La corta historia de Falange Española resulta tan
absolutamente abigarrada que en los dieciocho meses que mediaron entre
principios de 1935, cuando se produce la salida del partido de Ramiro Ledesma y
de los jonsistas que le siguieron hasta el 18 de julio de 1936, se generan
distintas oscilaciones en el interior del partido. Es cierto que, la salida del
marqués de la Eliseda y las anteriores expulsiones del círculo de Ansaldo, la
mayor parte de los afiliados a Falange que albergaban, por encima de todo,
lealtades monárquicas abandonaron el partido. El instinto de supervivencia
política de José Antonio -en cuyas obras completas no existe ni una sola
crítica al principio monárquico y que si hemos de creer a Antonio Ansaldo,
mantenía solamente una antipatía personal hacia Alfonso XIII al haber tratado
sin gran consideración ni sombra de lealtad a su padre- le indicó que podía
recabar apoyos en la Italia de Mussolini para recaudar fondos y garantizar la actividad
del partido.
El 6 de mayo, José Antonio se entrevistó con
Mussolini en Roma y luego, unos días después, se lo hizo con Eugenio Coselschi,
presidente de los Comités de Acción para la Universalidad de Roma (CAUR), la
llamada “internacional fascista”. Hoy está perfectamente reconstruida y a disposición del investigador la
ayuda que recibió Falange Española por parte de la Italia fascista y que,
inicialmente fue gestionada por GeCé.
En ese momento, el delegado español en los CUAR era Ernesto Giménez Caballero
quien mantenía una relación oscilante con los distintos sectores del “fascismo
español”. Difería con José Antonio y con Ramiro Ledesma en el tema de la
“españolidad” del movimiento que, en su opinión, debía de tener más bien una
orientación “latina”. A pesar de sus diferencias políticas, GeCé gestionó en diciembre de 1934 (tras
la interrupción de la llegada de la ayuda alfonsina) la entrevista. La
propuesta llegó a Galeazo Ciano, yerno del Duce y ministro de asuntos
exteriores italiano, quien ordenó a Amadeo Landini, agregado de prensa de la
embajada italiana en París que entregara 50.000 liras mensuales a José Antonio
Primo de Rivera (en torno a 40.000 pesetas de la época). José Antonio
debía recoger esta cantidad personalmente y sin delegación posible en nadie.
Según consta en la documentación procedente del ministerio de Prensa y
Propaganda y en el Ministerio de Asuntos Exteriores, la ayuda se prestó entre
el 3 de junio de 1935 y enero de 1936, aunque parece que al mes siguiente
se redujo en un 50% debido a las sanciones económicas a las que se había hecho
acreedor el gobierno italiano tras la guerra de Abisinia. Tras el
encarcelamiento de José Antonio se produjo una interrupción en las entregas
que, sin embargo, no desaparecieron, sino que se prolongaron hasta noviembre de
1936, cuando ya había estallado la guerra civil y la ayuda italiana al
gobierno de Burgos tomó otros derroteros (1).
La primera impresión que da la situación de
Falange Española a principios de 1935 es que había logrado sacudirse el
“entrismo” de los elementos monárquicos. La subvención procedente de Italia era
menos exigente y no parecía
imponer “áreas de inversión” como el último acuerdo suscrito por José Antonio
con Goicoechea, sino que la totalidad del dinero estaba a libre disposición de
la jefatura del partido.
Por otra parte, la situación política española
estaba dando un vuelco radical: el gabinete de centro–derecha se aproximaba a
su ruina. Cada vez resultaba
más difícil mantener en pie la coalición entre lerrouxistas y cedistas. Las
Juventudes de Acción Popular, eran las más remisas a apoyar el mantenimiento
del gobierno y seguían un proceso de fascistización muy similar al de
Renovación Española. Dos escándalos (los llamados “Caso Nombela” y “Caso
Strauss–Perle”) pusieron en entredicho al Partido Radical y lo evaporaron
en pocas semanas. Para beneficio del partido falangista, el grupo disidente
de Ramiro Ledesma había desaparecido y buena parte de los que se habían ido
estaban retornando por goteo.
En esas condiciones era evidente que España se
había polarizado en dos bandos, el bloque de izquierdas en torno al Frente
Popular y el bloque de derechas con sus distintos “colores”: centro–derechistas,
católico–sociales, Renovación Española, tradicionalistas carlistas y
nacionalistas de Albiñana. A pesar de que en sus comunicados Falange Española
repitiera una y otra vez que no era “ni de derechas, ni de izquierdas”, lo
cierto es que disponía de interlocutores válidos solamente en la derecha
(las relaciones entre Prieto y José Antonio son más ficticias que otra cosa y
las relaciones entre Ángel Pestaña y los falangistas tampoco fueron muy lejos
dejando aparte que el Partido Sindicalista de Pestaña era minúsculo). La
agresividad y la capacidad para la violencia demostrada por Falange Española
después de la salida de Ansaldo y de su entorno, sorprendió incluso a los
alfonsinos que creían que la retirada de los jefes de la primera Falange de la
Sangre situaba al partido en la indefensión. En realidad, una generación de
activistas salidos especialmente del SEU, se había hecho cargo de la
reorganización militante del partido y de la Primera Línea, obteniendo éxitos
indudables y demostrando un potencial de violencia que causó admiración en las
timoratas filas alfonsinas. El asalto a los almacenes SEPU, las respuestas a
las agresiones izquierdistas en Aznalcollar, Don Benito, en Madrid y Zaragoza,
el asalto al Cine de la Flor y otros muchos episodios por el estilo, situaron a
Falange Española como punta de lanza del activismo anti–izquierdista. A lo
largo de 1935 Falange Española fue creciendo y concentrando de manera creciente
a los activistas de las derechas, a pesar de seguir repitiendo en su propaganda
que no eran “ni de derechas ni de izquierdas”. Pero, en aquel
momento, con una situación de violencia generalizada y una crispación son
precedentes en la vida política, muy pocos atendían a las razones de la
propaganda. El partido, simplemente, iba creciendo y a pesar de que sus medios
eran muy limitados, lo esencial para pagar los locales y para las tareas de
propaganda y represalias, no faltaba.
El hecho de que el partido se hubiera recuperado
rápidamente de sus crisis y que, por primera vez desde su fundación, los
vientos políticos fueran favorables a una formación de ese tipo (especialmente
gracias a la incapacidad de las derechas para gobernar y al recrudecimiento de
la subversión de la izquierda radical) habían contribuido a que el partido
creciera hasta el punto de que en la reunión de la Junta Política en el Parador
de Gredos, los días 15 y 16 de junio pudiera plantearse una “marcha sobre
Madrid” a partir de la frontera portuguesa (2).
En esa época es cuando José Antonio activa sus
contactos con militares que parecían favorables al restablecimiento del orden
en España: Franco, Mola, Goded, Moscardó, Yagüe. Se daba, además, la
circunstancia de que en la Unión Militar Española (UME) la presencia falangista
era cada vez más fuerte, especialmente en el Ejército de África. A pesar de la salida
de los alfonsinos vinculados a la UME (Tarduchy y Arredondo), García Moreno y
Alvargonzález, siguieron manteniendo los puentes entre ambas siglas. Se
sabe, por ejemplo, que, a principios de 1935, José Antonio se entrevistó con
el máximo dirigente de la UME en ese momento, el comandante de Estado Mayor
Bartolomé Barba, sondeando la posibilidad de un golpe de Estado cívico–militar
del que José Antonio pedía que el gobierno que surgiera estuviera formado por
falangistas.
En ese momento, todo induce a pensar que la estrategia adoptaba por José Antonio era la insurreccional que no podía sino realizarse con el apoyo de las distintas fuerzas contra–revolucionarias. En esto radicaba la quimera en la que se movía José Antonio: pensar que su organización que todavía era pequeña y esencialmente activista, podía convertirse en la columna vertebral y en la fuerza hegemónica de un futuro gobierno surgido de un golpe cívico–militar. Porque lo que era evidente es que José Antonio se estaba dirigiendo a oficialidad que no era falangista y que, en ese momento, aún, la correlación de fuerzas distaba mucho de serle favorable.
Las descripciones de los dos intentos
insurreccionales que José Antonio consideró antes de ser encarcelado en marzo
de 1936, se conocen a la perfección. La primera era la “marcha sobre Madrid” a
partir de la frontera portuguesa comentada en la reunión de Gredos a mediados
de junio de 1935. La segunda se explicitó en la reunión de la Junta Política de
27 de diciembre de 1935 y consistía en enviar a la Primera Línea de Madrid a
ocupar el Alcázar de Toledo junto a los cadetes, para obligar al ejército a un
pronunciamiento. José María Alfaro, Fernández Cuesta y José Sainz Nothángel se
entrevistaron con el coronel Moscardó quien no se opuso a la acción, pero
explicó que no haría nada hasta no consultar con Franco. El plan fue
desestimado el 29 de diciembre (3). En síntesis, estas y otras informaciones
inducen a pensar sin sombra de dudas que Falange Española, había adoptado la
“vía golpista” a partir de mediados de 1935, cuando se sintió recuperada de las
crisis pasadas y que calculaba ponerla en práctica junto al ejército (4).
Tal como concebía José Antonio el golpe de Estado
en ese momento, la acción cívico–militar era una “operación falangista” en la que el partido dirigía a la milicia y se
situaba por encima de cualquier otra fuerza política. Sin duda, a esta opinión
contribuía la sensación de que la derecha en el poder se estaba desmoronando y
que de sus ruinas emergería la Falange del futuro. Pero, incluso teniendo en cuenta
que la volatilización del Partido Radical y la crisis de la CEDA, especialmente
de las JAP, eran evidentes, cuando tiene lugar el 15 y 16 de noviembre de
1936 el II Consejo Nacional de Falange, José Antonio da muestras de gran
realismo político sugiriendo la creación de un Frente Nacional Español
Antimarxista y abriéndose durante unas semanas a un acuerdo con la derecha.
En un principio, Gil Robles accedió a la negociación (en esa época intentaba
formar un Frente Nacional Contra–revolucionario) pero según declaró, las
exigencias de José Antonio eran tales que fue imposible satisfacerlas. Tras la
ruptura de las negociaciones se reprodujeron los ataques hostiles a la CEDA en
el Arriba, el portavoz de Falange
Española. El 27 de enero las negociaciones estaban rotas y la Jefatura Nacional
ordenó a las jefaturas provinciales el apoyo exclusivo y sin condicione a las
candidaturas falangistas que se presentaron en solitario (5).
El 14 de febrero, dos días antes de la votación, Gil Robles volvió a lanzar un cabo en dirección a Falange en el que reiteraba lo que ya le había dicho a José Antonio sobre que otros, no él, habían hecho imposible el pacto con Falange Española y le apremiaba a apoyar en Madrid las candidaturas del Frente Antirrevolucionario (6). Al día siguiente en el mismo diario, Renovación Española publicaba un manifiesto en el que volvía a aludir a la “unión contrarrevolucionaria” (7).
En la universidad tal unidad ya se había llevado
a la práctica. El 16 de enero estalló en la Facultad de Derecho de Madrid una
huelga apoyada por los estudiantes tradicionalistas de la AET, la Confederación
de Estudiantes Católicos, Estudiantes de Renovación Española y el SEU, como
protesta al manifiesto lanzado por los estudiantes de la Federació Nacional d’Estudiants
de Catalunya en apoyo al Frente Popular. Se produjeron incidentes con profesores socialistas y los disturbios se
trasladaron a otras universidades. En Barcelona chocaron los estudiantes de
Estat Catalá y del SEU al publicar éste un manifiesto antiseparatista (8). En ese momento la crisis económica había
reducido las expectativas de ascenso social de los estudiantes de las clases
medias lo que se tradujo en forma de resentimiento contra el régimen
republicano. Antes del estallido de la guerra civil, es posible que el 80–90%
de los estudiantes politizados hubieran optado por cualquiera de las siglas de
los grupos anti–izquierdistas y ni siquiera la victoria del Frente Popular en
las elecciones de febrero consiguió acortar distancias. En la universidad la
hegemonía de los grupos “fascistas” o “fascistizados”, contrarrevolucionarios
en cualquier caso, era absoluta (9).
En ese clima de exasperación de los espíritus,
violencia extrema, crispación absoluta, el discurso Falangista se convirtió en
un reclamo para los jóvenes decepcionados por las distintas opciones de derecha. Renovación Española, apenas pudo obtener doce
escaños. A partir de ese momento, el partido como tal desapareció. El asalto y
el incendio por parte de activistas frentepopulistas del diario La Nación, le privó de su medio de
prensa. Buena parte de la militancia juvenil migró esta vez hacia Falange
Española. Los monárquicos volvieron a estar presentes en el partido, pero esta
vez aceptando su subordinación. La Segunda Línea se vio repleta de afiliados
procedentes de la JAP.
En un clima de desmoralización de las derechas y
de desintegración del alfonsinismo, Falange Española, con su combatividad,
su dominio de la universidad y su estructura paramilitar se convirtió en la
fuerza motriz más agresiva de la contrarrevolución. El hecho de que José
Antonio hubiera elevado el tono revolucionario y obrerista, especialmente a
partir de la escisión de Ledesma (10) quedó atrás. Sin embargo, como ya hemos mencionado, José
Antonio siempre siguió manteniendo relaciones con monárquicos alfonsinos.
Dionisio Ridruejo cuenta una elocuente anécdota que se desarrolló el 1 de marzo
de 1936 en casa de Marichu de la Mora (11). José Antonio se enfurece cuando
ve a las masas frentepopulistas manifestarse en la calle. Ridruejo está
presente, junto a los monárquicos Luca de Tena y Lequerica. Entonces
pronuncia una frase que se queda clavada en la mente de Ridruejo: “Con un
buen par de tiradores una manifestación como esa se disuelve en diez minutos”,
el cual añade a modo de comentario:
“Tales reacciones eran una especie de test útil para disuadir a los que niegan el carácter necesaria y visceralmente derechista o reaccionario del movimiento falangista que, “en frío”, tomaba distancia del movimiento general contrarrevolucionario y hasta sentía repulsión por él, pero que “en caliente” se veía arrastrado a su onda de modo irremediable, aunque con la quimérica pretensión de encabezarlo y llevarlo por derroteros reformistas (12).
Creemos que difícilmente puede exponerse mejor el
drama de Falange Española y la tragedia personal de José Antonio en aquellos
momentos. De un lado, en
tanto que hombre de mundo, abierto y que no tenía inconveniente en cambiar
impresiones e incluso en mantener amistad con gentes alejadas ideológicamente
de sus posiciones, era una persona poco sectaria e intelectualmente objetiva.
Eso le llevaba a rechazar las posiciones e incluso la forma de ser y el estilo
que solía encontrar en los grupos contra–revolucionarios, le atraía
particularmente del fascismo, su sensibilidad social que había llegado a asumir
y que se traducía en el giro ideológico que había asumido en sus últimos
dieciocho meses de libertad. Eso entrañaba algunas contradicciones entre sus
reflexiones y las necesidades materiales de su movimiento político que en una
primera fase dependieron de la generosidad de los sectores alfonsinos y, al
cortarse esta, le hicieron depender del fascismo italiano… aun cuando era
perfectamente consciente mientras fluía el dinero monárquico de la
imposibilidad de una restauración y cuando ya había iniciado una migración
ideológica hacia posiciones similares a las de los “no–conformistas” franceses
y progresivamente distanciada del fascismo italiano, cuando las arcas de
Mussolini alimentaban a su movimiento.
Ridruejo acierta a distinguir entre las
reacciones “en frío” y “en caliente” de José Antonio y de su movimiento del que
él mismo formaba parte. Era difícil, y esto probablemente es lo que olvida
Ridruejo, no enfrentarse a muerte con quien te persigue con saña. La escena
que relata Ridruejo en el domicilio de Marichu de la Mora precede en apenas dos
semanas a la detención de José Antonio a siete meses y veinte días a su
fusilamiento en Alicante.
Desde los asesinatos de Cuéllar y Matías Montero
resultaba ya muy difícil detener la espiral de violencia. Desde mediados de
1935, la vía golpista era la única que contemplaba el análisis estratégico de
José Antonio. Poco a poco fue rebajando sus exigencias: si en la primera
formulación golpista en el Parador de Gredos, el golpe era dado por Falange
Española en exclusiva a la espera de que se sumaran otras fuerzas y el
ejército, en la entrevista con el comandante Barba de la UME el golpe era
cívico–militar y José Antonio pretendía que el gobierno que se formara
estuviera compuesto solamente por falangistas… pero, a partir de aquí, va
rebajando exigencias. Poco a poco empieza a entender que sus meras fuerzas no
bastaban para decantar completamente la situación. Además, entendió que el
estamento militar estaba fracturado en distintas tendencias.
A partir de mediados de 1935, gracias a la
actividad de su hermano Fernando, se habían ido sumando a Falange Española un
buen número de oficiales del ejército, especialmente del Ejército de África
hasta el punto de que había estructurado a esta oficialidad en un comité que
actuaba dentro de la UME como grupo de presión. La vía del golpe estaba abierta, aunque a partir
de la detención, José Antonio se preocupara de evitar que su partido no
resultara subsumido en una marejada contra–revolucionaria. Había llegado a
la conclusión de que Falange no podía dar el golpe en solitario y precisaba el
concurso de otras fuerzas políticas. Lo que le preocupaba era, precisamente,
evitar volver a la situación que había vivido en los primeros meses de vida del
partido falangista cuando los alfonsinos albergados en su interior le habían
creado problemas, discutido su autoridad y discurrido por caminos diferentes a
los que pretendía imponer a su movimiento.
Existe un telegrama enviado por el agregado aéreo
de la Embajada Italiana en Madrid, Alessandro Fornari a sus superiores en el
Ministerio de Asuntos Exteriores fechado el 25 de marzo de 1936, cinco días
después de la detención de José Antonio. En aquel momento, la única
organización contra–revolucionaria que daba señales de vida parecía ser Falange
Española. José Antonio encarcelado había instado a que su hermano Miguel se
entrevistara con Mussolini. El embajador italiano, sin embargo, no recomendó el
encuentro, al considerar que Falange no tenía posibilidades de ocupar un papel
protagonista en el desencadenamiento de un golpe cívico–militar. Sin embargo,
la opinión de Fornari era diferente. En el telegrama en cuestión aludió a “los
abundantes medios financieros [de los que ha sido provista Falange] por los
partidos de derechas” (13), lo que induce a pensar que los antiguos
financiadores de Falange, a la vista de la derrota electoral y de la
inadecuación de sus estructuras militantes ante la eventualidad de un golpe
militar, habían decidido reanudar la inyección de fondos en dirección a Falange
Española.
Lo que ocurrió luego es conocido: Falange instó
una y otra vez al golpe militar, lo preparó junto a otras fuerzas políticas,
aceptó subordinarse a una “dirección militar”, multiplicó contactos con Goded y
Mola y finalmente estuvo del lado de los sublevados el 18 de julio de 1936. Durante
su proceso utilizó todos los recursos de su profesión para evitar la pena
capital. Pero un detalle llama particularmente la atención en el proceso. La
cuenta Julián Pemartín (14):
“Un rasgo demostrativo de la altiva dignidad con que rechazara de su alrededor toda procacidad o toda cobardía soez: José Antonio, doctrinalmente, no aceptaba la Monarquía liberal ni parlamentaria, y, personalmente, se hallaba dolido por el proceder de don Alfonso con el dictador; pero cuando en los furibundos interrogatorios de su último juicio el juez le preguntó sobre "sus relaciones con el Borbón", José Antonio, agravando su ya peligrosísima circunstancia, se negó a contestar a menos que se sustituyera tal designación despectiva por la de don Alfonso XIII o la de ex rey de España”.
Llama la atención que, en sus últimos días, José
Antonio pensara todavía en salir en defensa de Alfonso XIII. Se puede pensar
que era un reflejo de sus modales educados o de su carácter aristocrático. Sea
lo que fuere lo que le impulsó a exigir respeto por alguien por el que consta
que sentía una viva antipatía a causa del trato que había deparado a su padre,
contribuye a recordar, finalmente, los siete puntos esenciales de este estudio:
1) Que José Antonio nunca realizó una crítica doctrinal a la institución monárquica, como máximo realizó una crítica política al final del reinado de Alfonso XIII y nunca propuso la restauración de la monarquía.
2) Que José Antonio se inició políticamente en la Unión Monárquica Nacional y que en su formación doctrinal conocía la obra de Charles Maurras y se situaba en posiciones próximas a él.
3) Que Falange Española dispuso de apoyo material y militante procedente del alfonsinismo entre la transformación del MSE–Fascismo Español en Falange Española (octubre de 1933) hasta la creación del Bloque Nacional (diciembre de 1934).
4) Que desde mediados de 1935, José Antonio contemplaba la estrategia golpista y que desde entonces todos sus esfuerzos estuvieron orientados en esa dirección.
5) Que tras la derrota de las derechas en las elecciones de febrero de 1936, Falange se convirtió en la fuerza más agresiva y con más capacidad de crecimiento del “bloque antirrepublicano” e incluso que es posible que a partir de ese momento volviera a recibir ayudas económicas, además de militantes, procedentes de la derecha alfonsina. Convertida de hecho la división de España en dos bloques, Falange Española, a pesar de aludir constantemente en su propaganda al “ni derechas ni izquierdas”, se situó del lado de la derecha forzado por las circunstancias, pero también forzado por sus orígenes políticos, filiaciones doctrinales, necesidades materiales, y enfrentamientos constantes con las izquierdas.
6) Que existe un desfase entre el discurso doctrinal de José Antonio y la realidad política que tuvo que afrontar y que no siempre ambos van al mismo paso.
7) En la postguerra, a raíz de causas muy diversas, el falangismo, especialmente el disidente del Movimiento Nacional de FET y de las JONS, fue adoptando una actitud progresivamente más antimonárquica que hoy es una característica generalizada de las distintas corrientes falangistas, una posición que no está justificada en base a la doctrina falangista, a la actitud personal de José Antonio, ni a la historia de la primera Falange.
(1) Nos consta que en la
actualidad hay, como mínimo, dos equipos de historiadores que están revisando
exhaustivamente la documentación contenida en Italia para libros que aparecerán
próximamente dedicado a estudiar las relaciones entre Italia y España en los
últimos 80 años. Esperamos que la nueva documentación aportada contribuya a
esclarecer algunos aspectos que todavía hoy permanecen oscuros y con cierto
grato de indeterminación, en especial las ayudas recibidas por Falange Española
a partir del encarcelamiento de José Antonio. Hasta ahora, la principal fuente
de información sobre este tema ha sido Max Gallo (Historia de la España franquista, Editorial Ruedo Ibérico, Alençon
1971, pág. 54). También Stanley Payne ha dicho algo sobre el tema (Franco y José Antonio. El extraño caso del
fascismo español. Historia de la Falange y del Movimiento Nacional,
Editorial Planeta, Barcelona 1997, págs. 264-265).
(2) Cf. El Movimiento Nacional Sindicalista
portugués (I de II), Revista de Historia del Fascismo, nº 30, marzo-abril
de 2014, especialmente el parágrafo La
sospecha de “influencia portuguesa” en la elección de la “vía insurreccional”
de Falange, págs. 39-43
(3) Algunos
historiadores han considerado falsa esta noticia (De la Cierva, por ejemplo, en
Historia de la guerra Civil española,
Editorial San Martín, Madrid 1969, pág. 493), pero la abundancia de testimonios
directos de primera mano (empezando por el de Fernández-Cuesta, Testimonios, recuerdos y reflexiones,
Dyrsa, Madrid 1986, págs. 51-53) entre otros muchos, no permiten hoy dudar de
que existió esa intención y de que, incluso, se tomaron los contactos para
concretarla.
(4) Cf. Franco y
José Antonio (I de II), Revista de Historia del Fascismo nº 28, enero de
2014, págs. 108-142 y Franco y José
Antonio (II de II), Revista de Historia del Fascismo nº 29, febrero de 2014,
págs. 142-167.
(6) Exhortación a
unas juventudes generosas, José María Gil Robles, 14 de febrero de 1936, pág.
15. El texto completo del artículo es éste: “Queremos y hemos de esforzarnos por conseguirlo, poner en estas palabras y
en los sentimientos y juicios que expresan, la más sincera cordialidad y el más
desinteresado patriotismo, como dedicadas que están a unas legiones de
españoles que actúan siempre con el corazón encendido en amor a España. Nos
referimos a Falange Española. Somos los primeros en reconocer el profundo error
estratégico y la gran injusticia consumados l no incluir en la candidatura del
frente antirrevolucionario por Madrid a un representante de Falange Española. Sean
cualesquiera las discrepancias doctrinales que puedan sentirse respecto a estas
fuerzas políticas, ¿quién podrá, con fundamento, negar que ellas representan
primariamente un espíritu y una acción militante contra la idea y el hecho
revolucionario? Formar, pues, un frente antirrevolucionario sin contar con
Falange Española es, a nuestro juicio, en primer lugar, una equivocación; pero,
además, es una notoria desestimación de los servicios que, en holocausto de
España y con generoso derroche de sangre juvenil, han prodigado esas
beneméritas fuerzas de choque en la lucha por la paz pública. Con razón aducen
su actitud de gallarda valentía el día 7 de octubre de 1934, cuando todo lo que
en España no era cómplice más o menos vergonzante de la revolución separatista
y soviética que había estallado la víspera, se agrupó en torno al poder
público, olvidando los respectivos credos y dogmas políticos en aras de la
defensa de la Patria amenazada. Falange Española, como los monárquicos que
también entonces supieron olvidar, ante el peligro de España todos los abismos
que les separan de la República, estuvo en la avanzada patriótica y de pelea en
que siempre se la encuentra. ¿Cómo hemos, pues, de justificar su exclusión del
frente electoral antirrevolucionario de Madrid, que por ser el de la capital de
la nación es el más representativo de todos…?
Nos separan sólo cuarenta y ocho horas de la jornada electoral y, ante las
evidentes dificultades casi insuperables de rectificar ese error y de reparar
esa injusticia, nosotros nos dirigimos –con la autoridad que nos da nuestra
absoluta exención de culpa en una y en otro- a Falange Española para hablarle a
su gran corazón y también a su inteligencia sagaz. En aquellas provincias en
donde partido tiene posibilidades claras de sacar triunfantes a sus candidatos,
nos parece muy acertada y muy digna de aliento su resolución de mantenerlos en
la contienda. Pero en Madrid no es éste
el caso. En Madrid –es notorio- Falange Española no está en condiciones de
aspirar a los cuatro candidatos que presenta por los lugares de las minorías
obtengan acta. Sin embargo, persistir en la lucha representa un evidente
quebranto, no ya del cupo de sufragios de las derechas unidas, sino de la
fuerza espiritual con que puede presentarse después de las elecciones ante la
opinión Falange Española. Porque hay infinidad de gentes que, simpatizando y
aun estando adheridas cordialmente con ese partido, no lo votarán ahora porque
no quieren quebrar la disciplina con que es patriótico en estos momentos ayudar
al triunfo del frente antirrevolucionario. Aparecerá así, pues, Falange
Española con votaciones inferiores las
que en otro caso lograrían su espíritu y el prestigio de su historia.
Con toda cordialidad y con el más alto espíritu patriótico apelamos a los
nobles sentimientos de Falange Española para que, en una generosa renunciación
de su interés de partido, por legítimo y justo que él sea, y cuanto más lo sea
más de señalar como un nuevo servicio a España, deje la liza libre al frente
antirrevolucionario y le preste en ella su valiosísima aportación y el cupo de
sus votos, que, con ser muy brillante añadido a la multitudinaria masa
derechista, no sería por sí solo bastante para triunfar contra la revolución”.
(7) Renovación Española
dirige un manifiesto a la opinión pública, exhortando a todos los españoles a
cumplir con su deber de católicos de patriotas y de ciudadanos, ABC, 15 de
febrero de 1936, pág. 31-32.
(8) D. Jato, describe
así lo ocurrido: “El día 8, la Federación Nacional «d'Estudiants de
Catalunya» repartió un manifiesto en lengua catalana, pidiendo la reposición
del Patronato Universitario Catalán, cuyo funcionamiento estaba en suspenso desde
la intentona revolucionaria de octubre. En el escrito se distinguía entre «su»
Universidad y la Universidad «española». Con dicho motivo, grupos separatistas
profirieron gritos de «¡Viva el 6 de octubre catalán!» De esta forma se
iniciaba un período de agitación que el Rector amparaba, exigiendo para entrar
en la Universidad el carnet de identidad, con el que quedaban en franca mayoría
los estudiantes autonomistas. Conviene recordar que la autonomía de que gozaba
el primer centro de cultura de Barcelona, con sus clases en catalán, el examen
de aptitud para quienes tratasen de trasladar allí sus estudios cursados ya en
otras Universidades de España, y su ambiente político habían dejado el campo a
los separatistas. Tal estado de cosas era tolerado por el Gobierno, por
flácidas razones políticas, en contra del sentir de la propia mayoría
universitaria catalana. Examinando las listas de alumnos matriculados en las
tres Facultades de más población escolar, encontramos: En Derecho: cifra media
de escolares antes de la autonomía, 1.300; durante la autonomía, 350. En
Medicina: antes de la autonomía, 1.400; después, 700. En Farmacia: antes, 500;
durante la autonomía, 200. Las clases en catalán no eran una consecuencia
derivada del uso de esa lengua por la mayoría de los alumnos, sino de
implicaciones políticas. Ya antes de los sucesos de octubre, 41 catedráticos se
dirigieron a Pompeyo Fabra, presidente del Patronato, quejándose de la falta de
autonomía, puesto que el Patronato dictaba hasta las más pequeñas normas y en
él, de once vocales, solamente uno, el Rector, representaba a la Universidad.
Persona tan poco discutible como Américo Castro, explicó en El Sol su
apartamiento de aquel núcleo, en donde solamente existía una idea, según su
entender: suplantar como fuere el castellano. (…) En la primera plana de un
número de Haz, recogido por la Policía, se resaltaba con gruesos caracteres:
«Los estudiantes de toda España, impulsados por el Sindicato Español
Universitario, se levantan contra el separatismo catalán.» «El S. E. U. anuncia
la huelga general de estudiantes en sus setenta Sindicatos si se da oídos a los
separatistas de la Universidad de Barcelona.» El día 15 se extendió por el
ámbito estudiantil un rumor sobre una decisión ministerial en favor de los autonomistas.
Y fue suficiente para provocar el desbordamiento. No obstante, el Sindicato
hizo un último esfuerzo para mantener la calma, pues no deseaba una pequeña
algarada, sino una actitud prolongada y eficaz demostrativa de sus
posibilidades. Al mismo tiempo preparaban su respuesta muchos estudiantes
catalanes, interesados en aclarar que no se trataba de una pugna entre Cataluña
y el resto de España. Pero, deseosos de tomar la iniciativa en una cuestión
nacionalmente airosa, la A. E. T., la F. E. C. y los estudiantes de Renovación
Española declararon la huelga en la Facultad de Derecho de Madrid el día 16.
Tal actitud colocaba al S. E. U. en una difícil situación, o rompía la huelga,
y con ello invalidaba alianzas para el futuro, o iría a remolque de iniciativas
ajenas. Aun a sabiendas de lo difícil de su cumplimiento, se notificó a todos
los afiliados que adoptasen una actitud pasiva en cualquier clase de alborotos.
La huelga, como era previsible, no se desarrolló plácidamente. Hubo incidentes.
El A B C los relató así: «Gran parte de los escolares prorrumpieron en gritos
de "¡Viva España! ¡Mueran los masones!" Se apoderaron de un encerado,
en el que escribieron: "¡Mueran los separatistas!" Después colocaron
el encerado en uno de los balcones de la fachada principal. Inmediatamente se
dio la orden de que fuera retirada la pizarra. Así se hizo; pero, momentos
después, los estudiantes forzaron la puerta y volvieron a colocar el encerado
en la fachada de la Universidad. En este momento acudieron el decano de la Facultad
de Derecho, señor Posada, y varios profesores y bedeles, que intentaron reducir
a los alumnos. También acudieron otros estudiantes, de significación
izquierdista, algunos de los cuales sacaron a relucir pistolas y armas blancas
e intentaron agredir a los manifestantes. Entre los que más se distinguieron en
esta actitud figuran el catedrático señor Ayala, que empuñaba una pistola, y el
ayudante del señor Jiménez de Asúa, Lafuente, una navaja...» (op.
cit., pág. 114-115).
(9) Arnaud Imatz en José Antonio et la Phalange Espagnole,
Éditions Albatros, París 1981, pág. 182, recoge este clima recurriendo a una
cita de Gregorio Marañon: “un profesor socialista que poco tiempo antes era
el ídolo de los estudiantes y que daba sus lecciones –cuando podía- ante la
hostilidad de su auditorio, me confió que el 90% de sus alumnos eran fascistas.
Todos los profesores españoles pudimos verificar este hecho”.
(10) El propio Ledesma
lo reconocía así en ¿Fascismo en España?
(op. cit., pág. 92): “Primo publicó un nuevo semanario, Arriba, y centuplicó su
esfuerzo hasta reorganizar de nuevo los elementos de que disponía. Insistió con
más vigor que nunca, en las consignas propias del jonsismo, haciéndose
intérprete de ellas y su mejor propagador. En algunas intervenciones
parlamentarias, y en otros discursos, acentuó su carácter antirreaccionario y
juvenil. De ese modo logró,
innegablemente, que sus grupos se moviesen en una órbita más fecunda que la
indicada por él mismo otras veces. Primo de Rivera ha tenido el acierto de
seguir las consignas jonsistas, independizándose, por tanto, del espíritu
derechista, que en España es por completo inoperante para toda empresa nacional
profunda”.
(11) Marichu de la Mora era hermana de Constancia de la Mora Maura
(1906-1950). Mientras que su hermana estuvo cerca de las instancias de decisión
republicanas durante la guerra civil, ella ingresó en Falange Española. Ambas
pertenecían a la alta burguesía madrileña. Su madre era Constancia Maura
Gamazo, hija de Antonio Maura, duque de Maura, en cinco ocasiones presidente
del Consejo de ministros bajo la monarquía de Alfonso XIII, su tío político fue
Miguel Maura, ministro de la República. Constancia se casó con Higaldo de
Cisneros, jefe de las Fuerzas Aéreas de la República. El caso de las dos
hermanas, Constancia y Marichu, ha sido tomada en ocasiones como símbolo de la
división de España en dos sectores durante la República y la guerra civil.
Ambas tenían relaciones con intelectuales relevantes. Marichu era amiga
personal de José Antonio y de Pilar Primo de Rivera, fue una de las primeras
afiliadas a Falange Española y durante la guerra civil contribuyó a organizar
la Sección Femenina en la Zona Nacional. En la postguerra fue una relevante
escritora y periodista. Se casó en 1929 con Tomas Chávarri y Lignes. Su hijo
Jaime Chávarri fue un relevante director de cine. Fue Secretaria de
Organización de la Sección Femenina y Delegada Nacional de Prensa y Propaganda.
Director de la revista Y, inspiró a Dionisio Ridruejo en varios poemas. Fue la
primera mujer española con carné de periodista. Promovió Ibiza como centro
turístico y de moda (junto con la princesa Smijlia Mihailovich popularizó la moda
ad-lib). Colaboró en las revistas Semana,
La Actualidad Española y con el diario Madrid.
(12) Cf. Casi
unas memorias, Dionisio Ridruejo, Editorial Planeta 1976, pág. 60 y 67
(13) Telegrama citado por E. González Calleja, op. cit., pág. 316.
(14) Cf. Noticia biográfica
de José Antonio Primo de Rivera,
Julián Pemartín en José Antonio íntimo: textos biográficos y epistolario, Ediciones del
Movimiento, 1968, pág. 540.