Más que a la masonería, esta dualidad concierne genéricamente al mundo mágico de los símbolos. Si la hemos incorporado a esta sección es, fundamentalmente porque la Piedra cúbica es un símbolo Masónico por excelencia. Sin embargo, es más difícil percibir el símbolo de la Esfera en las Logias; si bien su representación plana, el círculo, ocupa un lugar importante, para entrever la Esfera hay que recurrir a ornamentos que la incorporan: la esfera armillar, por ejemplo, aparece en algunas Logias como símbolo del cosmos sobre las columnas J.·. y B.·.; en otras representaciones Masónicas representa al huevo filosofal situado sobre una peana componiendo ambos elementos lo esencial del atanor de los alquimistas. Así puede vérsele en Barcelona en el frontispicio de la Casa Xifré, detrás de Urania y en los Jardines del Laberinto cerca del estanque, construcciones ambas de indudable inspiración Masónica.
La más
estable de todas las formas, el Cubo, se opone visiblemente a la más móvil de
las figuras geométricas. El Cubo parece sugerir inamovilidad, apoyado en
cualquiera de sus seis caras, es el símbolo de estabilidad completa, pero
también de materialidad. La Esfera, por el contrario, al poder girar libremente
hacia cualquier dirección, es una forma completamente dinámica y, considerada,
como la más perfecta parábola material de la misma esencia divina. Orígenes
de Alejandría decía que las almas cuando entran en el Paraíso lo hacen rodando,
«pues la Esfera es el más perfecto de todos los cuerpos».
Esta asimilación
de la perfección a la Esfera deriva de sus características geométricas. Existen
en ella elementos que la hacen completamente diferente al resto de los
poliedros regulares. Por de pronto cada uno de los puntos de su superficie
dista lo mismo del centro; esto ya implica regularidad y orden. Pero al mismo
tiempo existe en esta figura una paradoja. En sí misma, la Esfera procede de la
irradiación de un punto central hacia el exterior, como una explosión. Cada
punto de la superficie no es sino un punto unido por un radio al centro, lo
que, en otras palabras, quiere decir que el centro contendrá el mismo número de
puntos que la superficie exterior, es decir, infinito número de ellos. La
paradoja estriba en que, por una vez, en geometría, el cero y el infinito son
una sola y misma cosa. Por eso la Esfera remite al mundo espiritual.
El proceso de
formación de un Cubo es sensiblemente diferente. Un punto en desplazamiento
genera una línea recta, una línea recta, a su vez, desplazada, genera una
superficie y ésta un volumen. La proyección de cada una de las caras del Cubo
así constituido, marca las seis direcciones del espacio; siendo la séptima el
propio Cubo de origen.
Todas estas
asimilaciones fueron tenidas en cuenta por arquitectos de muy diferentes
culturas. Frecuentemente se ha repetido que el mundo espiritual sería
imposible de manifestarse sino fuera la perspectiva de facilitar el acceso al
mundo luminoso y superior. Esta complementariedad de ambos órdenes de
realidad se muestra en las construcciones árabes tradicionales formadas por una
semiesfera superpuesta a un Cubo; éste último representa a la tierra y la
semiesfera al cielo; así mismo en los ábsides de las pequeñas iglesias
románicas es frecuente ver cómo están cubiertos por un cuarto de Esfera que,
para acentuar su asimilación al cielo, está incluso pintado de azul y motejado
de estrellas.
El Cuadrado y
el Círculo, a pesar de ser figuras trazadas de diversa forma, aun siendo
opuestas en sus significados y calidades, siempre terminan por ser relacionadas
entre sí. Uno de los problemas matemáticos que se han mostrado irresolubles
a lo largo de los siglos es el de la cuadratura del Círculo, problema que va
más allá de lo estrictamente matemático: relacionar Cuadrado y Círculo (Cubo
y Esfera), equivale a reconstruir una síntesis originaria superior a cada una
de las partes. Pero, si bien el problema matemático no tiene solución, no
ocurre lo mismo desde el punto de vista geométrico, existiendo distintas
variantes para encontrar un Cuadrado cuya superficie equivalga a la de un
Círculo. Uno de los métodos para resolver este problema consiste en trazar una vésica
piscis (símbolo de la dualidad), desde cuyos extremos el Cuadrado simétrico
es aproximadamente idéntico al del Círculo a partir del cual se traza.
Una de las
personalidades que conocía esta resolución geométrica era el prominente Masón
barcelonés, Ildefonso Cerdá, planificador del Ensanche barcelonés en cuyos
octógonos dejó constancia del conocimiento de esta fórmula practicada en su
tiempo por los Maestros Masones. Las famosas manzanas barcelonesas son el
testimonio de una sabiduría que el devenir del tiempo no logra erradicar.