A lo largo de 1934 los frentes de actividad
falangista eran tres: de un lado las intervenciones parlamentarias de José
Antonio y en mucha menor
medida del Marqués de la Eliseda, actividades propias de un partido
parlamentario; en segundo lugar actividades de expansión en las que
debía de actuar como “partido–milicia” a causa de que la más mínima acción de
propaganda terminaba inevitablemente en enfrentamientos; estas actividades se
circunscribían a tres frentes: la distribución de FE en las calles, la acción
en las universidades y la estructuración de la Central Obrera Nacional
Sindicalista, el embrión de sindicato obrero del partido. Finalmente, una estructura
clandestina se encargó de realizar las “vindictas”.
Todo esto tenía mucho que ver con la acción de
los monárquicos y de los jonsistas. Parte de la ayuda que concedían los
alfonsinos a Falange estaba destinada según el acuerdo suscrito entre
Goicoechea y José Antonio a la estructuración de unos sindicatos obreros que se
situasen fuera de los sindicatos de izquierda. Durante la república era
evidente que había pasado la hora de los Sindicatos Católicos Libres (1). El alfonsinismo
era consciente de la necesidad de disponer a mantener la alianza con una fuerza
obrera que no estuviera controlada por la izquierda revolucionaria y, pudiera
ser utilizada como correa de transmisión en el mundo laboral. Eran
perfectamente conscientes de que el carlismo solamente podría progresar en
determinadas zonas geográficas, pero no extenderse a otras. Recluido a la zona
vasco–navarra, a la Montaña catalana y, a algunas zonas de Andalucía, estaba casi
completamente ausente del resto de España y pertenecía mucho más al mundo rural
que al industrial. Sin embargo, tanto en Italia y como en Alemania, los
fascismos habían contado con el apoyo de ingentes masas obreras, así que los
estrategas de Renovación Española consideraron que esa misión de penetración en
el mundo obrero correspondía a los “nacional–sindicalistas”. De ahí que en
los acuerdos de El Escorial una parte de la financiación quedaba estipulado que
sería para la financiación de los sindicatos. Mientras Falange estuvo
compuesta por el núcleo inicial procedente del MES–Fascismo Español, no existió
apenas actividad sindical, pero a partir de la fusión con los jonsistas, estos
que manifestaban una especial predisposición a actuar en el terreno laboral, se
pudieron poner en marcha las CONS. Es significativo que esta
organización se creara justo después de la ratificación de los pactos entre
José Antonio y Goicoechea en agosto de 1934 (2).
Realmente, a partir de la formación de un
gobierno de centro–derecha, el interés de los monárquicos por Falange había
disminuido y se centraba especialmente en sus posibilidades de actuación en el
mundo sindical. Pero también en la formación de milicias que, en un futuro
podrían jugar algún papel en los proyectos golpistas que los alfonsinistas y la
derecha radical nunca abandonaron a lo largo de toda la azarosa vida del
Segunda República. Si bien los dirigentes monárquicos que se habían afiliado al
partido no podían hacer nada en el terreno sindical y laboral (todos ellos
pertenecían a la aristocracia o bien a las clases acomodadas), en lo relativo a
las milicias y a la organización de “vindictas” si podían aportar algo. De
hecho, entre la fundación de la Falange en octubre de 1933 y los últimos
días de 1934, el potencial de violencia de Falange depende de estos elementos
monárquicos.
Estos grupos especializados en devolver golpe por
golpe y asestar represalias demoledoras habían recibido el nombre de “Falange
de la Sangre” y “Curritos de Groizard y Ansaldo”, hasta que finalmente fueron
conocidos como Primera Línea (3). Todos, absolutamente todos los dirigentes de este primer grupo
activista eran monárquicos alfonsinos. La cúpula estaba formada por los
monárquicos Juan Antonio Ansaldo (4), Arredondo, Rada y Manuel Groizard
Montero.
La concentración del aeródromo de Carabanchel (5)
tuvo lugar el 3 de junio. Una semana después, tuvo lugar un enfrentamiento en
El pardo entre milicianos falangistas y “chiribís” socialistas resultando
asesinado el falangista José Cuéllar. A partir de ese momento se generalizaron las
represalias resultando muerta la socialista Juanita Rico. Dos semanas después,
el 1 de julio, el doctor Groizard y su esposa fueron víctimas de un atentado en
el paseo de las Delicias, recibiendo él cuatro tiros disparados desde otro
vehículo. El 11 de julio de 1934 la policía registró la sede de Falange
Española deteniendo a 67 afiliados y ocupando un fichero con 8.000 nombres. Los
centros falangistas en toda España fueron cerrados, el semanario Libertad clausurado.
El 27 de junio, José Antonio fue acusado de
tenencia ilícita de armas al haberse encontrado algunas pistolas en su chalet
de Chamartín. Dado que tenía
inmunidad parlamentaria en su condición de diputado, el ministerio de justicia
envió un suplicatorio a las Cortes para poder procesarlo. Se daba la
circunstancia de que el suplicatorio de José Antonio se realizaba junto al
del diputado socialista Juan Lozano al que se le había encontrado en su
domicilio un depósito de armas. Las de José Antonio eran de su guardia
personal, mientras que las del diputado socialista eran algunas de las que
estaban acumulando los socialistas para la sublevación que finalmente tendría
lugar en octubre. El 3 de julio se vio en el parlamento la cuestión de los
suplicatorios. Socialistas y CEDA estaban a favor de conceder ambos, pero
Indalecio Prieto tercio alegando defectos de procedimiento. Los diputados de
Renovación Española se tomaron muy mal los efusivos gestos de José Antonio
agradeciendo a Indalecio Prieto la gestión y generando recelos y
replanteamientos.
Este episodio tendió a ensanchar el foso que
existía en el falangismo entre el grupo de intelectuales que rodeaban a José
Antonio y las milicias activistas. Parece evidente que con el paso de los meses y con el aumento de los
militantes muertos, los incidentes constantes y el enrarecimiento de la
situación, José Antonio que se había lanzado a la lucha política a través de
conferencias, charlas, intervenciones parlamentarias, cuya vocación intelectual
era notoria y cuyo círculo de amistades estaba compuesto a partes iguales por
miembros de la nobleza y por jóvenes escritores y artistas notorios, poco a
poco fue asumiendo que eran necesarias las represalias, que una cosa era el
discurso político y otra muy diferente la búsqueda de apoyos económicos, que la
política es algo sucio, violento en el que no se puede dar muestras de
debilidad y que, finalmente, en política el idealismo debe dejar paso al
pragmatismo más radical (6).
A este episodio siguió el retorno a Calvo Sotelo
a España, amnistiado por el gobierno de centro–derecha el 4 de mayo. No está
claro si fue él quien pidió su ingreso en Falange Española, si fue sondeado
simplemente por los monárquicos como Ansaldo, o si se trató solamente de un
debate interno. Ramiro Ledesma es
deliberadamente ambiguo al describir el problema que se suscitó:
“La situación del movimiento fascista era a comienzos del verano relativamente vigorosa. Despertaba interés en la opinión del país, disponía ya de cierta experiencia e iba perfeccionando y localizando sus metas finales. Era en muchos aspectos un movimiento confusionario, cuyos adictos respondían a los más diversos móviles; pero ello, si bien sería perjudicial como hecho permanente, entonces, etapa transitoria de amplificación, era hasta fértil y beneficioso. En mayo, al regresar Calvo Sotelo a España, después de la amnistía, quiso entrar en el Partido y militar en su seno. Primo de Rivera se encargó de notificarle que ello no era deseable ni para el movimiento ni para él mismo. Parecerá extraño, y lo es, sin duda, que una organización como Falange, que se nutría en gran proporción de elementos derechistas, practicase con Calvo Sotelo esa política de apartamiento. Y más si se tiene en cuenta que éste traía del destierro una figura agigantada y que le asistían con su confianza anchos sectores de opinión. Calvo Sotelo aparecía como un representante de la gran burguesía y de la aristocracia, lo que chocaba desde luego con los propósitos juveniles y revolucionarios del Partido, así como con la meta final de éste, la revolución nacional–sindicalista. En ese sentido, Primo, que se iba radicalizando, tenía, sin duda, razón. Ruiz de Alda se inclinaba más bien a la admisión, guiado por la proximidad de la revolución socialista y la necesidad en que se encontraba el Partido, si quería intervenir frente a ella con éxito, de vigorizarse y aumentar, como fuese, sus efectivos reales. No carecía de solidez esa actitud de Ruiz de Alda; pero Primo se mantuvo firme” (7).
Ansaldo cuenta que fue a visitar a Calvo Sotelo acompañado por Ruiz de Alda, confirmando que fueron ellos los que le plantearon ingresar en Falange Española. Era normal: Calvo Sotelo era alfonsino como ellos. Ansaldo cuenta también que la gestión fracasó, yendo más allá de la explicación de Ledesma y atribuyó a José Antonio el que “jamás pudiera admitir la posibilidad de alternar, de igual a igual, con el que fue relevante figura en el gobierno de su padre. A regañadientes, quizá lo hubiera aceptado como colaborador subordinado, pero le pesaba la compañía de quien con prestigio paralelo al suyo, arrastraba con su nombre compromisos tradicionales irrompibles” (8). Y luego añade una “razón profunda y más poderosa aún”: José Antonio no era monárquico (9).
Con Calvo Sotelo dentro de Falange, el partido
habría experimentado un crecimiento notable, pero nadie hubiera dudado que se
trataba de un partido monárquico de extrema–derecha. Hubiera crecido, pero también habría
decepcionado a quienes se habían sumado a él viéndolo como el “fascismo
español”. Y no era esa la imagen que José Antonio quería dar de su formación.
Para eso ya estaba Renovación Española.
En cuanto a Ramiro Ledesma, su ambigüedad al
relatar el episodio es significativa: doctrinalmente estaba mucho más cerca de José Antonio que de Calvo
Sotelo, su carácter y su adaptación del fascismo a una formulación
específicamente española, le impedían aceptar el hecho monárquico; pero, al
mismo tiempo, desde la época de La
Conquista del Estado, sus iniciativas habían sido financiadas por medios
monárquicos y su presencia misma en el partido se debía también, como hemos
visto, a la invitación de los monárquicos unificar esfuerzos, así como a la
presión económica de que era objeto (10). Hay que ver en la ambigüedad
calculada con la que Ledesma describe el episodio Calvo Sotelo, una forma de
superar esta contradicción interna entre lo que hubiera supuesto un avance para
el partido, pero al mismo tiempo le hubiera desviado de las posiciones
revolucionarias que defendía. Ledesma era perfectamente consciente de su
situación: precisaban, él y su formación, apoyos económicos que solamente
podían venir de los monárquicos, pero las posiciones monárquicas eran
insostenibles para el movimiento nacional–sindicalista.
Todos estos episodios (el atentado contra
Groizard, los saludos de José Antonio a Prieto en el Parlamento, la negativa a
la entrada de Calvo Sotelo) generaron un fuerte malestar en el interior del
partido en la primavera de 1934, en especial con los miembros del partido que
albergaban ideas monárquicas o que eran agentes monárquicos destacados en el
interior de Falange Española. Ansaldo se convirtió en la cabeza de la oposición
interior esgrimiendo las acusaciones contra José Antonio de “narcisismo
intelectual”, sugería que así dirigida, Falange iba perdiendo combatividad y
eficacia. Dos personajes situados en posiciones no muy próximas, el monárquico
Ruiz de Alda, amigo de José Antonio y de Ansaldo y el jonsista Ramiro Ledesma,
pragmático, ante todo, habían intentado poner paños calientes a la polémica
situándose en una posición “centrista” entre José Antonio y Ansaldo (11). Para
lo que se ha llamado la “conspiración de Ansaldo” era preciso ganar
especialmente a Ramiro Ledesma y a Ruiz de Alda. Sin embargo, ambos, hasta el
final, permanecieron favorables a una resolución amistosa de la crisis. Hay que
recordar que, en ese momento, José Antonio no era el líder único, sino que la
organización estaba dirigida por un triunvirato compuesto por él, por Ramiro
Ledesma y por Ruiz de Alda.
A pesar de que Ledesma no se decantara a favor de
la conspiración, Ansaldo siguió adelante: el escenario consistía en visitar
a José Antonio en su despacho acompañado por una docena de jefes de las
milicias adictos a él y exigir mayor contundencia en las represalias o bien
pedirle que abandonara el partido. Cuando estaba todo previsto, se produjo la
clausura de todos los centros de Falange Española y la detención de José
Antonio y de otros 67 militantes a raíz de los asesinatos de Cuéllar, Juanita
Rico y los que siguieron por una y otra parte. Esto hizo que la
popularidad de José Antonio se elevara entre la militancia.
Al salir de prisión, llegaron a oídos de José
Antonio, los rumores de la conspiración que se había preparado y decidió
visitar a Ansaldo a su domicilio particular (12), acompañado por Raimundo
Fernández Cuesta (13). De todo esto se dio cuenta en el último número de la
revista FE en el artículo titulado Consigna
(14) añadiendo que el “grupo de conspiradores” se reducía a la organización
militar y “obedecía a consignas externas”. Ledesma, por su parte, en la
revista JONS llamó a la “unidad de los triunviros” y a que todas las
decisiones tomadas fueran “por la fidelidad al nacional–sindicalismo
revolucionario” (15). Ledesma, finalmente, decidió apoyar a José Antonio
frente a Ansaldo, aunque sin tomar una postura excesivamente decidida ni por
unos ni por otros. En su diseño estratégico, Ledesma entendía que para disponer
de un “gran partido” era necesario sumar, no restar, ni dividir (16).
Ledesma firmo la expulsión –“después de muchas objeciones” como relata
Fernández Cuesta en su carta a Ximénez de Sandoval–, mientras que Ruiz de Alda
no la firmó, “dada la intimidad con Ansaldo” (ver nota 72).
Con Ansaldo, se fueron también Arredondo y Rada,
y con ellos la inmensa mayoría de militantes monárquicos “de estricta
observancia”. La crisis se había solventado en el verano de 1934 con la salida
de los monárquicos. Sin embargo, es presumible que siguieran manteniéndose contacto discretos
contactos con los alfonsinos. Tras la crisis, Ledesma se centró en el
desarrollo del sindicato CONS que solamente se pudo impulsar tras haber cerrado
nuevos pactos entre José Antonio y Antonio Goicoechea el 20 de agosto de 1934.
No es por casualidad que la “movilización de parados” tuviera lugar poco
después, el 3 de septiembre de 1934.
En efecto, el retorno de Calvo Sotelo del exilio
había generado una convulsión en toda la derecha radical española. Renovación Española, hasta ese momento, estaba
dirigida por Antonio Goicoechea, pero a nadie se le escapaba que Calvo Sotelo
iba a rivalizar con él en la dirección no sólo del partido, sino del
alfonsinismo. En esa circunstancia se produjo la renegociación del Pacto de El
Escorial. Sabemos de ello por Pedro Sainz Rodríguez y por Gil Robles (17). Los
acuerdos doctrinales y programáticos firmados el año anterior se confirmaron,
añadiéndose el compromiso de Goicoechea de entregar a Falange Española 300.000
pesetas para gastos y campañas del partido y otras 10.000 mensuales de las que
el 45% deberías ser destinadas a las milicias, a su preparación, capacitación,
armamento y operaciones, otro 45% para el sindicato CONS y el 10% para libre
disposición de la dirección. Parece ser que solamente se entregaron 100.000
pesetas y que el subsidio mensual solamente se entregó durante cuatro meses (18).
Payne entrevistó personalmente a Sainz Rodríguez el 1 de mayo de 1959 quien le
confirmó todos estos extremos. Dice Payne:
“Los monárquicos no ignoraban la antipatía personal de José Antonio hacia Alfonso XII y hasta respecto de la institución monárquica. Sin embargo, estaban interesados en utilizar a la Falange, siempre que pudiesen controlarla. Por su parte, José Antonio advertía a sus camaradas que “es necesario dejarse corromper… para engañar a los corruptores”. En el verano de 1934, José Antonio y Sainz Rodríguez establecieron un cuerdo por escrito, en diez puntos, sobre “El nuevo Estado Español”; en él condenaban el liberalismo, propugnaban por una acción en favor de la “justicia social”, suscribían la constitución de una asamblea corporativa y la abolición de los partidos políticos (sin especificar qué partidos) y autorizaban métodos violentos. Sobre la base de este acuerdo, el 20 de agosto se firmó entre José Antonio y Goicoechea un pacto de siete puntos. En él se establecía que la Falange no atacaría con su propaganda o indirectamente las actividades de Renovación Española o del movimiento monárquico en general. A cambio de ello, Renovación Española trataría de proporcionar ayuda financiera a la Falange, mientras las circunstancias lo permitiesen. La Falange mantuvo su compromiso, pero al cabo de unos meses, Renovación Española es encontró con dificultades económica y fue necesario interrumpir la ayuda financiera” (19).
Hay dos notas a pie de página: la primera dice: “Las
copias de ambos documentos [el pacto de 1933 y el de 1934] se hallan en
posesión del autor. Su autenticidad está fuera de toda duda”. En la otra se
da a Pedro Sainz Rodríguez como fuente de la información y se añade un dado,
sin duda, dado por él mismo: “La Falange debía encontrarse con una grave
penuria de fondos porque en una segunda fase de las negociaciones José Antonio
se vio obligado a ofrecer a Ansaldo el puesto del cual había sido destituido;
sin embargo, Ansaldo lo rechazó” (20).
Cabe preguntarse por qué los alfonsinos
interrumpieron su ayuda a Falange Española. Si según Gibson y otros esta se
prolongó cuatro meses y la firma del pacto se suscribió en agosto, parece muy
claro que la ayuda se prolongaría hasta el mes de diciembre. ¿Por qué hasta
entonces? Simplemente porque el día 10 de ese mes, Calvo Sotelo y Renovación
Española lanzaban su propuesta “frentista”: el Bloque Nacional, abierto a
carlistas, alfonsinos, nacionalistas de Albiñana y cualquier otra tendencia
anti–republicana, incluida Falange Española. Pero Falange rechazó su
integración en la iniciativa. A partir de ese momento, aunque nunca se llegó a
situaciones de hostilidad mutua, resultaba evidente que el apoyo al “fascismo
español” tenía ya mucho menor interés para los monárquicos. Es más, si se
trataba de integrar a los falangistas, la presión económica era una de las
tácticas a utilizar.
A partir de ese momento y en los meses sucesivos,
José Antonio se vuelve hacia Italia para conseguir un pulmón económico. En noviembre de 1934 se redactaron los 27
puntos. Hoy se sabe que la reacción del encargado de negocios italiano y hombre
influyente de la embajada en Madrid, Geisser Celesia, fue escéptica ante la
lectura del programa: lo percibió como demasiado abstracto para ser un programa
político, poco concreto, no le dio la impresión de ser un documento ideológico
y auguró que decepcionaría a “monárquicos y conservadores”, sin conseguir
atraer a franjas amplias de trabajadores (21). Resulta significativo que, si
hemos de creer a Ximénez de Sandoval y a su exactitud en las fechas, el
programa de los 27 Puntos fue publicado “en la primera decena de noviembre”,
pero el informe de Celesia fuera enviado a Italia el 29 de octubre, lo que
indica que antes de ser difundido se le entregó a la misión diplomática
italiana para que lo considerase (22). Cerrada la puerta de los
monárquicos, José Antonio intentaba abrir en aquel convulso final de 1934, la
puerta de la Italia fascista.
La lectura de los 27 Puntos, al margen de cuál
sea la valoración doctrinal y política de su contenido, sorprende en especial
por su último punto: “Pactaremos muy poco”.
¿A quién va dirigido? ¿Qué tipo de alianzas tenía José Antonio en mente cuando
incluyó este punto? Indudablemente
a Renovación Española. El día 30 de noviembre, el marqués de la Eliseda se
había dado de baja de Falange argumentando –tal como había previsto Celesia–
que el partido había caído en la “herejía maurrasiana” a causa de la redacción
del punto 25: “Nuestro Movimiento incorpora el
sentido católico—de gloriosa tradición y predominante en España a la reconstrucción
nacional. La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin
que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del
Estado o la integridad nacional” (23).
El marqués de la Eliseda pasó a los escaños de
Renovación Española en el parlamento y fue el último de la larga lista de
notorios monárquicos alfonsinos que abandonaron el partido a trece meses de su
fundación y a dieciocho meses del inicio de la Guerra Civil. Antes, habían abandonado la formación Ansaldo,
Ricardo Rada, el doctor Groizard, Rodríguez Tarduchy y un número indeterminado
de militantes que habían ingresado en el partido en el momento de su fundación
y que lo abandonaron en dirección al Bloque Nacional constituido en el mismo
momento en el que se produjo la baja del marqués de la Eliseda (24).
Los alfonsinos se estaban fascistizando a marchas
forzadas. En realidad, en ese momento, más que un “partido fascista” en España existían
dos (al menos en sentido
genérico). Da la sensación de que el tránsito de militantes en ambas direcciones
era habitual, pero, a partir de finales de noviembre de 1934, el único
notorio alfonsino que quedaba en Falange era Julio Ruiz de Alda. Todos los que
habían dirigido en los primeros momentos las escuadras de choque, habían
retornado a las filas del alfonsinismo. A partir de ese momento, sus
vacantes las ocuparían falangistas “puros” (es decir, atraídos al movimiento
por identidad con sus objetivos declarados, con la norma programática y con los
veintisiete puntos), la mayoría de ellos procedentes del SEU y con una breve
pero intensa experiencia en operaciones contundentes: los Agustín Aznar, los
José Miguel Guitarte, los Luis Aguilar, etc.
Del 4 al 7 de octubre de 1934 se había celebrado
en Madrid el Primer Consejo Nacional de Falange Española. Uno de los temas era
la elección de un jefe único que sustituyera al sistema de triunvirato. Fue la
última sesión en la que participaron los militantes de fidelidad monárquica
(Tarduchy, Arredondo, Groizard y algún otro). Se manifestaron algunas
discrepancias en la ponencia ideológica, pero lo que causó más tensiones fue la
discusión relativa al mando único. Los jonsistas y algunos falangistas eran
partidarios de que la organización fuera dirigida por un triunvirato, el resto
abogaba por una jefatura única con plenos poderes económicos y políticos.
Vencieron los segundos en una apretada votación que dio como resultado 17 votos
a favor del mando único y 16 por la prolongación del triunvirato. En la tarde,
le correspondió a Sánchez Mazas proponer a José Antonio como la persona más
adecuada para ocupar el mando. Ledesma no se opuso frontalmente y la propuesta
fue aceptada.
El 7 de octubre había estallado la insurrección
independentista en Cataluña y la socialista en Asturias. Los miembros del
Consejo Nacional presidieron la manifestación que recorrió Madrid hacia la
Puerta del Sol reuniendo agrupando detrás de sí a varios miles de personas. Fue
un éxito de movilización del partido, pero a partir de ese momento, Ramiro
Ledesma entró en un proceso de acumulación de agravios y descontento que
terminó en la escisión de los jonsistas que se hizo pública el 14 de enero de
1934. Ledesma, Sotomayor, Aparición, Compte, Emiliano Aguado, Tauler, Arias, Gutiérrez
Palma y Martínez de Bedoya resultaron expulsados por indisciplina y conspiración
contra la unidad del movimiento.
Obviamente, los principios doctrinales de Ramiro Ledesma no eran monárquicos y nunca había albergado simpatías hacia la monarquía. Sin embargo, las ayudas que había recibido desde el período de La Conquista del Estado, luego de las JONS, más tarde el dinero monárquico que había permitido un breve período de actividad de los sindicatos, le habían predispuesto a callar su opinión hacia la monarquía y elaborar una estrategia de suma de diversas componentes “fascistas” o en proceso de “fascistización”. De ahí que siempre se opusiera a medida de expulsión contra las indisciplinas de los monárquicos y que siempre intentara restablecer la normalidad en esa dirección.
Cuando se produjo la salida de Ledesma, el
partido falangista no se encontraba en su mejor momento: en pocos meses había
sufrido salidas “por la derecha” (los monárquicos que habían pasado a reforzar
el Bloque Nacional) y “por la izquierda” (Ledesma y los jonsistas que creían
poder revitalizar la organización partiendo de los sindicatos y de una revista,
Patria Libre, que se vio beneficiada
por una inicial ayuda de los alfonsinos).
Cuando se calmaron todas estas aguas, con un
mando único, con una situación que a lo largo de 1935 se fue convirtiendo en
cada vez más favorable, a la vista de la falta de atractivo del Bloque Nacional
especialmente para los jóvenes, de la erosión creciente y el desprestigio del
gobierno de centro–derecha y de la rarificación de la situación política y la
ofensiva de las izquierdas, Falange empezaría a configurarse como un fenómeno
radicalmente diferente al resto de fuerzas políticas de la derecha.
(1) Durante la
dictadura de Primo de Rivera, los sindicatos católicos que en ese momento
solamente estaban consolidados en Cataluña se fusionaron con los
Católicos-Libres del norte de España y con otros pequeños grupos sindicales
“amarillos” formando la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España
(CNSL) que hacia el final de la dictadura había alcanzado los 200.000 afiliados
(el 50% en Cataluña). En su interior, el núcleo esencial estaba formado por
obreros católicos de procedencia carlista que experimentaban un odio secular
hacia la CNT. Intentaban mejorar las
condiciones de vida de los trabajadores como cualquier otro sindicato
apolítico, pero durante la dictadura de Primo de Rivera fueron incluidos como
apoyo para el proyecto corporativo que albergaba el general. Al acabar la
dictadura y establecerse la república la CNSL fue prohibida, sus sedes
clausuradas y sus dirigentes perseguidos hasta que al subir al poder un
gobierno de centro-derecha fueron de nuevo legalizados aun cuando no consiguieron
recuperar de nuevo un lugar relevante en el mundo sindical. Para un estudio
sobre los sindicatos libres puede consultarse De la resistencia a la reacción: las derechas frente a la Segunda
República, Julián Sanz Hoya, Publicaciones de la Universidad de Cantabria,
Santander 2006, especialmente págs. 146-148, y Corporativismo y relaciones laborales en Cataluña (1928-1929),
Sonia del Río Santos, especialmente el capítulo Consolidación de los Sindicatos
Libres, Ediciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2002,
págs. 16-78.
(2) Cfr. Historia de la Falange, Eduardo Álvarez
Puga, DOPESA, Madrid 1969, edición
digital, pág. 27.
(3) E.
González, op. cit., pág. 214.
(4) De
Ansaldo, González Calleja dice que “su presencie en Falange había sido una
condición que los monárquicos habían impuesto a Ruiz de Alda, quien obtuvo el
acuerdo de los triunviros para nombrarle “Jefe de Objetivos” (op. cit.,
pág. 214). El propio Ansaldo reconoce que “Dicha apelación de confuso
contenido abarcaba fundamentalmente estas misiones: preparación de golpes de
mano, creación de una campaña de agitación y, por último, ejecución de
represalias contra los ataques y atentados de que eran víctimas los
falangistas” (J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 71)
En realidad, se trataba de un aeródromo privado
que poseía en Madrid un amigo personal de José Antonio, Iván de Bustos y Ruiz
de Arana, Duque de Estremera.
(6) Stanley Payne dice que José Antonio era
el “más atípico de los líderes fascistas europeos”, recuerda que en varias
ocasiones estuvo a punto de dimitir: “José
Antonio Primo de Rivera siguió siendo una figura muy ambivalente, el más
ambiguo de todos los jefes nacionales fascistas. Es posible que una serie de
importantes características personales – como un esteticismo meticuloso,
combinado con un sentido auténtico, aunque a veces contradictorio, de
escrupulosidad moral, un sentido intelectual cultivado de la distancia y la
ironía y, para tratarse de un político español, un espíritu notablemente limitado
de sectarismo y de rivalidad de grupo – lo descalificaran para ser un líder con
éxito. Existen abundantes declaraciones de que en varias ocasiones consideró la
posibilidad de abandonar el proyecto, pero no podía escapar al compromiso
impuesto por las muertes y los sacrificios de otros miembros de su movimiento”
(Stanley G. Payne, El Fascismo,
Alianza Editorial, Madrid 2005, pág. 92.
(7) Cf.
R. Ledesma, op. cit., pág. 69.
(8) Cf.
J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 76-79.
Ansaldo expresa una opinión personal: José Antonio albergaría “celos” y
mantendría una especie de rivalidad hacia Calvo Sotelo.
(9) Ídem. Haría falta
añadir que Ansaldo era “muy monárquico” y para él cualquiera que no tuviera un
monarquismo en el mismo grado, como la CEDA, equivalía a no ser monárquico. Era
el todo o nada, habitual en quienes viven un ideal con intensidad extrema. De
todas formas, insistimos en que no existen opiniones antimonárquicas en José
Antonio, y hemos aludido también a que en sus viajes por España se había
convencido (como Gil Robles o Ángel Herrera Oria) de que la restauración de la
monarquía era inviable en ese momento. La opinión de Ximénez de Sandoval puede
admitirse sin reservas: “Ximénez de Sandoval añade: “[A juicio de José Antonio], las ideas que pudiese aportar
Calvo Sotelo no arrastrarían jamás a la juventud española para una empresa
total revolucionaria. Prefirió a la aportación de unos cuantos muchachos
monárquicos -valerosos; pero llenos de prejuicios- la de los jonsistas, para
quienes no había nada que poner por encima de la Patria. José Antonio, en
política, pensaba lo mismo. España –con todos sus hijos- sólo como lema. El Rey
no era fundamentalmente imprescindible para la Revolución de la unidad de las
tierras, los hombres y las clases. Por el contrario, en algunos momentos de esa
Revolución pudiera ser un obstáculo, y si no él personalmente, la complejidad
de los intereses cortesanos cuchicheados en la antecámara” (op. cit., pág.
205). No es que fuera antimonárquico, es que la restauración de la monarquía en
ese momento no podía aportar gran cosa, ni era viable. El matiz es importante.
(10) A este respecto
puede consultarse nuestra obra Ramiro Ledesma a contraluz, eminves, Barcelona
2014, especialmente el Capítulo II -
Frente a la derecha fascistizada o con la derecha fascistizada, págs.
53-128.
(11) En ¿Fascismo en España? no juzga con excesiva
severidad la actitud de Ansaldo y se limita significativa y eclécticamente a
reconocer sus méritos y sus riesgos. Dice Ledesma: “Por esta época, fines de abril, ingresó en el movimiento
Juan Antonio Ansaldo, militante intrépido y audaz, que intervino con eficacia
en la organización y dirección de esos grupos. Merced a éstos, no quedó ya más
ninguna agresión sin réplica, y pudieron incluso planearse objetivos de gran
importancia estratégica para el Partido. Ansaldo controlaba ya, a las pocas
semanas, la organización militarizada del movimiento. Sobre todo, los grupos de
más capacidad para la violencia. Ansaldo era, sin más complicaciones
ideológicas ni matices, un monárquico. Procedía de los núcleos que con más
fidelidad y dinamismo habían defendido hasta última hora al Rey. A pesar de
eso, de su poquísima compenetración doctrinal —él era, después de todo, un
exclusivo hombre de acción—, su presencia en el Partido resultaba de utilidad
innegable porque recogía ese sector activo, violento, que el espíritu
reaccionario produce en todas partes como uno de los ingredientes más fértiles
para la lucha nacional armada. Recuérdese lo que grupos análogos a ésos
significaron para el hitlerismo alemán, sobre todo en sus primeros pasos. Claro
que la intervención de esos elementos resulta sólo fecunda cuando no hay
peligro alguno de que consigan influir en los nortes teóricos y estratégicos.
Es decir, cuando hay por encima de ellos un mando vigoroso y una doctrina clara
y firme. Si no, son elementos perturbadores y nefastos” (op. cit., págs
67-68).
(12) Eduardo González Calleja, en su investigación subvencionada por el Ministerio de Educación comete un nuevo error al decir que José Antonio acudió al domicilio de Ansaldo “acompañado por Ledesma” (op. cit., pág. 224), cuando en realidad fue por Fernández Cuesta. Ximénez de Sandoval cita una carta de Fernández Cuesta en la segunda edición de su Biografía Apasionada (nota 251 de la pág. 407) en la que el que era entonces secretario general de Falange dice: “José Antonio tuvo una entrevista con Ansaldo en casa de éste, siendo yo único testigo. Ansaldo dijo a José Antonio que, a pesar del afecto personal que por él sentía, no le consideraba capaz de acaudillar la Falange. José Antonio discutió con él, sin perder la serenidad, pero decidió su expulsión en decreto que Julio no quiso firmar, dada la intimidad que con Ansaldo tenía, haciéndolo Ramiro, después de muchas objeciones, en entrevista tenida en mi domicilio”.
(13) Cf. J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 85-86.
(14) Cf
revista FE, nº 15, 19 de julio de
1934, pág. 4.
(15) Cf.
Una consigna, revista JONS, nº 11,
agosto de 1934, págs. 159-160.
(16) Véase
Ramiro Ledesma a contraluz, op. cit.,
Capítulo IV - La concepción estratégica
de Ramiro Ledesma, págs. 185-292.
(17) No fue posible la paz, José María Gil Robles, Ediciones Ariel, Barcelona
1971, pág. 442 y 443. Testimonios y
recuerdos, Pedro Sainz Rodríguez, Editorial Planeta, Barcelona 1978, págs.
375-376.
(18) Cf.
En busca de José Antonio, Ian Gibson,
Editorial Planeta, Barcelona 1980, pág. 103-105.
(19) Cf. Falange,
historia del fascismo español,
Stanley Payne, Biblioteca de la Historia, Sarpe, Madrid 1985, pág. 85
(20) La información de Payne está extraída
también de las memorias de Ansaldo, op.
cit., pág. 89. La puerta, en cualquier caso, estaba abierta y puede creerse
esta información a tenor de lo que cuenta Ximénez de Sandoval: “La separación del Teniente Coronel Rada, de los hermanos
Ansaldo y de algunos otros que prefirieron seguir la bandera de la Restauración
monárquica a la bandera de la Revolución Nacionalsindicalista, se hizo de
manera cordial y llena de respeto humano y mutuo afecto” (op. cit., pág. 267).
(21) Cf.
E. González Calleja, op. cit., pág.
265, citando el informe enviado por Geisser Celesia, al Ministerio de Asuntos
Exteriores italiano y fechado el 29 de octubre de 1934.
(22) Escribe Ximénez de Sandoval: “La hoja-programa fue elaborada por la Junta política en
la primera decena de noviembre. La hoja-programa fue elaborada por la Junta
política en la primera decena de noviembre. Contiene 27 puntos, considerados
desde entonces por los militantes como su evangelio político. Hizo su primera
redacción Ramiro Ledesma, que presidía aquel organismo, y modificada luego por
Primo de Rivera en el sentido de hacer más abstractas las expresiones y de
dulcificar, desradicalizar, algunos de los puntos. La hoja quedó así un tanto
desvaída, llena de preocupaciones académicas, menos apta para interesar a las
grandes muchedumbres de la ciudad y del campo” (op. cit.,
pág. 88).
(23) Sobre la recepción de los 27 puntos en el interior del
partido, Ximénez de Sandoval escribe: “Estos
27 Puntos iniciales aparecieron a fines de noviembre de 1934, en hojas
volanderas y clandestinas, por estar suprimido F.E. Más tarde
se recogieron en la Prensa madrileña. El programa llenó de satisfacción a la
mayoría de los militantes, aun cuando manifestaron su disgusto algunos
elementos monárquicos al ver que el programa definitivo de la Falange no tomaba
partido por determinada forma de gobierno, a pesar de que la «voluntad del
Imperio», expresamente manifestada en el Punto primero, significara
rotundamente la vuelta de espaldas al artificio republicano, democrático,
electorero y antiunitario. Callaron una vez más sus sentimientos los
monárquicos, salvo algunos de los más exaltados, que se dieron de baja en la
Falange por entonces. Pero, en cambio, se dio el caso insólito de que alguien,
recogiendo las teorías populistas que acusaban al fascismo de panteísta y de
incompatible con la catolicidad, provocara la gran campanada” (op. cit., pág.
258).
(24) E.
González Calleja utilizando datos de Payne cifra en “dos mil o tres mil
derechistas”, los que habían ingresado en el partido en sus primeros
meses y lo abandonaron al crearse el Bloque Nacional (op. cit., pág. 266). En
cuanto al marqué es de la Eliseda, Álvarez Puga dice en su Historia de la
Falange: “Durante el desarrollo de la guerra civil el marqués de la Eliseda retornó
al seno de la Falange y ocupó el puesto de Consejero Nacional. En 1939 ya decía
que "nuestro Movimiento Nacional es, indudablemente, la traducción de
hecho fascista que, por producirse en España, será el fascismo más positivo y
progresivo de todos; es decir, un fascismo tan perfecto en la búsqueda de la
verdad, que implantará el Estado católico español, que no será otro que la
traducción moderna del viejo Estado español de los Reyes Católicos, la
organización política menos imperfecta de la tierra" (op. cit., pág. 31).