3. EL VIEJO ORDEN TRATARÁ DE RESISTIR
¿Cómo hay que valorar el
cambio de actitud de Silicon Valley y la llegada de Donald Trump a la
presidencia de los EEUU? ¿Qué va a cambiar y qué puede ocurrir de ahora en
adelante? Utilizando el símil de la escalera que nos llevaría desde el piso
interior (la anarquía más absoluta y una perspectiva similar a la descrita en
las películas del ciclo Mad Max) al piso más elevado (una sociedad en la
que estuvieran restaurados los valores tradicionales y pudiera afirmarse una
nueva Edad de Oro), podemos decir que la victoria de Trump, la derrota
evidente del ultraprogresismo y de su galaxia cultural y la decidida actitud de
Silicon Valley, suponen la subida de un peldaño, de la misma forma que la
victoria de Kamala Harris y del ultraprogresismo, hubiera supuesto el descenso
de varios peldaños, acercándonos, metafóricamente, a los “fuegos del infierno”.
Pero si bien, esta segunda posibilidad nos hubiera zambullido en una realidad
caótica insuperable y acelerado la crisis generalizada, lo que ha ocurrido
en realidad, es un “más” en relación a la situación que se ha dado entre 2020 y
2024, un pequeño paso adelante que mejora -pero no resuelve- la situación y los
problemas precedentes.
El ultraprogresismo,
heredero de la Revolución Francesa y forma extrema de sus “inmortales
principios”, ha sufrido una derrota, pero no está completamente vencido.
Tratará de resistir y esto generará nuevas tensiones. Así pues, vamos a
tratar de enunciar los riesgos que se abren a partir de ahora.
* * *
El mejor enemigo, como
siempre, es el “enemigo muerto”. El “ultraprogresismo” todavía no está muerto,
de la misma forma que los consorcios económicos y sus peones políticos que
surgieron de la Segunda y Tercera Revolución Industrial, todavía siguen
existiendo y disponen de capacidad de reacción. Hay que reconocer que los
golpes que están sufriendo desde el verano de 2024 son muy duros, así que es
preciso reconsiderar de nuevo las fuerzas que entran en juego, sus
interrelaciones y las repercusiones en el entorno geoeconómico al que pertenecemos.
Encontramos seis “puntos
sensibles” que vale la pena examinar
1. LA UE, “ISLA WOKE”, FUERA DE LA CARRERA TECNOLÓGICA Y MEDIDAS
HISTÉRICAS PARA FRENAR EL “POPULISMO”
El auge de la
“extrema-derecha” un poco por todas partes, ha obligado -especialmente en la
UE- a las fuerzas surgidas en 1945 a utilizar la coerción para detener su
avance: anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía (que habían dado
la victoria en la primera vuelta a Călin Georgescu, candidato euroescéptico y
pro-ruso, y el segundo lugar a la candidata “populista” de la Alianza para la
Unión de los Rumanos, AUR, desplazando a los socialistas a la tercera
posición). El 12 de febrero, una manifestación de 20.000 personas convocadas
por la AUR protestaron por la anulación de las elecciones, poco después de que
el excomisario europeo Thierry Breton, un globalista de centro-derecha,
amenazara con hacer otro tanto si AfD ganaba las elecciones de febrero en
Alemania. Y ahí también pueden incluirse más medidas que está intentando adoptar
el gobierno de Pedro Sánchez (que quiere liderar el “anti-trumpismo” europeo)
para limitar la libertad de expresión (¿alguien apuesta algo a que Sánchez o la
UE tratarán de prohibir Twitter-X o Meta en los próximos meses?), condicionar
la judiratura, ir conquistando los centros de poder económico y desintegrando
poco a poco el Estado Español, sin que la UE le multe (como ha sancionado a
Hungría).
El hecho de que el
presidente austríaco haya llamado al FPÖ a formar gobierno, después de
intentarlo con el centro-derecha y con el centro-izquierda, o los casos de
Italia, Hungría, Holanda, que la extrema derecha forma parte de gobiernos
de coalición en Finlandia, Chequia y Croacia y se sitúe en el resto de Europa
entre la segunda y la tercera fuerza política, altera por completo los planes
del progresismo, tras los reiterados fracasos de Macron en Francia y Scholz en
Alemania.
La dinámica de este
crecimiento, es casi siempre la misma: el “voto de protesta” se está
concentrando, especialmente, en las elecciones europeas para luego repercutir
en las generales de cada país. Esto tenderá a generar una situación de
parálisis de la UE: un expediente político no puede aprobarse
cuando cuatro Estados miembros, que representan el 35% de la población de
la UE, se abstienen o votan en contra. Además de la migración y el
Pacto Verde, algunas de las áreas que podrían verse más afectadas son la
gestión de la guerra en Ucrania y el apoyo a los países candidatos a unirse a
la UE.
De ocurrir esto -y estamos
muy cerca de esta situación- la estrategia diseñada por la UE desde Maastricht,
saltaría por los aires y sería necesario reformular la UE desde otras bases.
Se entiende que el “ultraprogresismo” (formado por los partidos de
centro-izquierda y de izquierda, pero también por los de centro y
dentro-derecha progresista, por convicción o al dejarse arrastrar) de la UE haya
entrado en situación de pánico y reaccionado con medidas antidemocráticas,
autoritarias o propiamente dictatoriales (“si las elecciones las gana
alguien que no sea de mi agrado, las anulo”…). El pesado e inextricable
funcionamiento de la UE facilita las dinámicas de inercia, por lo que Europa
corre el riesgo de convertirse en la “isla ultraprogresista y woke mundial”,
la única “pata” que sigue creyendo en un “nuevo orden global” (que ya no
existe) y en una Agenda 2030 (cada vez más cuestionada e ignorada). Se entiende
esta situación: la UE ha quedado al margen casi por completo de las nuevas
tecnologías y de investigaciones en relación a ellas, que ya no se dan en su
territorio.
Es significativo que Amazon,
X, Meta sean empresas norteamericanas, Ali-Baba y Temu, Xiaomi, Tik-tok,
empresas chinas, pero no exista ninguna empresa importante de e-commerce,
ni de telefonía, ni de comunicación por redes sociales, que sea europea.
Tampoco en el terreno de los videojuegos (industria hoy más importante que la
del cine) existe ninguna empresa europea entre las seis más importantes (Activision
Blizzard, Apple, Disney, Electronic Arts, Nintendo y Take-Two
Interactive). En el momento actual, Europa ha quedado fuera de los
puestos de cabeza de la Cuarta Revolución Industrial, y la paquidérmica UE, tal
como está concebida en la actualidad, no logrará recuperar el tiempo perdido,
sino todo lo contrario. En este contexto de desesperación y sensación de
que el proyecto está fracasando estrepitosamente y cada vez encontrando mayores
resistencias, pueden entenderse las reacciones histéricas de personajillos como
Thierry Breton que procede del mundo de las finanzas clásicas: esto es, un
representante del “viejo orden”.
La clase política del “viejo orden europeo” representado por la UE, al negarse a reconocer la realidad caótica en la que ha sumido al continente (especialmente por sus políticas económicas, su sumisión a la Agenda 2030, a despecho de sus resultados infames, especialmente en inmigración y su hiperburocratización), cree que su alianza con los centros de poder globalizador (especialmente con George Soros y con el Foro de Davos) va a bastarle para superar su crisis presente en un momento en el que, cada vez somos más los que pensamos que es necesario resetear la UE para impedir, no solo que Europa se convierta en el islote woke mundial, sino que se produzca un estallido social en forma de guerra civil que, como definió, hace más de treinta años Guillaume Faye, será a la vez “racial y social” (lo que implica también, religiosa a la vista de la realidad poblacional del continente).
2) LA ÚLTIMA DERROTA “ULTRAPROGRESISTA” EN LOS EE.UU.
Hasta no hace muchos días
era posible creer que el Partido Demócrata norteamericano, la industria
petrolera, la alta finanza y el complejo militar-industrial, estarían en
condiciones de reconstruir una “nueva alianza” en torno al único personaje lo
suficientemente conocido como para presentarse como el “mesías” para las
elecciones de 2028: el candidato que podría vencer al heredero de Donald Trump.
Ese hombre era hasta ayer, Gavin Newsom, gobernador de California.
El personaje es una
verdadera fotocopia de Justin Trudeau, Emmanuel Macron y Pedro Sánchez,
modelados por el mismo troquel. Las batallas de Newsom estos últimos años se
han concentrado en políticas de subvencionar a los toxicómanos la compra de
fentanilo, en subsidios a los sintecho, en difundir políticas woke, en un
exquisito cuidado en aceptar los “estudios de género” y, finalmente, en
permitir que nadie fuera encarcela por robar menos de 900 dólares en los
comercios. No puede extrañar, por tanto, que California sea, en estos
momentos, el Estado con más presión fiscal y más gasto público de la Unión, en
donde se consume más marihuana legalizada por Newsom y más fentanilo
subvencionado por el gobernador. San Francisco, antaño Meca del mundo gay, ha
sido literalmente arrasada por la combinación entre la epidemia de fentanilo y
los cierres de los comercios, incluso del centro, a los que ya no les resulta
económicamente viable dejarse robar, sin ejercer violencia a los ladrones, ni
recurrir a la policía o a la justicia. San Francisco compite hoy con
Detroit en el dudoso honor de ser la ciudad más destrozada de los EEUU.
Gavin Newsom, único
responsable de esta crisis sin precedentes justificaba sus medidas
“ultraprogresistas” alegando que eran “en defensa de los más necesitados”,
“para evitar males mayores” y para “evitar criminalizar a las minorías”.
Newsom ha encontrado una ayuda inestimable en la alcaldesa de los Ángeles,
Karen Bass, que ha demostrado ser la mayor difusora mundial del wokismo y un
apoyo determinante para la Iglesia de la Cientología.
Todo iba a pedir de boca, e
incluso Newsom se perfilaba como el “hombre fuerte” del Partido Demócrata,
capaz de obtener el consenso de los “liberales blancos”, la “gran industria” y
las “minorías étnicas y sexuales”, hasta que los recientes incendios en
California han afectado, desde viviendas de lujo propiedad de actores,
productores y directores, hasta las mucho más modestas en las que viven los que
trabajan para ellos o se dedican al sector servicios. El fuego no ha
distinguido clases sociales como han comprobado los propietarios de las lujosísimas
viviendas en primera línea de playa en Malibú.
Justo en ese momento se ha
evidenciado que las políticas de Newson y de la alcaldesa de Los Ángeles eran
suicidas: se
había reducido el presupuesto de bomberos, se había dejado de limpiar los
bosques y las colinas próximas a la ciudad, se había dejado sin agua los
depósitos destinados a las bocas de riego y se había renunciado a desviar para
estos depósitos las aguas fluviales ¡para evitar “destruir el ecosistema” de
un pececillo irrelevante del que nadie ha visto un ejemplar en siete años! Y
esto, a pesar de que se trata de una zona de frecuentes incendios desde que se
fundó la ciudad. Tanto el gobernador como la alcaldesa de Los Angeles han
atribuido el fuego “al cambio climático”… y el alcalde, siguiendo el
mismo patrón calcado de Pedro Sánchez tras la DANA de Valencia, ha justificado
la inacción del Estado de California -bajo su mando- diciendo que resolver el
problema era “cuestión de los municipios”.
California, hoy, es el
resultado de las políticas ultraprogresistas. La buena noticia es que toda la
nación ha responsabilizado al gobernador Newson y a la alcaldesa woke de la
catástrofe: ambos están, políticamente, muertos y enterrados y el Partido
Demócrata avergonzado por haberlos promocionado.
La ira popular en el
momento de escribir estas líneas es tan intensa que no puede descartarse el
hecho de que alguien siga el ejemplo de Luigi Mangione, quien, harto de los
abusos de las aseguradoras médicas (otro ejemplo de negocios del “viejo
orden”), optó por asesinar a Brian Thompson, CEO de United Healthcare, la mayor
empresa del sector, pasando a convertirse en un “héroes popular”.
Este episodio que indica el
nivel de hartazgo de la población norteamericana ante los abusos y métodos de
las empresas propias del “viejo orden”. Tras estos episodios, los EEUU que
hereda Trump para su segunda presidencia, no volverán a ser los mismos. Los
incendios de California, la negligencia y el cinismo de las autoridades, sus
veleidades, sus mentiras, sus filias y sus fobias, han liquidado a los dos
futuros candidatos demócratas con más posibilidades de sustituir a Kamala
Harris. No hay, por el momento, liderazgo en el ultraprogresismo
norteamericano.
3) ¿CÓMO ENCAJAR A CHINA EN
ESTE CONTEXTO HISTÓRICO?
Hasta ahora solamente hemos
analizado las implicaciones de las nuevas tecnologías en los cambios políticos
que están teniendo lugar estos meses en los Estados Unidos y en Europa. Pero,
de la misma forma que a lo largo de las Revoluciones Industriales, la hegemonía
mundial ha ido pasando de un país a otro, la pregunta que surge ahora es si
el unilateralismo norteamericano no será sustituido a lo largo de la Cuarta
Revolución Industrial por la República Popular China.
Todo induce a pensar que
así será en el peor de los casos; y en el mejor, se marchará hacia un mundo
multipolar sostenido en una serie de actores regionales influyentes: EEUU,
Rusia, China, India, Irán o Brasil. A la primera opción se llegará por una
escalada que llevaría desde un inicial rearme arancelario que susceptible de
desatar una guerra, inicialmente económica, que luego podrían transformarse en
un conflicto armado (como ocurrió con las dos guerras mundiales). A la segunda
opción solamente puede llegarse mediante negociaciones para alcanzar una
especie de “reparto del mundo” en zonas de influencia y una concepción
“neo-autárquica” (que cada bloque produzca lo necesario para su propia
supervivencia y desarrollo e intercambie excedentes de su propia producción,
por materias y manufacturas que no puede producir o de las que no dispone).
Ambas soluciones generan una cantidad no desdeñable de problemas: la ventaja de
la segunda es que resulta menos traumática que una guerra abierta entre bloques
de influencia, pero, incluso durante la negociación de la otra opción podrán
llegarse a momentos de máxima tensión.
En nuestra opinión, China
aspira a ser una potencia comercial sin ambiciones expansionistas; Rusia, por
su parte, sigue preocupada en su reconstrucción interior y no constituye ninguna
amenaza, salvo que se la intente doblegar e imponer condiciones. Y, en lo que
se refiere a EEUU, la administración Trump sigue con su “First America” y, en la práctica,
renunciará a los planes de recuperar el título de “única potencia mundial” (por mucho que en el
discurso de toma de posesión abundaran las soflamas nacionalistas y patrióticas
de cara a la galería. En realidad, donde si pondrá el énfasis la
administrción Trump es en reavivar la “conquista del espacio”, privatizando la
carrera, reconstruir infraestructuras, comprar minas de minerales estratégicos
-las “tierras raras” tan habituales en las nuevas tecnologías- allí donde estén
y reindustrializar el país -a costa de la liquidación final de la
globalización).
Ninguno de los actores
secundarios (Irán, Brasil, Argentina. India) han concebido planes de expansión
imperial. En cuando a la UE, cualquier posibilidad de jugar un papel en el
futuro, por mínimo que sea, depende del reseteado de la UE y de un
establecimiento de nuevas reglas del juego.
En China pueden ocurrir seis posibilidades:
1) Por una parte, su capacidad de producción y exportación hace de ella el mayor interesado en reconstruir una economía mundial libre de aranceles. China ha sido la principal beneficiaria de la globalización; la irresponsabilidad de quienes elogiaron ese sistema, se ha traducido en la transformación de China en la gran “factoría mundial”. Y el gobierno chino quiere que esto siga así durante mucho tiempo, un modelo que cuestiona Donald Trump. Puede preverse, por tanto, una alianza de la “nueva China” con el “viejo orden” y el “dinero viejo” occidental.
2) El modelo de “un país – dos sistemas” es viable, pero solamente a condición de que la población no pierda sus rasgos antropológicos y, en especial, su tendencia a seguir aceptando el mandarinato, esto es, la subordinación de lo individual a lo colectivo, ordenada por un poder central omnívoro. Mientras esto ocurra, el sistema chino seguirá funcionando como lo ha hecho desde que inició su prodigiosa expansión.
3) Este “modelo chino”, en la práctica, se basa en una “santa alianza” entre los empresarios de las empresas tecnológicas y el Partido Comunista. Mientras los primeros acepten seguir siendo miembros del PCCh y atenerse a sus orientaciones, no habrá problemas y ninguna parte cuestionará a la otra. Pero, no debe olvidarse que, desde el inicio de la historia, China ha llevado una evolución radicalmente diferente al resto de la humanidad. Todo induce a pensar que China se situará en el centro de la Cuarta Revolución Industrial (siempre y cuando su “santa alianza” se mantenga) antes que cualquier otro país y si se cumple la ley que ya hemos enunciado, deberían ser los propietarios de las empresas tecnológicas las que dictaran las nuevas reglas del juego político, algo a lo que, desde luego, el PCCh no está dispuesto a que ocurra. La otra posibilidad es un modelo nuevo que mantenga in aeternum el actual idilio entre las tecnológicas y el poder político, aceptando aquel ponerse a las órdenes de éste y el gobierno olvidando lo esencial de los ideales enunciados por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. En este caso, en China se produciría la estabilización de un modelo previsto por Julius Evola en 1934, cuando apareció su obra capital Revuelta contra el mundo moderno: la síntesis entre el modelo capitalista y el modelo comunista, en un tipo nuevo de sociedad y de Estado.
4) Pero también puede ocurrir que las tensiones entre el poder tecnológico y el poder político vaya en aumento y, antes o después, estallen las contradicciones entre las necesidades del modelo tecno-económico y las restricciones puestas por el PCCh. Antes del prodigioso desarrollo de China, esta era la hipótesis más viable: en China no se había producido una revolución liberal-democrática y el poder seguía en manos de los funcionarios del partido, cuando ya se había formado una burguesía lo suficientemente pujante como para exigir -como ocurrió en Occidente- el poder, no solo económico, sino también político. A finales del siglo XX, nosotros mismo decíamos: “China tiene por delante una guerra civil entre la “nueva clase” surgida del choque, entonces inevitable, entre el PCCh y la “nueva clase” derivada del crecimiento económico y del mundo empresarial”. Pero la globalización vino en apoyo del statu quo chino. El gobierno, fiel a los principios culturales del Oriente profundo, optó por la “justa vía media” (si una cuerda se tensa mucho, se rompe; si no se tensa, no suena): mantener un poder político férreo con la aquiescencia y el silencio de la población basado en un crecimiento económico continuo (aunque no sostenible en el tiempo), dejando autonomía a las empresas punteras para el desarrollo de su actividad pidiendo a cambio su “fidelidad“ (demostrada por la filiación al PCCh de los principales magnates) y garantizando sus buenos negocios, especialmente en el extranjero. Así desaparecieron las tensiones interiores. La duda es si esta situación se prolongará para siempre o será solo temporal y circunstancial.
6) ¿Puede existir la hipótesis de que la “guerra comercial” derive en un conflicto armado con EEUU? China no es hoy una potencia militarmente agresiva y todavía rige para todos los actores internacionales la idea de que la acumulación de armamento, especialmente nuclear, no es para utilizarlo, sino como medio de “disuasión”. La hipótesis, por tanto, puede excluirse, al menos a corto y medio plazo. Por lo demás, la doctrina imperante en el Pentágono surgida del dogmatismo geopolítico, hace de Rusia el enemigo obsesivo y de China solamente un competidor comercial. Hará falta saber si bajo el mandato de Trump se archiva definitivamente esta concepción arcaica y fruto de la Guerra Fría. En lo que se refiere a China, desde los años 80, una vez superada la polémica fronteriza con la URSS, el Estado Mayor Chino solamente considera la hipótesis de una guerra con EEUU (Taiwán caerá antes o después como fruta madura y no hay ningún otro país interesado en entrar en disputas con la República Popular China).
Todas estas interpretaciones no deben hacernos olvidar que, en el momento actual, el gobierno chino es, objetivamente, aliado del “dinero viejo” occidental en la medida en que éste se ha mostrado como el gran propulsor de la globalización, el modelo económico que facilita mejor la colonización china de los mercados mundiales. Sin olvidar que existe una competencia entre las empresas chinas de la Cuarta Revolución Industrial y las occidentales.
El ultraprogresismo no es más que un programa de ingeniería social generado por el gran capital financiero internacional y el tejido de multinacionales nacidas en la pasada Revolución Industrial, para ofrecer una distracción a la población mientras prosigue su acumulación de capital. No es un fenómeno que haya nacido espontáneamente en el cerebro de doctrinarios de cualidades intelectuales excepcionales: de hecho, es una seudo-ideología burda y grosera, sin pies ni cabeza, generada por individuos en gran medida trastornados y a los que el progresismo convencional del siglo XX no supo contestar, ni parar los pies y que, finalmente, lo ha desbordado.
Por su parte, el conservadurismo apenas se ha preocupado excesivamente por el ultraprogresismo, ni le ha formulado una crítica profunda, a la vista de lo tosco de sus postulados. En realidad, el ultraprogresismo de nuestros días, no es una “superación” derivada de la Escuela de Frankfurt, ni de la “nueva izquierda”: es, simplemente, una locura desbocada en la que cualquier trastornado puede incluir “su problema” y hacerse oír. El signo + que acompaña a la sigla LGTBIQ+ es indicativo de que cualquier variable sexual que pueda surgir en el futuro, por pequeña y desviada que sea, tiene un lugar en su panoplia de reivindicaciones. El wokismo garantiza la presencia de minorías, incluso en lugares en donde nunca han existido y exige, en nombre la multiculturalidad, no solamente respeto, sino compensación y “discriminación positiva” por supuestas ofensas en el pasado. El multiculturalismo pone al mismo nivel a Mozart y el tam-tam.
De no ser por las fundaciones creadas por el capital financiero, la banca y la gran industria, jamás podrían haber llegado a las masas las propuestas LGTBIQ+. Y sin la contribución de la Agenda 2030 promovida por la casta funcionarial de las Naciones Unidas y de la UNESCO, ni los “estudios de género”, ni el “feminismo de la cuarta ola”, ni el “wokismo”, ni la “corrección política”, ni la multiculturalidad, etc, se hubieran convertido en centros de interés para nadie intelectualmente maduro.
Sobre estos “promotores” del ultraprogresismo cabe añadir algo.
La casta funcionarial de la ONU y de la UNESCO, cree que la “nueva era” debe surgir de una ruptura total con todo lo anterior, para alumbrar la “era de la luz” y para ello es necesario adoptar medidas drásticas para lograr una “unificación mundial”, “un gobierno mundial”, “una cultura mundial”, “una única raza mundial”, “una religión mundial” y una sexología ambigua en la que la masculinidad esté disminuida o “feminizada”, la feminidad convertida en feminismo “de la cuarta ola” (esto es, una feminidad “masculinizada” y agresiva) y desaparezca la polaridad masculino-femenino en beneficio de una diversificación de “formas de vivir la sexualidad”; en definitiva, se ha llegado a concebir que la “igualdad”, paradójicamente, derivaría de la aceptación de la “diversidad” en todos los terrenos. Tal es la “ideología mundialista”. En definitiva, esta casta funcionarial tiene como objetivo alcanzar una “era de la igualdad universal”, de la abolición de los conflictos y las contradicciones en todos los ámbitos, que generarán una época de armonía y bienestar, especie de “Edad de Oro Mundial”. Sobre este objetivo final se ha construido la estrategia conocida como “Agenda 2030”, conjunto de objetivos concretos y de tácticas para alcanzar este fin.
Obviamente, a pesar de financiar todo el entramado de proyectos y ONGs que tienden a este fin (la ONU y la UNESCO, no solo reciben aportaciones de los Estados, sino también de los consorcios privados, como el resto de agencias especializadas dependientes de la ONU, sino que también distribuyen subvenciones a ONGs), los magnates de las finanzas y de los grandes consorcios de la “vieja economía” y del “dinero viejo” (los distinguimos de los consorcios vinculados a las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial que invierten, especialmente, en sus propios proyectos de investigación), no se toman en serio estos proyectos. Para ellos, se trata solamente de ideas destinadas a las masas (a las que desprecian), pero con las que no educarían jamás a sus hijos; son “progresistas” en el sentido clásico del término, están influidos por la ideología fabiana que aprendieron en sus años de formación en la universidad fabiana (la London Economic School) que enseñaba la necesidad de aplicar un “gradualismo” progresivo y reposado para ir transformando a la sociedad y así evitar convulsiones revolucionarias.
Esta doctrina, en función de la cual, se constituyeron las opciones de centro sobre las que se construyó el sistema surgido tras 1945, tuvo su origen, a principios del siglo XX, en los sectores más moderados del laborismo británico y anglosajón a los dos lados del océano y, a partir del congreso de Bad Godesberg del SPD alemán en 1959 y luego de la Internacional Socialista, se extendió a todo el mundo, siendo la doctrina oficiosa de los “liberales norteamericanos” (en el lenguaje político USA, equivalente a los socialdemócratas y socialistas europeos), bendecida por la saga de los Rockefeller y por su creación, la Comisión Trilateral.
La transformación gradual de la sociedad, desde el capitalismo multinacional hasta el “socialismo en libertad” (a diferencia del “socialismo totalitario” soviético), fue el objetivo de la izquierda hasta que se llegó a la crisis de 2007-2011, cuando los partidos socialdemócratas, entre salvar a las instituciones capitalistas en crisis, especialmente a la banca, y salvar a la población de las consecuencias de la crisis, optaron por salvar a los primeros, esto es, al “dinero viejo”.
Por entonces ya se habían producido algunas mutaciones en el “progresismo”. Los “mundialistas”, que habían aceptado el “gradualismo” fabiano, empezaron a pensar que la caída del Muro de Berlín y la mundialización de la economía abría nuevas perspectivas para dar un paso adelante en su proyecto. Se establecieron los “Objetivos de Desarrollo del Milenio”, fijados en 2000 y que deberían culminar en 2015.
Poco se logró en ese ciclo, pero aparecieron algunos de los temas que, desde entonces, se convertirían en obsesivos para el “progresismo”: “sostenibilidad del medio ambiente, “combatir las pandemias”, “promover la igualdad de géneros”, “cambio climático”, “derechos de las minorías”, “fomentar un esfuerzo mundial por la paz y el desarrollo”, etc. La izquierda se sumó entusiásticamente a este proyecto (que en España, Zapatero desarrolló, creando su quimérica “Alianza de Civilizaciones” para promover el último punto), pero la crisis de 2007-2011 demostró el verdadero rostro de la socialdemocracia, mientras que el centro-derecha nunca ha tenido excesivo interés por estos proyectos internacionales, pero se ha dejado arrastrar por el supuesto “prestigio” y la sensación de “superioridad moral” de la ONU.
El fracaso de los “Objetivos del Milenio”, llevó al enunciado de la “Agenda 2030” que tenía la virtud de cubrir el hueco que había dejado el hundimiento del marxismo en la izquierda y ser un proyecto que generaba los suficientes mitos como para poder atraer la atención de la población y desviarlo de una realidad poco atractiva. Con la “Agenda 2030” en la mano podía justificarse cualquier cosa y explicarse cualquier fenómeno: desde el wokismo a los incendios de California o la DANA de Valencia (“evidentes efectos del cambio climático”…), desde el aborto libre a la eutanasia, desde la inmigración masiva a la captación de clientelas electorales mediante subsidios, desde el cambio de sexo a la lucha contra la violencia doméstica, y así sucesivamente...
Como decíamos, si para la ONU el programa es válido y su clase funcionarial cree profundamente en sus mitos, a los magnates de la Segunda y Tercera Revolución Industrial (el “dinero viejo”), el proyecto es tan bueno como cualquier otro que permita mantener a las masas entretenidas en polemizar sobre objetivos tan grotescos e irrelevantes como los propuestos por los “estudios de género”. Además, la Agenda 2030 puede ser considerada también un “plan de negocios”: negocios medioambientales, negocios vinculados a la “transición energética”, negocios vinculados a las energías renovables, y así sucesivamente. Cualquier cosa antes que la población haga caso a los agoreros que explican que desde los años 70, la capacidad adquisitiva del ciudadano va bajando constantemente, la inflación siempre es superior a las alzas salariales, los Estados están cada vez más endeudados y los servicios públicos van bajando en prestaciones y calidad, etc. De todo este magma nació el “ultraprogresismo” que siguió siendo financiado por el “dinero viejo” y por los organismos internacionales.
A partir del período posterior a la gran crisis económica y, sobre todo, tras la pandemia y el inicio del conflicto ucraniano, se produjeron distintos fenómenos que indujeron a pensar que los mitos “ultraprogresistas” y la propia “Agenda 2030” empezaban a ser cuestionados por sectores más amplios de la población. Se intentó domesticar a las “redes sociales”. Hoy sabemos que, durante la pandemia, Meta se vio obligada a censurar noticias que indicaban lo falaz de los protocolos médicos, lo inservible de las mascarillas, o las vacunas generadas aprisa y corriendo y sin garantías de no generar efectos secundarios. Y todo funcionó, más o menos bien, hasta que Twitter cambió de manos.
Por otro lado, el fracaso estrepitoso de todas las políticas inspiradas en la “Agenda 2030” y los movimientos derivados de ella, suscitaron una reacción conservadora: de una política gradualista prudente, propuesta por la ideología fabiana -el “progresismo”-, se pasó a una enloquecida carrera de reivindicaciones y “gestión progresista” (en inmigración, en seguridad, en ingeniería social, en sexualidad, en educación, etc.), una tarea de “ingeniería social” que generó núcleos de descontento cada vez mayores y que ha contribuido a una reacción conservadora: los llamados “partidos populistas”. En lugar de rectificar los objetivos a la vista del rechazo popular, la izquierda ha tachado a estos movimientos de “fascistas”, “extrema-derecha”, “totalitarios”, “amenaza contra las libertades”, etc., tratando de apoyarse en viejos sindicatos ya completamente desprestigiados y vacíos de filiación, en grupos de inmigrantes naturalizados, en ONGs subsidiadas, en minorías sexuales y, sobre todo en organizaciones internacionales (ONU, UNESCO, OMS, especialmente). El resultado está siendo un mayor aislamiento y mutación en lo que queda de izquierda. Y solo ahora, aparecen algunas muestras de pequeñas marchas atrás por parte de los antiguos partidos socialdemócratas (el reconocimiento por parte de Starmer de que la inmigración no se integra en los estándares británicos, la “Q” que se cayó en el Congreso del PSOE de la sigla LGTBIQ+ y poco más).
Pero el gran error por parte del “dinero viejo”, ha sido seguir subvencionando todos estos movimientos a pesar del creciente rechazo social que generan, sin darse cuenta de que el problema más acuciante para ellos, era la aparición de nuevas y diferentes acumulaciones de capital generadas por actividades vinculadas a las nuevas tecnologías, que crecían a mayor velocidad: el “dinero nuevo”. Obsesionados por sus modelos de negocio, por los beneficios del préstamo con interés, por la inercia de sus negocios especulativos, el “dinero viejo” ha perdido el ritmo de la calle y no ha advertido que los movimientos político-sociales que estaba promoviendo, iban perdiendo apoyo e, incluso, se estaban convirtiendo en verdaderas irrisiones.
La llegada de Trump al poder, los cambios de orientación de emporios wokistas como Disney, la ruptura de las redes sociales con las empresas de censores (los “verificadores” pagadas por Soros), obligan al “dinero viejo” a una rectificación, o bien a dar por perdida la partida a falta de orientaciones más atractivas que el “ultraprogresismo”:
- intentarán una reformulación de esta idea, limándola de sus aspectos más cuestionables y refugiándose en el “cambio climático”, en las “energías renovables” o en la “defensa del medio ambiente”,
- intentarán repetir la “Operación COVID” (generando miedo inmovilizador ante los efectos definidos como “mortales” de alguna nueva enfermedad),
- difundirán noticias que conmuevan y victimicen a la inmigración: inmigrantes ahogados en el Mediterráneo o muertos en el desierto de Texas,
- volverán a recurrir a imágenes sobre la pobreza en África y países del Medio Oriente para obligar a mirar hacia allí y exigir “solidaridad humana”,
- centuplicarán datos sobre el pasado colonial de Europa y la deuda contraída con los países africanos y con las etnias que fueron colonizadas,
- reivindicarán el papel de la ONU y de sus agencias: recordarán los momentos en los que la ONU ha contribuido a resolver crisis internacionales, afirmarán que los logros de la Agenda 2030 se están logrando, pero que hace falta prolongar más el proyecto,
- tratarán de generar la sensación de que la situación internacional está empeorando y que existe el peligro de una guerra con Rusia que puede estallar en cualquier momento,
- cortejarán a China,
- allí en donde gobiernen tratarán de modificar leyes para restringir la libre circulación de determinadas informaciones y procurarán generar normas que dificulten la tarea de la oposición y de la denuncia y tratarán de influir en la “derecha progresista” para mantener el “cordón sanitario” hacia los partidos que encabecen la protesta popular o constituyan una alternativa al sistema construido tras 1945…
No pueden recurrir a muchas más iniciativas. Cuando de una Revolución Industrial se pasa a la siguiente, los grupos y las ideas que eran hegemónicas hasta ese momento, van desapareciendo.
El “ultraprogresismo”, producto ideológico terminal de la última fase de la Tercera Revolución Industrial tenderá a convertirse en un residuo del pasado, como la masonería fue a partir de 1945, un residuo de la Segunda Revolución Industrial o la teoría de la relatividad superó a la mecánica newtoniana.
Es inevitable y lógico: los que se creían “los primeros del mañana”, son en realidad, “los últimos del ayer”.
Pero no hay que caer en el error optimista y pensar que la derrota del “ultraprogresismo” y el declive del “dinero viejo” resuelven todos los problemas. En realidad, la era que empieza abre problemas nuevos que debemos tener presente.
