lunes, 29 de junio de 2020

El sexo que llevó al III Reich (1 DE 3) LOS "REFORMADORES SEXUALES"


Siempre hemos sostenido que la República de Weimar fue uno de esos momentos estelares en la historia de la humanidad en la que en apenas unos años se produjo una gigantesca eclosión científico-político-cultural en la que lo mejor se juntó con lo peor y que, finalmente, predispuso a una mutación total y radical que llevó al III Reich. Las bases de este impulso, por supuesto, existían antes de la I Guerra Mundial pero las condiciones de inestabilidad, tensión, crisis permanente, agitación e inseguridad que aparecieron después (y en cierto sentido se mantuvieron a lo largo de toda la conflictiva vida de Weimar) parecieron favorecer a este movimiento de renovación uno de cuyas columnas centrales fue la modificación de los hábitos sexuales, tema que vamos a tratar en este artículo.

Cuatro años de guerra habían modificado profundamente la forma de ver la vida, el mundo y la sexualidad por parte de los jóvenes. Muchos de ellos habían caído en los frentes sin conocer los placeres del sexo. La guerra demostró a todos la impermanencia de lo humano, su fragilidad y la necesidad de vivir intensamente y sin tiempos muertos o de lo contrario, en cualquier momento un fragmento de metralla, una ráfaga certera o un disparo perdido podrían interrumpir banalmente la existencia. En los cerebros de toda una generación se habían producido inevitablemente estos pensamientos durante su tiempo de permanencia en las trincheras, en los hospitales del frente o durante los breves permisos en la retaguardia. Si la vida es breve, y todo es “vanidad de vanidades”, pasajero y puntual ¿por qué no disfrutar de los placeres de la vida “sin trabas y sin tiempos muertos”?

El problema era que el “antiguo régimen” se caracterizaba por un recato y unas actitudes pacatas que no dejaban mucho margen para vivir intensamente la sexualidad. Gozar no estaba bien visto. Así pues, hubo que esperar hasta noviembre de 1918 para que el shock de la derrota descompusiera los fundamentos de la sociedad y fuera posible vivir la sexualidad de otra manera. Una de las primeras consecuencias de la caída del Káiser fue la abolición de la censura. Entonces irrumpió la modernidad y esto implicaba, fundamentalmente dos cosas, apreciar la “libertad individual” (aceptar la democracia formal como la mejor forma de organizar una sociedad) y “vivir intensamente y sin inhibiciones el sexo” (rechazar cualquier cortapisa al principio del placer).

Algunos “reformadores sexuales” que aparecieron en los primeros años de la República introdujeron otro elemento en la ecuación: la sexualidad se vivía individualmente pero también dentro del marco de la sociedad, por tanto, había en ese impulso algo que trascendía lo privado y que, por tanto debía tener una dimensión social. Y, por curioso que pueda parecer, esta opinión apareció en la derecha, en el centro y en la izquierda, como veremos.


En la izquierda esta idea se extendió de la mano de socialdemócratas con Hirschfeld (fundador del Instituto de Investigaciones Sexuales) como entre los comunistas con Wilhelm Reich. A pesar de la tradicional austeridad en materia sexual del Partido Comunista (KDP) que consideraba oficialmente que determinadas formas de sexualidad eran “residuos pequeño-burgueses”, en ese entorno apareció el Movimiento para la Reforma Sexual cuyo lema era “Tu cuerpo te pertenece”. Mientras la derecha (Theodor Hendrich van Welde, autor de tres gruesos volúmenes dedicados a una vida sexual placentera y ordenada el primero de los cuales se titulada El matrimonio ideal) se limitaba, en su habitual conservadurismo, a procurar extraer el máximo placer dentro del matrimonio, la izquierda solía aludir a la “miseria marital”, a la “crisis de la familia” y a la “miseria sexual”.

La guerra había provocado un desequilibrio sociológico en la sociedad alemana: en 1925 existían 1075 mujeres por cada 1000 hombres. Para colmo, la crisis de la superinflación que apareció a principios de los años 20 y que se reavivaría con la crisis mundial de 1929, generó el que las tasas de natalidad fueran extremadamente bajas, las más bajas de toda Europa en 1933, apenas 14,7 nacimientos por cada 1.000 habitantes. El 25% de los berlineses, ni tenía hijos ni quería tenerlos voluntariamente y para ello utilizaban entre 80 y 90 millones de preservativos al año. Por si esto fuera poco, el número de abortos ilegales pasó a ser de 1.000.000 anual sobre 32.000.000 de mujeres. El hecho de que buena parte de estos abortos se realizaran en condiciones higiénicas lamentables que provocaban la muerte de entre 4.000 y 12.000 mujeres al año, mientras otras 50.000 sufrían problemas de salud relacionados con la intervención.

La homosexualidad que hasta ese momento había estado contenido y era prácticamente invisible aumentó aunque no se dispongan hoy de cifras seguras. Hirschfeld, uno de los gurús socialdemócratas de la sexualidad de Weimar recomendaba prácticas sexuales imaginativas incluidas la homosexualidad. Incluso los “reformadores sexuales” de derechas, decían creer en el matrimonio, pero no en la monogamia. Para estos, las relaciones sexuales prematrimoniales debían mostrar si la pareja se “acoplaba” bien y, cuando lo habían comprobado, se trataba de obtener el máximo placer en el interior de la pareja. La izquierda, por supuesto, iba mucho más allá. Wilhelm Reich, que en aquel momento compartía las doctrinas psicoanalíticas de Freud, sostenía que la “represión” sexual había destrozado la estabilidad mental de los trabajadores y que la única terapia consistía en adoptar una vida sexual gratificante pues, según él, la “represión” era el recurso del capitalismo para paralizar y contener a la clase obrera. Si ésta quería ser dueña de su destino debía proceder, no solamente a una “liberación de clase” mediante la revolución proletaria, sino también a la terapia psicoanalítica. La primera aboliría la represión de clase que la burguesía ejercía sobre el proletariado, la segunda llevaba a la “liberación sexual”.

La sociedad alemana –siguiendo la tesis de Freud- había experimentado durante la guerra el principio del Thanatos (de la muerte) y solamente podía liberarse absorbiendo hasta las heces el principio del Eros (del placer). Theodor Hendrick, el teórico de la sexualidad marital de derechas, reconocía que la familia era la célula básica de la sociedad, pero, al mismo tiempo que el matrimonio podía llegar a ser para algunos un infierno. La clave de la vida feliz –u él estaba convencido de que la felicidad en el matrimonio existía- consistía en reconducir la sexualidad hacia el paraíso. En sus investigaciones había observado que muchas mujeres casadas no experimentaban ningún placer en las relaciones con sus maridos y que estos también habían caído en el aburrimiento y la rutina recurriendo a prostitutas, amantes o simplemente a la masturbación y se decía que la clave para una relación duradera era que ambas partes, marido y mujer, obtuvieran placer.

Hendrick, como decíamos, era un liberal de derechas y por tanto veía cierta relación “jerárquica” en la pareja: el marido, decía, debía ser el “educador” de la mujer, de su propia mujer y debía de darle la mano para recorrer con ella el camino que llevaba al placer. Confiaba, como todos los “terapeutas sexuales” de Weimar que la ciencia era quien debía marcar el camino hacia el placer teniendo en cuenta las características fisiológicas de las partes y las técnicas más adecuadas para dar placer. El orgasmo simultáneo marcaba la cima de la perfección de las relaciones maritales. Había observado que la culpa de que muchas mujeres no experimentaran placer en sus relaciones sexuales era por la tensión que les ocasionaba el coitus interruptus, unido a que los maridos no sabían utilizar las “técnicas sexuales”. Y allí estaba Hendrick y demás “reformadores sexuales” para difundir con su verbo misionero la buena nueva de una sexualidad sana y placentera.

Muchos de ellos creían que la respuesta a los males de la sexualidad occidental vendrían resueltos por las ideas recogidas por antropólogos y sociólogos entre las tribus primitivas o los aborígenes del Pacífico (estudiadas a través de los trabajos de Malinovsky), otros pensaban que había que recurrir a refinamientos orientales (el Kama-Sutra acababa de ser traducido) y también había llamado la atención de la sociedad alemana anterior al conflicto bélico el descubrimiento de la institución japonesa de las Geishas o las prácticas sexuales árabes o propias del sudeste asiático. No solamente la mujer debía de aprender determinadas técnicas para dar más placer al varón, sino que éste debía hacer otro tanto, modificando sus hábitos y considerando que el placer no era cosa de uno, sino de dos, puntos en los que coincidían todos los “reformadores sexuales” de Weimar era en creer que el Estado debía de tomar cartas en el asunto.

Fue durante la República de Weimar cuando se introdujo la idea de que era necesario que existiera una educación sexual en las escuelas. A través de la educación sexual el Estado debía recomendar prácticas sexuales que llevaran a la felicidad individual y conyugal. Este planteamiento quedaba todavía más reforzado por el hecho de que en los años 20 las enfermedades venéreas y las psicopatías sexuales se habían enseñoreado de la sociedad. Sin excepción, todos estos problemas eran tratados en la amplia literatura que se generó a derecha e izquierda en la República de Weimar. La izquierda, por supuesto, insistía resaltando las dificultades económicas que encontraba la clase obrera en el ejercicio de una sexualidad placentera. La derecha, por su parte, buscaba contener el placer en el interior de la célula familiar. Sin embargo, la diferencia entre unos y otros consistía en que, entre los medios de la izquierda, existían muchas mujeres que se habían sumado al movimiento, mientras que en la derecha el movimiento era algo protagonizado solamente por varones.