miércoles, 8 de enero de 2025

EL FINAL DEL PRIMER CUARTO DEL SIGLO: LO QUE NOS TRAERÁ 2025 (4 de 4) CAMBIOS EN LA ESCENA MUNDIAL

4. Los cambios en la escena mundial  

Está fuera de toda duda que la aplastante victoria de Trump y la estrepitosa derrota de Kamala Harris, acarreará cambios radicales en la política internacional. Hoy más que nunca es posible dudar de la legitimidad de la victoria de Biden en 2020 cuyas dudas generaron el asalto al Capitolio. La progresía mundial y la Agenda 2030 han sufrido la peor de las derrotas. Desde el principio del mandato de Biden estuvo claro que Trump volvería a presentarse a las elecciones en la siguiente oportunidad y que entonces ya no se podrían emplear contra él los mismos trucos que en 2020. De ahí, en primer lugar, los intentos judiciales de inhabilitarle políticamente, primero, y luego los tres intentos de asesinato de los que ha sido objeto por el momento. Trump llega otra vez a la Casa Blanca, más fuerte que durante su primer mandato, con más apoyos todavía y con mayoría en ambas cámaras. Y ha sido extremadamente claro en sus propuestas electorales: aranceles, reindustrialización, relocalización, aligeramiento de la administración, lucha contra la delincuencia, no a la inmigración, no a la Agenda 2030 y a la totalidad de sus mitos y repliegue del país sobre sí mismo. Y en cuestiones de defensa: apoyo a Israel, final de la guerra de Ucrania, política de buenas relaciones con Rusia, exigencia a los países de la OTAN de aumentar su gasto en defensa. Pero, desde el punto de vista socio-cultural, este mandato va a ser decisivo: asistiremos -para bien o para mal- a la construcción de la sociedad del futuro (siempre los propietarios de las nuevas tecnologías -en este caso, Elon Musk y Sillicon Valley- han sido los que han dictado las reglas del juego en las anteriores revoluciones industriales y en la cuarta no va a ser diferente), una sociedad tecnológicamente avanzada, propia del siglo XXI, que ya no puede ser regido por las mismas normas políticas, ni por los mismos conceptos que aparecieron en el siglo XVIII, con la primera revolución industrial y que siguen hoy vigentes. No se tratará de reformas rápidas, sino graduales, casi imperceptibles. Musk, en el momento en el que escribimos estas líneas, empieza a perfilarse como el sucesor de Trump. Y, si tenemos en cuenta que, por el momento, Twitter-X es un oasis de libertad de información en el mundo de las redes sociales, habrá que convenir que deberemos estar atentos a los movimientos y orientaciones de Musk a lo largo de 2025, para entrever cómo va a ser el futuro. Es significativo, igualmente que el grupo Meta de Mark Zuckerberg, tras años de censura wokista y progresista, haya dado marcha atrás y liquidado sus programas de “verificación de datos” que limitaba hasta límites inconcebibles la libertad de expresión.

Por otra parte, si el inicio de la guerra de Ucrania y la política de sanciones contra Rusia, rompió la globalización, la subida de Trump al poder, terminará rematándola. El mundo caminará con más fuerza hacia un verdadero “nuevo orden” en el que no habrá una sola potencia mundial, ni un duopolio, ni siquiera políticas “imperialistas” por parte de ningún actor internacional. En el momento actual, las alianzas son claras, por una parte, una muy debilitada UE tras los faldones de los EEUU, junto con el Estado de Israel, y, por otra parte, los países BRICS, con una Iberoamérica en proceso de cambio y un mundo árabe dividido entre tres países que aspiran a hegemonizarlo (Turquía, Irán y Arabia Saudí). 

El gran riesgo que podría desencadenar un conflicto generalizado -y que lo ha intentado en varias ocasiones- es el complejo petrolero-militar-industrial de los EEUU, unido a un sector de los representantes norteamericanos de la Segunda y Tercera Revolución Industrial que ven como se les escapa entre los dedos su hegemonía en la política norteamericana y cuyas últimas bazas eran un anciano disminuido mentalmente desde antes de ser elegido presidente y una vicepresidenta ignorante, zafia, frívola, despreciada por el electorado y sin ideas en la cabeza. La derrota de Biden marca el fin de una época. La voluntad de combatir el wokismo y todos y cada uno de los “objetivos” de la Agenda 2030, su decidida voluntad de oponerse a los grandes movimientos migratorios y su oposición al yihadismo, son orientaciones más necesarias hoy que nunca y, todo induce a pensar, que, de ser Musk su heredero político, los cambios no se detendrán con el final del ciclo presidencial de Trump, con su muerte natural o con su posible asesinato “a lo Kennedy”. La voluntad calculada de Trump-Musk de influir directamente en las elecciones alemanas (con sus declaraciones de apoyo a AfD) o torpedear al miserable gobierno laborista del etnocida Starmer (con la revelación documentada de que oculto 1.500 violaciones de niñas por parte de inmigrantes en su mayoría pakistaníes durante su período como fiscal), van -por el momento- en la “dirección correcta”, si de lo que se trata es de enterrar el “viejo orden”, sin olvidar sus declaraciones contra la pedofilia y su promesa de revelar los clientes pedófilos de Puff Daddy, Epstein y Al-Fayed y de no tener piedad con la corrupción de Hollywood.

Pero el primer cambio esperado en la escena internacional será el final de la guerra de Ucrania. Previendo el escenario que tendrá lugar a partir de la toma de posesión de Trump, Zelensky ya ha declarado que admitirá pérdidas territoriales en la negociación… a cambio de entrar en la OTAN, exigencia de un verdadero mentecato que todavía no se ha enterado qué fue lo que constituyó el chispazo que desencadenó el conflicto. El problema, a estas alturas, no es el futuro de Ucrania, ni quién pagará la factura para la reconstrucción, sino qué ocurrirá con Zelensky. La duda es si “se lo comerán”, literalmente, los propios ucranianos o bien encontrará un país en el que hacerse olvidar. Pero el delgado cable de la espada que pende sobre su cabeza está ya a punto de romperse. Lo más probable es que, tras la paz, termine procesado y encarcelado por todas las corruptelas que han tenido lugar bajo su mandato y, especialmente, mientras morían ucranianos en el frente. Lo que está más que claro es que Putin no le va a perdonar haber ejercitado terrorismo en territorio ruso, haber volado el Nord-Stream o haber asesinado civiles en ataques más terroristas que militares. Y, como digo, los propios ucranianos, le pedirán responsabilidades: unos por la derrota y las pérdidas territoriales, otros por la destrucción absoluta de las infraestructuras, y los habrá que le exigirán responsabilidades por haber colocado deliberadamente arsenales y puestos de mando en las cercanías de escuelas y mercados, para evitar ataques rusos (que en muchos casos se han producido, provocando la muerte de inocentes). Lo más probable es que lo que quede de Ucrania, se convierta en un país no alineado o bien se acerque a la órbita rusa. La última fase de este drama va a ser, sin duda alguna, la más dura para Ucrania y el tiempo de reconocer los factores geopolíticos que precipitaron el conflicto.

El proteccionismo norteamericano generará, casi inevitablemente una guerra comercial y arancelaria que hará saltar por los aires el Acuerdo General de Aranceles. Si eso ocurrirá en 2025 o en los dos años siguientes, es una cuestión secundaria. La cuestión es que, incluso los más neoliberales, en la actualidad, sostienen que, si bien la economía debe ser desregularizada en el interior de cada país, en las relaciones internacionales deben existir -a la vista de los desequilibrios causados por la globalización- acuerdos entre los bloques de países. Y, antes o después, se terminará llegando a eso. No será la misma situación que en las décadas en los que cada país tenía sus criterios propios, cuando la “dimensión nacional” habitual era la del Estado-Nación, sino la generada por la existencia de los “bloques geopolíticos” en los que tienden a converger los Estados. Y el problema para los Estados europeos es la ineficacia, la burocratización y, especialmente, la lentitud en la toma de decisiones de la Unión Europea, así como su falta de proyecto económico-político, más allá de constituir como la “pata europea” de la globalización ayer, y presentarse hoy como el más fiel ejecutor -por no decir el único- de las orientaciones de la Agenda 2030. 

No parece probable el estallido de una guerra “caliente” entre EEUU y China. La guerra solo es buena para las empresas armamentísticas y el “armarse para la paz” (reedición del “si vis pacem para bellum”) es hoy una política común en todos los estados… salvo en lo europeos, los únicos que durante décadas han querido creer en la “bondad universal” y en un futuro de armonía, paz y fraternidad universal. Los líderes de las grandes potencias no están dispuestos a desencadenar un Armagedon nuclear y ya es hora de denunciar los intentos de crear una situación pre-bélica por parte de la administración Biden, difundiendo noticias alarmistas a lo largo de 2024, cuando la victoria de Trump ya parecía inevitable.

En Oriente Medio, Israel ha decidido impedir que Hamás vuelva a levantar la cabeza, misión prácticamente cumplida. Sin embargo, 2025, será un año en el que la crisis de la zona no terminará. El factor de desestabilización ha sido la caída del régimen legal sirio y la entrada de los islamistas en Damasco a dos pasos de Israel. A pesar de que, en el momento de escribir estas líneas, los leales a Assad resisten en algunas zonas, el Islam radical ha dado un paso al frente, allí en donde hace tres años estaba derrotado. Y lo ha hecho, por supuesto, antes de que se produjera el cambio en la política exterior norteamericana. La teoría de un acuerdo entre EEUU y Rusia, entregando ésta la “pieza siria”, a cambio de la “paz en Ucrania” (con las mermas territoriales) carece por completo de lógica. El gobierno islamista de Damasco, tardará poco en revelar su verdadero rostro: intolerante, exclusivista y representante del radicalismo yihadista. Los cristianos de Siria (país tradicionalmente multirreligioso y que no tuvo tensiones entre las distintas confesiones hasta las “revoluciones verdes” de hace más de una década) se convertirán e apestados y perseguidos; las mujeres verán impuestas normas culturales similares a las de Afganistán y Siria se convertirá en una tierra de promisión para el terrorismo yihadista y “santuario” de ataques contra Israel, con el riesgo de estallido de un conflicto localizado en Oriente Medio y un consiguiente aumento del terrorismo internacional yihadista. La UE, como siempre, inicialmente no sabrá dónde ubicarse y se limitará a recibir refugiados, especialidad en la que la burocracia de Bruselas se ha consolidado mundialmente… para luego, ofrecerse a pagar la reconstrucción de las zonas afectadas y financiar las estructuras estatales palestinas. Y, a lo largo de 2025, si es posible que la “temperatura” de la zona vaya aumentando hasta lo insoportable. 

Un aspecto importante será la conquista del espacio, el retorno a la Luna, y, en general, las misiones espaciales protagonizadas, ya no por agencias de Estados-Nación, sino por empresas privadas y que demuestran que, sin apenas darnos cuenta, estamos entrando en una nueva era en el que las grandes acumulaciones de “dinero nuevo” procedente de las empresas tecnológicas, sustituirá a los Estados en la realización de proyectos de alcance universal. Éste será uno de los rasgos característicos de la Cuarta Revolución Industrial en la que nos encontramos.

ALGUNAS CONCLUSIONES

El año 2025 irá diluyendo los grandes mitos del ultraprogresismo. La progresía será una especie en vías de extinción y sus temas favoritos (“transición energética”, “cambio climático”, “energías sostenibles”, “wokismo”, “ningún ser humano es ilegal”, “perspectivas de género”, “cultura de la cancelación”, “pandemias en las que moriremos todos”, “vacunación universal”, “corrección política”, “gay pride”…) se convertirán en latiguillos irónicos contra quienes se habían erigido en apóstoles de lo que ha sido en la práctica una “nueva fe”. Pero, si los “péndulos” van a oscilar en sentido contrario al primer cuarto de siglo, no es por una ley cíclica fatal e incuestionable, sino porque la puesta en práctica del ultraprogresismo ha convertido a las sociedades modernas en débiles y, paradójicamente, cada vez más “barbarizadas” (en el sentido de una carencia completa de autoridad y de un empobrecimiento cultural in crescendo). La falta de éxitos del ultraprogresismo es lo que desde hace unos años está haciendo que el péndulo caiga en dirección opuesta. 

El problema de 2025 es que, en general, será un año de transición. La buena noticia es que nadie alberga la menor esperanza en una coexistencia entre el “nuevo conservadurismo de base tecnológica” y el “viejo progresismo iluminista e igualitarista”. La dialéctica de este enfrentamiento se resolverá a medio plazo, pero, en cualquier caso, y grosso modo, esa transición no será en dirección a situaciones más degradadas y a una negación de todo lo que ha precedido a este tiempo, sino como una búsqueda de estabilidad y de seguridades, de valores del pasado que deberían ser el compañero ideal de las nuevas realidades tecnológicas que cada vez estarán más presente en nuestro mundo.

No es posible dudar que la Cuarta Revolución Industrial es inevitable y que va a cambiar la forma de ser y de vivir de la humanidad, de los Estados y de los grupos sociales. Incluso el conservadurismo más extremo reconoce que las nuevas tecnologías han llegado para quedarse y que están modificando hábitos y costumbres. La cuestión, una vez más, es que el mundo futuro puede ser construido por una “ciencia sin conciencia” o bien desde perspectivas arqueofuturistas. De eso dependerá que el año que acaba de empezar sea uno de los últimos de ayer, o uno de los primeros del mañana; que encarrile de nuevo el monstruo desbocado de la modernidad o bien que éste se convierta en un vehículo sin frenos que, en su pendiente de caída, marche inexorablemente contra un muro de hormigón. 

La noticia a última hora, mientras concluíamos este estudio, de la dimisión de Justin Trudeau, abunda en esta dirección. Un perfecto donnadie, actor en paro hace once años, elegido, no por méritos propios, sino por el recuerdo de su padre, “joven líder” salido del laboratorio de George Soros, no ha podido culminar completamente su tarea histórica de destruir un país estable y próspero como Canadá. En menos de 10 años, Trudeau ha islamizado Canadá admitiendo a una oleada de inmigración marroquí con efectos similares a los que ha generado en España o Bélgica, ha operado una fractura social en el interior, ha perseguido con saña a sus detractores, ha legalizado la marihuana sin existir demanda social, se ha dado el pico con Sánchez y Macron sin desaprovechar ocasión, pero, sobre todo, no ha advertido el cambio de ciclo, ni el hecho de que la población canadiense, el electorado y su propio partido, le habían vuelto la espalda desde la revuelta de los camioneros en 2022. Troquelado con el mismo molde que los Macron o los Sánchez, sin ideología y, lo que es peor aún, sin ideas y con un bagaje cultural sumario, sin experiencia en gestión, pasará a la historia como el peor jefe de gobierno en la historia de Canadá. Su partido no quería ni que se acercara a un mitin electoral durante este año 2025 y, por supuesto, no lo querían como candidato. Sánchez ha perdido a uno de los pocos mandatarios internacionales que todavía le dirigían la palabra. Es un buen principio de año para Canadá e, incluso para el resto del mundo.

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