemitismo”
pasó a ser “antisionismo” sin plantearse siquiera lo que Theodoro Hertz tuvo en
mente. El “sionismo” fue considerado una “conspiración” y a ser compartido tanto por
sectores de la extrema-derecha como por sectores de la extrema-izquierda, estos
últimos, paradójicamente, con un altísimo porcentaje de judíos de raza, pero no
de religión. La “cuestión judía” es fascinante, tanto en la historia como en la
actualidad, revisarla con amplitud de miras es casi una obligación para toda persona
que aspire a entender nuestro tiempo y nuestra historia.
¿Cómo encajar el juego personal de George Soros
dentro de la
promoción del “antisionismo propalestino”?
Es tan
simple que sorprende que ningún comentarista lo haya planteado. Soros ve en sus
últimos años como su proyecto mundialista está embarrancado cada vez más: la
llegada de Donald Trump a su segunda presidencia, rodeado de un equipo que ha
identificado con extrema claridad al “enemigo principal”, hace que todos sus
esfuerzos vayan dirigidos contra la política exterior de Trump: especialmente en
el conflicto árabe-israelí y en la guerra de Ucrania.
No es que a Soros le importe mucho la suerte del “pueblo palestino”.
Lo que le importa es debilitar a la administración Trump y a sus políticas antimundialistas. Esta es otra de las novedades del “tiempo nuevo”: mientras que,
hasta ahora, el antisemitismo consideraba que los EEUU estaban dominados por “los
judíos”, ahora resulta que un presidente que se ha propuesto luchar contra la “ideología
woke”, contra los “estudios de género”, que no tiene empacho en cortar los
flujos migratorios ilegales, que prohíbe los excesos trans y se muestra
combativo con la ideología LGTBIQ+ y ha abordado una lucha sin perdón contra la
delincuencia y el narcotráfico, que alerta sobre la pérdida identidad de Europa,
que se muestra a favor de una “paz armada” y de que cada Estado asuma sus
compromisos en la OTAN en lugar de limitarse a beneficiarse del paraguas
protector del Pentágono, que no tiene empacho en denunciar en la Asamblea General
de la ONU, tanto la Agenda 2030 como la irrelevancia del organismo para solucionar
problemas internacionales y su habilidad para crear otros, todo esto es
suficiente como para que Georges Soros y, con él, el capital especulativo y las
redes del comercio mundial que precisa de un sistema globalizado para
obtener los mayores beneficios, su red de fundaciones, la administración funcionarial
de la ONU y de la UNESCO, considere a Trump como la “bestia negra” y el muro de piedra al
que se enfrenta su proyecto de ingeniería social.
Dentro de la administración Trump hay judíos (Stephen Miller,
asesor en cuestiones de inmigración, y Lee Zeldin, asesor en materia medioambiental,
Steve Witkoff, enviado para Oriente Medio, Boris Epshteyn, enviado especial a
Ucrania, Howard Lutnick, etc, información más amplia en lapaginajudía)
como los hay en la oposición demócrata (en total hay 10 senadores judíos y 25
miembros de la Cámara de representantes), pero no puede decirse que ni unos ni
otros obedezcan a toque de pito a “superiores desconocidos”, ni mucho menos que
actúen solidariamente representando dos papeles antagónicos en la misma “conspiración”.
Para Soros y su camarilla, lo importante no es apoyar a los
gazatíes, sino más bien escenificar mediante representaciones cuidadosamente
teatralizadas, la “perfidia judaica”, para debilitar al principal aliado de
EEUU en Oriente Medio: el Estado de Israel y así tratar de que la segunda “era
Trump” no tenga continuidad.
Y para esta operación de desgaste de Trump y de movilización pro-mundialista
y globalizadora era preciso un elemento emotivo y sentimental: "los sufrimientos
del pueblo gazatí". Soros sabe que, para la
opinión pública, él es un “maldito”: si fuera él quien pidiera “solidaridad con
Palestina”, su llamamiento tendría poco eco, incluso los “progres” de la
flotilla Sumud, nunca se hubieran comprometido con un especulador que ha
desatado conflictos internacionales, estimulado la prolongación de guerras,
todo para salvaguardar sus intereses económicos. Por eso, Soros ha ayudado y
animado a la “flotilla” a llegar hasta las costas de Gaza. Y, por eso, ha recurrido
a tres tipos de individuos:
- ex políticos de izquierda radical que fracasaron en sus gestiones y debieron retirarse de la política, pasando a vivir de ONGs ultrasubvencionadas (Ada Colau),
- muñecos rotos de la Agenda 2030 (Greta Thunberg),
- y activistas no muy inteligentes, “progres”, que defendían situaciones personales (la “Barbi Gaza”, convertida al islam y casada con un marroquí y con seis hijos de nombres musulmanes).
No era mucho, pero, aprovechando las dificultades de la mayoría de
gobiernos de Europa Occidental, podía esperarse -como de hecho ha ocurrido-
que la atención mediática estuviera centrada en ellos para cubrir las gravísimas
crisis de Estado (más que de gobierno) de España, Francia, Alemania, Reino
Unido, Irlanda…
Así también puede entenderse la prisa de Trump en la apertura de
negociaciones y los plazos, extremadamente breves dados a Netanyahu y Hamás
para decidir sobre el inicio de las negociaciones. La inversión de Soros quedará
desactivada en el momento en el que Hamás libere a los rehenes e Israel se
deshaga de unos cuantos miles de presos de Hamás.
Sabemos lo que ocurrirá después: en el momento en el que los
rehenes sean liberados, cada uno será interrogado por la inteligencia hebrea
que tendrá un mapa más preciso de las responsabilidades sobre los ataques del 7
de octubre y sobre el entramado de Hamás: y volverá a ocurrir lo que históricamente
ha ocurrido siempre: eliminación sistemática de responsables. En otras
palabras: aplicación por enésima vez de la ley del talión.
