“Sorpresas te da la vida; la vida te da sorpresas”, así empieza la famosa canción de Rubén Blades y la frase
que podía aplicarse aquí a un artículo realizado según el método histórico, sobre
las relaciones entre el sionismo y el Tercer Reich. El artículo, en sí mismo,
nos parece interesante por lo que tiene de escarbar en los aspectos de la historia
que, por distintos motivos no han salido a la superficie, pero si hemos
decidido traducirlo y reproducirlo es, además, porque a raíz del tema de Gaza,
en las últimas semanas hemos recibido todo tipo de descalificaciones “imaginativas”
(“sionismo evoliano”, “traidores”, e incluso no ha faltado quien se ha sentido
decepcionado porque, al parecer, esperaba de nosotros un antisionismo furibundo).
A lo largo de aquella polémica, hemos insistido en todo momento en que el “sionismo”
es el “nacionalismo judío” y no esa conspiración mundial que se arrastra desde
tiempo inmemorial como algunos quieren ver. Pues bien, en este artículo se
reproduce, precisamente, el mismo juicio y si de mis juicios puede dudarse,
costará mucho más decir que el Journal of Historical Review ha sido también
comprado por el “oro judío”.
En fin, como la polémica no es nueva, damos la palabra a Mark
Weber, que establece la relación -perfectamente referenciada según el método
histórico- entre el sionismo y el Tercer Reich y que, por cierto, fue bastante
más estrecha de lo que se tiene tendencia a pensar (y de lo que se nos induce a
que pensemos). Esto creará problemas de interpretación a algunos. Y, sin
embargo, es todo muy simple: el Tercer Reich quería la existencia de un Estado
Judío en donde se establecieran los judíos, especialmente, alemanes. La
Organización Mundial Sionista quería justo lo mismo… así pues, en nombre del
pragmatismo, ¿por qué no colaborar?. Eso es todo
*
* *

El sionismo y el Tercer Reich
(por Mark Weber)
A principios de 1935, un barco lleno de pasajeros con destino
a Haifa, en Palestina, zarpó del puerto alemán de Bremerhaven. En la popa
llevaba su nombre escrito en letras hebreas: «Tel Aviv», mientras que en lo
alto del mástil ondeaba una bandera con la esvástica. Y aunque el barco era
propiedad sionista, su capitán era miembro del Partido Nacionalsocialista.
Muchos años después, un antiguo pasajero del barco calificó esta asociación de
símbolos como «un absurdo metafísico»[1].
Absurda o no, se trata de una faceta de un capítulo poco conocido de la
historia: la colaboración a gran escala entre el sionismo y el Tercer Reich de
Hitler.
Objetivos comunes
Durante años, personas de muchos países se han preguntado
sobre la «cuestión judía»: es decir, ¿cuál era el papel exacto de los judíos en
las sociedades no judías? Durante los años 30, los judíos sionistas y los
nacionalsocialistas alemanes compartían puntos de vista similares sobre cómo
resolver esta incómoda cuestión. Estaban de acuerdo en que los judíos y los
alemanes eran dos nacionalidades diferentes y que los judíos no pertenecían a
Alemania. Por lo tanto, los judíos que vivían en el Reich no eran considerados
«alemanes de confesión judía», sino miembros de una comunidad nacional
distinta. El sionismo (nacionalismo judío) también implicaba la obligación de
los judíos sionistas de establecerse en Palestina, la «patria judía». Les
habría resultado difícil considerarse sinceros sionistas y reclamar al mismo
tiempo la igualdad de derechos en Alemania o en cualquier otro país
«extranjero».
Theodor Herzl
Theodor Herzl (1860-1904), fundador del sionismo moderno,
sostenía que el antisemitismo no era una aberración, sino una reacción natural
y perfectamente comprensible de los no judíos ante el comportamiento y las
actitudes de los extranjeros judíos. La única solución para los judíos, decía,
era reconocer la realidad y vivir en un Estado separado. «La cuestión judía
existe en todos los lugares donde los judíos viven en gran número», escribió en
su obra más conocida, El Estado judío. «Donde no existe, es provocada
por la llegada de los judíos... Creo que entiendo el antisemitismo, que es un
fenómeno muy complejo. Observo este fenómeno como judío, sin odio ni miedo». La
cuestión judía, sostenía, no es ni social ni religiosa. «Es una cuestión
nacional. Para resolverla, debemos ante todo convertirla en una cuestión
internacional...». Independientemente de su nacionalidad, insistía Herzl, los
judíos no constituyen simplemente una comunidad religiosa, sino una nación, un
pueblo, un «Volk»[2].
El sionismo, escribía Herzl, proponía al mundo «una solución final a la
cuestión judía»[3].
Seis meses después de la llegada de Hitler al poder, la
Federación Sionista de Alemania (con mucho, el grupo sionista más importante
del país) presentó al nuevo Gobierno un memorándum detallado en el que se hacía
balance de las relaciones germano-judías y se ofrecía formalmente el apoyo
sionista para «resolver» la espinosa «cuestión judía». El primer paso, sugería,
debía ser un reconocimiento franco de las diferencias nacionales fundamentales[4]:
“El sionismo no se hace ilusiones sobre la dificultad de la
condición judía, que consiste ante todo en un modelo de ocupación anormal y en
el error de una postura intelectual y moral que no está arraigada en una
tradición nacional. El sionismo ha reconocido desde hace décadas que, como
consecuencia de la tendencia asimilacionista, aparecerían inevitablemente
síntomas de deterioro...
El sionismo cree que el renacimiento de la vida nacional de
un pueblo que se está produciendo actualmente en Alemania, mediante el
despertar de su identidad cristiana y nacional, también debe producirse en el
grupo nacional judío. También para el pueblo judío, el origen nacional, la
religión, el destino común y el sentido de su singularidad deben ser de
importancia decisiva para su futura existencia. Esto significa que el egoísmo
individualista de la era liberal debe superarse y sustituirse por el sentido de
comunidad y responsabilidad colectiva...
Creemos que es precisamente la Nueva Alemania
[nacionalsocialista] la que, con una resolución audaz en el tratamiento de la
cuestión judía, puede dar un paso decisivo hacia la resolución de un problema
que, en realidad, deberá ser tratado con la mayoría de los pueblos europeos...
Nuestro reconocimiento de la nacionalidad judía exige una
relación clara y sincera con el pueblo alemán y sus realidades nacionales y
raciales. Precisamente porque no queremos falsificar estos fundamentos, porque
también nosotros estamos en contra de los matrimonios mixtos y a favor del
mantenimiento de la pureza del grupo judío, y rechazamos cualquier intromisión
en el ámbito cultural, podemos —habiendo sido educados en la lengua y la
cultura alemanas— encontrar interés en las obras y los valores de la cultura
alemana, con admiración y simpatía...
Para sus objetivos prácticos, el sionismo espera poder
obtener la colaboración incluso de un gobierno fundamentalmente hostil a los
judíos, porque para resolver la cuestión judía no cuentan los sentimientos,
sino solo un problema real cuya solución interesa a todos los pueblos y,
actualmente, especialmente al pueblo alemán...
La propaganda a favor del boicot —tal y como se practica
actualmente contra Alemania de muchas formas— se debe esencialmente a que el
sionismo no desea el enfrentamiento, sino [desea] convencer y construir...
No somos ajenos al hecho de que la cuestión judía existe y
seguirá existiendo. De esta situación anómala se derivan graves desventajas
para los judíos, pero también condiciones apenas tolerables para otros pueblos”.
El periódico de la Federación, el Jüdische Rundschau
(«Revista judía»), proclamó el mismo mensaje: «El sionismo reconoce la
existencia de un problema judío y desea una solución constructiva y a largo
plazo. Con este fin, el sionismo desea obtener la ayuda de todos los pueblos,
ya sean pro o antijudíos, porque, desde su punto de vista, se trata de un problema
concreto y no sentimental, cuya solución interesa a todos los pueblos»[5].
Un joven rabino de Berlín, Joachim Prinz, que más tarde se instaló en Estados
Unidos y se convirtió en líder del Congreso Judío Americano, escribió en 1934
en su libro Wir Juden («Nosotros, los judíos») que la revolución
nacionalsocialista en Alemania significaba «judaísmo para los judíos». Explicó:
«Ningún subterfugio puede salvarnos ahora. En lugar de la asimilación, deseamos
un nuevo concepto: el reconocimiento de la nación judía y de la raza judía»[6].
[1] 1. W. Martini, «Hebr_isch unterm Hakenkreuz», Die Welt
(Hamburgo), 10 de enero de 1975. Citado en: Klaus Polken, «The Secret Contacts:
Zionism and Nazi Germany, 1933-1941», Journal of Palestine Studies,
primavera-verano de 1976, p. 65., Mark WEBER: Sionisme et Troisième Reich
[2] Citado en: Ingrid Weckert,
Feuerzeichen: Die «Reichskristallnacht» (Tubinga: Grabert, 1981), p. 212. Véase
también: Th. Herzl, The Jewish State (Nueva York: Herzl Press, 1970), pp. 33,
35, 36, y Edwin Black, The Transfer Agreement (Nueva York: Macmillan, 1984), p.
73.
[3] Th. Herzl, «Der Kongress», Welt, 4 de
junio de 1897. Reimpreso en: Theodor Herzls zionistische Schriften (Leon
Kellner, ed.), primera parte, Berlín: Jüdischer Verlag, 1920, p. 190 (y p.
139).
[4] Memorándum del 21 de junio de 1933,
en: L. Dawidowicz, A Holocaust Reader (Nueva York: Behrman, 1976), pp. 150-155,
y (en parte) en: Francis R. Nicosia, The Third Reich and the Palestine Question
(Austin: Univ. of Texas, 1985), p. 42.; Sobre el sionismo en Alemania antes de
la llegada al poder de Hitler, véase: Donald L. Niewyk, The Jews in Weimar
Germany (Baton Rouge: 1980), pp. 94-95, 126-131, 140-143.; F. Nicosia, Third
Reich (Austin: 1985), pp. 1-15.
[5] Jüdische Rundschau (Berlín), 13 de
junio de 1933. Citado en: Heinz Höhne, The Order of the Death's Head (Nueva
York: Ballantine, pb., 1971, 1984), pp. 376-377.








